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GRUPO FOLKLÓRICO DE LA FACULTAD DE EDUCACIÓN
DE LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
SOCIEDAD COOPERATIVA DEL CAMPO
«LA CANDELARIA»
CANARIAS
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017
Tenique - REVISTA DE CULTURA POPULAR CANARIA
EDITAN:
Grupo Folklórico de la Facultad de Educación de la Universidad de La Laguna
Sociedad Cooperativa del Campo «La Candelaria»
DIRECTOR:
Manuel J. Lorenzo Perera
IECRETARIA:
María Dolores García Martín
CONIEJO DE REDACCIÓN:
Aniaga Afonso Marichal, Miguel Santos Benítez Gil, Miguel Ángel Oíaz González, María de los Ángeles
Gutiérrez Torres, Juan Carlos Hern ández Mesa, Alejandro de León Rodríguez, María Y. Reyes Lorenzo, Antonio
Jesús Sosa Alonso, Miguel Vega Peña
COMITÉ CIENTÍFICO ASESOR:
Joaquín Oíaz González, Fernando Gomarín Guirado, Teresa González Pérez, Pedro Nolasco Leal Cruz, Fernando
Gabriel Martín Rodríguez, Manuel de Paz Sánchez, Wladimiro Rodríguez Brito, Fernando Sabaté Bel, Francisco
Suárez Moreno
EDITA:
Grupo Folklórico de la Facultad de Educación de la Universidad de La Laguna
Sociedad Cooperativa del Campo «La Candelaria»
© DE LOS TEXTOS:
Sus autores
FOTOGRAFÍA DE CUBIERTA:
Mujeres calando. Fotografía cedida por el periódico Ansina
DISEÑO GRÁFICO, MAQUETACIÓN, FOTOMECÁNICA E IMPRESIÓN:
Nueva Gráfica, S.A.L.
Camino Los Pescadores, 17 - Nave 3
Las Torres de Taco
38 108 La Laguna - Tenerife
Teléfono: 922 626 405
Fax: 922 626 729
E-mail: nuevagralica@nuevagralica.e.telefonica.net
ENCUADERNACIÓN:
Ediciones Canaricard
Teléfono 922 623 498
IIBN-10: 84-609-9976-9
IIBN-ll: 978-84-609-9976-8
DEPÓSITO LEGAL: TF 209/2006
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de esta publicación pueden reproducirse, registrarse o
transmitirse, por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea
electrónico, mecánico, fotoquímico, magnÚico, electroóptico o informático, por fotocopia, grabación o cualquier
otro, sin permiso previo por escrito de los editores. Éstos no comparten necesariamente las opiniones, criterios
... , expresados en las páginas de este libro por los autores.
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FEDERTE
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SUMARIO
Introducción
Prólogo ..... .... .
MANUEL J. LORENZO PERERA
Presencia y aprovechamiento del cochino
en la isla de El Hierro (Canarias) .
JOSÉ MANUEL GONZÁlEZ RODRÍGUEZ
Algunas cuestiones etnohistóricas sobre la metrología canaria:
la legua itineraria en las Islas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ... .... ..... ..... .
JAIME Gil GONZÁlEZ / MARTA PEÑA HERNÁNDEZ
Contribución al Inventario de Especies y Variedades de Plantas
cultivadas tradicionalmente en la isla de El Hierro
TERESA GONZÁLEZ PÉREZ / ANA E. CRUZ GONZÁlEZ
Educación y vida cotidiana de las mujeres rurales en Canarias:
entre la obligación y la restricción . . . . . . . . . . . . .. ...... . .
PEDRO NOLASCO LEAL CRUZ
La Virgen de Las Nieves y su romería anual
MARÍA DOLORES GARCÍA MARTÍN
El cultivo y la cultura del millo en Canarias
11
13
19
93
125
155
181
201
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ANIAGA AFONSO MARICHAL
Lecheras: las circunstancias y la vida .. ...... ... .... .. .... .... ... ....... .. .... .. .
MIGUEL VEGA PEÑA / ]OSÉ FRANCISCO PÉREZ RODRÍGUEZ
La mina de La Pardilla:
Una obra de Ingeniería Hidráulica del siglo xx en Telde
ANTONIO JESÚS SOSA ALONSO
Características y diacronismos fonéticos implicados
en el habla canaria actual .
JOSÉ M. ESPINEL CEJAS
Técnicas tradicionales para el colado de la leche con plantas:
237
269
295
análisis funcional, etnohistórico y arqueológico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
CARLOS A. lALAVERA GONZÁLEZ
El Baile de la Virgen de El Hierro:
aproximación a sus posibles orígenes, conexiones e influencias . . . . . . . . . . 331
ISABEL DEL Río PADILLA / JOSÉ M. ESPINEL CEJAS
Historia de una foto antigua ..... ..... .. ...... ... ....... .... ...... .. .. . 349
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Este volumen de la revista Tenique está dedicado a:
Juana González López («Juana la de Las Lindas»); Bibiana
Guillén Rodríguez; Petra Pérez Peña; Francisco («Pablo») González
López; Juana González Ávila; Francisco Javier González
Hernández («Francisco Chumbo»); Luis Hernández López;
Teófilo Zamora González; juan Antonio Rodríguez Martín; Fernanda
Espínola Ledesma; Domingo Cal/ero Bonilla; Servando
Callero Bonilla; juan Vega Henríquez; Emilia Pérez Hernández;
José Ramos Ramos; Gregorio del Castillo García; Antonio Benito
Quintero López; Cornelio Martín Acevedo; Juana Ávila González;
Rosa Amelia García Segovia; José García González («Pepe
Riquel» ); Otilio Hernández Navarro; Rafael Fernández Sánchez;
Encarnación Machín Quintero; juan Gutiérrez Gutiérrez («juan
el nuestro»); Tomás Hernández Cejas,
POR SU EJEMPLO
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Introducción
S !EMPRE ES UNA satisfacción presentar una nueva entrega de la Revista de
Cultura Popular Canaria Tenique, en esta ocasión la que hace el número
7. Se trata pues, de otra pequeña aportación a nuestra historia, relacionada
con la sabiduría y el trabajo de las personas de nuestro pueblo, quienes
representan el nexo de unión entre un pasado, no muy lejano, y el presente;
además, son las únicas que pueden hacer que todo un caudal de valiosa
información -en muchos de sus apartados ancestral- quede escrita a fin
de que las futuras generaciones tengan acceso al conocimiento, para aprender
y disfrutar, de lo que constituye y representa gran parte de nuestra realidad.
La verdadera razón por la que la Sociedad Cooperativa del Campo «La
Candelaria» -la cual presido desde hace algo más de una década- ha querido
colaborar con la edición de la Revista Tenique, está relacionada con el
gran caudal de cultura tradicional que atesoran los miembros de esta Cooperativa,
posiblemente la más antigua de Canarias, con más de cincuenta años
de andadura.
Nuestros socios -ganaderos y agricultores, muchos de ellos de edad avanzada-
pertenecen al grupo de personas a las que ya me he referido. Su contribución
al conocimiento de nuestra historia lo han verificado a través de entrevistas
planteadas por algunos autores de los artículos que conforman la presente
publicación.
La pérdida sustancial del paisaje agrícola en Canarias, junto con muchas
de las actividades vinculadas al mismo, ha tenido reconocidas consecuencias,
no sólo económicas, sino también culturales, vislumbradas, sobre todo, en el
desacato de la transmisión oral que, de generación en generación, había prevalecido
en el tiempo, hoy interrumpida por las nuevas alternativas laborales,
y aparejada a la tendente y progresiva incomunicación personal y a un nuevo
orden social que se prevé insostenible.
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Los artículos que conforman esta edición de Tenique contemplan, de manera
concreta, temas de diferentes Islas; junto a otros más genéricos, presentes
en todo el Archipiélago. Se trata, dicho de forma simple, de un mínimo
exponente de todo lo que poseemos y, por desgracia, también desconocemos.
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PEDRO MOLINA RAMOS
Presidente de la Sociedad Cooperativa
del Campo «La Candelaria»
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Prólogo
LEER O COMENTAR algo sobre las tareas cotidianas del campo, me devuelve
inexorablemente a mis orígenes del mundo rural en el que nací
y viví la infancia y primera etapa juvenil. Un tramo de la vida durante
el que se forja en buena medida nuestro carácter y personalidad, y en la que
se adquieren hábitos y costumbres que nos marcan de forma indeleble para la
posteridad.
Personalmente revivo esa etapa como un periodo entrañable, cargado de
los sacrificios propios del mundo rural, pero llena de referencias éticas y anécdotas
proporcionadas por el cariño familiar, mis primeros maestros y una vecindad
trabajadora y bastante solidaria. En mayor o menor medida, todos éramos
conscientes de los esfuerzos que unos y otros debíamos superar para conseguir
una subsistencia pobre, pero rodeada de honradez y dignidad.
Con frecuencia me pregunto sobre cuál habrá sido el secreto terapéutico
mediante el cual he conseguido diluir las dificultades de esa etapa en el solvente
de los buenos recuerdos. Todavía no atino a discernir con claridad si se
trata de una estrategia pragmática para sobrevivir o de una propensión inocente
para ser feliz. Quizás las dos cosas.
Fuera lo que fuese el remedio ha sido eficaz, porque a pesar de las madrugadas
heladas para llevar las vacas a pastar al monte; de las tardes lluviosas para
ir a recogerlas; de los sudores estivales bajo pesados fejes de tagasaste o chicharones;
de la resiembra, perdiendo las uñas, de la postura de tabaco comida
por la rosca; de las papas recién sembradas, perdidas por la sequía; de los
plátanos que el viento se llevó junto a las ilusiones de conseguir una buena
cosecha; de los picos clavados en las manos cogiendo pencas para el ganado;
del olor a estiércol que nunca termina de borrarse para ir limpio a la academia
del pueblo a estudiar «bachillerato libre»; de las velas consumidas tratando
de comprender problemas y teoremas que poco tenían que ver con la dura
realidad cotidiana del entorno; etc. A pesar de todo eso repito, los recuerdos
son satisfactorios.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017
Tal vez el secreto de esos buenos recuerdos resida en el cariño de las «raleras
de gofio y vino» que con ternura preparaba mamá, cuando adivinaba próxima
mi llegada del monte en las tardes frías de invierno; en la conversación
serena y sin prisas al pie del descansadero, comentando sobre si las vacas parirían
ese año macho o hembra; quizás en la fantasía de los cuentos nocturnos
despalando tabaco; a lo mejor, en el encanto de los primeros destellos del
amanecer mientras cortaba monte en Tamano o en la magia del silencio atizando
la carbonera bajo la pálida luz de las estrellas en las noches frías de La
Tablada . . . No lo sé, pero la realidad es que permanezco atado a los recuerdos,
junto con el sentimiento de responsabilidad y compromiso que me vincula al
medio rural de mis orígenes.
Sin duda fue ese sentimiento el que se despertó cuando el amigo y compañero
universitario Manuel, el Dr. Lorenzo Perera, me llamó para ofrecerme
la posibilidad de escribir unas líneas para el prólogo de la revista Tenique, que
con tanto entusiasmo y solvencia profesional dirige. Un sentimiento que me
traicionó haciéndome olvidar las múltiples ocupaciones a las que me debía
por compromisos previos adquiridos y que en esta época del e-mail y del teléfono
móvil, lejos de la paz del descansadero al pie de la Cruz del Monte, motivan
agobios y apremian resolución urgente e ineludible.
Ese es el mundo urbano en el que ahora vivo. El mundo de las prisas para
llegar tarde a todos sitios. La sociedad que parece tenerlo todo para no disfrutar
de nada. Todo hay que terminarlo rápido, porque se cierra el expediente;
porque lo exige la gerencia que teme a la intervención; porque se pierde
la subvención. Todo hay que hacerlo pronto, aunque sirva para poco,
como este prólogo, que también está escrito con apremio, a pesar de haberme
temporalmente beneficiado de la amistosa generosidad de la dirección de
la Revista.
Antes era la lluvia, el viento, la bondad de la cosecha, o el sexo de la cría
(becerro o becerra, para ser también políticamente correctos con el ganado),
los problemas que nos agobiaban. Ahora son las angustias de los plazos de los
contratos o convenios de trabajo; de los reparos de los interventores, quienes
piensan que se puede comer con efecto retroactivo; del temor de una auditoría
que ponga al descubierto míseras malversaciones. Antes eran los caprichos
de la naturaleza, ahora es la tiranía de la burocracia.
Antaño la honestidad del campesino era tal, que ni siquiera reparaba en la
especulación del intermediario con el precio del quintal de tabaco o del kilo
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de plátanos, que siempre nos era abonado «por encima del precio real del
mercado»; es decir que hasta debíamos mostrar gratitud por el engaño. Ahora
estamos rodeados de permanente desconfianza, en medio de una sociedad
donde la corrupción parece haberse apoderado de su tuétano y en la que
todos sufrimos las consecuencias de ser tratados como presuntos tramposos o
delincuentes.
Ayer era campesino pobre, cultivaba la tierra y, si el año era bueno, contribuía
a llenar las pipas para San Martín y a garantizar el sustento con leche
recién ordeñada, papas tiernas, sabrosa carne de cochino-negro en el pipote,
huevos recién puestos en el gallinero, fruta que perfumaba el modesto comedor,
etc. Ahora soy profesor universitario, moderadamente aburguesado y colaboro
(¡qué remedio!) con la trama burocrática de cada día, cuyos excesos
trato de esquivar como puedo. A menudo, por salud mental conviene no hacerlo
a diario, termino cuestionándome sobre la eficacia productiva del sistema
absurdo en el que participo y contribuyo a sostener.
Eso sí, gano lo suficiente para consumir preparados lácteos (que no leche)
en tetrabrik, papas «molancas o aguachentas» importadas (las sabrosas autóctonas
de nuestras medianías son menos rentables para el comercio), carne
insípida refrigerada e imagino que bien hormonada, huevos con fecha de caducidad
impresa en la cáscara, fruta cuyo olor me recuerda a las pencas que
antaño picaba para la vacas ... Todo regado por un buen vino de importación
subvencionado por el REA y que, en la relación calidad/ precio, sale favorecido
frente a los autóctonos, ahogados por la sobreproducción, el exceso de
marcas y las picarescas inconfesables pero burocráticamente correctas, que
priman las bodegas privadas frente a las cooperativas agrícolas que aglutinan
a los pequeños agricultores, asfixiados económicamente al deber esperar una
o dos cosechas para cobrar la uva. El cuento de siempre; el triste e injusto
cuento de siempre.
El último «cuento» se lo escuché, con tristeza e impotencia, a mi amigo
Manuel Yanes Alonso, «Manolo Margaro para los amigos», bebiendo un
vaso de vino en su bodega del Hoyo de Mazo y del que conservo su amistad
y afecto desde mi época de agricultor. Con rabia contenida, disimulada por
la sorna palmera, me relató cómo, a raíz de los devastadores efectos del reciente
temporal «Delta», un inspector de seguros agrarios (pagado por su
cooperativa agrícola) le argumentó la imposibilidad burocrática de abonarle
cualquier tipo de ayuda para restaurar el invernadero destrozado, porque
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el plástico estaba «caducado» y los tubos y alambres dañados no eran los suficientes
para salvar la franquicia establecida por la póliza. ¡Coño!, exclamaba
con razón, y eso por qué no me lo advierten los técnicos de la cooperativa
a la que llevo la fruta y con cargo a la cual cobran una parte proporcional
de sus sueldos; yo ya tengo bastante con trabajar la tierra que me ha llevado
los dedos de una mano y me tiene baldado de dolores, para que ellos
cobren el sueldo sentados cómodos en la oficina. No saben que si uno cultiva
los plátanos, malamente tiene tiempo para ocuparse de la letra menuda
de las «jodidas pólizas», ¡qué voy a saber yo de eso, si me cuesta trabajo leer
y escribir mi nombre!
Cuánta razón llevas Manolo y cómo me duele que maltraten así a los cuatro
agricultores que quedan, acerté a decirle. Percibió mi sincera afección y resurge
entonces el tesón y la nobleza del trabajador del campo: ¡tranquilo
Pedro, tómate otro vaso de vino, que plástico y alambre sobran! Ya se arreglará.
Qué lección . .. , y mientras tanto se entierran millones en planes estratégicos
de medianías . .. Más burocracia y agricultura desde los despachos
para cada vez menos candidatos a cultivar la tierra.
Con este panorama del campo canario parece inevitable la sentencia de
don Manuel Padrón Montero (Manolo «Cachorra»), veterano pastor de Nizdafe.
El pasado mes de febrero, en mi última visita a El Hierro, tras la asistencia
a una reunión burocrática del Patronato de Espacios Naturales Protegidos
de la Isla, me lo encontré bajo una densa bruma rastrera en las laderas
de la Montaña Timbarombo, cuidando a sus ovejas y cabras. Me encontraba
recordando al fallecido don Zósimo Hernández, artífice de las repoblaciones
de tagasaste de la zona, mientras hacía unas fotos de sus ramas floridas, cuando
entre la posma brumosa apareció él envuelto en su manoseada manta. Nos
sorprendimos mutuamente porque éramos viejos conocidos.
-¿Qué hace aquí con este frío que quema las entrañas?, me preguntó.
-Yo vengo abrigado, refugiado en el coche y acabo de almorzar bien en
casa Goyo (San Andrés), le respondí. Más duro es lo suyo tullido a la intempene.
-Bueno, lo mío es esto, pero también le advierto que al fin del verde,
cuando venda las crías, me jubilo y esto se acaba. Ya he batallado bastante,
estoy viejo y los jóvenes no están por la labor.
-Así es, don Manuel; los jóvenes, y yo ya no lo soy tanto, estudiamos
para librarnos de la dureza del campo y muchos lo conseguimos. El problema
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está en que ahora muchos ni estudian ni pastorean, y pretender vivir sin trabajar
es un asunto complicado.
-Bueno, siga que se le hace tarde. Esa cuestión es un asunto difícil de
arreglar ... , pero esto, amigo, se acaba.
Mientras se perdía entre la bruma, le hice unas fotos junto a su rebaño y
reflexioné sobre si de verdad sería el reflejo de la última imagen pastoril de El
Hierro.
Escenas como las descritas podría contar otras muchas. Son sólo mis dos
últimos casuales encuentros con la realidad del campo canario. Sirvan ahora
de homenaje a los dos Manolos: «Margaro y Cachorra», buenos ejemplos del
espíritu de la revista Tenique y del sentimiento del Consejo de Redacción que
la hace posible, bien plasmado en el contenido de los artículos que integran
este volumen y con cuya lectura disfruté, a pesar del agobio de las prisas.
Mi sincera felicitación por esta realidad cultural y ánimo para no desfallecer
en la tarea encomiable de rescatar nuestros valores etnográficos. Disculpen
mi heterodoxia formal, ya que con mi presentación más que prologar el digno
trabajo de los autores, que ustedes pueden leer y entre los que cuento con el
afecto de la amistad de al menos Manuel, Pedro Nolasco y Aniaga, mi deseo
ha sido el de contribuir a la defensa del maltratado y casi abandonado campo
canario. Tal vez sólo sea un vano intento por acallar la voz de la conciencia
que me recrimina mi acomodo urbano.
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PEDRO LUIS PÉREZ DE PAZ
Catedrático de Botánica
Universidad de La Laguna
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