Lecheras: las circunstancias y la vida
ANIAGA AFONSO MARI CHAL
Fi lóloga
Sociedad Cooperativa del Campo «La Candelaria»
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017
Lecheras de Tenerife, en torno al año 1925.
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INTRODUCCIÓN
«Iban gentes con los rebaños de cabras
ordeñando por las calles, por el centro de
Santa Cruz ... ¡quién lo p ensaría hoy!».
H UMBERTO MARICHAL DE L EÓN
Barrio de La Salud, 4 de marzo de 2005
N OSOT ROS, LOS MORADORES del siglo XXJ, habitamos en un mundo en
el que las cosas, por muy complicadas que parezcan, se resuelven
con apretar un botón. La tecnología y la tecnificación nos han permitido
un nivel de vida más cómodo, en detrimento de otras cosas; por eso,
nos resulta difícil entender que las circunstancias pudieran ser de otra forma.
En unas pocas generaciones, apenas dos, el mundo ha dado un vuelco, y las
vivencias de nuestros abuelos nos quedan a un millón de años luz de las nuestras.
Recuperar esa memoria histórica es un trabajo siempre fascinante y, sin
duda, necesario.
Necesario para no perder el norte, necesario para valorar, necesario para
aprender, necesario para saber de dónde venimos ... necesario para aportarnos
la perspectiva que nos permita ver más allá de nuestra presuntuosa experiencia
vital, necesario para aportarnos humildad.
Si algo hemos aprendido en nuestras cortas andanzas en este campo de recuperación
de la memoria, es eso, humildad, la de unas gentes con demasiado
sufrimiento sobre sus maltrechos cuerpos de incansables trabajadores, a los
que la vida fue moldeando a base de escasez, de desconsuelos, de añoranzas.
Hoy en día se ofertan trabajos: informático, albañil, maestro, cocinero, administrador.
.. En aquel mundo de nuestros abuelos, nada estaba predeterminado
porque no existía nada, todo se estaba creando o recuperando después
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ANIA GA AFO NSO MAR IC HA L
de una guerra. Por ello, eran las personas las que «diseñaban» su propio empleo,
cualquier cosa era válida porque había necesidad de todo.
Las penurias agudizan el ingenio y, en tiempos de carestía, cada persona
sacaba rendimiento de lo que tuviera a su alcance. El comienzo del éxodo
rural también propició que se empezaran a perder formas de vida tradicionales,
correspondientes al sector primario, que cubren la necesidad básica del
alimento, por lo que los habitantes del nuevo mundo urbano comenzaron a
requerir nuevos servicios para conseguir abastecerse, y, al mismo tiempo, los
del mundo rural se vieron obligados a crear esos servicios. De esta forma surgieron
profesiones como: las gangocheras, las limpiadoras ... , y la que nos
ocupa, las lecheras.
METODOLOGÍA EMPLEADA
Para la elaboración de este artículo hemos contado con la colaboración de diversos
informantes, que amablemente, nos han relatado sus vivencias, las de
sus madres o abuelas.
La bibliografía referente a este apartado de nuestra cultura tradicional es
prácticamente inexistente, reduciéndose casi a aportes fotográficos.
El ámbito geográfico abarcado corresponde con las zonas de Santa Cruz y
La Laguna, lugares de procedencia de todos los informantes.
BIBLIOGRAFÍA
ALEMÁN, Gilberto: Lecheras, gangocheras y vendedoras. Colección Cronos. Gobierno
de Canarias. Consejería de Agricultura y Alimentación (1995).
AGRADECIMIENTOS
A continuación reseñamos los nombres de todas aquellas personas que han
hecho posible que este artículo se escriba y a las que no dejamos de agradecer
su generosidad:
• Don Luis Hernández López, 67 años. Fuente Cañizares (La Laguna).
• Doña Rafaela Fariña Fariña, 78 años. Güímar.
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LECHERAS : LAS CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
• Don Humberto Marichal de León, 80 años. Santa Cruz de Tenerife.
• Doña Fernanda Espínola Ledesma, 67 años. Camino La Villa (La
Laguna).
• Doña Delfina Melián Fernández, 70 años. Las Mercedes (La Laguna).
• Don Guillermo Hernández Hernández, 64 años. Las Mercedes (La
Laguna).
• Don Juan Hernández del Castillo, que, amablemente, nos abrió las
puertas de su colección de antigüedades para que pudiéramos fotografiar
cazos y pesa leche.
• Don Santiago González Rodríguez, 67 años. La Laguna.
• Doña Pilar Perera Pérez, 60 años. La Laguna.
• Don Pedro Malina Ramos, 46 años. La Laguna.
• Archivo de Fotografía Histórica de Canarias. FEDAC/Cabildo de Gran
Canaria.
Vaya también nuestra gratitud para las pacientes personas que nos acompañan
y aconsejan en este camino tan difícil, lleno de asperezas y retos que es
la vida. Nunca dejaremos de agradecer sus manos amigas, su reconfortante calidez
en los momentos menos amables.
Lechera., Tenerife.
Mil k- \\'oinen, Teneriffe.
Lecheras (1895- 1900).
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ANIAGA AFON IO MARI CHAl
EL COMIENZO DE LA ACTIVIDAD
Como reseñábamos en la introducción, el «oficio» de lechera surgió de las necesidades
de abastecimiento alimenticio del «nuevo» mundo urbano, en el
que muchas personas, otras no, abandonaron completamente la cría de animales
para consumo humano.
«Mi madre fue lechera desde que tenía unos veinte años, ella comenzó
con ese oficio porque había que buscarse la vida como se pudiera, pero la
familia de ella no había sido lechera, sólo tenían ganado. Ella vendía la
leche de sus padres y compraba la de otros ganaderos pa venderla también,
ya que daba el viaje ... »
«Mi madre empezó a los siete años, el primer día fue mi abuela con
ella. Mi madre iba con un cazo nada más porque no podía con más.
Fueron a un bar a ver si querían leche y partir de ahí ya siguió ella sola
(. . .). Yo heredé este oficio de mi madre, cuando era pequeña me empeñaba
en acompañarla y al final me tenía que llevar a Santa Cruz con ella.
Mi hermana empezó más chica que yo, como mi madre no tenía con quién
dejarla la llevaba con ella en el cuadril».
Lechera, o lechero, más frecuentes ellas que ellos, era la persona que iba
por las casas vendiendo leche, de vacas propias o ajenas. En algunas ocasiones
complementaba esta actividad con la venta de otros productos (gangocheras),
pero no era lo habitual.
«Mi tía también llevaba fruta para vender en el verano, en las mismas
casas donde vendía la leche (. . .) cuando había muchas peras iban las tres
mujeres de la casa a vender; los que tenían algún burrito llevaban las cestas
con fruta».
Lo que sí resultaba muy frecuente es que llevaran un cacharro <pa la comida
del cochino», cacharro que salía vacío de las casas y regresaba lleno a ellas,
algunas feligresas guardaban las cáscaras y restos de comida y se los daban a
las lecheras cuando pasaban vendiendo. El cacharro solía ser de bidones o de
latas de manteca. En algunas ocasiones, cuando se mataba el cochino, se le lle-
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LECHERA\: LAI CIRCUNSTANCIAi Y LA VIDA
vaba un trocito de la mejor carne a las «feligresas» que habían contribuido,
con sus aportaciones a la famosa lata, a que el animalito se desarrollara en
condiciones.
La recogida de la leche se hacía muy temprano, a las cinco o las seis de la
mañana. Una vez ordeñada la leche del propio ganado, o recogida la del
ajeno, había que ponerse en marcha.
«Íbamos caminando a recoger la leche, desde las cinco de la mañana,
por el Lance ya nos iba amaneciendo, para poder comenzar el reparto en
La Laguna a partir de las nueve y hasta las doce y pico».
El mercado más amplio se encontraba en la zona capitalina, Santa Cruz,
que poco a poco se convertía en un espacio eminentemente urbano.
«En La Laguna había poco mercado, serd porque la gente tenía mds
ganado (. . .), muchas lecheras de La Laguna, La Esperanza, Las Mercedes...
bajaban a Santa Cruz a vender, la demanda de La Laguna se
cubría focil por algunas de ellas. Al final mi madre se quedó vendiendo en
La Laguna».
«La que nos vendía a nosotros vivía en Las Mercedes y bajaba a Santa
Cruz en el tranvía a vender la leche (. . .). Cuando nos mudamos al Barrio
de La Salud venía un señor a vendernos, se llamaba Antonio, algunos
hombres también vendían (. . .)».
«Las lecheras, normalmente, eran de La Esperanza, Las Mercedes, El
Ortigal. .. »
EL TRANSPORTE
Las lecheras tenían que desplazarse hasta el domicilio de sus feligreses, que,
como ya hemos comentado, se encontraban en localidades distantes de los
suyos propios. Para tal menester, en algunas ocasiones cubrían el trayecto
a pie:
«Bajaban a Santa Cruz caminando o en el tranvía lechero».
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ANIAGA AFON IO HAR IC HAL
Campesino y lecheras (1924-1927).
«Había lecheras que venían de Tegueste caminando pa vender en Santa
Cruz . .. subían por La Perdiz: Rosa Viera, Nicolasa, Remija. . . todas ellas
hacían ese caminito cargadas».
«Ellas iban caminando o con el burro, le ponían dos cajones en la albarda,
los cajones no eran parejos, eran más altos por la parte de la albarda.
Encima iba puesta la lata de la comida del cochino; también bajaban
en el tranvía, que tenía la jardinera -que era el vagón de las lecherasy
el tranvía de carga, que iba al final».
«Iba todos los días, llevaba una burra y la ataba por foera de la casa.
La burra llevaba dos cajones de madera con lecheras dentro, de allí sacaba
la leche y repartía lo que la gente quería».
«De La Esperanza bajaban las lecheras en grupos, cantando. Cuando
tenían ganas de orinar no les merecía la pena descargarse para volverse a
cargar, por lo que muchas veces orinaban de pie, se secaban un fisco con las
mismas enaguas y ahí seguían caminando ( . .)».
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«Bajaba caminando por la cumbre, se ponía las lonas de caminar ... ,
una vez llegaba a un alto del camino, allí dejaba las lonas sucias envueltas
en un papelito y el palo de caminar, y se ponía las lonas nuevas para
vender».
Existía también lo que se llamaba «guagua perrera» -porque costaba un
par de perras-. Esta guagua iba parando por todos lados y recogiendo a las
lecheras. Sin embargo, la guagua tardaba mucho en hacer el recorrido, por lo
que las mujeres se vieron obligadas a tomar otras alternativas, entre ellas, la
más extrema fue la compra de un camión, situación que ya comentaremos
más adelante.
«La j ardinera era el vagón que remolcaba el tranvía en la ruta de
Tacoronte a Santa Cruz, pasando por La Laguna. Algunas localidades
próximas tuvieron un servicio especial en la 'guagua de las lecheras' ( . .)».
«Había una guagua en La Esperanza; Esteban Hipólito era el chófer;
de Las Mercedes bajaba otra guagua. Las otras se reunían en La Laguna y
cogían la jardinera».
«La gente muchas veces les dejaba la guagua libre a esa hora, a la hora
que ellas se subían, era en parte porque no les gustaba el olor de la leche».
«Por Las Mercedes bajaba un camión que daba la vuelta a la redonda
recogiendo a las lecheras, recogían a las mujeres en los valles -en los manchones-
donde estaba el ganado ( . .). Cuando teníamos la guagua teníamos
que correr porque a lo mejor salía a la una y media y si no estdbamos
allí la perdíamos, con el camión pasaba lo mismo, a lo mejor podíamos negociar
un poco con el hombre para que nos esperara, pero igual nos teníamos
que dar prisa».
Esta vida, como tantas, resultaba bastante dura. Había que levantarse muy
temprano, ir cargando con los cazos, cuantos más mejor, más mercado, pero
también más peso . .. y una vez vendida la mercancía había que volver a la casa
para continuar con sus labores habituales.
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AN IAGA AfON IO MAR ICHAL
o _,, .... ..,...
~ ¡-., .. ~
Lecheras (1890-1895).
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LECHERAS : LAS CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
« Toda la mañana al trote de aquí pa allá y sin comer, a veces se cogía
en Santa Cruz un panito con un poquito de pescado .frito, alguna llevaba
una batata guisada o gofio amasado. Una vez terminada la venta de la
leche había que llegar al hogar para hacer la comida de la familia si no se
había dejado preparada la noche anterior . .. »
Limpiar, lavar, coser, planchar, cuidar de los hijos, alimentar al ganado
cuando lo había . . . y una vez terminado todo eso, prepararse para la jornada
del día siguiente.
«Cuando llovía en Santa Cruz teníamos que salir corriendo detrás de
los cacharros, porque los íbamos dejando vacíos en alguna esquina para ir
liberando peso, y se escurrían (. . .); en invierno era normal que fuéramos
mojadas, escurriéndonos la ropa como podíamos».
«Si llovía mucho iba por la tarde (en la guagua) con la leche de los
niños solamente, lo hacía para que no les faltara la leche a los niños, que
muchas veces era lo único que comían (. . .); la gente sabía que si llovía
mucho no iban a tener leche».
Sin embargo, también tenían alguna que otra recompensa, ya que trataban
con personas muy diferentes cada día, unos más ricos, otros más pobres, pero
esto les hacía estar bien relacionadas.
«Gracias a que mi madre era lechera nosotros tuvimos algunas cosas,
las conseguía con la gente de Santa Cruz; conseguía cosas como azúcar,
judías, aceite . .. lo conseguían porque la mayoría de las feligresas eran mujeres
de militares y conseguían muchas cosas que otros no podían. No intercambiaba
la leche por esos alimentos, sino que los pagaba, pero los podía
conseguir».
En la época de posguerra el problema no sólo era que no había alimentos,
sino que la posibilidad de acceder a ellos estaba muy limitada, ni siquiera
había forma de conseguir las cosas, es por esto que, una vez más, el ingenio
humano tuvo que ponerse en funcionamiento para buscar una solución: la
gangocha fue una de las alternativas utilizadas para hacer que los productos
circularan. Con la economía completamente destruida por una guerra atroz,
las personas subsistían malnutridas, con lo que podían, los índices de morta-
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lidad infantil para estas décadas posteriores son escandalosos. En aquellos
tiempos, los que tenían un trocito de tierra que cultivar, la mayoría, pudo
echarse algo a la boca ... lo que nos debería hacer reflexionar acerca de lo que
sucedería hoy, donde la tierra cultivable prácticamente ha desaparecido engullida
por el cemento ...
COMPRA, VENTA, FELIGRESES ...
Cada feligresa compraba una cantidad fija de leche; si en alguna ocasión necesitaban
comprar más de lo acordado, debían avisar con tiempo a la lechera,
ya que ésta disponía de una cantidad limitada que se encargaba muy bien de
tener vendida cada día.
Si a una lechera se le acababa la leche, por algún motivo, antes de tiempo,
podía comprársela a otra que se la vendiera, negociaban entre ellas y llegaban
a un acuerdo. Normalmente solían preguntar: «¿Llevas leche de cabra?» -se
referían a la leche que estaba rebajada con agua-. La contestación podía ser:
« Te puedo soltar dos o tres litros».
Resultaba un negocio con poco margen de ganancias, ya que los ganaderos
ponían un precio y las lecheras tenían que pagar ese importe si querían
abastecerse, después debían vender para sacar algo de rendimiento pero sin
exceder los precios estipulados, ya que si no, perdían los clientes.
«El litro de leche lo llegué a vender a un tostón, que era una peseta y
un real (. . .). Yo he sido pobre, sí, pero miserable lo dudo: si había leche
vendía leche, si no había leche no la vendía, las vacas si no daban no
daban. Estuvimos vendiendo leche más de veinte años, hasta que quitamos
las vacas, vendíamos a las lecheras y a algunas feligresas de la comida del
cochino (. . .). Cuando quitamos las vacas más de uno se puso malo, un vecino
mío bajó hasta ocho kilos, había gente que lo único que comía era la
leche de las vaquitas, ahí está todo el alimento que uno necesita».
Con este testimonio estremecedor nos relata doña Fernanda Espínola, la
realidad del momento, muchas personas hacían sólo una comida al día.
« Todos los días había que sacar beneficio porque había que pagar a los
dueños de la leche, lo calculábamos midiendo, tantos litros a tantas pese-
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LECHERAS: LAS (IR(UNITAN(IAS Y LA VIDA
tas. Los lecheros siempre estaban sobre de uno para que la vendiéramos más
cara (. .. ), teníamos muchos fiados, la gente no tenía ... »
«Mi madre no sabía leer ni escribir, pero no se equivocaba con las
cuentas nunca; ella contaba con granos de millo, otros hacían rallas, lo que
pudieran, pero no se equivocaban, a ellos no los engañaban con eso, los viejos
de antes sabían lo que hacían ... »
«Existía lo que se llamaba el 'día de leche'. que consistía en que lepagaban
seis de los siete días de la semana al ganadero y lo que sacaban el
séptimo era todo para ellas. Vendían el litro a tres perras o un real, ganaban
una poquedad».
«Ellas no se hicieron ricas, yo me acuerdo que iban poniendo en las
ventas de cinco en cinco duros cuando podían pa poder comprar algo, se lo
llevaban cuando lo pagaran».
Añadido a todo esto estaba el problema del dinero, en una sociedad desestruccurada
en la que prácticamente no había movimiento comercial, el dinero
no circulaba y no llegaba a la gente.
«Lo peor era cuando le hacían campanas-le quedaban a deber- y
le pagaban a la semana o al mes. Había gente que nunca pagaba y entonces
dejaban de comprarle a aquella lechera pa poder hacerle la campana
a otra».
«Me mandaron muchas veces a cobrar lo que la gente debía y pocas
veces volvía con el dinero, la gente decía: ;·ay!, vuelve otro día, que hoy
no tengo'. Y no pagaban. En una de esas casas que hacían la campana,
la mujer me dijo que no le llevara más leche pero tampoco pagaba lo que
ya debía ... un día me presenté en la casa y entré hasta la cocina, donde
entraban las lecheras, encontré allí sentada a otra lechera, le dije: ;·buh!,
¡y ahora te trancó a ti para hacerte la campana!'. La dueña de la casa
casi me echó a patadas porque le espantaba la lechera (. . .),finalmente
nos pagó».
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ANI AGA AF ONIO MARICHAl
«HABÍA LECHERAS QUE ERAN MÁS HONRADAS QUE OTRAS,
COMO TODO EN LA VIDA»
En un mundo tan pobre, había que buscar picardías que ayudaran a ganar
algo. Éste es el caso tan comentado del añadido de agua a la leche. La «cultura
popular» hacía circular el rumor de que la leche pura era demasiado «fuerte
» para ser tomada directamente, por lo que las lecheras estaban casi en una
«obligación moral» al echarle agua: se justificaban diciendo que las vacas
habían comido doble ración y que, por este motivo, la leche quedaba muy espesa
y podía hacer daño 1
•
«Dolores Grillo hacía el cuento de una feligresa que le encargó leche
buena y ella le llevó leche buena. Cuando la puso al fuego la leche hirvió
y se le derramó del cacharro. Al día siguiente la feligresa increpó a la lechera
diciéndole que qué tipo de leche le había llevado, que eso no servía
pa nada, que le llevara leche de la buena de verdad, ella intentó explicarle
pero no consiguió convencer a la feligresa, por lo que al día siguiente la
leche que le llevó tenía algunos litros de agua, cuando la hirvió no se le derramó,
con lo cual le dijºo que esa que le había llevado sí era leche buena.
El agua no se echa fuera del cacharro, hierve pero no se derrama, la leche
pura sí».
A este respecto, recogimos también la información que reseñamos bajo
estas líneas. De este testimonio se puede deducir que, la gente que jamás
había tenido animales y no sabía cómo era la leche de verdad, estaba tan acostumbrada
a tomarla rebajada con agua- porque no habían visto otro tipo en
la vida- que creían que ésa era la auténtica:
«Las mujeres de Santa Cruz creían que sabían cuándo la leche era
buena, pero no sabían; ellas se mojaban el dedo en la leche y echaban el
brazo pa atrás, si la leche les llegaba al codo decían que era buena, si les
quedaba por el camino decían que no lo era, pero es justo al revés».
1 ALEMÁN, Gilberto: Lecheras, gangocheras y vendedoras. Colección Cronos. Gobierno de
Canarias, Consejería de Agricultura y Alimentación (1995) , p. 29.
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Las vacas se ordeñaban dos veces al día, como en la actualidad, sólo que
en aquellas épocas el panorama era muy distinto, las vacas eran, fundamentalmente,
animales destinados al trabajo del campo, resultaban esenciales, por
ejemplo, para arar, trillar, segar, tirar de las carretas, carros, etc. por lo que las
condiciones no eran las mejores para la producción de leche, que a lo sumo
podía ascender a doce o quince litros entre los dos ordeños; hoy la media de
una explotación destinada a esta producción es de veinticuatro, y hay reses
que pueden dar cuarenta o cincuenta litros al día.
«La vaca basta no da mucha leche, pero la que da es muy buena».
A lo mencionado con anterioridad hay que añadir que, la raza más abundante
era la bovina canaria- conocida por vaca basta-que tiene actitud cárnica,
de fuerza de tiro y láctea, pero, por contrapartida, al tener esta triple actitud,
no destaca especialmente en ninguna de ellas. Hay razas que sólo poseen
actitud láctea: son las que hoy en día se encuentran en la totalidad de las
explotaciones destinadas a tal fin.
«Los ganaderos tenían vacas bastas en la cuadra, y 'alguna vaquita inglesa'
».
Las vacas conocidas por inglesas son las «blancas y negras», las vacas frisonas.
Había explotaciones en Santa Cruz de estas vacas, era lo que se conocía
por «la lechería» . También había ejemplares de una raza conocida por «vaca
del seis» - variedad Jersey- que son animales de capa roja, muy pequeños y
destinados a la producción láctea en exclusiva, sin embargo, el número de
estos animales era limitado.
Hubo gente más y menos honrada, como en todos lados y en todas épocas,
lo que es indudable es que, quien más, quien menos, añadía un poco de
agua al producto, cada cual por sus motivos, pero también se encontraron:
monedas de cobre, agua con bicarbonato, orines, sal -para darle peso-2,
«reunido»- para darle color-, «también oí que había unas hermanas que quemaban
azúcar y se la echaban para darle color y peso al mismo tiempo». Los cazos
2 ALEMÁN, Gilberto: Op. cit.
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de agua los llevaban escondidos para evitar inspecciones, en algunos cazos llevaban
agua serse, sin más contemplaciones.
«Se le echaba un poco de agua a la leche, pero poca cosa, más que nada
pa los niños porque si no les hacía daño la leche tan pura».
«Había gente que las miraba mal porque le echaban agua a la leche,
algunas lecheras hicieron mucho daño, vendieron leche en polvo y otras
ruindades ... »
«Había lecheras que eran más aguadoras que otras, alguna le echaba
litros de agua a la leche, a mi madre le daba pena echarle agua, sobre todo
por los niños, echarle agua a la leche que tomarían los niños, que algunas
veces era lo único que comerían .. . »
«Los ganaderos a veces vendían la leche ya un poco rebajada con agua,
luego las lecheras le echaban también. . . en unos ocho litros de leche se
echaban dos de agua, con agüíta limpia, eso sí, con agüíta que se cogía del
tanque sólo pa eso».
Nos relataron que, en una ocasión, la hija de una lechera llevó la leche a
una vecina. Ésta le puso un poco de agua al cacharro para enjuagarlo, y la niña
le dijo: «¡no le ponga más agua que mi madre ya le echó!» ... la mujer no les volvió
a comprar más leche. Toda esta picaresca llevó a las autoridades del momento
a tomar cartas en el asunto para intentar garantizar a los compradores
la calidad del producto. Como en todo, hubo varias fases, al principio de una
forma más suave, hasta que finalmente se recrudeció la ley. En las zonas más
alejadas de la capital (Santa Cruz), la situación fue vivida de una forma diferente,
nos han comentado que la actividad profesional de lechera se mantuvo
muchos años más, hasta la década de los ochenta, sin embargo, en este trabajo
abarcamos geográficamente el área de la zona metropolitana, Santa CruzLa
Laguna.
Las primeras acciones que se tomaron comenzaron por enviar guardias a
pesar la leche, hemos recogido el sobrenombre de «machos» para estas personas.
Para efectuar el pesado, los guardias iban provistos de un «pesa leche»,
había varios modelos, que, con el tiempo, fueron siendo cada vez más precisos.
Se trata de flotadores de vidrio lastrados con perdigones de plomo en la
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LECHERAS : LAS CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
Diferentes modelos de «pesa leche».
parte inferior; la parte superior está graduada con una escala desde la que se
hace la lectura. La densidad de la leche está comprendida entre los l '028g/ml
y l '033g/ml, dependiendo del tipo de vaca. Fuera de estos parámetros, con
valores que difieren de este rango, encontramos una leche adulterada, fundamentalmente
por la adición de agua. Al añadir agua la densidad de la leche
decrece. La densidad se mide de una forma muy sencilla y directa, por medio
de una probeta graduable con los valores de las densidades, dentro de la cual
se introduce la leche a valorar, con cuidado de no formar espuma. En el interior
de la probeta se suelta un lactodensímetro, galactómetro o pesa leche, que
se deja quieto hasta que flote naturalmente. Finalmente se procede a la lectura
directa en la probeta.
«Los guardias la pesaban y si estaba en lo azul tenía agua, en lo amarillo
todavía se podía pasar. Si la leche estaba mala te la retenían en comisaría
y cuando la faeras a buscar tenías que pagar una multa».
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AN IAGA AFO NIO MARICHAL
«En Santa Cruz había un señor que se llamaba Sebastián, él era del
ayuntamiento o del gobierno ... y estaba allí pa inspeccionar. Tenía un pesa
leche y si tenía agua se las derramaba. Las lecheras lo llamaban 'el macho:
huían de él como del demonio y él las perseguía sin piedad, procuraban
avisarse de dónde estaba pa coger otro camino».
«Los guardias eran unos sinvergüenzas. Analizaban la leche, había
guardias especiales pa eso, pa ir detrás de las lecheras; nos avisábamos: ¿Pa
dónde está?:· ¿en Salamanca?:· ¿sabes algo?'».
«La que nos vendía a nosotros en El Tosca! era una señora del Muelle
del Bufadero, parte de la leche era de ella y parte era comprada. Dimos con
ella porque mi padre era guardia y a ellos los mandaban detrás de las lecheras
pa multarlas o requisarles la leche, estaban autorizados a mirar las
garrafas ... mi padre la trancó echándole agua a la leche, después de eso trataron
y ella nos la llevaba (. . .), a mi madre se la traía buena porque mi
padre era guardia, pero ella cogía agua en mi casa pa echarle a los demás,
a veces fregaba las cacharras en mi casa (. . .)».
Modelo de «pesa leche» donde puede leerse en el papel «Pesa leche familiar».
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LECHERAS : LAI CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
Fielato de Vistabella, (Santa Cruz de Tenerife) desde 1900, hoy Centro de Iniciativas
Turísticas (CIT) .
EL FIELATO
Otra de las medidas tomadas para intentar regular el comercio ilegal fue la
obligatoriedad del pago de un impuesto por la venta de estas mercancías. El
pago se efectuaba en los «fielatos», que estaban situados estratégicamente en
las zonas de paso de los vendedores, configurando una eficiente red por toda
la isla. Las conocidas como casetas del fielato eran los lugares físicos en los que
debían detenerse para efectuar el pago del impuesto, conocido, así mismo,
con el nombre de «fielato»; por derivación, las personas encargadas de cobrarlo
eran «los fielateros».
« Tenían que parar en el fielato a pagar el impuesto .. . había uno en La
Cuesta, otro en Vistabella. . . también en San Benito y en La Concepción;
si pagaban en un lado no pagaban en el otro; les daban un papelito para
justificar que habían pagado, tenían que enseñarlo a los guardias ... ahora
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ANIAGA AFONSO MAR l( HAL
nos parece que pagaban una poquedad,
pero en aquellos tiempos
era dinero (. . .); tenían que pagar
la leche, el fielato, la guagua o el
camión y luego sacar algo de beneficio
(. . .)».
Si se enteraban «del fielato» se avisaban
y, en algunas ocasiones, les
daba tiempo de bajar por detrás y escondían
alguna cacharra para no declararla
y pagar menos. Había ocasiones en las que no tenían suerte y las reconocían:
«Oiga usted, que la estoy conociendo por el abrigo» y tenían que volver
atrás y declarar todo lo que llevaban.
LECHERAS, CAZOS, CESTAS, MEDIDAS
Las técnicas para intentar sacar más rendimiento a la mercancía eran variadas,
también los cacharros de medida con los que compraban y vendían tenían un
pequeño truco. Los de comprar eran algo más grandes que los de vender.
«Apenas un dedito o medio dedito
(. . .), ahí es donde podíamos
sacar algún beneficio, pero era difícil,
porque luego pedían rebozo».
«Siempre querían 'el chorrito:
decían: 'ay!,¿ hoy no me pones el
chorrito?: pero las lecheras eran
más listas y al medir el litro lo
torcían un poquito y le echaban
menos, porque si le ponían rebozo
a todo el mundo al final lo que
tenían eran pérdidas».
Los cazos (lecheras) y las medidas,
las hacían los latoneros, trabaja-
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LECHERA\ : LAI CIRCUNSTANCIAi Y LA VIDA
Medida «aferida», en este caso se trata
de una reproducción de plástico,
pero tiene las mismas marcas que
colocaba el latonero.
Latoneros. Decoración de carreta en la
Romería de Tegueste (Tenerife), 2005.
dores del metal que vieron mermar su oficio cuando las producciones comenzaron
a venir en serie de las fábricas correspondientes, ningún pequeño
comerciante puede hacer frente a eso, lo que fueron los comienzos de la globalización.
Existía, pues, esa complicidad entre los latoneros y las lecheras, ya
que entre ellos guardaban el secreto de las verdaderas dimensiones de unas y
otras, las de vender y las de comprar.
«Al litro le ponían un doble fondo, se lo encargaban así al latonero
(. . .), también le decían: 'la medida hágamela ratíña; que significaba que
les hiciera una medida coja, que llevara menos de lo que le correspondía,
por eso estaban los 'litros aferidos; que digamos que eran algo así como los
que estaban homologados, tenían que tener la marca del litro que el latonero
colocaba con un poquito de estaño».
«En Santa Cruz había hombres que eran ladrones de cazos, había
tanta hambre que hasta eso robaban, si se escuidaba le pegaban a uno».
Las cestas lecheras las hacían los artesanos, aunque también se podían conseguir
en alguna que otra lanería. Cuando se estropeaban las tiraban porque,
a diferencia de los cazos y medidas, que si se salían podían «arreglar» pegando
un poco de jabón, las cestas cedían mucho y ya no les servían. Los mate-
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ANIA GA AF ONIO MAR IC HAL
Cesta con los cazos colocados: «cuatro cazos justos dentro y uno al medio».
riales empleados para su fabricación eran: varas de afollados («eran las mejores
»), cañas («mdsflojas») o de mimbre («las menos»).
«La cesta era cuadrada con cuatro asas, cuatro cazos grandes iban debajo,
uno grande al centro y alrededor se ponían todos los que se podían, y
todos llenos de leche (. . .);yo llegué a ir con dos grandes de diez litros amarrados
a las asas».
Mientras iban haciendo el reparto dejaban la cesta, con el resto de los
cazos, en alguna casa de confianza, y, al final del recorrido, volvían a buscarla.
De esta forma evitaban ir cargadas con todo el peso, con el riesgo, además,
de que la mercancía se les estropeara o derramara.
«Cuando hacía mucho calo~ le poníamos unos paños mojados encima
de los cazos para evitar que la leche se cortara».
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LECHERAS: LAS CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
«Cazo», litro y cacharro de ordeño, los «utensilios» de la leche.
Su vestimenta estaba compuesta por lonas, delantal blanco y sombrero. «Si
no íbamos con el delantal blanco nos ponían un duro de multa». Algunas vestían
de negro, otras con las ropas de que dispusieran. Llevaban un ruedo que se
colocaban dentro del sombrero y la cesta encima, lo hacían con un trozo de
tela enrollado y servía para «no molerse la cabeza». En algunas ocasiones tenían
que ayudarse a cargar y descargar porque era demasiado peso para que lo pudieran
hacer solas.
Tenían un bolsillo en la parte anterior del delantal, donde guardaban las
monedas, los billetes los colocaban en otro bolsillo más cercano al cuerpo,
para más seguridad.
«Se amarraban en la cintura un bolsito con las perras, tenía una
cremallerita por un lado, y en otro ladito tenían dinero suelto pa devolver
».
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AN IAGA AF ONIO MARICHAL
Lechera (1885-1890).
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LECHERA\ : LAI CIR(UNITAN(IAI Y LA VIDA
Lechera (1895-1900).
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fotografía: Archivo de Fotografía Histórica de Canarias. fEDAC/Cabildo de Gran Canaria
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2017
LECHERAS: LAS CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
La normativa exigía que fueran identificadas con su carnet de lecheras, lo
que ayudaba a tener un control sobre las personas que ejercían esta actividad;
ir vendiendo leche sin el carnet podía suponer una grave sanción. « Teníamos
que ir de sanidad», ir enfermas· con la leche también podía suponer
una sanción.
Los años de trabajo les concedían una habilidad especial:
«Estábamos tan apulsadas que vaciábamos un litro dentro de las botellas
sin fonil ni nada».
La leche es un producto muy delicado que se estropea con facilidad, si se
les cortaba por cualquier razón (y era medianamente fácil que esto sucediera:
cambios de temperatura, suciedad, ajetreo . .. ), los ganaderos, en caso de que
la leche fuera comprada, les reclamaban igualmente su parte del dinero y ellas
no tenían con qué pagarles.
Fregaban los cazos con sosa y esparto, en las uniones del cazo tenían que
pasarle con un palito limpio para sacar la leche y la grasa que se quedaba depositada
allí, porque si no la leche se cortaba.
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AN IAGA AFO NSO MARl(H AL
«La leche se colaba con un trapo blanco, blanco, tenía que ser todo muy
limpio lo de la leche, luego las señoras, en las casas, la colaban también».
«Se fregaban los cacharros muy bien con esparto y unos palillos para
pasarlos por las rendijitas. Había que poner en agua los caz os y fregar muy
bien con esparto y jabón de la rueda o el lagarto, todo había que limpiarlo
muy bien porque la leche se corta con la suciedad».
« Todo eso sí lo viví yo, todo muy limpio siempre, los cacharros eran sólo
para la leche, cada cosa tenía su uso. Las cestas también, las de la leche eran
las de la leche y las de la fruta las de la fruta(. . .), las de la leche eran más
chatitas ... »
Un mandato del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, obligó a que la
venta de leche se hiciera «preferentemente en puestos fijos», donde las condiciones
de higiene y limpieza mejoraban considerablemente. Especificaba que la
leche debía estar a la venta del público en unas vasijas colocadas sobre mesas
de «mdrmol blanco», y que todos los vendedores han de estar en posesión de
una licencia municipal, así mismo, con respecto a los animales, comenzó a
haber un registro y un control: «todas las vacas, cabras, ovejas y burras productoras
de leche deberdn estar inscritas en un registro que llevard el ayuntamiento1>2.
Aunque parezca un poco extraño hoy en día, en aquellos tiempos la leche de
burra se consumía, destinándose, sobre todo, a niños que estaban débiles y a
los que la leche de vaca les podía resultar demasiado fuerte. En La Laguna se
llevaban burras para ordeñarlas en la calle La Carrera; en Santa Cruz y Taco
eran frecuentes los rebaños de cabras por las calles, que se ordeñaban donde
mismo para la venta de la leche.
Al ser un mercado pequeño había mucha rivalidad entre las lecheras, pero
a la hora de la verdad se ayudaban unas a otras con esa forma de entender la
solidaridad que da la escasez continuada de recursos. Tenían sus clientes fijos,
en su mayoría mujeres, las feligresas ( «Entre las feligresas unas eran buenas pagadoras,
otras les echaban fiados ... »); cada uno compraba a quien quería, no
tenían divisiones territoriales, por lo que la mayor o menor venta dependía
del factor humano: más o menos simpatía, precios, puntualidad, calidad ...
3 ALEMÁN, Gilberro: Op. cit.
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LECHERAS : LAS CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
Cazos con el nombre de los propietarios.
Cazo con el nombre del propietario (detalle).
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ANIAGA AFON IO MARI CHAL
«Las lecheras de Las Mercedes, de La Esperanza, del Ortigal ... cogieron
mucha fama, hicieron dinero y llegó un momento que compraron un
camionillo pa ir a Santa Cruz, entonces ya la leche era a otro precio y también
le podían echar más agua . .. »
La leche para los señores de las fincas no era como la de los demás, tampoco
se vendía de igual forma: «la leche de las fincas iba toda con candado y con el
nombre del dueño grabado». En ocasiones, la lechera correspondiente era la que
hacía la entrega, en otras el cazo viajaba solo en la guagua perrera, la jardinera,
o el camión ... no había posibilidad de pérdida porque el nombre del dueño
estaba grabado y cualquier afrenta a un cacique se podía pagar muy cara.
· «A los ricos le traían la verdura y la leche en las guaguas del correo,
venían las cacharras de leche con su nombre. Después fueron los camiones
los encargados de pasar por las fincas. Los sábados se les mandaba las frutas
junto con la leche (. . .). Ellos tenían cacharros dobles, así ponían unos
vacíos y se llevaban los llenos».
Había gente que no perdonaba que las lecheras se «enriquecieran». Llegada
la hora de la fiesta del pueblo alguna de ellas podía estrenar dos o tres trajes
diferentes, esto no sentaba bien en el seno de una comunidad profundamente
deprimida, en la que la llegada de las fiestas era el acontecimiento más esperado
e importante, dado que era una de las pocas posibilidades que se
tenían para conseguir pareja.
«La gente nos tenía envidia, nos miraban y decían: ¡ah, un delantal
nuevo!, ¡ah, un vestido nuevo!»
«Las lecheras había muchas que sacaban bastante dinero, estrenaban
hasta tres y cuatro trajes en las fiestas del pueblo».
EL CESE
La mayoría de las lecheras no abandonó su trabajo por gusto, sino, una vez
más, por necesidad. Se completó uno de esos ciclos que componen la existencia
y, de la misma forma que este oficio se creó debido a las carestías de las
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LECHERAS: LAS CIRCUNSTANCIAS Y LA VIDA
ciudades, fueron otras necesidades, las correspondientes a los nuevos tiempos,
las que obligaron a que se extinguiera. No podía ser de otra forma, ya que los
nuevos sistemas industriales iban a otro ritmo y la población demandaba
otros servicios. Las centrales lecheras comenzaron a recoger la leche de los ganaderos
a finales de los años cincuenta, principios de los sesenta, del pasado
siglo. Algunas lecheras siguieron vendiendo después de esta fecha, pero ya era
de forma clandestina.
« Yo continué hasta que ya no se pudo más, muchas siguieron a la escondida,
pero ya las centrales recogían la leche y era un peligro porque las
multas eran tremendas».
«En los últimos tiempos yo vendía por un lado y ella (la lechera), por
otro, ya no la acompañaba. Yo hacía el trayecto a pie, por la carretera de
Las Canteras a La Laguna, mientras ella bajaba en guagua a repartir a
los sitios más alejados. Las feligresas me tenían la vida amargada, querían
que faera la lechera y no yo porque pensaban que yo las engañaba y les
ponía mala leche (. . .), ella tenía que ir por allí de vez en cuando a pasarles
la mano y entonces se quedaban tranquilas un tiempo, pero luego
empezaban otra vez con la majadería».
«Recuerdo la última señora que vendió por aquí, se llamaba Gregaria
La Risquera, vivía en el Camino Tornero. Su marido la ayudaba a bajar
a Santa Cruz porque él trabajaba en el muelle, bajaban a Santa Cruz con
la leche en el burro».
«Más o menos en el año 56 dejamos de comprar, los guardias perseguían
a las lecheras porque aquello ya no se podía hacer, cuando las encontraban
les requisaban la mercancía o les tiraban las cacharras al suelo
y se las vaciaban todas».
De aquellas lecheras de antaño poco queda ya, van quedando ellas, con sus
recuerdos, sus vivencias, su anécdotas ... también su espíritu de mujeres luchadoras,
el trabajo ... la fama, merecida o no. Desde estas breves páginas quisimos
acercarnos a aquel mundo, tan diferente al nuestro y que tanto debemos
conocer, también para no repetir sus errores, pero para saber de dónde
venimos y cuál es nuestro lugar en el mundo.
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