HISTORIA
EL POBLAMIENTO DE FUERTEVENTURA HASTA
EL SIGLO XVII
RAMÓN F. DÍAZ HERNÁNDEZ
1.— RASGOS GENERALES QUE CONDICIONAN A LAS DOS CENTURIAS
EXAMINADAS
El comportamiento demográfico de Fuerteventura, como bien puede
distinguirse en los cuadros 1 y 2, se caracteriza, a grandes rasgos, por
mantener un ritmo tremendamente lento y por su potente discontinuidad.
Tanto es así que la palabra evolución nos resulta excesivamente
ancha en este caso particular. La referida discontinuidad se advierte no
ya tan solo en los períodos cortos y medios, sino incluso entre un año y
el siguiente. Hecho que confiere a Fuerteventura una peculiaridad difícilmente
parangonable. Apreciamos, en efecto, una tendencia demográfica
marcadamente sinuosa e irregular, en donde al lado de amplios paréntesis
de estancamiento, cuando no de auténticos retrocesos, aparecen
intervalos temporales de tendencia opuesta. Es decir, favorables a momentáneas
expansiones poblacionales'.
Los altibajos a los que se hace alusión expresa, como casi todos los
que resultan propios de sociedades atrasadas de base agraria^, se explican
en función de las coyunturas favorables o adversas de la economía
insular. Como es bien sabido la agricultura, junto con la ganadería y
pesca, eran entonces las principales bases materiales que sustentaron
durante mucho tiempo la mayor parte de la actividad productiva y la
supervivencia de los isleños hasta el momento presente, en que se consolida
la industria turística^.
1. En general, las relaciones de habitantes y recuentos poblacionales confeccionados
antes del período estadístico (finales del siglo XIX) no tienen, en la mayoría de las ocasiones,
más que un valor aproximativo. En el presente trabajo se cuenta con este «handicap».
2. LEBRUN, Frangois: «Les crises démographiques en France aux XVIl" et XVIII"
siécles», Annales, págs. 205-234. N." 2, 35° Année, Mars-Avril, 1980.
3. Los productos que esta Isla ha ofertado desde un principio fueron los siguientes:
orchilla,cal, barrilla, ámbar (según la Descripción de las Islas Canarias hecha en virtud
15
CUADRO N.» I
Recuentos poblacionales de Fuerteventura hasta 1641
. . ür ^- /-• * Estimación en
Anos Efectivos Concepto . . .^ .
habitantes
1400
1440-1450
1567
1585
1591
1629
1.641
200
1.200
280
219
2.000
500
334
Pastores
Personas
Vecinos
Vecinos
Personas
Vecinos
Vecinos
900
1.200
1.260
985
2.000
2.250
1.503
Fuentes: Véanse las notas. Cuando las cifras contabilizan vecinos se ha aplicado el índice
4,5 recomendado por J. Sánchez Herrero.
CUADRO N.» II
Dinámica interna de la población de Fuerteventura entre 1676 y 1688
Años P«Wf;ón Individuos/ fatalidad Mortal. Saldo Veg.
total familia
1676 3.314 4,85 36,21 26,07 10,14
1678
1679
1680
1681
1682
1683
1684
1686
1687
1688
3.579
4.064
3.889
3.895
3.504
4.064
2.123
3.223
3.498
3.912
4,58
4,55
4,45
4,35
4,10
4,55
4,34
4,49
4,41
4,23
46,38
35,67
32,14
35,43
57,64
35,67
19,78
31,64
38,59
36,29
24,30
27,31
30,34
53,40
25,68
27,31
28,26
26,68
20,86
18,66
22,08
8,36
1,80
-17,97
31,96
8,36
-8,48
4,96
17,73
17,63
Fuente: J. Sánchez Herrero: La población de las Islas Canarias en la segunda mitad del
siglo XVII (1676-1688), «Anuario de Estudios Atlánticos», 21 Madrid-Las Palmas,
1975, pp. 237-417. Elaboración propia.
16
Esta débil apoyatura económica, conviene subrayarlo, se fractura a
la menor dificultad. Su vulnerabilidad y precariedad residen en las propias
condiciones naturales de la geografía isleña (largos períodos secos,
temporales, erosión de suelo, plagas de todo tipo,...) así como en su disposición
marginal en el entramado sociopolítico del Archipiélago. Tanto
repercuten los expresados condicionamientos en aquel espacio que
necesariamente han tenido que determinar el que los majoreros hayan
existido siempre al límite de la subsistencia, cuando no bajo el signo
multisecular de la fatalidad o adversidad estructural, como intentaremos
demostrar en el presente ensayo.
2.— POBLACIÓN Y POBLAMIENTO HASTA EL SIGLO XVI
Sin entrar en detalles, una de las primeras apreciaciones que conocemos
sobre el poblamiento de Fuerteventura nos la proporciona Nico-loso
da Recco en el año 1341. Este conocido viajero afirma que Erbania
fue «La primera que han descubierto, tenía 140 millas de circunsferen-cia;
toda ella era una masa de piedra, inculta, pero abundante en cabras
y otros animales, y muy poblada de hombres y mujeres...''. Quizás lo de
muy poblada nos parezca hoy una afirmación un tanto exagerada y discutible.
Todo depende, claro está, del punto de referencia que eligiera
el mencionado Recco.
Una vez pacificada la isla —cosa que suponemos debió ser relativamente
fácil precisamente por el escaso número de habitantes— y se
impone una nueva administración, se empezaron a registrar documen-talmente
los eventos más notorios que nos hablan ya de crisis recurrentes
a causa de las sequías, hambrunas generalizadas por la escasez
y las malas cosechas, brotes epidémicos de todo tipo, migraciones más
o menos masivas, así como de otros muchos infortunios insuperables:
temibles ataques piráticos siempre acompañados de saqueos, raptos y
desvastaciones. Sobre esto último nos dice Luis Alberto Anaya en su
trabajo titulado «Nuevas aportaciones a la historia de la piratería nor-teafricana
en las Canarias orientales», que la cercanía a las costas del
vecino continente, las numerosas caletas y fondeaderos, unido al ex-del
mandato de S. M. por un tío del Licenciado Valcárcel por E. Dorta, Revista de Historia,
1943) y esclavos. George Glas dice en su Descripción de las Islas Canarias que
Lanzarote y Fuerteventura eran el granero de Tenerife y La Palma.
4. HERNANDEZ-RUBIO CISNEROS, J.M.: Fuerieventura en la naturaleza y la
historia de Canarias. Tomo I, Cabildo Insular de Fuerteventura, 1983, págs. 595-596.
17
tenso perímetro del litoral hacían imposible articular un sistema defensivo
eficaz.
Otro factor que siempre incidió y muy negativamente en el pobla-miento
de Fuerteventura fue el dominio señorial que, entre otros tantos
abusos de poder, imponía a los isleños un agobiante sistema fiscal superior
en casi un veinte por ciento al habitual en las islas de realengo.
Infortunios de características como las descritas constituían motivo
más que suficiente como para justificar sobradamente el que el pueblo
majorero se ausentase de la isla cuando hacían su aparición las azarosas
anualidades. Las salidas hacia otras islas —a veces al ser forzados a enrolarse
en la conquista de Tenerife y Gran Canaria o en las milicias señoriales
que iban de cabalgada hacia Berbería—, con carácter temporal
o definitivo, tuvieron rango de constante histórica. Apoyando lo dicho,
los trabajos de Roldan Verdejo nos hablan insistentemente de todo ello,
especialmente el titulado El hambre en Fuerteventura (Santa Cruz de
Tenerife, 1968).
A comienzos del siglo XV la situación había continuado sin cambios
sustanciales. «La población de la Isla —señala V. Martínez Encinas''
''•'.— era sumamente reducida. Unos 200 pastores con sus cabras...
». Afirma, además, el mencionado autor que salvo la Villa de Be-tancuria
la isla estaba prácticamente deshabitada. El primer recuento
poblacional del que tenemos noticias indica que entre 1440 y 1450^
Fuerteventura tendría algo así como 1.200 personas, concentradas básicamente
en la comarca de La Villa capitalina y en sus inmediaciones.
De ser esto cierto, seguiríamos como antes contando con un poblamien-to
escaso, toda vez que no alcanza aun al habitante por kilómetro cuadrado.
Lo que indicaría, por otra parte, que al desmantelamiento de la
sociedad aborigen no se agregó un poblamiento posterior que acrecentara
mínimamente los recursos humanos preexistentes. Por lo que se
puede apreciar, la invasión de normandos y gascones, así como la llegada
más tarde de andaluces, extremeños y portugueses poco o nada aportó
al volumen de población que ya tenía la Isla con anterioridad del
cambio de administración.
De la actividad de estos primeros pobladores se conocen pocas no-
4. (bis) MARTÍNEZ ENCINAS, V.: La endogamia en Fuerteventura. Excma.
Mancomunidad de Cabildos de Las Palmas. Plan Cultural, 1980, pág. 112.
5. Vicente MARTÍNEZ ENCINAS: «El lulismo en Fuerteventura». LA PROVINCIA
(13-V-1979). Del mismo autor: La endogamia..., págs. 112-113. Luis A. ANAYA
HERNÁNDEZ: «Nuevas aportaciones a la historia de la piratería norteafricana en las Canarias
orientales». Primeras Jornadas de Historia de Fuerteventura y Lanzarote. Puerto
Cabras, 24 al 29 de octubre de 1984.
18
ticias. Lo único que se sabe de ellos son los frecuentes pleitos que dirimen
entre sí y, sobre todo, las comparecencias ante los escribanos de
Las Palmas para realizar operaciones de compraventa u otorgamiento
de poderes y testamentos. Ya en 1521 vemos como algunos majoreros
se presentan a la escribanía de Alonso Gutiérrez^ con el fin de comprar
o vender ganado, bestias de carga, tierras y casas radicadas en Fuerte-ventura.
De entre todos sobresale el activo Juan Lorenzo, propietario
de ganado «de su marca y hierro», el cual tenía ubicado en el lugar conocido
por Fuente de la Torre.
Después de un largo período de más de cien años sin que se hicieran
recuentos poblacionales (que nosotros sepamos) aparecen dos relaciones
verdaderamente importantes. La primera es una relación general
auspiciada por el Santo Oficio en el año 1567'. En ella se elevaba el vecindario
a la cantidad de 280 núcleos familiares. Casi dos décadas después,
o sea, en 1585\ contamos con una interesante «Relación de vecindario
por los obispos de la Corona de Castilla», que rebaja en unos
61 la cifra estimada anteriormente, para dejarla en tan solo unos 219
vecinos. Por lo tanto, suponiendo que cada vecino equivaliese a 4,5
personas —índice que por otra parte parece razonable para la época en
cuestión'—, se puede inferir que a finales del dieciséis Fuerteventura
no tendría más que un millar escaso de habitantes, en términos aproximados.
Con lo que constatamos un avance ciertamente exiguo.
Pero, sin embargo, esa magnitud subvalora un tanto la dimensión
real del pueblo majorero. Hecho este sobre el que no parece existir la
menor sombra de duda y que, además, se puede demostrar examinando
otras aportaciones; por ejemplo, la «Descripción de las Islas Canarias
hecha en virtud del mandato de S. M. por un tío de Licenciado Válcar-cel
» señala literalmente que «... tiene la ysla vn lugar bueno que entre
él y las demás población de la ysla contaría con unos 1800 vezinos...»
Si aceptamos esta última valoración resultaría una cifra muy superior
al millar. Para ser exactos, unos 1800 isleños en total. Volumen
6. LOBO CABRERA, M.: Protocolos de Alonso Gutiérrez (J520-1521), Instituto de
Estudios Canarios-Aula de Cultura de Tenerife. 1979.
7. «Abecedario de Familiares, comisarios y ministros del Santo Oficio. 1605».
XXXIlI-14 Museo Canario. Refiriéndose a Fuerteventura dice literalmente que «Santa
María de Betancuria 280 vs.».
8. «Relación de vecindario por los obispos de la Corona de Castilla». Archivo General
de Simancas. Sección del Patronato Eclesiástico. Legajo 136. Cf. El Museo Canario,
Las Palmas, N.° 8, 1936, págs. 99-100.
9. SÁNCHEZ HERRERO, J.: «La población de las Islas Canarias en la segunda mitad
del siglo XVII (1676-1688)». Anuario de Estudios Atlánticos, N.° 21, Madrid-Las Palmas,
1975. pp. 237-417.
19
este último que se acerca un poco a la estipulada por Torriani '*' lo que
supone ya demasiada coincidencia. En efecto, el célebre fortificador del
litoral canario, en su visita a la Isla en 1591, observó que ésta estaba
casi deshabitada, con la salvedad de Betancuria que disponía de unas
150 casas. Eso le llevó a formular su ya conocida teoría de la indefensión
de las costas, ya que consideraba que con tan escasa población
(«no hay más de 2.000 almas») los hombres disponibles para la protección
de la Isla eran manifiestamente insuficientes, puesto que no llegaban
a 300.
Como puede apreciarse —y aun admitiendo la dudosa fiabilidad de
algunos recuentos— hasta el siglo diecisiete el crecimiento demográfico
es en buena medida inapreciable. Hecho que nos remite a lo que ya se
señaló al principio: la lentitud como rasgo más pertinaz en la dinámica
demográfica de Fuerteventura en esta época.
Y es que en este largo período de tiempo los acontecimientos adversos
fueron constantes y de tamaño calibre como para justificar una
arritmia casi permanente en el proceso poblacional. Así, entre 1497 y
1507, los Acuerdos del Cabildo de Tenerife narran las epidemias de
pestilencia, de modorra y también de «muerte negra», como agentes
que abatieron a las Canarias orientales".
Tampoco podía faltar la presencia de los corsarios en estas aguas,
atemorizando a los isleños y obligándoles a residir en el interior de
Fuerteventura, lejos de la mirada de tan temibles visitantes. En una
comparecencia que hicieron el ocho de octubre de 1552 los hermanos
Blas González y Francisco Méndez, naturales de la localidad portuguesa
de Lagos, ante el escribano de Las Palmas para vender el navio «La
Consebsión», dijeron que los aparejos y ancoras estaban en Fuerteventura.
Estos instrumentos pertenecían al expresado navio pero fueron retirados
del mismo al ser abordado por corsarios franceses (LOBO, M.:
índices y extractos de los protocolos de Hernán González y de Luis Fernández
Rasco, escribanos de Las Palmas, Las Palmas, 1982).
En 1554, una epidemia se introdujo en la isla provocando una gran
mortandad entre los majoreros'^. De otra parte, se sabe que en 1593
10. TORRIANI, Leonardo: Descripción e Historia del reino de las islas Canarias.
Santa Cruz de Tenerife, 1969. págs. 84-86.
11. HERNANDEZ-RUBIO CISNEROS, J. M.: Op. Cit. pág. 546. Sobre la modorra
puede verse un reciente e interesante artículo de Carlos Bosch Millares titulado «La modorra
anticipó la conquista de Canarias» en el Suplemento Dominical-La Provincia
(IO-IV-1983).
12. VIERA Y CLAVIJO, J.: Noticias de la Historia General de las Islas Canarias.
Ed. Goya. Santa Cruz de Tenerife, 1971. T. I", pág. 808.
20
una de las tantas sequías que asolaron a la isla entera originó una hambruna
espantosa a consecuencia de la cual falleció mucha gente y otras
tantas tuvieron que abandonar Fuerteventura'\ Pero como casi siempre
las desgracias vienen acompañadas, en este mismo año desembarcó
el pirata norteafricano Xabán Arráez''', causando el pánico entre la población
y llevándose al cautiverio a numerosos majoreros.
La carencia de lluvias durante prolongados períodos y sus secuelas
nocivas en la escasez de alimentos para la población y el ganado se intentó
mitigar con la fundación de un pósito que, en adelante, previniese
las necesidades más perentorias'^ No creemos, sin embargo, que con
esta acertada medida se conjurasen las adversidades, puesto que las crisis
de subsistencia se seguirán reproduciendo, como se verá más adelante
en numerosas ocasiones. Y con ésto llegamos al siglo XVII.
3.— CRECIMIENTO PERO CON FRECUENTES SOBRESALTOS DURANTE EL
XVII
Durante el diecisiete nuestra Isla va a conocer un aumento de su
población hasta el punto de duplicar sus efectivos humanos. Esto último
tiene, lógicamente, cierta relevancia por cuanto que no tenemos
constancia de que hubiesen remitido o al menos atenuado el alcance de
los tradicionales obstáculos al crecimiento. Todo lo contrario. Persisten
con igual o peor intensidad de forma similar a cómo asolaron en la centuria
precedente.
Las referencias al volumen demográfico siguen siendo también escuetas
y, en muchos casos, hasta contradictorias; dejando importantes
claros que pueden abarcar intervalos de tiempo amplios de hasta varias
décadas. Veamos a continuación algunas de las más significativas.
En primer lugar contamos con el testimonio del inquisidor Santalix
que en 1624 da cuenta de su visita a Lanzarote y Fuerteventura a la Suprema.
En síntesis viene a decir que dichas islas «eran muy pobres y
despobladas, abiertas donde de ordinario andan moros y otros corsa-
13. MARTÍNEZ ENCINAS, V.: «Fuerteventura 1590-1599. Un pueblo en crisis o el
principio de la agonía señorial». La provincia.
14. RUMEU DE ARMAS, A.: Piraterías v ataques navales contra las Islas Canarias.
C.S.I.C. Madrid, 1947-1950.
15. Bendijo este establecimiento el entonces vicario de la Isla Don Ginés Cabrera Be-tancor.
16. En la citada obra de Luis Alberto Anaya se incluye una interesante declaración
que hace el excautivo malagueño Juan Andrés a los oidores de la Audiencia acerca de que
21
rios»'^. No parece muy veraz la visión dada por el funcionario del Santo
Oficio. O, cuanto menos, se contradice manifiestamente con la información
más seria recabada solo cinco años después. En efecto, la primera
relación fiable en términos aproximativos nos la proporciona en
1629 las Constituciones Sinodales del obispo Cámara y Murga. En ellas
se asegura que «toda la Isla tendrá como 500 vecinos divididos en muchas
caserías; solo la Villa tendrá como 100...». Por lo tanto, si damos
crédito a esta estimación resulta que la población total sobrepasaría
confortablemente los dos millares de almas, en tanto que solamente la
villa-capital, Betancuria, rondaría los 500 parroquianos.
Sin embargo, doce años después, concretamente en 1641, el Cabildo
majorero'^ recorta la cifra aportada por el obispo de Canarias dejándola
en solo 334 vecinos. Es decir, en unos 1.500 habitantes aproximadamente.
Ahora bien, un altibajo como el descrito, además de poner en evidencia
las posibles inexactitudes propias de la época, puede ser considerado
hasta como normal habida cuenta la incidencia de las adversidades
que, una y otra vez, golpearon a la Isla reduciendo súbitamente su volumen
poblacional.
No obstante, pronto volvió la población a recuperarse del percance
toda vez que el Cabildo asegura que, entre los años 1668 y 1669 «la vecindad
de la Isla solo será de 500 vecinos pobres». Aprecíese que esta
vez se ofrece una cantidad igual a la que en años anteriores dieran las
Sinodales'^, y que, por si fuera poco, coincide con un período de crisis
alimentaria.
Después de estas noticias entramos en uno de los numerosos paréntesis
de oscuridad en que escasea toda alusión acerca de la población.
Ya en las postrimerías de la centuria, exactamente entre 1676 y
1688, contamos con la valiosa información suministrada por el «documento
base» '^, con el cual se puede conocer a grandes rasgos los recursos
humanos con que disponía Fuerteventura a finales del diecisiete.
Durante estos años, nos encontramos con cantidades máximas del orden
de cuatro mil habitantes —precisamente en las anualidades de
1679 y 1683—y mínimas como la 1648, con solo 2.123 individuos.
los piratas norteafricanos consideraban a Lanzarote y Fuerteventura como «Yslas de poca
fuerga y sin piegas».
17. ROLDAN VERDEJO, R.: Acuerdos del Cabildo de Fuerteventura, T. 1° pág.
256.
18. ídem, act. 94. T. 11.
19. SÁNCHEZ HERRERO, J.: Op. CU.
22
Estas oscilaciones —a veces bruscas— restan algo de credibilidad a
las cifras del citado «documento base». Cierto es que la dureza de los
acontecimientos adversos explican en parte los desniveles que se dibujan
en el Cuadro 2.
En esta centuria las plagas asolaron con frecuencia a Fuerteventura
con la virulencia de los períodos anteriores. Plagas de langosta africana,
de extraordinaria voracidad, que sobrevinieron en los años 1623, 1626,
1659, 1669 y 1691, arrasaban todo cuanto verde existía en la sedienta
Isla. Los ratones y cuervos llegaron a reproducirse en cantidades ingentes
hasta constituir verdaderos azotes para la agricultura y el ganado, en
especial durante 1608, 1616, 1624 y 1627^0.
Así mismo, la alhorra^' destruyó las cosechas de trigo, cebada y
también las lentejas, en 1643 y 1666. Dentro de estos contratiempos se
inscriben también los efectos desvastadores de las calimas, el tórrido levante,
temporales y hasta se menciona en alguna ocasión los negativos
efectos del llamado ganado «guanil».
Con este panorama desesperanzador no resulta forzado intuir la
profusión de situaciones plagadas de crisis carenciales, en donde por
faltar no se disponía siquiera de semillas para sembrar. Es por ello que
se conocen en esta época varias coyunturas críticas, pero ninguna tan
calamitosa por sus trágicas consecuencias como las que sobrevinieron
durante 1647 a 1652 y desde 1682 a 1685.
La primera crisis se extendió durante un quinquenio aproximadamente
y sus efectos fueron aterradores. Se asegura que la miseria ante la
falta de alimentos de primera necesidad alcanzó el grado de catastrófica,
diezmando sin paliativos a la población-.
Más este siniestro episodio no adquirió con mucho sino la categoría
de ensayo general respecto a la «gran crisis» del siglo XVIL Efectivamente,
después del bienio bonancible de 1679 a 1681, de magníficas
cosechas, se abrió paso el quinquenio más dramático de la centuria. Las
cosechas de 1682 a 1685^^ fueron realmente pésimas, salvo la correspondiente
a 1683. Con lo que la escasez provoca situaciones de extrema
dureza de las cuales se hace eco el propio Cabildo majorero en 1684 al
estimar que se habían agotado las provisiones y aumentaba la exigencia
20. MARTÍNEZ ENCINAS. V.: La endogamia... págs. 29-36.
21. La «alhorra» era una plaga que atacaba a las mieses pudriéndose antes de que
madurasen.
22. ROLDAN VERDEJO, R.: Acuerdos... T. I, act. 478. Se dice allí que fallecieron
muchas personas de hambre por haberse consumido el grano guardado. Es más, no existía
ni hierba que poder ingerir.
23. M'm, T.lí.act. 201.
23
de alimentos. Por lo cual muchos isleños ya se habían desplazado a
Gran Canaria a buscar trigo para consumir y sembrar. Una muestra^''
que refleja lo extraordinario del momento vivido por el pueblo majorero
es que para que no se muriesen de hambre en la travesía se les daba
medio celemín de gofio.
Pero no queda ahí la cuestión. La situación se agrava tal como se
infiere de la lectura del acta cabildicia^^ que dice: «Vista la necesidad
existente... y andando por la Villa mucha gente pobre, que de seguir así
perecerá, acordaron que el barco... haga viaje a Canaria a llevar gente y
vuelva a llevar la que quedase».
Como puede apreciarse, la evacuación de la Isla se efectuó de la
forma prevista por el Cabildo majorero. Sin embargo, el peligro de despoblamiento
total de Fuerteventura alarmó al Alcalde Mayor que,
cuando no quedaban más que unos 130 vecinos y solo unos 150 hombres
en las milicias, cerró inmediatamente los puertos^^ para evitar la
indefensión total de la Isla.
Pero ni con la evacuación se logró evitar del todo las adversidades.
De los 600 isleños que embarcaron rumbo a Gran Canaria, una cantidad
apreciable de ellos fallecieron de inanición en los puertos. Sobre
esta cuestión contamos con un testimonio, expresión escalofriante, que
recoge la presencia de los majoreros en la capital grancanaria: «... por
las calles de Las Palmas pululaban flacos y desvalidos». Para colmo de
males, los pocos que consiguieron sobrevivir a tantos infortunios encontraron
inesperadamente otro al regresar a su Isla; el barco en que
hacían la travesía naufragó en jandía pereciendo ahogados en el mar
unas 140 personas.
4.— MOVIMIENTO NATURAL Y POBLAMIENTO DE FUERTEVENTURA A
FINES DEL DIECISIETE
El movimiento natural de finales del siglo XVII se distingue por
unas tasas de natalidad elevadas que, en ocasiones, bordearon el límite
mismo de la fecundidad fisiológica. La media de la natalidad alcanzó la
cifra de 36,85 por mil, lo que en buena medida se corresponde con una
época sin control de los nacimientos e, incluso, con actitudes abierta-
24. Ibidem,T.n,¡ict. 194.
25. Acuerdos..., act. 185-201.
26. Acuerdos..., act. 194.
24
mente pronatalistas. Es decir, en un primer período de poblamiento y
de asentamiento de colonos, la exhaltación de la reproducción se hace
imprescindible para a su vez incrementar los nuevos vientres fecunda-dores
y garantizar así fuerza de trabajo en abundancia.
No debemos olvidar tampoco que la actitud propoblacionista trata
de conseguir al propio tiempo enfrentarse a otro problema grave y característico
de toda sociedad premodema: la fuerte mortalidad, y sobre
todo, la infantil.
Eso es lo que explica la presencia de anualidades excepcionales que
llegan a superar la cifra media del período bajo examen, como aconteció
en 1678, 1687 y, fundamentalmente, en 1682 en que el índice ascendió
a 57,64 por mil. Quizás, en este último ejemplo se trate en verdad
de posibles anomalías regístrales en los libros bautismales. De no
ser así se nos hace incomprensible constatar una natalidad tan exageradamente
gruesa en un año en que, precisamente, se produjo con toda
probabilidad la mayor crisis carencial de todo el siglo diecisiete en
Fuerteventura^'.
La mortalidad en estos años es también notable pero en términos
relativos. La cifra media estimada por nosotros se coloca en 28,07 por
mil. Ahora bien, los años que desbordan el promedio descrito podemos
considerarlos como especialmente calamitosos a consecuencia de la escasez
de alimentos ante las malas cosechas, sin que por ello descartemos
la posibilidad de brotes epidémicos locales. No se debe caer en la
tentación de pasar por alto que en los períodos premédicos —en ausencia
de controles sanitarios medioambientales— los agentes exógenos superan
ampliamente a los endógenos en la estructura de las causas de los
fallecimientos.
Con los datos disponibles se puede colegir que las anualidades más
duras para la población majorera debieron ser los de 1680 y 1684, con
valores del orden de 30,34 y 28,26 por mil, respectivamente. Pero el
año catastrófico por excelencia es, sin duda alguna el de 1681, por
cuanto que en el transcurso del cual fueron a la sepultura nada menos
que 53 de cada mil isleños. La muerte en una sociedad cerrada como la
de referencia y con una fuerte incidencia tiene necesariamente un excesivo
protagonismo.
La esperanza de vida al nacer, como resultado de unas tasas de defunción,
sobre todo de niños y párvulos, bastante elevadas, es ciertamente
encogida, tal como se refleja en el cuadro número 3.
27. MARTÍNEZ ENCIANS, V.; Op. CU. págs. 36-37.
25
Cuadro N." 3
Estructura de edades de la población de Fuerteventura (1686 y 1688)
Edades 1686 1688
Hasta 14 años 38,29 44,67
De 15 a 55 años 51,49 50,17
De más de 55 años 8,12 5,14
Fuente: «Documento base». Elaboración propia.
Entre 1686 y 1688, tan solamente el 8,12 y el 5,14 por ciento de la
población total conseguía superar el fatídico umbral de los 55 años.
Por consiguiente podemos concluir este aspecto señalando que la
alta mortalidad majorera en este período es responsable, a la vez, de
que la duración media de la vida sea sumamente corta. Pero, aun más,
la elevadísima incidencia de la mortalidad en niños recién nacidos y en
párvulos provocaría lógicamente una reducción de los núcleos familiares
cuya media no consigue aproximarse a la cifra de cinco componentes
por cada hogar.
El saldo vegetativo registra los mismos dientes de sierra que dibujan
tanto la natalidad como la mortalidad. La única novedad reside en
que el saldo vegetativo medio es bastante bajo con solo un 8,77 nuevos
majoreros por cada millar de habitantes. Ello se debe a que existen
anualidades tan críticas en que el balance entre bautizados y difuntos es
netamente favorable a estos últimos arrojando déficits de menos 8,48 y
de hasta 17,97 por mil, para los años 1684 y 1681, respectivamente.
También se aprecian saldos que, sin ser del todo negativos, son no
obstante manifiestamente menguados (como se aprecia en 1680 y
1686), aspecto este último que no suele ser habitual.
Cabe suponer a la vista de todo lo expuesto que la fuerte mortalidad
y, en especial, la que se produce en los años catastróficos, juega un
papel decisivo como contrapeso de las ganancias que se producen a
causa de la también alta natalidad. Lo que explica el por qué la lentitud
del crecimiento demográfico de nuestra Isla.
Con los recuentos consultados por nosotros cabe congeturar que
Fuerteventura jamás contó con un poblamiento continuo e importante.
Al contrario, nunca parece que sobrepasase los 2,5 —3 habitantes por
kilómetro cuadrado, incluso admitiendo que esta estimación es algo
exagerada. Ello nos remite a una economía de corte tradicional basada
en la explotación agrícola en «oasis» y la práctica de la ganadería extensiva.
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Los majoreros de fines del diecisiete contaban con unas 892 casas
liabitadas^^, concentradas sustancialmente en Betancuria y Antigua, en
el centro mismo de la Isla. Más al norte se encontraba el caserío de La
Oliva.
Estos tres enclaves fueron los primeros asentamientos en donde se
constituyeron históricamente las bases de la ocupación moderna de
Fuerteventura. A ellos debe añadirse Pájara que, siendo un modesto caserío
al término del siglo XV, con posterioridad, se va expandiendo
hasta convertirse en un pueblo relativamente importante de la comarca
sur. Tuineje, en la zona media sur de la Isla, era en 1590 todavía un
pueblecito que con el tiempo devendría en un núcleo importante y
próspero.
28. SÁNCHEZ HERRERO, J.: Op. Cit.
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