PREHISTORIA-ARQUEOLOGÍA
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EL IMPACTO DEL DESCUBRIMIENTO
DE INSCRIPCIONES ALFABÉTICAS EN
LA ARQUEOLOGÍA CANARIA DE LA SEGUNDA
MITAD DEL SIGLO XIX. LA INSCRIPCIÓN
DEL BARRANCO DE LA TORRE
(ANTIGUA, FUERTEVENTURA)
ALFREDO MEDEROS MARTÍN
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l. INTRODUCCIÓN
El descubrimiento de la escritura entre los aborígenes canarios, constatada
a través de los primeros grabados rupestres conocidos en las islas,
supuso una auténtica conmoción en los estudios sobre la Prehistoria de las
Islas Canarias porque rompía la imagen primitivista defendida por la escuela
antropológica racial de un guanche heredero del hombre de CroMagnon.
Gracias a la intervención de Sabino Berthelot, cónsul de Francia en
Santa Cruz de Tenerife, en las Islas Canarias se produjo una rápida identificación
de la escritura líbica (Faidherbe, 1874: 33-34, fig. 1), sólo un año
después de haberse encontrado las primeras inscripciones en Los Letreros
en El Julan (Frontera, El Hierro), cuando estas inscripciones acababan de
ser sistematizadas para el norte de África (Faidherbe, 1870), pronto ampliadas,
como veremos, a Gran Canaria.
La lengua líbica se originó en el norte de África probablemente fruto
de la interacción con la lengua fenicia y púnica, principalmente en la región
de la actual Tunisia, el área de la antigua Cartago, aunque la presencia
fenicia y púnica se extendió desde la Tripolitania, actual Libia, hasta la
Mauretania, actual Marruecos, manteniéndose su uso durante época romana
hasta las invasiones que supusieron el final del Imperio Romano.
Sólo a partir de la conquista por los pueblos árabes de todo el norte de
África se produjo una progresiva sustitución del líbico por el árabe.
Las primeras evidencias de escritura líbica, con los datos actualmente
disponibles, no parece que se remonten a más allá del siglo 11 o III a. c.,
siendo las mejor fechadas las bilingües púnico y líbicas de Dougga (Túnez)
(Saulcy, 1843), y continúan durante el Imperio Romano, existiendo un
notable porcentaje de inscripciones bilingües latino y líbicas (Marcy, 1936;
Chabot, 1941).
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A partir de 1980, con el inicio de las primeras prospecciones sistemáticas,
se iniciará el progresivo goteo de nuevas estaciones rupestres con
inscripciones líbicas en las restantes islas: la Peña de Luis Cabrera (Teguise,
Lanzarote) en 1980 (Brito y Espino, 1980: 20; León el alii, 1985:
21-22, fot. 1, fig. 2), Peña Azul (La Oliva, Fuerteventura) en 1982 (León
el alii, 1985: 22-23, fig. 3, 6), o La Centinela (San Miguel de Abona, Tenerife)
en 1984 (Balbín y Tejera, 1989: 301-302, 306 lám. 2b), que han
puesto de manifiesto que se trata de un fenómeno que afecta a la práctica
totalidad de las Islas Canarias.
Un segundo tipo de alfabeto fue descubierto en las Islas Canarias a partir
de 1980 en la isla de Lanzarote, en la Peña del Letrero de Zonzamas (Teguise)
y en el Barranco de las Piletas (Teguise), también en 1980, e identificados
inicialmente como latinos del tipo cursivo pompeyano (Brito y
Espino, 1980: 20; Hernández Bautista y Perera, 1983: 26-27; León el alii,
1985: 22; León, Perera y Robayna, 1988: 180-181, 187-201). Más recientemente,
ha sido caracterizado como «una variante de la escritura latina
cursiva» (Pichler, 1993-94: 126) que se intenta denominar latino-canario
(Pichler, 1995a: 21, 27 Y 1995b: 118). Actualmente constatada en Lanzarote
y Fuerteventura, ya conocemos, sólo para la última isla, 281 inscripciones
(Pichler, 1992: 330-343, Pichler, 1993-94: 207-220, 1995a: 44-46 y
1995b).
En todo caso, es importante que su coexistencia con las inscripciones
líbicas ha llevado a formular que en ocasiones se trata de inscripciones bilingües,
una vertical líbica y otra horizontal latina (Muñoz, 1994: 29; Pichler,
1995b: 117-118 y 1996b: 107; Perera, Springer y Tejera, 1997: 38-39)
porque nos encontraríamos, como sucede en el norte de África, con bilingües
latinas y líbicas o bilingües neopúnicas y líbicas.
2. LA PALMA
El primer hallazgo de arte rupestre en Canarias se produjo en la Cueva
de Belmaco (Mazo, La Palma) por el gobernador militar Domingo Vandevalle
de Cervellón en 1762, cuando visitaba Mazo para identificar a una
persona que se había desriscado en las inmediaciones de la Cueva de Belmaco
(Hernández Pérez, 1999: 132).
La primera copia de los dos primeros paneles fue realizada por su hermano,
José Antonio Vandevalle de Cervellón, y esta información pronto le
llegó a J. de Viera y Clavijo (1776-83/1967-71/1: 156), pero rechazó la
consideración de que «aquellos naturales poseían algún conocimiento del
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arte de escribir», apoyándose en la opinión de otro contemporáneo, «una
persona cortada que examinó prolijamente los referidos caracteres», y los
calificó de «unos puros garabatos, juegos de la casualidad o la fantasía de
los antiguos bárbaros».
La copia de José Antonio Vandevalle quedó depositada en el archivo
familiar, y sólo se difundió en 1858 cuando Mariano Nougués Secall, auditor
de guerra, que los había copiado del folio 388 del protocolo 41 en la
casa del coronel Luis de van de Valle, Marqués de Guisla Guiselín, los publicó
como anexo a la Carta 16 en sus Cartas histórico-filosófica-administrativas
sobre las Islas Canarias (Nougués, 1858: 155-156).
Ese mismo año, la Real Academia de la Historia en El León E:;pañol
de 20 de julio de 1858, solicitó a nivel nacional información de descubrimientos
arqueológicos y, en respuesta, M. Nougués, como correspondiente
de la Real Academia de la Historia, envió en 1859 los dos dibujos con grabados
meandriformes y espiraliformes de Belmaco.
Respondiendo a la misma petición hecha por la Real Academia de la
Historia, en 1859, Antonio Rodríguez López, futuro socio de la Sociedad La
Cosmológica de Santa Cruz de La Palma, les remitió tres dibujos de grabados
rupestres. El primero, con los meandriformes de la Cueva de Belmaco
(Mazo) (Tejera, 1993: 684; Hernández Pérez, 1997: 183, fig. 1), otro con espirales
de la Cueva del Agua (Garafía), que actualmente se conserva en el
Museo Insular de Santa Cruz de La Palma, procedente de los fondos del antiguo
Museo de la Sociedad La Cosmológica (Hernández Pérez, 1997: 187),
y un tercer grabado también con espirales de Santo Domingo (Garafía).
En la memoria que acompaña los dibujos, comenta que cree detectar
en las dos piedras con grabados de Belmaco dos letras griegas, una lambda
y una sigma cursiva, que contradecían las opiniones de Viera y Clavija
(1776-83/1967-71/1: 156), al calificarlos como «puros garabatos», lo que
demostraría para Rodríguez López «el grado de cultura de los toscos palmeses
» que también aprecia en la calidad y regularidad de la cerámica decorada
aborigen de La Palma, lo que apoyaría la posible pertenencia de Canarias
a los restos de la Atlántida.
El informe emitido en 1860 por el anticuario Antonio Delgado y Hernández
acepta su posible carácter de escritura, pero lo relaciona con una
lengua líbica-fenicia, siguiendo a F.K. Movers (1850/1967) (Jiménez Díez
y Mederos, 2001: 107-108).
Los grabados de Belmaco alcanzarán repercusión internacional al recogerlos
el geólogo K. van Fritsch (1867: 13, 18), profesor de la Universidad
de Frankfurt, en su artículo sobre Canarias, pero no los considerará
aborígenes al opinar que habían sido hechos con un útil metálico.
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Esta opinión no la compartirá Sabino Berthelot (1879/1980: 95) quien
reconocerá entre los grabados de Belmaco, «una quincena de signos perfectamente
idénticos a aquellos de Los Letreros, y casi todos los otros, análogos;
pues se reconoce enseguida el mismo tipo de escritura, formada por
caracteres jeroglíficos ( ... ) un sistema de escritura semijeroglífica, formada
por signos que sabían grabar en la piedra por los mismos medios, y
que estos caracteres gráficos debían servirles probablemente para fijar fechas
u otros recuerdos».
Un año después, Chil y Naranjo (1880: 290) relacionó los grabados de
Belmaco con los de Morbiham (Francia), iniciando una relación hacia los
grabados calcolíticos y del Bronce de la fachada atlántica europea que volverá
a ser retomada con fuerza en la segunda mitad del siglo XX.
En este contexto, será René Verneau (1882 y 1891/1981: 96) quien primero
rechace el carácter alfabético de los grabados de Belmaco y El Julan,
influyendo probablemente la muerte de Sabino Berthelot en 1880 para poder
realizar una crítica más directa. No sólo los clasificará como «inscripciones
no alfabéticas» (Verneau, 1882: 276) o pseudo-inscripciones (Verneau,
1887: 788) pues «los signos de La Palma y una parte de los de El
Hierro no pueden ser, de ninguna forma, considerados como inscripciones.
Son una ornamentación ingenua que no tiene relación con escritura conocida
» (Verneau, 1891/1981: 96).
No obstante, otros autores seguirán manteniendo su carácter alfabético,
considerándolas un tipo de escritura jeroglífica ideográfica (Ossuna, 1889:
39-40) o inscripciones iberas (Béthencourt Alfonso, 1912/1991: 141, 160),
mientras Arribas (1900/1993: 34) habla de espirales asirias.
A raíz del descubrimiento de la inscripción de Anaga en 1886, se vuelve
a reactivar el interés por los grabados rupestres espiraliformes de Belmaco ya
que Ossuna (1889: 39) sigue relacionándolos con un tipo de escritura jeroglífica.
Así, durante una estancia de Ossuna en La Palma en 1888, su amigo
Antonio Rodríguez López, le regalará una reproducción de un grabado que
se había descubierto reutilizado en un muro de la casa de Pedro Alcántara
(Garafía). Antonio Rodríguez López también le entregará dos dibujos con
grabados espiraliformes de El Calvario (Garafía), los cuales Ossuna (1889:
39, n. 3) relacionará con Los Letreros del Julan y Belmaco. Estos dibujos serán
enviados por Ossuna a la Real Academia de la Historia en 1907 donde se
conserva una copia (Jiménez Díez y Mederos, 2001: 114, 133, fig. 16).
Posteriormente, Pedro de las Casas Pestana (1898: 43) menciona otra
nueva estación rupestre en Garafía, los grabados de La Cruz de la Pasión
(Garafía), descubierta por Antonio Pestana, socio de la Sociedad La Cosmológica,
fundada en 1881, una de cuyas secciones será la creación de la
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principal colección arqueológica de la isla. Tras su observación de esta estación
y la de Belmaco (Mazo), resalta que «no debe negarse tan en absoluto,
como lo hace Viera, que estas inscripciones ( ... ) no representen ideas,
y más después de haberlas examinado y observar que hay en ellas signos
semejantes que se repiten con frecuencia. Corrobora esta opinión ( ... ) la
Cruz de la Pasión ( ... ) con signos en todo iguales a los de Belmaco. Para
nosotros, aquéllas y éstas representan ideas y eran la manera que tenían los
primitivos palmeros de eternizar sus pensamientos».
3. EL HIERRO
El entorno de El Julan, entre los puertos de Naos y La Orchilla, fue visitado
en el siglo XVIII por Juan Antonio de Urtusáustegui y Lugo Viña
(1779/1983: 41-42). Su descripción sólo menciona por referencias indirectas
al grabado de ciertos caracteres, «me han asegurado que en algunos de
estos asientos están esculpidos ciertos carácteres de lo que no he podido
desengañarme por mi mismo».
El redescubrimiento de El Julan, y simultáneamente, de las primeras
evidencias de escritura líbica en Canarias, se producirá por las investigaciones
realizadas sobre los grabados de Los Letreros en El Julan (Frontera,
El Hierro), por Aquilino Padrón y Padrón (1874/1880), cura beneficiado
de la Catedral de Las Palmas en El Hierro en 1873, informando en octubre
de 1873 a la Sociedad Económica de Amigos del País de Santa Cruz de Tenerife,
con sede en La Laguna.
Desde 1870 tenía conocimiento de un lugar que los pastores denominaban
Los Letreros, pero una exploración que realizó con un pastor a finales
de ese año resultó infructuosa; sin embargo, durante el verano de 1873
el mismo pastor que le había servido de guía le comunicó que los había
vuelto a localizar, visitándolos entonces.
Según Padrón parecían «signos de una escritura primitiva, perteneciente
a época muy remota» no descartando el empleo «de una piedra
dura» (Padrón en Berthelot, 1875: 182 y 1877: 264).
Esta idea era compartida por Berthelot (1877: 271-272) quien reconoció
en los grabados de la Cueva de Belmaco «seis Ó siete signos perfectamente
semejantes á Los Letreros de la isla de Hierro, y el ser análogos casi
todos los otros, porque se reconoce en seguida, al compararlos, el mismo
género de escritura extraña formada por caracteres jeroglíficos representando
en su mayor parte groseros arabescos, en los que cada palabra está
acaso expresada por un signo particular».
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Sin embargo, tan importante como su descubrimiento fue la divulgación
que del hallazgo realizó Berthelot. Después de cartearse con el general
Faidherbe, quien le remitió sus publicaciones y le confirmó la pertenencia
de algunos de los grabados de El Julan a la escritura líbica, que
también llama numídica (Berthelot, 1874: 114).
El general identificará dos líneas con 10 signos como escritura líbica
(Faidherbe, 1874: 33-34, fig. 1), que también recogerá Berthelot (1875:
180 y 1877: 263, 267, fig. 11 Y 17). Al tratarse del mayor especialista en
el tema, pues sólo cuatro años antes había publicado un estudio de todas
las inscripciones numídicas (líbicas) del norte de África (Faidherbe, 1870),
inmediatamente se incluirán las inscripciones herreñas dentro de este tipo
de escritura.
En el caso de El Julan, aunque algunos autores seguirán manteniendo
la idea de tratarse de una escritura jeroglífica de tipo ideográfico (Ossuna,
1889: 38-40; Diego Cuscoy, 1963: 47), e inclusive una «altkretischen Schrift
» (Wolfel, 1940: 308) o «escritura paleo-cretense» del preminoico o
Minoico Inicial (WOlfel, 1942: 153, fig. 2), pronto se incrementarán las dudas
sobre su posible trascripción, calificándolas Béthencourt Alfonso
(1912/1991: 159) de inscripciones de filiación dudosa.
No obstante, Pedro Hemández Benítez (1945: 10-11, fig. 11) intentará
la traducción de uno de los paneles de Los Letreros de El Julan (Frontera,
El Hierro), interpretándolos como inscripciones latinas en un texto que remitió
a la Real Academia de la Historia en abril de 1941 (Jiménez y Mederos,
2001: 116-117, l35-l36).
Dos años después del descubrimiento de Los Letreros de El Julan, hacia
el final del verano de 1875, Aquilino Padrón localizará las inscripciones
del Barranco de La Candia (Val verde) , enviándole los calcos a Sabino
Berthelot, quien los publicará (Berthelot, 1876: 324 y 1877: 274-276, fig.
22-23), y se los remitirá a inicios de 1876 también a L.L.c. Faidherbe
(1876: 528 y 1877: 561) quien volverá a considerarlas «sin disputa, inscripciones
líbicas». La serie completa de calcos los publicará en su monografía
Antigüedades Canarias (Berthelot, 1879/1980: fig. 1811-5). Yalgunos
nuevos dibujos serán reproducidos por René Vemeau (1882: 281-283,
fig. 120-122, 1887: 795 y 1891/1981: 271).
Una copia del calco original de la inscripción más grande, que Aquilino
Padrón le envió a Sabino Berthelot, llegó finalmente a Manuel de Ossuna y
van den Heede, quien lo remitió en 1907 a la Real Academia de la Historia,
Panel 1 de La Candia, que ha sido objeto de diferentes calcos con notables
diferencias entre ellos (Berthelot, 1879/1980: fig. 18/5; Vemeau, 1882: 283
fig. 122; Padrón en Jiménez Díaz y Mederos, 2001: 114, 133, fig. 15, lapsus
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calami, Los Letreros de El Julan en vez de Los Letreros de La Candia; Springer
y Jiménez Gómez, 1996: 267 fig. 2, foto 3). Esta inscripción fue inicialmente
sólo descrita por Berthelot (1877: 275-276), «la mayor de las que se
observan en el mismo sitio, y que tampoco copio en esta primera reseña, está
grabada sobre las rocas inmediatas á las grutas, y se compone de doce columnas
verticales, arregladas con bastante regularidad, y de unos setenta caracteres,
todos perfectamente conservados». Cuando finalmente la publica,
describe que «se compone de doce líneas verticales bastante bien alineadas,
y de alrededor de ochenta caracteres, casi todos bien conservados ( ... ). Estamos
pues en presencia de una auténtica escritura, probablemente de una leyenda
conmemorativa que recuerda algún gran acontecimiento ( ... ). Veo en
esta leyenda muchos caracteres idénticos a las inscripciones de los Letreros,
y algunos parecidos a los epígrafes numídicos; encuentro algo del tipo de
inscripciones hebraicas, fenicias o cartaginesas; pero veo también otros signos
extraños» (Berthelot, 1879/1980: 96-97, fig. 18/5).
En 1881, Aquilino Padrón y Juan Béthencourt Alfonso, visitando el
puerto de La Caleta, descubrirán una gran serie de grabados líbicos, que lo
convirtieron en el yacimiento con más inscripciones de la isla, los cuales
serán publicados por Víctor Grau-Bassas y Mas (1881 y 1882) sin un comentario
detallado. Esta información será recogida rápidamente por René
Verneau (1882: 282), al proporcionarle los calcos A. Padrón, señalando
que le recordaban más a las inscripciones rupestres del Sahara que a las numídicas
de Túnez y noreste de Argelia. Nuevas copias le serán proporcionadas
por el antiguo gobernador militar de El Hierro, Benigno Domínguez
Méndez (Verneau, 1887: 795-797, fig. 43-44), a quien Verneau ya había
tratado en La Orotava (Tenerife) (Verneau, 1891/1981: 272). Es interesante
que Jiménez Gómez (1996: 100) señale graffitis de 1878 o 1898, prácticamente
coetáneos a su descubrimiento.
El capitán Domínguez también localizará otras en el Barranco de Tejeleita
(Valverde), aunque por su mal estado de conservación no parece que
procedió a hacer una copia, comentando que estaban demasiado borrosos
para pretender interpretarlos (Verneau, 1887: 797).
Por aquel entonces, Juan Béthencourt Alfonso (1882), que también había
visitado La Gomera, creyó distinguir algún tipo de grabado en Valle
Gran Rey, que debe corresponderse con Los Lajiales (Valle Gran Rey, La
Gomera), donde supuso que había encontrado inscripciones iberas (Béthencourt
Alfonso, 1912/1991: 141, 160), lengua que también aplica a las
inscripciones líbicas de La Candia, La Caleta y Tejeleita de El Hierro (Béthencourt
Alfonso, 1912/1991: 160, 166-193, fig. 4-7), siguiendo las lecturas
de J ohn Campbell (1900 y 1901).
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4. TENERIFE
En el Barranco de Chamorga de Roque Bermejo (Anaga, Tenerife), se
levantan 7 riscos denominados Los Obispos, que corresponden a formaciones
basálticas. Manuel de Ossuna y van den Heede Saviñón y Mesa
(1887 y 1889: 20, 26), que tenía una residencia de verano en sus proximidades,
creía que en su parte superior habían sido colocadas piedras por los
aborígenes para conformar una especie de «altares o torres funerarias»,
junto a las cuales realizó diversas excavaciones en agosto de 1886 que resultaron
infructuosas.
Como alternativa, recurrió a un joven pastor, Juan Melián, quien trepó
al gran risco que se levanta detrás de los diques basálticos excavando en
varias hendiduras y abrigos, y en una de ellas localizó una piedra brillante
cristalina hexagonal (Ossuna, 1889: 27). Animado por el hallazgo, continuó
las excavaciones al otro lado del risco, abriendo una gran zanja, en la
cual uno de los trabajadores, Juan de Sosa y Gallardo, a escasos 0.40 m de
profundidad, localizó el 22 de agosto de 1886 otra piedra brillante cristalina
pentagonal, de apenas 8 cm de longitud, en una de cuyas caras, rebajada
uniformemente, presentaba posibles caracteres alfabéticos (Ossuna,
1889: 19, 28-29).
El descubrimiento suponía la primera evidencia de escritura en Tenerife,
y Ossuna (1889: 28) creía que suponía un cambio drástico en la interpretación
de los guanches, pues la «antigua población indígena [tenía] un
alto grado de cultura, ( ... ). Aquellas aseveraciones, en forma categórica
sentadas por ilustres escritores, relativas a que el guanche de Tenerife no
conoció la escritura, iban a quedar reducidas a polvo. Las relaciones étnicas
de nuestros indígenas con la raza de Cro-Magnon, con tanto entusiasmo
sostenidas por antropólogos no menos ilustres, habían de caer por
el suelo». La redacción del libro la terminó a inicios de 1888, aunque sólo
fue publicado en junio de 1889.
Citándolo sólo como el Catedrático de Historia Natural del Instituto de
La Laguna, el viajero Charles Edwardes (1888/1998: 195) visitó en 1887 el
estudio privado de Ossuna, quien parece que ya entonces tenía el manuscrito
prácticamente acabado pues lo pudo consultar, y recoge lo que le parecen sus
ideas básicas, «la verdadera prueba del origen bereber o fenicio de los guanches
», su cronología «estimada hacia el 300 antes de Cristo», su carácter de
«únicos indicios existentes» de «la lengua guanche» y califica la piedra de
«punta de lanza de un material que parecía una estalagmita».
Durante más de dos décadas estuvo buscando especialistas que ratificasen
su lectura, primero en España, y posteriormente en el extranjero. Fi-
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nalmente, Philippe Berger, que había publicado con Emest Renan los 4 primeros
volúmenes del Corpus Inscriptionum Semiticarum, le escribió por
carta en 1897 que aunque algunos caracteres no tenían mucho sentido, en
el texto había caracteres fenicios (Mederos et alii, 2000: 48 y 2001-02:
136-140).
Esta información fue divulgada por Ossuna pues Cipriano de Arribas
y Sánchez (1900/1993: 33) comenta que asegura «el sabio Berger que dos
carácteres de seguro son púnicos», calificándola de «ofrenda Ó voto hecho
por algún adorador del dios Baal».
Sin embargo, la ausencia de una lectura de la inscripción minimizó el
impacto del estudio, aunque sus contemporáneos aceptaron el carácter alfabético
de la inscripción, siendo considerada ibérica por Béthencourt Alfonso
(1912/1991: 141, 160), númida o sea líbica por Torres Campos
(1901: 10; Menéndez Pelayo, 1911: 276-278) o traída por una de las flotas
que dominaron el Mediterráneo (Millares Torres, 1893/1974: 247, nota
23), quizás la fenicia (Hooton, 1925: 33).
Esta falta de lectura facilitará un proceso de escepticismo acelerado
por parte de los investigadores de la Universidad de La Laguna, siendo valorada
inicialmente como una inscripción «imaginaria» (Mata y Serra Rafols,
1940-41: 356), para pasar después a un origen dudoso de la inscripción
(Pérez de Barradas, 1939: 69; Á1varez Delgado, 1949: 9-10, 19 Y
1964: 398; Beltrán, 1971b: 11 y 1974a: 138), que derivará finalmente en
su consideración de falsificación de la piedra de Anaga (Beltrán, 1971 a:
282; González Antón y Tejera, 1981: 197-198; Cortés, 1990: 332), calificándola
de «superchería» (Martín de Guzmán, 1982: 35), «fraudulenta»
(Valencia, 1990: 55) o «inventándolas si llegaba el caso como fue el de la
peregrina inscripción de Anaga» (Castro, 1987: 300). Una visión ratificada
en la tesis doctoral de M. Hemández Pérez (1973) sobre Grabados rupestres
del Archipiélago Canario, a pesar de que posiblemente fue el primer
autor que volvió a estudiar directamente la piedra desde Ossuna, idea que
recogió en publicaciones posteriores (Hemández Pérez, 1974: 325, 1981 a:
497 y 1981 b: 20) denominándola «burda falsificación».
Sin embargo, en la actualidad Hemández Pérez (1996: 30-31) admite
que «no podemos afirmar, como se ha hecho en ocasiones, que Ossuna falsificara
el grabado» ya que los signos podrían haberse hecho accidentalmente
«de modo inconsciente al limpiar la tierra». Recientemente se ha procedido
a su lectura como un sello con una inscripción neopúnica (Mederos
et alii, 2000: 48-49 y 2001-02: 141-143; Jiménez Díez y Mederos, 2001:
111-113, fig. 4-5), Y se ha leído en julio de 2001 una tesina en la Universidad
de La Laguna sobre la obra de Manuel de Ossuna (Farrujia, 2002).
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5. GRAN CANARIA
La Montaña de Cuatro Puertas era conocida a nivel general en la isla,
pero quizás su primera visita científica fue la realizada por Gregario Chil
y Naranjo (1876) y Emiliano Martínez de Escobar enjulio de 1868, y también
al conjunto de las Cuevas de Los Pilares situadas en sus inmediaciones,
describiendo el almogaren o espacio sagrado con cazoletas y canalillos
situado en su cima.
Poco más de diez años después, se publicarán dos descripciones del yacimiento.
La visita en noviembre de 1877 de Agustín Millares Torres
(Berthelot, 1879/1980: 139) menciona claramente unos «signos o geroglíficos
con el nombre de su Dios» con forma de tres grandes U enlazadas
(Millares Torres, 1879: 36-37; Berthelot, 1879/1980: 140-141, fig. 6/1-3).
La descripción más precisa del complejo de cuevas es la que ofrece
René Verneau (1879: 254 y 1879/1 996: 36), quien tras describir el almogaren,
menciona «en una de las rocas que lo rodean advertimos cuatro signos,
grabados profundamente en ella, que tienen de 44 a 46 centímetros de
ancho. Como algunos han hecho, yo no vería una inscripción en estos signos
». No obstante, todavía en el siglo XX algunos autores seguirán defendiendo
el carácter alfabético de esta inscripción (Hernández Benítez, 1958:
49), mientras que otros optan por calificarlo de «gran signo curioso y enigmático
» (Jiménez Sánchez, 1942: 34) o inscripción alfabética dudosa (Beltrán,
1975: 211), o también de «caracteres alfabéticos ( ... ) especie de crecientes
lunares entrelazados, manifestación del culto astral en expresión
alfabética» (Jiménez Sánchez, 1962: 11 9).
Las primeras inscripciones líbicas de Gran Canaria serán documentadas
en el Barranco de Balas (Agüimes). Este barranco también era llamado
antiguamente el Barranco de los Letreros o del Lomo de los Letreros,
siendo uno de los graffitis que dejaban los visitantes de 1871 (Jiménez
Sánchez, 1962: 114).
La primera exploración fue realizada por René Verneau (1882: 284-
285, fig. 123-126), quien publicará ocho inscripciones líbicas procedentes
de Balas Bajo. Estas inscripciones también fueron interpretadas como ibéricas
por Béthencourt Alfonso (1912/1991: 160, 164-166, fig. 4) o númidas
por Hernández Benítez (1945: 14; Jiménez Sánchez, 1962: llO, fig.
11), guardando «estrecha similitud y a veces clara identidad con las inscripciones
antiguas de los pueblos subarábigos, libios, cananeos, etíopes y
bereberes» (Jiménez Sánchez, 1962: 118, 111 fig. 12).
Ya en el siglo XX, siguiendo la tesis de Juan Álvarez Delgado (1964:
392-393, 395) de que las inscripciones líbicas en Canarias «corresponden
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a moriscos o berberiscos mauritanos del siglo XV, temporalmente arribados
a estas islas», Antonio Beltrán Martínez (1971b: 131, 152-153) también
considera que «se trataría de usuarios del alfabeto hbico sahariano,
posiblemente del siglo XV, y ellos mismos serían los autores de los grabados
figurativos del Barranco de Balas».
6. FUERTEVENTURA
En 1874, durante los trabajos de excavación de un aljibe en una finca
del marqués de la Florida, Luis Benítez de Lugo, situada en el Barranco de
la Torre (Antigua, Fuerteventura), se localizaron diversos restos de estructuras
«una silla con su respaldo ( ... ) una especie de nicho, cuya parte superior
está formada por dos grandes piedras en forma de bóveda» de los
que Benítez de Lugo le informó en Tenerife a Sabino Berthelot (1878: 259-
260 Y 1879/1980: 142, fig. 711-3) «dándome algunos croquis tomados sobre
el terreno», dejando sin excavar un posible «gran túmulo».
No obstante, la pieza más interesante fue que estas estructuras «conservaban
todavía, cuando L. Benítez de Lugo comenzó a explorarlas, un
fragmento de inscripción lapidaria con signos grabados muy parecidos a
los de Los Letreros de la isla de Hierro» (Berthelot, 1878: 260 y
1879/1980: 142, fig. 9/4), hoy en paradero desconocido.
Ante la muerte del marqués de la Florida en 1876, Berthelot encargó
en mayo de 1877 nuevas investigaciones a Ramón Fernández Castañeyra,
sobre la prehistoria de la isla, probablemente por su interés en el tema y
haber sido Benítez de Lugo un común amigo, enviándole la primera información
sobre la isla en julio de 1877. Desde la vivienda del Marqués
se divisaban un conjunto de estructuras o corrales de La Torre (Castañeyra,
1883: 175, fig. 3), entre las que destacaba una de cinco recintos, el
principal de los cuales, de tipo circular con 40 m de diámetro, lo denominan
tagoror (Berthelot, 1879/1980: 143-144, fig. 7/1; Castañeyra, 1883:
172, fig. 14).
«A ochenta metros del tagoror ( ... ) encontré sobre las ruinas de un antiguo
habitáculo una piedra de apariencia granítica, de un metro de largo
por cincuenta centímetros de ancho y ocho de espesor, de un grano muy
fino, que presentaba en su superficie signos grabados en caracteres desconocidos
» (Berthelot, 1878: 262 y 1879/1980: 144, fig. 9/3; Castañeyra,
1883: fig. 2).
En el verano de 1878, R. Fernández Castañeyrajunto con A. M.a Manrique
y Saavedra, reanudó las prospecciones alrededor del yacimiento del
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Barranco de la Torre, y en «la llanura opuesta» localizó «las ruinas que
tanto habían llamado la atención del Marqués de la Florida» que corresponden
a una estructura con seis recintos, uno de los cuales denomina también
tagoror (Fernández Castañeyra, 1883: 172, fig. 10). Estos estudios
culminaron en la elaboración de una Memoria que redactó en 1879.
Es importante reseñar que quizás ambas inscripciones se traten de la
misma puesto que no tenemos constancia de que Benítez de Lugo la retirara
del yacimiento, sino sólo que realizó un croquis de ella. Al haber presentado
Berthelot (1879/1 980: fig. 9/3-4) dos dibujos diferentes y mencionarlas
Verneau (1882: 275-275, 285) como dos hallazgos también
diferentes, uno en 1874 por Benítez de Lugo y otro en 1878 por Fernández
Castañeyra, quizás se creó esta confusión.
La similitud entre ambos grabados, que ya reconoció Berthelot
(1879/1 980: 142, 144), «los caracteres grabados, de los que poseo el facsímil,
ofrecen un género de escritura parecido por la forma a los de la piedra
cuyo dibujo me hizo el marqués de la Florida», y el hecho de que la
primera inscripción nunca llegó a disponer de un buen calco, recordemos
en sus propias palabras, «El marqués, al contármelo, me esquematizó rápidamente
la forma ( ... ) dándome algunos croquis tomados sobre el terreno
», puede ratificar nuestra propuesta.
La referencia a Jandía que recoge la bibliografía (Hernández Pérez,
1975: 245, 1981a: 501 y 1981b: l3; Hernández Pérez y Martín Socas,
1980: 28; León, Perera y Robayna, 1988: 176; Tejera y Perera, 1996: 107)
debe ser una confusión por mencionarse que se encontraba a 23 km al sur
de Puerto de Cabras, en dirección hacia Jandía (Berthelot, 1879/1980:
143). El pueblo de Antigua se encuentra a 18 km y el de Pájara a 25 km,
pero los barrancos de la Torre y Pozo Negro, están casi en el límite con el
municipio de Pájara y exigían entonces desviarse de la ruta principal y coger
un camino secundario para penetrar en el interior del Barranco de la
Torre. La referencia de Berthelot (1879/1980: 143), extractada de una carta
de Fernández Castañeyra es precisa, «una meseta de naturaleza calcárea,
no lejos del barranco de la Torre».
Es importante el dato de que Verneau (1882: 285) solicitó una copia de
la inscripción del Barranco de la Torre a Fernández Castañeyra y comprobó
«la inexactitud de los dibujos publicados por Berthelot», comentando
que esperaba que Diego Ripoche le proporcione nuevos dibujos. Estas
discrepancias pueden observarse en el dibujo que ofrece Fernández
Castañeyra (1883: 175, fig. 2). El no haber podido acceder a un nuevo dibujo
explica que Verneau (1887: 788) descarte volver a valorarla hasta un
nuevo estudio.
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La piedra con la inscripción fue enviada al Gabinete Científico de Tenerife
en 1879 o 1880, como recoge Carlos Pizarroso y Belmonte (1880:
118), anunciando su llegada «en estos últimos días» y aporta una nueva
descripción, «una piedra volcánica, no lava, de 1.03 m de larga por 0.44 m
de ancha, que por un lado, el que tiene la inscripción, presenta una superficie
tersa preparada». Los caracteres no eran muy visibles, pero distingue
«10 caracteres de unos 10 cm de largo cada uno ( ... ) los demás están borrados
». Lo confirma Agustín Millares Torres (1893/1974: 259, n. 67),
«esta piedra, encontrada por ( ... ) Ramón F. Castañeira, se halla hoy en el
Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife». E incluso por el propio
Fernández Castañeyra, en cuyo manuscrito original del texto publicado en
1883, dentro de un apéndice añadido posteriormente denominado «Objetos
enviados a El Gabinete» figura como n.o 12 «una piedra con letreros encontrada
en La Torre» (Castro, 1987: 300). Y José Pérez de Barradas
(1939: 25) la sitúa en el Museo Provincial de Santa Cruz de Tenerife a fines
de los años treinta del siglo XX.
La inscripción del Barranco de la Torre la comparó Castañeyra (1883:
172) con una inscripción celtibérica de Castellón de la Plana expuesta en
el Museo Arqueológico Nacional, Pizarroso (1880: 121) la interpreta como
semítica de tipo amorrea, Millares Torres (1893/1974: 259) con signos de
procedencia líbico-púnica, para Arribas (1900/1993: 34) es de tipo cuneiforme
y posteriormente Béthencourt Alfonso (1912/1 991: 141, 160) la
considerará una inscripción ibérica.
Según Álvarez Delgado (1964: 399) se trata de dos inscripciones líbicas
que deben ser leídas verticalmente, aunque inicialmente creía que eran
signos libios con lectura horizontal (Álvarez Delgado, 1949: 24). Aunque
reconoce que «no hay signo típico sahariano en ellos, pero los leemos en
tal sistema». En su interpretación, el primer croquis de Benítez de Lugo,
lee mdlrny que interpreta a partir de tuareg amadel-aranah, mandíbula
atada, o amadal-iranay, tierra mala. Del dibujo de Fernández Castañeyra
publicado por Berthelot, deduce idyn, del plural bereber iudayan, perro,
demonio (Álvarez Delgado, 1964: 399), fechándolos entre el 300 a. C. -
200 d. c., vinculándolos a la presencia de población gétula establecida por
Juba II (Álvarez Delgado, 1949: 24-25). Esta interpretación líbica es la que
acepta Hernández Pérez (1975: 248 y 1981a: 501; Hernández Pérez y Martín
Socas, 1980: 28), pero no descarta que fuesen incluso grabadas por esclavos
bereberes con posterioridad a la conquista normanda de Fuerteventura
a partir del siglo XV d. C.
Sin embargo, no faltan autores que plantearon una lectura latina de esta
inscripción, fechándola muy próxima al comienzo de la era. La primera
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como CVIIOIlII, CentumVir Iulius Iovi Optimo Maximo, el Centunviro Julio
a Júpiter Óptimo Máximo, que fecha en el siglo III d. C., en tomo al emperador
Galieno, un centunviro que para Hernández Benítez (1955: 183-
185) debía residir en la isla de Fuerteventura, al mando de una pequeña
guarnición romana. La segunda inscripción correspondería a un miliarium,
con dos posibles lecturas Miliaria novem nueve millas [VIIII] o piedra miHaria
cinco millas, que Hernández Benítez (1955: 185-186) compara con
una del cónsul Popilio del 131 a. C. Esta filiación latina, sin entrar en la
problemática de su traducción, ha sido recientemente retomada por Springer
y Perera (1997: 577) que identifican cuatro signos de «escritura latina».
En todo caso, es interesante su emplazamiento en el Barranco de la Torre,
puesto que los cronistas normandos señalan la presencia de una muraHa
central en la isla que partiría del Barranco de la Torre hasta la Peña Horadada
(Bethencourt, 1488-91/1980: 182; Abreu y Galindo, 1632/1977:
60) dividiendo la isla en dos reinos.
7. AGRADECIMIENTOS
Este trabajo deriva del Plan especial de protección, conservaclOn y
restauración del Barranco de la Torre (Antigua, Fuerteventura), aprobado
y financiado en 1991 por la Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno
de Canarias.
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