V. HISTORIA Y ANÁLISIS DE LAS
RELACIONES ETNORRACIALES EN LAS
ANTILLAS HISPÁNICAS (SIGLOS XIX Y XX)
CULTURA POPULAR, CONSTRUCCIONES DE RAZA Y
ETNIA EN PUERTO RICO A FINALES DEL SIGLO XIX
ASTRID CUBANO IGUINA
(Universidad de Puerto Rico)
La raza, definida por color de la piel y fisonomía, fue uno de los imaginarios
más persistentes del siglo XIX en Puerto Rico. El colonialismo español
marcó desde el comienzo la diferencia racial de blanco y negro, aplicando
el criterio de pureza de sangre al supuesto blanco frente a los africanos, criterio
que también usaba para excluir a moriscos y judíos. Pero hay que aclarar
que la palabra «raza» en el contexto español tuvo usos ambiguos. A veces se
usaba para referirse al supuesto color blanco o negro de la piel en el Nuevo
Mundo, que denotaba origen afiicano, vinculado a la institución de la esclavitud.
Es bien conocida la multiplicación de denominaciones que esto ocasionó
para referirse a los matices variados que la apariencia de las personas
presentaba, las también llamadas castas o los pardos^. Pero en otros contextos,
se empleaba la palabra raza en el sentido de familia nacional, como en
«raza española», un imaginario distinto que emite un discurso también distinto.
Así, el periódico El Ponceño de Puerto Rico, en 1853, comenta la crisis
poKtica en México y expresa: «Con ellos nos une los lazos de la sangre y
de las creencias y estos no permitirán el exterminio de nuestra misma raza»^.
En este trabajo me concentraré en el tema de la raza como color y rasgos
corporales. En el siglo XIX, la importación continuada de esclavos
africanos contribuyó a que continuase esa forma de distinción social en las
colonias de Cuba y Puerto Rico, o incluso la hizo más pertinente que
nunca^. La revitalización de la esclavitud africana en las plantaciones azucareras
de la franja costera puertorriqueña prescribió la rehabilitación de
' Ver ejemplo de la acepción «raza blanca/negra» en Verena Stolcke, Racismo y sexualidad
en la Cuba colonial, Madrid, Alianza, 1992, traducción del de 1974, p. 74.
^ El Ponceño, 8 de enero de 1853. Esta segunda acepción de la palabra «raza» vino a
generalizarse en los años de la década de 1870, en la oratoria de Emilio Castelar, por ejemplo,
posiblemente por influencia del uso intenso que el positivismo y el racismo franceses
hacían del concepto, dotándolo de bases genéticas.
^ Para Cuba, ver Verena Stolcke, Racismo y sexualidad.
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los criterios jerárquicos sobre la base de la raza o la diferencia en el color
y rasgos como medida de legitimación de un sistema de trabajo. Es sabido
que las directrices oficiales de gobierno colonial intentaban hacer prevalecer
la sociedad de castas, aunque en la práctica nunca lo lograban del todo,
en parte por la constante formación de parejas de variado color y rasgos, y
en parte por la titubeante postura frente a los matrimonios interraciales de
instituciones poderosas, como la Iglesia.
Las tendencias racializadoras persistieron después de la abolición de la
esclavitud en 1873. Ningún estudioso, por lo menos en el ámbito académico
de hoy día, duda ya de que existieron y persistieron nociones de diferencia
racial por color en Puerto Rico. Los trabajos de Scarano comenzaron
a derribar las tesis de la armonía racial y muchos otros más recientes
como el de Eileen Suárez Findlay, lo confirman'*. Lo que sigue siendo tema
relativamente desconocido es las formas en que opera el racismo de finales
del XIX, los distintos tipos de racismo de entonces y las escalas de prioridades
que se establecieron desde lo cotidiano e institucional en el diseño
de las diferencias y los privilegios. En esta línea se sitúa el trabajo de Findlay,
al tratar de desdoblar las sutilezas del entrecruce de las jerarquías de
género y raza. Aporta en esa dirección también el de María del Carmen
Baerga, al notar el tránsito en el discurso criollo de finales del XIX hacia
el racismo científico de arraigo genético, por influencia de las escuelas de
pensamiento de Europa. Comenzaba a tener prioridad entre los sectores
modernizantes, la composición genética como elemento de jerarquización
por encima de la jerarquía establecida por el rasgo aparente, o el fenotipo,
particularmente en los escritos médico-científicos^.
Pero la diferencia por color y rasgos seguía teniendo sus espacios. Estas
prácticas diferenciadoras operaban en la cultura popular. También operaban
en los ámbitos letrados que más contacto tenían con los grupos populares:
los cuerpos de ley y orden, y los sectores políticos partidistas de
fin de siglo. En este trabajo, examinaré primero los discursos populares, las
prácticas aparentemente espontáneas, pero cargadas de significado y afán
jerarquizador. También exploraré las prácticas discursivas de magistrados
•* Francisco J. Scarano, Sugar and Slavery in Puerto Rico, Madison, The University of
Wisconsin Press, 1984; Eileen J. Suárez Findlay, Imposing Decency. The Politics ofSexua-lity
in Puerto Rico, 1870-1920, Durham, Duke University Press, 1999.
^ María del Carmen Baerga, «Transgresiones corporales: el mejoramiento de la raza y
los discursos eugenistas en el Puerto Rico de finales del siglo XIX y principios del XX»,
ponencia presentada en el Congreso Internacional de Latín American Studies Association,
Miami, 16-18 de marzo de 2000.
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y sus tendencias modemizadoras, así como las de algunos sectores de la
política de partidos.
La política oficial de siglos, y especialmente desde la reforma borbónica
del siglo XVIII, había limitado con un sinnúmero de prohibiciones las
oportunidades de movilidad social, el consumo y el comportamiento de la
gente «de color». No será hasta 1881 que se derogue la ley que prohibía
los matrimonios interraciales en Cuba y Puerto Rico^. Tampoco se atacará
la segregación directamente hasta los años de la década de 1880, cuando
varios afro-cubanos comenzaron a llevar a los tribunales las ofensas se-gregacionistas
de que eran víctimas. Por ejemplo, un pardo libre ganó un
caso contra el propietario de un café que se negaba a servir a negros en su
establecimiento. Este incidente recibió el respaldo del Gobernador General
de Cuba, quien pasó un decreto prohibiendo el discrimen en lugares públicos,
decisión poco después ratificada por el Tribunal Superior en Madrid^.
Estas medidas no lograban impedir de inmediato las prácticas
segregacionistas que estaban arraigadas en la vida cotidiana, pero emitían
mensajes certeros.
En cualquier caso, el segregacionismo siempre había tenido límites. La
vieja ley colonial nunca había sido capaz de evitar totalmente y en todos
los ámbitos la mezcla racial que resultaba de la convivencia y las relaciones
entre las capas populares, ni de evitar que, en las capas medias y altas,
se encontrasen representantes de los grupos de color presuntamente inferiores.
Aun así, no cabe duda de que la antigua ley sancionaba el prejuicio.
Siglos de prescripción oficial dejaban huella en los comportamientos de la
gente común, aún abolida la esclavitud (o a punto de abolirse) en todo el
mundo atlántico y presumiblemente superada la causa central de la diferencia
social por el color de la piel. Una política colonial racista había ido
propiciando la reproducción de sujetos racistas.
Con relación a la diferencia racial que se realizaba al nivel cotidiano y
popular a finales del siglo XIX, deseo argumentar que la gente no era macula
blanda en las manos de la administración colonial, sino que «estrate-gizaba
» o hacía uso selectivo del racismo según su conveniencia. Mi segundo
argumento se dirige a la vida poKtica y va en el mismo sentido. Los
líderes políticos liberales, lo mismo que los administradores y magistrados
coloniales, igualmente modemizadores que sus contrincantes criollos en
este tema, vieron que la estrategia de futuro conllevaba la inclusión de la
' Gaceta de Puerto-Rico, 19 de febrero de 1881.
•^ Aliñe Helg, Our Rightful Share. The Afro-Cuban Struggle for Equality, 1886-1912,
Chapel mu, The University of North Carolina Press, 1995, p. 38.
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población en un conjunto cohesivo. Quedaba claro que la modernidad política
ampliaba el concepto de ciudadano con derechos plenos, hasta abarcar
a todos los sectores populares. Esto hacía poco interesante la exclusión
por motivos del color de piel. La tónica que caracterizó la vida pública y
la contienda política de fin de siglo se fundamentó más bien en el imaginario
multirracial, dando prioridad a la identidad política con el orden y el
progreso por encima de grupo racial a la hora de marcar exclusiones^.
1. LAS PRACTICAS DEL RACISMO POPULAR
Usaré algunos casos de violencia popular para explorar la primera idea.
El color de la piel podía crear una fisura por donde se abría una contienda.
Para respaldar este argumento, valga el caso del sastre del pueblo de Cíales,
Federico De Langier, quien desde hacía algún tiempo se relacionaba
mal con su vecino negro Carlos Abadía. Las tensiones entre los dos vecinos
llegan a su punto culminante un día de 1871 en que De Langier estaba
en su casa y tuvo un intercambio de insultos con Abadía que les llevó ante
las autoridades. Abadía acusando a De Langier de injurias, y éste acusándole
de desafío con un machete. Ese día, Abadía salía de la carnicería al
frente de la casa del sastre De Langier, adonde había acudido a amolar su
machete, lo que explica que ese día lo llevaba en la mano. A juzgar por las
declaraciones de los testigos presenciales que fueron convocados, el primero
que profirió palabras ofensivas fue De Langier. Explicaba Abadía
que, al pasar camino a su casa por frente a la de De Langier, éste gritó:
«Mira cómo ese negro se pasa por delante de mí con un machete...». Abadía
alega haberle respondido: «No me satirice usted que yo no me peleo
con nadie...» y añade a manera de atenuante que De Langier «siempre lo
está satirizando, diciéndole que es un negro...». Cansado de las humillaciones.
Abadía le denunció por injurias. La acusación se vuelve en su contra
al De Langier denunciarle por desafío con machete en mano, aunque
éste último no quedó muy bien parado, al Abadía presentar evidencia (en
claro afán vengativo) de que el sastre era prófugo buscado en Manatí por
el delito de hurto. El juez redujo el caso a juicio verbal de faltas de ame-
^ Este argumento lo he planteado antes en Astrid Cubano Iguina, «Cultura política y
voto popular a finales de la dominación española en Puerto Rico», en Eda Burgos Malavé,
ed.. El conflicto de 1898: antecedentes y consecuencias inmediatas, Río Piedras, Facultad
de Estudios Generales, UPR, 2000, pp. 33-40. En él, coincido con los comentarios introductorios
de Baerga, «Transgresiones corporales...», p. 4.
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nazas simples y de injurias, por lo que el asunto se arreglarí^a seguramente
con una reprimenda o con alguna multa^.
Queda claro el uso de la palabra «negro» como insulto reconocido
tanto por los que lo proferían como por los que lo recibían. También podemos
apreciar el «racismo» como arma de venganza contra una persona
con la cual se mantiene una relación hostil.
En abril de 1877, en la carretera que conducía de Arecibo a Utuado, fue
golpeado un peón de la hacienda azucarera San Gabriel quien traía para el
pueblo una pareja de caballos del dueño de la hacienda. El peón, Francisco
González, descrito en el parte policial como «negro claro», narra que al hacer
una parada en un lugar del camino, dos individuos se le acercaron. Uno
de ellos dio un fuetazo a uno de los caballos, y al querer advertirle que no
lo hiciera, el agresor le respondió: «A ti también te pego, picaro negro». Le
tiró un fuetazo y él le agarró el fuete, tirando de él con la intención de quitárselo.
El individuo ordenó a su acompañante (presumiblemente un peón
suyo) que bajase del caballo y le arremetiese. Así el peón fue herido con cuchillo
en un brazo y apaleado hasta lograr escapar saltando la zanja a orillas
del camino, al momento que su agresor le amenazaba con un revolver. El
agresor era Pedro González Mena, propietario de Hatillo y natural de Islas
Canarias, que andaba buscando unos caballos que le habían sido robados.
Es posible que el peón que acompañaba a ese propietario español también
fuese «negro claro», pero evidentemente, el insulto se aplicaba, no a la persona
que estaba a su servicio, sino al presunto ladrón de sus caballos'".
No era la negritud la única causa de diferencia, ni tampoco los llamados
«negros» permanecían como víctimas pasivas. La exclusión podía ser
devuelta con un insulto similar. Este es el caso de los insultos y golpes que
se intercambiaron dos jornaleros, el liberto Félix Leguibe, peón residente
de la hacienda Puente Bagazo, y Lino Millet, vecino de Camuy. Salió mal
herido Millet, quien narra al Comisario que, como a las cuatro de la tarde,
salió de la hacienda Santa Teresa, acompañado de sus dos hijos (de 14 y 18
años), camino a la hacienda Vega en busca de trabajo «por haber parado la
molienda» la primera. Pasaban frente a las fábricas de la Puente Bagazo
cuando oyeron una voz que les gritaba: «jíbaros sinvergüenzas, aguárdense
ahí». Se presentó «un moreno» acusándoles de haber estado ayer burlándose
de él y llamándole «Judas» y les agredió. Al ser detenido el liberto
Leguibe para interrogación, explicó que sólo les había preguntado si ha-
' Archivo General de Puerto Rico (en adelante AGPR), Tribunal Superior de Arecibo
(en adelante, TSA), serie Criminal, abril de 1871, caja 297.
•" AGPR, TSA, Criminal, abril de 1877, caja 325.
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bían sido ellos los que el día anterior le habían llamado «Judas». Al responder
ellos negativamente, Leguibe se volteó para marcharse, pero oyó
que le llamaban «negro atrevido». Les contestó que «ellos eran unos jíbaros
aún más atrevidos», y como uno de ellos se abalanzó sobre él, y le sobrepasaban
en número, le hirió en la cabeza con el machete. La herida resultó
ser grave, por lo que Leguibe se encontró en serias dificultades con
las autoridades. Las ropas del «jíbaro» herido, Lino Millet, fueron aportadas
como prueba: una camisa de calicó blanco de algodón, un pantalón de
dril amarillo y un sombrero de paja del país ordinario y muy usado^'.
Distinguidos posiblemente por su manera de vestir y hablar, y seguramente
considerados forasteros en las haciendas azucareras del valle areci-beño
(territorio de antiguos esclavos), estos «jíbaros» de Camuy (zona
principalmente ganadera y de cultivos variados) buscaban trabajo en los
cañaverales de Arecibo. Si por un lado la recepción no era amigable, por
el otro ellos, desde una postura de jerarquía mayor, se resistían a ser interrogados
por un «negro», el cual en su opinión no se mantenía en su lugar
y se comportaba como «un atrevido».
2. DEL RACISMO EXCLUYENTE AL «RACISMO INCLUSIVO»
EN LA VIDA PÚBLICA
A partir, aproximadamente, de la abolición de la esclavitud, el colonialismo
español fue modemizador en el tema de la raza, para adoptar
versiones más modernas y sutiles. De hecho, la exclusión por color
como política oficial venía siendo rechazada en distintos planos de las
autoridades españolas. Era aceptado como un mal necesario en las colonias,
por estar las élites coloniales tan comprometidas en el sistema de
producción azucarera esclavista. Esa tensión de rechazo / condescendencia
se me hace evidente, por ejemplo, entre los magistrados que manejaban
el engorroso problema de reformar el Código Penal español de
1870, para adaptarlo a las «provincias de ultramar». Las sensibilidades
modernizadas de magistrados que, en 1874, celebraban el Código Penal
español como «una de las más grandes conquistas de los tiempos modernos
», se lastimaban de tener que introducir las variaciones racistas
que reclamaba la conservación del orden social en las islas de Cuba y
Puerto Rico. Así, con expresa incomodidad y vergüenza introdujeron
disposiciones racistas, como la de considerar condición agravante de un
" AGPR, TSA, Criminal, abril de 1878, caja 336.
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delito de lesión corporal «ejecutar el hecho contra un blanco por uno que
no lo fuere»'^.
Si bien el ámbito penal se retrasaba en la cuestión de la igualdad legal,
en otros frentes se fueron dando pasos importantes. Así, la ley expresamente
sancionando el matrimonio interracial (la práctica ya estaba en uso)
y las prohibiciones a la segregación en lugares púbUcos repetidamente legislada
y reafirmada en decisiones de Tribunal Supremo en Madrid, fueron
intentando redefinir las relaciones sociales en las colonias^^.
Uno de los más interesantes espacios de resignificaciones de raza es el
ámbito político partidista, tanto en el lado liberal-reformista (luego autonomista)
como en el conservador incondicional. La aprobación de la ley
del sufragio universal masculino en España, en 1891, marcaba el comienzo
de una nueva forma de hacer la política de los partidos. Como venía ocurriendo
con todas las leyes que modemizaron el establecimiento institucional
judicial y político en España, se sabía que, pasados unos pocos años
(cuántos era cuestión debatible), tal reforma se extendería a las colonias de
ultramar. Ante los líderes políticos tanto conservadores como liberales, la
población masculina trabajadora considerada «de color» iba adquiriendo
cada vez más valor añadido como potenciales votantes.
En 1891, los liberales y conservadores llegaron a disputarse por honrar
y homenajear la memoria del Maestro Cordero, tabaquero y maestro de escuela
primaria de mediados de siglo, en cuya escuela aprendieron las primeras
letras los niños ricos o pobres, blancos o negros de San Juan. En octubre
de 1891, fue instalado en los salones del Ateneo de Puerto Rico el
retrato al óleo que pintara Francisco OUer. Al efecto, Salvador Brau leyó
una elogiosa conferencia consistente en una sinopsis biográfica que destacaba
el papel de Cordero como puente entre las dos «castas» que componían
la sociedad puertorriqueña, la blanca y la negra. Explicaba Brau que
en 1868, había habido oposición a que se colocase su retrato en la sala de
la Real Sociedad Económica. Ahora el Ateneo revivía el intento con el fin
de cultivar el sentimiento de armonía racial que estaba tan arraigado en
Puerto Rico, «esa armonía en los afectos,... esos respetos mutuos que fincan
su abolengo en las necesidades impuestas a los colonos de esta comarca
por el aislamiento social a que se vieron reducidos...»^'^. Para Brau,
gracias a esos afectos, «la historia de Puerto Rico, que no enrojece sus pá-
'^ Código Penal para las Islas de Cuba y Puerto Rico, Madrid, Centro Editorial Gón-gora,
1886, art. 10, n.° 22, pp. 15 y 91.
'^ Ver notas 4 y 5 supra.
''' Salvador Brau, «Rafael Cordero», en Ensayos. Disquisiciones sociológicas, Río Piedras,
Edil, 1972, pp. 146-159, esp. 158.
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ginas con los nombres de un Toussaint o de un Dessalines, se ilumina con
los destellos del espíritu bienhechor de un Rafael Cordero».
El tono paternalista y condescendiente que en general caracteriza el
discurso racializador de Brau, también se manifiesta en las descripciones
de un homenaje similar que auspiciara el grupo conservador. Al día siguiente,
el periódico La Bandera Española reseñó el acto de colocación de
una lápida conmemorativa del Maestro Rafael Cordero y los discursos de
los oradores del día, entre ellos el periodista conservador Díaz Caneja. El
reseñista explica lo siguiente:
Cada frase que acogía el pueblo con avidez, hacía ver en aquellos oscuros y
leales rostros... las señales más vivas de la impresión que los emocionaba, arrancando
a aquellos artesanos allí agrupados con tan sublime fin, entusiastas vítores
y aclamaciones al verse tan bien interpretados sus sentimientos... En algunas morenas
mejillas resbalaban lágrimas de verdadero entusiasmo y patriotismo, lo que
a la verdad nos hizo conmover, íifirmándonos una vez más, de cuánto es capaz por
sus sanos y nobles sentimientos esa clase sufrida de la sociedad y que aun más lo
sería bien instruida y bien encaminada".
Las racializaciones formuladas desde los partidos políticos con sus metas
modemizadoras y desde el discurso general armonizador, no eran las
únicas prácticas incluyentes/excluyentes. También es posible encontrar
prácticas diferenciadoras modernizantes entre los agentes del aparato judicial
que clasificaban y significaban a las personas detenidas por sospecha
de algún delito. Creaban categorías de alcance racializador de mayor precisión
y eficiencia, para nombrar los jornaleros, como «negro claro», «moreno
oscuro» o de «raza trigueña»^^. En 1890 aparece la clasificación
«blanco pálido» presumiblemente para diferenciar al campesino nativo del
blanco europeo, contribuyendo así a consolidar el estereotipo que ya estaba
apareciendo en la literatura^^. La palidez empezaba a ser un nuevo color di-ferenciador
cargado de significado'^.
El racismo convencional podía aflorar con rapidez ante cualquier instancia
conflictiva. Por ejemplo, y volviendo al ámbito político partidista, el
flirteo de los autonomistas con la «población de color» tuvo sus momentos
de desavenencia, aunque se me hace claro que primaba la tensión de
" La Bandera Española, 1 de noviembre de 1891.
'« AGPR. TSA, Criminal, caja 585, julio 1895.
" AGPR, TSA, Criminal, caja 465, noviembre-diciembre 1890.
'* Esto concuerda con los argumentos de Baerga, «Transgresiones corporales...», sobre
las nuevas formas del racismo creadoras de categorías relacionadas con el cuerpo y la
salud.
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clase, la memoria de una experiencia socioeconómica común, por encima
de la cuestión del color. En 1890, el periódico El Obrero, de Ponce, aclaraba
a sus lectores que no tenían que ser leales a los nuevos políticos autonomistas,
a pesar de que estos se proclaman herederos de los liberales de
antaño (los abolicionistas):
Los que gemían con la cadena del esclavo hasta 1873 nada tienen que agradecer
a los nuevos capataces, pues ven a cada paso que sus aspiraciones no son
otras que convertirse en modernos mandarines y vivir de la explotación pública".
Por su parte, el líder autonomista Luis Muñoz Rivera llegaría a expresar
reproches agrios contra los ex-esclavos que no se movilizaban para
conmemorar el décimo aniversario de la abolición, el 22 de marzo de 1893:
¿Por qué no les vemos conmemorar la fecha de su emancipación? ¿Por qué
no se reúnen para prorrumpir en hurras entusiastas a los hombres que les convirtieron
de parias en ciudadanos? ¿Por qué callan indiferentes...?^".
El líder e intelectual de fin de siglo no podía comprender el deseo de
olvido que parecía prevalecer entre la población llamada de color.
3. REFLEXIÓN FINAL
¿Cómo abordar el estudio del racismo en Puerto Rico? La maleabilidad
de las categorías raciales y los usos del racismo entre la gente con el
poder o fuera de él sugieren que lo interesante es la consideración de las
negociaciones y las prioridades, y la exploración del punto en que otro criterio
prima en la exclusión, por encima del de «la raza» o el «color». Esto
no es en ninguna manera un argumento nuevo; es más bien una confirmación
desde mi material de estudio. Vista como práctica discursiva, la raza
pierde su opresiva rigidez.
Por otro lado, está el problema de los efectos reales del racismo. La injusticia
que crea entre los que son, en una instancia específica, víctimas de
esa práctica, no es una cuestión que pueda tomarse con flexibilidad. Por
ejemplo, como observó hace más de 30 años Stanley J. Stein, «una sociedad
puede perpetuar las desigualdades sociales con mucha mayor eficacia
cuando la mala distribución del ingreso es apuntalada por el fenotipo»^^
" Boletín Mercantil, 22 de junio de 1890.
^ La Democracia, 22 de marzo de 1893.
^' Stanley J. Stein y Barbara H. Stein, La herencia colonial de América Latina, México,
Siglo Veintiuno, 1970, p. 57.
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