PERFILES DEL CRECIMIENTO DE UNA
CIUDAD: LA HABANA A FINALES DEL
SIGLO x vm
CONSUELO NARANJO OROVIO
M.« DOLORES GONZALEZ-RIPOLL
Depíos, de Historia de América
e Historia de la Ciencia
Centro de Estudios Históricos (CSÍC)
Madrid
1. CUBA, UN REFORMISMO DE IDA Y VUELTA
El transcurrir del siglo XVín en la isla de Cuba, como en el resto de las posesiones
españolas y en la propia península, está seiíalado por la llegada de una
nueva dinastía al trono y la puesta en marcha por parte de sus gobiernos de una
serie de mejoras, rectificaciones e innovaciones implantadas muy avanzada la
centuria, que se ha dado en llamar «reformismo borbónico». Este sistema de
ordenación pob'tica y económica llevado a cabo a uno y otro lado del océano tuvo
además un trasfondo ideológico, la ilustración, de mayor profundidad y extensión
temporal que el fijado para el esiablecimento de dichas reformas. Este movimiento
inspiró la forma política del absolutismo ilustrado que los monarcas españoles
pusieron en práctica mediante el mencionado programa reformista, «... convencidos,
como típicos ilustrados, de que para cambiar una sociedad bastaba con cambiar
sus leyes y legislar de manera clara, precisa y acorde con la razón natural...»i.
Sin embargo, lejos de constituir el reformismo y la ilustración hechos históricos
relacionados automáticamente, homogéneos e inmutables, su evolución
sufrió «... resquebrajamientos, fisuras, conü-adicciones y retrocesos...»^,
producto todo ello de los variados elementos que componían la realidad española
y americana y de la difícil posición de la monarqm'a española en el contexto
internacional de la época.
En 1763 España era «... una potencia con asombrosas posibilidades, pero
atrapada en las redes del conflicto franco-británico prácticamente ausente de
los mercados y con una estructua económica muy atrasada...»^. El golpe
1. CÉSPEDES DEL CASTILLO, Guillermo: «América en la Monarquía», en Carlos III y la
Ilusíración, (\989)p.9\.
2. PÉREZ HERRERO, Pedro: «Los comienzos de la política reformista americana de Carlos
ni», en Cuadernos Hispanoamericanos, Los Complementarios/2, Madrid (1988), p. 53.
3. LUCENA GIRALDO, M., y PIMENTELIGEA, J.: Los ^Axiomas políticos sobre la América
», de Alejandro Malaspina, Aranjuez (1991), p. 80.
231
moral que fue la conquista de La Habana y Manila por los ingleses en 1762 y
la ya asimilada necesidad de racionalizar y modernizar los territorios de la
monarquía como único medio de potenciarlos y conservarlos frente a las
agresiones extranjeras, supusieron el arranque de las reformas en Ultramar.
La puesta en marcha de las primeras medidas, de claro carácter defensivo por
tanto, ha sido denominada por P. Vives como la «innovación en el ojo del
huracán»^, novedad que no es otra que la traslación e implantación en el
gobierno de Cuba en 1765 del sistema de intendencias que ya funcionaba en
España dieciséis años antes. «... Era sin lugar a dudas el medio más eficaz
para canalizar el esfuerzo reformista en las dotaciones militares de la isla, el
replanteamiento pleno de las fortificaciones y la captación de recursos financieros
por vía fiscal que dieran respuestas a las nuevas urgencias...»^. Otras
medidas de esta primera época en que Cuba, por su carácter de isla caribeña,
sirvió de lugar de ensayo de las reformas necesarias que hicieran posible
seguir el modelo colonial desarrollado por otras potencias europeas*, son el
establecimiento de un servicio de correos primero mensual, después quincenal
entre Cádiz y La Habana y la apertura comercial entre esta isla y otras del
Caribe con nueve puertos españoles.
Así pues, las consecuencias de la toma de La Habana fueron muchas y de
variada entidad tanto en el contexto de la política ultramarina, constituyendo
un revulsivo eficaz para la Corona en la toma de medidas urgentes, como para
el desarrollo posterior de la propia isla, que vio sumergida en el olvido su historia
anterior a 1762. De este modo y según la idea de la generación del
«boom» azucarero de fines del siglo XVIII y ampliamente desarrollada por la
historiografía decimonónica y posterior, la idea de que es a partir de esa fecha
cuando se produce el resurgir y la integración de la isla como colonia de entidad,
es un intento deliberado de ocultar, entre otras cosas y según opiniones
recientes, los orígenes levantiscos de las élites locales'.
Con los datos ofrecidos por el censo de 1774 puede definirse totalmente la
configuración de la sociedad cubana colonial, que se distribuye de modo piramidal
y se concentra en La Habana. La cima de esta hipotética pirámide está
constituida por los dos grupos más favorecidos, un sector social metropolitano
que centraba su actividad económica en el comercio y un sector criollo
que basaba su riqueza en la producción agrícola. En la base nos encontramos
4. VIVES AZANCOT, P.: «La América de Carlos IH: geopolítica imperial para la era de las
revoluciones», en Cuadernos Hispanoamericanos, Los Complementarios/2, Madrid (1988), p. 12.
5. Ibíd.,p. 13.
6. MALAMUD RIKLES, C: «El desarrollo histórico en las regiones». Historia de Iberoamérica,
L n , Madrid (1990).
7. Para conocer este estado de opinión véase, entre otros, las obras de los siguientes historiadores
cubanos: SORHBGUI, A.: «El surgimiento de una aristocracia colonial en el occidente de
Cuba durante el siglo XVI», Santiago, n.= 37, Santiago de Cuba (1980); IGLESIAS, F.: «La
periodización de la historia de Cuba. Un estudio historiográfíco», Santiago, n.° 68, Santiago de
Cuba (1988); FUENTE, Alejandro de la: «¿Decadencia o crecimiento? Población y economía en
Cuba. 1530-1700»./Irftor, n.<» 547-548. Madrid (1991).
232
Distribución regional de la población según razas y condición social en el
censo de 1774
1774: 171.620 habitantes
Dpto. Occidental: Blancos: 32,69%
Libres: 7,6%
Esclavos: 16.14%
Toted 56,49%
Dpto. Centro:
Blancos 14,69%
Libres: 3,52%
Esclavos: 7.74%
Total 22.95
Dpto. Oriental: Blancos 8,81%
Libres: 6,79%
Esclavos: 4.96%
Total 20.56%
Fuente: MARRERO, L. Cuba, economía y sociedad, T. IX, p. 1946).
a los grupos de africanos o a sus descendientes, y en la zona intermedia diversos
estratos sociales, destacándose el de los artesanos asalariados y un sector
medio formado por pequeños propietarios, empleados profesionales e intec-tuales
».
La necesidad de conocer el estado de la población para efectos fiscales, de
organización, seguridad y defensa que se inaugura en toda América como
ejemplo de que las reformas en Indias están en marcha, se constata en que el
gobierno de Cuba realiza otro censo en 1778, durante la gestión del gobernador
interino Diego J. Navarro. La cifra general de población se alza con casi
ocho mil habitantes más y una tasa media de aumento anual del 1,52%.
2. HACIA UNA NUEVA FISONOMÍA URBANA: EL CASO DE LA
HABANA
Como ya comentamos, el desarrollo económico que se inicia en el último
tercio del siglo XVIII en Cuba, motivado en gran parte por las reformas bor-
8. MENDIETA COSTA, Raquel: Cultura. Lucha de clases y conflicto racial 1878-1895, U
Habana (1989). En el capítulo dedicado al «proceso histórico de fonnación de la identidad cultural
cubana» la autora ofrece un rico friso de la sociedad del dieciocho y del diecinueve cubanos,
pp. 79-91.
233
bonicas y el interés de la élite criolla en su aplicación y ejecución, auspició el
nacimiento de instituciones económicas y culturales, a la vez que promovió el
inicio de un «política» urbana, o al menos de una preocupación por la ciudad,
que en estos momentos comenzaba a ser la capital de una colonia próspera.
Esta expansión económica que llevaba en sí misma el desarrollo de ciudades
y la creación de nuevos núcleos poblacionales, en el caso de La Habana
se combinó con otro factor de gran interés, como fue la toma de La Habana
por los ingleses en 1762. Si bien este hecho tuvo repercusiones en el devenir
económico del país, en esta ocasión nos interesa resaltar su trascendencia en
el posterior desarrollo urbano de La Habana.
Fue a partir de 1762 cuando se comprobó que el sistema defensivo de la
capital era obsoleto, que las Murallas habían dejado de tener el carácter que
poseían en los siglos anteriores, a la vez de ser un obstáculo que impedía el
crecimiento de la ciudad. En esta época fueron surgiendo algunos de los
barrios que analizaremos más adelante; poblaciones extramuros que nacieron
cercanas al Arsenal, de forma dispersa y anárquica, como «manchas de aceite
», en los que las viviendas se levantaban con materiales ligeros como el
guano, la madera o el embarrado'.
El carácter cerrado de La Habana, el desarrollo económico de la isla en
general y de su capital en particular y el incremento de la población iniciado
en estos años fueron los factores que se combinaron en la expansión de la ciudad
hacia afuera.
El fortalecimiento de Cuba tras la Paz de París (1763), por la que Gran
Bretaña quedaba convertida en dueña de la Florida y la parte oriental de la
Luisiana, es un hecho. Llegaron a la isla tropas peninsulares, se crearon milicias,
su astillero se proyectó más próspero y la Capitanía General de la isla se
convirtió en una gobernación militar eficiente como centro del dispositivo
estratégico español en el Caribe. La concentración de recursos propició la
activación de la economía cubana y la iniciación de una cierta prosperidad
basada en esta empresa de servicios marinero-militares.
En el aspecto social y económico también se dio una cierta transformación
tras la devolución de La Habana. El gran número de ingenios azucareros que
estaban situados en las tierras que circundaban la ciudad absorbieron la gran
cantidad de esclavos que entraron merced a los ingleses; ya los criollos formaban
casi el 50% de las tropas militares creadas, manteniéndose, claro está,
los batallones de pardos y morenos por debajo de los blancos y dándose una
impresionante cortelación entre los líderes azucareros y los cuerpos de la ofi-ciaJidad.
La base económica estaba sufriendo cambios y el oscuro y visceral
mundo del azúcar, desarrollado lentamente a lo largo de todo el siglo, cobró
impulso al contacto con los ingleses, ya que la ocupación enraizó en Cuba el
concepto de plantación de las colonias británicas fácilmente asimilado por la
9. VENEGAS FORNIAS, Carlos: La urbanización de las murallas: dependencia y modernidad,
La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1990.
234
oligarquía habanera. Esta pudo capitalizar su producción gracias a la entrada
del dinero destinado a cubrir toda la infraestructura marinero-militar a la que
antes aludíamos.
El canalizador de las ventajas obtenidas por la inversión en fortificaciones
tras la evacuación inglesa fue el gobernador Felipe de Vondesviela, Marqués
de la Torre (1771-1776). Por entonces se hizo patente la necesidad de mejorar
los servicios y la estructura urbana de una ciudad en precarias condiciones
sanitarias y de triste aspecto por la carencia de lugares de recreo. Durante los
siglos anteriores la máxima preocupación concerniente a las obras públicas se
había centrado en la construcción y remodelación de las fortificaciones, cuarteles
e iglesias; es decir, «... se había insistido en el orden militar y en el religioso,
pero en lo civil todo estaba por hacer...»!".
La transformación de la ciudad estuvo marcada por el crecimiento de la
población y del desarrollo económico, factores que están íntimamente relacionados
y de los que abordaremos el análisis de uno de ellos: el crecimiento
demográfico experimentado en La Habana en la década de los noventa del
siglo XVIII.
Creemos que dicho aspecto es de gran interés puesto que a comienzos del
siglo XIX, alrededor de 1810, casi la mitad de la población habanera vivía en los
barrios de extramuros». El rápido desarrollo de estos barrios y las transformaciones
urbanas que llevó consigo son los puntos ceñíales de nuestro análisis.
Asimismo, consideramos que este período, en el que los años noventa del
siglo XVIII fueron fundamentales, contiene las claves de las transformaciones
económica, social y urbana de La Habana.
La Habana, siguiendo la caracterización hecha por Carlos Venegas de la
ciudad típica de economía de plantación, pasa a ser un centro con numerosa
población flotante, donde predominan las actividades administrativas y del
sector terciario, con una intensa vida comercial y escasa actividad industrial y
un amplio artesanado compuesto en su mayor parte por negros y mulatos'^.
A estos cambios en su estructura urbana y en su función se refiere Julio Le
Riverend cuando comenta:
«(La Habana a partir de 1780). Se transforma radicalmente: de plaza fuerte
se cambia en urbe comercial e industrial, de escala y tránsito deviene solar de
arraigo y tradición; del grupo de casas y bohíos en tomo a la Plaza de Armas,
nacen mansiones y palacios que se alinean en numerosas calles y no caben
dentro de La Habana Vieja... La Habana, adquiere la categoría de acontecimiento
fundamental dentro de la historia de la región: va a dominar en todo el
territorio como dueña y señora»"-
10. CHATELOIN, Felicia: La Habana de Tacón, La Habana (1989), p. 23.
11. Ibíd.,p. 15.
12. VENEGAS FORMAS, C: Dos etapas de colonización y expansión urbana. La Habana,
Editora Política, 1979, p. 72.
13. LE RIVEREND, Julio: La Habana (biografía de una provincia). La Habana, Imprenta El
Siglo XX. 1960.
235
La gran capital del siglo XIX tuvo sus orígenes en ese período, en el que
algunos de sus gobernantes y la élite criolla se esforzaron por dar un nuevo
aspecto a la ciudad.
Desde el Marqués de la Torre a Luis de las Casas acudimos a un lento y
progresivo remodelamiento urbano y junto a la construcción de la Plaza de
Armas o de edificios destinados al gobierno, se levantaron edificios públicos
como el Coliseo o alamedas que sirvieran como zonas de recreo a su población.
Pero quizá lo más interesante dentro de la preocupación por hacer de La
Habana una ciudad digna fueron las obras encaminadas a dotar a la ciudad de
una infraestructura sanitaria de la que carecía, así como del alumbrado necesario
para hacer sus calles más transitables y seguras.
2.1. Obras Públicas
Las obras públicas emprendidas en estos años tan sólo fueron el prolegómeno
de los planes de remodelación puestos en práctica en el siglo XIX por
el general Tacón en la década de los años treinta y el capitán general La Concha
en la década de los sesenta, quienes diseñaron planes de remodelación
urbana de acuerdo a las ordenanzas de construcción que controlasen dicho
desarrolloi*.
Recuperada la plaza al dominio español, si bien desde el punto de vista
estratégico y defensivo se comenzaron diferentes proyectos para equipar a la
ciudad con la construcción de nuevas fortalezas como La Cabana, El Príncipe
y Atares, fuertes menores como La Chorrea y Cojímar, fortines y el torreón
de San Láz^aro, también se iniciaron una serie de obras civiles, que marcaron
el comienzo de la transformación del espacio y de la estructura de la ciudad;
los planes y proyectos de este período carecían de un diseño urbano.
Ejemplo de esto lo constituyen edificios como la Plaza de Armas que contenía
el Palacio del Segundo Cabo y el Palacio de los Capitanes Generales,
1773-1793, la instalación de la Parroquia Mayor (posteriormente la catedral)
en el colegio de los jesuítas en 1777, el Coliseo, la Casa de Beneficiencia,
1792-1794, o la creación de paseos como la Alameda de Paula, que probablemente
fue el lugar de mayor vida de finales del siglo XVIII. Crónicas de la
época lo describen como un sitio pleno de romanticismo que reunía un excelente
piso y la frescura dada por la brisa del mar. Se inició también otro
paseo, extramuros, concluido en 1797'5.
De gran interés para la vida cultural y social de la época fue la fundación
del primer teatro regular, el denominado Principal, también conocido por el
Coliseo o Teatro de la Alameda, por encontrarse en el extremo de este paseo.
14. VENEGAS FORNIAS, C, op. cU., 1990; CIIATELOIN, Felicia: U Habana de Tacón,
La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989.
15. ROIG DE LEUCIISENRING, Emüio: U Habana antigua: la Plaza de Armas, U Habana.
1935.
236
aunque no fue disfrutado ni por el siguiente gobernador. Se construyeron los
puentes de la Chorrera, de las Vegas, del río Cojímar y el de Arroyo Hondo
que conectaba La Habana con los distritos de sotavento. Se intentó paliar la
disminución del fondo del puerto de La Habana a causa de la tierra que era
arrastrada desde las calles en aluvión y se planeó la construcción de seis pontones
y seis gauguiles para limpiar la bahía; se fomentó la población en los
alrededores de La Habana, en Puentes Grandes y Jesús María; se instaló un
sistema de alumbrado público y se prohibió a la gente deambular de noche
por las calles sin portar luz, con el objetivo de erradicar fechorías; el mismo
gobernador La Torre fundó algunos pueblos, como Nueva Filipina —la actual
Pinar del Río— y contribuyó al fomento de otros lugares como Jaruco y Güines
y a la reparación y apertura de nuevos caminos'*.
De forma paralela se llevó a cabo la limpieza de la ciudad, en la que fue
fundamental la prohibición de las casas de guano, y se dictaron reglas para el
mantenimiento del orden, que a partir de 1763 estuvo encomendado a un
cuerpo de comisarios de barrio. El incumplimiento de las nuevas reglas fue
penado con multas. Asimismo, como medio para resolver, en parte, la pureza
del agua potable, en 1771 se prohibió que los animales bebieran de agua que
corría por la Zanja y que, en dicho conducto, la población se bañara o lavara
la ropa". En 1788 tenemos noticia de la puesta en funcionamiento de las primeras
casas de baño.
En la ciudad el estado de las calles era uno de los problemas más acuciantes,
agravado además por el cada vez mayor movimiento del puerto habanero
que provocaba el tránsito por el centro de carruajes privados y de carretas
destinadas al transporte del azúcar y otros productos. En relación con las
calles decía José Antonio Saco, «... pocas de intramuros están empedradas
todavía y las de extramuros, que es donde reside la mayor parte de la población,
se hallan todas sin más pavimento que el que le dio la naturaleza. En las
grandes sequías que allí se experimentan, el polvo es insoportable y en la
estación de lluvias, que es cabalmente la de los fuertes calores, muchas calles
se inundan de agua...»'*.
La población de la zona extramuros, que contaba en 1778 con 10.824 habitantes",
se hacinaba en núcleos de asentamiento cuya ubicación los determinaba
la cercanía a puntos importantes de la ciudad como eran el Arsenal —
prácticamente destruido en la conquista inglesa de La Habana—, la Zanja
—que abastecía a la ciudad de un agua lamentable proveniente del río Almen-
16. GUERRA, R., y otros: Historia de la nación cubana, vol. ü. NARANJO OROVIO, C:
«Colons et nouvelles villes a Cuba, 1765-1802», Geographies, Colonizations, Descolonizations,
Bordeaux, 1993. «Medio siglo de política poblacionista en Cuba, 1790-1840», Europa e Iberoamérica:
cinco ciclos de intercambios, SeviUa, 1992.
17. CHATELOIN, Felicia, op. cU.
18. Ibíd.,p.23.
19. VENEGAS FORMAS, Carlos (1990): La urbanización de las murallas: dependencia y
modernidad, La Habana, p. 15.
237
(lares—, las calles Jesús del Monte, de San Luis Gonzaga y el Paseo, pero en
su caótico «diseño» no se contemplaba el trazado de las calles, construyéndose
primero el edificio en la mayoría de los casos.
Con todas sus limitaciones, las mejoras que se llevaron a cabo durante el
gobierno de La Torre pudieron acometerse por dos hechos: el aumento de las
rentas públicas y la cooperación de los habitantes, quienes fueron organizados
y cuantificados en el primer censo de población y riqueza de Cuba en 1774.
Los datos que arrojó demostraban que ya el azúcar era la primera industria
del país, donde existían unos quinientos ingenios. Y junto con el azúcar crecía
la importancia e influencia de sus productores.
Se constató, además, la desigualdad en la distribución de la población en
favor de La Habana y su área de influencia que data desde el siglo XVI, cuando
se convirtió el puerto habanero en escala obligada al regreso a la península
de los buques enviados a America. Así pues, alrededor de 1570 La Habana
fue testigo de un enorme crecimiento demográfico que se explica a partir de
una corriente inmigratoria atraída por las posibilidades económicas que generaba
esa condición de puerto escala y porque en estos años se cerraba un primer
ciclo de repartimiento de las tierras de extemo hinterland habanero. Tierras
que dedicaron buena parte de su producción a abastecer a los fuertes
militares fundados en Florida. Desde entonces la población habanera comienza
a distinguirse claramente como un componente fundamental del total de
habitantes de la isla y a representar una proporción creciente en ese total,
hasta alcanzar algo más del 50%2o. Esta preponderancia de la parte occidental
de la isla en detrimento del resto tuvo una clara consecuencia. La zona del
oriente, que por razón de cercanía a la vecina isla de La Española, había disfrutado
de un cierto grado de desarrollo y población, debió hacer frente con
menos recursos a nuevas relaciones, casi nulas con La Habana, pero acrecentadas
en forma de intercambios clandestinos con los enclaves extranjeros.
2.2. Luis de las Casas: un gobierno en las últimas reformas
Con la entrada de la última década del siglo XVIII se inicia una nueva
etapa en el progreso socioeconómico y político de la isla; etapa gestada a lo
largo de los años reseñados. La irrupción del azúcar cubano en el mercado
mundial en sustitución del tradicional proveniente de Haití hizo de los propietarios
de los ingenios azucareros los máximos exponentes de las corrientes
fisiocráticas ilustradas, que identificaban la tierra como «única fuente de
riqueza» y la agricultura «quien las multiplica», agentes también junto al
poder real de los propósitos del movimiento ilustrado: la confianza en la
razón, en la ciencia y en la educación como factores de progreso para el logro
de la felicidad humana.
20. FUENTE GARCÍA, Alejandro de la (1991), op. cít., p. 21.
238
En estos años de transición se establecieron los fundamentos de la estructura
desarrollada en su plenitud a lo largo del siglo XIX, quizá pueda decirse —
como apunta H. Friedlaender^i— que todo se decidió durante el breve período
de poco más de un lustro del régimen del capitán general Luis de las Casas^^.
La coyuntura favorable que le tocó vivir con la subida del precio del azúcar
en el mercado mundial, la concesión en 1789 del permiso de entrada de
negros y la maduración de las reformas gestadas tiempo atrás, contribuyeron
a acelerar el tránsito cubano hacia el capitalismo y a forjar las instituciones
más influyentes para la sociedad y cultura cubanas.
En 1792 fue fundada la Sociedad Paü-iótica de La Habana, una de las instituciones
coloniales que más ha influido en la formación cubana y que en su
primera época constituyó casi un consejo de gobierno. La Sociedad nació
«para promover la agricultura y comercio, la crianza de ganados e industria
popular y oportunamente la educación e instrucción de la juventud», a ella
pertenecieron los criollos más influyentes y llevaron la voz cantante los
hacendados azucareros en detrimento de los comerciantes. La Sociedad es
también el origen de la primera biblioteca pública de la isla, del interés por
establecer escuelas gratuitas (Caballero redactó unas ordenanzas en 1794) y
contribuyó en gran medida a poner en práctica los postulados ilustrados sobre
la necesidad de una beneficencia pública que mediante la instrucción convirtiera
en útiles para la comunidad a los más desfavorecidos.
Inició su andadura adquiriendo la responsabilidad de la dirección del Papel
Periódico de La Habana que había sido creado por el mismo gobernador en
1790 y que aunque importante elemento civilizador —en él se criticó, por
ejemplo, el estado de las letras y la falta de educación elemental de los habaneros—,
careció en esta primera etapa de más elevadas aspiraciones: en esta
publicación no hallamos artículos que esbocen el nacimiento de una conciencia
nacional, si lo comparamos con otros periódicos americanos coetáneos.
Quizá lo más importante del Papel Periódico es que por vez primera aparecen
publicadas en un periódico habanero informaciones de carácter científico,
observaciones meteorológicas, artículos literarios, etc.; y desde sus páginas se
animaba a los hacendados y colonos a la utilización de nuevas técnicas en sus
cultivos agrícolas^.
La creación en 1794 del Real Consulado de Agricultura y Comercio de La
Habana se debe a las gestiones de Francisco de Arango en Madrid como delegado
del Ayuntamiento de la ciudad. Además de las atribuciones en materia
de justicia conferidas al Consulado se erigía una Junta Económica y de
21. FRIEDLAENDER, H.: Historia económica de Cuba. La Habana, 1978, 2. vols.
22. En GONZALEZ-RIPOLL NAVARRO, M.« Dolores (1991): «En tomo a la figura de Luis
de las Casas, un gobierno de transición», Arbor, nP^ 547-548, t. CXXXK, pp. 83-91, analizo el
tratamiento historíográfíco que ha merecido este gobemador y algunas claves para su análisis.
23. PUIG-SAMPER, Miguel Ángel, y NARANJO, Consuelo: «La ciencia y la técnica ilustrada
en El Papel Periódico de La Habana (¡790-1805)», Esludios de Historia Social: Periodismo
e Ilustración en España, nP^ 52053, Madrid, 1990. pp. 385-391.
239
gobierno que, puesta al frente de los hacendados y comerciantes, propagase
las «luces económicas» y promoviese con igualdad y sin predilección el bien
de unos y otros. Los fines principales perseguían el adelantamiento de la agricultura
y el comercio, la mejora en el cultivo y beneficio de los frutos y la
facilidad en la circulación interior. A la Junta se encargaba entre todas estas
atribuciones el «construir buenos caminos, fomentar la población de los campos
y aldeas, evitar la emigración a las ciudades, abrir canales de navegación,
limpiar y mejorar los puertos».
Las Casas intentó gobernar con datos reales sobre la colonia para lo cual
fomentó la acumulación de información económica y estadística. Buena
muestra de ello son las relaciones de población y recursos denominadas
«guías de forasteros» que era preciso enviar al monarca cada año y en las que
constaban un «resumen general de las personas», otro dedicado a los ganados,
tierras y número de esclavos, la relación del funcionariado y una lista de los
extranjeros existentes, consignando la profesión y fecha de llegada a la isla.
De gran interés es también la realización en 1792 del segundo censo de habitantes
y riqueza de la colonia que arrojó un total de 272.301 personas en la
isla de Cuba.
Conocidas las cifras de población, se constató el aumento imparable de la
población negra, relacionada directamente con el grado de riqueza, pero de
algún modo temida a partir de la sublevación de los esclavos haitianos y la
necesidad, por tanto, de contrarrestar su creciente número con el fomento de
población blanca procedente de las Islas Canarias.
Muchos problemas de carácter público perduraban, pero el gobernador Las
Casas se reveló fiel continuador de los objetivos que se había trazado su antecesor
el gobernador Marqués de la Torre. El empeoramiento del estado de las
calles propició una serie de planes de reparación cuyos medios de financiación
provocaron no pocas disputas. El gobernador era de la opinión de que se dedicase
a las obras públicas, esto es, a la obra del empedrado de calles, plazas,
muelles, corrección de la disminución de fondo que experimentaba el puerto y
las cañerías para las fuentes públicas, el sobrante de la cantidad arbitrada para
el vestuario de las milicias que se había disfrutado desde 1786 a 17892*. La
extensión de las tierras azucareras y su alejamiento de los puntos de embarque
originó en el seno del Consulado, el Cabildo y la Sociedad Económica una
preocupación lógica por la necesidad de contar con caminos en condiciones.
Así, se construyeron calzadas de acceso a la ciudad y se remozaron puentes.
Debemos esperar a la época del general Tacón (1834-1838) para asistir a la
creación de una infraestructura de servicios en la capital, a pesar de que
muchos de los proyectos realizados tuvieron su origen en el último tercio del
siglo XVIII. Nos referimos a la limpieza de la bahía de La Habana y a la conducción
del agua que abastecía a la población a través de la Zanja Real.
24. Luis de las Casas a Pedro de Acuña. La Habana, 14 de noviembre de 1792. AGÍ, Ultramar,
170.
240
Ambos problemas fueron tema de preocupación en el período que analizamos,
llegándose a realizar algunos adelantos, pero su solución definitiva no
llegó hasta bien entrado el siglo XIX.
Fueron estas y otras carencias, como la falta de sumideros y cloacas, la
estrechez, el desnivelamiento y la mala pavimentación de las calles lo que sin
duda impresionó a Humboldt en su primer viaje a La Habana (1800-1801).
Sus comentarios reflejan parte de las condiciones de la ciudad y el caos reinante,
motivado por la falta de una política urbana:
«... las calles son estrechas en general y aún no están empedradas... pocas
ciudades de ella (la América española) presentan un aspecto más asqueroso
que La Habana por falta de una buena policía; porque se andaba en el barro
hasta la rodilla; y la muchedumbre de calesas o volantas...; los canos cargados
de caña de azúcar, y los conductores que dan codazos a los transeúntes,
hagan enfadosa y humillante la situación de los de a pie...»^^.
Una visión algo más positiva de La Habana nos la ofrece Jacobo de la
Pezuela, quien reconoce algunos de los logros alcanzados por Luis de las
Casas, en comparación con los años anteriores:
«(desde la llegada de Luis de las Casas) en menos de dos años vio La Habana
sus calles empedradas, concluidos dos hermosos edificios destinados al
Gobierno y oficinas públicas, terminando el muelle de su puerto en la forma
que se proyectó primariamente, y por último depurada y encañada con sillares,
la Zanja conductora de las aguas para el consumo e insalubres antes...»^*.
Siguiendo el relato de Pezuela, conocemos que algo mejoró el tránsito por las
calles habaneras, que si bien continuaron siendo estrechas al menos las casas
bajas fueron niveladas a una misma altura. A pesar de estas pequeñas reformas,
las calles continuaron presentando algunos problemas por el número elevado de
transeúntes y carruajes en unas calles que tan sólo tenían una anchura de 8
metros, mientras que podían tener desde 300 a 1.300 metros de largo.
También en estos años, en 1791, tuvo lugar la colocación de un farol de
vidrio, alimentado con grasa, en cada frente de cada manzana. Según el relato
de E. M. Masse tras su estancia en La Habana en 1816, estos faroles tenían la
forma siguiente:
«Estas antorchas se encerraban en fanales adaptados a barras de hierro fijadas
en las paredes...»
Qué duda cabe que ello supuso un adelanto considerable frente a la situación
anterior, en la que la iluminación de la ciudad dependía de los particulares,
los vecinos pudientes que dejaban un farol o linterna en las entradas de
las casas hasta media noche^.
25. «Ensayo político de la isla de Cuba», en Revista Bimestre Cubana, La Habana, vol.
UCXVI. 1959, pp. 193-194.
26. PEZUELA, Jacobo de: Ensayo histórico de la isla de Cuba, Nueva Yoric, Imprenta Española
de R. Rafael, 1841, p. 325.
27. ALTSHULER GUTWERT, José B.: «Panorama del alumbrado en Cuba antes de 1889»,
Anuario, n.= 1, La Habana, 1988, pp. 125-146.
241
El nuevo sistema de alumbrado público fue financiado con un impuesto
aplicado, de forma anual, a los propietarios cuyas casas tuvieran dos pisos,
por lo que tenían que pagar medio peso, casas que tuvieran zaguán, por lo que
el impuesto se elevaba a tres reales de plata, o bien poseyeran casas accesorias,
lo que les suponían un real de plata más^s.
3. LOS ARRABALES DE LA HABANA
El crecimiento natural de la población y las necesidades expansivas de una
ciudad cerrada en sí misma, como era La Habana, impulsaron el nacimiento
de barrios extramuros, que distaban de la muralla LSOO varas, según lo reglamentado.
El estudio de los planos de La Habana refleja la situación de saturación
demográfica y el elevado número de construcciones de intramuros, que a
mediados del siglo XVIII contaba con más de 40.000 habitantes, 19 iglesias y
conventos, plazas y plazoteas como la Plaza Nueva, la Plaza de la Ciénaga, la
Plaza de Armas y la Plaza de San Francisco, que completaban todo el tejido
urbano^'.
En 1768 La Habana de intramuros estaba compuesta por dos cuarteles o
distritos. La Punta y Campeche, cada uno de los cuales contenía los siguientes
barrios: Dragones, El Ángel, La Estrella y Monserrate, en La Punta, y San
Francisco, Santa Teresa, Santa Paula y San Isidro, en Campeche^".
En lo referente a La Habana de extramuros, a partir de 1763 comenzaron a
surgir fuera del recinto amurallado diferentes barrios, que distaban de la ciudad
1.500 varas, según lo reglamentado. Las primeras concentraciones nacieron
alrededor del Arsenal, en 1763, integradas por las personas que trabajaban
en él, como el barrio de Jesús María, en el sureste. También de la misma
época es el barrio de Nuestra Señora de Guadalupe, situado en el centro, entre
la Zanja Real, la Calzada de Jesús del Monte y el barrio de Jesús María.
En 1776 emergió el barrio de La Salud. Posteriores a éste aparecieron otros
barrios como El Horcón, Jesús del Monte y San Lázaro, que se extendió por
el noroeste, entre la costa norte y la Zanja Real.
El carácter espontáneo de estas poblaciones determinaron su estructura
anárquica, sin ningún ordenamiento, sin calles y con viviendas construidas a
base de materiales ligeros como el guano o la madera; construcciones que
chocaban con los palacios y grandes casas de intramuros. La ciudad, intramuros
y extramuros, comienza a tener una estructura de clases y refieja las contradicciones
de esta sociedad, que irán aumentando a lo largo del siglo XIX.
28. Ibíd.
29. AGUILERA ROJAS, Javier: «La Habana sobre el papel». Cien planos de La Habana en
¡os archivos españoles. La Habana, 1985, pp. 65-78.
30. PEZUELA, Jacobo de la: Diccionario geográfico, estadístico e histórico de la Isla de
Cuba. T. in, Madrid, 1863. p. 58.
242
El contraste entre ambas partes, entre sus habitantes, fue recogido por la
mirada atenta de los viajeros de los primeros años del siglo XIX, quienes en
sus crónicas recrean la vida de la clase acomodada habanera, sus formas de
vida, sus paseos en volantas, sus grandes mansiones, etc., que chocan con la
descripción de los arrabales, insalubres, con mal olor y repletos de bohíos.
A finales del siglo XVIII, en 1798, nos encontramos con los tres ejes fundamentales
de La Habana de extramuros, a partir de los cuales se extendió la
ciudad posteriormente: el Paseo Extramuros y las calles Salud, Jesús del
Monte y San Luis Gonzaga^i.
A partir de 1807 los barrios de extramuros se distribuyeron en Capitanías
de Partido. Estos barrios fueron considerados como parte de la capital en
1851 al hacerse la nueva distribución de distritos y de barrios'^.
3.1. Análisis demográfico de la Habana y sus barrios
El crecimiento demográfico de Cuba en el último tercio del siglo XVIII
coincide con la elaboración de los primeros censos de población: en 1774-
1775 realizado por el Marques de la Torre, en 1778 elaborado por Diego José
Navarro y el de Luis de las Casas, 1791-1792, todos ellos supusieron un adelanto
cualitativo importante en el desarrollo de la estadística. A éste también
contribuyó la Real Cédula de 10 de noviembre de 1776 mediante la que se
ordenaba a las autoridades civiles y eclesiásticas que elaborasen un padrón
anual, que incluyera datos de los habitantes y riquezas del país: número de
ingenios, estancias, hatos, corrales, potreros, etc.
Nos proponemos analizar el crecimiento de la población de La Habana
extramuros entre 1790 y 1796 a partir de los padrones anuales, recurriendo a
extrapolaciones para aquellos años en que falta el padrón de algún barrio.
La existencia de un escaso y desigual número de padrones de La Habana y
sus barrios en estos años sobre la riqueza agrícola de la zona, o al menos lo
que nosotros hemos podido encontrar, imposibilitan por el momento llevar a
cabo un estudio socioeconómico.
En el período que analizamos se observa el cambio de la estructura de la
población, clasificada por el color de la piel y su régimen de trabajo, con el
aumento de la población relativa de los esclavos y libres de color frente a los
blancos. En la ciudad de La Habana y sus arrabales, con 44.337 habitantes, la
proporción entre estos tres grupos en 1791 era la siguiente: 53% blancos, 22%
libres de color y 25% esclavos. Esta proporción se alteró en 1810 —la población
ascendía a 96.114—, tras la entrada masiva de esclavos africanos, siendo
ahora de 43%, 27% y 30%, lo que supone que el 57% del total de la población
en la ciudad de La Habana y sus arrabales estaba compuesta por personas de
31. CHATELOIN. R: O/), ci/.
32. Ibíd.
243
color. El aumento de los libres de color, el 171%, y el de los esclavos, el
165%, contrasta con el crecimiento de la población blanca, el 13%^\
A esto último podríamos añadir que la ciudad de La Habana y sus arrabales
mantuvo en este período de continuo crecimiento unas características distintas
con respecto a las de la provincia Habana, en la que la población blanca es
superior. En ésta la proporción de los tres grupos en 1791 era: 53% blancos,
21% libres de color y 29% esclavos. En 1810 la proporción era: 46% blancos,
12% libres de color y 42% esclavos^*.
El mantenimiento del porcentaje de la población de La Habana y sus arrabales
con respecto a la población de la isla entre 1791 y 1810, alrededor del
16%, revela que dicha población mantuvo el ritmo de crecimiento similar al
del resto del país.
A continuación abordaremos el análisis de los padrones de los barrios
extramuros entre 1790 y 1796 para analizar la evolución de éstos y el ritmo
de crecimiento de los barrios con respecto a la capital.
A partir de los datos sumamente dispersos que ofrecen los padrones podemos
inferir que la población extramuros había crecido entre 1778 y 1792 de
unos 10.000 habitantes a unos 15.000 habitantes (datos estimados), lo que
significaría que en este último año la población de la ciudad de La Habana
intramuros era el doble que la que vivía en sus arrabales.
A partir de la década de los años noventa del siglo XVIII el crecimiento de
extramuros fue tal que en 1811 su población, con unos 50.000 habitantes, era
ya superior a la población de intramuros, con 43.175 habitantes.
Por barrios o arrabales podemos comentar, a partir de los datos reflejados
en el padrón correspondiente al último año, localizado, que los barrios o arrabales
que presentan un crecimiento mayor fueron:
—^Nuestra Señora de Guadalupe, que contaba en 1794 con 4.393 habitantes
y alcanzó en 1811 la cantidad de 28.419 habitantes.
—Jesús María que en 1795 tenía 3.325 habitantes y llegó a tener en 1811 la
cifra de 11.625 habitantes.
—San Lázaro, con una población de 1.037 habitantes en 1795 y que alcanzó
el número de 2.538 habitantes en 1811.
En tanto que otros barrios como El Horcón, que en 1792 tenía 2.319 habitantes,
disminuyó ligeramente hasta el número de 2.290 habitantes en 1811.
Por su parte, Jesús del Monte tuvo un crecimiento muy leve: en 1796 tem'a
3.237 habitantes y en 1811,3.989 habitantes.
A finales del siglo XVIII, y concretamente en la última década, observamos
como La Habana, al igual que otras metrópolis americanas, fue extendiendo
su tejido urbano ah-ededor de su casco antiguo; este hecho es el inicio
del desarrollo posterior constatable en los siglos XIX y XX, en los que dichas
ciudades fueron ampliándose en forma de anillos consecutivos.
33. Manuscrito 14613-23-36, exp. 91-802, de la Biblioteca Nacional de Madrid, recogido por
Humboldt en su Ensayo..., op. cU., p. 202.
34. Ibíd.
244
Evolución de la población (1790-1796)
Partido de El Horcón
2500
2000
1790 1791 1792 1793
Afios
Blancos n Libres de color
1794
Esclavos
1795 1796
Total
Fuente: AGÍ, Cuba, 1471. Elaboración propia.
Evolución de la población (1790-1796)
Partido de Jesús del Monte
0\
1 I
1790 1791 1792 1793
Años
Blancos n Libres de color
1794
Esclavos
1795 1796
Total
Fuente: AGÍ, Cuba, 1471. Elaboración propia.
Evolución de la población (1790-1796)
Partido de San Lázaro
^
•^
1200
1000
Blancos Libres de color Esclavos Total
Fuente: AGÍ, Cuba, 1471. Elaboración propia.
Evolución de la población (1790-1796)
Partido deNtra. Sra. de Guadalupe
Blancos Libres de color Esclavos Total
Fuente: AGÍ, Cuba, 1471. Elaboración propia.