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DOI: 10.4185/RLCS-65-2010-894-214-221 – ISSN 1138-5820 – RLCS # 65 – 2010 +
Una aproximación al concepto de frontera virtual. Identidades y
espacios de comunicación
An approach to the concept of a virtual border. Identities and communication spaces
Dr. Antonio García Jiménez [C.V.] Profesor del Departamento de Ciencias de Comunicación I - Universidad Rey Juan
Carlos, URJC, España - antonio.garcia@urjc.es
Dr. Pilar Beltrán Orenes [C.V.] Profesora del Departamento de Ciencias de Comunicación I - Universidad Rey Juan
Carlos, URJC, España - pilar.beltran@urjc.es
Dr. Sonia Núñez Puente [C.V.] Profesora del Departamento de Ciencias de Comunicación I - Universidad Rey Juan
Carlos, URJC, España - sonia.puente@urjc.es
Resumen: Se presenta una aproximación a la frontera en el ciberespacio entendida como un lugar de comunicación e
identitario. En primer lugar, se estudian las diferentes dimensiones del hecho fronterizo y se delimita el papel que
tienen las fronteras geográficas. A continuación, se destacan los aspectos que definen la frontera virtual tales como los
cambios en el concepto de frontera a partir de Internet, la idea de memoria, las implicaciones nacionales e identitarias,
las comunidades virtuales, o las relaciones entre las fronteras externas y las propias de Internet. Finalmente, se
propone una tipología de las fronteras virtuales.
Palabras clave: Frontera virtual; ciberespacio; comunicación; identidad.
Abstract: This article presents an approach to the concept of a border in cyberspace, analysed as a place of
communication and identity. Firstly, it explores various dimensions of the border and specifies the role of geographical
boundaries. Different aspects that define virtual borders, such as changes in the concept of borders from the Internet,
ideas of memory and identity, national implications, virtual communities, and relationships between the external borders
and borders online are shown next. Finally, a typology of virtual boundaries is presented.
Keywords: Virtual border; cyberspace; communication; identity.
Sumario: 1. Introducción. 2. El concepto de frontera y sus dimensiones. 3. Fronteras geográficas. 4. Fronteras
virtuales. 4.1. Consideraciones previas. 4.2. Identidad, naciones y comunidades virtuales. 4.3. Algunos problemas. 5.
Conclusiones y propuestas de futuro. 6. Referencias bibliográficas.
Summary: 1. Introduction. 2. The concept of the border and its dimensions. 3. Geographical frontiers. 4. Virtual
borders. 4.1. Previous considerations. 4.2. Identity, nations and virtual communities. 4.3. Some questions. 5.
Conclusions and proposals for the future. 6. References.
Traducción supervisada por Sarah Thomas, Translator, New Cork University, NY, USA
1. Introducción
El proceso de globalización en el que estamos inmersos a nivel mundial, aun siendo fruto principalmente de la sinergia
de factores económicos, tiene en la posibilidad de comunicación inmediata y permanente a escala mundial,
“cibercomunicación”, uno de sus elementos más poderosos.
Esta nueva forma de comunicación permite el contacto e intercambio, en tiempo real, entre los miembros de
comunidades cuyas señas de identidad nada, o poco, tienen que ver con las identidades tradicionales, que se
establecen fundamentalmente por razones geográficas (proximidad, inmediatez, costumbres condicionadas por el
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medio en el que habita la comunidad…).
Este nuevo espacio, “ciberespacio”, no menos real que el geográfico, está propiciando la aparición de nuevas
comunidades, comunidades virtuales, tan reales como las tradicionales. Un buen ejemplo lo podemos encontrar en las
comunidades de Facebook. Para este nuevo tipo de comunidades, las señas de identidad se alejan de las cuestiones
de proximidad o cercanía física, y se reúnen por afinidades como haber estudiado en la misma Universidad, compartir
alguna afición, defender una misma causa, etc.
Como toda comunidad, la comunidad virtual también es excluyente, puesto que obliga al cumplimiento de unos
requisitos a todo aspirante a formar parte de ella, excluyendo a todos los individuos que no los cumplan (la comunidad
virtual de los antiguos alumnos de una Universidad, excluirá automáticamente de entre sus miembros a todas las
personas que no hayan cursado estudios en esa Universidad, por ejemplo).
Este carácter excluyente de toda comunidad delimita hasta dónde se extiende su influencia, y a partir de dónde se
entra en terreno ajeno, es decir, dónde están sus fronteras. En el caso de las comunidades virtuales, se generan
también fronteras, fronteras virtuales, que, tal como señalamos anteriormente, son tan reales como las geográficas y
que no se identifican con las fronteras tradicionales.
Nos encontramos, pues, ante una realidad compleja en la que se entremezclan fronteras nacionales, identificadas con
facetas geográficas, económicas, políticas y administrativas, con otras transnacionales de carácter virtual, más
centradas en aspectos culturales, que se localizan en el ciberespacio, pero que interaccionan con las nacionales (que
es el caso del terrorismo internacional).
El estudio y análisis teóricos de esta realidad constituyen, desde nuestro punto de vista, uno de los principales retos de
nuestro tiempo. El intento de captar la foto fija de esta realidad dinámica supone un imprescindible esfuerzo clarificador
de conceptualización, sin el que sería imposible establecer los parámetros suficientes desde los que abordar el estudio
de sus múltiples concreciones.
En suma, se trata de un trabajo de carácter teórico que pretende perfilar cuáles son los tipos de fronteras a los que
están dando lugar las comunidades virtuales. El objetivo primordial en este trabajo es, por tanto, llevar a cabo una
tipología de la frontera virtual.
2. El concepto de frontera y sus dimensiones
Cabe señalar, en primer lugar, que el concepto de frontera es un concepto que está en constante cambio. Sin
embargo, no es menos cierto que, por debajo de los cambios, y fuera cual haya sido el concepto subyacente al término
frontera en cada momento histórico, siempre se ha referido a una realidad identificada con los estados-nación. En la
actualidad, sigue siendo la acepción geográfica la preponderante, con independencia de todo lo que incluye el
concepto; no obstante, parece que, desde hace unos años, se viene produciendo una ampliación del concepto que
supera aquella acepción identificada tradicionalmente.
Así, cada día aumentan los tipos de fronteras, dando paso a nuevas acepciones, o nuevos matices, del término que lo
hacen caleidoscópico: fronteras difusas o duras, fronteras territoriales o identitarias, fronteras jurídico-políticas,
fronteras simbólicas, fronteras culturales, etc., y que, a nuestro juicio, nos deben hacer replantearnos la definición del
término en unos parámetros no exclusivamente geográficos.
Tal como señala Medina García (2006), en el estudio de las fronteras hay que distinguir distintas dimensiones que
mediatizan el concepto en la actualidad:
a) Dimensión histórica: son múltiples los modos a través de los que las fronteras de los Estados-nación son superadas.
En muchos ocasiones, a instancias de los propios estados y en el marco de procesos internacionales y
transnacionales, donde lo transfronterizo se potencia. Como puede ser el caso de la legislación europea que afecta a
los países que pertenecen a la Unión.
b) Dimensión espacio-cultural: la frontera se propone como el límite de un territorio donde un Estado ejerce su
soberanía o poder. Pero al mismo tiempo se perfila como un espacio difuso entre culturas o civilizaciones que están en
conexión. Aunque el espacio no es reductible al territorio, éste “pasa a formar parte estructurante de la memoria
individual y colectiva; es la tierra consagrada, la parte sentimental del territorio, un soporte para la vivencia y la
representación simbólica sobre el que se asientan, se crean y se recrean los referente de la identidad” (2006:15). En
este caso, es fundamental conocer el grado de convergencia entre las fronteras geográficas y las mentales.
c) Dimensión de las ideas: esta dimensión del concepto de frontera se manifiesta en los imaginarios colectivos, las
visiones que aplicamos a un “nosotros” y a un “los otros”. Aquí aparecen las barreras de naturaleza simbólica, religiosa
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o ética. En este plano surge la cultura de frontera; una cultura que a veces permite y/o potencia relaciones de
complementariedad e interdependencia, otras que propicia la mezcla de culturas, dando lugar a una nueva cultura y, a
veces, vive dentro del conflicto.
d) Dimensión normativa: hablamos de la frontera en el marco del orden político y del poder, donde tienen cabida las
organizaciones políticas y el entramado legal. Que es desde donde se construye la propia definición de las fronteras y
se postula su tratamiento. En este punto, se puede plantear una división entre fronteras políticas y los espacios de
frontera.
e) Dimensión económica, material y humana: que tiene que ver con la faceta económica, el intercambio de recursos y
productos, los flujos migratorios o el contrabando. En este sentido, Boisier (2003) destaca la importancia de las
regiones fronterizas, definiéndolas como “espacios subnacionales limítrofes a países vecinos, en los cuales se
manifiestan formas particulares de relaciones y superposición de dos (o más) sistemas (o estilos) económicos y de dos
(o más) modelos diferentes de política económica”. En este punto cabe destacar también el comercio electrónico a
escala mundial.
f) Dimensión agencial: que se despliega cuando se analizan las interacciones, las actividades, las emociones, las
expectativas de los agentes (personas, colectivos) implicados en este tipo de espacios.
Definidas las dimensiones desde las que podemos abordar el concepto de frontera, pasamos a continuación a ver sus
concreciones, es decir, a su realidad geográfica y a la forma de entenderlo en la actualidad.
3. Fronteras geográficas
Las dimensiones enumeradas en el apartado anterior pueden reunirse en dos planos básicos y diferenciados: fronteras
geográficas identificadas con los estados y fronteras simbólicas.
El primero de los planos, el que se refiere a las fronteras geográficas identificadas con los estados, remite a la
geografía, la política, la economía, y lo administrativo. Estas fronteras, al mismo tiempo que separan realidades
diferentes, producen, en línea con lo que señala Grimson (2005), espacios interfronterizos y/o transfonterizos. Lugares
en los que se producen luchas de poder que implican territorios e identidades diferentes y que, también, se muestran
como espacios diferenciados donde se pueden producir conflictos (o los provocan), o donde tienen lugar dinámicas
inter o transculturales.
La segunda perspectiva, la relativa a lo simbólico, supone un esfuerzo mayor de delimitación puesto que no recoge
una realidad tangible y definida. Desde este plano, y partiendo de una conceptualización discursiva, la frontera, a juicio
de Rizo y Romeo (2006:37), se entiende tanto “como límite o demarcación, que obstaculiza la comunicación en tanto
constituye la zona de resistencia donde lo irrenunciable se defiende” como “zona de ruptura, rendición y negociación
de las identidades sociales y culturales, o sea, como espacio físico y mental contaminado, híbrido, permeable y
“dispuesto” a la integración”. Así, la frontera se entendería como una zona delimitada por límites simbólicos vinculados
a las representaciones sociales, coincidentes o no con las barreras físicas y oficiales.
En este segundo sentido, la frontera se concebiría como una limitación de carácter mental o procedente de la
imaginación constreñida por variables como el tiempo, el espacio, las acciones, los deseos, la identidad, etc.
Convirtiéndose en una zona en la que se construye el “nosotros” y el “los otros”, en algunas circunstancias,
caracterizada por su permeabilidad frente a la rigidez de la idea de frontera geográfica.
Tal como se señaló en la dimensión espacio-cultural del apartado anterior, la frontera, en su dimensión cultural, está
vinculada a trazas históricas y estructurales a través de las cuales se desenvuelven los diversos modos del poder y de
dominación, que siempre necesitan de un espacio donde ser interiorizados. Las fronteras son espacios sociales
altamente complejos necesitados de presupuestos interactivos y dialógicos, si se quieren comprender en toda su
extensión.
De esta forma, la frontera se conecta con las identidades. La identidad se puede ver como la forma con que los
individuos y grupos se definen a sí mismos al relacionarse (Vergara, 2006), configurándose a raíz de la interacción
propiciada por las relaciones sociales. Se trata de una práctica social-cultural constituida en relación con una o más
comunidades de referencia (con la que se comparte intereses, costumbres, tradiciones, etc.) que plantea o plantean un
conjunto de premisas culturales. La identidad, de esta manera, se genera a partir de una cultura y una sociedad, y se
canaliza a través del choque con otras, que vendrán asociadas a valores positivos o negativos. Y ese choque supone
una forma de frontera.
Cuando Castells (2005) hace referencia a la identidad, la vincula a los modos en que se da sentido a la vida de las
personas. Desde su punto de vista, ni el estado ni el mercado son capaces de dotar de sentido ni conformar a las
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colectividades. En concreto, el estado se habría convertido más en agente de la globalización que de una colectividad
particular, de lo que devendría el surgimiento de otras formas de colectividad, que proponen sentidos diferenciados de
comprensión, percepción y de significación, dando lugar a nuevas identidades.
En la actualidad, es tal el número de identidades, en gran medida mediáticas, que se pone de manifiesto la debilidad
de algunas de sus formas unívocas. No obstante, esto puede producir el efecto contrario: reforzar las identidades con
mayor impacto como la nacional o la religiosa.
Desde la esfera individual, el sujeto, que no puede ir haciendo y deshaciendo su identidad, sí se transforma en cada
situación, participando de una cantidad ingente de éstas, en muchos casos en contradicción. En términos de Friedman
(2001: 38), nos situamos, dentro del proceso de globalización, en una crisis general que “consiste en el debilitamiento
de identidades nacionales anteriores y la aparición de nuevas identidades; en especial la disolución de un tipo de
pertenencia conocida como “ciudadanía”, en el sentido abstracto de pertenencia a una sociedad definida por un
territorio y gobernada por un estado, y su reemplazo por una identidad basada en “lealtades primordiales”, la etnicidad,
la raza, la comunidad local, la lengua y otras formas culturalmente concretas”. Este hecho tiene una plasmación
evidente en el contexto digital.
La identidad nacional, la más relacionada con la frontera geográfica, que es una de las formas identitarias más
relevantes, depende de formas determinadas de explicación procedentes de las élites, normalmente como resultado
de la lucha de diferentes grupos para definirla a través de las diferentes instituciones comunicativas y culturales. Estos
instrumentos, puestos al servicio de la reproducción cultural, hacen posible el deslizamiento progresivo de versiones
particulares de lo que se puede llamar memoria colectiva y, por ende, de un sentido particular de la identidad nacional.
Y en la que se incluye de forma básica un territorio y unas fronteras.
Sin embargo, aquí queremos resaltar que la nación es analizable no sólo como una realidad política y social, sino
como un ente discursivo y simbólico, procedente y destinado a la “representación cultural”, en interrelación con las
estructuras políticas (como el estado-nación, las regiones) y orientado, también, a la gestión del pasado y del devenir.
Y como tal ente en constante evolución, y dentro de los parámetros que marcan nuestros tiempos, intentará conquistar
también las nuevas fronteras que se abren en el ciberespacio.
Toda nación surge como una comunidad imaginada que se estructura a raíz de las fronteras. Para Santiago García
(2001), no es suficiente apuntar a la nación desde la consideración fronteriza, pero desde esta consideración nos
adentrarnos en su carácter híbrido, en su dimensión “objetiva, social y discursiva”. Y, al mismo tiempo, aclara los
niveles real, simbólico e imaginario en los que se configura las fronteras nacionales. A pesar del riesgo de que la
conceptualización de los grupos, de cualquier tipo, responda más a una categoría analítica que una realidad cultural,
es oportuno considerar la frontera como un elemento básico para entender las naciones y los nacionalismos. Habida
cuenta de que su imaginario está unido a las raíces familiares y al territorio, proyectado en el pasado pero también en
el futuro.
En definitiva, en la línea de lo que apunta Newman, es pertinente considerar, al mismo tiempo, las líneas físicas de
separación entre estados y las fronteras en su dimensión discursiva y simbólica en tanto que son construcciones que
“are socially constructed (demarcated in the traditional jargon), managed (delimited) and impact our daily life practices
in the newly created transition spaces and bordelands (frontier zones) which are in constant state of flux” (Newman,
2006: 173).
Hoy en día, las fronteras son más elásticas que las antiguas. Gracias a las diferentes redes, se reflejan cambios, se
vuelven más flexibles, con una localización que ya no es específica. Se sitúan en un proceso de movimiento continuo a
través de las sociedades, formando parte de un proceso de “rebordering”, más cerca de las interacciones sociales, de
las formas de identificación étnica o religiosa y de los procesos económicos. Aunque no siempre estas nuevas
reconfiguraciones conducen a la disolución de la frontera, sino incluso a su fortalecimiento, derivando en formas de
conflicto.
Fronteras que son, en cualquier caso, continuamente cruzadas, que están en movimiento, y que son testigos de miles
de migraciones. Fronteras físicas que pueden desaparecer para dar lugar a fronteras culturales, en forma, por ejemplo,
de “ghettos” para los inmigrantes. Fronteras que también crearán sus propias “borderlands”, con su idiosincrasia
geográfica, social y política. Áreas periféricas y de transición que se configuran en dependencia del grado de apertura
o de cierre de ambos lados.
4. Fronteras virtuales
A continuación nos acercamos a la idea de frontera en el ciberespacio a partir de las diferentes facetas relacionadas y
que tienen que ver con la consideración de los aspectos espacio-culturales, socio-políticos identitarios, nacionales, así
como la memoria, la relevancia de los conflictos transfronterizos, etc.
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4.1. Consideraciones previas
Al hablar de frontera virtual, electrónica o digital, hay que tener en cuenta, en primer lugar, que en Internet las fronteras
geográficas se dispersan, se diluyen. Pareciera que, como señala Gómez Aguilar (2005), cada vez más, son menos
materiales y más simbólicas. En tal caso, el ciberespacio no sólo habría potenciado este fenómeno sino que, en
realidad, es buena muestra de ello.
Internet supone, además, una nueva forma de entender el espacio que ahora aparece como un concepto infinito y al
tiempo infinitesimal; es decir, por un lado se comprime infinitamente hasta llegar al tamaño infinitesimal (todo está al
alcance de la mano) y, al mismo tiempo, se expande infinitamente (hay una infinidad potencial de interacciones e
informaciones posibles que crece exponencialmente).
Lo mismo ocurre con la concepción del tiempo en el propio ciberespacio. Aquí distinguiríamos, de un lado, la
aceleración infinita que conlleva tener una cantidad ingente de conocimiento disponible en todo momento, con las
necesarias consecuencias de avance y progreso cognitivo; y, de otro, la unificación, la ralentización temporal en
cuanto a que se genera un orden mundial que nos hace estar inmersos a escala global en un mismo momento de
avance cognoscitivo. Ambas variaciones conceptuales, la espacial y la temporal, tienen sus consecuencias en
diferentes planos tanto personales como colectivos.
Con Internet, se produce cierta pérdida de la corporeidad. Como “cyborgs”, se difuminan nuestros límites, teniendo
como telón de fondo la imagen confusa del cuerpo, aunque se represente una y mil veces. De la misma forma,
desaparece la presencia continua del territorio, que es sustituido por otros modos de sujeciones y anclajes, como la
identidad virtual. De ahí que, aprovechando la potencialidad del ciberespacio, se opte por la aparición de redes
sociales y comunidades virtuales no exentas de los mecanismos de poder de cualquier entramado social. En definitiva,
unas fronteras son sustituidas por otras, pero ya no siempre en relación con los estados-nación sino en función de
otras vertientes.
En definitiva, Internet, y las nuevas tecnologías en general, se postula como un espacio donde la clave se sitúa en la
interacción entre individualidades y/o colectivos, centrada en la transmisión de datos (se traduzca en música,
transacciones económicas, virus, descargas de películas, o informes de carácter técnico), con unas fronteras que son,
por ende, informacionales.
4.2. Identidad, naciones y comunidades virtuales
En el ciberespacio existen las naciones. O eso se puede deducir a partir de diversas experiencias descritas en la
literatura sobre el particular. A juicio de Tynes (2007), se definen como comunidades que se comunican en el
ciberespacio, cuyo discurso y acciones colectivas tienen como objetivo la construcción, vinculación y mantenimiento de
una nación, que existe fuera de Internet. A su vez, una parte de esta comunidad debe estar compuesta por miembros
en la diáspora.
Es el caso de Leonenet (estructuralmente asentada en una lista de correo y en un foro), que se constituye como una
nación virtual a raíz de un estado político y geográfico desintegrado. Concretamente, Leonenet se presenta como un
espacio comunicativo en la diáspora, donde los símbolos relacionados con Sierra Leona fueron generados y
mantenidos conceptualmente a la espera de una estructura institucional suficiente para la vuelta.
En el estudio de Tynes se partía de dos premisas: en primer lugar, el ciberespacio es un lugar al que se puede acudir
para construir una nación, gracias al papel que juegan los medios y modos de comunicación en la creación de
comunidades imaginadas. En segundo lugar, y a pesar de su capacidad para diluir las fronteras, la Red también
potencia la dimensión simbólica: la creación identitaria, en este caso, nacional.
Y para conseguir este objetivo sólo es necesaria la confluencia de tres aspectos: el trabajo desarrollado en la
búsqueda de un proyecto político concreto; una línea de significación y comprensión común sobre la realidad y, por
último, la existencia de un componente afectivo colectivo.
En este sentido, Hylland (2006) afirma que Internet ha supuesto un medio básico para la definición de las identidades
colectivas, especialmente cuando no se sustentan en una institucional o territorial, lo que se traduce, en la diáspora, en
acciones para reclamar la independencia (como transnacional, Kudish web sites) o la aceptación en el país de
adopción (marroquíes en diferentes países de Europa).
Las naciones también buscan su territorio en el ciberespacio. Y lo hacen en una dimensión discursiva, empleando
determinados símbolos para mostrarse a sí mismas y a los demás, con una determinada mirada sobre su propia
identidad nacional. De acuerdo con BakKer (2001), las naciones se construyen, se afirman y se despliegan mostrando
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facetas como su historia, su arte, su economía, al mismo tiempo que recurren a banderas, mapas, o noticias para
hacerse presentes virtualmente.
Pero la identidad nacional no es el único modo de identidad colectiva. Para revisar la amplia gama de estas
identidades colectivas, que crece de forma creciente y acelerada, nos detenemos en la clasificación que propone
Castells (2005). En primer lugar, recoge el concepto de identidades legitimadoras. Es decir, aquellas que se
construyen desde las instituciones, fundamentalmente los estados, y que tienen parte de su origen en diversos modos
de imposición y represión. Aquí se incluiría las diferentes identidades nacionales como la española o la francesa.
En segundo lugar, se sitúa la identidad de resistencia. Se trata de la identidad de aquellos colectivos en los que crece
un sentimiento de rechazo y/o marginación, ya sea social o político. Y que se enfrentan a esta situación mediante la
correspondiente identificación. En esta categoría también podrían incluirse algunas formas de identidad nacional o de
movimientos indigenistas, que se suscitan como respuesta, en muchos casos, a la globalización.
Por último, se encuentra la identidad proyecto, que se canaliza mediante la autoidentificación con formas culturales, y
que tiene como base elementos culturales novedosos (aquí incluye el movimiento feminista o aquellos que promueven
los derechos de la naturaleza).
De igual modo, cualquiera de estas identidades crea su propia memoria y su propia forma de rememoración. La
memoria se presenta como un factor clave en la esfera de las identidades colectivas, especialmente en la nacional. En
efecto, los sentidos o significados que proponen se basan en la mitificación del pasado con la intención de convertirlo
en natural. Y a la memoria le sigue el olvido. Una memoria, y el consiguiente olvido de un pasado que no existe, sino
que será reconstruido a partir de los discursos con los que será representado.
De aquí la doble trascendencia de Internet. Por un lado, el ciberespacio se postula como una construcción tecnológica
que es y dará cobijo a la memoria (que es a su vez una práctica cultural) de la humanidad y que muestra una clara
habilidad para homogeneizar, reducir y acelerar. Un espacio donde se extienden las más variadas modalidades de
colonización cultural y de conocimiento, difuminadas en su interior. Por otro, conviene no olvidar la influencia de la
tecnología digital a la hora de reconocernos y de fijar nuestras pertenencias simbólicas que, en definitiva, presuponen
nuevas fórmulas de comprender el mundo presente y pasado.
En el ciberespacio, como identidades y naciones, conviven y convivirán diversas memorias, desde las oficiales hasta
las memorias de la clandestinidad. García Gutiérrez (2005) propone una clasificación de memorias digitales sociales,
basadas, unas, en la ordenación y evocación del pasado común y, otras, en lo individual o compartido:
a) Las personales. Las que tienen un claro carácter individual, en conexión muchas veces con lo íntimo o evocador; y
las grupales, que trascienden el control de los individuos, anclándose en lo emotivo: en la familia, el grupo de amigos,
o el barrio.
b) Las comunitarias-territoriales con una fuerte base geográfica o geosimbólica, donde el lugar es el centro de
intereses compartidos: de afectos, tradiciones, valores o puramente económicos.
c) Las comunitarias en torno a pertenencias como las asociaciones a favor de una u otra cuestión social. Aquí es el
objetivo (abierto y dinámico) lo que se comparte, provocando la proliferación de las identificaciones, lo que no descarta
posibles contradicciones entre las vinculaciones, por ejemplo, personales. De igual forma, con el tiempo adquirirá
mayor relevancia el valor de lo virtual, con todas las opciones de suplantación que se abren.
d) Las sociales, entre las que cabría incluir las locales, nacionales, estatales o mundiales (de carácter político,
religioso, etc.) en propagación mediante instrumentos como la educación.
4.3. Algunos problemas
Para Halavais (2000:7-28), es muy difícil medir el impacto de las fronteras nacionales en la web. Entre esas
dificultades, en primer lugar, destaca los problemas derivados de determinar dónde empieza o acaba el ciberespacio.
En segundo lugar, y al tratarse de una red distribuida, tampoco es fácil delimitar las correspondientes fronteras (en
términos geográficos) a la luz de los flujos de información y ante la falta de una autoridad central mundial.
Posiblemente deberíamos hablar de una nueva geografía cultural.
Desde su punto de vista “legal borders –national and otherwise- emerge as social conventions. As such, they need not
rely expressly upon geography. As the internet becomes more socialized, law will develop that takes into account the
new borders of cyberspace”. Sin desdeñar la importancia de las diferentes formas de brecha digital, su propuesta de
análisis se centra en la distribución y dirección (internacional) de los enlaces.
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Otra de las cuestiones que emerge cuando se trata el tema de la frontera virtual es la relación entre ésta y la frontera
real. En principio, la territorialidad es uno de los conceptos claves para comprender las sinergias entre la interacción
online y los espacios offline, un ejemplo lo estamos viendo estos días con el cierre de determinados web sites para los
cibernautas iraníes por parte de su gobierno.
En el trabajo de Ó Dochartaigh (2007) podemos ver otro ejemplo: se trata de la interacción online asociada a las
fronteras físicas (y de confrontación) que se dibujan en la ciudad de Belfast; en este caso como en el anterior, se
arguye que, en cierto sentido, la frontera física gana importancia y significación mientras las nuevas tecnologías
refuerzan su rol como un emplazamiento para la confrontación.
Tras analizar diferentes sitios web y mensajes relacionados con el conflicto (por ambos bandos) en Irlanda del Norte, y
contando con algunos distritos locales significativos, se observa que las tecnologías tiene también un impacto directo
en el despliegue de diferentes modos de violencia, por ejemplo, permitiendo organizar disturbios en momentos pre-fijados
y en lugares pre-acordados. Por el contrario, también se han utilizado para prevenir la aparición de la fuerza,
gracias al establecimiento de canales de comunicación para los mediadores.
5. Conclusiones y propuesta de futuro
Tal y como hemos ido apuntando anteriormente, las fronteras en Internet son difusas. En nuestra vida cotidiana, salvo
por las barreras lingüísticas, las superamos creando la sensación de un mundo sin barreras. Es lo que sucede cuando
planteamos una búsqueda en un buscador, que rastreará la información sin tener en cuenta, en principio, la
adscripción territorial. Pero esta ausencia de fronteras es meramente aparente y se encuentra vinculada a las
comunidades reales, no necesariamente geográficas, pero sí existentes.
En la distribución de la información el peso de la comunidad real a la que va dirigida la información en cada caso es
crucial. De hecho, la información de carácter científico, periodístico, o personal, tiene un marcado carácter territorial.
Como se ha visto, también el ciberespacio, por ejemplo a través de acciones de vigilancia, puede suponer un refuerzo
de las fronteras ya existentes. En cualquier caso, las fronteras en Internet, tal como se señaló antes, serán
fundamentalmente fronteras informacionales.
Por otra parte, y en última instancia, las fronteras en Internet siempre tienen una faceta personal. Para algunos
autores, la dificultad de pasar las fronteras podría estar unida al concepto de “cosmopoliteness”. Según varios autores
(Jeffres, et. al.: 2004), esto depende de aspectos asociados a la diversidad de intereses que superen lo local, la
capacidad para ser receptivo a diferentes culturas, personas e ideas; la capacidad para identificarse y apreciar lo
internacional y sus diferentes culturas, junto a una disposición abierta al aprendizaje de las mismas; una clara
tolerancia a este respecto; el nivel de información sobre las diferentes culturas y religiones; una exposición alta a los
medios de comunicación de diferentes contenidos y países; y, finalmente, la diversidad de redes de comunicación
interpersonales situadas fuera de las propias fronteras.
Desde esta perspectiva, por tanto, resulta muy difícil concretar una definición de frontera virtual unívoca, que pueda
abarcar todas las manifestaciones que se están produciendo en Internet, y las que, con seguridad, irán surgiendo. Así
pues, nuestra propuesta es establecer una tipología que dé cabida a las ya existentes y que esté preparada para
recoger las nuevas concreciones de fronteras que vayan apareciendo en un futuro a medio plazo:
1) Frontera ciber. Este primer tipo de frontera es aquella frontera que separa lo que queda fuera del ciberespacio y lo
que queda dentro. Si bien esta frontera se queda, cada vez más, difuminada. Aludimos, pues, a los posibles
impedimentos para acceder a la Red, que pueden tener su origen en problemas de tipo económico (brecha digital),
cultural (problema de formación), cognitivo (discapacidad), incluso de carácter estructural (fallo en la conexión). En
este caso, la frontera se plantea alrededor de la posibilidad de acceso, con las implicaciones tan fuertes que se derivan
de la misma.
2) Fronteras mixtas. Se producen cuando coinciden las fronteras reales y las que se sitúan en el ciberespacio. Una
muestra de esta clase se vislumbra en los cortes sufridos en el acceso a un buscador en determinados países, por
razones de censura o seguridad. Este tipo de frontera tiene que ver con la esfera política y normativa, y también con la
necesidad que tiene la memoria, en este contexto virtual, de situarse en dispositivos materiales ligados a un territorio.
Están en la raíz del fenómeno ya comentado de las naciones virtuales y también de los casos de diáspora electrónica.
3) Frontera virtual social. Aquí el referente último es real, está conectado a un territorio, que no es un estado. Su
naturaleza es fundamentalmente discursiva y simbólica y se canaliza a través de sitios web, foros, comunidades
virtuales, etc. En las zonas fronterizas que desencadena, con una ubicación borrosa, se producen situaciones de
interacciones que pueden derivar en situaciones de conflicto, incluso en la vida fuera del ciberespacio.
4) Fronteras virtuales comunitarias sin territorio. Esencialmente discursivas, se construyen al amparo de comunidades
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virtuales originadas en ideas, valores o intereses compartidos. Es el dominio de otras identidades como las étnicas o
las religiosas así como de las transidentidades, aunque a veces las contradigan o anulen a las identidades de mayor
extensión.
5) Fronteras virtuales comunitarias con territorio. Con una clara vinculación con lo material y lo económico, no tienen
carácter nacional sino que son el resultado de reubicaciones territoriales en la busca de beneficios lucrativos o de
gestión.
6) Fronteras virtuales aplicadas. Se produce cuando la tecnología, en general, y el ciberespacio, en particular, se
dedica y aplica en las fronteras reales existentes. Normalmente, esta casuística se emplea en funciones conectadas a
la seguridad y la defensa de los diferentes estados.
Si bien estamos convencidos de que es más importante el hecho de delimitar los procesos que se producen en
Internet y que afectan a la esfera relacionada con la frontera, también consideramos necesario proponer una primera
clasificación que nos ayuda a entender el fenómeno. Y además, entendemos que la perspectiva comunicológica debe,
más que nunca, afrontar esta realidad y aportar su visión con las correspondientes consecuencias científicas y
epistemológicas.
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FORMA DE CITAR ESTE TRABAJO EN BIBLIOGRAFÍAS – HOW TO CITE THIS ARTICLE IN
BIBLIOGRAHIES / REFERENCES:
García Jiménez, Antonio et al (2010): "Una aproximación al concepto de frontera virtual. Identidades y espacios de
comunicación", en Revista Latina de Comunicación Social, 65. La Laguna (Tenerife): Universidad de La Laguna, páginas
214 a 221, recuperado el ___ de ____ de 2_______, de
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DOI: 10.4185/RLCS-65-2010-894-214-221
Nota: el DOI es parte de la referencia bibliográfica y ha de ir cuando se cite este artículo.