DEL PASADO TINERFEÑO
El historiador Nüñez de la Pefía
y su tiempo
por DACIO V. DARÍAS Y PADRÓN
(Continuación)
II
Las investigaciones de Núñez de la Peña
Da por cierto un cronista lagunero dieciodhesco, D. Fernando de la Guerra,
qaie nuestro Peña, que se desenvolvía en aquel aimibiente social y urbano,
imísitico y 'Saturado de melaincolías, del cual acabamos de trazar amplias
esbozos, dedicó gran parte dé su existencia envuelta en levitismios, a la
investigación de documentos, tanto municipaJes y notariales como eclesiásticos.
De los primeros formó un índice alfaibético de todos los acuerdos capitulares
del Cabildo y de sus libros de cédulas reales, singular trabajo que,
por la niatural incuria de nuestros abuelos, no tardaría mudios años en
perderse, aunque se sabía que tales índices pasaron a poder de un escribano
del Cabildo, D. José Uque, cuyo cartulario los había recogido dé su antecesor
en el oficio. Los conservó en su poder con todo miisterio, pero después
de su fallecimiento no se supo más donde fueron a parar, ni tampoco
se había tomado la precaución de isacar copia de ellos.
Mejor fortuna cupo al libro que en 1670 formó con lais ordenanzas m/u-nicipales
de Tenerife, en la parte que aun era vigente en su época, trane^-
cribiéndiolo de las antiguas, que ya entonces resultaban poco legibles y casa
destruidlas por la carcoma, plaga de nuestros archivos. Así se salvaron para
la historia foral del país. Existe, respecto de esta patriótica compila-cióin
un acuerdo del Cabildo, fedha 10 de septiembre del mencionado año,
en el cual ae acepta el obsequio de tal copia del código municipal nivardo.
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Colieoolonó en diversos cutudemos ^ea,-a copia de datos extrafdioe de los
instrumentas púiblicos de las Escaábamías, por lo menos dte la cdiudad nativa;
pero %stas colecciones corrieron la misma desdichaida suerte que los
índices de .materiais reales y mamicipales, aunque algunos de esos apuntes
estuvieron en poder del beneficiad© rector de los Remedios, Dr. D. Francisco
dé la Goiema y Ayala, lo que no obstó paira que un criado de este dé-riígo
ios fuera, igíiorante de la estiina que envolvían, desiguazando poco
a poco, para hacer con ellos cartones con destino a nacimientos.
Varón infatigable nuestro Peña en sus habituales tareas, no ipararon
éstas hasta poner en orden y dasificaír los protocolos de todais las iglesias
y aun de bastantes casas o familias importantes. "No hay casa de Tene-
Hife—esoriibe nuestro cronista y 'biógrafo—donde no se halle una porción
de papeles de puño die D. Juan Núñez de la Peña, y en muchos cofres entero
», Mayorazg'os, cajpellanías, ^sucesiones, etc., todo pasó por su mano".
Suponen estos antecedentes que Peña reunía una de las condiciones fimda-tnentales
en todo historiador y en él entonces: la de ser investigador ooimo
nadie entre lauís coetáneos tinerfeños.
Peña, el genealogiata
Coexistían entonces muy ligadas tanto la tradición como las cuestiones
de abolengo, de las que en su época no ae podía iprescimdir como elemento
isociali, a las que dentro y fuera del hogar se daba una importancia
que apenas se concibe en las modernas sociediades saturadas en mayor o
menor medida de democratismo. Antaño el hombre se aferraba demasiado
«1 (pasado ooevo, apoyando en él su nativo orgullo, tanto como hoy parece
a veces renegar de lo pretérito, con riesgo de romper la continuidad
familiar y la conciencia de la patria misma, viviendo, como aquel que dice,
al día. Ni lo umo ni lo otro han de ser tomados como reglas de conducta
prudentes, aino un justo medio que nos consienta buscar juiciosas oportunidades
del futuro.
Núñez de la Peña tuvo, inies, que orientar una de sus imás gratas actividades
hacia la Genealogía, que no se limitó únicamente a la tinerfeña,
sino a la del Archipiélagro entero. De un insignificante resto de sus vigilias
en la ^materia se conserva copia, de milagro casi, en unos cuantos cuadremos
catalogados en la Biblioteca provincial lagunera y algimas hojas sueltas
«n la imumdcipal de Santa Oruz de Tenerife. Muy pocas famiias ieleñas,
212
hasta las más humildes y modestas, escaparon a isu conatanite ibúsqiueda,
para la cual bebía en toda daise de fuentes, y a fin de "que le diesen luz y
poder levantar las Genealogías—escribe el oansaibido biógrafo—hasta ée
las gentes más oscuras, copiaba los Padrones de los Párrocos, libros de
Cofradías y quanto podía conducir lal conocimiento de las ,i>eiraoiniaiS qe.
habían vivido, de la Parroq- que habían habitado y de los años en qe. otorgaron
instrumentos", así como también por los libros de datas pudo sacar
una extensa relación de Jos priTicipales conquistadores de la isla, aigunoiS
de los cuales pasaron a ser patriarcas o cabezas de linajes en Tenerife.
Por lo expuesto creemos, tratándose de Peña, que ©1 geneálogo supera
aJ historiador, y considerado em esta su primera faceta, siu reputación era
notoria en istias. En tal sentido hay que reconocerle un auténtico y positivo
valor, máxime si lateiidemos, como antes reconocem/os, a qoiie la Genealogía
poseía «n sus días un sentido social más trascendeinte y utilitario
que en los actuales. Puede, por tanto, proclamarse que esta rama áe
la Historia fué su verdadera inclinación y la ocuipación más grata en que
dispersar sus ocios. Puede, asimismo, afirmarse que ella nutrió su espíritu,
al misimo tiempo que ha perpetuado su memoria. Su profundo conocimiento
en parentelas, alcurnias, estirpes y linajes, a través de intrincadas
a veces entroncamientas 'ascendentes, d'escendentes y transversaJe», le proporcionó
en ocasiones recursos de diversa cuantía, acompañados tanto del
agradecimiento como del temor de los interesados, siempre apegados a ila
presunción, a ratos engañosa, de la iimipieza de nu casta y generacián, como
propicios a la ocultación de sos posibles sombras.
Jamás, sin emlbargo, abusó del entero conocimiento que tenía del om-gen
de muchas familias, aunque no oscaseaiban probablemeinte entre sus
papeles y aprunites antecedentes que honbieran podida perjudicarlas, en lo
que no le faltó prudencia y discreción. Tal discreteo, sin embargo, servidor
de la verdad como era, no impidió que al levantar loe áriboles genealógicos
que le encargaban, al lado de los vínculos excelentes, no omitía aquello
que en concepto general no favorecía, ni tampoco podia estimular la
vanidlad de los interesados. "A veces—añade su primitivo biógnafo—unía
en Tina pieza lo favorable y lo dañoso. Yo he visto en un misimo pliego de
8u puño, y de una misma persona, pr. un lado las aldansas brillantes y los
empleos bomoríficos; y pr. ©1 reverso, las alianzas oscuras y los oficios
y iborranes de los aliados y ascendientes". ¿ Qué familia podía entone*» en
218
OanaTiais ufanaTise de no tener circunstancias desfavorables en alg'unos de
suis entronques? Pocas, por no decir ninguna.
No ihemois de cataJogar, pues, a Núñez de la Peña, que supo llevar con
dignidad su misma pobreza, entre ios inventares ¡e linajes, plagia muy poco
excusada en todos los tiempos. Antes juzgó preferible ahincar en los orígenes
ciertos y positivos de cada linaje, que acudir a inisensatos inventos de
utópicas y pueriles ascendencias, con leves apoyos de quiméricas cuanto
absurdias y supuestas ailcumias, muy all estilo de "hábiles y aprovechados
emibauoadiores de la estulticia humana", que dijo un académico. Tales caaos
áe falseo muy frecuentes entonces en la península ibérica, en autores
como Aüonso López de Haro y José Pellicer de Ossau entre otros, quienes
tanto grus^'a^f*!! de las fantasías y las ficciones de años bien lejanos, con to-tail
descrédito de estos nobles estudios, no tuvieron el menor eco en Núñez
de la Peña. Tuvo sin duda alguna presente o lo presintió al menos, lo que
años antes fulminara Fernán Pérez de Guzmán contra esta dase de falsarios,
por SOIS retahilas de apócrifas ascendencias: "Porque algunos—razona
en sus Generaciones y semblanzas de los Reyes y claros varones dx*
España—que se entremeten a escribir e notar las antigüedades, son hombres
de poca vergüenza, e más le.s place relatar cosas extrañas y maravi-llosaa
que verdadenajs y ciertas. Creyendo que no será habida por notable
la historia qiue no cantare cosas muy grandes y graves de creer, ansí que
sean más dignas de maravilla que de fe".
Habidia cuenta de lo anterior, nos parece que sin esfuerzo alguno pode-moa
comsideiraír a Núñez de la Peña en este aspecto, como a su contemporáneo
en la Península, bien que haciendo Jas eaüvedades oxwrtunas entre
uno y otro, don Luis de Sa.le'zaT y Castro, cronista mayor de Castilla y de
las Indias en el reinado del último monarca de la casa de Austria, y que
naturalmente pudo emprender y llevar a buen término obras de mayor en-vengaduira
que las de nuestro Peña, ceñido a un escenario más estrecho,
que el de su colega peninauílar. que por lo mismo tuvo que alcanzar fama
máa notoria y extensa.
El heraldista
Gomo no ignoi^n I*"® especdalistas, andiaban en aquellos cielos estrechamente
unidas, tanto como ahora en el sector de sois escasos y selectos cultivadores,
la Genealoigía y la Heráldica, lo que no tiene nada de extraño,
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ya que ambas son hijas salidas de la «avia del tronco añoso del árbol die la
Historia, y por tanto, no les falta íntimo parentesco. La Heráldica, oiencáa
que desde la época de las Cruzadas comenzó a evolucdonaír y a perfecoio-narse
paulatinamente hasta llegar a isLstematizainse en la décima centuria,
cumpliéndole desde entonces org'amzar y describir los si^fnios y figuras de
toda cJaise de escudos, dominó antaño la vida social eapañoJa, por no decir
la de toda Europa, como acusado símbolo hazañoso de lo legendario. Y
aun hoy, isin el estudie atento del blasón, casi no comprenderíamos, sin
usaT de su privativa exégesis, el sentido de igran parte de lo arqueológico,
ni conoceríamos eJ significado de nuestros viejos pendones, ni adivinaríamos
quiénes fueron loa antiguos habitadores de nuestros vetustos y ruinosos
caserones, ni isaibríamos encontrar el origen de ciertos altares que todavía
en los tennplos nos muestran eus artísticos retaiWos, ni llegaríiamos
a entender el significado, ni sentiríamos el recuerdo de las tumbas un día
aibiertas en aquellos sagrados recintos, ni menos reconoceríamos en esas
antiguas piedras tombales, por toscamente que ellas hayan sido esculpidas,
ouibiertas con la pátina de los tiempos, cargadas de lambrequines, timbradas
de cascos y coronelas, donde toda vanidad', orgullo y preaunición fenecen,
representando a príncipes y caballeros, empuñando todavía el acero,
con el casco eu' la caibeza y un leóm vivo a sus plantáis, o bien en actitud
orante o de arrepentimiento, ni menos hemos de reconocer los apellidos y
linajes de tales ilustréis extintos, si no nos dejamos conducir por el hilo m.Í8-
terioso, casi cabalístico, que la llamada ciencia heroica nos proporciona,
i Será inútil, aun en nuestro tiempo, llegar a saber interpretar el sentido y
efl aJcance de tales monumentos, rastros venerandos de la patria misma?
El Arte también representa en su alegoría el sentido nobilísimo de esta
Ciencia, al representaria mediante un anciano monarca que ciñe a sus sienes
diíaidema imperial, entregando un diploma a un caballlero hincado a sus
pies, con la espada rendida en señal de vasallaje y acatamiento. La armería,
empero, no siempre representa nobleza, como es creencia muy generalizada
aun en personas no vulgares. De ella se valieron las Corporaciones
crremiales en la Edad Media.
Núñez de la Peña fué, como ya hemos apuntado, primerísimo en Ge-nedogía
canaria, por lo que también cultivó la Heráldica, se empapó de sus
símibolos por lo menos en lo que podían tener alguna aplicación en isla», y
a su fallecimiento, dejó un libro de Escudo» de armas, todos dibujados de
BU mano, que comprendía familias de todo eJ Archipiélago, sobre todo las
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hidialigas. Elste trabajo que entonces ihabía de estimarse tostante también,
lo poseyó él beneficiado de los Remedios, Guen^a y Ayafe, quien parece que
en vida lo prestó y no devolvieron, como casi sien^pre ocurre entre truhanes,
antes de que ese respetable sacerdote pasara a mejor vida, el 7 de julio
de 1756. Parte de este tratojo, en .su aspecto descriptivo, fué el que el mismo
Peña insertó al final de su historia. Y por cierto que describe los blasones
si no con el sistema moderno que (hoy impera, no le falta cierta sobriedad,
clara y característica de la Heráldica contemporánea de nuestroe
dfas.
Presumimos que Núñez de la Peña jyudo iniciainse en esta disciplina, sí
tuvo laü aüoance de su mano la Nobleza de Andalucita de nuestro famoso
Ar-gfote de MoJina, obra miuy eüogáada aun en la crítica moderna. Es sabido
que este autor vivió en islas, interviniendo activamente en sucesos de Langarote
y Puenteventura, a coinsecuencia de su enlace con una hija natural
del Marqués de Lanzarote. Falleció dementado, sef^ún «e dice, en Oaniairda,
en ouyia catedraü primitiva fué honrosamente sepultado, en Ja capilla mayor,
el 21 de octubre de 1596, como así lo eonsi'gna un acuerdo de igfuail fe-riha
de aquel Cabildo-catediral.
Perito oomio era en temas genealógicos y heráldicos nuestro Núñez de
la Peña, aiu oomcuirso era solicitado y apreciado en todias las pruebas para
hábitos de las Ordenes militares, que se hicieron en su época por hijos del
país. Y como resultado de su práctica en tales expedientes y preparaciones,
escribió un libro en folio, eJ cuai contenía formularios e instrucciones paira
tales pruebas nobiliarias. Elste volumen se salbe que, desipués de ocurrido
su óbito, fué a (parar a manos de un caballero isleño, perteneciente a la orden
de Oalaitrava, D. Agustín de Bethenoourt y Castro.
El historiador de tipo clásico y crítica de su obra
Pasemos ahora a examinar a Núñez de la Peña en una de las facetas
d«ntro d« la cual este personaje es más conocido y cuya labor ha (perdurado
hasta nuestros días prescindiendo de los defectos que a la misma ha
acunoalado la crítica.
Do todas manerais hemos de reconocer que llevado de su ardiente amor
al terruño, aunque ise ha de reconocer no estaba aún completamente formado
para empeño tan delicado, cuando tampoco había completado baa-
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tantemente au acervo eoirístico, se decidió a esoribir, aunque sosil.ayando
ciertos sucesos políticos y tanibiéii eclesiásticos que en su tiempo inquietaron
y i)ertuTibapon la sociediad tinerfeña, en período de tiempo que medió
del 1666 al 74, su conocida Jiistoria de Canaria», obra que con el título
de Conquista y antigüeílades de las islas de lia Gran Canaria fué impresa,
presumiblemente alentado o protegido por los Marqueses de Villa-niueva
del Prado, que siempre lo utiliaaJban en las pruebas para ingreso de
los suyos en Ordenes militares, en la Villa y corte, año de 1675. Pero en
suis ipáginais, llevado de un entusiasmo en cierto modo disculpable, hizo
la apología de ®u isla nativa en tales términos que el P. franciscano
fr. Joaé de Sosa le contrapuso otra historia titulada Topografía de Im
isla Afortunada de Gran Canaria, manuscrito que, aunque permaneciera
inédito hasta 1848, sus copias fueron divulgadas y conocidas bastante de
los eruiditois. La Topografía que recientemente ha sido plausibliemente
reimpresa por la "Biblioteca Camaria", que dirige el reputado periodista
D. Leoncio Rodríguez, vindicaba la prin»acía oficial que entonces disfru-taiba
Gran Oanairia, como cabecera del Arohipiélaigo y residencia de las
principales autoridadteis de la Región.
Si ée .momento el texto de Núñez de la Peña parece ser que satisfizo
a la opiinión tinerfeña, la oensiura diedodhesca no tairdó en iserle adversa,
sin tener muohio en cuenta las condiciones del medio y sistemas entonces
adioptadois en las obras de carácter ihiistórico, deficientes tanto en la crítica
y reconstitución de hechos como en el método comparativo, que tanto
depura el hecho histórico. Uno de los que m&s se enaañairon en lo acerbo
de la censura, aunque no dejó de glosar en sus Noticias Ibastamtes par-ticulaires
de la misma, fué el propio Viera y Olavijo, quien si bien bastante
más ilustradlo y mejor preparado que Peña, pero menos, mucho memos
investigtidor que éste, se dejó llevar de sus inclinaciones hipercríticas, que
eran laia mismas del siglo de la Enciclopedia, que fueron como el contragolpe
de la cairenda de sentida analítico que en los historiadores de centurias
amteriores había reinado. No nos apartaremos miuoho de la verdad
histórica sS ahora conjeturamos que el miamo concepto que tenfa Viera
aoenca de la historia publicada por Núñez de la Peña lo compartirían loe im-teleotuiales
laguneros de su tiempo, asdstentea asiduos a cualcpiera de las
tres tertulias literarias a la sazón existentes: la de Nava, la de San Andrés,
aoabas en la calle del Agua, y la diel Dr. Saviñón, en la del Laurel
o Calderón, comooida más tarde con la denomiiniación de la del Jardín.
217
Nos ^bastaría para el caao recordar que uno de sus corifeos fué el famoso
y anciano Vizconde del Buen Paso.
No hay duda que Núfiez de la Peña siguió en la formaciiSn de su libro
lo8 isenderos y orientaciones que antes trazaron en las suyas Es^pinosa,
Viana en su poema y Aibreu Galindo, cuyo manuscrito, contra lo que algunos
aseguran, se conoce que no le pasó inadvertido. Efe evidente, además,
que en las páginas un tanto apretadas de su libro recogió ciertas
fálbul'as o supuso milagros »in las debidas advertencias^ de un prudente .
examen!, aunque entonoes poco se estilaran, antes la generalidad daba
por verdades inconcusas. Tampoco se podrá negar que incurrió en algunas
equivocaciones genealógicas, como en otros errores casi siempre inevitables,
los que le condujeron hasta aventurar algunas especies un poco
revueltas, no bien averiguadas ni suficientemente esclarecidas. Empero
es indudable que »u historia, con todos sus defectos, tiene bastante material
eprovedhaWIe, y como advierte un malogrado y eminente critico dé
nuesrta^s días, ha de tenerse muy en cuenta paira el estudio de los antiguos
fuero» y privilegios municipales tinerfeños, algunois de éstos de extensión
regional, que la Corona ilba parcialmente exaudiendo en diferentes
momentos a la iaJa y calbíMo de Tenerife.
No eerá acaso ocioso, para atenuar un poco la influencia de semejantes
Juictos en orden a la Conquista y AntiffUeúades de Peftai, de ¡recoav
dar algo de la físonomfa que presentaban en su siglo los estudios históricos
dentro de la escuela ca^sitellana, los cuales distaban bastante de ofrecer
el carácter y condiciones que modernamente han adkjuirido, atribuyéndoles
un rigoroso caracteriismo científico cadia vez más acentuado,
hasta el extremo de haber quien afirme que la TTistoria en plazo no muy
remoto, tanto que se juaga no excederá más allá de la presente sécula,
será lo que fueron ,paira Greda, la Mosofía, el Derecho para Roma y la
Teología, para los »iglos medios. I Brillante perspectiva, si no fallan l«is
precHccJones de estos z^oríes, para la llamada con tan Justiflcados títulos
luz de Jo® tiempo» y auguwta maestra de la vida!
Aibundosa era, como no «e ignora, la falange de historiadores en e!
XVII, pero por adversa «raerte era lícito a esta fronda de autores saplir
con la fantasía dtesidla» de inveetlgación, siempre que estos vacíos y defectos
de técnica fuesen onWertos por la hoja de parra de las brillanteces
de la forma literaria. Bien es verdad que ya en esa época en que se In!^
daiba la decadenoia del Renadmlento, oomo Juldowamente ha heeho obser-
218
var uno de nuestros publicistas contemporáneos, comienza a ponerse de
moda el hábito de desenterrar, como Núñez de la Peña 'hizo en el terruño,
diversos documentos orig-inales que yacían olvidiados bajo el polvo de los
archivos, alendo publicados íntegros muchos de ellos, aunque esta labor
era en parte neutralizada por simultáneos inventores de artificios históricos,
que si de paso veían con suma complacencia mecenas de averiado
cuño, no dejaban de producir los consiguientes perniciosos estragos en
lectores sin la debida preparación. Esteban de Garay, perteneciente a la
época y que conocía de cerca los males que estos falsario» producían, los
retrata con frase"lapidairia, aaí: "Los libros fabulosos de algunos Reyes
dio 'airmas tratan también de esta materia, de los que si se purgase lo malo,
quedaría muy poco de lo bueno". Exacta apreciación, pues no leira
raro que tales huirtadio<rea dé la historia fraguasen sus apócrifos reJatos
entrando a isaco en las fantasías de la Mitología, confundiendo la verdadera
historia con las ficciones mítica®. No escaseaban otros que no tuvieran
empadho en hacerse eoo de formidables mentiras al escribir sus
libros. En una palabra, entre unos y otros, convertían con notaible desenfado
a esta egregia Matrona de la vida, que es la Hiistoria, en dócil instrumento
de las más dispares tendencias políticas y religiosas, con absoluto
olvido de que esta disoiplina, para llenar sus altos y primordialie® fines,
debe alejarse prudentemente de las exageraciones, cualquiera que sea
•su sentido, y de comprobar objetivamente sus acertó» a la Huz de una crítica
sensata, impardal y serena.
Únicamente los espíritus superiores o geniales pueden sustraerse a corrientes
tendencias de ambiente y escuela. Núñez de la Peña, a quien no
podemos clasificar en la anterior categoría, a pesar de suis indiscutibles
méritos personales, careció de grandes maestros locales o regionales que
le pudieran iservir de modelo, por tanto no iba a ser una excepción local;
pero sí ihemos de reconocarle un mínimum de buena fe en los relatois de
9u historia y aun no podemos atrilbuirle, sin faltar a la verdad y a la justicia,
la feísima -nota de falsario, como tantos lo fueron en otras partes,
aunque no le ahorremos el cailificativo de demasiado crédulo en algunas
de ífus afirmaciones, que eran las que en aquel tiempo abrigaban la mayoría
de sus paisanos. Pero él mismo se llegó a convencer de algunos de
los involuntarios errores emitidos en su libro.
En efecto, llevado de su natural anhelo de servir en general la verdad,
cuando los años y la experiencia fueron madurando su juicio y pudo am-
219
pliar sus conocimientos, él mismo reconoció mejor que nadie—así lo asevera
su ibiá^afo—gran parte de los errores que se deslizaron en su historia,
los que pensaba subsanar en una nueva edición, correcciones que se
dice que ya en el año de 1679 tenía preparadas y diapuestas al indicado
fin. Quizá la falta de recursos y de protección contribuyeron a que la
reedición que meditaba no pasara de la categoría de proyecto. El mismo
autor de las notas sobre nuestro Núñez consigna en ellas estas consideraciones
que, en gran parte, hoy podrían admitirse: "Cuando se habla
mal de tal libro, es necesario hacer el elogio del autor, qe. ha dado el
material para reformarlo, y del qe. con un trabajo inmenso nos (ha conservado
muchas noticias qe. con la experiencia se ve qe. ninguno otro se
tomó la tarea de escribirla, ni bien nii ¡mal. El no tuvo orítica qe. no se
usaba entonces, no tuvo extensión de conocimientos en otras facultades,
ni tuvo librería, no tuvo amigos que le ayudasen y corriígiesen con inteligencia,
y le faltaba dinero para amanuenses y aun para «í. Pero tanto
mayor celo por su patria; tanto mayor amor a la Literatura; tanto mayor
trabajo y tanto mayor debe ser el reconocimiento de los que han venido
después. El advertir las equivocaciones de este insigne trabajador,
amante de la verdad y de la® antigüedades de su patria, es hacer útiles
sus trabajos y hacer lo qe. él intentó y no pudo pulblioar".
Viera y Clavijo, que fué coetáneo y contertulio del anterior comentarista,
es quizá el' primero que en el .prólogo de sus Noticias, tomo primero,
juzga la histoiria que escribió Peña con criterio adverso. Le acusa
de no haber confrontado sua documentos con los de su» antecesores, sin
embargo de concederle imjportancia a las genealogías' de las familias patricias
del país y de loe primeros pobladores o conquistadores, y que su
estilo se resentía del escolasticismo—^Viera era enemigo d« la enseñanza
que daban los frailes, aunque la recibió de los dominicos—que en su tiempo
dominaiba; peno, en cambio, no vacila en hacer público reconiocimiento
de las buenas intenciones que informaron al autor objeto de su censura,
y al indudable celo x>atri^tico que inspiró sus anotaciones.
En tiempos más cercanos, un autor francés bien compenetrado con
nuestro país, ya citado por nosotros, Sabino Berthélot, en su interesante
libro Etnografía y Aruiles de la conquista de las islas Canarias, remueva
de nuevo la cuestión y en cierto modo vindica el discutido crédito
de nuestro zarandeado historiador, al exponer que si bien las aserciones
de Peña deben ser admitidas con prudente reserva, por no estar siempie
220
apreciadas en su justo valor, loa ihedhos narrados, lo que tuvo que llevarle
a la adopción de falsas cansecuencias, admite que Viera juzgó muy
severamente a enx paisano, cuando llega hasta impoitarle ignorancia e
incBjpacidad, porque amibas no se deducían de la lectura de su obra,
antes por el contrario, estaba muy lejos de merecer tamaños' calificativos.
Nuestro gran publidista Menéndez y Pelayo al examinar a nuestro
Peña forma juicio de que se trata de un farragoso genealogisita y que su
libro oaai se contrae a Tenerife, ¡pero curioso paira la historia miiniciipal
y que en el capítulo dedicado a antigüedades se había limitado a gloisar
servilmente a Espinosa, Viana y Aibreu Galindo.
Apreciaciones de escritores contemporáneos tinerfeños. Rodríguez Mou-re
y Leoncio Rodríguez, entre otro®, no están muy lejos del parecer de
Viera. Bl primero le echa en cara su desdén por la raza aiboirigen y el segundo,
isin ocultarle sus defectos, propios de su siglo, admite que la labor
del giran cronista y genealogiista es admirable. Pero, ¿desdeñó en sus
trabajos genealógicos al piueblo alborigen canario?
Nos figuramos que bastan las valiosas opiniones antes exipuestais para
enjuiciar la historia isleña que produjo la pluma incansable de Núñez
de Ja Peña, cuyo desarrollo adolece indudablemente d€ una buena sistematización
en las cuestiones y de una excelente crítica en la exposición
de los hechos. Toda ella fué inispirada ©n los consabidos autores que le
preoedieron en hiistoriografía canaria, «alvo en lo que fué exclusivo producto
de «ru investigación personal, pero en todas sus páginas campea su
entusiasmo y su acendrado amor a las tradiciones y glorias del terruño,
procurando ceñirias, en lo posible, a los dictados de la verdad. Puede y
debe conceptuarse la Conquista y antigüedades de las islas de la Gran
Canaria como una de las fuentes de nuestra historia, no en lo que hlaya
«ido remedo de otros cronistas y de ajenos pensamiento», sino en lo que
fuera resultado de sus propias y personales búsquedas, hasita que llegue
el momento de que contemos con un buen manual de historia canaria, libre
de toda clase de prejuicios, que reproduzca el pastado de nuestra vida,
tal como 96 desenvolvió con sus luces y sus sombras, ¡sus viriAides y
sus vicio», sus aciertos y errores, lo bueno y lo malo, todo en su justa medid
», ya que ningún pueblo de la tierra, aun los más grandes, ea impecable,
oooio JK> lo «on los individiios, antes con frecuencia se equivocan y
casi «iempre «e dejan arrastrar por wis pasiones.
221
£1 cronista oficial y familiar del Santo Oficio
Fuera buena o mala, como hemos considerado anteriormente, la Conquista
y Antigüedades de nuestro Peña, es más que presumible que el
hecho de lia;berla dado a estampa deibió de rodearle de cierto prestigio
y aureola literaria que traspasó más allá de nuestras islas, hasta llegar
a la Corte de nuestros Reyes, donde indudablemente alguna persona isleña
relacioinada en la misinia le consiguió el título', entonces bastante apreciado
y único que hasta entonces se haibía otorgado a favor de un natural
de estas islas, de Cronista general de los reinos de Castilla y León, el
cual le fué expedido en Madrid por la Diputación ipermanente de arabos
reinos, el 23 de julio de 1701, en atención a los méritos, suficiencia., habilidad
y grandes noticias—expresaba el nombramiento—que concurrían en
el interesado. Tal título, especie de nombramiento de Rey de armas, fué
acomipañado de una pensión de 200 pesos que le concedió el Rey en premio
a la publicación de su hiatoria, y por su condición de Cronista oficial
estaiba autorizíado para expedir certificaciones sobre genealogias y blasones,
que en nuestras islas, que para ejecutorias de nobleza había que acudir
a la Ohaincilleria de <iranada, casos por oierto raros, tenían el valor
de tales y bastantes de ellas quedaron protocoladas en los oficios públicos
die esoribaniíais del país.
De tan sángfular distinción, de que tanto debió congratulaírse Núñez de
la Peña, se apresuró éste a dar cuenta al Cabildo de Tenerife, en cuyo
ardhivo, libro 19 de cédulas, al folio 22 quedó la deibida constancia.
Por aquellos tiemi>ois, de auténtica jei^arquización social, loa hidalgos
y otras personas de distinción solicitaban o pedían, por la limpieza de san-
.gre que generalmente significaba para los 'agraciados,' además de las
exenciones y privilegios de especiai fuero que entrañaban, pertenecer al
Santo Oficio, tan temido como respetado en la época. Nues'tro Núñez de
la Peña, aintes de ser nombrado cronista, ya haibía logrado el de notario
local del citado tribunal, mediante título que le habían expedido los Inquisidores
ajpoistólicos de Gamiaria el 20 de septiembre de 1698. De- tal
nombramiento dio formal y regíamientariamente cuenta al Concejo de la
ciudad y de ello quedó esencial testimonio en el expresado libro de cédulas,
a su folio 21. No es difícil estimar que tales honores y distinciones
le servían por completo para dar realce a su personalidad y hacerla respetable
entre sus coterráneois.
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Diversos trabajos inéditos de Peña
Gran parte de la propiedad canaria en general de aquel tiempo estaba
ya eapiritualizada, siendo muy contada la que no tenía afecta carga
religiosa que levantar, tanto que muchas veces sus usufructuarios apenas
podían paigar tales censas o tributos, fenómieno de que ya se hacían eco
las memorias y crónicas epocarias. Dentro de este sistema, la institución
de capellanías, tanto eclesáásticas como laicales en sus diversos naatices,
patronados, memorias y Obras pías, etc., ofrecía gran interés tanto para la
misma Iglesia como para las faimilias. Núñez de la Peña acometió la m-gente
obra, que así puede llamarse, de escribir un libro sobre todas lais
capellanías y imemorias pías de Tenerife, con expresión del nombre de cada
fundador y la fecha de su erección, cargas de las misma» y árboles genealógicos
anejos, para saber en determinado momento que líneas o pei-sonas
podían ser llamados a ellas, bien en calidad de patronos o como
aspirantes a ser nombrados capellanes. Este registro tuvo que ^ser solicitado
de los interesados y es presumible que sirviera de base para otros
parciales, hasta que en el siglo pasado igran parte de estas capellanías
pudieron ser conmutadas o desarmortizadas, aunque antes de que las leyes
del Estado consintieran la extinción, ya muchos de sus poseedores o
administradores habían cuidado de apropiarse, en provecho suyo o de sus
allegados, la totalidad o i>airte de estos especiales bienes.
Asimismo escribió Núñez de la Peña un opúsculo sobre todas las funciones
reales, levantamiento de ¡pendonea por los nuevos Soberanos y exequias
de reyes y reina®, que se habían celebrado en la parroqiiia de Nuestra
Señora de los Remedios, bien que al parecer con carácter polémico
interparroquial y con ocasión de unos altercados que hubo entre amibas
parroquias laguneras en una función de desagravios, casos por cierto no
infrecuentes. De todas maneras, en virtud de reales cédulas vigentes,
las citadas iglesias parroquiales de la Concepción y los Remedios turnaban
en tales funciones, proporcionando a la ciudad, según los caso», motivos
de regocijo o de duelo oficial, dado el ardiente monarquismo del
pueblo, que todavía no osaba discutir la persona de sus Reyes.
Núñez tuvo el proyecto, que no llegó a realizar, de editar una compilación
de las reales cédulas que se archivaban en el Ayuntamiento de la
ciudad natal, pues a su fallecimiento se encontraron los indicios de tales
trabajos preparatorios.—(Continuará.)