Notas bibliográficas
Leopoldo Ae LA ROSA OLIVERA.—"ETOÍIU-ción
d|el Régimen local en las Islas Canarias". Madrid.
PuMicacionieiB del Instituto de Estudios de
Administración local. 1946, 4S, 256 {>ÍKS.
Eiate áimpoiFtante esitudá» áñ I'ais inatátucáone» polMcais insuilaires' tiesae
aax 0ipiig«n en la tesis dootionall qvie eta 30 die ««membre de 1944 leyó su ítu-tor
eo te Unáverisddlaid d« Maídiriidl. Esa tesfi» vensaba sobre Las^ Haciendas
de los antiguos Cabildos insulares de las islas Canarias y aólo para situar
dábddiamein'te e> tema dialba U'nia vüsiión de coinjunto d>e los organiemofl
páblicos a que servíaiu laquellais liaioieindHis. Luego, a indlioaición d^el Instituto
(patrooi'nadioír de Hai edüción, el Sr. La Rosa amplió 9u campo de estudio
haci«nd* jireced'er el especian dte lias Ihaioiendas por otro oompleto sobre
lia origani'zacdón administrati'vta local. Oalificativo este áe aidünáiiásttrativa
aobre el que mo podlemos meiniois que IHacer «Sertas reBerva». Es difícil pre-disar
«II límite die lo político y d© lio administrativo, .pues no pairece que
pueda ligarse con el grado mayor o menor dfe autonomía. Si reservamos «4
último concepto piaiia los cuerpos quie eijercen funciones délegadais, es' ebu-edivo
aplicaiflo a estoe orgtoiíamios locales, sean, aua miembros eliejdtivas o
heredütaiioa; creemos que «1 vicio dierive diel caprichoso reparto de nMite-mtais
en el cuad>ro d« estudios die la» Facultades. Aquellos Cabidos, como
¡U» «ictualieB Ayunta mi«ntois, son orgianiamos poMtioos locales por miuy
líantroladae y reigladiais que tuviieasan y tengao» «us fuitcione», ipoes no las
ejercen en nombre de otra autoridad suprema central.
Sobre el acierto y icomípeteiicia fl^l autor en eete estuddo añadádo ai
tema original, bastará decir que, w menos auevo que éste, es todavía m&s
oomipleto o exhaustivo. Reiñeja con mejor métodb y mayor aioopio de áai-toe
que trabajo aligano hasta ahona lealisaadio el oirÍ!gen', oarácter y fundo-aami
«»to de estos organismois locales. En efecto, el trabajo qUe nos ocupa
no pisa, en esta ¡parte primera, terreno vimgen como en la segunda; eJ autor
mismo cuida de decimos, «n copiosas nota» y en la bíMioigraf ia f inai^
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que «atas instátuicioiiies hiabían llamado ya ila atención de aílgunos historiadores
ipaaaidas, Núñ€z die l'ai Peña y Viera y Oliavijo, y 'de v^airios traitadls-tas
imodemos, Oasama van dien Heede, Perazia de Ayala y Danias y Padrón.
Pero, lademás de las impoirtainites aipartaicdoneis docuimenita'leis nuevas
que aduce el Dr. La Rosa, mi traibajo se idiiHti'ngtie de aquelloe emisayos em
que ellos adoJiecían de ciierta Uiniilateralidiad em el estudio de las instiituicio-nes
i^nsoiilaires. O bdien lo enfocaiban priiocipailimiente d>esd.é un piumlbo de viista
merameinte histórico, eato es, 'Se iateresaiban sólo por la sucesión ée cédalas
realles que la» afectabam y d® epasodios y pensoínajes concretos que en
ell'ais «e auoedi'eron, o bien al comirario, trataibaii' sólo die dair una estimia»-
<Aén jurídica d© sus funciones y facvditadies, como si éstas fuesen un todo
dado e inialterable. En «1 lestudío die La Bosa lao sólo se enfocan^ debidia-memite
¡amibos topeotos sino que altilendie a la real^idiad cuortádiama de la vida
ooncejil, muchas vece» motabüíemeiite apartada de las soberanais dlisposicio-nes
y die lais ordenanzais dictadais y jamás aipMcadas. BeoUiédd'eise 'cujanto a
esto que institución tan importamte y aun característica dfel Oabdüdo die Te-nenife
como el Persosaero no tiene ooTigen escrilbo, sino simiplemente conaue-lludiiniario.
¿ Cuántos textos leg'aües de las copiosas colecciones' die Reales C6-
diullaia no Ueigarían, invensamonte, a tener siquiera vida real ? Nuesitro autor,
601 efecto, ha puesto ipor primena vez a contribución aquellos fondos del aa*-
dhivo capitular táinenfeño prodmcMos por la vida ordímaria de la canporacáóo
y no sólo, como hasta ahora, los documenifcos inetítuolonales y los lilbroe die
actas de ireuniones del Cabildo. ,
Kn parte consocueaciia, preci!samente, diel uso de esitlos materiales inéditos,
ej estudio kie las iniatituciiones insulaires reafulta evidentemente desigual.
Mientraa es casi completo cuanto al CabilLdo die Tenerife, para las demás
islas ofrece vastas lagunas y a menud'o ise limita a simple comparación con
lo exñatente en esiba iisila. Bs que el autor no ha podido realisar en todas las
otras investigacioines tan iproiijas; pero además es alabLdo que sólo Tenerife
tiene la suerte de que los archivos capitulares ihayaa Uegad'o hasta hoy.
prácticamente Íntegros. Del de Gran Oanairiía quedian escasos resrtos», entre
ellos, sin embargo, el ^ireciíaso Libro Rojo looa los "privilegios" de la isla.
Menos se conserva de lias iisl'as señoriales y fmés de la de La Pelma. Además
hay que tener en ouenta el archivo de la Real Audiencia, en Las Ptil-mais,
prácti>oam«nte imexplorado, ipero de donde también él> aiutor ha tomado
algunos dlatos, isuplienidlo más dletenidias Tebuscas con la reirá obra del Fiís-oal
Zuaznávar, que en 1815 puíbüicó urna hüatoria de la inatiituicióin úe qxte
formeiba parte. Para las otrais corporaciones ha contado con los titobajofl
previos de Daría*, eapeciattmenrte para La Gomera y El Hierro y datos meditéis
del mismo y de otros para La Palma. Así, pues, el lugar central dado
a Tenerife en la obra obedece no s'ólo a raesoue» peraonales del autor saino
al hedho de la conservaición de aquellios materiales hiatórioos todavía intao-tos
a que .nos referíamoe antea, que, en caim>biio, se han perdiidlo con mudboa
otros para las dlemás isla».
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Paisemos ahora, traa esta vLsóián ide l<ajs fuentes aprovechada», a recoger
algunas áe los condusiiones a qiie conduce la roonoigrafia que examiina^noe.
Las institudionea «janairias arrancam naturaümente die las oaiatellanas contemporáneas
de siu cneacidn, pero ya desdé eaita misma, su particular situiá-cién
en iaüais y en tiierra nueva lies dta candlkiion«is de exisitencm que las ale-jai^
de £(us modelos. Lue^o el tiempo no ibizo más que laoenituar esita diver^
gencia, ipor lo menos ihasta llegar a momentos deliberadamente -unifoaini-zadores.
Estos Cabüdios (que conservan en U'SO este nombre abandonado ya
en OaartñíUa) fueron territorieiles, esto es, lábancan una diudiad icapiítal y uln
país, la isla, teóricamente identificado oon aquélla. No es és«ta la práctica
nuedSeval en la que el terriitorio, euanido exiisrt», e» uin meipo diominio de la
ciudad. El Fuero de Gran Oamairia, de 1494, diemuesrtjra ipor .parte de los Reyes
Caitóliicos, como hace inotar el autor, el 'propóaito, que lluego no persistió,
de creaT uno o varios fuettes orgaindsimos de vida púhS'ica 'locíül,, todavía
análogoB al mundicdpio medieval, aumque sin omitir, naturalmente, su enipe-diitacáón
al poder real, alcanzada ya en eelte momenlto piaTia 'Jos mimiciipiois
de Castilla (1). Cuanto 'alia omiiaáón en este fuero, como en la reguliaidóii
de l'os demás Cabildos, dé exiígeniciais de sangre para ociupar los cargos con-cejies,
no creo deba dársele «ignifioacióa eeipeciail: ptuiedé responder ai deseo
deliiberado de evitar cortapisas en la desiignacióm de (personas,, pero puede
taimbién laer un saimple supuesto oottieluietudinBirio; ¡DO haría falta prohibir
el aciceso de los pedherois, ya que nadie pensaba en ellos.
EH estudio de las instituciones de las islas señoriales va precedido de
un resiumen >de las complicadas ave/tares políticos por que pasaron hasta
eatalbiliizarse su situaci6n (2). Por su sigínificaciión ,politica, reveladora áfi
un estado dé opimó<n, de una voluntad colectiva definida en aquellos prin*-
riBos colonos, pudo dedicarse algún nuayor espacio al pleito de Lanzarote,
entre loa haibitantes de la iMa y las Herrera-Peraza. Dandé mluestra de flu
política oportunista, los Reyes lo resuelven contra los colonos; bien poco «•
k) qvfi isaJbemoa d^l régimen de gobieimo que entonces regía a aquellias islas,
pues isi tenemos algunos fueros y actas dé posesióin, nada nos dioen estos
(1) No mos parece verosímil aupaner un Cabildo en La» Palpias anterior
al privilegio para su creación dado a Pe|dro dé Venra en 1480. El adverbio
de nuevo, todavía IM) signifioaba por segunda vei, oomio con curioso
cambio semántico vale en castellano tactual; sino, al contrario, por vez
primera. Del mismo modo "les riles iwxveylamemt trobades", de los documentos
catalanes del .aliglo XIV, dieiben traducirse por las ahora desoubier-taci.
(2) Como expusimos en Los portugueses en Canarias, pág. 27, no
oreemos que la captura de Madot y su subsiguiente htiída del Hierro ocurriese
después de la cesión de los deredhos del Conde de Niebla a los Osei-siaus.
Bata cesión debe de ser el airreglo a que se llega como oonsecuen-cia
de estos hechos. Maciot reclanm a su patrono el Conde y los Casaus, a
cambio de substituirle en las dem&s islas, reconocen Latizarote a Maciot
en ignoradais condioJomes.
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dwramentoe de la realddiad de su aipldoación a la vida cuotidiana. El anbitrio
señorial no parece que fue^e |niod«radio hasta la iintervenicióm die la Audien-ciiía,
qu« en los siíg'los die la Gdlad Modiema va Itimüándolo, pirimero en la es^
fena juddciail, üjuiego en la politica.
Los Cabildo» de las islas realenigas no fueron en ^realidad' mucho más
Tiepreseintaibivos que los de las señoriales. Eii fin d¡e cuentas «u« regidoire»,
en lugar die ser nombrados por él^ señor, lo fueron por el GoibeTsmdor o i>or
el Rey y lueigo hereditarios y es cosa más toien conjetural si interpretaron
mejor o peor la volbiütad e initereseía de sus> adhnindtsrbradois. Sollámente para
Tenerife tenemos el iTíteresanite cargo de Síndico Pensó ñero, que, a pesar
de la ceirrada oposición d ^ Regimiento, persiete como miaigiatrado verdaderamente
electivo por el vedndiajrio durante los siglos XVI y XVII; para caer
al fin, al comdenM) del siguiente, bajo la< dleipendencia dte sus adiversarios,
hasta las reformas generales dé Carlos III. De esta oposáoión deduce opor-tumuneute
el Dr. La Rosa, el divorcio entre la minoría gobernante y los vecinos,
aunque la simple procedencia diversa de su» poderes estimularía la
rivalidad. El estudio de este oa-ngo (págs. 59-69), fuagmentario por escasez
-de documienteidóin, es de lo más interesante del traibajo que nos ocupa,
y *u/ imipovtancia aumeota ai recordamos que no sólo es sámigulaxidad en
las i'slais, ladno que también lo es paira Castilla en eeos siglos.
El /proceso de emaocipadón áe los pueblos d<e loada isla respecto de su
CabUdo es lento e indeciso. Existe en ellos una autoridad local kneramen-te
delegada, pero la verdiad'epa célula dte su organismo de gobierno hay
que verla más bien en las Juntas de los Pósitos o Arcas de Misieiricor-dia,
que son las que atienden las más imprescándiibles necesidadíes' lócale®,
abandonadas por el Oabidio d'e la ciudad (pág. 96). Pero la unidad insular
duTia haistta. 1812, y im isiquiera la rompe la creación de villas exentas (La
Orotava, Samta Cruz) que isólo lo son judicialmente, ni la intromisión de
los señoríos (Adeje, Valle de Santiaigo, adema» de Agüimes en Gran Canaria),
pues los propios, esto es, los irecursos materiíales, siguen sieímpre
en manos del Cabildo único; ni el Alcalde Mayor de La Orotava alcanza
categoría de Teniente de Corregidor, como .su colega que en La Laguna
ejerce función de asesor togado de la Justicia.
« * * *,
La auitonomía real de esos Cabildos, como demiuestra él autor, era muy
ümátadia; no tanto por su dependencia estrecha respecto al Consejo de
Castilla, como ocurría en la Península, pues la distemcia la atenuaba mucho
en la práctica; como por su substituto, la Real Audiencia. Este organismo,
aunque a tenor de la letra de su creación en 1526 tenía una finalidad
judücdail, dte Trilbunal de apelación, de hecho se convierte en órgano de
gobierno, con lo que también se aparta de su modelo peninsular paira áseme
janse «I sus hermanas de India». Es el superior inmediato de Corregidores,
Calbildos y Señores de islas, y si es verdad que coartó su libertad de
acción, mayormente en lo económico, el autor tdene que reconocer que ac-
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tuó icon estudio e imiparci'aili'dad'; y aiutes comibatáó la iincncia de los Cabildos
qne fué rém^ora de au actuación. No ipodría, en efeoto, dednse lo mia-mo
de la iiueva autoridad ipan-iinsiuilar, la Capitania o Comandaiiciia Gene^
ral, institución que se consolida en ©1 sigilo XVII y es de cfaráctíer ahsoír
bente en el XVIII.
* * *,
De manera concdisia pero con exactitud y tino en escoger los hechos
©seraoiíailes se examinan las Juntas de 1808, la Diiputacd'ón Provincial, ios
Cabildos Insulares y lais Manoomumiidades, con lo que se cierra la primera
parite de la obra. La segunda, dedicada a las Hadendas locales, es totalmente
nueva, como hettnos dicho. Eetudía metódicamente loe recursoe llamados
"propios" en conjunto, los igaistos en sus diferentes grupos de fijoB
y adteiraibleis, distribuidos éstos a su vez en ordimairios y ©xtraoirdinarios;
y lu©go la recaudaioión, admindistracióm y rendición die cuentas de esos recursos.
Da interesanteis iseries de «ifraa referentes a lois divereos recurso»
a lo largo de lois isiglos de su vigencia, pero, diesgraciadiamente, el desorden
de la amtíg'ua adtninistracáón y da pérdida dé parte d* su documentación
impide que esas seríes sean, si no completas, por do menos regulares,
con lo que pierden mucho dé su interés paxa deducir de ellas las fluctuaciones
de das fuentes de ingresos. Hn efecto, lo qiuie echamos de m©nios,
aioaao, en ese estudio de la amtiigua hacienda insular de Tenerife (poco es
lio que se dice para las otras isdas) es el intento de remontarse de ella ail
de la economía misma de da isla, de la que aquélla, en fin de cuenta», tenía
que ser reflejo. Ya reconocemos deisdie luego que los' datos disponibles
son ipoco aprovechable», pero, aun así, cualquier dedtictíón fundada sería
de interés histórico subido en terreno tan inexplorado como importante. £3
autor reconoce, en efecto, ©n las filuctuaciones de la recaudlaición por "'haber
diel peso" un indudable reflejo de las del comercio insudar (páig. 152).
TernidiDan la obila seas documentos reumidlos en apéndice, todo» de gran
interés e inéditos, «alvo ed primero que ©s da o/torgaxáón del Fuero de Niebla
a Fuewteventura por su señor en 1422. Los d<tmáis son el Fuero de Gran Canaria
de 1494, lais rentas de la isla dte Tenerife en 1517, un libramiento de
fondos de 1583, las Instruicciones para la adnwmiistración de los propios de la
misma isda, diotadas por eJ Regente de la Audiencia Tomás Knto Migniel
en 1746 y las ordenaiMias inteniorea d^el Gabüdo de Sevilla, dadas por ed rey
Juam II ©n 1438, copiadas como modeJo pana las dieJ de La LagTina en 1509.
En el ciaipítulo dte cargo® debemos señalaír que, aunque la edición tiene
una presentación atractiva, es en reaiidiad bastante desouddlada: menudiean
las erratas, aJiyumaa registradlas en una 'taiMa, pero quedan muchas más
como "completainse" por "conoretaTse en § 22, páig. 47; "oi" por "con", pá-
S^ina 52, última línea; una Mn©a aaditadiai en p&g. 56, línea 10 de abajo (después
de "Biuperdores" falta "a ellos y a todos no puedan proiveer y prolveafli
así a pedimento"); "vis" por "ysJa" y otras suibaanables ,poir el sentido en
ed documento de h, nota de la p % . 68; "loa" por "dos", p%. 120, línea 11
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de alhajo; "32.058" en lugar de 2.058", em la cuarta partida de 3a relación
de la pág. 172; "43" !por "28" en la p&g. 181, lín«a 21; "cambiando" por
"permitiiiend»", pó,g. 187, línea 12, ©te. Y, en fin, com» es ¡natural, la obra
carede de buenos índices que serían bien útiles. Defectos muchos de éstoa
quie se explican por haibeirse editado ©1 libro lejos del cuiidado de su autor.
Como eaibemoa que éste proísigue ©n sais ©studiios para amplliar y aclarar
¡los iproblemas múiltipl©s que su misma obra suscita., esperamos que alglin
día wna nueva edütíón salve ©sos defectos menudos y nos revele nuevos
h©cíhas bien coiiitrastadk>s de la antigua organización política de lae iisilas.
Entretanto feücitamoa oordfiiailm©n/te al Dr. La Rosia por haber dotado a la
bibliografía histórica canaria de la obra aisiteimátioa que sobre esia organi-zaición
ise echaba de menos en ella.
E. SERRA
RICHARD KONETZKE.—"El Imperio Español.
Orígenes y fundaineiUos". Versión del alemán
por F. González Vicen. Madrid, "Nueva Época",
1946; 298 págs. 4^ can láminas.
De priim©ra imipresión el título >nos hizo temer que leste libro fuese umo
más de los que traten de lajprovedhajr un tema de mioda con vistas a la venta.
Pero, ademáis de que la edición oriiginal iba desitúiada a u!n público diferente,
lo que explica cierto toao vulgarizador, de otro modo inadecuado,
desde las priimeras líneas d«l prólogo ©1 autor expome homradamente y oon
Iprecdisióin .su verdlaldero propósito: no se traita de una síntesiiis Imás o menos
iírioa de coeaa ya redichas, sino que se quiere incorporar al cuadro habituad
de oonocilTnientoe sobre la génesis de Ja expansión imperial de España
todos los (Quevos eistadliios, todais las iprecSsiones y rectificaciones, de he-
(dbo que la moderna ónvestiiígaiciión de ancihifvo» ha aportadlo y que, como
de oostunto*, tairdaráin miuicihíisimo ©n alcanzar a los mianuales histó-idcos
al uso. Y ©1 autor cum^ple en palabra: toda la biblliografia especial
dUiaperisa ipor todo igénero de puibUoacioines españolas y extranjerías es pun-tuatonente
aducida. No sólo uaa líos trabajos cuya tiinita cipenais se ha secado
al compás de la diei auitor, sino otro» muohos olvidadlois' de ipuTo anti-guois,
pero oportuníisiimos en oaida caso; y contra el ih&bito de muchos autores
alemanes, la bilbliograffa en su idioma no eclipsa la publicada en todas
las demáis lengua®, imolueo prolhibidas.
El lilbro es, pues, tipicamenite alemán; sus páiginais contienen' uma sobria
dosis de idea» y, en camibio, están repletas de hechos concreitoa ordenadamente
seriíadkM. Estas series son extremadamente desiguales, puea,
oosno es compreinsi'hle, baisándoee la obra en la labor gfeneral de investi^ra-
<A6n hóatórica de primera mano, mientras ésta ha siido copiosa en ciertos
aspectos y capítulo», resulta indigente en otros, desigualdad fortuita de
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que el autor no ««mpre se día clara icuenita. Tampoco ha usado el taimiz
crítÍK50 ipara seleccionar osos hechos.
Las (beads gemeraJes d!el autor, por lo común, no presumen die oiñgine-l
«s, ni se preocupa de defendierliais con Tiuevois datos o argiunentoa. Un su
copiosa informacd-ón, por ejempJo, sobre la ipolítica múltiple die los Reyee
Oatólicos, se adhdiere sin vacilación a la interpretación optimista en todos
los casos y sim la mienor reserva crítica qu« el autor, al parecer, ni siq'uáie-ra
comciibe. En otros* ca»os se Idimita a adoptar el juicio die los autores qu«
extract^, que hajce ipropio sin análisliis de sus fundlamentos, como al exponer,
apud Jaáme Vicens, la diecad^nicia diel comemo catalán en el siglo XV
(ipágs. 43-45) o cuando nos describe una ¡medalla conmemorativa acuñada
en Castilla en pfleno siglo XIV (ipág. 28). La tesis central del libro, empero,
«s otra que realmeinte racitifica algo admitido generalmente demasda-dio
a la ligiera. Paira Konetzke la exipansiión marítiLma, atlántica, de Hispana
en la Edad Moderna no es méis que el naltural desarrollo de la hegemo-míla
imarítima de Oastilla «n la EJdad' Media. Aduce para fundamentarlo
numerosos hechos, aislados unos, enlaíaidos otros, y con ellos trata de darnos
la sensación de una verdadera "thalasocratia" castellana en «1 Océano,
tanto en el comercio como en la piratería de los siglos XIV y XV. Aunque
tal vez el autor les da un excesivo alcance, estos hechois en conjunto <Mi-gain
aiin duda a reexaminar la iid«a tradicional de uma inferiorídadi marítima
dé Castilla ante STIS competídlopes. Pero, esto admitido, todavía no queda
probado que la exipamsión marítima inuperial formó ipairte de los planes
políticos d« los reyes de Castilla, antes d© 1492. Juan de Bethencourt tuvo
que imponerles la aceiptación de Canarias, como CoJión la de las Ind'iae.
La ipnuieba más rotunda «s el texto del tratado de Alca<;oba8 (1479) por al
cual los propios Reyes Católicos renunciaban isolem'neTnente a todo iint«i-to
de «xipanisfiíón aitlántica, isalvo en las iel'as Canarias, todavía entonces en
su mayor parte independientes, y cumplieron estrietannente su promesa
hasta 1492. Eístá fuera de duda que Castilla .poseía una serie de condicionéis
naturales y adquiridas cfiM le daban la capacidad paira la realizacidr.
de la obra ingente que luego llevó a (caibo. Es indudable, por ejemplo, que
3i Colón se hubiese dirigido al Sultán de Marruecos no por eso hubiese
surgido Ulna América marroquí; hubiera faltado la baae necesaria. Existían
presupuesatoB favorables, ,pero faltó vm propósito ep loa dirigientes
que ise contentaron «ñmplemente, hasta consuntada la hasaña del inmortal
genovés, con aprovechar al vuelo circunstancias no prevista» nd menos pre-iparaidas.
Siendo la conquiata y colonázacBén de Canarias el iprecedente, si no único,
él más ostensible, de la exipansión marítima de Casitdilla, le dedica él
autor gran atencién y espacio. Como siempre está en este punto amplía-mente
iinf'Ormado, pero igualmente no apura mucho el aprovechamiento
do »us miateuialea c(ue generailmeinte se limita a extractar sin pipofundiraír
en isoí interpretación. Así no ve que Bethencourt, paralelamente al Prínd-
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pe de la Fortuna, se dirige en .primer lugar ail Papa, alhora Benedicto XIII,
en ibuaca de apoyo suficiente para prescindár de todio poder temporal en
su einpresa comenzada de hacerse un reino ultramarino, y sólo cuaindo
oomprendie lo iaútil de su intento se resigna ai pedir la soiberamía de Cais-tilla.
Es un hedho característico, que omiite Kometzke, No ve tampoco que
todas las reivindicaciones castellanas de Guinea por ios Reyes Católicas o
aateriorea no son otra cosa q'ue jaques que se dan ai rey portugués para
oMigarie a aibandonar isois pretensiones a CaniatriBis o ail tirono mismo de
CaiSitilla.
No faltan tampoco errores de hecho. Si alguno de ellas, como el del co-miein:
K> die la página 51 «obre el tributo de Luis de La Oeindia, o alguoois de
los cfaie dejan aproximadamente dininteligiibleis las pági.nas 114-16, pueden
piadosamente atribuirse a la tradiuiciciióin, hay otros que s61o pueden proceder
de descuido defl autor. Son gratuitos los propósitos anexionistas de
Pedro de Aragón (pág 52), la preeenoia de Bethencourt en Castilla antes
die BU expedición (pág. 53), las "calumíiiíais" como úoiico fundamento de los
aidveiraiarfiias de Rejón (pág. 112); erróneos el Diego de Herrera que le mata
en La Gomera y el "adelantado de Las Raimas" (pág. 114), título q^le
jamás ha exisitidio; no fué ^pequeña la inmigracáón europea a Canarias en
los siglos XV-XVII (pág. 121): i lo sería, ©a todo caso, después!
En fin, donde francamente las pagináis del autor son desorientadorais
es ail hablar de la serviduCTibre de los indígenas (págis. 1171-124). Preteai-der
por un lado que no hubo ,i)ública.mente oaniardos esclavos, hecho evidente
ipara todo el que ha isaludiado los documentas de esitos archivos, y
par otro lado, deiapués de soeteiner esa falsa tesis, acabar por decir que
lo contrario era lo uiattuiral, pues "vender loe prisfiíoneirias de guerra era en
la Edad Media cristiana una práctica .general y corriente " (pág. 120), ©a
añadir el dislate al absurdo. Los Reye® Ca/tólioas ise opusieroin a la trata,
como ha demostraido Wolfelí, pero en l'ais islas hubo esclavos canarios, ya
cristianos, perfectamente leig^itimos y ®e compraron y veindie^ron por lo
míenos dentro de ellas, probablemente también fuera, pues eran calificados
como "infieles ganados en buena guerra". En cambio éa elemental que
loa .iwiaioineros de guerra cristiamios en Europa no eran esclavos y si se obtenía
rescate de los pudientes caballeros, no se retenía a loe peone®.
Esas son las peores páginas de] autor, aunque no faltan< lapsus poco
comprensibles aquí y allá en el libro: ifin de la páig. 19; la incorporación de
Córcega a Araigón, en la pág. 32; la tíanscripcdón del docameinto de la
lámin/a XIV, donde además de dtesKíuidos menores hay u'n "badhio" en lu-gar
de "boeluo", por jmala lectura, poco perdonable en uitia tramiacripción
que quiere ser modelo.
No sé 9i hemos juagado la obra) con excesiva severidad. Es que ante
un autor alemán nos sentimos inetámtivamente exigentes, y con segruridad
cosas análogas llamarían poco la atención en un libro español de esta categoría.
En efecto, la obra de Konetakc, repitámoslo en su defensa, no es
485
de erudición, como podrían hacerlo creer las copiosas notas que reúne al
fin del volumen (agrupadas por capítulos, de forma bien incómoda). E?
una obra, de divuil.gaoión y, en tal sentido, superior imdiiíacutibJeraeinte t
nuestros roanuale» corrientes de estudio y propagranda.
La tnaduiocióin, debida a nuestro coíega Dr. González Vicen, salvo, s:
aoaiso lo corresponden, cdertas diescuidos aludidos, paretee buena. Aipenac
le objetaremos üa preferencia por algunos términos imipropios de nuestra
tradición históráca: árabes, corrienté|miente, en lugiar de moros; Príncipe.
en lugar de Infante. La presentación impecable, salvo la aludida diaposi-ción
de las notas y la falta, por lo demás habitual, de induce alfabético.
E. SERRA
Gaspar FRUCTUOSO.—"Saudades da Terra".
Livro L Precedido de um ensato crítico por Manuel
Monteiro Velho Arruda. Ponta Delgada
[Sao Miguel, Azores], Of. de arties gráficas, 1939;
240 págs., 4S.
Gaspar Fructuoso, sacerdote, vicario de Ribaira Grande, en la isla de
S&o Miiíguel, una de las Azores, era natural de la misima isJa, donde nació
en 1522. No disponemos de un estudio biográfico de Rodrigo Rodrigues,
excélente a decir del editor del libro que comentamos, pero principalmente
nos interesa la obra. Si la (fecha que se da a su manuscrito de Lisboa,
1590, es la de la redacción de la misma, como parece, ya en su vejez «8-
cribió un trabajo extenso, dedieeidto a l'a® islas tlel Océano Atlántico, Lo tituló
As saudades da térra, dividido en seis libros. Siguiendo fornvas lite-rarias
ipropiaa dte ¡su tiempo, el libro primero nos presenta un oonceptuoso
diálogo entre la Fama y la Verdad, donde ésta cuenta, a ruego de aquélla
las cosas que son objeto de la obra. Entrando en materia, en los capítulos
IX a XX del mismo libro primero historia y describe nuestras islas'
Canarias. Tras el XXI, dedicado a las islas de Cabo Verde, explica en lar
siguientes el deaoubrimiiento de ilas Indiaa Occidéntailes y la partixñón de?
mundo entre portugueses y españoles. En fin, en los últimos capítulos de!
libro redbaza de plano las fanta«fais atlánticae, todavía hoy de moda, como
origen de lais Azares y demás islas sus hermainais. El libro segundo k
dedica Fructuoso al grupo de Madedra, Porto Santo y Salvajes. Los tercero
y cuarto a Sfio Miguel y Santa María, las más orientales de las Azores.
En fin, el qudinto parece ser una obra puiramente literaria titvdadt
Historia dos dois amigos da Ilhn de S. Miguel, tema ya anuniciiado en e"
capítulo II del libro primero e inspirado en la Menina c Mo^n, de Bermar'
dim Riibeiro; y el libro sexto, volviendo al tema, describe las restantes islas
del grupo azoreano.
486
No diaponeoioa de loe estudios preldminares que iliistraroin la edición
de 1922 de algvuio* de los liibrois de As saudades da térra, y por ello am-damoa
un poco a ciegas en ila cuestión de lois manuisicritoe de la obra. EiL
Dr. Wdlfeíl, ipor quien conocíamois 0U existencia, saibia que exiatiaoi de ella
varios o mucihois manoiscritois, pero consideraba comio original o prototitpo
de ellos el conservado en el Pago d'Ajuda (depófáto que oreemos públiioo),
ntei. 5|1 / VIII / 23, que fechalba en 1590. Lo cita dos veces en su ya fa-miOisa
edición de Torrianá, págs. 23 y 62, y se proponía también eddtiarilo,
proyecto quie, ooano tantos otros del aaibio austríaxx), i a® dles.gTaoias de su
patria ihan dilatado iindeífi!ni<iamenite. Ahora bien, Veliho Airouda, el prologuista
de la eddción parcial que ajhora icomentaimosi, conoioe un manuaori-to
original pero en mano particular, que iprecáisamente le ha 'áid'o negado,
y sólo ha podido aprovechar iinddirectaimente a trarvés de otro oompulsadio
en 1876 con el original; y desigraiciadiamente reconoce que esta iconimipulsa
debió ser muy deficiente. También nombra una copia parcial del libro
quinto en poder de los duques de Cadaval en Lis'boa, así mismo declarada
intangible por esos aiástócratas; y del último libro sólo 'se han divulgado
fjteigmento®.
La obra no ha sádo, pues, todavía editada integralmente. En 1873, Ai-varo
Rodirigues de Azevedo editó en Fuindial, Madieira, el Libro II, dedd-icado
a esta isla y s.ue vecina®, edición que no menciona Wolfel. En 1922,
con ocasión del centenario del nacimiento de Gaspar Fructuoso, un grupo
de estudiosos de Ponta Deligada, Sao Miguel, se propuso editar la obra,
pero comenzó por los Libros III y IV, iguialmente dedicadas ai la propia,
isla. Más meritoria y altruista es la emipresa llevada a cabo en 1939 en
la misma ciudad de Ponta Delgada /por Velho Arruda, con apoyo áe la
Junta General del distrito.- En efecto, ahora ha s.ido editado el primer Libro,
pri'niciipaibnente dedicado a las Canarias, y con tan poca cuenta de los
posibles lectores de estas islas, que puede decirse que sólo ahora, en 1946,
ha venido a ser la obra oonocida entre algunos dé nasoitros. Piintoresoo
caso que muestra cómo los rápidos medios de comunicación actuales son
del todo inefíicaices para vencer las formidables barrerais levantadas por
los Estados m'odemos entre los hombres. ¡Cuando se navegaba a vela, la
distasQcáa entre Poniba Delgada y Tenerife era más fácil de salvar que
aihora!
Examinemios ya los capítulos que Gaspar Fructuoso dedica a nuestras
islas y su edición dé 1939 por el Sr. Monteiro Velho Arruda. El resumen
histórico de Fructuoso sobre el descubrimienito, disputas de soberanía y
conquistas de estas islas carece de valor actual alignno. Se basa casi siempre
en autores conocidos que Cita puntualmente: Joao de Barros, la Oró-mtasi
de Juan II de Castilla, etc.; esto es, textos que no sólo podemos con-sulítar
directamente, 'ano que además no son otra cosa que refacciones
negligentes dé otivis originales que no conoció nuestro autor, pero que
nosotros sí poseemos. Barros en lo referente a Canarias no hace más que
487
rapetir, con desorden y confuoioneis lamentaibileí», a Azurara (1); lai Crónica
<ie Juan II que uisa Fruotuioso ea la redlaicciáu nuditratada <poir Gaüindez
Carvajal y nuestros 'lectores pueden ya «|cudiÍT, gradjais a nuestro colate-radior
Dr. Carriazo, aJ texto auténtico de Alvar G<arcia de Samta María,
qoiie nos dio a conocer en estas mismais ipé^naip (2). Además, el vicario
azoreño está lejos de ser lun crítico a ^ d o : lo» materiales deficientes de
que diepuao loe mezcló sin orden ni concierto, y así no vadla en afirmiaír
que los .primitivois canarios no conocían el fuego, a Seguido dé haberjioa
didio que "comáam gofio de cebada torrada" (páig. 48). Pero si diesorde^
.nada y deficiente como sus fuentes es la narraciAn tóstárica de conjunto,
mucho más fantástica es la que, olividado ya de lo que ha contado antes,
dedica a cada una de las islas: Lanzarote y Puerteventura son ahora conquistadlas
i>or un Nuno Ferreiira portugués y uin Saavedra, ajiubos criadoa
de los Reyes Gatóliicois, aunque antes conociese la historia de Bethencourt;
Gran Canaria, antes ganada ipor Pedro de Vera», ahora resulta «erilo por
D. LAIÍZ de Lugo, lo mdsimo que Tenerife y La Palimia; en fin, la \higtoria
'de Joao Machám, del rey Ossinissa y su hija Nisa, etc., etc., con la que pretende
explioaír el descubrimiento y conquista del Hierro y''La Gomera, es
ya uma verdadera novela pasitorü.
Después de estos antecedentes 'parecerá difícil que en la obra de Fructuoso
haya nada histórdcamente interesante. Pero su mamera de trabajar
es totaimente diartiinta, cuando se Tcfiere a recuerdos personales o a hechos
de su propio tiempo. Así para hablannios de los idá'Omais aborígefnee
nos refiere circunstancda'lmente una conversacádn con "lum homem homra^
do canario, natural de Gran Canaria, que se chiaanaya Amtao Delgado, vecino
de Tenerife"; precis'a los año» y a veces loe días de los sucesos qaa
'narra, como los asaltos de moros a Lanzarote (págs. 53-55), los años estériles
de La Palma (págs. 67-68), la invasáón dé Pie de Palo (páigs. 70-76.).
No debe haber otra relación tan detallada dé este último suceso como la
que aquí nos da Fructuoso, aunque recargada de a'visoe morales inoportunos.
Descriibe además cada isla según era en su tiempo, con no menores
precisionea de distancias y de cifras de producción o vecdiodadi; y si incurre
en errores de bulto, como BJ colocar Güímar en Oran Canaria, donde
realmente se 'luce es al recorrer la isla de La Palma, en cuyas amenidades
«e recrea hasta dar impresión de testimonio personal. Al fin de esta descripción
saudosa invoca sólo "testemurihas de vista o de ouvida", pero tal]
vez no debemos olvidar que la relación figura oomno de boca de la Verdad
en la supuesta entrevisita con la Fama. Tampoco .podemos amitir el recor-
(1) Ya lo dijimos en Los portugwscs on Canarias, 1941, nota 28;
pero es corriente .no darse ouent^ de ello y tomarlo como fuente original:
vide nuestra recensión de iConoEino PE SOUSA, Rpfrrrncias as CaiQrias,,
etcétera, en «1 núm. 74 de esta Revista, pág. 199.
(2) Vide J. DE M. CARRIAZO, El. capítulo de Canarias en la "Crónica
de Juan 11", Revista de Historia, núm. 73, tomo XII, 194Q, p&ga. 1-9.
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dar lia cletallad'a descripción que Fructuoso dedica al Anbol Santo del Hierro,
al qae <n.o da nomibre eapecial: "um laerradoír de madeita ou caripilntei-ro—
dic«—que ai foi ter da ilha da Madeira, afirmou s«r til, assim na
fallha ooono na casca", nueva confirmación dé la opintón ya acreditada ,por
todos.
Sin duda todo d«be mirarse con cauícáén de ipluma de hoanibre tan imaginativo
y camdoroao oomo «1 buen cura eruidl'to áe Sao MAguel, pero éstas
desoripcionea y aus digpreaionea infindtaa son itestimonios valiosos, (hasta hoy
IK> temados en cuenta «n nuestra hiistoria, y que tenemos que agradecer al
culto editor ST. Montetliro VeHho Airuda. La introducción con que éste adorna
el lilwo no pretende ser un estudio de Ja obra, pues se refiere consta n-temente
para ello a los quie acompañairon a la eSicióin centeamria de loa
Lilbros III y IV, que deag^raciadiamenite no poseemos. Aún así, tanto el "Preámbulo"
como el "Ensaio" que lo siguen contienen datos preciosos. En dos
apartados da uin sumario muy breve de la Jiiatoria canaria, sorprendentemente
atinado y bien informado, por lo que suele leerse en autores poitu-giiieaies,
«¡n obras de más pretensión. Gallando las omisdones, atribuíbles a
la oondáión del sumario, apenas iwdríainos objetarle haber acoigido el viaje
de Alvaro Guerra (aunque el culpable es su fuente. Millares) y la falta
más grave de desconocer la versión auténtica del Canarícn, y si isólo
la pubMcada por Gravier, aninque ello poco altere relación tan esquemática.
En fin, el estudio más detenido de Velho Amida «s ej Vil, Ratoíii's-mo
de Pructuoso, a propósito de sois ideas isobre la Atñántida, especialmente
juiciosas en autor tan ami^o de maravillas.
Acabemos diciendo que si la presentación material es muy seocilla,
que si el texto no está exento de erratas evitables y que si está falto Ido
ndbas que «erían útilísimas, no carece, en «amblo, de buenos índices al fi-inal,
en lo que bdien ae distinigue de cualquier libro español, reñidos como
estamoe con tan indispeni^ble medio de trabajo. Una vieja fuente nueva
ha sido iTKOrporada al caudal de nuestra historia insular.
E. SERRA
Juan J. DARÍAS MARTÍNEZ.—"A remolque".
[Versos]. Lag Paltas» de Gran Can^Tia, 1945,
Tip. Alzóla; 10 págs, en 8«,
Los poetas me .siguen enviando sus obras com amables dedicatorias
que yo agradezco mnidhc, pero cuya isincerddad pongo en duda. No orteo
que casi 'niiingn)QO sienta admiración por tan lantipática persona que ise entretiene
en contar sílabas y en esoribir cosas poco agradables muchas ve-oes,
pero como la época es doira y casi todo el mundo tiene hoy su precio, si
una oípiímón mía ea favoralWe, au misterio tendrá... Y algunos piensan que
si con adjetivos puede rendirse la fortaleza, que por adjetivos no quede...
489
Al jovan ipoeta Darías Martínez lo conocía por adigunos poemas publicados
ipor él ©n «1 diario "La P»ovincia" y en »1 semanario "Canarias Deportiva",
de liais Palmas; ahora me lleg>a un ,poco tao^le ,su breve e«li!ción ée
mediía docena de laoneitos con mudhos «rrores de cantidad «ilébica que mis
oídos no pueden sufría". En él primer soneto titilado Desafío Hay versoa
para todos los gtistos en el ae^ndo cuarteto: de 13,12, 9 y 11 sflabas; en
el titulado El día que yo muera entre loa endecasílabos rituales desafinan
versos de 10 y 12 sflabas, etc. Aliglin "ingrato" cercano a un "grato" del
la páig. 6 o un "ésta, está", de ila 7 iprodiucen cacofonía) diesaigradable; pero
con tod!a esita imperíoia de principiante y la poca movedad. de los temas
que «onetiza, creo que Darlas Martínea, si trabaja y enimienda( sem)ej&n->
tes tropiezos y lee ibuiemos' poetáis, podrá llegar a bacer buenos versoai.
Espíritu y sensibilidad creo que «iio le faltan.
M. R. A.
Agustín MILLARES SALL.—"El grito en el
cielo". Poema. Cuadernos de poesía y crítica, 6.
Las Palmas, 1946, Tip. Alzóla; 15 págs. en 8S.
Si uno ya no estuviese aoosttanbrado a las nubes de la oonjursicidn del
silencio o a las almas perezosas y chatas que a fin de borrar vai nombrel
•del padrán de la ciudad lo suprímen hasta de la lista de vLajeros—que a
todo se llega por estas latitudes—; yo hulbiera denundtaido el «iscáimkulo
vergonzoso que implica ed que todavía nadie íhaya comentado el gran poema
dte AgU'Stín Millares Salí: El grito en al rielo.
Los lectores y el propio poeta saben que en otras ooasioineB me h« eo-tretenido
en contarle endecasílabos a sus sonetos de mucho forzado pairti-cipio.
Sabe Millares, de sobra, que yo he aprendido desde imi o&tedna cíe
auxiliar de pirovindas a separar riíguirosiamente la ingrata fonciAn crítica
de la Qoble amistad. Ahora escribo con ta miisma independencia de siem-pae
que su poema El grito en el cielo es, a mi juicio, el más hermoso y,
gallardo poema con que cuenta la poesía die estos últimos tiempos en C5a-narias.
Entre ila densa, recargada y anguiatiosa atmósíera de natural pesimismo
que envueKe este azaroso mundo de la actual postguerra, el ceño en-tri^
eddo de la greneración joven anuncia y hasta denuncia una prenvatu-ra
madurez esoéptica y hastiada. Diriase que en esrte muindio en ruinas,
donde las ásperas aristas de lo económico y la quiebra de todas las categorías
de valor ético, estértico y hasta humano nos amenazan con la (i!V-táistrofe,
el hombre se encuentra sin asaderos .posibles.
En esta situación, o el poeta se vuelve die espaldas ail mwndo objetivo
y real y crea una poesía deshumanizada íntima o descriptiva o se vuelve
cara a su mundo en dos actitudes: para lamentar las ruinas, negativamen-
490
te, o para alzar su voz entre ellas en un prodigioso g&atio de (positiva salvarán.
Esta últimia fes la postura intencional del hennoso .poema de Ag^usiín
Millares Sadl.
Aunque la ag^diezia crítica de Ventura Doreete nos diga, en el valdoiso
y atinado prólogo del poema que comentamos, que hay en Millares Salí
un poeta civil en cierneis, sus cuadernos anteriores «o hacían preseintiT la
gallardía, la precisa voz roituinda y varonil con que el poeta aapira a conmover
las aplanaidas alma» de sxis contempoiráneosi.
Porque la poesía de Millares sTjpome un gran púibiioo, todos sus 'seme-jaaiíteis,
«se coro dte ¡multitudes que «is «!• oyente o el lector de todo poetai
civil; coro munca necesitado como ahora de voces animadora«, 'de poéticas
aireingas que siemibren, en la deeoiladora desoriemtaición actual, la semilla
del optimismo, de lo positivo, de una nueva creencia, de uina noieva fe y
que sólo fructificará cuando el hombre vuelva, otra vez, a creer an sí
mismo.
No han de alcanzar el plomo ni la suela
lo que más alto que la noche existe;
lo que trasipaisa la existencia en vela;
lo que transforma todio tiempo triste
en la honda alegría que persiistie
a pesar de la muerte que nos hiela.
Tal escribe Millares Salí en hermosos endecasflabos' formando estrofas
de desigual número de versos «in quiebras fonéticas (porque supongo que
«d que demás que tieme ©1 verso núm. 18 dte la pág. 9 dieibe ser errata) iw
otras impericias que ha dejado sin advertir él poeta en anteriores cuadern
a BJOijB »8jin« osuaA [g •soundo, logrado dentro de la estética formal
del actual léxico poético pero con escasas concesiones a la tópica al uso.
Un poeta civil pero no con la gi'andilocuencia tirtáioa, guerrera y retórica
a lo Quintadla, por ejerrapUo, sino con el íntimo, sulbjetivo y 'halsta
romáintioo cfliamor de una poesía que me 'ha llevado a pensiar en los acentos
decisivos del primer romanticiamo esproncediaino. Millares Salí—es curio-
«o—no se muestra un extemo poeta de la estirpe de quienes ponen lápidas
de imáxmol, isino que incita a la marcha ly camina al frente; dapitán de
poesía, Millaipes repica y va en la •ppocesááa:
No hay nuibes ni silencios que no lloren
al siaber cuántas penas me atormentan.
Mi .griíto hasta compite con el trueno
atravesando el cielo como un rayo;
mi grito, idte este mundo y de este cieno,
se levanta temiprano, de allbaí lleno
para aniunciar el día como él iglallo.
491
En tonos áe oda ainreibatada, personal y roim&nitica, el. ipoeta oifrece S'U
corazón en llamáis para que nos salvemos en su arenga de roséis:
Quiero un motín de nervios y reyertas,
de laibios y saJiva peimiianeintes;
quiero seguir el curso a las corriente®,
y dé m:i cuaripo aibrir todas las puertas
con la ayuda furiosa de mis dientes'.
Quiero salvarme, liibena'ndo ai hombre
de «u desüiusiión y su tristeza.
Quiero ihacer ipolvo el tiemipo que ahora esipero
con esta bomiba ée mi voz que estalla,
aibriéndoile luin emibudo hasta «3' acero;
quiero impulsar al corazón que calla,
metiéndolo en la boca del mortero
que grita a voz en ouello en la batalla.
Quiero llegar a desouibrir la entrada
de unos «elos abiertos a la aurora,
que, junto »1 corazón que la devora,
ha vivido en má pecho desteiTad'a.
Naturalmeinte que el hombre de este mundo en ruinas que es el poeta
no igmora la circunstaincda que le rodlea:
Yo sé que ©n« mi exiistencia reducida
apenas entra el sol desaparece;
que toda, diaridiadl se desvanece
al entrar en couitacto con mi vida,
que es la muerte gozada .mtuohais veces.
Yo sé que en cada esquina está al acecho
la advensidiad diel viento...
Su ooncdenda de finita criatura no obsta para que, cumipili^ndo au destino,
quiera liibeptarse de las oadienas de un nvundo ruinoso. El «apíxitu y,
sobre todo, el alma d d hombre, no ae resignan a femficeir. Ese ««airo dea-tino,
esie mensaje x>reisentidio de la Divinidad, lleva al hombre a acrarreirae
a la tabla de salvación' que es su inoontendlble laed de perviv«nicaa y (eternidad:
Pero lo mismio eé que llega un día
de T«spipo y de iluz para mis ojos,
1*1 descoasner del todo los cerrojos
que mantienezi sin sangre mi alegría;
y reenuprendo la lucha con más bríos
492
cantand'O, oomo -ed agma de los ríos,
una ex!trañia y colérica elegia.
Mi puesto esiitá aquí aJbiajo, y no eai la luna,
empeñado en la illadha y edemjpre activo,
—qae ea la prueba ipalpable de que vivo—
y no oreo que existía vidia eígana,
más aita nd niá® baja, ni otro arribo
a más puiertios, mi acceso a jnás fortuna.
Elsfta noble ambición de creer en sí mismo ll«va al hombre a rescatara*,
al retorno de su ser, desde el cual hará unía ascensión limpóa y libre. Lcis
rotundos acentos finales d'el poema de Millares Salí «istreimiece¡n el aluna
nenaiMo del lector aburrido por eise diluvio de sonetos, romane*» y décima*
inexipiresivas donde el léxico y la fonética, la forma, en euma, tienen a su
cargo llenar oomposicdones vacías de fondo. Frente a eista poesia efímera,
lexicográfica, inexpresiva, que no se queda jamás en la memoria, los hondos
acentos de la poesía de Millareis entusiasiman. a quienes, emibotado eü
guabo por esa blanda poesía insípida, gustamos eJ sabor viril, fuerte, de auténtico
'hombre reeponsaible que es Millares Salí:
Hemos de remover el mundo entero
y lograr que los montes se estremezcan;
que líos espacios que cruzó el acero
también lal fin se aiblamden y florezcan.
Hemos de hacer al cielo un agujero
para que torres y montañas crezcan...
Que las cosas de aquí no desmerezcan
ante el salto igiígamte |de vn lucero.
He aquí las últimas notas de esta simfonía elegiaca al hombre y su destino:
Antes que toda la existencia acabe
y se rompa el latido en raucis.tro pecho,
hernias de rebasar lo que se aabe,
lograr lo que hasta ahora no se ha hecho:
que el hombre, de un espacio tan estrecho,
ipaise a gozíar la Jilbertad del ave.
Saludamos esperanzadas en usted, Agustín Millares Salí, sin alharacas
ni incieiiisas de adjetivos, porque ahora cualquier pelafustáoi es ilustre o
eminente; saludamios en U'Sted, cc:i entera sobriedad, a todo un poeta. Y nada
más, Aigustín Millares Salí.
María Rosa ALONSO
493
Ventura DORESTE.—"SoWetos a Josefina".
(1943-1946). Cuad«rnos d« poesU y crítica, 8.
Las PaJmae, 1946, Tip. Alzóla; 10 págs. en 8fi.
Lo ha dicho con ^precisión ern el corto y riquísimo prólogo Juan Manuel
Trujilk*—tan avaro de todo menester literario—al preeenitar los diez sone-toa
que integran este cuaderno: Ventura Doreate asipira o parece aspirar
a la nenovaciAn literaria d'el Petrarca a quien tanto han debido los x>oetas
que dte amor han escrito en Europa, después del poeta de Arezzo. El soUta-rio
de Vaidusa pulió entre sus prodigiosas manos' de ipoeta geniaü el dia-m
»>ate que los istilnuovisitas heredaron de los provenzales: el culto femenino.
La divinización trasiuntaciada de lo femenino lo había puesto en la cima el
Dan/te; no fué, pues, del Petrarca la partida, pero la sustantivacáón lírica
y humana del ideal platómco del amor cabra en el gran poeta tal virtud y
traismuítación, que todos le hain tenido por hontanar.
No es iprecisamente el paisaje, ini la estremecida zozobra erótica del Petrarca
lo que recuerdan los exquisitos sonetos de Ventura Doreste. Es mes
bien su numen poético—Josefina, una mujer—que platónicamente, como
Laura, "po far chiiara la notte, oscuro 11 giorno" (Soneto 179), con divinos
perfiles, la que recuerda la atmósfera .petnarquista en el joven poeta de
Las Palmas.
Pero la musa, «1 "eón femeniimo" de nuestro poeta no es La dama inac-cesiible
de los atilnuovistas, la gran desdeñadora que nutre de l&grimas y
dolor al poeta ni emerge, entre fondo de lirios y rosas jumto a la fuente
de Vauduise, como en La Primavera, de Sandro. El poeta ahora no lameai-t
a desdenes, no platoniza imposibles. Ventura Doreste canta emocionado,
remdido, una dulce y fina oorrespondencia humana y la mujer en él cobra
«isa maravillosa y feliz misión de la feminidad cuando se logra: ser puerto
de arribada, refugio de silenciosos, hogar y cita para el varón; incitacióm
y ipromesa, pero descanso, cumplimiento y plenitud de sueño.
Nos aü'boroza que un hombre entero rinda a una mujer, con toda pureza
lírica y actual, el fino ¡homenaje de diez sonetos a los que tamibién, por
Oíposieión a esta atmósfera viciada y decadente, amamos las fuerzas primi-giidais
de la Naturaleza y reverenciamos a los hombres que lo son y a la»
mujeres que saben serlo. "¿Y cómo no esperar—escribe con verdad Juan
Manuel Trujillo—que la vHeza del isentimiento y del pensamiento enseñen
la nobleza al corazón y la rectitud a la inteligencia, y que la monatruosidani
en laa coatumlbres dame por el ordeu regalar die la naturaleza?"
Esta amada poética de Doreste, tan poderosa como la d«l etilnuovísta,
puede cambiar "la rosa, el tuiaeñor, y ihaata la m\*eite" desde que el poeta
la posee. Serenidad, ordenación, mesura y dulcedumbre son los Uenes que el
poeta recibe. La amada es ángel y ipasión, anaor y destino; sus gracias no
son las externas y deacriptivae que arrebataron a 'los provenzales e induso
494
a las más ipuros stilnuovktas o al Petrarca; esta Bimadta relumbra en «u
voa (Soneto VIII) o en sus paisos (Soneto IX), cailidades que el ipoeta destila
en emodonea auditivaa; alguna vez .se presenta al poeta sd no "vestida
del odor d« flamma viva" sí pura y sola ae adelanta, con aire floremtifno,
hacia él.
A esta araiadia poética, Doreste la ha descrito oon gran laabiduría por aii-ssencia
casi de cualidadies propias, por loe efectos que «lia piroduce, y desta^
cáinidala en el marco paisajístico de paisaje interior y no objetivo de la circunstancia
poética. He aquí UTVO d« los sonetos, el V, muestra de esa trasva-saoión
de lo pitai^rico y que el platonismo lírico d«jó como herencia:
Oh tú, mi amor y mi destiino, toma
para siempre mis labios aibrasadios',
y dame esos tua ojos en melados
donde un lalma purísfima se aisoma.
Una duilice mirada tuya dom'a
mis más vivos sentidos desatadoa;
mi eaipíiritu y mi cuerpo apacigruados
me los vuelves de candida 'paloinia.
Un orbe humeino, dáiosa, tu sostienes
y en tus cielos el curso le previenes
dándole isol y luna y primaveras.
Celestes, pitagóricas canciones:
oh, divino latir die oorazoiniee
que ipor ti, ddiosa, caaitan las esfera®.
Con Verntura I>oreste vuelve a suceder algo tan humUde, primero y ne-oeaaziio:
que el poeta y el homibre siígnien su destino y la mujer toma a su
cauce.
M. R. ALONSO
Rafael AROZARENA DOBLADO.—"Roman-ooro
canario". Se^ttiembre 1946. Tip. Nivaria (Tenerife);
10 págs. en 89.
Rafael Arozarena, joven poeta tinerfeño, hace tiemix) que, desde las
columnas del diario "La Tairdte", nos había ofrecido muestras de su labor
poética. Aügunas de ellas ha recogido ahora en aoi Romancero canario,
escrito todo él en octoeflaibos veraificados en «1 tono atmosférico del ro»-
jnÉmce que desdé los tiempos de Larca se uaa en España.
Hay «n Rafael Arozarena un buen poeta en potencia. Bien dotado para
la deecripción y Ha imetáifora, acud« ésta a isu mente de manera tan
pródiga que a veces d poema no se ha loigirado por contar con aibundanida
semejante. En Ja composición Amapolas—que puede servir de ejemplo—
495
el .poeta nos brinda todais estas metáforas para la amapoda: corazones de
la campiña, cascabeles escarlata, piropo del paisaje, bocas emcendüdias,
mandias de beswa dados a la isla, copas de sanpriefnta malvasia... Pero no
baílta la metáfora más o menos fácil; el poema se queda sin estructurar.
Como no se Sian de estimar en un autor, tanto la cantidad de las caí'
das como la calidad de los aciertos—según decía vm miatestro mío—; «n
Arossarena «i toda esta abuiidancáa metafárica—que ya quisieran muchos
para sí-—se oirdena y subordina a la emoción lírica que el poeta descriptivo
necesita como pimcelada die contraste en su verso, creemos que mucho
ganará vsua, poesía tan rica en posibilidades como la que Arozarena escribe
aotualmente.
Al lado del romance ipoco logrado, a mi juicio, de La Laguna destaca
su (belleza el de Lcmzarote. Junto a ese romance tan poco digno y falso
como el de Teide, la estampa •narrativa del Corpíts en la Orotnva exhibe
versos tan bellos como éstos:
Hay el alma de una rosa
deshojada en cada piedra
—^un rosario de colores
cubriendo la calle vieja—.
Lais moradas buganvilias
de las fachadas se cuelgan:
—^parece haber un obispo
•en cada balcón de tea—.
M. R. A.
Vicente CASTAÑEDA "Libros con ilustraciones
de Goya". Madrid, 1946, 4S; 25 pigs., 2
grrabados y 15 láminas.
El conocido erudito D. Vicente Castañeda, secretario perpetuo de !ha
Real Academia de la Historia, acaba de publicar un* interesante folleto en
el que acredita, una vez más, su bien merecida fanua de concienzudo investigador.
Después de una introducción en la que estudia en síntesis el proceso
de las llamadas artes menores, analiaa el origen del libro desde los
tiempos más ^remotos hasta la invención y propagacióji de la imprenta,
así como la ilustración con .grabados de esos mismos libros que confirma
con dos bellas mueatras: el San Cristóbal de la colección de Lord SIpencer
(1428) en madera, y otra en metal, "La Asunción de la Virgen", datada
en 1542, demostraraio así que el gusto por los libros con ilustraciones va
en .progresión ascendente a partir del siglo XV.
Desde el año 1948 el distinguido académico intentó el estudio de loa
libros ilustrados en España durante los siglos XVIII y XIX, al trazar Ib
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figura de .Vicente L6pez (1), y en el presente folleto lo realiza con el dn-signe
pintor Francisco Goya, también ilustrador de libro», faceta ésta del
artista casi diesconocida ¡por bi'blidgrafois e historiadores, pues aunque es
cielito qu« el Sr. Sánchez Cantón en El libro ilustrado bajo Carlos JIJ y
Carlos IV (1943) señala esta actividad de Goya, tamlbién lo es que eJ
Sr. Oaatañeda con anterioridad (1942) preaentó a la Academia de la Historia
un ejemplar de "El A. B. C. de la visión intuitiva" con el escudo del
Instituto Pestalozziano, pintado por ©1 renombrado artista aragonés.
Bn la sesión de referencia el autor anunció su propósito de dar un inventario
de los libros por él conocidos con grabados o litografías, retratos
o dibujos ejecutados por Goya, sin negar la i)<>sible existencia de otros en
que dicho artista ejercitara tamibién la magia de su haibilidad.
El inventario presentado por el Sr. Castañedia en el presente folleto
alcanza a veinte y cinco libros con ilustraciones dé Goya. Para nosotros
tiene el estudio del erudito académico un excepcional interés al consignar
en el número XX de la colección inventariada la Historia literaria de la
Edad Meidia, por James Harris, traducida del francés al castellano y aumentada
con notas por D. Manuel Antonio del Oitmpo y Rivas, Madrid,
Imprenta Real, 1791, en 85. A renglón seguido se lee lo siguiente: "Lleva
retrato del marqués de Bajamar, D. Antonio Porlier y Sopranis, quien costeó
la edición castellana de la obra, pintado por G-oya y graibado por
J. Aaensio".
Era D. Antonio Porlier y Sopranis, Marqués de Bajamar, uno de loa
tiBeitfeñoB más célebres de su tiempo, y acaso el primero en el orden jurídico
y político. Su carrera así lo acredita: Piscad protector dé la Real
Aiudiencia de Charcas, luego Oidor, después Fiscal civil en la Audiencia
de Lima, más tarde fiscal del Consejo de Indias, hasta que fué llamado
por el Rey para desempeñar la Secretaría de Bsitado y del Despacho universal
de Gracia y Justicia de Indias. Personaje verdaderamente ilustre
y de uoa capacidad' extraordinaria (2).
Goya supo captar con la intuición del genio las características de nuestro
coterráneo. FViente ancha y despejada, ojos grandes y vivos, boca pequeña,
labios delgados, y nariz recta; en su conjunto denota una firme
voluntad y lín talento nada común. Tenía entonces Porlier síesenta y nueve
años de edad. Al pie del retrato aparecen los dk» mumdios con la leyenda
Plus ultra, recordando su feliz actuaciión en América y en España, y,
, además, les balanzas, Jais fasces y él hacha, símbolos dte la justicia. En el
pecho luce la Cran Cruz de Carlos III.
(1) D. Vicente López Portaña, ilustrador del libro. Notas btblio^
gráficas artísticas; Madrid, 1943, 60 págs., XXIII láminas.
(2) En él próximo número publicaremos la autobiografía de Porlier
escrita para instruccióh de sus hijos, documiento que posee el redactor de
esta Revista, mi honorable amigo el Dr. D. Tomás Ta/bares de Nava, y
que ha permanecido inédita.
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La abra, costeada por el Marqués de Bajamar, lleva como data el año
1791, y sa<bemoa que en 12 de marzo de ese mismo año el rey Garios IV le
había concedido el maiq'U«s«do; por ooneágtiiente, hemos de oonvenix que
el libro de referencia debió de imprimirse en fecha posterior «1 citado
mes.
A su desprendimiento como un Mecenas, hemoe die añadir aus traA>ajo8
de inveatiígaición; entre ellos Discurso jurídico sobre el origen, aplicación
y distribución de los bienes expolios y diferencia entre los de España y
de las Indias, sus dcüscuraos exhortatorios, y otros de reconocida valía.
También las Camarias, BU patria, fueron objeto de especial predilección;
conocidas son Disertación históríca sobre la época del primer descubrimiento,
expedición y conquista de las Islas Canarias, ttra Dise)rtaci&n
histórica sobre quienes fueron los primeros pobladores de' las Islas^
Canarias, y, además, la que tituló Adición sobre la famosa cuestión d^
la existencia del Árboi de la isla del Hierro.
Esto demoiestra que Porlier no olvidó la tierra que le vio nacer, y que
en «u espíritu aleteaba con fuerza su cariño a Oanaidas. En una «sesión de
la Real Academia de la Hiistaria, en que se le encargó un estudió deü Ar-dhiipiélago,
dice: "Trabajo que he red^bido goistoso, no tanto por lo que li-
^njea a un patricio hacer ipúhilicas Has notidas de su patria, cuamto por
testificar a la Acadlomia el wnsia, y desvelo oon que deseo obedecer isus
praceiptos..." Y en cairta que desde Lima dirigió al histoiriador Viera y Ciar
vijo, en 177S, al comoder los dos primeros tomos de sus Noticias, Jdespuéa
de emitir ua juido certero de la obra, eacrihe: "Se debían dar repetida»
enhorabuenas a la patria y al' patriota, que sabe tan dignamente corresponder
a lais obllgadoDes de bijo y de ciudadano, empresa quie hace verdaderamente
feüices sus tareas..."
El tfoJleto del académico Castañeda nos ha sugerido estas reflexiones
acerca de un hombre ilustre d!e Canarias, cuyo retrato ha tenido el acierto
de publicar como homenaje a un Mecenas y a un glorioso artista.
B. BONNET