Notas bibliográficas
Buenaventura BONNET Y REVERÓN.—"Las
expediciones a las Canarias en el siglo XIV.—
"Revista de Indias", Madrid, V, 1944, págs. 577-
610; VI, 1945, págs. 7-31, 189-220 y 389-418.
Este extenso y minucioso trabajo de Bonnet es la tesis qaie valió a su
autor la iberia doctoral ante el triibumal presidido por D. Antonio Ballesteros
Beretta. Ese «atudio no era una imiprovisaeión; circunstancial, eino él
resultado de años de detenida crítica de ]as narraciones tradicionalmente
recilbidas, que es la vocación personal donde nuestro compañero ha coee-dhado
los mejores éxitos hasta ahora. Muchos de los capítulo», siquiera en
redacciones provisionales, se nos habían dado a conocfr, por anticipado,
Pi^ecisamente en nuestra Revista. Así los prdblemas relacionado» con el
viaje de los Vivaldi, iniciadores del camino de Canarias; la exipedicián portuguesa
de 1341; incluso temas ligados con los viajes cataüano-mallorqiui-nes,
como el llamado "Testamento de los trece hermanos", mencionado
por "Le Canarien", nos eran conocidos por la pluma del propio autor. Ahora,
reunidos en un cuerpo sistemático, enlazados lógicamente como un
proceso encadenado de intentos de penetración cristiana europea en estas
islas, adquieren todo su valor para la historia canaria. La prolija discusión
en que tuvo que extenderse Bonmet para hacer lúa en problemaa más
difíciles cuanto con más facilidad eran tratado» por los autores no tendrá
ya que repetirse en lo futuro. Bastará casi siempre atenerse a su» conclusiones,
con enorme economía de esfuerzo, es,pacio y tiempo. Todo esto
tendremos que agradecerle.
Si nos sentimos eximidos de -peisumir él traibajo, por la razón apuntada
de que en gran parte es conocido de nuestros lectores, elogiaremos todavía
el breve cuadro de Jas relaciones de Europa con Oriente en wl flá.t
glo XJII, que explica lógicamente el intento de los Vivaldi, causa ocasional
de la presencia en estas aguas de los primeros marinos mediterráneos.
Digresión es el estudio de la numeración canaria registrada por Recco;
188
pero coincidimos en la gran reserva del autor en aceptar las ampliaciones
que de esta niumieración han dado, sin procedencia conocida, escritores modernos.
En el estudio que dedica a las navegaciones catalanoHmaiUorquinas a
las ialais, tema que el que esto escribe trató en varias ocasiones, Bonnet
se muestra diligente y deseoso de aprovedhar cualquier dato que ofrezcan
las fuentes. Por esto no presoinde ni de Marín y Cubas (Liibro II, capítulo
20), isiempre sospecihoso en su informacidn de origen desconocido.
Pero en domide no podemos seguir a Bonnet en modo alguno es en su juicio
de la influenicia mallorquína en la cultura indígena igran-canaria. En
ello »e hace eco de la opinión común de los oroniistas insulares que atribuyen
a los mallorquines todos los detalles culturales que les parecen extraordinarios:
cultivo o aprovechamiento de la higuera, construcción de
casas y acequias de rieigo, labrado de la madera y i hasta isus instituciones
políticas!
Vale la pena dediquemos algunas líneas a esta cuestión, que por lo demás
no es nueva. El propio Bonnet nota que los compañeros de Becco, en
1341, hallan 'en las casas canarias abundantes cestos llenos de ricoS' higos
pasados y que las primeras expediciones imallorquinas son de 1342; y nada
X>ermite conjurar fuesen precedidas por otras, dada la forma extraordina-rtia
con que san señaladas en los iiegistros de Reino de Mallorca. Por lo
demiájs ya dije «n otro lugar que las higueras existían, desde antes de la
conquista, en la indomable Tenerife, que no conoció mallorquines en su
suelo.
Cuanto a las demás habilidades técnicas de los aborígenes de Gran Canaria,
no tienen por qué sorprendernos cuando con'ocemos su cerámica
perfectísdma y el conjunto de su cultura neoilítica. Nada obsta el juicio
d«l gran antropólogo y mal anqueóloigo I>r. Vemeau, que quería situar la
cultura canaria en el grado de desarrollo (que él suponía sucesivo, según
las idieas de su tiempo) de la piedra tallada. Pero bastaría pensar que los
mallorquines del si^lo XIV no .pudieron enseñar sino sus propios usos, para
comprender que las construcciones canarias, totalmente ajenas a las
«uyas de aquella época, no podían inspirarse poco ni mucho en sus métodos.
No d'Sapojemos arhátrariamente a la milenaria cultura canaria de su»
ináis altots logpros. No son éstos unos cuantos fenómenos aislados, que acaso
resultarían difíciles de explicar, sino todo un conjunto perfectamente
congruente, sin préstamos tardíos.
Lo más nuevo y no lo menos valioso de la obra de Bonnet lo constituye
m. parte final: la dedicada a las expediciones apócrifas. Aquí luce su
ag<uda y minuciosa crítica. Unas veces se trata de dables de otros viajes
históricos producidos por errores de fecha o de nombre; otras veces, un
relato recibido, como el de la aventura de Avendaño en Lanzarote, queda
reducido a un tema literario; en fin, navegantes legendarios, como Hernando
Ormel de Castro, resultan la acumulación de tres o cuatro perso-
189
Has divensas que vivieron hasta en siglois diferentes. Una vez más se demuestra,
can los estudios de Bcwmet, cuan circunspecto s« debe aer en el
uso de las fuentes narrativas, aun las más acreditadas, cuando no pueden
comiprobarse por otro camino. El tribunal que ju'Zgó la obra de Bonnet la
distinguió con la máxiana calificación. Merecido galardón a su cons^tante
labor hiatórica.
E. SERRA
Simón BENITEZ PADILLA.—"Ensayo de síntesis
geológica del Archipiélago Canario".—"El
Museo Canario", núm. 14, págs. 9-38; y anejo
repartido con el núm. 15.—Las Palmas, 1945.
Por mucha am,plitud que demos a la Historia, a que se consa^a nuestra
Revista, acaso será excesivo incluir en ella hasta la de la Tierra, esto
©s, la Geología. No obstante, a través de la Geografía, que estudia el ea^
tado actuaJ de la evolución igeológ'ica, es indudable que se enlaza con las
condiciones históricas de la vida humana. Sea como sea, este tralbajo del
Sr. Benítez nos llamó poderosamente la atención, lo leímos con gran interés
y aun nos atrevimos a insinuarle unas observaciones que el autor tuvo
a bien acoger.
Relacionándolo desesperadamente con la Atñántida platónica, entre los
aficionados, o bien con el Atlas marroquí o con el vecino bloque «aharia-no,
entre los técnicos, se han lanzado infinitas teorías respecto al origen
de estas islas atlánticas. A veces se defendían mediante croquis disparatados
como el que, tomado de Hernández Pacheco, reproduce el autor, en
el cual se trazan unas rectas arbitrarias sobre un mapa cuya ¡proyección
no las consiente.
Simón Benítez, ¡partiendo de estudios directos de detalle, se remonta
luego a una teoría g-eneral enlazada con la famosa de Weg'ener, que explicaría
las islas atlánticas como fragmentos de la baise de la masa ligera
de sial que constituiría el continente americano, desprendidos de ella ame-gados
en el sima y emergiendo lentamente. Pero, en realidad, lo que más
nos ha interesado no ha sido esta hipótesis, al fin una más de la serie, sino
«1 reaum&n que da el autor de aquellos estudios directos y concretos, hechos
sobre el terreno. El estudio de Jandía le permite asegrurar que se trata
del borde SE de un inmenso cráter demolido en el resto de su perímetro.
De tiempo »e venía afirmando lo propio del Golfo del Hierro. La comparación
le permite adivinar hedhos análogos en Famara de Langarote,
en Amaga de Tenerife, en tí semicírculo de las Cañadas de esta isla, etcétera.
Entonces se trataría de un fenómeno general producido por causas
también generales. La posició.n excéntrica de la masa de rocas plutónicaa
190 ^
al W de Fuerteventuira (regrión de Betancuria) se debería también a la
diestruocián de las €Tai(ptivas que las rodearon un tieimipo ail NW, y a que
hoy isóilo eoiibsdsten éstas, aunque arrasadas, en los otros ruimlboa. Las Canarias
iserian en realidad inedias ialas con su mitad NW destruida. ¿Por
qué causal? Nada de hundiimientos catastróficos, aunque sean indudables
moderados movimientos de transgresión y regresión en nuestras costas.
La poderosa acción del mar, impelido por el alisio, el viento dominante,
las habría así recortado.
No somos comjpetentes pana enjuiciar a fondo esta teoría, pero creemos
innegable que es en extremo augestiva y sólidamente fundada. Y en perfección
de ella formulamos .privadamente una observación que el autor ha
hecho pública. Las islas destruidas por su NW, ¿ lo serían por un mar impelido
por el alisio soplando del NiE? Observábamos que, de hecho, el
viento dominante en La Lagwnia y en Izaña (frecuencia o velocidad) no es
el supuesto NE, sino eJ NW. Lo atribuímos a que el alisio se inicia muy
cerca de estas islas y que hasta más al S no tomaría la orientación clásica.
El autor rechaza esta explicación teórica, pero confirma lo observado;
también ha comprobado que en Gran Canaria el viento dominante es el
NW. Entonces el deagaaite de las islas por este lado no necesitaría explicaciones
forzadas.
'Con todo esto la cuestión de la orientación del viento dominante en
Canarias es todavía un proIbAema complejo. Las observaciones de D. Simón
Benítez en Gran Canaria y las nuestras en La Laguna se basan prin-ciipalimente
en los árboles torcidos, como veletas acumuladoras; para Iza-ña
en datos registrados reg^ularmente, como los coincidentes publicados
últimamente por el meteorólogo D. Inocencio Fonte para Los Rodeos. Pero
un navegante nos asegura que en mar abierto y a su nivel el alisio, aquí
llamado brisa por su suavidad, es incuestionaiblemente un viento NE. Es
casi constamte en verano, pero en invierno ae ve ampliamente suplantado
por rudos temporales del 42 cuadrante, el llamado viento palmero. Ahora
(bien, lo que nos interesa es la acción demoledora del mar en las costas y
fácil será comprender que esta acción la desarrollarán estos temporales
y no el suave alisio de verano. En cambio, éste puede coadyuvar todavía
estableciendo uoia corriente a lo largo de las costas que barra loa detritus
de loa acantilados, dejándolos indefensos para los nuevos asaltos de cada
iaiviemo. Igualmente para los ánbolea, aun allí conde causas locales no
desvíen el saplo del alisio, los torcerá más un día de fuerte viento lluvioso
del NW que varios de brisa NE.
Nos interesará ver cómo son acogidas entre los especialistas las ideas
de nuestro autor, y ,para ello deseamos que pronto dé el desarrollo necesario
a sus estudios, de que este trabajo es apenas un avance circunstan-c'al.
Pero de«de ahora nos felicitamos de la agudeza de su observación y
éti la lógica de aias deducciones.
E. SERRA
191
Antonio BALLESTEROS BERBTTA "Cristóbal
Colón y el descubrimiento de América".
Barcelona, Salvat, 1945. Dos vols. 4^ de 556 y 770
páginas respectivamente. (Vols. IV y V de la
"Historia de América", dirigida por el mismo
autor).
Estos fuertes volúroenes forman parte d© una abra más vasta, una
Historia g-eneiral de América, pero están muy lejos de constituir un trabajo
improvisado, de encar,g-o, como a menudo ocurre en tales casos. Se trata,
al contrario, de un estudio nuevo y fundamental, como se debía esperar
deJ •esclarecido ¡maestro que lo finrna, que en él nos da el fruto maduro de
una vida de trabajo inteligente. Es un estudio exiha^lativo en el que desfilan
y se tratan a fondo todos los infinitos problemas históricos colombinos.
En efecto, no hay probaiblemente capítulo de la Historia en el que se
hayan acoimulado mayor densidad de nubes y sobre el cual ae haya escrito
tanto vanamente. Sin duda la vida de Cristóbal Cotón y la historia de
su .gienial hazaña ofrecen lamentables lagunas e inquietantes dudas. Pero
no son tamto estas dudias y lagunas como la enorme hojaraisca acumulada
por las imaginaciones fértiles y por los resecos hdfpercTÍticos lo que hace
difícil dar un paso firme en esa manigua histórica.
Ballesteros, con un profundo conocimiento de cada detalle del tema,
reacciona con sano criterio contra unos y otros. Si la epopeya colombina
tiene lagunas incolmables es locura buscar también misterios y cabalas en
todas partes, hasta en los hechos la&a claros y mejor trasmitidos, como
por ejemplo el objetivo de los viajes del gran genovés. Las conclusiones a
que llega en cada caso Ballesteros ison oonvincentea y escrupulosaimente
fundadas.
Ahora bien, la penosa tarea de moverse en medio de ese denso aim-biente
d« conjeturáis fútiles y sospechas infundadas deja rastro en la ine-daccióm
del libro. Élste no es fácffl y ameno, él lelaito avanaa hacha en mano,
como lun explorador «n medio de la selva. Acaso hubiese sido deseable,
no sé ai posMe, apartarse uin poco, de vez en cuando, de la letra de los documentos
y reconstruir los hechos mismos dejando para luego las fuentes
de imformación. Pero no es éste el método de trabajo del' autor, que siste^
máticamente prescinde de notas a pie de página y tiene que damos en el
texto, juntamente con los resultados, los procesos a través de los cuales
los ha obtenido. Mucho se ha abusado de las notas en trabajos científicos
(hay quien encabeza una página de letra menuda con dos lineas de texto
y aún pone notas a las notas), pero usadas con control ayudan mucho a la
claridad de la exposioién. Mas cuando un maestro de reputación indiscu-tida,
como el autor, tiene formado su sistema de eloouci'ón es que «s <l
192
único que se adapta a sua necesidades intelectuales; y prurito infantil sería
d©s«air mejorarlo.
El drama de Cristóbal Colón.—Aquí (hemos de ocuparnos de aquellos
paisajes no escasos que interesan a la historia canaria. No sólo de las travesías
y escalas colombinas en estas islas, aino de los ipensomiajes colombinos
que figuran también en nuestra historia insular. Antes, empero, de
entrar en ello diremos unas palabras del juicio general del autor ante el
problema moral de los agravios colomibinos. Al examinar punto por punto
los hechos, el autor, a fuer de imparcial, tiene que reconocer siempre la injusticia
de los enemigos del gram navegante. Pero en fin de cuentas reconoce
también isu fracaso como gobernante y además aibona en todos los casos
la actuación de los Reyes Católicos. Son dos cosas diferentes; laa ciau-sas
de aquel fracaso las descubre ciertamente el autor, pero apenas laa
apunta de pasada (tomo II, pág. 481); no fueron otras que el ser extranjero
y de Ihumilde origen, esto es, un advenedizo en medio de aquellos altaneros
castellanos, tanto villanos como ihidaLgos, Colón actuó siempre con
prudencia y tacto, pero inútilmente; no le sufrieron, y cuando al fin se decidió
por métodos de fuerza, el escándalo y la indignación llegaron a su colmo;
y no obstante esos métodos fuerom los únicos que permdtieron diriígir
aquellas gentes a los conquistadores del siglo, que contaron más insoirrec-oiones
que empresas.
De la actuación siempre impoluta y siempre certera de los Reyes Católicos
se ha hecho un dogma al que se aíbstiene de faltar jamás el autor.
Um rudo ataque al primer aspecto de este dogma y, por lo que atañe \al
rey Fernando, ha lanzado recientemente y con gran solvencia D. Manuel
Giménez en trabajos que acaso otro día comentaremos, pues también se
ocupan de Canarias (1). Por lo que toca al que suscribe no se inclina a admitir
infalibilidades en cosas terrenales siti necesidad; en el caso de Colón
los Reyes Católicos pecaron por lo menos de ligereza, ai no de cosa peor
como sospedha Giménez, varias veces. Los desacatos de Aguado y los atropellos
de Bobadilla, fuesen o no enmendados luego, resipondían perfecta-m.
ente a los poderes absolutamente ilimitados, verdadera carta blanca, que
a estos comisionados dieron sus Señores. Si lo ocurrido no estuvo en la
intención de éstos, demostraron en ambos casos una imprudencia y un
desconocimiento de los homlbres de que se valían superior al que se achaca
a Colón.
Antecedentes del Descubrimiento—Al estudiar las circunstancias previas
al Descubrimiento el autor tiene que referirse muchas veces a Cana-
(1) MANUEL GIMÉNEZ FERNÁNDEZ, Nuevas consideraciones sobre la
historia y valor de las Bulas Alejandrinas de 1493 referentes a las Indias,
Sevilla, "Escuela de Estudios Hispano Americanos", 1944; y Algo
más sobre las Bulas Alejandrinas de U93 referentes a las Indias, "Anales
Hispalenses", VIII, 1945, núm. III.
193
rias. A propósito de estas alusiones tenemos que hacer alguna observación.
En un apartado, "Los genoveses en Portugal" (I, 2&3), reseña el papel
(histórico de los Peasagno y de »us conciudadanos, en Lisboa. Aquí intercala
la noticia de la hazaña de Lanzarotto Marocello; ello podría hacer
creer que este marino tuvo S'U base en Portugal como posteriormente Nic-colosso
da Reooo. Sería un error suponerlo: no sólo no hay fundamento para
ello, sino que la práctica de los cosmógrafos de señalar la isla de Lan-zaxoite
con las aranas de Genova no ae huibiese inioiaido si el descubrimiento
hu/lñese «ido ibajo el estandarte de las quinas. Al contrario, luego,
al describir el viaje de Recco deja al lector en la duda de si la expedición
era armada en Genova y si su salida de Lisboa fué simplemente como última
escala. Error, otra vez, el de quien tal supusiese: el relato de Recco
no dice tal, pero tenemos ademáa la versión codncidente dada por el rey
lusitano al Papa en 1344 (2) que no ofrece lugar a dudas soibre tratarse
de una expedición armada por cuenta de la corona. Esta exposición de Alfonso
IV de Portugal al Pontífice fué ocasionada por la investidura dada
por éste del Reino de las Afortunadas al Infante Luis de la Cerda. A este
Príncipe alude el autor en otra ocasión (II, 136) y también aquí debemos
rectificar su supuesta muerte en Crecy (1346). Ya Zurita (3) dijo que en
tal ocasión el Infante Fortuna estaba en la corte de Pedro de Aragón y
Daumet calculó «u muerte entre 1348 y 1350 (4).
Lleigando ya a los rastros de la vida de Colón en las islas portuguesas,
bien (hace el autor en redhazar la patraña del piloto náufrago, que entre
otros lugares se ha querido, a veces, fijar en La Gomera. Es seguro que
Colón residió algún tiempo en Funchal, como dice Las Casas, a su paso
por la isla de Madera en el tercer viaje (II, 362); pero no es probable tal
cosa para ninguna de las Canarias, aunque nuestro autor admita la posibilidad
(I, 373).
Las escalas canarias.—No cabe duda que para Colón fueron siempre
estas islas el punto de partida para el salto trasatlántico. Sólo en el tercer
viaje, a consecuencia de su propósito de explorar las bajas latitudes,
prosigue de a^juí a las islas de Cabo Verde y desde estas cruza el Océano.
Es disparatado cualquier isupuesto de que las escala® canarias obedezcan
(2) ODERICX) REYNALDO, An. Eccles., 1844, completado por ZUNZU-NKQUI,
"Rev. Española de Teología", I, 1941, págs. 386-87.
(3) ZuRiT.\, Anales, VIII-4. Confirmado por la datación de loa documentos
de los registros del Ardhivo de la Corona de Aragón, que prueban
que el rey Pedro estuvo en Poblet en el verano de 1346 y no en los años
inmediatos. Dato que debo a la amaibilidad de D. Ernesto Martínez Ferrando,
director de diciho archivo.
(4) DAUMET, Lnuis do la Cerda ou d'Espagnc, "Bull. Hispaniq^ie",
XV, 1913, pég®. 22 y aigs. Terminuis a quo, el tiesitiamento de 80 die jul-nio
1348; ad quem, el segundo matrimonio de su joven viuda, 5 jul. 1361.
194
primariamente a otra razión o necesidad que la elemental de salir del ,pun-to
más avanzado posible dentro de los dommios de Castilla para lanzarse
a la más larga travesía jamás conocida hasta entonce» (5). Ni Colón oi
sus émulos pudieron prescindir de esta escala.
La escala del primer viaje, muy confusa en el diario de navegación, tal
como nos ha llegado, se aclara por el texto de Hernando, muy 'explícito.
Ballesteros, aprovechando como siempre todos los maLeriales, consigue
una reconstrucción congruente: mientras "La Pinta" llega a Canaria a repararse
y, a ser posilble, adquirir otra nave. Colón con las otras caraibelas
va a La Gomera con el mismo propósito. No consiguiéndolo, vuelve a Canaria
pasando junto a Tenerife, donde percibe una erupción volcánica, y
después de reparar bien la nave estropeada vuelven todos a La Gomera
para tomar los últimos Tefreacos. Dos detalles, que parece pasan inadveriti-dos
a Ballesteros, conviene observar: la mención de Tenerife, que en el
diario aparece entre paréntesis al lado de Canaria, no sólo hay que rechazarla
por incongruente con el relato, sino porque Tenerife no podía ser
escala útil, siendo todavía iseñorio indisputado de los guandhes. Tomó,
pues, el Almirante a Canaria, al puerto de Gando, como dice Las Casas;
y Ballesteros pone entre paréntesis a modo de aclaración: Las Palmas.
Error evidente. Gando es un puerto de Gran Canaria, el mejor ipuerto
natural de la isla, pero nada tiene que ver con Las Palmas, ni con su puerto
cercano de las Metas (Ihoy Puerto de la Luz). Si Las Casas está bien
informado, "La Pinta" se reparó en Gando y Colón no tocó en otro puerto
d* la isila, en esta ocasión. Hace ya años que nuestro colega Bonnet insistió
«n esta observación (6).
Cuanto a la escala del segundo viaje sólo diremos que, conociendo la
versión de Cuneo sobre los sentimientos del Almirante para la apuesta
viuda, señora de La Gomera, nuestro autor los cree poco verosímiles por
ineompatibilidad de fechas y brevedad de tiempo. Cree mucho ¡más interesante
recordar la adquisición de las ocho puercas en aquella isla.
Transcurridos años, en el tercer viaje. Colón hace una breve escala de
tres días en La Gomera, camino de Cabo Verde (19 a 21 junio 1498) para
el indispensable refresco de sus naves. En su último viaje de exploración
estuvo en Gran Canaria.
(5) Hay que recfliazar tanto el supuesto que hemos leído en un texto
novelesco (BARRILE, Terra Yergme), de que en el primer viaje Colón sólo
recaló en Canarias por la avería de "La Pinta", como el más serio de MANUEL
'GIMÉNEZ, Algo más sobre las Bulas, cit. 'pág. 73, de que la recalada
oibedeció a razones políticas para enlazar legalmente los fuitaros descubrimientos
con la soberanía indiscutida de Castilla sobre Canarias. Sin que
esto se oponga a que luego se aprovechase esta argucia.
>(6) BONNET, Deshaciendo errores, Revista de Historia, IV, 1930Í,
núm. 28, pág. 15.
196
Antonio de Torres.—Así 8e llamó un golbernador de Gran Canaria que
figrura en la lista de Viera (7) y cuya fedha exacta d« gobierno iprecisa-mente
resulta muy dudosa. No lo hemos visto en paa-te alguna identificado
con el heranano del ama del Príncipe D. Juan, un ibuen amigo de Ctdóin;
pero no parece dudoso que se trata de una sola y misma persona. Ballesteros
tampoco alude a su papel ©n Canarias, poro no es éste su objeto.
Creo que será útil recapitular los eipiaodios colomibinos en que repetidamente
interviene y concordarlos con los canarios.
Al organizarse con premura el segundo viaje colombino, Antonio de
Torres es nombrado, por especial cédula real, caipitán de ella psira reigresar
con la flota, cumplida su misión. Sale, en efecto, con Colón en 25 de septiembre
de 1493; está de reigireso con la mayoría de las inavesi y com el oro
y un Memorial de Colón para los Reyesi, en abril del año siguiente. Ejecuta
fielmentes la delicadas comisiones que le ha confiado su jefe.
No reaparece, que sepamos, sino ya como gotbemadior de la isla de Gran
Canaria. En la lista tradicional se iseñaJa el año 1497 (para este gobierno.
Ejerciéndolo, los Reyes le designan para que unido en la ¡ala can un delegado
del Rey de Portugal reconozcan ambos la costa de África y fijen
el límite en ella del reino de Fez, reservado a Portugal, mientras el resto
hasta el cabo Bojador correspondía a Castilla por bula pontificia de 1494.
Se llevase a cabo o no esta misióoi (como la referente al meridiamo de separación)
, a fines del mismo año, Antonio de Torres es nombrado, en lugar
de Fonseoa, factor de los negocios de Indias, probaiblemente patrocinado
por Colón que, con «u presencia (regresó del segundo viaje en jujnio
del 96), ha recuperado transitoriamente la influencia en la Corte. Pero
ésta no prevalece y no isólo Torres no llega a posesionairse del importante
cargo, isino que éste vuelve al eterno Fomseca, el verdadero "traidor" del
drama coJomibino (8).
¿Cuándo fué Torres gobernador de Canaria? El 97 es el año que le
asLgrna la lista tradicional. No obstante Jiménez de la Espada poíblicó documentos
de 4 de julio de 1B03 en los que la Reina manifiesta al interesado
y a los oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla el nomibramiento
del Dr. Escudero como gobernador de Canaria por defunción de Antonio
de Torres, para que se entiendan mutuamente en la contratación de Ber-i(
7) VIERA Y IGLAVIJO, Noticias históricas, IV, Catáloigo de los Gobernadores
de la Gran Canaria (pág 571 en la ed. de la Isleña, 1863). Seguramente
tomado de otro del siglo XVII, que hemos visto reproducido en
las págs. 75-82 de la edición de SEDEÑO que, unida a la de OÓMEZ ESCUDERO,
ise puihlicó 8. f. [1986] en Gáldar, prologada por D. DACIO V. DARÍAS.
(8) Otra figura repelente ea d fraile catalán Boyl, que tan pronto co-nvo
ve que la conversión de indias no es una prebenda, abandona el campo
y vuelve echando pestes de las India» y de su descubridor. A propósito de
su nombre ¿no habría «ido oportuno advertir al lector que la grafía
yl equiívaHía a {{ oaatéllana?
196
bería y de la Torre de Mar Pequeña (9). La lista mencionada no ¡pone a Escudero
detrás de Torres, aino que intercala entre ellos a Lope Sánchez de
Valenzuela y a Siverio de Múxica. De aquél conocemos fecha segura, pues
fué el que como tal gobernador negoció en Tagaos la sumisión del Reino
de Vutata en febrero de 14&9. Tenemos, pues, que retrotraer varios años
el gobierno de Torres.
Pero el negocio de Berbería podía separarse del gobierno de Gran Canaria.
En octubre de 1499 los Reyes haibían confiado a Alonso de Lugo una
importante misión política y militar en Berbería. En 20 de junio de 1500
le adjuntaiban como "veedor" a Antonio de Torres que debía personarse
"en las partes de Venberia donde estovyera el dicho Alonso de Lugo" (10).
De la misma Torre de Mar Pequeña usufructuaba ya la alcaidía desde 22
de -noviembre de 1501, en nombre del gobernador citado de Gran Canaria,
I/ope Sánchez de Valenzuela, y en 21 de febrero siguiente (1502) los Reyes
expiden la correspondiente cédula nombrándole personalmente alcaide
de dicha torre, con 1(X) mil maravedises de sueldo anual (11). ¿Será ésta
también la fecha de su gobierno?
Ohoca a primera vista que precisamente días antes, el 13 del mismo
febrero, saliese Antonio de Torres de E>spaña con cargo tan personal e importante
como el de capitán .general de la inmensa flota, 32 naves, con que
el Coimendador Ovando se trasladaba a la Española. No hay incompatibi-lidaid,
pues en general estos cargos de alcaide y en particular este da
Mar Pequeña sabemos que se arrendaban y subarrendaiban y eran objeto
de toda clase de chalaneos; era en realidad una "merced" para servidores
afectas, i Tampoco exigía residencia el cargo de gobernador ?
Y aquí termina la brillante carrera de Antonio de Torres. Su lucida escuadra
salió de Sanlúcar poco antes que la desmedriada que conducía al
Almirante del Mar Océano a su postrer viaje trasmarino. Llegaba a la Española
en abril de 1502 (precisamente cuando zarpaba Colón) y se disponía
a regresar con 28 de suis naves a fin de junio, cuamdo el Almirainte
llegaba ante Santo Domingo y pedía humildemente autorización para refugiarse
en el puerto, obligado por las señales de inminente tormenta. Le
fué negado el refugio, pero su pericia náutica y la de su bermano cons^i-guieron
sacar sais naves del ciclón que estalló a poco, sin pérdidas mayores.
No así Torres que, ya por propia iniciativa, ya obedeciendo órdenes
del omnipotente Comendador Ovando, despreció el aviso expreso de Colón
(9) JiMiÍNEZ DE r.A Esi'AoA, España en Berbería, "Bol. de la Soc. Geográfica",
IX, 1880, ipág. 308. Citado por OSSUNA VAN DEN HEEDE y por
BoNNET, pero oonitiendo la fecha de estas cédulas reales.
(10) DousaiNAGUE, La política internacional de Fernando el Católico,
1944, apéndices 6, 8, 9 y 10 y recensión de esta obra en Revista de Historia,
XI 1945, p. 104 por E. HARDISSON.
(11) tRuMEU DB ARMAS, La verdad sobre Santa Cruz de Mar Pequeña,
"África", 1943, núm. 22 y recensión citada de DOUSSINAGUE por HARDISSON.
197
y cogido por el cictón perdió la vida en ed naufrag'io igcneral de sus naves,
de las que apenas cuatro ae «alvaron.
No es Antonio de Torres el único persomaje del apaaionainte drama colombino
que suena a nuestros oídos como conocido. El banquero genovés
Francisco Riverol (I, 106 y 530 y II, 524) no es otro que uno de "los Bi-baroles"
que tienen contratada la orchilla en Tenerife, aegúti acuerdos de
Caibildo. El "Comendador mayor" que también se cita a este propósito será
acaso aqueJ Goitierre de Cárdienas, que lo era dé León y Mayordomo del
Rey. Si tuviésemos un buen registro de nuestros conquistadores y colonos,
más nombres identifioaríamos en un ambiente que tuvo que ser e]
mismo.
En cambio, saibemos que en el segundo viaje acompañaron a Colón canarios
nativos, pues uno de ellos de poco es víctima de una india Ibravia,
según tíos cuenta Las Casas refiriéndose a la isla de Guadalupe. BaJleste-ros
omdte este detalle.
Correcciones.—Como la obra de Ballesteros tendrá que ser sin duda
reeditada, tal vez isea útil registrar alguivos errores que »61o una lectura
atenta como la nuestra permite descubrir. Dejamos de lado las simples
erratas de imprenta, si bien en los textos latinos y en las transcripciones
de documentos son demasiadias: I, pág. 244, lín. 7; Id. lín. 6 desde abajo;
I, 257, lín. 15; I, 643, ilín. 2 (Colón, no Colom); Id., lín. 3 (maria, no ma-ris);
Id., Un. 12 (-cus, no Jtiis); Id., lín. 12; II, 528, se traTiscxibe "Micer
Juan", pero el documento fotografiado, págs. 522-23, permite leer bien
"Micer Juan Luya". Contiene también transcripciones erróneas el texto
del "ánima" o post-data de la carta a Santangel. Debe leerse "pei'o corí
aquí, a este puerto de Lysibona", que es lo que dice y da sentido (TI, 108,
lííi. penúltima). Luego corríjase XIII por XIIII y no se suprima el "no"
tras "yvierao", que es una igraciosa expresión popular: "jamás ovo tai
yviemo, no, ni tautas pérdidas de naves". A propósito de estas famosae
cartas hallo que falta noticia de la transmisión de la d€istÍTi«da al tesorero
Gabriel Sánchez, cuando tanto se insiste en la del Escribano de Ración
(II, 108, 111).
lErrata muy lamentable es la confusión de Cartago por Cartagena y
luego al revés, en las págs. I, 241 y 242. El razonamiento queda ininteli-tpíHe
y sólo tras madura reíllexión adivinamos el sentido.
No es errata sino vicio del texto copiado en II, 243 "aparejos hasta
dos"; deibía corregirse "aparejos gastados".
De la jwesentación material sólo cabe decir que es cuidada como de
co&tuanbre en la editorial Salvat. Las ilustraciones copiosísimas (495 grabados
y 48 lámdmais), la mayoría de simiple adorno, pero también muchas fo-tooopiag
de documentos, de gran utilidad para controlar el texto. Los numerosos
mapaa de bellos dibujos, suelen s&r poco útiles, pues no correapon-den
al contenido del libro. ABI, es imposible seguir en ellos los opisodioe
198
del g'olbiemo coloonbino de la Española; el puerto de Xaraiguá, tantas veces
mencionado, no se localiza, ni otros mucihos lugares históricos. Es el
inconveniente de que los mapas sean levantados por un profesional rutinario,
ein sujetarse a eisibozos del propio autor. Y a propósito de esto nos
parece ügiero el juicio emitido (II, 749), sotore el diseño de la costa noite
de la Española de .mano de Colón (II, 85); tratándose de un croquis »in
medidlas, a mano aJzada, nos parece adimiraible y reveJa en quien lo diseñó
un Ihálbito y 'una maestría consumados, tal como una letra muy cursiva nos
revela la. mano del escritor muy práctico.
El libro carece de índices, que serían útilísimos. Pero no podemos levantar
cargo ipor esto, pues «u omisión constituye un voto que hemos hecho
todos los que escribimos en español, con tanta oonetanicia que debe corresponder
a aüigunia característica nacional.
MLniucLas son esas que sólo vale la pena traer a cuento para una obra
que Hena, al fin, un lamentable hueco, no ya en la bibliogn:afla españolla
amo en la universal; y que quisiéramos ver perfecta como merece la hazaña
única que cuenta y el héroe, má/s noble que todos sus presuntuosos detractores,
que para España la realizó.
Elias SERRA
J. M. CORDBIRO DE SOUSA.—"Referencias
as Canarias no túmulo de Joao de Albuquerque".
Separata del "Boletim da Sociedade de Geografía
de Lisboa", 1946, números 11 y 12.
Es cosa curiosa que los túmulos sepulcrales portuigueses del siglo XV
constituyen una apreciaible fuente histórica. Contienen a menudo, en efecto,
un resumen de Ja vida del difunto cuyo cuerpo contuvieron, en lugar
de limitarse a la eniumeracióin de «us títulos y honores como fué más común
en Castilla. En tres casos, por lo menos, estos resúmenes biográficos
aluden a la presencia en estas islas del personaje abultado y con ello son
apnotvedhalbJes para nuestra historia local. Desgraciadamente en ningún
ca«o podemos fechar el episodio a que se refieren. Dos de estos breves
textos, aunque de segunda mano, los dimos en otra tralbajo nuestro (1).
(1) ISBRRA RAPOLS, LOS portugueses en Canarias. Disourso inaugural
del año académico 1941-1942, Universidad de La Laguna, páig. 54, nota 68.
Un avance o iprimera redacción de este tralbajo, muy incompleta precisamente
en ]o8 detalles que aquí nos ocupan, enviamos en 1940 al "Congreso de
Hffiatoria dos Descobrimientos", uno de los celebrados en Portugal aquel
año con motivo de los centenarios de la nación portuguesa; y luego fué pu-ibliicado
en el vol. I de didho congreso, III de la serie general "Publicagoes
do Congreso do Mimdo Portugués"; esta versión imsufioiente es la que ha
conocido y cita el Sr. de Sousa.
199
San él «píp^afe sepulcral de Fney Diogo Alvares da Cuniha, de 1460, ietn
que »e nos dice que «1 difuanto estuvo en la conquiartía de Canarias; y el
de Nuno Goníalves de Meyra, de 1459, que nos hace saber que éste "foy a
Canaaia a primeyra bez que foy desouiberta em a quall foy cativo e o dito
senJior Ifante e mandou tirar". Aihora el señor Cordeiro de Sousa da a conocer
en el traibajo que comentamos otro epígrafe sepulcral del mismo género.
Es bastante extenso aunque incompleto, con pérdida de la fedia de
defuncióji; pero el señor de Sousa la fija documentalmente entre 1485 y
1486.
No copiamos íntegro el texto por ser mutilo, pero el trozo que no® iai-teresa
(separadas las palabras y resueltas las aibreviaturas) dice como ai-gnie;
AQUY JAZ O MUITO ONRADO SENHOR E VÁLLENTE CAVA-LEYRO
JOAM D ALBOQUERQUE DO CONSELiHO DEL REY... O
QUALL EM IDADE DE XVII ANOS FOY NA IDA DA GRAN CANA-REA
ONDE SE COMBATEO COM HUUM IFANTE FILHO DO REY
DA DITA CANAREA E O DEiSBARATOU E TROUXE PRESO A O
ABAYAL íSOO PER SY. E ASY ÑAS PARTES D ÁFRICA ONDE SE
SENPRE MO'STROU POR MUY VALENTE CAVALEYRO ESTANDO
OOM OS IFANTES NO CERCO DE TANGERE ATEE O REOOLKl-
MENTO ONDE PER SUA LANQA MUYTA GENTE SALVOU...
Deagraciadomente el interesante dato de la edad del héroe, cuando cautivó
ei infante canario, es inaproveolialbile, pues el autor no fija ni aproxima
la fedha de nacimiento de Joao de Albuquierque; con lo cual es vama
toda «xwijetuTa sobre la ocasión en que ocurrió el curioso episodio. El señor
de Sousa hace como introducción un recuento de las expediciones poo"-
tuguesaa a estas isla»; lo misimo intentamos nosotros hace años y el trabajo
del autor nos permite comprobar que a pesar de la dificultad que tuvimos
entóneos para consultar la bibliografía portuguesa no se nos escapó
nánguna de las conocidas. En efecto, algunas más que añade el señor de
Sousa fueiron deliiberadamente omitidas por nosotros por justas causa»: no
liay ninglin indicio serio de expedición portuguesa anterior a la de 1S41;
la armada de Antao Gon^alves, supuesca poco posterior a 1425, es un anacronismo
debido a uno de los muichos dislates de Barros, al estropear el
texto de Azoirara, su única fuente de información (2); no tiene miejoH
ÍTMidamento la expedición de 1440: sólo existió en el título del artíctuJo
de Sousa Viterbo mencionado por el autor (3). Si, sin someterlas a crítica.
(2) Ya en el citado trabajo pusimos en guardia al lector frente a las
toiTpes interpretaiciones de Joáo de Barros, nota 28 en las .págs. 49 y 50.
(3) SOUSA VITERBO, üma (^xpedÍQao portugucm As Cananas em 1U0,
"Ardh. Hist. portugués", I. 1903, pág. 340. A pesar del título, la fecha es arbitraria,
imaginada gratuitamente para la expedición citada en que tomó
•parte FYey Diogo Alvares da Cumha. Tamiwwo puede identificarse con la deJ
íHituro conde de Portalegre, Diogo da Silva de Meneses, que debió verificarse
hacia 1466 o muy poco amtes.
200
acuroulamios una tras otra todas laa feobas y citas de los autores nos ex-ponemoe
a haioer un repertorio más copioso que digino de crédito.
El ÍTíteresante artículo del señor de Sousa, distiniguido epigrafista y
paleógrafo, va avalado con buenas raprodiucciones del ibello túmulo con figura
yacente de Joao de Alibuquerque, hoy en ©1 Museo Regional de Avei-ro;
y con seis documentos ouidadosaimente transcritos, referentes al valiente
cajballero que en él fué isepultado. Hemos de agradecer además al
autor Ihaibernos facilitado espontáneamente ejemplares de su valioso trabajo.
Elias SERRA
Klíiis SEURA RAFOLS.—"Las datas de Tenerife".—"
Actas y Memorias de la Sociedad Española
lie Antropología, Etnografía y Prehistoria",
XIX, cuadernos 1-4, págs. 52-69. Madrid. 1944.
Con título caai idéntico, Las datas en Tenerife, publicó el Dr. Serra,
en el tomo IX [1943], pág®. 3-13 y 99-104 de Revista de Historia, un avance
de aua estudios acerca de los dooumenitos de repartimiento» de tierras
hechos ,por el Adelantado D. Alonsio Fernández de Lugo, a raíz de la conquista
de Tenerife. El trabajo que albora nos ocupa es casi un resumen del
araterior. No obstante, dada la extraordi-naria imiportancia que cualquier
dato relacionado con los acontecimientos contemporáneos a la conquista
tiene para nuestra historia regional, vamos a señalar algunas detalles
que no aparecieron en el citado artículo de Revista de Historia.
En la página 55 señala ya el hedho de que la duda del I>r. Bonnet acerca
de la existencia de los nueve reinos de Tenerife (1) carecía de funda-mento.
Allí anuncia la prueba documental de la existencia de los mismos,
que ya ha ajparecido (2), y de la que nos hemos ocupado en Revista
de Historia, XI [1945], págs. 495-496.
EJn laa páginas 64-65 plantea el problema del significado de la voz fe-rido/
herido, que no figura en nuestros diccionarios manuales, pero que
aiparteoe con frecuencia en las datas relacionadas con cuestiones de repartos
de «guas. Ahora podemos añadir que dicha voz, con referencia a la indicación
del Sr. Serra, ha quedado ampliamente estudiada por nuestro cola-
(1) B. BONNET.—El milo de los nueve menceyes, Revista de Historia,
VI [1938], péps. 33-47.
(2) ELÍAS SERRA RÁFOLS y ILKOPOLDO DE LA ROSA OLIVERA.—Los
''reinos" de Tenerife, "Tagoro", I, 1944, paga. 127-145.
201
dorador Dr. PéTet Vidal, en el tomo XI [1945], pkgs. 62-64 de Revista de
Historia, y que laigriifica ",pr'ísa, manantiail o corriente de agua en declive",
en relación «emántica directa con las dicciones portuguesas ferido/
ferída. Bs más: su historia puede documentarse en caistellano, ininterrum-pidamenite
oaisi, hasta nuestros días. En efecto, en el siglo XVIII, el P. José
Gumilla, S. I., en isu oibna El Orinoco ilustrado, ílmtrodaicción, noitaiS' y
arreglo por Constantino Bayle, S. I., Madrid, [1945], Primera parte, caipí-tulo
XXI, págs. 229 y 230, pone: "Para lograr la pe&ca ¡han inventado urnos
canastos tan grandes y firmes como requiere el furioso ©olpe de agua que
reciilben y el peso gravísimo del pescado que cae de cabeza con ella. Kxai
tanta mayor precipitación que la del herido del moHino, cuando va de un
río formidable a una corta canal". El diccionairio de la Aoadeania de la
Lengua, en la segunda acepción del artículo Herir, trae: "Golpear, sacudir,
batir, dar un cuerpo contra otro", extremo sobre el que ya ha llamado
la atención, on relación con el significado de esta voz, D. Emilio Har-dieson,
en el núm. 16 de "El Museo Caiiart-io", Las Palmas, octuibre-diciem-bro
de 1945, páig. 25, mota 2. Y aun sigue en uso, hasta hoy, en La Go-miera,
con el mismo significado, stegún nos oomumca D. Luis Fernández
Pérez, Oonista oficial de diiciha isla.
En la pág. 67 habla de las noticias que aun para la isimple historia política
pueden espigarse en las datas. Entre ellas, la de que Alonso FemAn-dez
de Lugo fuese Capitán General de Berbería desde el cabo de Aguer
hasta el cabo de Bojador, ya desde 1601. Con ello se allegan materiales
para la historia de la acción hispaino-canaria en las costas de África. Con
posterioridad, este tema ha vuelto a ser tratado por D. E. Hardisson y
Pizarroso, al reseñELT, en Revista de Historia, XI [1946], págs. 104-109, el
libro de José M. Doussinague La política internacional de Femando el
(UUi'il.ico.
En la pág. 68 el Dr. Serra intenita responder a la pregunta de su primer
artículo acerca de las datas (Revista de Historia, IX, 103-104) sobre
la personaJidad de Ventar, Bentorey o Bentore, que ahora cree sea d sucesor
de Benytomo, el Bencomo de las crónicas.
Da, en fin, en las ,pág®. 68-69, nuevas noticias sobre el proyecto y cons-trucción
de la iglesia de San Miguel y convento de San Francisco de La
Laguna, que el autor identifica con la desaparecida de San Miguel de las
Victorias.
iHaceír un elogio adecuado de la ingente labor del Dr. Serra sería sólo
posible y comiprenjsiible después de uno haber saludado algunos documentos
de los libros de datas. Que, escritos en una de las peores letras de todos
los tiennipos, sólo una preparación técnica excepcional, una vrtluntad
de traibajo perseverante y una dedicación devota a la historia de nuestras
Islas lian logrado superar en la persona de nuestro Director y Maestro.
J. RÉGULO PfiREZ
ao2
Juna Ismael GONZÁLEZ.—"El aire que me ciñe".
Ediciones de la revista "Mensaje". Tenerife,
1946. Imp. Zamorano; 18 páginas sin numerar
en 8S. Autorretrato del poeta.
Tengo para mí que la faceta plástica d« Juan Ismíiel, la de verdad ex-qu'iisdta,
es la de diilbujante. Pero eil artista ahora quiere añadir otro vector—
ya apuntado previamente—oon la poilblicación de este no nienas' exquisito
cuaderno de verdadera poesía. El aire que me ciña, de ima puldra
liinpieKa aaliniana, observa en sus doce composiciones unidad poemática,
entera vivencia amorosa de un ajcaso decantado neoirromantioismo: las
garcilajaisínas lágrimas, el amor y la muerte tejen la poesía de Juan Ismael,
sobrio de imágenes, fino de acento pasional que alguna vez euibe en
las torrenteras de xma erótica surrealista o reíalista para proyectarse
otras en puras esencias ilusionadas de imposdibles:
El ¡hueco de tu forma,
liu recuerdo que sdento
como grabado en sangre,
y la ternura triste
que el corazón no nombra.
Esta amada única y entera, cálida musa es la "razón de amor" del
poeta:
Te pregona el paisaje
sobre todas las cosas,
la pared de mii cuarto,
mi camisa y mi cuello.
y mis abiertos poros,
d gesto de tu mano,
tu ligera pisada
y tu dulce sonido.
El peso de tu soanbira
al aire de tu nomíbre.
208
Con un amor que el poeta llama "dealbocado" va pespuntando, dibujando
una amada poética y rotunda que llena todo el mundo: "En las horaa
de todos líos relojes... / En el aire que respiro... / En el tic-tac de la sangre
de mis venas". Y el ,poeta definirá con precisión lo que en esencia es
el amoir para el romántico, pero con otro léxico:
Soñando viviré sólo con verte
lejana y muy difícil de tenerte.
Que el amor seguirá su marcha cierta
en tormenta sin faro de esperanza,
creyendo que tu forma no se alcanza
sino una vez quizá, después de muerta.
Juan Ismael: El aire que me ciñe. Otra vez un dibujo exquisito.
M. R. A.
José María MILLARES SALL.—"A los cuatro
vientos". Poesía. Cuadernos de poesía y crítica, 3.
1946; 16 págs. en 82. Tip. Alzóla. Las Palmas de
Gran Canaria.
¿Todavía imás Millares? ¿Todavía más Millares que camten, que dibujen,
que pinten, que toquen, que investiguen, que amen, que sufran y
que vivan y germinen, copiosa, una semilla que ha dado y dará—ipor lo
visto—^un frondoso, un auténtico y útil árbol igenealógico ?
Este nuevo Millares se llama José María y tiene veinticinco años. iJl
pregona "a los cuatro vientos" una de las poesías májs sensualmente de
tierra que puedem leerse y de la que algo nos adelantó, con otro tono
"Alonso Quesada". Pegado al surco, hundido en ios terrones, José María
Millares con una luipa dibujla un autorretrato que es más bien una leocáón
de anatomía .para un primier ,pIano:
Mezclar las atguas turtoias de tu diarco
con las mías, oh tierra donde crezco,
y verme coawertido .por tu barro
en un solar de carne sin medida,
extenso como el aire de los campos.
Convertirane en terreno de tu cuerpo
donde mi corazón de sólo hierba
alimente de verde mis latidois,
donde sienta crecer como una hogruera
la raíz d« mi sangre.
204
"No ser más que uina piedra del camino por donde tú tranisites". No
«i«mpre loa canarios han de cantar el mar, pero nunca les Ihaibíamos visto
cantaír la tierra con tan carnales fervores de comunión panteíista. Bs curioso
el autoanálisis anatómico que se hace el poeta: "cruzar las galerías
de mis venas" o "Por un canal de carne se me enciende la lengua"... Las
otras motas de su poesía 9on un llanto céltico, una ahoiffada soledad de
neorromántioo: "Nadie posó en mis ojos la ternura tibia de una verdad".
Bl oorazón del poeta, como su palma de la mano es tamibién "llama encendida"
y, como a las viejas generaciones, le sacude el temblor apasionado
de la li'bertad:
Ser como el aire de mi canto quiero,
liibre como la lluvia que levanta
la nulbe caanpesina de los cielos;
libre como los árboles que crecen
y siembran sus raíces libremente;
libre, porque ser libre es cuanto quiero.
Curioso, muy curioso y «ug^estionador poeta es este bisnieto de Millares
Torres. Poeta de la tierra, del llanto, de la «oledad y de la Irbertad.
Él como otros, a ipesar de ser poeta, me dedica sus versos llamándome
"erudita". Me ponen una losa como si fueita Secretario perpetuo de la Real.
i Para qué quieren ser estos jóvenes poetas, si no le ven a uno el alma ?
M. R. A.
Leocadio R. MACHADO "Ventana de la noche".
Isla de Tenerife, 1946. [Versos]. 16 páginas
en 8S. Imprenta Curbelo, La Laguna.
Diez poemas no extensos son muestra escasa para enjuddar un poeta.
Y dtez «on los poeeiaa que inteigran «site cuademito de Leocadio R. Ma-dhado.
(¿ Por qué no L. Rodríguez Machado ? ¿ A qué eludir nuestro Gon-zál
«z, Péípez o Rodríguez? Lo importanite es inyectar esitos González, Pérez
y Rodríguez de valor. Cuando se tiene personalidad da igual apellidarse
Pérez que Carlos EMinundo de Otry).
Conocíamoe por "Mensaje", la importante revista poética de nueatoa
205
iisla, ailgvno«9 ipoemas áe RodiriígU'ez Macihado. D^acomocemos su iliibiro die
quie nos ihalbla el Sj". Mourenza en "La Tarde" d«3 19 de miarzo y tituiaidio
La hora cárdena. S61o hemos lefdcf un poema con este título en la mentada
revista. Tamipoco hemos leído en "La Estafeta Literaria" la peyorativa
adjetivación que este libro mereció al postista Chidiarro. Un artlcuiLo de
eate último en el númeox) 15 de la referida revista madrileña, inserto en
la sección "No mudo si no mudan", alude a "lo que pudiéramos llanuur
Ja escuela die la hora cárdena, jóvenes que nacieron poeta», que panen
céncillo, exprender, nontaljia, que escriben una Senda lírica durante «u
servido militar y que confunden la poesía con el amor".
Una preferencia por el poema de verso blanco y corto es por ahora la
tendencia técnica del joven poeta. A pesar de su estaincia madirileñai—<}ue
tanta falta hace a los norveles de nuestra provincia obstinados en m> leer
buenos poetas actuales^—el autor de Ventana de la noche no cultiva má
el consabido y abusado <sonieito, ni la décima, mi la poesía de laiboratorio
preoeptíatioo.
Una faceta niiuy interesante marca el ibreve cuaderno que leetmos: es la
primera vez que lajs tierras del Sur se incorporan al acervo poéticoigfeo-gráfico
de la is'la y a¡L juzgar poír ese Poema de mis tierras y Poema de
un árbol. Rodríguez Machado podría empezar a ser el Martín González
de nuestra poesía. Claro lesitá que la visión del Sur del poeta e»tá literar
riamente rumiada en la universal Castilla de Antonio Machado quie potenció
las tierras secas de "Alonso Quesada". NoS' hubiera gustado más
un Sur entero y original, «in refen^encias noventaioahescas a Castilla ni al
Quijote, ni siquiera a un "nueivo don Quijote". EU Sur (puede ser buena
fuente inédita para el poeta, pero la sequedad volcánica de nuestro Suir
nada (tiene que ver con la paramera casitellana.
Muy gracioso y fino el Poema de los tres santos de una iglesia, deld-oado
retaiblito miniado con imágenes como esta: "Santa Cateliina / »e
guarda en el pecho un vuelo de abejas".
El itema del mar—tan decisivo con 4«u ausencia o presencia en nuestros
poetas—es aipenas esbozado en el P(wma del Océano, lleunado pocr
voz primera entre nosotros Madre Océano. Ya hemos aludido alguna vez
al ¡hecho de que el isleño feoniniza al grran elemento, que aprendáó D. Miguel
die Unamuno a decir "la Mar" en nuestras islas. Con^ léxico de nuevo
cuño poético en el que no faltan esos "tactos de espumas", Leocaxlio Rodríguez
Machado ha querido rendir au canitribución isleña ai tema.
El Poema de un viejo acordeón es una 'buena "Naturaleza muerte"
poética; el Poema de una virgen pudo haber sido urna estampita religiosa
narrativa, s.uiscitada al contemplar un "paso" o una lámina a]*tiÍ3tica ed
los versos finaiea no le inyectaran su poesía única:
.1
"Y un silencio entre tus brazos
como guai<dando una «omlbra".
206
Iniseiguro todavía, como es natural, con repeticiones que son un gastado
UiatigTxillo, Ihay empero en Leocadio Rodrígnez Machado finas antena»
de cazador de imégenies y, i^aciats a Dios!, higiene poéftica que nos re-dione
de esa amenaza de poetas jóvenes de hace cineuenita años que pnáu-laiban
por los diarios locales hasta hace poco. Muy buenos principios para
un poeta en quien debemos poner atentos y esperanzados los ojo® todos los
aimantes de illa poesía.
M. R. A.
Néstor ÁLAMO.—"Thenesoya Vidina y otras
tradiciones". Las Palmas de Gran Canaria, 1945;
176 págs. en SS.
Nos es gfrato proclamarlo así: el libro de Néstor Álamo es el acontecí
núento literario de mayor volumen y calidad que nos ha ofrecido hasta
ahora el año que vamos viviendo. Para los gustadores de la personal y
siempre rimibambaTite prosa de nuestro agudo escritor, el libro trae páginas
degustadas ya con fruición: Thenesoya Vidma, la primera tradición
del libro, junto a las tres siguientes Sangre .en el Rosario, La Guai-resa
Abenahoara y Joshani, la cautiva las habíamos leído en el folletón
del diario "Falange", de Las Palmas, por los últimos m.eses de 1945. La
leyenda de Thenesoya Vidina está primorosamente escrita por el autor
que alg:una vez ha sentido contra mi afirmaciión del mito daoíllico—^proclamado
i>or Ag^ustín Espinosa, el malogrado—la espumosa queja de la prioridad
de su Thenesoya. No. Eista isleña auténtica de la Gran Canaria, cierta
es que, raptada a la fuerza primero, se prendó después de su (Señor Ma-ciot
de Betencourt, pero el mágrico ensueño de la infantina Dácü es otra
cosa; aunque haya tamibiém existido en forma real tal princesa,—importa
poco—isu realidad literaria y mítica es superior a su vivencia humana; representa
un ensueño típico de mujer isleña frente al mar que ha de traerle
«u ventura y ésta ha sido una de las muchas sabidurías de nuestro bachiller
Viaaia. Thenesoya tiene un rigor histórico; Dácil se desdibuja entre
lo histórico y lo literario—lo decisivo—^para cobrar una entidad mítica y
representativa. Pero sigamos con el exquisito libro de Néstor Álamo.
Sangre en el Rosario es la leyenda pulcrfaimente escrita «obre el epieo-dio
ocurrido por 1594 a un infeliz esclavo mulato, demasiado parecido al
Arcipreste, su »eñor. El mozo fué muerto a ouahilladas bajo el m(anto de la
Vingien del Rosario teldense por la soldadesca endiablada. La Guairesa
Abenahoara. —^¿Por qué no titularla Doramos y Abenahoaral— es de
las mejores narracionea del libro. A través de los siglos late en las entrañas
del canario actiial, por culto que sea, un estremecido fervor mezcla
de ternura y ancestral atracción hacia lo nativo índíigena; es acaso la he-
^...•r'-':"}''•
207
rencia que una levadura germinal nos ha dejado, decantada, a lo lango d«
eaas isoterradas cañerías que han formado nuestro aentimiento de insularidad
regional. La leyenda del caudillo Doraoias, un poco héroe troyano y
de la gruairesa Abenaihoara, su enamorada fírme, nos emociona todavía y
eso es lo importante, porque representa la piedra de toque de nuestra ca-nariedad'.
La triste isuerte de esta pareja, nuevos Hero y Leandro, ha sido
tratada oon nervio, cariño y gran sentido emocional por Alaimo. De Josha-ni,
la cautiva ha hecho el autor una bella estampa argelina, arrancada de
la mejor literatura de género «obre la leyenda de una caütiMa canaria,
Joshaní, de la casa de Monteverde, ibella flor del harén argelino pero sau-dados
»! plañidera de las islas.
Tres doncellas al balcón es acaso la leyenda donde míenos la historia
ha heoho su cometido pero sí mucho y iheTimoso la literatura. La cercanía
de la anécdota—mitades del siglo pasado—ha impuesto una desfiguración
de i>ersonaje3 y marquesado por parte del autor que publica por vez primera
el truhanesco y delicioso episodio, muy de la época. No dbs'taavte, ya
en un folletón de "Falange", por aibril de 1944—De la moda y sus asun~
tos—Néstor Alam¡o nos informó sobre los personajes reales. Pero en verdad
como las alcurniadas castas tienen siempre limpias las ejecutorias y
si algo en contra decimos los de la gleba, tempestades atómicas anegan
nuestras averiadas prosapias, inventemos marquesitas de "Montoro" y
pueblos como "Támara de los Oatballeros" a fin de que nuestras humildades
vegeten con tácitas genuflexiones ante inciensadas grandezas... Y asi
las marquesitas ^seguirán siendo castas, los piratas grandes señores y loe
frondosos hijos méis o menos "forfolinos" tendrán siempre pulcra» partidas
de nacimiento con las fechas en su sitio.
Tras la deliciosa narración—^mejorada ahora—de Como se entierra a
a un obispo—Fray Joaquín de Herrera—^nos brinda el autor una gran novedad:
La Peregrina y su misterio, que ocupa más de la mitad del libro.
Confesemos que el arsenal histórico, el documento y la cita han hecho daño
a la narración. Néstor Álamo tiene aquí materia para dos o tres leyendas
aisladas que, mezcladas ahora episódicamente, distraen el nervio delicioso
de la narración central y llegan a fatigar la atención del lector perdido
en el cansino bosque de las genealogías, acaso inconvenientes en un
libro de tradiciones, que exige mesura en el empleo de la cita hialtórica.
Se nos antoja que la prisa y el interés por dair a conocer tan útil material
inédito ha perjudicado la fluidez central de la narración porque bueno será
declarar que Néstor Álamo en la línea de nuestros narradores regionales,
que tan interesante puntal tuvo en el viejo Millares Torres, ocupa un
desitacadísimo .puesto si no el primero. A un manejo del dato histórico, sin
otras mixtificaciones que las impuestas por la necesidad y las requeridas
por la estética, Néstor Álamo añade la inimitable gracia del contar y, sobre
todo, un manejo de léxico isleño que hacen de su obra un intento laudable
en alto grado de incorporar al acervo lingüístioo el donaire que ian-
208
prime la intencional estructura de nuestros dialectalismos. Es esta una de
las caraoterísticaa méSsáj^aonales del estilo del autor, a veces plásticamente
elaiborado, con .morosidades carnosais de rasos y terciopelos que dan a
la frase el valor de una trabajada pieza de buen orfebre, aunque la mano
»e oargfe «n florileigios demasiado cultis'tas a fuerza de desgarro, pero
eato entra tamlbién en la gran personalidad de Néstor Álamo que cada día
gana un desitacado puesto de pulcro, original y valioso escritor. Un libro
como el que comentamos no se escribe ni aparece todos los días entre nosotros.
Es un regalo para los lectores y un éxito para el autor. Encantadoras
viñetas y dibujos y una original y exquifúta portada doble ornamentan
este primoroso ramillete de orquídeas que en ofrenda a su lamada tierra de
Gran Canaria ha plantado el grande y isabio jardinero Néstor Álamo.
María Rosa ALONSO
Sebastián PADRÓN AGOSTA.—"La Copla.
Folias, isas, malagueñas y seguidillas". 1. Cuadernos
de Folklore "Drago". Imprenta Orotava.
[1946]. 62 págs. en 82.
Este folleto del incansalble D. Sebastián Padrón Acosta, curioso aiem-pre
por todo lo que de valor estético haya en las Isla.s, iha sido para mí
una desilusión y voy a expUcamme aunque arrostre sus iras.
Publicó el Sr. Padrón Acosta deede fines de 1943 a principios de marzo
de 1944 unos importantísiimos trabajos sobre La Copla que terminó con
un artíoulo en julio de 1945. El interesado ipuede ver los detalles en la Bibliografía
que ordeno en esta Revista. Por mi cuenta fueron catorce los
titeibajois; creí que el folleto que reseño sería un resumen, si, pero de valor
investigador y ordenado y no de divulgación folklórica, porque yo creo
modestamente que en jjlan editorial perdemos el tiempo con todo lo que se
llaime "divul.gación folklórica".
iSaibido es ya que el folklore ha entrado en la categoría de lo museal,
es decir, del análisis y del estudio. Cuando mi excelente amigo D. Leonciio
Rodríguez editó su abundante colección de la "Biblioteca Canaria" con la
intención de "divulgar" me pareció tal intención ineficaz. El público "mu-nicipiail
y espeso" nio se interesa—^y con razón—^^por estas cosa» folklóricas
o reigriomailes; son las personas de la "inmensa minoría"—pero minoría—
las preocupada.8 por tal sector cultural y bien merecen tales personas que
aún contando con él mal papel a mano, se haga una edición con notas, aclaraciones,
cita8 de referencias, etc., que orienten al curioso, sirvan aü que
estudia y, >9olbre todo, con vi8ta« "exportadoras", pero cortar caprichosamente
de aquí y de allá, omitir referencias, citas, procedencia, etc., es ha-
209
cer una labor manca que pudo con poco «sfuemo haberse completado y
tendríamoa así iina excelente colección.
El ,Sr. Padrón Acosta en este caso temía un precioso material y ademáa
algunos datos i)ara localizar bastantes coplas, porque esta misión de localizar
el orig-en y autor de cada copla es de gran interés para fijar lo que
de antigüedad y originalidad haya en nuestra musa popular. Mas el autor
sin duda se dejó convencer por esas inservibles intenciones "divulgadoras"
ded editor y nos brinda un incompleto trabajo y, lástima, porque el Sr. Padrón
Acosta puede y sabe hacerlo bien.
Muchas de las coplas asonantada/s, con'Sonantada» o redondillas aquí y
en los aludidos trabajos recogidas, tienen unía asioendenicia pendnaiular como
ocurre en la de "Laig^na, ciudad bravia", recogida por el Sr. Pedreira
y que es variaaite de "Alcalá, ciudad ibravía" a con la famosa de "Una noche
lagunera". Coplas peninsulares en bocas isleñas se adaptan a nuestra
idiosincrasia como se han adaptado musicalmente las malagueñas, la jota
en la isa y acaso las fohjiais. Cantares que en boca de todos figuiteai, tienen
sus autores y recientes. El Sr. Padrón «e enteró de algunos en su postrer
trabajo sabré La Musa popular titulado Noveítslas canarios y coplas^,
acpuntemos por ai le sirven: la que lleva el núm. 69 de la pág. 30 es de
D. Antonio hago y Massieu y la del núm. 26 de la pág. 40 es de D. Saturnino
Tejera. La que el autor oyó a un guitarrista isleño en su aludido trabajo
de Novelistas canarios y coplas y que comienza Arrorró me cantó
a mi es nada menos que de mi admirado y querido amigo D. Blas González,
"Marcos Pérez"...
¿ Qué -pensar del tono culto, moderno, de una» coplas o del tinte aldeano
pero nada arcaico de otras? ¿Se ha formado todo este foJkloriismo en
el siglo XIX y en lo que va del actual ? Me atrevería a afirmarlo. Algunas
coplas recogen, sí, "dialectalismos" como esos "dientes botos de risa" o
esos charabiscales que han afincado aquí. Boto, romo, sin punta lo inserta
«1 Diccionario en esta acepción; en este »entido lo he encontrado en
Berceo Mil, XII, v., 285. Charahiscal es el charavascal portugués, un dia-leotaliísmo
trasmontano, pero nada autoriza a pensar ningún rango original
ni antiguo a esta serie de cantares que son la letra de nuestros populares
cantos. Siempre me ha llamado la atención tales detalles de modernidad
junto a lo oscuro que se nos presentan los orígenes musicales de
nuestros aires. ¿Cuando comenzaron éstos a cantarse? Etesde los primeros
escritores del XVI y XVII que nada dicen'—hasta los del siglo pasado—
que dicen con abundancia—hay una extraña laguna problemática. Andaluces,
iportugueses, gentes de otros puntas de la Península, ibéricos to-
. dos, comenzarían a cantar aquí y de una manera lenta, toda esta levadura
racial que fué sedimentando lo que hoy son nuestros cantos populares.
Materia sugestiva para investigadores futuros que deberían no olvidar él
fundamental dato de primera mano: los documentos que guardan todavía
tantos secretos en los Ardhivos.
210
Mi amigo D. Leoncio Rodríguez no me ihizo caso. Me gustaría que
D. Sebai»tián Padrón me hiciera caso a mí y desoyera las voces de sirena
de los editores. Ellas creeíi que la gente va a comprar "las coplas" para
aprendérselas. ¡Qué va! La gente las aaibemos todas y aun más. Quintales
y fanegas de "capias" nos tenemos cantadas por esos clharabiscales de
Dios desde (hace mucho tiem.po. Cantadas unas, oidas otras al com,pás de
un itimple bullanguero o de un brujo requinto y "de media noche p'al
día"...
M. R. A.
Julio TOVAR BAUTE.—"Primavera en tu au-senria".
Dibujo de Martín Zerolo. Tip. Nivaria.
Tenerife, 1946; 20 págs. sin numerar en 82.
No sé quién este ¡mozo es pero sí lo que es: un hombre que tiene qué
decir y que lo dice muy (bien. Que lee poesía actúan pero que usa de •SM
léxico con toda prudencia, que—^como es natural—^no dice nada noievo si
por nuevo se entiende lo jamás abordado. A esta novedad ha renunciado
desde ha tiempo todo poeta de una cultura vieja; a lo que de verdad puede
aspirarsie y es lícito y aún alborozador es a decir lo que otros han dicho
y han sentido ¡pero deacubriendo—sin querer o no—ila verdad y la presencia
de un alma varonil—en este caso—, miuy joven pero de altas calidades
humanas y estéticais.
Cuando iimo ,por azares que no son del caso tiene la misidn de leerse
todo lo que los demás escTiben adquiere sin desearlo una ingrata ficha en
el registro cultural de "la provincia". Y ante el esfuerzo de los demás la
oíbligaici6n del lector, la nuestra, es por lo imenos valorarlo, entresacar lo
que de (bueno hallamos—^si es que acertamos—y procurar que lo malo rse
descplace de la obra futura. Así actuamos. Pero pocais veces—en verdad sea
dicho—conectamos con la vibración personial que se desprende de un hom-l>
re o de una mujer enteros y verdaderos. Julio Tov.ar Baute es de verdad
un fino espíritu con muoho que asimilar todavía pero que ya decanta, que
aa'be lo que escoge, dónde se detiene, qué es lo que matiza y acentúa.
Diecinueve poemas integran la sencilla y limpia edición del novel autor
que, a igual que Juan lamiael, tiene también por musa una amada poética.
Con léxico y arquitectura formal del nuevo cuño—^repetimos'—compone airosas
elegías o igallardos «onetos. Hle aquí cómo potencia imágenes ma-ñnais:
El dique de mi voz te va encerrando
en la bahía amplia de mi espera.
Ji!i nave de tu ausencia, prisionera
en mi amor, con tu ser quedó soñando.
211
Qué remanso de amor está cantando
el silencio que gniarda tu frontera
y qué constante afán d« primavera
tu símbolo en mi voz está volcando.
Algruna vez recordamos el aliento gallardo, pero menos grandilocuente,
de la poesía de Manuel Castañeda. A ibase de negíucioneis, "quitando"—
como dic6 Corot—^logra versos como éstos: "Un silencio sin límite
y .sin norma / hueco deja el vacío de mis ojos" y "Una rosa sin hálito se
suma / al presente de un verso sin mañana", para obtener: "Sóio queda
mi voz y tu silencio"; es dedr, los ingredientes exactos para hacer, para
poetizar. Y he aquí como la voz del poeta crea y lo que surge:
En mis laibios haWa por crear un paisaje.
Sin raíces ni savias, el árbol de mi vida
esperabei tu lluvia, tu calor y tu sangre.
Tú trajiste tu mano en cóncava caricia.
Y yo sentí su vuelo en mi carne de homibre.
Todas mis flores fueron abiertas a tu paso,
y nacieron entonces los nuevos horizontes.
Tú... te llevas prendida en tu marcha inviolada
las flores que nlacieron en mi oasis más íntimo,
regadas por los ríos q|ue tus ojos dejaron.
Pero he aquí lo que importa en el drama del cuasi Pigmalión que es
a menudo el poeta:
Nada quiero de ti porque mi vida
de tu imagen se nutre suficiente:
más verdad es el 'sraeño de mi mente
que tu voz y tu alma confundida.
"No es tu ser este ser que en mi ya anida", "ni es tu boca la boca que
ipresiente mi deseo sin fin". "No eres tú la que estás en mi locura", "ni es
tu mano... la que yo siento":
Es la esencia que deja tu figtira;
es tu imagen sin voz ,par la que quiero
vivir con este aueño aprisionado.
La esencia y la imaigen. Los ingredientes más simples para montar
una estética aimarosa.. De tener espacio insertaríamos íntegros el soneto
212
XII, Tu cima nevada y la coimpo9ició.n final, Huida siempre que merecen
una aalvacidn total.
Si no resultare una impertinencia, vaya esta observación, un "golpe
del oficio": en la comtpoaición V el endecasílabo "si están junto a mí en este
instante" cojea porque no es lícito actualmente contar como aguda la
silaba de la cesura y en la XVIII una forzada diéresis estropea el endecasílabo
"nuestros signos llevan igual senda". Y nada más. Está uno hnrto
de tantas "miúsicas" que cuando oye tocar con pulcritud le sugestiona la
melodía de una voz exacta.
M. R. A.
Juan MBn>EROS.—"Elegía a Miguel Hernández".
Versos. Cuadernos de poesía y crítica,
2. 1946; 16 págs. en 8^. Tip. Alzóla. Las Palmas
de Gran Canaria.
Aquel frenético Miguel (Hernández, asqueado, "reventado"—como él
escribía—con el poemilla relamido y ibreve af irmalba que "la poesía no es
cuestión de consonante: es cuestión de corazón". Mig^uel Hernández, refiriéndose
a la poesía de Neruda aseguró rotundo algo en lo que entonces
^ e n el tormentoso 1936—no se reparó 'bastante: "Ésta es la especie de
poesía que prefiero, porque aale del corazón y entra en él directa. Odio los
juegos poéticos del solo cerebro. Quiero las manifestaciones de la sangre
y no las de la razón, qiie lo echa a perder todo con su condición de hidlo
pensante". Hernández, de una manera pasional, por "corazonada", marcó
la (honda escisión que entonces hoiibo en la poesía generacional; pero esto
nos llevaría muy lejos.
A tam inquietante malogrado dedica su Elogia el casi adolescente poeta
canario Juan Mederos, como antes le dedicó otra Juan Eduardo Cirlot, en
"Espadaña", de León. En grave letanía de tercetos casi siempre, desgrana
Mederos un hermo'So, un extrañamente hermoso poema fúnebre, tan lleno
de dignidad y de honda poesía que es un revelado presagio de plenitudes,
ya en la ribera primaveral de los diecinueve años:
Busco tu herida y ibusco sangre en sueño;
y 'busco un corazón desairibolado,
un roto corazón que tenga dueño.
A ti buisoo, brotado de jazmines,
de fuego y llama, de jardín y rosa.
21S
A ti buaco, culbierto de violines
el corazán, el llatito y la sonrisa.
Te busco, serafín de serafines,
corazón que se queja de la brisa.
Y olvidando tu muerte y tu momento
entre aliba y nocihe busco tu ceniza.
"Como una forma clara que tuvo roiiseñores" cantaiba el poeta Lorca
sobre el alma ausente de Sándhez Mejías; el perdido Miguel, resuelto en
voz que vuela, "que vuelas en la muerte como un ave", "va y viene com
voz de Ihierro y pluma" en tomo del mozo poeta eiegiaeo. Y la muerte
itan lejana al sermdn de sus danzas, a los denuestos melancólicos renacentista
®, a los trágicos ayes románticos! ahora es leve acento, grave
guardián angélico:
Contigo va la muerte y se encamina
y vigila y te pisa los talones,
y no te deja solo...
Bn los versos más rotundos y enteros, el poeta define lo que es par*
él Miguel Hernández. Y la etoipeya del personaje surge entre los pespuntes
estéticos de una lograda enumeración:
Eres espacio de ala que a deshora
cesa el vuelo, batido de torrente:
sólo estela de voz en mar de aurora.
Arroyo, manantial de voz rugiente.
Relámpago apresado, detenido.
Montaña sucumibida, monte ardiente.
Flor, barro, surco, río despedido.
Oh ribera juntada con ribera.
Oh río muerto, sin ribera, hundido.
Oh muerte isomadora, muerte entera;
Oh .muerto por <sa muerte a la dferSva
buscando fosa, tierra y aementera.
Oh Miígiuel, esqueleto en carne viva...
Saludamos en Juan Mederos a un feliz abanderado de la .poesía, susto
de poeta», un abril de alondras que anuncia un agosto de miseñorea.
M. R. A.
214
José IGNACIO OJEDA.—"En ruta". Poesías.
Las Palmas de Gran Canaria. Imp. España; 68
páginas en 42. Portada de Servando Morales.
Reciibimos con una dedicatoria tan elogiosa esta edición poética, que
una obligada correspondencia nos impone desde aquí el dar las gracias
por el «nvío a un autor que casi todas sus coaniposiciones las dedica a sus
amigos. Fino y conmovedor instinto es este de la amistad y muy carente
drc sensilbilidadi isería quien no respondiera a su conjuro y a los elementales
deberes de la cordialidad y la comprensión.
M. R. A.
Dacio V. D A R Í A S Y PADRÓN.—"Algunas modalidades
históricas de la Nobleza de Canarias",
en "Estatuto Nobiliario", Consejo Superior de
Investigaciones Científicas", Madrid, 1945, páginas
441-452, 42.
Auge extraordinario ha adquirido en estos últimos tiempos lia ciencia
geraealógrica. Ya el tema notoiliarío no se limita a ser una ipreocuipación de
individuos curiosos por conocer sus antecedentes de estirpe, sino que ha
surgido un obsesionante afán de crear instituciones con la única finalidad
de estudiar, con carácter científico, los temas relativos a la Genealogia y
a la Heráldica, hasta plasmar en la codificación de cuanto sobre ambas
materias hayta sido legislado. La erudita pluma de mi dilecto amigo cfl
Dr. Peraza de Ayala ha infonmado de este universal anhelo a los lectores
de Revista de Historia (1), al darnos cuenta de las recientes publicaciones
del "Instituto Argentino de Ciencias Genealógicae", jovwn oorporadóin
sudamericana consagrada exclusivamente a la investigación de aquellas
interesantes ramas de la IHüstoria, y que acaso Waya estimulado la fundación
en Lima, el 4 de ^noviembre de 1945, del "Instituto Peruano de Investigaciones
Genealógicas", centro también dedicado a los mismos estudios,
en cuya lista de Miembros CorrespoBsales figura nuestro nomibre, inimere-cidamente.
Todo este movimiiento de homenlaje y veneración al pasado familiar,
que a través de inistituciones, revistas y obras notables pone de relieve una
inquietud del actual momento histórico, sería sin duda acogido por nosotros
con alborozado júbilo »i no nos hiciera recordar los desespenantes esfuerzos
de quien ya se siente sin la reciedumbre y la vitalidad necesarias
para prolongarse en el tiempo, en el espacio y en la acción, pues no es ciertamente,
cuando la mlayor parte de los Tronos desa)parecen y los restantes
contenaplan casi impasibles, por impotentes, el fatal resquebrajamiento
(1) Núm. 70, págs. 244 y sigis.
216
de sus sillaíPes milenarios, la hora propicia para el debate que con el ilusorio
empeño de sobrevivir sostiene la nobleza después de haber hecho vo-luintaria
a'bdicaoión de sus predicamentos y sus prestigios en lias ooaaiones
en que pudo y debió luchar y haber g'anado la batalla con plenitud, con
g^loria y con honor.
Pero no hay que pensar que eS'ta renuncia a los deíberes que la privile-gilada
posición social y económica y el ilustre abolengo imponen—"nobleza
obliga"—data de época reciente, pues por lo que a España respecta a
la vista tenemos el "Diario" que encontrándose en la Península escribió
un procer lagunero, el Marqués D. Alonso de Niava, en el que »e lee que
"la increíble vileza en que ha caído la mayor parte de los Grandes... no
los recomienda a los ojos del público, que exige otra cosa de los que quieren
«er sus superiores", y copiase a continuación la sátira atribuida a Jo-vellamoa
(2):
i Es ésta La nobleza de Castilla?
i Es éste el brazo un día tan temido
en que libraba el castellano pueblo
su libertad? ¡Oh vilipendio! i Oh siglo!
Editado por el "Instituto Jerónimo Zurita", del Consejo Superior de
Investig'aciones Científicas", ha visto la luz púiblida, en los últimos meses
de 1945 el "Estatuto Nobiliario", proyecto oficial de recopilación codificadora
de la legislación nobiliairia y heráldica de nuestra Patria, redactado
por la Comisión creada a iniciativa del Rey D. Alfonso XIII, de tan grata
y venerada memoria, y en virtud de reial orden (3 de julio de 1927) del
¡usigTie general Primo de Rivera.
La aparición de este libro, de singular interés para los genealogistiais,
no puede dejar de ser registrada en las páginas de Revista de Historia,
por ofrecernos entre »ua colaboraciones un valioso estudio de nuestro Fundador
y ex-Director D. Dacio V. Dariías y Padrón (3), en que se expone
la doctrina nobiliaria, referente a nuestras isla®, dada a conocer con mayor
am,plitud, por el mismo autor, en la Memoria sobre la Genealogía, Nobleza
y Heráldica ev. Canarias, presentada al Congraso de Genealogía y He-
(2) Fol. correspondiente al 24 de noviembre de 1809. (Archivo de la
Real Sociedad Económica de Amigos del Paía de Tenerife).
(3) De acuerdo con el art. 85 de la Ley de Imprenta, con fecha 6 de
marzo de 1924, D. Dacio V. Darlas presentó una instancia en la Secretaría
del Excmo. Ayuntamiento de La Laguna, dirigida al Sr. Alcalde de esta
ciudad, para fundar un periódico trimestral, exclusivamente consiagrado a
asuntos históricos, geneatógicos, heráldicas y arqueológicos, con el título
de Revista de Historia y bajo la dirección de D. Manuel de Ossuna y Bení-tez
de Lugo. Inscrito a su nomibre en el Registro de la Propiedad Intelec-tual,
el Sr. Darlas continuó siendo propietario de la nueva puMicacióírt
hasta el número enero-marzo de 1928, en que figura como Director.
216
ráldka celebrado en Barcelona, en 1929, y que obtuvo el honor de insertarse
en el primer volumen de los trabajos admitidos.
En el "Estatuto Nobiliario" el estudio del Sr. Dariías lleva por título
Algunas modalidades históricas d<' la nobleza de Canarias, y se divide
en doce epígrafes, a saber: "Antecedentes", "Elementos de la primitiva nobleza",
"Nuevas elememtos nobiliarios", "La nobleza comerciante", "La
noibleza adquirida en Indias", "Confusa línea divisoria entre las clases sociales",
"La consideración al uso legrítimo de ciertos apellidos", "Compatibilidad
de la noblezia con uso de escribanías públicas", "Prueba plena de
hidalgruía en Canarias", "Ordinarias pruebas de hidalguía", "Principales
requisitos en el procedimiento" c "Intervención de los Cabildos en la materia".
Para el Sr. Darias, a la clase nobiliaria en Canarias, constituida ori-gdnariaimenite
por sus conquistadores y primeros pobladores, ya fuesen
peninsulaires o extranjeros, así como por los indíigenia» que en atenciófi
a su alcuTnia y servicios ganaron cartas de hidalguía y uso de blasones,
fueron incorporándose poco a poco nuevos elementos merced a lentas inmigraciones
de nobles lesipañales o de otros países, producidas por causa»
ddveraas, y al enriquecimiento de familias en el ejercicio del comercio, ora
practicado dentro del reciinto insular o en Indias.
El autor «e refiere luego al procedimdento lamti-jurídico que observábase
en aligunaa Informaciones, al probaír los promoventes su nobleza con
la del apellido que usaban sin corresponderles ipor varonía; y concretando
el ipunto esencial de su aportación'—después de recordarnos no haber
existido en nuestras ialas la distinción estaiblecida en lia Península entre
el estado nolble y el llamo, acaso por estar exentos de pechos y aJcabalais
loa vecinos del Archipiélago—, expresa: "¿Qué familias cañaríais tenían
entonces reipuitación die nobles? Las descendientes de conquistadores o pobladores
que desemipeñaran o hubiesen desempeñado cargos de Regidores,
oibteniido nombramientos de Oficiales de Milicias, fundado patronatos o mia-yoraagos,
erigido capillas, poseído enterramientos honoríficos, ostentado
armas o blasones al público, hecího pruebas de hidalguía y, ^obre tod<ff
haber sido elegidos Castellanos". Acerca de este particular insiste más
adelante y dice: "Aumque en estas islas la nobleza ocupó de hecho oaisi
siempre los puestos de Regidores, Oficiales de sus Milicias, Familiares del
Santo Oficio, etc., únicamente se rxigi'fTon rigurosas pruebas de hidaD-guití,
que nosotros sepamos, para los nombramientos de Cmtellanos hechos
por los Cabildos, así como para el cargo de Aloalde real del Puerto
de la Orotava, porque tal empleo llevaba anexo el de ser Castellano de los
fuertes de aquella ribera marítima" (4).
(4) Aun nuestros historiadores ajenos a los estudios genealógicos,
hacen resaltar el carácter eminentemente nobiliario de la elección de igo-bemadores
de las fortalezas de San Cristóbal y de San Juam en el puerto
de Santa Oruz. D. José Desdré Duigour, por citar alguno, escribe en «va
217
Los asertos y fórmulas que se consignan en el trabajo que reseñamos
hállame respaldados por autoridades de reconocida solvencia y diversidad
de documentos, y constituyen en conjunto un interesante cuerpo de
doctrina nobiliaria con relación la nuestras islas, que viene a llenar un vacío
que dejábase sentir, puesto que hasta ahora los genealogistae regionales
se habían limitado a la compilación de noticias concernientes a fiaimilias
determinadas.
El Sr. Darías merece por este valioso fruto de su perseverante y proficua
la;bor inveEtigadora la gratitud de cuantos en Canarias simpatizan
ron los estudios genealógico-nobiliarios.
Con las presentes líneas hacemos público el testimonio de la nuestra,
afectuosa y cordial.
Tomás TARARES DE NAVA
Apuntes para la historia df Sni^fn Cruz ifr Tenerife, refiriéndose a estos
dos castillos, que "Para ser lalcnide o castellano de los fuertes erigidos
por el Caibildo, era menester sor hijodalgo y probarlo: se nombrabam por
escrutinio secreto y con gran solemnidad. Así es que la primera noblt'zn
de la Isla ambieionaba esfc nomhramirntn enmo un honor insigne".
Y más adelante añade: "Estos castellanos, que haibían de ser hijosdalgo,
tenían murihas preeminencias y con frecuení'ia se les confiaba los empleos
más heterogénieos".
En nuestro opúsculo Ln Aleaidín del eastillo de San Juan Bautista,
hemos seguido tan unániíne y fundíiimentada aserción al reconocer que los
Doee Linajes que hoy pueden acreditar abolengo tinerfeño más distinguido
y remoto son precisamente .aquellos que dieron castellanos a dichas fortalezas,
a saber: Salazar de Frías, Rrnítez de Lugo, del Hoyo, Ponte, Mesa,
Valcdrcel, lAarena, Monteverde, Mnehndo, Aseanio, Perrira d« Casi-tro
y Tabares.
Este criterio nobiliario en los nombramientos de alcaides para San Cristóbal
y San Juan, ena aplicado por el Caibildo, con el mismo rigor, según
resulta del examen de sus Libros de Actas, al hacer las desiigíiaciomes
de los "seis vecinos ciudadanos de los principalea" emicaingados de elegir
el Síndico Personero ^general de Tenerife, de acuerdo con la real cédula del
18 de diciembre de 1714—vigente durante 51 años, hasta 1766—, pues tales
designaciones recayeron siempre, sin excepcaón, en caballeros |>ertene-cientes
a las más esclarecidas casas insulares, y es curioso observar que
de estas familias sólo conservan en la actualidad representación masculina
las diez siguientes que mencionaimos por el orden en que por primera
vez ejercieron la elección: Ponte (171B). Manrique de Lara (1716), Mesa
(1717), Benítez de Lugo (1720), del Hoyo (1722), Tabares (1729), Pe-reira
de Castro (1730), Monteverde (1781), Llarena (1732) y Salazar de
FVíaa (1762). Las restantes fueron: Herrera-Leiva, Lercaro, Machadoi-
Fiesco, Baulén, Castilla, Urtusáuateigui, Sanmartín, Foiweca, Romero de
Contreras, Santa-Ariza, Ceballoa, Rosell, de la Guerra, Arauz, Van Damr
me, Piaoheco-Solís, Riquel, García, Gesquier, Franco, Lorddo, Colombo,
Nava, Laisequllla, Román, Carriazo y Gallegos, todas ellas extinguidas
ya, exceptuando las de Lercaro y García (Marqueses de Casa HemKX»),
que hoy están representadas por hembras.