TRADICIÓN
El Duque del Parque-Castrillo {*)
POR KÉSTOK ÁLAMO
Este bizarro D. Diego de Cañas y Puítocarrero, Duque del Parque Castrillo
y Comandante General de las Canarias, fué uno de los palaciegos que aoonise-
Jaron al buen Rey Carlos acudir al encierro de Bayona. Más tarde, enraizado
Fernando en el trono de las agónicas Españas, el Duque isxifrió el 'bochorno de
c-ntregar—^por orden de su averiado Monarca—^la espada de Francisco I, el exquisito
amador de Dianíi de Poitiers, al fantasmón corusoante que fué MuPat,
Gran Duque de Berg.
A la entrega, vergonzosa, se opuso tenaz el Duque del Infantado que, aunque
vano de suyo y orguilloso como pocos, demostró, en este punto de ignoimi-nia,
tener algo más que cáscairas en la, mollera. Ai gesto altivo español, soltaxftn
.«US cacareos aviloaiiados Escoiquiz, y el Infante D. Antonio. Prevaleció la op'i-nión
cotorrera de estos señores y el acero galante del amigo del Aretino y
del bribonazo esipléndido que fué Cellind, se devolvió a los gabachos. Fernando,
olímpico, selló el acuerdo con una frase muy suya:
—Que le den la esipada. Demos gusto a la Familia Imperial. ¿Qué nos importa
un pedazo más o menos de hierro?
¡A esto había llegado la España que alimentó al César!
Así, «1 Duque del Parque tuvo que autorizar la restitución com su presencia.
Según el deliciosamente cominero Bermejo, fué este el ceremonial de entrega:
"En el testero de una rica carroza de gala se colocó la espada soibre una
bandeja de plata, cubierta con un paño de seda de color punzó, guarnecido de galón
ancho, brillante, y fleoo de oro, y al vidrio se pusieron el Armero Mayor Honorario,
D. Carlos Montargis y su ayudante, D. Manuel Trotier. Esta caxroza
fué conducida por un tiro de muías con guarniciones también de gala, y a cada
uno de sus lados tres lacayos del Rey con grandes libreas, como as.imismo lo«
cociheros. Y en otro coche, también con tiros y dos lacayos de a pié, como los seis
expresados, iba el Sr. Duque dd Parque, Teniente General de loa Reales Ejércitos
y Capitán de Reales Guardias de Coirps..."
(*) Del libro quie jamás se terminará: "El Obispo Verdugo. Su tiempo.
El retrato que se atribuye a Goya".
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Pecha de la ceremonia, 31 de marzo de 1808. Hora, las doce del día.
Y a Murat, el invasor tonante fué así presentado el trofeo, que debió ser sacro,
por el linajudo Marqués de Astonga.
Pasa el tiempo; no mucho. El apuesto D. Diego, al columbrar la afrenta que
sobre su patria vuelca la genial soberbia del Corso, se ofrece, sin reservas, a la
Junta Oentol d* Gobierno, y esta le entrega el mando del Ejército de Castilla.
Surgen discrepancias; D. Diego es apartado de los planos de primer luci«uento
y lo envían a las Canarias, de Comandante General, en sustitución de D. Ramón
de Carvajal. . .
Así alejado, pretendióse situarlo donde su influencia y prestigio no acarrearan
disgustos a los gobernantes. Línea de conducta esta que, hasta en tiempos
modernos se ha seguido, con vario y opuesto resxiltado.
Arribó .su Excelencia al Puerto de las Isletas-forzosainente, por padecer
Tenerife un azoro de fiebre amarilla—d 19 de diciembre de 1811. ^
En Cádiz, la fiebre tenía tangible y mortal realidad. De alia «^«^^^1* trago
tn e«te año un niño de diez, llegado a Santa Cruz a 'bordo del correo Fémx .
Como medida preventiva, quedó el Duque en cuarentena relativa en la casita
de la Virgen de la Luz. Allí fué atendido por las autoridades primeras. Y el
Conde de Vega-Grande, D. Fernando Domingo, fiel a su tr^dicaón de señorío, dio-le
allá ibanquetes y refresoos. . , j •
De la «tacita de plata... oxidada" había salido D. Diego en a decena primera
del m^es. La Ciudad quedaba exhausta. Según el andariego W B l a y n e y ,
hasta 1776 « o z ^ a la plaza del monopolio comercial con las colomas. Al gen«-a-lizarse
este comercio en los principales puertos españoles, Cádiz conservó las dos
terceras partes de él. Pero la lucha con Inglaterra lo redujo a la nada, aun antes
de la invasión francesa. En 1791, Cádiz emia a las colonias nada menos que 177
buques. ¡En 1810 España entera sólo despachó veinte navios.
Día de Año Nuevo de 1811. Y la Isla, en la ciudad, que hace su ei^trada m
ella el Sr. Doique del Parque, y no es cosa de desperdiciarla. Y como, si no nos
equivocamos, era el primer título ducal que por acá veíamos, las gentes se d^
rretían de ^usto al saberse honradas con la estancia de tamaño .personaje.
T. -x 1 „^^ fcrma. oue era descendiente directo y legiíti-
Pero se vió luego, y en vana lorma, quie ^Í<*
mo de nuestros bienaventurados padres primeros. , , , , ,,
Por de pronto, ,acá venía tajando los Arenales a bordo de un caballo orgulloso,
que prefirió al coche del Obispo Verdugo, fmam^te ofrecido La Audiencia
Real y la Santa Inquisición le escoltan con lucimiento, y en su torno, lo mas
aseado de la nobleza indígena bulle, y se ahila por el cortejo
La Puerta de Triana y las murallas, coronadas de gentes de ,posición, más
o menos temblando de apazguatada novelería. , ,_ ,
Tiene el Duque gran estampa señora (1). Alto y apuesto sobre el caracoleo
(1) En el Rastro madrileño, entre bragueros viejos y porcelanas auténticas
hemos visto recientemente un buen retrato del corajudo cabalare. Que por cierto
parece en él de mejor pasta que la demostrada por sus hechos.
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ivable de su caballo, tiene un aire de aristocrática llaneza que sin borrar jerarquías,
prende todos los afectos. Toma Triana adelante, y, siguiendo la ruta que
marca la costumbre en eistos casos, desmontó en la Catedral, y de allí, una vez
dadas gracias a Dios, pasó a ®u aloje.
Por de pronto. Palacio. Pero no el episcopal, si no el menos aparatoso diel
Regente. La presidencia de la Audiencia Real la ostentaiban—ya honoríficamente—,
los Comandiantes Generales de Canarias a partir de loa tiempos remotos de
D. Luis de la Cueva, el protector de Argote de Molina.
El acontecimiento se celebró con banquetes. Dos, ofrecidos por la Audiencia,
y el tercero ípor STI Hustrísima, Verdugo, que ya, herido de muerte, lleno de alifafes,
y san ánimos de nada, tenía muy presentes las obligaciones de su cargo altísimo
y lo que fué siempre norte de su vivir; la pompa en el trato social, unida
a una desiprendida voluntad evangelizadora.
Aprovecihó D. Manuel para el banqueteo el día de su propio onomástico, que
era el del arribo a la Ciudad; es decir. Año Nuevo.
Todo Palacio aquella tardecita era un buillerengue animado. Grandes hachas
de tea en la portalada. Sube y baja de pajes, clériígos de diverso aguajerío y fia-miliares
de toda laya. Como premio, el cocinero francés de Su Señoría Ilustrísi-ma
se esraera en el condimento de los platos más finos que allá en «u dulce patria
conociera, y que el prelado, en su magnificencia, sabe juzgar, gustándolos,
como el primero.
Dispúsose la mesa, refulgente de plata y cristalería, en el gran Salón dieil
Trono. Y allí acudieron representaciones de la mejor nata de la sociedad y elemento
oficial de toda suerte. Dairaitas denigcsas ataviadas a la francesa, con talles
altísimos y trajes adherentes, y viejas damas de la antigua Canaria, guardadoras
de vestigios venerables en sus "gros" rumorosos y en el pausado batir de
los abanicos de raso negro, y ©n los claros diamantes, temblando por chorros de
oro, y chales inmensos de enlutados encajes...
Y unas y otras, bien descotaditas, que es la moda y ha de lucirse lo mejor
que hay «n la oaea y que hay rumores ciertos^ de ser el Sr. Duque autoridad segura
en la materia.
Estos detalles, queridos peones de albañil de la Historia, no son novela. Aquí
catán, frente al descabalo sin remedio de nuestra vista, en documentos y papelonea
de la época. Y en el desenfado de esas décimas del caTiónigo Albertos, que
en el banquete dmiprovisó nueve saladas ,y otras seis, con una octava, en los dos
agasajos que el Regente y Oidores ofrecieron.
D. Domingo Albertos, era un andaluz dicharachero que hacía el gasto en las
tertulias de Vegueta, y a más, "ojito dea-echo" del Sr. Obispo, a quien aclaraiba
el humor con sus (garbosos decires y chanzonetas. Pero su esipecialidiad era repentizar
esipinelas en toda ocasión. Casi puede decirse que pasó la vida hablamos
en este metro. Y en el instante mismo de su muerte improvisó una, a vista
de ciertas pildora® doradas que el méaico Bendini le propinó, y que él muy bien
sabía que maldito lo que iban a remediarle.
Tenían las improvisaciones del clérigo andaluz gracia, picara intención política
y galantería, hasta donde sus hábitos la toleraban. Aquella noche, mientras
en la saleta la Capilla de Música aventaiba lo más ligerito de sus cuaderjKte.
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D. Dami.n.go, isaltando como linaza en tostador, ensartaba sus décimas al aim-mado
coancuipso. He aquí la primera:
¡Entre damas! ¡Qué ibelleza!
¡Qué g-arg'anitas! ¡Qué cabellos!
Dos ramilletes tivui 'bellos
no se han puesto en otra mesa.
Damas de tanta majeza,
tan gallardas y previstas
'buscando vienen conquistaisi,
y por eso, a mi entender,
ellas vienen pana ver
y tamibién para ser vistas.
Y otra rezumante de politiquera intención:
—Lograr tan buen General
se defoe a tu gratitud
y también a la isalud
que goza esta Capital.
Canaria en estado tal
dieja a Tenerife a espaldas.
Cólmiense otros de guimaidas,
que yo, como hombre «incero,
nada oon el Teide quiero
porque le apestan las faldas.
En el convite del Sr. Obispo, Albertos no - - ' J ^ ^ ^ ^ " '^"^,':,^"^^^f"
Quiso improvisar una ootajva y le resultó coja, como el lector podrá advertir sa
£sí lo quiere. Esta fué así:
Proteotor de la Iglesia y del Estado
eres, Señor, y viendo está® gustoso
a la ciudad, el clero y magistrado
jimtos, en un banquete majestuoso.
¡Oh, Jefe de las Islas! iOdi, Prelado!...
Permitidme que Heno de alboro«>
cairte en día tan grande, de misterio,
la unión del Sa^cerdocio y del Imperio.
Mientras, por la Plaza Mayor corrían fuentes de licor y vino, donde el honrado
pueblo-^ue ya exi«tía-^vivaba sus fervores y m adhesión a F«-n^ndo.
Uegó el seis de enero, festividad de Reyes. Su Excelencia recabe Corte a
las once del día, acabada la misa solemne. Y así dejó establecido el acto de recepción
para los domingos y dim de gala. Al acto, de gran cerenwoiia, dílbíaln
concurrir toda la oficialidad, castellanos, Títulos de Castilla, CJaballeros die Ordenes
y quienes por sus cargos estuviesen obligados.
Y allá fué luciendo su bastón de 'mando de Juez Subdelegado del Juzgado
de Indias, D. Isidoro Romero, que lo llevaba más derecho que una vela, ya quie
hasta cárcel le costó su privilegio por defenderlo. Y cuenta, lector, que de esos
pomposos D. Isidoro tenemos algunos hasta la hora presente, a Dios gracias.
A los días de establecido en Canaria el señor Comandante General, se tuvo
noticia en la isla del decreto de libertad de imprenta; en el entretanto, el Duque,
ttespués de jurar y hacer jurar las Cortes, ofició al Cabildo Eclesiástico para tra-taa-
de establecer parroquias nuevas en el Sur de la Isla. D. Diego recordlaJba
aquella frase de Naipoleón, el gran cínico:
—^Entre que las gentes vayan a casa de Cagliostro o a misa, es preferible
que vayan a misa...
El día 3 de feíbrero, D. Diego había hecho que la oficialidad y tropa prestasen
acatamiento al séptimo Fernando. Y así situado, comenzó su gobierno, en
espera de tiempos más serenos que lo dejaran arribar a las playas de Tinerfe,
sin temor a contagios.
Por lo jwonto, D. Diego andaba un mucho desazonado. La ciudad era un
cascarón tétrico, de aire monacal, recogido, «in risas ni diverslonesi. Y las gentes
lesquiívas, calladas ai exterior y con aire alebronado. Por obra ¡parte, Tenerife
desplegaba un océano de intrigas por lo que tuviera de residencia definitiva
en Canaria la estancia del Comandante General del Arohiipiélago.
El día de Candelaria se cantó en la Catedral, con asistencia del Sr. Obis-,
po, que abrió aquel día toda su magnificencia grandiosa, un "Te Deum" por
haber cesado, a lo que ij^arecía, la maldita epidemia de fieibre. Pero esto sólo era
apariencia oficial. Pronto iba a saberse la verdad del asunto.
Mientras, el Duque seiguía "ambiientándose" y, pese a su indiscutible absolutismo,
es lo cierto que quiso orientaír la vida local en sentido más acorde con
la realidiad de aquel minuto del mundo.
Era cosa difícil. Al saberlo, el Arcediano Viera, ya solo un manojo de nervios,
acentuó la sonrisa que tanto parecido le daba con el mismísimo Arouet.
Era difícil, .peligroso asunto, este de la renovación. Había demasiados intereses,
demasiadas prerrogativas y costumbres. La industria no existía y la agricultura
agonizaba, «in la fuerza del cultivo especial que, siempre, salvó a la
tierra en instantes amargos. Todo esto hacía la tarea ihumanaimente imposiibleí
Uno de los iproyectos que D. Diego ahijó con más fervor fué el die construcción
de un muelle por la caleta de San Telmo y San Sebastián, proyecto que daíba
tumtbos desde los tiempos paradisiacos del Marqués de Branciforte, Visorrey
andante. Y lo adelantó tanto, que aquel año mismo puso S. I. la piedra primera
de las obras.
Las igentes, como siempre, protestaban a boca chiquita. Zaherían, murmuraban,
y en sus pasos anímicos flotaba la esperanza de que la voltaria Fortuna
mirase rostritueirta a este desaforado hijo de Marte. El Duque, que ena hombre
de acción directa, tomó a quienes creía cabezas del motín soslayado y loa
envío al Hierro a que allá se entretuvieran comiendo queso y descifrando las
faimosas inscripciones.
Todo eato, unido a que la sociedad' canaria no era amiga—ni se hiaíllabla
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acostumbrada^-de saraos ni rebumbios—los Verduigos eran los únicos qTi«
entonces sostenían ^ a n tren de vida, ,pero se hallaban fuera de los primeros
planos a cau.sa de su afrancesamiento-hicieron que el Duque del Parque Cías-trillo
ipeneara en maidar ,sus penates con todo el personal q.ue había hecho _va-nir
de S ^ t a Cruz, a la fragante y volteriana Nivaria, donde le seria mas faci
'^ " ^ P L abrigaba «us dudas sobre la forma en que la Isla del Mierno le aoo-
, , •, ^ j -j • „„ rannria Todo esto le hizo escntoir a
eería, habida cuenta de ®u residencia en Canana, luuu ^
• - 1 f A „„« ID hiiücasen ñor tierras de alia mejor aco-sus
amigos peninsulares a fin de que le puscasen pui i.
modo. Pretexto: su padecimiento a la vejiga, agravado, no sabemos por que
durante «u estancia en la ciudad. Pero sus averiados interiores no le impidieron
" t ; . M r a : : r c h n ^ n e n f e organiz. ^ el P a l a .o - ^ ^ ^
espléndido a ,base de convite y sarao a la - ^ l e z a c^erpos ¿ - ; - ^ ^ ~
de di^tincién. La nieve para el gran ^¡^^^^^^^^Z^.^rse que el Duq^
los pozo« que para .guardaría poesía en l^^Cu.mbre a ^^^^^^
quería hacerla traer de Tenerife. Y el pueblo volvió a sus m
fuentes de vino, licor y leohe, en la plaza de f^']^,^Z^Tesen^<Aán de una tra-
Para el elemento intelectual huibo el - j f " / ^ ^ ¿ f f ^ , " 1 iluminación a
gedia; fuegos de Guanchía^los mejores de la Isla ^..Voi de iulio.
base de candelas en vasos y velas de oebo, en la noche del ¿ 1
El Duque supo quedar a teño con la conciencia que d « ^ " ^^ura ha de te^
ner un o l n d e de Bspa.a. Donde ' > t - chuparon n ^ o n - ^ ^ ^ ^ ^ o ^ - - ^
un gran señoi^onsumid sus ha^beres El ^ ^ ^ / f ^ o s J ^ . eomo el napo-de
dos mil ;pesos. El no pertenecía a la ^^^^ ^ ^ ^ T ^ . ^ ^ ' de beberse éí
litano Branciforte o aquel otro salteador de Casa-Cagigal, « ^ ^
aceite de la lámpara. ¡Así el poeta Ben«) le sop ó la ^ - - ^ ' ^ ^ ^ n Í ^ i i u d de
Durante su e ^ n c i a en Canaria ^'l Duque soluc.n^ la expeeter^ ^ ^ ^
los de Lan.an>te, que no ,sabían «i rendir ^^^^^ ^J^'f^^^l,^ ,pta,on ^ ^ .
de amibos lados arreciaba el viento en las tierraf del Jíuego—y i' i-meterse
al Duque y su autoridad. ayudante, D. José
D. Diego envié aM como '^"'^^^f^^. ^ L I I ' N-^^^^ ^ - ^ < ^ Mayor al
Perol, quien p u ^ en .práctica m,edios < ^ o ™ = » ' ; - aristocrático J^fe dio en la
Licenciado Bebhencourt y sigmendo la «"«^j; ^ ^ ¿ ^ . ^ J Clavijo, un .baile monu.
Villa de Tegudse, en la casona del Brigpdier D. Kaiaei yi j ,
. . . , . ,„„ _„„.,« divergentes de aquella sociedad. Co-miental,
cuyo objeto era fusionar las ramas aivci»^
, ' „ ' , r ^, ,. . • . ppyar la rnaamorra bornble que para
mo detoJle de simpatía, daremos que hizo cegar la «na
preso» de peligro temda el Castillo de San Gabnel. . , j , rv ^i
El día 3 de agoste de 1811 vi6 partir de su seno la ciudad al Duque <M
Parque. Con él iban los Jefes de Negociado que había hecho venir de Tenenfe
^ ,, 1 1..1 j 1 ^ ^>va A bordo de la goleta que lo llevalba iba
para quedar al hilo de los negocios, A ooruu " ^ ^ j , rv, ¡ÍJI-^
pensando S. E. que no había sido todo confites. Allá, en la calle del DteMato,
quitaba el fuego amenazador de la fiebre amarilla, con .^u famoso y campanudo
pleito intestino entre el protamedicato interinsular, que tanto apasionó a la joven
«opinión públioa". La epidemia-que así estaba declarada desde junio--to-mó
tal incromenito que hubo día en que se asentaron .seseota defunciones. Y según
informe de Colecturía, solamente en la ciudad de O t a r i a fallecieron dos
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mil personas, contando unos trescientos prisioneros de guerra, franceses casi
todos, y setenta frailes.
Por Tenerife, la ruta ducal asumió rumbo diferente. Había contra el Duque
de Parque-Castrillo una animadversión sorda, basada en suponerle influenciado
por el «emitir de Canaria. Pese a ello, la aristocracia y gente® de piró',
tratándose, como se tra/taba, de un comiponente de la Grandeza, procuraron eiua-vizar
ajsperezais y embellecerle la estamcia al bizarro D. Dieigo.
Cosa qiuie, por otra parte, era necesaria. Iba el Sr. Duque a.hito de las
chinohorreríaia de Canaria, de tanto bisbiseo y esquivas ibeldades y chismorreo
de toda saierte. Pero lo que desquiciaba al Sr. del Parque era el excesio de
tapiadas inaccesibles. Y en esto eran tan diferentes las hijas del ardiente Tei-de,
quie halbía quieneis las reputaban—^en las noches de holgorio de los "patios
de feíria"—, de tan dulce y amoroso acceso como las mismísámas tapadas Ji-meñas,
que en eso de derretirsie bajo el misterio de su manto y saya, en los
fuegos del Amor, llevaron siempre la palma.
A estas razones, no deleznables ciertamente, s.e aunJaban las sostenidas presiones
oficialea de las gentes de Nivaria, temerosas d« que, así como un capricho
convencional llevofles allá la sede de los Capitanes Generales, otro capricho,
no tan convemieaite, nos la volviera a tomar.
Pero es lo cierto que el clima de Las Palmas aparecía ya cansado. Y la culpa,
acaso eistuvieiria' en el ejercicio del Tribunail de la Fe y en el tufillo pavo-roso,
hermetizambe, que en su toirno esparcía. Alhí tenemos pruebas desde 17821,
en que la tertulia famosísima del lagunero Marqués de Villanueva del Píiado
tendió sus redes florida» para captar la voluntad de los señores Oidores y traspasarlos,
galaciosamente, a las hermosas llanuras de Agüere. En este año sa
dieron imstruccdoneB a D. José de Viera y Clavijo, a la sazón en Madrid, a objeto
de que cierto Wadding, agente en Corte de la tertulia, trabajara las altas
esferas del Estado en ooíisecuisión del sueño, para lo cual se contaba con' la entera
aquiescencia del Regente y Oidores, quienes, en su facilidad, habían llegado
hasta la promesa de informes favorables...
En Tenerife, las gentes de escudo y ejecutoria se derrumbaron de gusto.
Las Cleopatra» locales, columbrando a un apuesto, amoroso Marco Antonio, ear
ctidii6roin «us velos y sandalias y enviaron al maestro armero los filos y contra-filos
de suiB arma» asesinas. Mientras, el espumante Duque se prometía un opimo
verano y un confortador otoño. Ante sn> emocionado mirar se ofrecía un
conijuinto feliz. Y por si era poco aliciente el éxito en: bataillasi victoriosasi por
campos de pluina, voces sireneras vertían en sus oído» las cifras consolad^cira^
que, del Juagado de Indias, aún podían extraerse...
¡Oapri abría, insaciable, el antro de sus fauces devoradora»!
Se haiblalba de gajes, desconocidos en absoluto acá, en la tierra reooieta
ae Doraimias, pero que en Tenerife, y por derecho poco menos que divino, correspondían
al Comandante General.
Otra veaitaja, y no die las menores, era el alejamiento de toda competencia
con Tribunales jaquecosos, entrometidos, de <}ue Canaria andaba llena, y, por
tanto, ser, de h«cho, Virrey de las ^iete istias, mimado por un» sociedad fia«,
2S5
culta, y... tesbante vdteri'an,a. Ornada toda ella de títulos, blasones y jerarquía»,
y -pensando a la franc«*a, «iempre que este pensamiento no lesionara sue intereses
y distingos, como ha ocurrido siempre.
Bem,os aludido a la otrora opima mina del Juzgado de tadias que el Comandante
General ibrujuleaV^a. A estas alturas poco botín daba la dependencia.
Pero tuvo su espléndida Edad de Oro... peria^, esmeraldas y daam^ntes. En
17% una información abierta por el Santo Oficio nos dice que los fraudes y contrabando
que este Juzgado, en el comercio con América permitía, emn simplemente
esca:nd^losas. Por despachar un barco i>ara la carrera de Indias exigía
el ComaiMlante General cien pes«« oro para su bolsillo particular. Y dió^e el
caso de no admitirlos en plata, por que abultaban mucho. Y por hacer gorda la
vista, el Juzgado exigía otro tanto, en iguales condiciones.
Lo mismo pasaba con lo demá«. El propio año se da im ca«o típaco: D. Domingo
Saviñén, Doctor en Medicina, avecindado en La La,guna, adquiere dte
carrtraband(^4ioy, los castizos dirían " estraperto " - u n ejemplar completo de la
Enciclopedia, impreso en París en 1788. Constaba este ejempter, segunel informa
original que tenemos a la vista, de do«iento« volúmenes, cifra errónea, ya
que h a ^ la fecha ningum edición de la obra alcanzaba este numero de tom^.
Estos libras, y otros, habían sida traídos por una eml^cación franela
que arribó a Santa Cruz. Quiso la Inquisdción apoderarse de la obra, P^-^^^^'
viñón, hábil, hízola venddda al Marqués de Villanueva del Prado y paró a^í el
"golpe". El Marqués^a quien la cultura de Tenerife jamas P^^ara «u interés
por ella-^speraba que por mediación de su poderoso tío, el Marqués de Bajamar,
m •ai^gla^e el apunto en la Corte, simulando haiber adquirido el texto como
Director del recién nacido Jardín Botánico de la Orotava. Y a esto, con
sorna buena, decían los Inquisidores que el tal Jardín sería aéreo, porque aun no
í.e había logrado ponerlo en planta... , , ,
El Sr. Duque no quería caer así, como quiera, en este mar de cohecho y
trapisonda. Aun coleaba el feo asunto del Marqués de Casa-Cagigal y de su mi-
116T., en muebles, aderezos de casa, joyas y pedrerío. Y ello .pausaba después de
arribar a Im playas de estas islas de la Fortuní. con una mano delante y otm
detrás, y sin un cuarto, como aquella Comandante Generala, D* Rafaela de
Baquedano, Ma«,uesa de la Cañada, que en 1782 paaeaba por las plazas dfe Santa
Crua a su hija D* Encarnación, y a D» Mariana, su nuera, con _aire de amazona
bigotuda, die sombrero y manteleta. Y tan avara la buena «enora que fijó
su« horas de i^cibo en las de la mañana para ahorrarse los pocilios de chocolate,
de absoluta etiqueta es las recepciones vrespertinas.
T j-jL 1. -í • jn~.rr«o .a lfl« culta® V alcgros amstocracias die
La cosa dió harto juego y jaramia a law cuivo'o ^ &
¡ítgttere y Orataiv»... ,>.«..
Das meses largos llevaba el Duque en Tenerife. Allí gozaba, abierto de
las delicias de lo orotavense Capua y movía a Santiago y a Roma y a Guadalupe
para que anulasen su petición de traslado y el nombramiento que de sucesor
se había hecho en la persona de D. Pedro Rodríguez de la Buria, cuando este
señor, como un rayo, cayó en Tenei-ife, a donde había hecho viaje dtesde Lam-zarote.
Era en lois díaiS primeros de octubre. Pide D. Pediro que se le reconozca como
Comandante General. Con vagos pretextos riza el rizo Sü Excelencia, que
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agTiardaiba noticias de Bspafia. Pretexto visdihle, que se hallaba efeotuandio cáer-tas
oomisiiones y no ipodía abandortar el mando hasta su fiiniquiito.
Pero, ¡ya! ¡ya; No era La Buria de los que se dejaba torear, por muy Dnqus
que fuera su torero. Acopió energ'ias y se respaldó en las gentes de Santa Cruz,
cue andaban diagxisitadas co¡n el poco caso que de ellas hacía D. Diego, metido
üiemipre en saraos y convites por tierras de la Villa. Y los vecinos del Puerto
tamibién andiaban, con estas preferencias, soliviantados'.
La Buria pasó, de Santa Cruz, al Puerto de la Orctava. En 3 de octubre de
vemos en conversíuciones diplomáticas con Castrillo, situado como siempre en
la Orotava, y evitando tomar definitivas soluciones.
D. Diego no esitaba por definirse. Creía mienoscabar su airistocrático prestigio
virreinal cediendo a la absurda petición. Y con borgiana astucia ideó la
treita de resucitar la fiebre amarilla en el levantisco Puerto de la Otrotava y cercar
la población con cordoneo sanitario; y así, como quien tuesta y lleva al mo-limo—¡
cuando hay!—, separar a la oaseabelera población del mundanal comercio.
Peiro aquí de La Buiria, quien, por lo visito, era más avisiado que Lepe. Co>-
nociendo lo de la nueva Sinigaglia por el Alcalde del Puerto, Domingo Nieves
Rav«lo, como el rayo, sonriendo fríamente, ordena equipajes y gentes. Y eran las
diez de aquella noohe cuando a lomos de trece bestia® y en los brazos dtei silencio,
salió de la encerrona, sin aspjaviento visible, camino de los Realejos...
De alegre farándola se hallaba aquella noOhe—como todas—Su Excelencia.
Hanabre de saüón y limpia espuela, había honrado con sai ipnesencia el sarao con
convite y ruedapié que en su casai-palacio de la Orotava ofrecía D. Francisco de
Lugo-Viña, ¡hermano del Conde consorte del Montijo y oasi abuelo de la Emperatriz
Eugenia.
Damas con diamantes y esimeralda.«, y grandes hilos de perlas, que de todo
ello huibo sobrado en tierras de Tenerife. Entre sonrisas' y discreteos de abanico
se 'bailaiba de lo lindo. Contradanzas, rigodones y "paeipiés", por todo lo
a:lito. Lueigo, el Predicador GuzímáiTi, con su verbo regocijante, anatemaitiZ'aTía
desde el pulpito los entretenimientos. Pero, por ahora, la bola rodaba mientras
los caballeros, entre miradlas incendiarias y polvos de rapé, servíaní la» figuras.
Flores. Música. Briillo de luces por arandelas y coligajines. En un salomcito
cercano se juigaba. El jueigo del Sr. Duque centraba la curiosidad'. Los preferidos
eran el tresillo y revesiino. A vece®, con risa y algazara, D. Diego enseña
a las damas que le rodean la diversión de un juego nuevo, que él llama "Brisca
all tres", regalo sabroso en noches de dnviemo...
Casacas y chupas bordadas. Algunas pelucas a bordo de Condes y Mar-cueaes
rezagados; fraques y uniformes ceñidos. Esta es la sociedad que a Su
Excelencia place. La misma que, desde 1773, sigue con honda atención sucesos
tales como el auto de fe celebrado en la Corte contra aquel perulero heteio^
doxo que fué el giróvago CMavdde...
Esta era la escena y este el escenario. Frivolo, mundano, con linea de copete
galante en que tanto lucen y divierten los aguerridos hijos de Marte, que a
la posrtre, y cabiabajos, han de caer en brazos del Dios inapneíheneiible diel Comercio...
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Allí recibió noticias ej Duque de que, el r«ién llegado Comanda:nte General,
^se haibía escurrido por entre sus bien tendidas redes. Y al saber la parte
q,xe en ello tuvo el Alcalde Nieves Ravelo, dijo alzándose furioso, entre ter-i>
os y pataidas>: i
- ¡ A .ese Alcaldillo del Puerto he de mandarle a abarcar
, , „4-^o r,nipn lo albarda , dicen en la tie-
Pero... "una cosa piensa el burro y otra quien lo aiudí «. ,
rra. Y a quien estuvo en un tris que los tinerfei^o. ahorcaran ^ - - - ^ ^ ' ^
Exorno. Sr D. Diego de Cañas y Portocarrero, Duque M Parque-Castnllo y
Comandante Generfl de las Canarias por comi«i6n del Consejo de Regenoa...
iQuié, hermanos; este es el mundo y esta su niis.eria....
*,* *
^ ^. j • T ^ Riiria como era de justicia. Siguen
Pierde D. Di,ego su P - ' ^ - f - ^ - ^ ^ ' ^ P ^ " ; ' ; p^tó por la vergüenza de ver
roces violento, y an^argos incidentes. El Duq"e P=^ \ ^^^ l^^^ta a organi-como
Santo Cr^n. y La L a ^ n a le negaban, *;d.enna l^eg ^^^^^^
zar una marcha guerrera contra f « ^ ^ ¿^ ¿ ^ ^ ^ Cruí D. Domingo Mádan,
su axitoridad. Y a su frente iba el Alcalde de baJita orux, ^
que se haibía convertido en paladín deJ nuevo garifalte.
Y ac^bé el asunto entre ^ f ^ z a s . .i Sc^v' emp„r^er . ttíe«.i-mmi nn anní aa^«^i^ ^l^a s cos^a^s ,^d^e, ^e^s^t^e
mundo majadero! Para la metrópoli fué embarcado ei B rumiando
-.ajo partida de registro"; es decir, poco meno. que ' ^ ^ ^ ^ ¡ ^ ^ ^Z
su ilgnominia. Igual que sai antecesor, Cagigal, pero sm ei ci,
en ppenderío. j„ i s i i zarpó de Canaria® la nave
En la tarde triste del BO de noviembre de 18U ^^-^P" ,
. „ , j ,.,{„ n Isidoro Romero Ceballos, hecno uti a.i-que
a tierras peninsulares lo devolvía. D.sidoro ^^^^^^^ ^^ ,^^o
feñique ante la Grandeza de España del ^ ^ ^ l ^.^^ ^^-^^^^ 3„ ,^
miembro ée la Junta de Sanidad ha-bía - ^ o a^^'^^^^.'^'¡.sacate tamaño, como
estancia en La« Palmas, «e eriza y aspaventea, anw oesc.
clueca perseguida. ^ desp^ico Duque
Pero tod.o se paga. La Buria - a ^ P - v - s . l W s.yo, y P^_ ^^
hízole engullir hieles, instaurando ante .u ™ > c J ^ ^^
la Constitución fandanguera. Pero como «1 <>J0 de '^a^ ^^ ^ ^ p ^ ^ ^^^ ^^_
^ ^ a d ^ . que no duerme, arlos mas t ^ ^ ^ ^ - J ; ^ ^¡^ ^^¡^^,0 ^ ¿.^cvcar entre
sar por iguales apuros. Fué él. él «"'^''"«' '^";^" "^^„, ,1 ^i„„,^ régimen que el
nosotro. al Evangelio Gaéitano y como d i - ^^^^^^ a ^^^ ^f^^^ ^.^^^^^
año once llamó "grandioso y liberal sistema , el vei j j
ta.ncias, tuvo que apellidar "sistema ^ ' r c f n : r i r a T c a s a del Racione-
Bl Sr. Doique, al abandonar la Ciudad d^J^^ J ^^ ^^ ^^^^^^
ro de su Catedral, D^Dom ngo ^^ ^ ^^^¡',jj^, ,„tero, luciendo eJ vistoso
contempladc^, - - f f <»« ^ ^ - ^ ^ Te CoÍpse'atuendo q.e tante s.byugab.
uniforme de Capitán de las Guarduas ae <^ui F >
a la Reina María Luisa, vaya a saberse por qué. ,„^;„:„>,^ a^ r„
¿Sería este retrato del arrogante Duque «bra del ^pincel prodigioso de Coya,
como el de su esposa, la Duquesa, hecho más tarde .
Fuese o no obra dd sordo amigo de D. Bernardo Inarte, . a qué manos
habrá ¡do a dar este retrato, a través del siglo largo que de el nos separa?