Número 88 ^—• -~-«. — .>_^ Octubre-Diciembre de 1949
SECRETARIADO DE PUBLICACIONES DE LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
REVISTA DK HISTORIA
Director: el Decano, DR. ELÍAS SERRA RÁFOLS
Tomo XV La Laguna de Tenerife (lílaj Canarios) Año XXII
José Viera y Clavijo y la ciillura Francesa
[)or ALEJANDRO CIORÁNESCU
Después de cuanto se ha escrito acerca de la persona y de los
méritos de don José de Viera y Clavijo, no cabe ya repetir que no
estamos en presencia de un gran escritor. A pesar de su extensa
actividad literaria y de sus dotes innegables de historiador, el puesto
que ocupa en la historia literaria de su época no es el de una estrella
de primera magnitud. No queremos decir, por tanto, que parezca
justificado el relativo olvido en que la crítica dejó sepultada la mayor
parte de sus obras, pues en realidad tendría derecho a una mención
honorable en todos los campos a que aplicó su pluma.
Con todo, el interés de su obra aumenta sensiblemente, cuando
se la considera desde el punto de vista de la literatura comparada.
Si examinamos por separado cada una de sus composiciones, fácilmente
se comprobará la escasez de su valor absoluto; sin embargo,
si juzgamos el conjunto de su producción y las ideas básicas de su
pensamiento, obtendremos una imagen sorprendente del siglo XVIII
español, de los problemas que se agitan y de las soluciones que se
enfocan en él. La obra de Viera y Clavijo gana en interés, si se la
considera, más que con las lentes de la crítica estética, bajo el aspecto
de su relación con las corrientes contemporáneas, y sobre todo
con la literatura francesa, pues, como se ha dicho tantas veces, ésta
constituía entonces el modelo siempre presente, bien se tratase de
imitarlo o de combatirlo.
Sería ocioso adentrarse en el detalle de la parte que haya tenido
la induencia francesa en Españo, en el siglo que siguió a la elevación
al trono de los Borbones. Las grandes líneas del tema son ya cono-
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cidas, no sólo por los clásicos estudios de Menéndez y Pelayo, sino
también por el resumen más reciente y más particularizado de Paul
Mérimée'. Además, el caso de Viera es uno de los que ilustran con
mayor claridad una situación, ya en esta época muy general; de
manera que, sin insistir inútilmente en estas generalidades, nos proponemos
mostrar, en las páginas que siguen, que conocimiento y
qué afinidades tenía Viera y Clavijo con la cultura francesa, y de
qué forma su actividad literaria se explica mejor a la luz de las
influencias galas.
* *
Está probado que Viera conoció el francés desde su más tierna
edad, pues él mismo escribe, en las Memorias de su vida literaria,
que sus primeras revelaciones intelectuales fueron, después de los
estériles estudios escolásticos, la lectura de Feijóo, y poco después
el estudio del latín y del francés. Sería interesante saber cuáles fueron
sus profesores. Desgraciadamente, estamos hasta ahora muy mal
enterados sobre las circunstancias y las posibilidades de la enseñanza
de idiomas extranjeros en las Canarias del siglo XVIII. Sabemos sólo
que en La Orotava, y sobre todo en el Puerto de dicha ciudad, vivían
algunos franceses: entre ellos habría habido quien diera clases
en su propio idioma. Sabemos también, aunque no fuera sino por
el ejemplo de Iriarte el gramático, que el francés era considerado
desde entonces como la lengua más apta para formar la juventud;
así que no sería una excepción la circunstancia de haber estudiado
el joven Viera esta lengua, que ya poseía cuando tenía alrededor de
14 años.
En efecto, en sus Memorias mencionadas, encontramos junto al
título de una imitación de Guzmán de Alfarache, escrita a esta misma
edad, el de una tragedia inspirada por las tribulaciones de Genoveva
de Brabante. Parece increíble que un autor que en toda su
vida tuvo por costumbre escribir bajo la guía de un modelo y que
nunca voló con sus propias alas, haya compuesto, a los 14 anos de
edad, una tragedia de su invención; y así nos parece casi seguro que
se trata sólo de una traducción, posiblemente de una de las muchas
tragedias francesas escritas a base del cuento de Cérisiers. En este
caso, dicha tragedia sería la primera imitación sacada por Viera de
un modelo francés; y sabemos ya que la serie de estas imitaciones
fué muy larga.
Algunos años más tarde, cuando empezó a hacerse conocer en
La Laguna como orador sagrado, nos dicen las mismas Memorias
1 PAUL MÉKIMÉE, DP. l'influence fran^dise en Espagne au X VIH e surte,
París 1936. Véase además ANTONIO Rumo, La critica del galicismo en España
(1726-1832), Méjico 1937.
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como "versado en la lectura de los más célebres oradores franceses,
se empeñó en imitarles", introduciendo en Canarias un género de
elocuencia diferente del que ya se usaba y formado sobre el ejemplo
de los grandes predicadores de la época de Luis XIV, los Bossuet,
los Fénelon, los Fléchier y los IMassition.
Por otro lado, es sabido que esta época de la vida de Viera se
caracteriza por una participación muy activa en la tertulia del marqués
de Villanueva del lirado, de la cual fué por largo tiempo el
centro de atracción. La influencia francesa fué preponderante en
esta sociedad, como en muchas tertulias aristocráticas. Aun si Viera
no hubiese tenido afición a la cultura francesa, la brillante reunión
de Daute le hubiera obligado, sin duda, a estudiar de más cerca una
literatura que estaba de moda y unos libros y autores de los cuales
todos hablaban. De todas maneras, los tiempos de su amistad con
el marqués de Villanueva del Prado tuvieron una influencia determinante
en su formación intelectual; de manera que, al momento
de emprender el viaje a Madrid, estaba ya perfectamente enterado
de la literatura francesa del Gran Siglo clásico, como también de
las corrientes dominantes en el suyo.
Esta orientación no es, como se pudiera creer, un mero resultado
de las influencias ejercidas por la moda vigente en la sociedad aristocrática
de La Laguna. Sus amigos lacunenses no hicieron más que
ayudarle a perfeccionarse y adelantarse en una dirección que ya era
suya. Pero esta dirección no sólo no repugnaba a su espíritu, sino
3ue se le imponía como la que mejor correspondía a sus curiosida-es
y a sus exigencias.
Lo que más salta a la vista, en la personalidad literaria de Viera
y Clavijo, no es su imaginación ni su sensibilidad, sino su buen juicio,
su espíritu crítico que le sitúa en la misma línea de Feijóo. Su
curiosidad especulativa no se contenta con las apariencias o con las
autoridades, ni una opinión le parece fundada sólo por ser la de la
mayoría. En cualquier circunstancia, nuestro autor prefiere juzgar
por sí mismo y hacerse una opinión personal, desdeñando el peso
inerte de las ideas recibidas, y aceptando todos los riesgos que comporta
a veces esta osadía. Era, pues, natural que su curiosidad y su
sed de lógica encontrasen sus mayores satisfacciones en el racionalismo
francés, más bien que en la escolástica, por la cual había empezado
sus estudios filosóficos. El cartesianismo triunfante, el criticismo
brillantemente representado por Bayle y que había tenido tan
grande influencia sobre la formación espiritual del mismo Feijóo'-',
el empirismo de importación inglesa y hasta el sensualismo contemporáneo,
todo contribuía a ofrecerle una interpretación racional del
2 C. STAÜBACH, Theinfluence of Bayle on Feijoo, en «Hispania», XXII
(1939), p. 79-92.
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mundo, conveniente a su espíritu práctico e investigador. Y en efecto,
las tentaciones de la filosofía francesa, tan do acuerdo con su
propio temperamento pero tan contrarias a la doctrina oficial, dejaron
una huella muy honda en toda su actividad literaria.
Sus conocimientos en materia de literatura francesa eran ya extensos
en la época de su estancia en La ijaguna. ¡No sólo había leído
entonces a los oradores sagrados, a cuya lectura le impulsaban las
obligaciones de su oficio. Su afición para la retórica le había hecho
leer todo lo que se publicaba en el género, tan fértil entonces, del
elogio académico. A ejemplo de los pronunciados en la Academia
de Berlín por el célebre í^'ormcy. le vemos escribir en esta misma
época su Elogio de Diego Pun; más tarde le vemos leyendo también
los elogios escritos por d'Alembert, Thomas y La Harpe. Al mismo
tiempo había estudiado a fondo las obras, clásicas a la sazón, de
Claudio Fleury y de Rollin. B'leury, que había sido maestro del
duque de liorgoña, después Felipe V de España, era considerado
por Viera como el mejor guía a poner en las manos de los futuros
maestros; y se puede decir que su obra, junto a la de Rollin De la
maniere d'enseigner les Belles-Lettres, constituyen la base de su sistema
pedagógico, que merecería un estudio más detallado.
Claro es que no será posible establecer la lista de las lecturas
francesas de Viera; tanto más que, por lamentables circunstancias,
no se ha conservado casi nada de sus papeles de esta época, ni tampoco
el catálogo de los libros que poseía este hombre metódico, que
en general no perdía nada de sus menores apuntes; así que las pocas
menciones que preceden se refieren sólo a las lecturas mencionadas
por el mismo Viera, o que han dejado una huella más visible en sus
escritos pertenecientes a esta época. Algo más pudiera deducirse del
examen de su producción poética, cuya inspiración bucólico-ana-creóntica
es la de un discípulo de Florian, mientras sus epigramas
evocan, más que la imagen de un sacerdote canario, la de un La
Fare o Lattaignant:
¡Qué fortuna hubiera sido
(Como dice Pedro Bayle)
Para el hombre corrumpido
El que se hubiera metido
Eva monja y Adán fraile!
Esto hubiera asi evitado
Daños y males prolijos.
Pero, pues no han profesado,
¿Porqué, después del pecado.
No caparon a sus hij'os?^
3 Quintillas, en el manuscrito de sus Poesías, en El Museo Canario
de Las Palmas.
- - — >
;n fí;":
L
1). . l o s í ; Dií Vii-,1!A V C i . A V i . io
Poi; l'i:iii:ii!A l'.vciiKrd
297
En Madrid, como en La Laguna, vivió Viera en un medio suficientemente
afrancesado. Basta con observar que en el momento de
su llegada en la capital, el célebre conde de Aranda, amigo de Vol-taire
y de los enciclopedistas, llevaba ya 6 años en la dirección del
gobierno, conduciendo el país basta el modernismo cosmopolita y
la imitación de las corrientes de Francia. Era él, sin duda, el representante
más ilustre y más entusiasta de la inlluencia francesa; pero
no era el único que pensaba así en la corte de Carlos III, en la cual
no faltaban los marqueses empolvados y los petimetres. También el
protector de Viera, el marqués de Santa Cruz, era uno de los admiradores
de las modas europeas; y le veremos más tarde hasta ponerse
él mismo en la escuela de los científicos franceses, con el fin de estudiar
las ciencias físicas, para las cuales tenía nmy viva afición.
De esta manera, educado desde niño en la admiración de los
modelos franceses, y más tarde introducido en una sociedad aristocrática,
en la cual la imitación de Francia era una regla universal
y hasta una muestra de buena educación, Viera y Clavijo era ya
totalmente adicto a esta influencia, cuando logró visitar París. Será
fácil, pues, comprender hasta qué punto este viaje fué decisivo para
su orientación ideológica y cuan honda había de ser la huella que
dejó en su espíritu y en su obra.
La impresión que le hizo el primer contacto con la capital francesa
fué una especie de deslumbramiento, que se transparenta en su
correspondencia: "En suma", escribe por ejemplo, dirigiéndose al
marqués de San Andrés, "yo, yo mismo estoy en París desde el día
13 de Agosto, y a la verdad que echo de ver que en este mundo no
hay sino una de las dos cosas: o estar en París, o entre las mantas
de La Laguna"*. Si tenemos en cuenta el sentimiento patriótico, la
ironía, y también la calidad de lacuncnse de quien recibía esta carta,
queda evidente que los encantos de París ojiraron poderosamente
en el espíritu de Viera, desde los primeros días de su llegada.
Escuchémosle una vez más, elogiando la gran ciudad que acaba
de descubrir y la forma nueva de vida que para él representa: "Hay
mucho que decir de este inmenso pueblo, donde aunque tal vez no
4 Carta al maniués de San Andrés, de París, del 11 de Octubre 1777.
Salvo indicación especial, los textos que van citados en lo sifíuiente, casi
todos inéditos, son sacados do los manuscritos de Viera conservados en La
Laguna (Biblioteca Provincial y Biblioteca de la Sociedad Económica) y en
Santa Cruz de Tenerife (Biblioteca Municii)al). Algunas cartas do Viera están
l)ublicadas en la colección titulada Cartas familiares, Santa Cruz do Tenerife
1849, donde so pueden buscar, como también en los manuscritos, por la
indicación do su fecha. Para más detallos sobro el paradero actual de los
distintos manuscritos de Viera, vóaso A. MU.LAUKS CAHI.O, Ensayo de una
biobihlingrafía de escritores naturales de las Islas Canarias, Madrid 1932. Las
traducciones hoclias por Viera del teatro francés, y mencionadas por Millares
Cario sin indicación do paradero, están en la Biblioteca Municipal de
Santa Cruz.
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86 vea nada de nuevo, se ven todas las cosas en grande, y lo grande
admira. Protesto que no quiero que luiela a elogio la idea (]ue fonno
de París, ni que parezca ligereza de un nuevo abade empolvorado
la satisfacción que rué ocasionan inuclias excelentes circunstancias
que voy notando. Mas sin embargo, amigo, es menester confesar,
aunque español y sabidor de la historia de (]arlo3 V, que el género
humano tiene aquí el monumento más incontestable de su perfectibilidad,
esto es, de los progresos de su civilización y de su industria,
que otros no dudarán llamar corrupción, licencia, r(ílinainiento,
lujo y vida sensual. Cuánto (celebraría yo que fuese Vmd. testigo de
esta sensualidad del gusto, de esta corrupción de las ciencias, de
este lujo de todas las arles, de este reíinainiento de la sociedad, para
condenarlo después en medio de Castilla la Vieja, en cuyos lugares,
como solemos leer, en nuestra Academia, hay siete vecinos y medio,
un zapatero de vieja, veinte; pobres de solemnidad, cuatro reses
vacunas...
Este entusiasmo, ¿no es el resultado de una exageración? Y estas
reflexiones de Viera, ¿no serán, como lo apunta él mismo, expresión
de la beata admiración de un |)übre cura que llega desde la sohidad
de sus Cañadas y la quietud de su ll(!alejo a los fastos y a la fascinante
ostentaciiHi de Versalhis y del i^alais-Royal!'
Algo será legítimo en esta o[)servaeión. El (¡ntusiasmo de Viera,
y la satisfacción de llegar al centro de radiación de esta cultura a la
cual tenía tanta afición, le hicieron tal vez considerar con eierla debilidad,
por su parte, todo cuanto se refería a Francia y a su cultura.
Su espíritu crítico abandona su sólita exigencia, cuando se trata de
juzgar las cosas de Francia. Es importante notar este detalle, pues
la presencia de esta misma didiilidad constituye la mejor prueba de
la admiración caííi ilimitada que profesaba Viera para todo lo <jue
era francés.
Un caso típico de su propisnsión a la admiración encontramos en
sus relaciones con La Blancherie. Era éste un periodista francés que
nada tenía de destacado y cuyo nond)re apenas pasó a la [)08teii(lad,
uno de los miiclios aventureros del mundo literario de entonces.
Perseguido y agobiado siempre por las duras necesidades materiales,
este [)eriodista famélico había vanamente intentado enri(|uecerse ct\
las Antillas. .Al llegar Viera a París, en 1777, La IJIanclieric'' había
inaugurado, en su casa de la calle Saint-André-des-Arts, una agencia
literaria doblada por un salón de correspondencia cuyo fin debía ser
id facilitar los contactos entre los artistas y los literatos, pero cuyo
éxito fué menos que mediocre. Al mismo tienqio había dado principio
a la publicaciiin de una revista titulada and)¡ciosanu',nte, a imi-
."^.i (¡arta a (íapniany, desde l'arís, de 2!) Aíjosto 1777.
6 .Mammés (Maudo-Catlierine I'aliin-Chamnlain de la lilanelierie (17.V2-
1811).
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tación dol célebre Bayle, «Nouvelles de la République des Lettres>'.
Hal)ieiido fracasado uno tras otro todos sus esfuerzos en el campo
del |)oriodisnio y de la literatura, su nombre sería hoy totahnentcí
desconocido, si no fuera que en su ansia de cucontrar una situación,
que le había merecido el nombre de ''amaiite de las once mil vírgenes",
tuvo un momento la esperanza de casarse con la señorita
Manon Phlipon, que fué después la célebre señora Roland.
A Viera le pareció descubrir en este aventurero a uno de los
astros más brillantes del firmamento francés; así que iio pensó re-^a-tear
cuando se le pidió su luis de oro de contribución, por ser admitido
en el salón de Saint-André-des-Arts. Al escribir más tarde sus
Memorias, no poco se gloriaba el escritor canario de haber sido uno
de los prittuiros suscriptores de la obscura publicación de La Blan-cherie,
aunque de ordinario no sea prueba de mérito nuiy destacado
el suscribirse a revistas, sobre todo pagáiulolas en oro. Su amigo,
el valenciano Cabanilles, que se quedaba cu París mientras Viera
había ya vuelto a Madrid, hizo más de un ensayo para desengañarle.
Ni sus alusiones bastantes maliciosas al famélico periodista, ni
la poca regularidad de su revista, lograron borrar en la memoria de
Viera el recuerdo agradecido de los saraos literarios de París y de
los salones donde había encontrado a algunos de los escritores que
más apreciaba: a través de la bruma del tienqio y de la distancia, en
las Memorias aludidas, el pobre La Blancherie se le aparecía a Viera
tan importante como los Franklin y los d'Alembert.
Todo esto, sin embargo, no basta para convencernos que Viera
fué cegado por su francoiilia; y de pasar por alto los resultados de
su experiencia parisiense quedaría sin explicación la mitad de su
obra, y quizás la mitad que tiene mavor interés.
En cuanto a esta experiencia, todo concurría a hacerla agradable
y provechosa a la vez. Trocando desde Bayonnr su peinado español
|)or un rabat y un ])einado h la frarifaise, que fuertin su primer
descubrimiento agradable, nuestro Viera, lo nusmo que su amigo
Cabanilles, entró en la capital francesa bajólos auspicios más favorables.
Entrambos pertenecían a la comitiva de uno de los más grandes
señores de España y con él venían a alojarse en casa de otro
gran señor, el duque del Infantado. Gracias a éste y a sus excelentes
relaciones francesas. Viera fué pronto introducido en la mejor
sociedad de París, lo que le facilitó el contacto con este movimiento
intelectual que anhelana conocer.
Apenas llegado a París, el palco del Duque en la Comedie Fran-gaise
le permitió escuchar la comedia de Boutet de Monvel titulada
L'Amant hourru, en su primera representación. Por intervención
7 La revista se publicó, con mucha irreíjfnlaridad, on 1777 y on 1779-87.
Kn la Hibliotoca Nacional do París sólo so oncnontra una colección muy
incompleta.
300
del mismo Duque, el célebre d'Alembert le firmaba unos días más
tarde una invitación a la sesión de la Academia Francesa, donde
presenció, con emoción comprensible en un admirador tan devoto
de la literatura francesa, la distribución de los premios de elocuencia.
Allí fué donde vio por la primera vez a los escritores más célebres
de la época, que ya conocía por sus obras, a "los Marmonteles,
Condillacs, Thomases, La Harpes, Delilles"; y en la lectura hecha
por La Harpe de un fragmento de su traducción de la Farsalia y por
d'Alembert de un elogio académico de los muchos publicados al año
siguiente, tuvo ocasión de admirar la soltura del público, acostumbrado
ya a las obras maestras y a un gusto que todavía constituía
una novedad para un español. "Daba gusto' , escribe Viera, "ver
resonar los aplausos y los palmoteos al oír leer aquellos pasages más
elegantes y sublimes. ¡Cómo entendían, aun las niugeres, adonde estaba
toda la fuerza del pensamiento, y se adelantaban a vitorearle!"*.
Al mismo tiempo, Viera quiso aprovechar las extensas relaciones
del duque del Infantado, para acercarse más a algunos de los escritores
más conocidos de los que se encontraban entonces en París. No se
trataba sólo de un anhelo de aficionado, sino también de una obligación,
pues llevaba, por ejemplo para d'Alembert, una carta de su amigo
Capmany y un ejemplar dedicado del último libro de éste. La Filosofía
de la elocuencia. Pero en vano llamó a la puerta del filósofo, en su
habitación del palacio del Louvre, pues d'Alembert estaba o fingía
estar ausente de la capital. En su casa depositó Viera los encargos de
Capmany, pero tampoco tuvo la suerte de conseguir una contestación.
En otra sesión académica, con motivo de la recepción del abate
Millot, pudo finalmente hablar con d'Alembert y preguntarle si a lo
menos había recibido su encargo. De su relación a Capmany resalta
llanamente su descontento frente al mutismo poco cortés del escritor
francés, y, de manera más general del "orgullo literario de estos
oráculos de la filosofía del siglo, que enmudecen cuando no son preguntados
por grandes pcrsonages"", o sea cuando no es ya el duque
del Infantado quien les habla, sino un desconocido sacerdote de
Canarias, aunque lleve golilla y peinado francés.
Hay que añadir que semejante contratiempo le impidió ver al
astrónomo La Lande, para quien tenía una carta de Francisco Subirás.
Por encontrarse La Lande fuera de París, se le hizo el encargo
de la misma manera; sin embargo, en este caso tuvo contestación,
aunque tardía. La carta de La Lande se conserva aún, con las demás
recibidas por Viera, en la Biblioteca Provincial de La Laguna.
Al reservar los oráculos sus intervenciones para más solemnes
ocasiones, le fué preciso a nuestro viajero contentarse con las sesio-
8 Carta a Capmany, de París, de 29 Agosto 1777.
9 Carta a Capmany, de París, de 7 de Febrero 1778.
301
nes públicas de las Academias y con tratos igualmente útiles, aunque
de menor brillantez. Así, le encontramos presenciando la célebre
sesión de la Academia de Ciencias del 29 de Abril 1778, en la
cual Franklin fué solemnemente recibido por el ilustre cuerpo, y se
vio dormitar a Voltaire mientras se pronunciaba su propio elogio"^.
Poco antes, Viera había hecho una visita ai abate de l'Epée,
cuya puerta se abría con mayor facilidad, y se había enterado de
sus trabajos a favor de los sordomudos. En fin, su deseo de mezclarse
lo mfís profundamente posible en la vida literaria de París había
encontrado satisfacción en la amistad más o menos interesada de La
Blanchcrie, cuyo salón literario le estaba abierto toda las noches.
Allí fué donde presenció la lectura de algunas obras recientes, entre
las cuales el poema de Houclier titulado Les Alois. Además, habiéndole
pedido i.a IJlancherie algunos informes sobre el movimiento
intelectual de España, para |)ublicarlos en su revista, Viera se dio
prisa en proporcionarle, con algunas otras notas que será útil buscar
en la revista francesa, un breve elogio del libro de Capmany, que
todavía no había logrado interesar a d'Alembert^'.
Pero el provecho más seguro de la estancia de Viera en París fué
sin duda el que sacó de las clases seguidas durante el invierno de
1777-78. Como ya se ha apuntado por todos sus biógrafos, esta temporada
corresponde a las clases que siguió con Sigaud-Lafond, profesor
de matemáticas en el colegio Louis-ic-Grand y director de su
laboratorio de física, ya conocido en los círculos científicos de París
por sus estudios sobre las propiedades de los gases'". Sigaud-Lafond
daba clases de física en su casa, donde no sólo acudieron Viera y
Cabanilles, sino también algunas veces el mismo marqués de Santa
Cruz. También siguió Viera las clases de química de Sage y de ciencias
naturales de Valmont de Bomare; sin embargo, fueron las de
Sigaud-Lafond las que más llamaron su atención y le hicieron mayor
impresión.
Desgraciadamente, la estancia en París no fué tan larga como se
hubiera podido esperar en el momento de la llegada. Habiendo
empeorado la salud del joven marqués del Viso, hijo del marqués
de Santa Cruz, se decidu) repentinamente el regreso a la Península; y
se puede decir que no fué con demasiado gusto por parte de Vierai^.
En efecto, el recuerdo de París vuelve en lo sucesivo a su memoria
con la persistencia de una obsesión. Bien es verdad que tres años
más tarde, después de muerto el marqués del Viso y casado en Viena
su padre. Viera volvió con él de Austria a París, donde pudo darse
10 Carta a Casimiro Ortega, de París, de 30 Abril 1778.
11 Carta a Capmany, do París, de 7 Enero 1778.
12 Josoph-Aignan Sigaud-Lafond (1730-1810), considerado como autor
del descubrimiento de la composición del agua.
13 Carta al duque del Infantado, do San Sebastián, de 7 Agosto 1778.
302
por un rato la ilusión de encontrarse otra vez con sus antij^uas ali-ciones.
Pero esta segunda estancia no fué más que un breve paréntesis,
después del cual nuestro canario ya no tuvo otra ocasión de
salir al extranjero. Sólo le quedaba la posibilidad de viajar con la
imaginación; y de esta forma, por lo menos, parece que lo hizo muy
a menudo. A cada paso se encuentran en sus escritos alusiones a la
época considerada como la más feliz de su vida, cuando se encontraba
"en medio de los encantos de París, rodeado de las ciencias,
de las artes, de la opulencia y de la industria, conocido de los (iló-sofos,
de las damas, los señores y los artistas, solicitado de las diversiones,
los placeres, las Musas y las Gracias, pensando con los
hombres que piensan, viviendo en el país donde se vive y creyéndome
ser alguna cosa, al verme en un numdo do donde todo parece
grande y micromega"".
Cabe decir que el recuerdo de su viaje se confunde muy a mo
nudo con la idea de una vida fácil y agradable y con la de una serie
de satisfacciones materiales. Viera no se consolará nunca, por ejí^m-plo,
de asistir a su decaimiento desde el punto de vista indumctita-rio,
y de compararlo con la época de gloria, cuando "yo era todavía
un Monsieur l'ahhé bien peinado, con brillante calota y muy solemne
rabat; pero ahora no soy sino un pobre cura motilón con hopalandas:
sic transit p;loria miiridí"^^. Pero de no ser más que esto,
hubiera sido muy insignificante el resultado de su contacto con
Francia.
Viera había vuelto de este país con un cierto número de relaciones
y amistades que no le fueron de poco provecho, desde el punto
de vista de su actividad científica y literaria. Por lo visto, no había
logrado conocer a d'Alenibert tan de cerca como se ha afirmado
muy a menudo. En cambio, tuvo ocasión de ser presentado a Con-dorcet
y de regalarle un ejemplar de sus Noticias sobre In historin de
Canaria, que fué depositado por éste en la Academia de (Ciencias,
cuyo secretario era entonces. Parece que dicha Academia encargó a
Condorcet escribir al autor, felicitándole por su labor. May mención
de esta carta en la misma Historia de Cnnaria, cuyo último tomo se
publicó sólo en 178.'^. Además, se ha conservado copia de la contestación
de Viera, escrita en un francés algo vacilante, pero q>ie basta
para probar que dominaba bien este idioma'''.
Continuaron también las relaciones de Viera con La Blanche-rie.
Al momento de su regreso a España, el periodista francés le
había pedido la lista de los miembros de la Academia Española de
San Fernando. El envío de esta lista le fué hecho por Viera, acompañado
de una carta fechada en Valencia a .30 de Octubre 1778,
14 Carta al marqués de San Andrés, de Valoneia, do 10 Octubre 1778.
15 Carta a Isidoro Uosarte, de Madrid, de 31 Agosto 1781.
16 Carta a Condorcet, de Valencia, de 31 Octubre 1781.
303
pidiéndosele en cambio, para el marqués de Santa Cruz, una lista
de los socios de la Academia Francesa. La carta de Viera, también
escrita en francés, tiene la particularidad de mostrar un Viera petimetre,
al cual no estábamos acostumbrados, ya que entre las expresiones
(inales no falta la de ponerse "aux picds de toutes les demoi-sellos
fran(;aises qui cbarment votrc coeur" y cuyo número ya hemos
visto (jue era bastante importante.
Kn lo sucesivo, las relaciones entre los tíos amií^os parecen haber
quedado interrumpidas, por lo menos en lo que se reilere a la co-rrespondcncia
directa. Sin embargo, en las cartas de Cabanilles interviene
varias véceos el nombre de lia Blancberie, aunque no se hable
siempre de él con el mayor carino, lín íin, cuando, en 1784, otros
dos canarios, el JOVÍMI marqués de Villanucva del l'rádo y don Agustín
de IJéthencourt, emprenden el viaje a Francia, Viera les entrega
una carta de recomendación para el mismo l^a Hlantdierie, cuyo
nombre no se emnientra más a partir de esta fecha, excepto en las
Meinorins del escritor canario.
Fn cuanto a la traducción francesa, hecha en 1780 por un oücial
llamado IJongars", de su Kloíi^io de Felipe V, es cierto que no se
debe a la intervención personal de Viera, ([ue no conocía al traductor'**.
Fste último ¡jarece, en cambio, haber tenido algunas obiiga-cioiKís
con el duque del Infantado; así es probable que la traducción
haya sido concertada y posiblíMiiente pagada |)or éste, como tenemos
noticias que se estaba baciendo con otras obras de Viera, por mediación
de su buen amigo Cabanilles.
Por último, sus relaciones con Sigaud-Lafond no le fueron de
menor |iroveelio. I*'jl mismo marqu(ís de Santa Cruz, a quien hemos
visto siguiendo las clases de Sigaud en París, había autorizado a
Viera para qu(^ con el concurso de (ísle, le formase en su palacio
de Madrid un gabinete de (|uíinica y física igual al del profesor francés.
I*il l)uen Cabanilles sirvió otra vez de mediador. Cracias a sus
gestiones y a los trabajos efectuados bajo la vigilancia de Sigaud,
Viera pudo formarse en breve el laboratorio deseado, en el cual
inauguraba ya en 1780 unas ciases de ciencias, parecidas a las que
había |)resenciado <'l mismo en París; en ellas volvió, además, sobre
los mismos gases cuyo secreto le había sido revelado por Sigaud.
(¡orno testimonio de su gratitud. Viera no se olvidó de adornar
su gabinete con un busto del profesor. Hay más: por singular que
parezcM, Sigaud-Fafoml es la Musa que le inspiró su |>oenia didáctico
de los A Y res f¡.ros. Fsta devoci()ii y este entusiasmo poco poético
tienen mejor explicación, cuando se advierte que el poema no
17 .Ioaii-I<'riui(.'ois-Mnr¡e harón de liongars (17.')8-1820) estiivo ilospués
al soivlcio (lo José Honaparte v lleiíó hasta (>1 Í,T;U1(I de i:(>ii(íral do división
(1812).
18 Carta a Hongar.s, do Madrid, de 9 do Mar/.o 1780.
304
es sino el resumen versificado de sus experimenlos químicos, con
muy poca poesía por encima. Es verdad también que Viera no se
proponía cantar los gases, que hubieran formado un argumento
muy singular para un poema, sino facilitar su estudio a los jóvenes
señores de la sociedad madrileña que seguían sus clases: el vestido
poético era un atractivo añadido a su tratado de química, para hacer
más agradable su lectura a los alumnos poco acostumbrados a
tan nueva materia.
La misma influencia de las modas francesas y de las preocupaciones
científicas que le habían despertado sus estudios de París
explica también el interés de Viera para la aeronáutica. Los primeros
ensayos de los Montgolfier y de los Pilátre du Rosier le eran bien
conocidos, pues leerán relatados con bastante detalle por su amigo
Cabanilles, en las cartas que de él recibía con regularidad. A base
de los informes contenidos en estas cartas, y también en los periódicos
franceses que tenía la ocasión de leer en Madrid, compuso
más tarde un último canto de los Ayres fixos, para cantar los gases
que permitían el vuelo de los nuevos Icaros salidos de Francia a la
conquista del cielo. Una vez más la inspiración poética, si es que
la hay, se doblaba en él con un interés científico y experimental,
pues es sabido que Viera fué uno de los primeros, quizás el primero
que hizo volar un balón en el cielo de España.
Por medio de estas preocupaciones, científicas y poéticas a la
vez. Viera se dedicaba a prolongar en Madrid sus aficiones de París.
Pero todo esto no pudo durar indefinidamente; y al cabo de algunos
años tuvo que retirarse a las mismas Canarias de donde había
salido. La independencia de su espíritu liberal, tan abierto a las
influencias extranjeras, tan aficionado a las innovaciones como
opuesto a la rutina, parece haberle puesto en situación de apartarse
de Madrid. Todavía no se conocen bien las circunstancias que le
obligaron a tomar esta decisión; pero es claro que su vuelta a Canarias
le apareció a él mismo nada menos que un destierro.
Esta vez no se trataba ya de volver a las mantas de La Laguna,
sino de abandonar muchas esperanzas y mucha ambición, sacrificándolo
todo con una resignación que todavía comprendemos mal,
y que sin embargo Viera no se esfuerza en ocultar: "No será por
cierto Madrid la que me hará parecer cosa muy poca la Gran Canaria.
París, Nápoies y Viena, que me han hecho poca cosa Madrid,
serán las que me hagan consolar de que las Canarias no sean gran
cosa. Es menester retroceder en la posesión de las cosas, en las fruiciones
de la vida, para saber dejarla casi como se tomó. Así he pensado
pasar mis últimos días conmigo solo y en el silencio de nuestras
Islas"".
19 Carta al marqués de San Andrés, de Madrid, de 28 de Junio 1782.
305
Sólo en el recuerdo qucdíirán en lo sucesivo Jas brillantes reu-nion(;
s de París, en los salones lujosos donde los nombres más célebres
del mundo de la ciencia y del arte pasaban cada día por las
bocas de los lacayos. Cesaban al mismo tiempo las facilidades de
Madrid, dotide Viera no sólo era dueño de una de las mayores casas
de la ca[)ital, sino que tenía al mismo tiempo todas las facilidades
que podía desear para el estudio y la literatura; y tampoco esperaba
encontrar en Gran (Canaria los consuelos de la tertulia lacunense.
Cuando no queda mucho, hay que contentarse con el poco que
queda; y Viera no tendrá mayor alivio que leer de vez en cuando
los últimos periódicos de París, "oliendo todavía a la imprenta y a
las pomadas de nucíslra buena villa de París". En los libros y en las
revistas de ]<^rancia le parece que vuelve a encontrar de pronto
cuánto creía haber perdido: "listos papeles, que contienen las ideas
actuales del espíritu lumiaiio en el estado presente de sus progresos
y que las hacen género comerciable, son las que pmídcn acercarnos
en cierto modo a aquel teatro de donde nos hemos alejado y sostenernos
para que no nos arrebate del todo el turbillón de la sociedad
isleña"'".
En realidad, París se aleja más con los años que pasan. La revolución
que acaba de. estallar, ahuyentando a los extranjeros, y con
ellos a (jahanilles, ha roto el lazo más sólido que tenía todavía con
Francia. UTU) vez que ha cambiado el régimen, a favor de formas
de vida para él desconocidas, ^;qué queda del país que Viera había
conocido antes? INo extrañará, pues, su actitud algo vacilante frente
a los acontecimientos de Francia. Además, su inccrtidumbre es la
de la mayoría de los francófilos españoles del tiempo. Es posible que
haya escrito versos que son como una oración llamando la destrucción
y la ruina sobre los invasores g a l o s ' ' ; como también es seguro,
sin que haya necesariamente contradicción entre las dos posiciones,
que tuvo más de una vez ocasión de demostrar su admiración para
" e l héroe del siglo", que no es otro que "el gigante Bonaparte"*'.
Sin embargo, en tales circunstancias, el mejor método para no
perder el contacto con Francia era atenerse a su literatura, prescindiendo
de la actualidad política y volviendo a los autores ya conocidos.
Posiblemente por esta razón, el último tercio de la vida de
Viera es el más fecundo en traducciones e imitaciones del francés.
Hasta se pudiera decir que hay de sobra, considerando lo apresurado
de la mayoría de sus composiciones y el poco valor de algunos
20 Carta al maniuós Villamiova del Prado, de Gran Canaria, de 3 de
Abril 1788.
21 Uf. CAKLOS PI/AHUOSO, Nuevas curiosidades de la biblioteca de La
Lagiina,en «liovista (ie (Canarias-, 1882, p. 216-18.
22 Carta a Francisco Martín de Castro y Peraza, de Gran Canaria, de
31 de Marzo 1802.
306
de sus modelos. Parece evidente que su obra hubiera ganado en
calidad, si no hubiese dado preferencia a la cantidad.
Con todo, no hay que perder de vista que Viera es un pedagogo
y un maestro, más que un poeta. Sus traducciones no se deben tanto
al gusto que le proporciona la creación artística, cuanto al interés
de su valor educativo y al provecho intelectual y moral que se puede
sacar de su lectura. Toda su actividad literaria debe ser considerada
bajo este punto de vista, pues si se limitase el examen al mérito
artístico de creación, tal vez no merecería ésta toda la atención que
le concedemos.
* *
•
Pero antes de examinar la producción literaria de Viera y Clavijo
bajo el aspecto de las influencias francesas, no será inútil considerar
la extensión de sus conocimientos sobre la literatura francesa.
Como ya se dijo más arriba, estos conocimientos parecen haber sido
muy extensos, indicadores de una lectura asidua de la mayoría de
los buenos escritores de los siglos XVII y XVIIl. Lo que parece más
interesante es hacer constar que en esta lectura entran todas las tendencias
y caben todas las curiosidades; el espíritu investigador de
Viera y su sed de estudiar no se atemorizan nunca, por libres o atrevidas
que sean las ideas de los escritores que frecuenta.
Dada su posición de eclesiástico, se concibe haya estudiado a los
Fleury y Bossuet. También parece normal que no haya desconocido
la Histoire ecclésiastique del célebre abate de Choisy, y que haya
sabido en cuan poca estima la tenían los sabios contemporáneos;
pero no dejará de sorprender la comprobación de que el abate de
Canarias no ignoraba tampoco el detalle pintoresco de las metamorfosis
del galante académico francés, y de los disfraces a que alude
su censura de la traducción castellana de esta obra^".
En otra censura, dedicada al Tratado de la acción del orador por
Miguel de Higuera, es notable el acierto con que reconoce en el
texto español la traducción de un tratadito de Valentín Conrart.
Aprovechando la oportunidad, da además algunos datos sobre el
autor francés y sobre obras más recientes que tratan el mismo asunto;
la copia de sus indicaciones bibliográficas muestra que su afición
a la retórica se fundaban en unos estudios bastantes profundos^*.
Un español del siglo XVIII podía equivocarse respecto al auténtico
valor del descolorido Vertot; así vemos a Viera soñando "ser
el abate Vertot de las Islas, para escribir sus revoluciones"^*, cuando
23 Censura del 6 de Junio de 1777. Dicha censura, con las que siguen,
se conservan en un manuscrito autógrafo de Viera, en la Biblioteca Provincial
de La Laguna.
24 Censura del 29 de Agosto de 1781.
25 Carta al marqués de San Andrés, de Aranjuez, de 24 de Mayo 1771.
I HEMERJIfCA P. MUNICIPAl [•.
I Sania Ciii/ v '• • ¡ue I 307
su mérito de historiador le asegura un puesto más eminente del que
él soñaba. Al mismo tiempo, es singular su admiración para un escritor
como Scarron, cuyo talento de "chancearse sobre los dolores"
vemos alabado en otra carta suya^*".
De los autores contemporáneos, Viera parece conocer bien las
obras del abate Raynal, cuyas ideas revolucionarias condena por
conformismo, pero sin negar sus calidades de escritor y de historiador^'.
También está enterado de los trabajos de Court de Gébelin,
cuya lucidez admira al mismo punto que lo atrevido de sus hipótesis.
Al presentársele para censurar el diccionario mitológico de
Chompré, le parece conveniente que se autorice su publicación,
sólo con que se haga referencia, en su introducción, a los trabajos
recientes sobre Le Monde primitify L'J/istoire du calendrier, ''obras
a la verdad de selecta erudición y de pensamientos tan profundos
como curiosos", en las cuales Court de Gébelin " p r e t e n d e explicar el
cabos de la niotología, probando casi con evidencia que todas aquellas
fábulas, tan absurdas a la primera vista, no eran más que unas
meras alegorías de las revoluciones físicas y vicisitudines del Universo^*".
Así y todo, la más significativa de sus admiraciones es la que
lleva por Voltaire. Todos los rayos de Roma no parecen haberle
impedido la lectura de sus obras. Es cierto, además, que desde la
época de su estancia en La Laguna, muclias de estas obras le eran
ya conocidas; las cartas escritas a sus amigos de Tenerife comprenden
varias alusiones a Candide y a Microniegas, que parecen indicar
lecturas hechas en común-". Será, pues, tanto más interesante descubrir
en Viera, desde nmy joven y antes de haber salido de Canarias,
un admirador fervoroso de Voltaire, en una época en que el
patriarca de Ferney tenía en España una triste celebridad.
Claro es qne tras la condena del índice, ios intelectuales y los
aristócratas se permitían muy a menudo la misma libertad. No hay
tampoco que olvidar que el régimen del conde de Aranda, cuyas
relaciones personales con Voltaire y con los enciclopedistas son
bastantes conocidas, había favorecido no sólo la inlluencia francesa
en general, sino también la penetración de bis ideas liberales y progresistas
del siglo.
El mismo Viera y Clavijo se hizo cargo de esta realidad, en contacto
con la sociedad aristocrática de Madrid, donde "las máximas
de Port-Royal son ahora de moda y el bigotismo lidia con el liber-tinage".
En este medio cortesano y devoto, donde las tradiciones
26 Carta al mismo, de San Ildefonso, de 4 do Septiembre 1772.
27 Censura de la Historia de Jamayca, do 17 do Knoro de 1783.
2.S Censura de 12 de Septiembre do 1783.
29 Cartas al marqués de San Andrés, de Madrid, de 17 de Marzo 1772
y de 7 de Julio 1775.
308
nacionales se enfrentaban con las tentaciones del extranjero, en esta
corte de Carlos III, "suena el nombre de Voltaire todavía peor que
el de Judas. Sin embargo, sus tragedias corren en el teatro del Rey,
y en casa de Aranda se executó la de la Muerte de César en este
carnaval, con complacencia"''"'.
El jansenismo tardío de la sociedad española no había logrado
generalizar la condena de Voltaire y de sus obras, pues la tolerancia
de hecho hacía inútil la prohibición de principio. Sin embargo.
Viera no había esperado esta revelación para adelantarse en el estudio
de Voltaire; de manera que, cuando obtuvo^del Santo Padre la
licencia de leer cualquier libro prohibido por el Índice, esta licencia
debió haber sido retroactiva, a lo menos por lo que se refería a las
obras del amigo de la marquesa Du Chátelet.
Más tarde, la estancia de Viera en París coincidió con la vuelta
a la capital del gran escritor, que vivía desde largo tiempo retirado
en su propiedad de Ferney. Para sus numerosos admiradores fué
esto u n acontecimiento de importancia, que ocasionó varias manifestaciones,
cuyo eco se reconoce en una carta contemporánea de
Viera.
"Ha vuelto a París", escribe éste a Capmany, "al cabo de 27
años de ausencia, el Néstor de la literatura francesa; vuelve como
Sófocles, para dar al teatro, a los 8.'3 años de su edad, una nueva
tragedia [la Irene], que se representará pasado mañana por la primera
vez. Mucha parte de la Corte y de la villa, hombre y mugerea,
se han puesto en movimiento por ver y visitar a este fenómeno fdo-sófico
del siglo XVIII, de quien nuestros expurgatorios hacen feliz
memoria a cada paso. Luego que llegó, quiso ensayar a los actores
su tragedia; mas se acaloro tanto, que le sobrevino una hemorragia
por la boca, de que hubo que morirse. Dicen que está mejor, y yo
no añado más sobre este curioso artículo, por ser Voltaire. con
razón, materia prohibida para nosotros"''^.
Es admirable este "con razón ' dirigido al secretario de la Real
Academia. Pero si hay obras que eran prohibidas "con razón", en
España, entre ellas contaba sin duda la célebre JJenriade, cuyas ideas
30 Carta al marqués de San Andrés, do Madrid, do 21 do Marzo 1771.
Otro Canario, don Bernardo de Triarte, había traducido en 1765 la tragedia
Tancréde de Voltaire; pero parece que fué obligado recoger los ejemplares,
a pesar de haber sido publicada su traducción bajo los auspicios del mismo
conde de Aranda. Cf. VIKKA Y CLAVI.K), Noticias de la historia de Canari,as,
Santa Cruz de Tenerife 1858-63, vol. IV, p. 528, y DtHOO M. GIIKÍOU COSTA,
El Puerto de la Cruz y los Triarte, Santa Cruz do toiiorifo 1945, p. 150. Sobro
la influencia de Voltaire en España, véase también (ÍF.RHARD MOI^DENHAUKU,
Voltaire und die spanische Bühne im XVTHJahrhundert, en «Horlinor Roitraffo
zur romanischen Philologie», I (1929), p. 115-31; C. QUAUA, Voltaire S tragic
art in Spain in the XVIIlih century, en «Hispania», XXII (1939).
31 Carta a Capmany, de París, do 7 de Enero 1778.
sos
y estructura contradecían a la vez el sentimiento nacional y el sentimiento
católico de loa españoles. Sin embargo, he aquí la opinión
de don José Viera sobre este mismo poema, que había de traducir
al español algo más tarde, en el año de gracia 1800:
y tú, rival del Tasso,
Cantor del gran Enrique,
Cuya Musa filósofa
Dejó arrobado el Pindó,
Sabed que son eternos
Vuestros egregios ritmos,
Pues mientras nascan hombres
Habrán de ser leídos^^.
En efecto, allí residía el peligro de las lecturas para un hombre
como Viera y Clavijo. En sus concepciones de persona práctica y
metódica a la ve/, la lectura seguida por un juicio favorable, llamaba
detrás de ella a la traducción o a la imitación. De otra forma,
¿para que serviría un libro, cuya enseñanza no se puede comunicar
a los demás? El cuidado permanente de enriquecer los conocimientos
de sus compatriotas es el primer estímulo de la actividad literaria
de Viera; y más de una vez, sus admiraciones literarias tomaron
la forma de versión castellana.
Ya en Aranjuez, durante el verano de 1771, la contemplación
prolongada de las costumbres de la Corte, con todas sus vanidades
y sus pequeneces, le había conducido a ciertas reflexiones bastante
desagradables para sus contemporáneos, y que luego comunicó a sus
corresponsales de Canarias. Al mismo tiempo, acordándose de la
V* Sátira de Boileau, en que el poeta francés se divertía a costa de
una aristocracia ociosa y presuntuosa, se puso a traducirla, a pesar
de la crítica violenta que representaba contra la sociedad que, todo
bien mirado, le hacía vivir. En esta aristocracia que pasea por las
calles de Aranjuez sin saber en qué emplear su tiempo, él no ve
más, como su modelo francés, que su perfecta inutilidad y BU orgullo
inconmensurable:
Mal haya el día en que las gentes vanas
Trataron mal nuestras costumbres sanas
En el tiempo feliz que la inocencia
Daba sólo el honor y la excelencia...
Mas llego a ver, con sentimiento doble.
Hecho el honor villano, el vicio noble
Y que el orgullo atroz, para ser algo,
Domina al mundo a titulo de hidalgo.
32 Canto del sentimiento, en las Poemas del manuscrito de El Museo
Canario.
»10
Hoy, añade el poeta, los mismos títulos cuentan menos que el
dinero. Un noble sin dinero no será nunca bien venido en la corte,
mientras que cualquier extranjero advenedizo que tenga dinero,
aunque su nombre
Cometa sea de ayer, dirá que es astro
De antiguos brillos Solazar de Castro.
Esta traducción no se publicó nunca. Sin embargo, la razón debe
buscarse menos en la violencia de su sátira, que en el liecho de ser
su autor todavía poco conocido y de no serle muy fácil hallar editor.
Efectivamente, de la misma época datan otras composiciones suyas,
que también quedaron inéditas, aunque de un tono más sosegado.
Entre estas obritas contamos una traducción do la Apología de las
mujeres de Pcrrault, largo sermón versificado cuyo único interés parece
estribar en la circunstancia que ocasionó la versión española,
8Í ésta se debe, como lo imaginamos, a la intención del marqués de
Santa Cruz de casar a su hijo y alumno de Viera, el joven marqués
del Viso. También parece pertenecer a la misma época la traducción
de la anacreóntica de Blin de Sainmore titulada Los Sentimientos
afectuosos, de la cual no hemos logrado encontrar ninguna copia, y
cuyo original es una de las mil producciones idílicas de descolorida
abundancia, que salieron en las huellas de los Gessner y de los
Florian.
El teatro parece haber sido uno de los primeros descubrimientos
hedios por Viera en París. De todas formas, de esta época data su
interés por la producción trágica de La Harpe, tanto más que una
de estas tragedias. Les Barmécides, había sido representada por
primera vez en 1778. Con este motivo parece que hubo una discusión
literaria sobre el valor de la obra, en la misma casa del duque
del Infantado, en la que el duque de Braganza fué quien más criticó
a La Harpe^*. Hay que añadir que su opinión respondía a la de la
crítica francesa en general, pues la tragedia de La Harpe, como sus
demás composiciones dramáticas, no había sido bien recibida ni por
el público, ni por los periódicos. Con todo, ya se había despertado
la curiosidad de Viera; apenas volvió a Madrid, cuando pidió a su
amigo Cabanilles que se le enviase el texto publicado de Los liarme-cidas,
en que quizas le habían interesado las preocupaciones políticas
y la declamación liberal, en el gusto del teatro de Voltaire.
Después de establecido definitivamente en Gran Canaria, tuvo
en fin tiempo de volver a ocuparse de esta tragedia, que tradujo por
33 Carta al duque del Infantado, de Valencia, de 6 de Noviembre 1778.
Véase, para las condiciones generales de la influencia del teatro francés en
España, CHARLES B. QUALIA, The voguc of decadcnl Frcnch tragedies in Spain
1762-1800, en «Publications of the Modern Languaífe Association», LVIII
(1943), p. 149-62.
811
entero en 1795. Difícilmente se comprenderá aliora por qué razones
se decidió a emplear su tiempo en un trabajo que interesaría muy
poco al lector de nuestros días. El asunto es complicadísimo y la
tramoya melodramática como en la mayor parte de las tragedias de
la decadencia postclásica. Se trata de la historia del vizir Barmecida,
quien el califa llarun al Rachid ha condenado a muerte y que, sin
embarco, ha sido salvado, sin que nadie lo sepa, por intervención
de un criado liel. El propio hijo de Barmecida llega a ocupar el
puesto de vizir; y al conocer su ilustre origen y el crimen del califa,
entra en una conspiración, cuyo objeto es el asesinato de éste, con
el propósito de vengar a su padre, de quien nada sabía antes y a
quien considera ninerto desde largo tiempo. Estos proyectos son contrarrestados
por la intervención del mismo Barmecida, que vuelve
para salvar la vida de quien ha ordenado su muerte. El interés se
pierde entre los mil rodeos de una acción muy embrollada. En realidad,
se trata de una tragedia política, destinada a hacer resaltar el
drama interior del viejo ministro, injustamente condenado por un
amo a quien admira, y que sin embargo lo proteje contra una conspiración
dirigida por su propio hijo, porque se da cuenta que no
debe confundir sus disgustos personales con el interés del Estado.
Posiblemente este tema es el que más había interesado a Viera; sin
embargo, es el que menos se nota en su traducción.
( asi lo mismo se pudiera decir de su otra traducción de La Har-pe,
que es la de la tragedia del Conde de Varvik (1795). El asunto
está sacado de la historia de Inglaterra en la época de la Guerra de
las Dos Rosas. En resumen, es el drama del capitán a quien solicitan
al mismo tiempo su deber de soldado y su sed de venganza contra
un rey injusto y desagradecido. Como siempre en las tragedias de
La Harpe, el deber cívico es el que vence, sin que lo generoso de
tal sentimiento baste para sostener el interés de la acción.
Continuando su tenaz campaña de traducciones, de las cuales
ninguna ha visto todavía la luz pública, Viera tradujo en 1800, iino
tras otro, ./unió Bruto de Voltaire y Mustnfa y Zeangir, tragedia en
la cual Cliaiiifort refería la muerte del hijo del gran Solimán, a consecuencia
de las malas artes de su madrastra, la célebre favorita
.Roxelana''!. Al año siguiente le vemos traduciendo la tragedia de
Escipión Maffei, La Merope. Se trata, esta vez, de una obra italiana;
sin embargo, es cierto que su atención había sido despertada por la
lectura de Voltaire, que tiene también su propia Merope, influida
por la del autor italiano y muy a menudo comparada con ésta-''^.
En lin, en los últimos años de su vida, conseguidas la quietud y
34 Cf. AI,. OIOHANKSOU, La SoUanc de Gabriel Boutiin et ses sourccs, en
«Ralcania., Vil (1944).
35 l'lKKKK KouRNiKK, Essain sur la Merope du marquis Scipcion Maffei
et de Maric-Arouet de VoUaire, Sassari 1905.
312
la serenidad de los clásicos, es interesante ver a Viera y Clavijo
dedicándose a la traducción de dos obras de Racine, Mithridate y
Berenice (1812). Esta vez, la elección fué más inspirada; y éstas
parecen ser, entre todas las traducciones de Viera, las que merecerían
ver la luz de la imprenta. Claro es, como ya se ha dicho, que no
hay que buscar en ellas una inspiración poética, que no fué nunca
la calidad dominante del traductor; tanto menos en esta última producción
de su pluma, un año antes de su muerte, cuando ya no le
ayudaban mucho las Musas, que, como lo dice con gracia él mismo,
"son mozas, y por lo mismo desdeñan a los que ya no lo son''^'». Además,
para expresar las calidades musicales del verso de Racine,
haría falta algo más que el endecasílabo blanco por el cual Viera
despacha todas sus traducciones. Sin embargo, las de las tragedias
de Racine tienen mucho mérito, por la corrección, la elegancia y la
fidelidad, que las hacen susceptibles de servir todavía al estudioso
y al aficionado a la buena literatura.
Al lado del teatro y todavía más que él, el poema didáctico fué
una de las pasiones literarias de Viera. Esto se explica no sólo por
influencias de la moda francesa, que había producido en la segunda
mitad del siglo un número tan grande de poemas didácticos de tan
reducido relieve; sino también por las inclinaciones del espíritu
del autor, cuyas intenciones pedagógicas hemos tenido ocasión de
señalar. El genero de la poesía didáctica respondía de la manera más
natural a su concepción de la misión de la poesía en general; y esto
basta para explicar por qué tan a menudo empleó esta forma poética.
La más antigua de sus traducciones de esta clase, parece haber
•ido la del poema de La Religión de Luis Racine. Seguramente la
versión de dicho poema es anterior al año 1778, pues el traductor
dice en su prólogo que el marqués de Viso vivía aún cuando él concluyó
su obra. Esta quedó desde entonces preparada para la impresión
y presentada a la censura. Examinada por los capellanes de San
Isidro de Madrid, se le tributaron elogios por la calidad de la obra
y de la versión, aunque se le hizo al mismo tiempo la recomendación
de incluir en el texto las notas que le acompañaban en francés
y que parecían al censor de gran provecho moral e intelectual.
Por no estar de acuerdo con este punto de vista, o por no haber
tenido tiempo para realizar en seguida el deseo expresado por sus
censores, o por cualquier otra razón. Viera no se preocupó más de
este proyecto, hasta que, al llegar a Canarias, tuvo tiempo para traducir
las notas que se le pedían. Su manuscrito así completado se
encontraba ya en las manos del impresor Blas Román de Madrid,
cuando se publicó, con gran sorpresa y no poco disgusto de Viera,
36 Carta al marqués Villanueva del Prado, de Gran Canaria, de 25 de
Julio 1789.
r— [ •;NII;ÍPAI
.^
I). JOSÍ: l)K VlKRA Y Cl.AVI.H)
(iUAHADO l'OH l'KMKO 1 loüTK lOSA
I). JOSÍ: l)K ViKRA Y Cl-AVI.K)
I'OI! OSSAHAIIKY, ('AI'KDUAL l)K ( JANAUI AS
SI 8
Otra traducción del mismo poema, hecha por Romanilles. No poco
extrañaba al poeta canario el ver que-se acordaba el visto bueno
para la impresión, por los mismos censores que habían autorizado
su propia traducción, y que sabían que ésta última estaba ya para
imprimirse.
Posiblemente todo esto tenía alguna relación con los demás disgustos
y conílictos de Viera con la censura a la cual había pertenecido
él mismo; y no es imposible se trate de una pequeña venganza
de quienes no quedaban muy satisfechos de la forma en que Viera
había cumplido su misión. De todas formas, la traducción de Romanilles
no había logrado desanimar a Viera, que se preparaba, a pesar
de ello, a imprimir su propia versión, cuando de pronto se le anunció
de Madrid que acababa de salir otra traducción más del poema
francés, debida a un tal Bernardo de Calzada. Este nuevo acontecimiento
le decidió a renunciar a su propósito y hacerse devolver
el manuscrito enviado al tipógrafo"'.
Sería inútil insistir sobre el poema del hijo del gran Racine, que
fué una de las obras más leídas y más conocidas del siglo XVIll, y
de las que tuvieron mayor número de ediciones. La traducción en
español no representa mayor dificultad que la de todas las empresas
del mismo género; y hay una prueba de esto en la circunstancia que
tres traductores españoles habían pensado en ella casi al mismo
tiempo. Sin embargo, a Viera le pareció conveniente contentarse,
una vez más, con una versificación sin rimas, pretextando que de
otra forma hubiera sido "empresa insuperable a la verdad, si se intentase
transformar el verso francés alejandrino en nuestro riguroso
endecasílabo rimado; pero trabajo de pura diversión y descanso de
mayores tareas, si sólo se contenta el amor propio del poeta con
una especie de simple romance histórico, cual es el que ofrecemos
al público".
Ya hemos tenido antes oportunidad de hacer mención de su otro
poema didáctico, de los Ayres fixos, y de las circunstancias de su
composición. En el diario del viaje de Viera a Francia se encuentra
el relato bastante detallado de las clases seguidas por él en el laboratorio
de Sigaud-Lafond; pero no se había notado todavía que este
mismo resumen ha servido de base a la composición del poema, en
el mismo orden y con los mismos particulares"*.
El primer canto trata de la preparación del gas carbónico, por
el contacto del ácido sulfúrico con calcio, v de las calidades de este
37 Carta a Pedro Lozano, bibliotecario del marqués de Santa Cruz,
de Gran Caniu-ia, de 13 de Enero 1787
38 No parece que Viera liaya sabido, al publicar su poema, que Sigaud-
Lafond acababa de publicar en I'aris un Essai sur les diffcretites especes d'air
fixe (1799), que contiene toda su doctrina y sus experiencias acerea de los
9U
gas, según resultaban de las experiencias de Sigaud-Lafond. En el
segundo se presentan la preparación y las propiedades del gas inflamable,
que hoy llamamos hidrógeno, con una nueva teoría, basada
sobre su presencia, de los truenos y de los terremotos. El siguiente
habla del gas nítrico o ázoe, y el cuarto del "aire desflogisticado
puro", o sea el oxígeno, como también de un gran número de otros
gases menos importantes o menos estudiados. A este cuarto canto,
que era el último en la edición de 1780, el autor añadió al año siguiente
otro dedicado a los gases vegetales, sobre los cuales habían
llamado su atención los experimentos de Ingenhousz, a quien había
conocido personalmente en Viena^". En fin, un año después, un
sexto cauto completó el poema: el tratado de los gases empleados
en la aeronáutica.
Los cuatro primeros cantos del poema son imitación directa, si
no de un modelo poético, de las clases de química seguidas por el
autor en París. Pero no se puede decir que Viera tenía el propósito
de ocultar sus fuentes, pues su invocación va dirigida al mismo
profesor que le había revelado el secreto de los gases:
Ven tú, Sigaud, ven tú, maestro mío,
Y pues con tus exemplos y lecciones
Me enseñaste a oolar tal vez con brío
Por estos nuevos ayres y regiones,
Tú solo debes ser la sabia Clío
Que temple el plectro y dicte mis canciones,
Para que pueda con cincel robusto
Esculpirlas mi amor bajo tu busto,
es decir, en el laboratorio madrileño del marqués de Santa Cruz,
donde dominaban, con su busto, el espíritu y el recuerdo de Sigaud.
Otro poema, dedicado a La Elocuencia, no vio la luz durante la
vida del autor*". Se trata otra vez del resultado del entusiasmo parisiense
de Viera, pues no es más que la traducción del poema con
el mismo título, publicado por La Serré en 1778, cuando Viera se
encontraba en la capital francesa*'. Además, él mismo reconoce que
su interés por dicha obra fué despertado por el elogio que de ella
había hecho Marmontel en «El Mercure de France».
39 Johann Ingenhousz (1730-1799), holandés por su origen, se encontraba
en Viena como médico de la familia imperial, cuando Viera vino a
esta ciudad, en la comitiva del marqués de Santa Cruz. Publicó varios trabajos,
en inglés y en alemán, sobre todo acerca de la actividad respiratoria
de las plantas.
40 Hay una edición publicada en Las Palmas, en 1841: La Elocuencia,
poema didáctico en seis cantos.
41 JEAN-ANTOINK DE LA SERUE (1722-82), profesor de elocuencia en el
Colegio de Lyon, autor de L'Eloquence, poemc didactique en six chants, Lyon
1778.
315
Esta vez, la traducción representaba efectivamente un problema
más delicado, pues, como lo dice el prólogo del traductor, no era
fácil "acomodar al gusto español una obra de retórica que por todas
partes no me presentaba sino alusiones francesas y exemplos de oradores
franceses". En efecto La Serré partía, como era natural, de
las realidades francesas y se refería siempre al ejemplo de los grandes
escritores del siglo clásico, circunstancia que quitaba todo el
interés de la obra para el lector espafíol. Para acercarse más a su
comprensión hacía falta adaptar el poema a las condiciones de la
literatura nacional. La empresa no era fácil; sin embargo Viera se
propuso efectuarla, después de establecido en Gran Canaria, "en el
retiro de una isla donde hay sobrado tiempo que desperdiciar y
donde, si no se cultiva la imaginación, insensiblemente se hace
agreste".
Su labor le ocupó dos meses y medio del año de 1787, es decir,
mucho más de lo que concedía de costumbre a tales trabajos. Así y
todo, el resultado, que parece haber sido muy a su gusto, no responde
a las promesas del prólogo. El lector español está obligado a
escuchar el elogio de un gran número de autores franceses que posiblemente
no conoce. Los pocos nombres españoles añadidos por
Viera, como, por ejemplo, algunas menciones Breves de Cervantes o
del Padre Isla, sólo aparecen, sin más particulares, cuando se trata
de evocar la idea de gran escritor en general. En fin, a los nombres
de Corneille y Racine, considerados como los mejores poetas trágicos,
Viera añade el de Metastasio; y con esto acaba la serie de las
transformaciones que introdujo en el texto original.
Claro es que esto no basta para facilitar la lectura a un público
español. En cuanto a la calidad poética de la traducción, se pueden
aplicar muy bien al mismo Viera los versos traducidos por el de La
Serré, pues cuando habla de la frialdad de ciertas composiciones
didácticas, pensamos en seguida en los Ayres jixos u otras composiciones
del mismo tipo:
Filósofos que en amplios raciocinios
Con el compás medís voces abstractas,
Vosotros no me dais sino instrucciones.
Cuando era menester que me animarais.
Más necesito yo sentir las cosas
Que conocerlas, y en las doctas tablas
Donde pintan verdades y virtudes
Haced que me interese el estudiarlas.
No me iluminéis, sólo enternecedme:
No me basta pensar, querer me falta.
Tal actitud era natural en La Scrrc, cuya reacción es la de un
"hombre sensible" como todos sus contemporáneos, que conceden
al sentimiento una importancia por lo menos igual a la de la razón.
3M.
Siguiendo sus huellas, Viera se propone el mismo ideal estético, no
sólo porque se lo impone su modelo, sino también porque él mismo
sufrió la inñuencia del pensamiento contemporáneo, que ensalza el
estado de naturaleza, la ingenuidad de los sentimientos y las virtudes
de la ternura universal.
No es difícil darse cuenta que Viera hizo esfuerzos para insertarse
en esta visión del mundo, que fué la de los Gessner y Delille,
después de haber sido la de Rousseau. Más de una vez se encuentra
en sus escritos la busca del sentimiento y de la expresión sentimental.
El estilo "sensible" de Raynal le enternece, y en la traducción
de la Eneide emprendida por Iriarte le gustaría encontrar "la imaginación
de Virgilio, el fuego, la filosofía, y aquello que llaman los
Franceses sentimení^^^. Sin embargo hay mucho de teoría en la
aplicación. Además de no tener el corazón tierno y la facilidad de
soltar lágrimas de los zagales de Florian, los mismos asuntos que
escoge Viera para sus poemas didácticos no parecen ser los más
propios para mostrar su afectividad y su ternura. Sería difícil obtener
semejantes efectos a base de una exposición de la química de
los gases, por ejemplo. Posiblemente el autor pensaba acercarse más
a esta especie de efectos poéticos, cuando se propuso cantar Las
Bodas de las Plantas^^; pero también en este asunto, el más gracioso
y el más comunmente invocado entre cuantos ofrece la poesía universal,
su exageración cicntificista paraliza sus intenciones.
Tampoco será fácil enternecerse cuanto lo quiso el autor, sobre
un poema consagrado a Las Costumbres (1795), a pesar de que su
objeto es la felicidad de la vida patriarcal. En su prólogo, el traductor
reconocía que el poema no era más que la versificación de una
obra de Servan, abogado al Parlamento de Grenoble*^. "La execu-ción"
añade Viera "na sido obra de pocos días; por tanto no crea
el lector que yo le atribuyo otro mérito que el de una occurrencia
feliz, ni que aspiro a otro lauro que al de facilitarle en nuestro
idioma la flor de aquel tratadito francés". Será, pues, excusado decir
que su parte de contribución personal queda tan reducida como
en los demás poemas suyos. Sólo el tercer canto abandona el camino
que le enseñaba el tratado de Servan, pero no para aventurarse por
vías incógnitas, sino para intercalar la imitación versificada del capítulo
de las Aventuras de Telémaco que relata las costumbres jurídicas
de la Bética.
42 Carta al marqués Villanueva del Prado, de Gran Canaria, de 23 de
Octubre 1788. Véase también el citado Canto del sentimiento, en el tomo do
Poesías manuscritas de El Museo Canario.
43 Las Bodas de las Plantas, obra postuma de D. J. VIERA Y CLAVI.IO,
Barcelona 1873.
44 AifTOiWE-JosEPH-MrcHEL SERVAN (1737-1807), autor do un Discours
sur les moeura, Qrenoble 1767.
317
Entre los numerosos poetas didácticos franceses, Delille parece
ser, con justicia, el que más le interesó a Viera. También había tenido
la oportunidad de ver en París a este poeta; pero en este caso
su admiración está más justificada que en el de La Blancherie. El
caso es que si hay entre las producciones didácticas de este tiempo
algunas que^merezcan que se les sacuda el polvo, serán sin duda las
de Delille. Este tuvo las dos calidades más raras en el género didáctico,
la sensibilidad y la musicalidad; aquélla logra animar más o
menos el cuadro inmóvil de tales composiciones, mientras que la
última añade loa colores al movimiento. La superioridad de sus poemas,
comparados con la abundante producción contemporánea, y
el éxito que tuvieron en Francia, explican por qué Viera tradujo
dos de sus obras.
El poema español Los Jardines data de (1790)*^. Parece que Viera
fué estimulado a emprender esta traducción por una conversación
con Jovellanos, quien le había expresado su gran deseo "de que
hubiese quien pusiese en verso castellano dicha preciosa obrita;
y me parece" añade modestamente el traductor "que respecto al
poco tiempo que consumí en este trabajo, pues no excedió del mes
y medio, y que lo tomé por pura diversión, no ha salido tan despreciable"".
Aunque nosotros no compartamos hoy tan favorable opinión,
parece que algunos de sus contemporáneos estuvieron de acuerdo
con ella. Una copia manuscrita de la traducción fué presentada por
Viera a su protector, el marqués de Santa Cruz, y es probablemente
la q^ue se conserva hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid. Otra
copia fué entregada a Cabanilles, para ser presentada al duque del
Infantado. Por ser el asunto tan parecido a sus propias preocupaciones
de botánico, el poema gusto sin duda a Cabanilles; en cuanto
al duque, estaba tan favorablemente dispuesto hacia el poema y 8u
traductor, que se proponía imprimir a su costa el primero*'. Pero
este proyecto no se realizó, por razones que desconocemos.
Sin embargo, la circunstancia de no encontrar en seguida la posibilidad
de asegurar a su producción literaria la difusión por medio
de la imprenta no desanimaba mucho a nuestro escritor. El éxito de
sus empresas literarias le importaba menos de lo que se pudiera
45 A. MILLARES-CARI<0, Ensayo de una hio-hihliografía de escritores natu-rálea
de las islas Canarias, Madrid 1932, indica la fecha de 1781. Sin embargo,
en la Advertencia del traductor, al principio del poema El Hombre en los campas,
escribe Viera: "Yo había traducido en 1790 el otro bello poema suyo de Los
Jardines". En 1792, cuando se presenta el manuscrito de este poema al duque
del Infantado, se trata evidentemente de una producción reciente del
traductor. La copia de la Biblioteca Provincial de La Laguna lleva la fecha
1796; pero no se trata de un autógrafo.
46 Carta al marqués de Santa Cruz, de Gran Canaria, de 2 de Mayo 1791.
47 Carta a Cabanilles, de Gran Canaria, de 9 de Abril 1792.
318
pensar. Sabemos además, que se aplicaba a sí mismo, quizás con
demasiada complacencia, el precepto de Propercio:
in magnis et ooluisse sat est,
que casi había llegado a ser su divisa.
Así pues, cuando el marqués de Villanueva del Prado le envió,
diez años más tarde, un ejemplar de la última producción de Deli-lle,
Les Géorgiques Frangaises^^, nuestro autor comprendió muy bien
la invitación que se le hacía indirectamente, y tradujo casi inmediatamente
el nuevo poema, procediendo, como siempre lo hacía,
"con aquella juiciosa libertad que es indispensable si se quiere que
una poesía francesa salga en español más fluida, más concisa y en
algunas cosas más perfecta".
Difícil sería examinar en qué consiste esta superioridad del traductor.
Sin embargo, es verdad que, esta vez, Viera interviene,
más a menudo, con sus gustos y juicios personales, modiñcando a
veces el texto del poema, con objeto de hacerlo más inteligible y
más agradable para el lector español. No será, pues, inútil analizar
sus métodos de traducción partiendo de las libertades que se permite
con el texto original.
En parte, su intento es explicado por el mismo traductor.
"Como el señor Delille introduce en su poema algunos puntos que
le eran demasiado personales, o relativos a juegos, individuos y
acontecimientos políticos de su país, en los cuales tenemos aquí
f)oquísimo interés". Viera deja a un lado, deliberadamente, todos
08 episodios o detalles que se refieren a costumbres típicamente
franceses, al mismo tiempo que la mayor parte de las notas de erudición
y las explicaciones que acompañan el texto francés.
Así, en el primer canto, consagrado al placer y a las ventajas
de la vida en los campos, el traductor elimina un gran número
de versos que relataban el error de algunos nobles franceses,
que iban a los campos acompañados de todo equipo y aparejo de
sus palacios de la Ciudad, con objeto de no perder alguno de sus
hábitos de comodidad y de bienestar; más unos 80 versos sobre las
ocupaciones comunes en los salones franceses del tiempo; juegos
de azar, discusiones políticas o lectura de gacetas y de los últimos
libros de literatura. También se pierde en la traducción el retrato
caricatural del maestro campesino, pintado por Delille sobre el modelo
que le ofrecía Goldsmith. Este retrato, que hacía resaltar más
que todo la incapacidad del maestro y los defectos del sistema pe-aagógico,
tal como lo concebía todavía el siglo XVIII, no concordaba
ni con el gusto de Viera para la pedagogía, ni con las reali-
48 Carta al marqués de Villanueva del Prado, de Gran Canaria, de 5 de
Septiembre 1801. La traducción de Viera se titula El Hombre en los campos,
o las Geórgicas francesas.
319
dades enpañnlas, donde el maestro era sustituido casi siempre por
el cura; así que sólo encontramos en el texto de Viera una breve
alusión a la misión confiada al sacerdote, pues
De los amables chicos de mi villa
Él es también el principal maestro.
En el canto siguiente desaparecen el paso referente a las nuevas
máquinas aerícolas, invenciones cuya utilidad era discutida por el
autor francés; las alusiones a la anglomanía de los franceses, fenómeno
tan general en el siglo XVIII; y también, por razones que no
acertamos, el cuadro bucólico de la familia trabajando al campo.
En general. Viera no traduce los pasajes con carácter demasiado
personal, como, por ejemplo, el paso referente al parque de Gémé-nos,
en Provenza, donde Delille había hecho una larga estancia y
cuya mención es, más que todo, un acto de gratitud por parte del
poeta. Los nombres propios citados por éste son sustituidos algunas
veces por otros nombres, más conocidos por el público español; el
nombre de Boileau es trocado por el de Horacio; y cuando, por la
observación de los juegos de la primera infancia, Delille se proponía
acertar sus dotes naturales, reconociendo ya en los futuros Régnier,
y Boileau, Viera no busca entre ellos sino un "Jorje Juan, un
Condillac, un Locke"*^. En realidad, cada uno de estos detalles tiene
en sí mismo poca importancia; sin embargo, todos ellos contribuyen,
por su numero, a modificar el ambiente del poema francés,
y casi hacerlo cambiar de nacionalidad.
El último poema didáctico de Viera y Clavijo es ima imitación
todavía más libre. La fuente de Los Meses es indicada por el mismo
autor, en el poema con el mismo título de Roucher^". El poeta francés,
que ya había muerto en la guillotina, probablemente sin que
esta noticia hubiere llegado a los oídos de Viera, leía pasos de su
poema en los salones de París, en la misma época en que el escritor
canario frecuentaba las tertulias de La Blancnerie. Allí sería donde
Viera tuvo oportunidad de escucharle; y como años más tarde, en
el aislamiento de Gran Canaria, se acordó de todo lo aue le había
conmovido y entusiasmado en París, también se acordó del poema
de Roucher, y se puso a imitarlo en un nuevo poema.
49 Sólo un error, o mejor una inadvertencia, pero bastante divertida,
hemos notado en la traducción. Allí donde Delille escribe:
ainsi des rochers de la Suisse
S'unit á nos toureaux la fécondc génisse,
Viera traduce:
Verás sobre las rocas de la Suiza
Que el toro se une a la fecunda yegua.
50 Hay una edición postuma: Los Meses, poema. Santa Cruz de Tenerife
1849.
i
Esta vez sólo se sirvió Viera de la trama de su modelo. Esto,
además, era tan imprescindible como el respetar el orden de los
meses y de las estaciones. Por lo demás, su traducción no es muy
fiel, pues muchísimos episodios fueron añadidos por el traductor,
sin que se pueda decir por tanto que estas añadiduras son creaciones
suyas. En realidad, en la mayoría de los casos, los detalles
que no se encuentran en el original de Roucher fueron tomados
Eor Viera en las mismas Géorguiques frangaises de Delille, que ya
abía traducido íntegramente por otro lado.
Así, los versos en los cuales, en el poema de Viera, se hace
mención del tiro de pichones entre los juegos y deportes del campo
en el mes de Mayo, son traducción fiel de un paso final del primer
canto de L'Homme des champs. En el mismo canto se encuentra la
descripción, igualmente copiada por Viera, de la caza del ciervo,
con todas sus peripecias. Hay también interesantes analogías entre
el cuadro de los Alpes, tal como lo pinta Delille en su tercer canto,
la descripción de las montañas en el poema de Viera. En fin,
a invocación dirigida por Delille a la bondad del rico que con su
discreta intervención,
Corrige les saisons, laisse á l'infortuné
Quelques épis du champ par ses mains sillonné,
explica la aparición del mismo detalle en el poema de Viera, donde
El segador que deja deslizarse
Esta espiga o aquella sobre el surco,
Ve que le sigue una cuadrilla amable
De espigadoras pobres que las cogen.
Sólo de paso haremos mención de otras traducciones de Viera.
Algunas, como El Rizo de cabellos robado de Pope (1803)*', Ensayos
sobre el hombre por el mismo autor (1801), o el AriMo de Gessner,
no pertenecen a la literatura francesa, y sin embargo fueron hechas
sobre textos franceses intermediarios. Esta circunstancia confirma
la impresión ya formada de la completa sujeción de Viera a las
modas literarias de Francia. Ei caso de traducciones hechas sobre
intermediarios franceses no es raro en este siglo de cosmopolitismo,
durante el cual Francia sirvió muy a menudo de mediador entre las
civilizaciones germánicas y latinas. La traducción del Ensayo sobre el
hombre fué hecha sobre la versión francesa de Resnel. Sin embargo.
Viera conocía sin duda, por haber sido publicada a continuación de
La Religión de Luis Hacine, la carta en que Pope expresaba su des-
51 Inédita, como las demás. Es interesante notar que la sola traducción
castellana de la misma obra, que haya sido publicada, El Rizo robado,
por Alejandro Pope, traducido al castellano por el traductor del Ensayo de la
Crítica del miamo autor. Las Palmas 1851, es debida al doctoral Graciliano
Afonso, natural de La Orotava.
321
contento por la forma en que su pensamiento había sido presenta-tado
por este traductor Si a pesar de esto, Viera se limitó al texto
de Resnel, es que seguramente no sabía, en el momento de emprender
su traducción, que había ya salido en Francia otra traducción
del mismo poema, la de Fontanes (1783), que tuvo, además, mayor
aceptación; y esto por no hablar de la versión de Delille (1813),
pues ésta fué publicada mucho más tarde, después de la muerte de
su autor.
Por lo que se refiere a la traducción del idilio de Mine. Deshou-liéres.
Helas, petits moutons (1801) y a la Conversación del mariscal
de Hocquincourt con el Padre Canaye, Jesuíta, sólo se conocen estas
dos obritas por la mención que hace de ellas Viera, en sus Memorias
literarias. P^n fin, los Cuentos de niños de Berquin^* y la Moral
de la infancia (1800) de Charles Morel, pertenecen más a las actividades
pedagógicas de nuestro canario, que al capítulo de sus
ambiciones literarias.
Pero cabe, antes de terminar el estudio de estas traducciones,
decir algo sobre la de La Henriade, que es sin duda la más interesante
de todas ellas. Por lo que precede, ya no es difícil comprender
que encontramos en Viera un espíritu franco y emancipado,
Eoco dispuesto a inclinarse ante las rutinas y los prejuicios. Ya no
ace falta insistir sobre la independencia de sus opiniones, ni sobre
su afición para todas las ideas que venían de Francia. Sin embargo,
aun sabido todo esto, resulta sorprendente encontrar una traducción
hecha por él del poema de Voltaire que, desde el punto de vista de
un sacerdote español, difícilmente hubiera podido considerarse
como una lectura recomendable para españoles.
Claro es que Viera pudo explicar con relativa facilidad su decisión,
por la necesidad de hacer conocer a sus compatriotas una obra
maestra de la literatura, generalmente aplaudida en toda Europa. De
hecho, La Henriade todavía no había sido traducida en español y si
España tenía evidente repugnancia por esta obra, era porque "el
nombre demasiado famoso del autor no le era nada grato, y temía
que bajo la dulzura de unos versos pomposos se bebiese el sutil veneno
de algunas sentencias enérgicas, pero duras, y por consiguiente
disonantes a nuestros oídos delicados". Luego añade, para no asustar
a sus lectores, que no les presentará sino un texto expurgado,
"modificando y haciendo dihnos de la lectura española los pasages
que pudieran vulnerar el crédito de su gobierno y de sus armas, no
menos que el respecto debido a Roma, a la religión y a sus ministros".
52 Traducción hecha en 1784, para los dos niños del marqués de Santa
Cruz. Hay una edición de 1804, sin indicación de imprenta: Cuentos de niños
que instruyen dirirticndo. Obra extractada de buenos autores principalmente de
la que con el titulo del Amigo de los niños publicó en París M. Berquin, y fué
premiada por la Academia Francesa.
322
Todo esto puede ser que baste para tranquilizar los espíritus.
Efectivamente, La Henriade era un poema que, por varias consideraciones,
merecía ser conocido; y pues Viera y Clavijo se ofrecía, en
su doble calidad de sacerdote y de español, a darle vestido castellano
conveniente, no había, pues, de qué alarmarse. Sin embargo,
como de costumbre, el traductor promete más de lo que ofrece. Sus
modificaciones casi no tienen importancia, y apenas logran atenuar
el "libertinage" de las ideas de Voltaire.
No cabe insistir más sobre el carácter y el alcance del célebre
poema. Bordado sobre el cañamazo de las guerras civiles de Francia,
terminadas con la elevación al trono de Enripue IV, su fondo ideológico
constituye la condena a la vez de los últimos Valois, de su
incapacidad política, del fanatismo de ios partidarios de la Liga
francesa, de Ja intervención española y de la actitud del Pontífice.
Nada de esto se pierde en la traducción de Viera; y tampoco hubiera
podido perderse, pues las opiniones del autor están tan íntimamente
mezcladas con la materia histórica de su narración, que
no sería posible separarlas.
Naturalmente, el traductor logra apartar algunos versos aislados,
como por ejemplo, al principio del poema:
Rome s'en alarma, les Espagnols tremblérent.
Sin embargo, toda la obra no deja de ser consagrada al héroe insigne
que Infundió espanto
A Mayenne, a la Iberia y a la Liga.
Las orígenes de la guerra civil no cambian, y no pueden cambiar,
en la versión de Viera, pues todos los esfuerzos de Voltaire
tienden a probar que
De la Religión el zelo impertinente
Puso al Francés las armas en la mano.
La matanza de la noche de San Bartolomé, tal como la cuenta
Enrique a la reina Isabel de Inglaterra, representa la antítesis de la
tradición católica, pues responde al punto de vista de los protestantes;
hasta a tal punto, que la muerte de Coligny es pintada como
el asesinado de "un rey glorioso y adorado", a quien sus mismos
asesinos no pueden dejar de admirar. Al mismo tiempo, el papel
reservado a España no tiene nada de brillante, y su rey es
aquel déspota temido,
Político opresor de toda Flande.
Bien es verdad que la tirada original era todavía más dura:
des Flamands l'oppresseurpolitique,
Ce voisin dangereux, ce tyran catholique,
Ce roi dont l'artiflce est le plus grand soutien;
323
y también es verdad aue Viera no tenía en particular estima o afección
a la gran figura de Felipe II. Sin embargo, más adelante el soberano
de España se encuentra asociado a Sixto V, igualmente condenado
sin remisión por el poeta francés. El cuadro que pinta
Voltaire de la corrupción romana no tiene sino pocas atenuaciones
en la versión de Viera; y el retrato excesivamente malévolo del Pontífice
ha sido traducido no sólo con fidelidad, sino hasta con algún
encarecimiento, de que dará cuenta la mera comparación de los
dos textos:
Sixte alors était roi de VEglise et de Rome.
Si pour étre honoré da titre de grand homme
II suffit d'étre faux, austére et redouté,
Au rang des plus grands rois Sixte sera compté.
II devait sa grandeur á 15 ana d'artífices,
II sut cacher 15 ans ses oertus et ses vices,
II sembíait fuir le rang qu'il brúlait d'obtenír
Et s'en ftt croíre indigne a fin d'y paroenir.
No sería justo tachar de infiel la traducción que da a este pasaje
el autor canario:
De la Iglesia y de Roma era rey Sixto,
Y si el ser un gran hombre consistiera
En ser temido, austero y reservado,
Sixto lo debió ser. En la eminencia
De su silla exaltado desde el polvo.
El pastor de Montalvo a competencia
Rival de los monarcas, como en Roma
Quería dar en París leyes y reglas.
A quince años de mañas y de artificios
Había debido tan feliz grandeza,
Pues procuraba parecer indigno
Para llegar por último a obtenerla.
Inútil será insistir sobre los demás detalles del poema de Voltaire,
tales como la Discordia aposentada en el palacio del Papa, su intervención
constante en los asuntos de la Iglesia, y la continuación de
la guerra civil de Francia, que termina con la derrota del fanatismo.
Todo esto se encuentra reproducido con la misma fieldad en la versión
de Viera, y quizás explica por qué esta traducción no pudo ser
publicada. Por lo menos servirá su examen para evidenciar, si todavía
hace falta evidenciarlo más, hasta qué punto nuestro autor estaba
impregnado de las ideas de su siglo, y a cuáles extremos llegaban su
espíritu de tolerancia y el liberalismo aprendido en la escuela de
Voltaire.
Por otro lado, esta escuela había influido también sobre su actividad
literaria, desde un punto de vista más estrictamente literario.
En otro poema de Viera, original y poco conocido, Fd segundo Aga-
824
tóeles o Cortés en Nueva España (1778), presentado a un concurso
académico, pero no premiado, y por tanto inédito, volvemos á encontrar
la influencia de La Henriade, bien en ia invocación dirigida
a la Verdad, o en la descripción del palacio de Montezuma, en donde
Veríais escoltando al alto trono
El vil Recelo y pálida Sospecha,
o en la aparición de la misma Discordia en las filas del ejército
español.
* •
Si consideramos su extensión, la influencia francesa en la obra
literaria de Viera y Clavijo no deja de sorprender por su importancia.
Desde luego, se puede decir que de todas las influencias que se
ejercieron sobre su formación intelectual, ésta fué la más importante.
Lo que decimos con referencia a la cantidad, ¿se puede repetir
por lo que se refiere a la profundidad?
La respuesta será seguramente positiva. La influencia francesa,
en el caso de Viera, no se limita a la imitación material de algunos
poemas didácticos y a la traducción de algunas tragedias de la época
clásica o decadente. Más allá de los textos, hay un espíritu que particulariza
al siglo XVIII francés, y que es también el de Viera. Su
forma mentís, su concepción del mundo, son las de un enciclopedista;
la expresión de estas concepciones se encuentra en cada una
de las obras más originales de nuestro autor.
Analizando las características del espíritu de Viera y Clavijo,
bien se pudiera atribuir su criticismo a una tradición puramente es-
Eañola, ilustrada en el mismo siglo por Feijóo e Isla. Después de ha-er
estudiado el Teatro crítico universal, como sabemos que lo hizo,
no lo hacían ya falta las lecciones y los ejemplos del criticismo francés,
la lectura de los Richard Simón, de los Bayle o de; los Voltaire,
para apropiarse el buen juicio, la sencillez y la claridad que son sus
rincipales dotes de historiador. Sin embargo, la circunstancia de
aber querido añadir a esta posición crítica el testimonio afectivo
de una alma sensible, aunque no del todo correspondiente a su temperamento,
no se explica sino por el ejemplo de todo un siglo, cuya
estructura intelectual se basaba en la exaltación del sentimiento, y
que preparaba ya la gran floración romántica del siglo siguiente.
La misma multiplicidad de las proocupaciones de Viera debe ser
referida, más que a la universalidad de los hombres del Renacimiento,
al ejemplo de las curiosidades filosóficas de los enciclopedistas.
Además, es bastante fácil probar su admiración por sus contemporáneos
franceses, que buscaban una explicación lógica y coherente
de todos los detalles de la Creación.
Así, por ejemplo, a los enciclopedistas los defiende como a unos
I
a
32S
"escritores sabios", en su censura del libro del jesuíta Hervás
y Panduro, intitulado Idea del Universo. Como los enciclopedistas,
para quienes las ciencias no eran más que otros tantos ramos
de la filosofía universal, Viera y Clavijo se propuso estudiar todo
este Sistema de la Naturaleza, visitando detenidamente el árbol
frondoso de la ciencia humana, con la curiosidad de un observador
científico, pero también con el cuidado del futuro y del bien de la
humanidad; es decir, buscando (quizás inconscientemente) la reunión
de las ciencias en un sistema filosófico capaz de explicarlas, y
reduciendo después la filosofía a la moral y a la sociología. Así se explica
que fuese alternativamente poeta, químico, botánico, historiador,
pedajíogo y moralista. De tener más sensibilidad y más talento
literario. Viera hubiera sido para España lo que fué para Francia 8u
contemporáneo Bernardin de Saint-Pierre. La verdad obliga decir
ue, salvo en la historia, su intervención no dejó huellas muy lionas;
sin embargo, su aparición no es indiferente en ninguno de los
campos que cultivó, y su curiosidad tuvo resultados tan abundantes
como interesantes.
En cuanto a la influencia de las ideas francesas contemporáneas,
parecerá aún más notable su importancia, si se tiene en cuenta la
posición particular de Viera, como español y como sacerdote, l'ara
quien haya leído sus obras, resalta con evidencia que sus ídolos
son Voltairc y Rousseau, aunque estas admiraciones no sean siempre
confesadas por él.
De los escritos de Rousseau había aprendido Viera qutí el hombre,
bueno por naturaleza, no se perfecciona viviendo en sociedad,
sino que, al contrario, lo que llamamos generalmente civilización,
no es en realidad sino una forma de corrupción causada por la evolución
social. A la luz de las concepciones idílicas de Rousseau sobre
la sociedad primitiva, será nmcho más fácil comprender y juzgar
el cuadro que imagina Viera, en su Historia de Canarias, de la
vida de los antiguos isleños, y los colores, más agradables que la
probable realidad, con que pinta su vida patriarcal. Las mismas
concepciones sociológicas, basada en la exaltación de la vida natural,
en el concepto del "buen salvaje" y en el aborrecimiento de la
civilización destruidora de los valores morales, nos harán conipren-der
cómo es posible que la Ibígada de los europeos a las Afortunadas
sea considerada por el historiador de estas Lslas como una
catástrofe que introduce en ellas la traición, los viles intereses, y
luego la destrucción del idilio anterior a la conquista.
Del Contrato social, y también de las declamaciones antimonárquicas
del abate Raynal vienen, en el poema de Los Meses, los
versos que constituyen como una advertencia a los reyes, sobre sus
deberes y el mandato que tienen del pueblo, y que en ciertos casos
se pudiera revocar:
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Cuando el pueblo feliz, libre y unido
Con el candor de un Inocente infante
Al trono os exaltó y os dio sumiso
Corona, cetro, púrpura y estoque,
¿Habéis pensado acaso que os han dicho:
"De mis bienes, mi vida y mi reposo
Tú eres el dueño? todo está a tu arbitrio?
Desenvaina la espada real, degüella;
Tu antojo es ley, servirte es mi destino?"
Ah, no, desengañaos; ese pueblo
Es anterior a vuestro predominio,
Y si por él reináis, para él reinando,
De la guerra extirpad los maleficios.
Esa idea de lo8 deberes del rey, servidor del contrato social más
que monarca absoluto, es clara prueba de la aceptación de la tesis
rousseauniana sobre los orígenes del poder.
En fin, más üllá de todo esto, mas allá de los detalles y de las
ideas aisladas que puedan venirle de fuentes francesas, notamos en
Viera un espíritu libre y tolerante, animado por el permanente propósito
de combatir los prejuicios y la intolerancia: y esto más que
todo nos hace reconocer en él al discípulo de Voltaire. El liberalismo
y la franqueza de su pensamiento, el despejo de su inteligencia
y su desden de las prevenciones corrientes se ven ya en la traducción
que dio de La Henriade; pero volveremos a encontrarlos no sólo
en su actividad de escritor, sino también como aplicaciones a la vida
práctica. Sobre todo es interesante estudiar la actitud de Viera como
censor; y no parecerá exagerado decir que vemos en él al censor más
liberal de cuantos haya habido España en su siglo, y quizás en
todos los siglos.
Así, por ejemplo, la circunstancia de ser el libro que se le presenta
prohibido por el índice, no le impide darle el visto bueno para
la impresión. El caso es que al enviársele el manuscrito de una Historia
de la Jamayca, Viera se dio cuenta en seguida que se trataba
de la traducción de algunos capítulos de una obra de Raynal, ya
condenada por el índice; con todo, juzgó que sería conveniente
censurar sólo algunos pasos del libro. Por lo demás, el texto le pareció
digno de la fama del autor; y después de algunas pocas observaciones,
que se refieren sobre todo a la calidad de la traducción,
su conclusión oficial es que se debe buscar "el mejor modo con que,
corrigiendo el traductor estos inconvenientes, puede disfrutar el
público del buen deseo que le ha movido al trabajo"^"
Será también muy interesante estudiar de más cerca su actividad
de censor y sus concepciones artísticas, habida cuenta de la influen-
58 Las citas de las censuras que siguen son sacadas de la colección
manuscrita de Censuras, en la Biblioteca Provincial de La Laguna.
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cia que exercitó sobre su sistema crítico el espíritu voltairiano de
tolerancia. Nada se ha hecho hasta ahora en esta dirección, y el
asunto es tan importante, que sería imposible tratar de examinarlo
ahora. Sin embargo, no podemos dejar de destacar algunos de sus
juicios críticos, testimonios de concepciones que parecen pertenecer,
más que a un crítico español del siglo XVlli, a un enciclopedista
francés.
¿Qué pensar, por ejemplo, de la opinión del sacerdote canario
sobre los opúsculos de devoción, entre todos, sobre los referentes a
los milagros de la Virgen, "historias de imágenes aparecidas y de
santuarios célebres, en donde todos son milagros, portentos y casos
prodigiosos, y cuyos autores escriben sin conocimiento de crítica,
de filosofía, de elegancia ni de letras humanas"? Es verdad que Viera
no propone abiertamente que no se toleren más tales publicaciones;
pero es evidente que vería con agrado tomar tal decisión por parte
de la Academia, a la que explica que escritos tan ingenuos "no se
deben ya multiplicar, por no poder ceder en honor del presente siglo,
ni en lustre de la literatura española".
También, ¿qué debemos pensar del juicio que hace del pasaje
en que el panegirista de Felipe 11, Baltazar Porreño, calificaba a
Mana Tudor de "santa reina 7 "Santa sanguinaria y cruel", comenta
al margen Viera. Tampoco le agrada al historiador canario
el autoritarismo de Felipe 11, al que trata de la manera más malévola
que se puede imaginar. Al mismo tiempo, el Tratado de la religión
y virtudes que debe tener un Príncipe cristiano, del P. Ribadeneyra,
tratado ya clásico en la literatura española, le aparecía como "una
declamación horrible en favor de la persecución y contra toda especie
de tolerancia y paciencia cristiana, y por consiguiente contra
todos cuantos vemos practicar en nuestros días entre las naciones
católicas"; y hasta llegaba el extremo de aconsejar la prohibición de
la mitad de la obra; de donde se puede inferir que la mucha tolerancia
llega también a ser intolerante.
De todas maneras, semejantes opiniones, encontradas bajo la
pluma de un censor oficial español, en el año de 1780, de seguro
parecieron bastante atrevidas a sus contemporáneos. Probablemente
su liberalismo dio paso a algunas publicaciones juzgadas poco convenientes
con las opiniones comunes; y así nos parece que se deben
comprender los disgustos de Viera en los últimos años que pasó en
Madrid, y la amargura que expresa muy a menudo su correspondencia
de esta época. Más de una vez le vemos quejándose de la incomprensión
de sus cofrades madrileños y de la pobreza de su espíritu.
Además, cuando relata que cesaron sus funciones de censor, resalta
con bastante claridad que esa decisión fué tomada como una sanción,
o a lo menos como resultado de la manera en que él había interpretado
su misión: "El papel de censor acabó con el año, y parece
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que 86 prohibió su continuación, porque no hube de tratar bien
a nuestros RRmos PP y a no sé qué supersticiones no menos reverendas"**.
Yendo, pues, más allá de lo que se podía permitir, en la exaltación
de las ideas de reciente importación, Viera se encontró en desacuerdo
con sus contemporáneos y con el medio en que vivía. No
es imposible que sus opiniones llamaran la atención hasta del Santo
Oficio, aunque su nombre no se encuentre entre los que cita con este
motivo Menéndez y Pelayo. Sin embargo, no se puede sostener qu«
estas opiniones fueron exageradas; ni aun se puede decir que Viera
fué lo que hoy llamamos un cosmopolita. El instrumento de la cultura
francesa le pareció digno de estima y de admiración; pero esta
admiración no parece ser un mero juicio de valor, sino un estímulo
considerado necesario, para dar mayor vigor a las energías españolas.
La comparación que él mismo establece entre los dos países, en
el momento en que se encontraba en medio de los divertimientos y
de las mil atracciones de París, parece concluyente desde este punto
de vista. No se trata de admiración beata o exagerada, ni de alabar
el mérito de los franceses denegando al mismo tiempo todo mérito
a los españoles. Sólo se trata de buscar los medios por los cuales se
pudieran aprovechar en la misma España las caliaades y las ideas
que habían ayudado tan poderosamente al progreso de Francia. Por
lo demás, el juicio de Viera parece muy independiente, y merecería
ser conocido:
"Creo que nosotros tenemos más razón de admirarnos de lo ignorantes
que están los sabios franceses de las cosas de España, que
de lo instruidos que se hallan de las demás cosas. Herederos de un
siglo de brillante literatura, comerciantes de este género por interés
y profesión, inclinada la balanza del orgullo, del genio, de la
moda y de la reputación azia esta parte, ¿qué mucho se hallen casi
todos tan adelantados en el gusto y los buenos conocimientos? Pero
sí es mucho que siendo nuestros vecinos, nuestros émulos y nuestras
sanguijuelas, sólo envidian y sepan que España posee muchos
millones de pesos.
"Tal vez tendremos nosotros la culpa. Si fuésemos un poco
charlatanes, si viajásemos, si alabásemos nuestras agujas, si escribiésemos
periódicos y efemérides, aunque fuese a costa de la Inglaterra,
la Italia o la Alemania, ellos nos conocerían mal, pero al fin nos
conocerían. Mas nuestro mucho seso, nuestra constante taciturnidad,
nuestra constitución y nuestra veneranda pereza, siempre nos
forzarán a hacer en medio de la Europa un género de vida monacal,
inútil, ignorada y obscura"*^.
54 Carta a Isidoro Bosarte, de Madrid, de 8 de Marzo 1782.
55 Carta a Casimiro Ortega, de París, de 80 de Abril 1778.
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Por seducento que sea, la cultura francesa no es, por consiguiente,
más que el instrumento destinado a ayudar al progreso de
España. ICn este sentido quiso emplearla Viera, en muchos ensayos
de todo género, cuyo éxito fué limitado no sólo por sus fuerzas, sino
laiid)ién |)or las circunstancias generales de su época. La actividad
en pro de la patria era por él el mejor provecho del contacto
con el cxlranjero; y no pensaba a otra cosa, cuando su amigo Ca-hanilles
volvió a su vez de París, después de diez anos de estudios,
cuyo interés sólo se mide ])or sus resultados para España. "Es preciso
que las grandes luces que Vd. ha adquirido en í'^rancia durante
este intervalo de tiempo, haya debido notar muchas cosas, poniéndolas
en ¡laralelo. ^;Qué dice Vmd? ¿lia adelantado nuestra nación?
;Se han mi^jorado nuestros conocimientos? ¿Parécenle a Vmd. tan
bien como le parecían antes nuestras costumbres?"*"
Así, a lado de los Ramón de la Cruz, de los García de la Huerta
y de los Moratín, Viera y Clavijo,
este clérigo inquieto y cortesano
que traduce a Voltaire y a Cristo reza,
como con tanto acierto le caracterijw» Manuel Verdugo, pertenece a
la pléyade de escritores que pensaron que el ejemplo francés podía
ayudar la renovación de la literatura y del pensamiento español.
Comparada con las obras de los autores mencionados, la suya tendrá
seguramente un interés ntenor; sin embargo, su actividad, su tenacidad
y la diversidad de sus preocupaciones le aseguran un puesto
importante, en el centro del grupo de pensadores y literatos que
creyeron con sinceridad en la eficacia de lu alianza ideológica franco-española.
56 Carta a Cabanilles, de Ciran Canaria, de 29 de Marzo 1788t