La leyenda de San Brandan
por ELOY BENITO RUANO
La citación entre las Canarias de una extraiía isla, Aprósitus o
inaccesible, por los autores clásicos y las ficciones derivadas de una
leyenda martítico-monacal de la Edad Media vinieron a sintetizarse
para el Archipiélago en un islote supernumerario cuya presencia
intermitente ha dejado ancha estela en la geografía y en la historia
canaria.
Para nadie carece de sentido en las Islas hablar de San Boron-dón,
la hermana en cuya demanda se armaron expediciones e hicieron
rogativas y exorcismos de desencantamiento. El estudio de
su significado y sus repercusiones locales se hizo ya hace años desde
estas mismas páginas*. Aunque muy a posteriori, juzgo que, si no
necesaria, tampoco del todo superfina o inconveniente puede ser
esta exposición de su fundamento original y literario.
I
A principios del siglo V San Patricio lleva a Irlanda el Cristianismo
y la vida cenobítica, tal como la había ejercido en las fundaciones
de Marmontier y Lérins. La institución eremítica de Oriente,
socializada y disciplinada con mesura humanística por San Benito,
sobre el doble principio de la stabilitas loci y el trabajo, acaba de
asegurarse el éxito y la difusión en los espíritus occidentales.
Pronto fué, entre los narionalcs, el monacato celta uno de los
más frondosos y fervientes. La nueva institución religiosa supo
adaptarse a las condiciones autóctonas y alcanzó rápidamente un
vigor exaltado y una acusada personalidad. Su casi identificación
con la organización político-familiar, la peculiaridad de sus cultos
y ritos (sobre todo en lo que hace a la fecha de celebración de la
Pascua y a la tonsura) y otras particularidades, acentuadas por cir-
* Cf. los diversos trabajos de RUKNAVENTUUA RONNET Y RKVKHÓN en
«Revista de Historia», 1927-192S», tomos II y III. Por nuestra parte hemos
vuelto recientemente sobre el tema en La octava Isla. 'San Borondón» en
Canarias, «Boletín de la Real Sociedad Geográfica», núm. 244, Madrid, 1950.
36 ¡2]
cunstancias geográfico-tradicioriales, dieron a la Iglesia irlandesa un
contorno típico que, por su extrañeza a las formas de la del Continente,
se interpretó en ocasiones como indicio de cisma. Sin embargo,
nunca pasaron estas diferencias de ser otra cosa que un tinte
patriótico o un sabor local puramente externo. En la carta que dirigió
a Bonifacio IV San Columbano el Joven —uno de los más rabiosos
defensores de las tradiciones de su país—, pudo decir: «Estamos
ligados estrechamente a la silla de San Pedro... Nosotros, ios
irlandeses, que vivimos en un extremo del mundo, somos discípulos
de San Pedro y San Pablo y de todos aquellos que, asistidos por el
Espíritu Santo, han escrito el Sagrado Canon. Nada hemos adoptado
al margen de la doctrina evangélica y apostólica. Entre nosotros
no ha habido heréticos ni cismíiticos ni judíos, y hemos conservado
intacta la fe católica, tal como desde un principio fué transmitida
por los sucesores de los Santos Apóstoles»^.
Caracteres distintivos del monacato irlandés fueron desde el
principio su espíritu ascético y su afán proselitista. El primero, manifestado
en su celo disciplinante —del que son exponente los frecuentes
manuales de confesión conservados (penitenciales)—, es
consecuencia de la carencia local de martirologio: Incorporada a
una Roma papal y no cesárea, la cristiandad irlandesa carecía de
una pieza de toque y un timbre de prestigio tan caros a los ojos del
cristianismo ingenuo como el martirio y la persecución. La mortificación
voluntaria hubo de suplir en lo posible este defecto.
En cuanto a la vocación apostólica de sus monjes, aparece unida
a un ardor viajero que se complementa estrechamente ---mutuas
causas y consecuencia—con ella. Bretaña, (wilia, Germatiia, Italia,
se poblaron de fundaciones misionales irlandesas. Irlanda saldaba
al Continente la deuda que con él pendía. «Si había recibido a Patricio,
devolvía a San Columbano». Pero, además, eran evatigeliza-das
las islas de su septentrión: A comienzos del siglo VIH, las Feroi'.
A fines del mismo, Islandia. Las Shetland, Escandinavia, acaso América,
fueron visitadas en la más alta Edad Media por estos tnonjes
remeros, impulsados por el afán paulino de lanzar su semilla allí
donde la palabra de Cristo no hubiera sido jamás escuchada.
No fué, pues, el más débil rasgo del monacato irlandés ess hu-meur
voyageuse y aventurero de quien ha nacido de cara al mar.
depositario de viejas tradiciones marineras, ya raciales, y contempla
desde su peña aislada un confín redondo en todo su contorno. De
los monjes de Colund)ano de lona dice un antiguo himnario: «Tres
veces cincuenta militan bajo las banderas monásticas: setenta para
remar v desafiar las olas en sus navios de cuero».
1 Coluwvhani epp. ed. W. Gundlach: Mnn. Germ. Epp.Wl, \1\. CAt. por
Schiiurer en la obra consignada en la nota siguiente (1, 340).
131 37
Y fué, efectivamente, en frágiles barcas de cuero o de junco, algunos
a la deriva sin velas ni remos, al arbitrio de Dios, como los
monjes irlandeses se lanzaron a la aventura. Héroes de una epopeya
naval místico-caballeresca, gigantes de una odisea céltico-cristiana
de la que se halla florecido de nombres el santoral. De su riesgo y
fortuna en estos siglos oscuros de la primera Edad Media nos han
llegado, entreveradas de verdad y de fantasía, las más bellas leyendas
hagiográíicas y marineras, conservando jugoso el vivo colorido
de las verdes praderas de Erin y el azul brillante del Océano virgen-.
Pero ninguna tan famosa como la leyenda de San Brandan.
II
Dos son los santos irlandeses que con este nombre venera la
Iglesia Católica: Uno, Brandan de Birr, que murió en 565 y cuyo
aniversario se conmemora el 29 de noviembre; el otro, el nuestro.
Brandan de Clonfert, fallecido el 16 de mayo de 576, según los testimonios
más verosímiles. Todavía hay otro, aunque distante de los
anteriores en el tiempo y en la geografía, Brandan de Siena, que
vivió en el siírlo XV en Italia y cuyas tradiciones se conservan vivas
y po|niIares en la Toscana.
Nuestro San Brandan nació en el año 480, br.jo el reinado de
Aengus, eti Irlanda. De su existencia se sabe ciertamente que vivió
en el monasterio de Clonfert (luego Cluain-ferla-/irenainii o Snltii.s
sepulchri lirandani), del que algunos le hacen fundador, así como
prior del de IJancarván. Es positiva también la alirmación de que
realizó un viaje ultramarino que inmortalizó su nombre y su
figura-''.
2 Para la liistoria del monasticismo en general y del cristianismo
irlandés pueden consultarse:
C'o.MTE i)F, MoNTALKMitKHT: Les moincs d'Ocrident, París 1860-77 (7 vol.)
L. (lOlKiAllD: Lrs chréticntcs critiques, 2." ed., Paris, 1911.
U. HEKLléllE; L'ordre monastiqnc des origins au XI[' sierle, Maredsous,
1912.
I>OM. IJKCLKHQ: VOrdre hénédkthíe, I'aris, 1930.
(T. SdiNílHKii: VEglise el la cirilisalinn au Mnyen Age, trad. frane., Paris,
Payot, 193;i-:58 (3 vol.)
Fu. J. PfillKZ DK ÜlinKl,: Historia de la Orden Bcuediriina, Madrid, 1941.
3 La vida do San Brandan se contiene, eon elementos maravillosos o
sin ellos, en casi todos las AHa Sanrloriim, Vitae, etc. etc. y eompilaeiones
liagiofíTáflefts. Consignemos las [¡rineipales examinadas:
li. SuHH's: Vitae Savrtnrum, Í5reseia, 1601.
.1. UsHKK: De fíritaniiicarum eerlessiarum anliquitate, Dublin, 1639.
.1. BoLLANDUS: Acta Santorum, Antuerpiae, 1680.
.1. 'rillTKMltTS: De riris iliuslrihus Ordinis Sancli Bcnedicti (lib. III, cap. 31).
.1. WAKKUS: Hibernia Sacra, Dublin, 1717.
DiKiDALUs: MonasUcon Ariglicanum, Londres, 1718-23.
38 [4]
A la vista de estos solos datos fundamentales y de su leyenda,
la máxima hipótesis que históricamente es lícito construir es la de
que partiera de sus costas natales con ánimo de predicar la fe de
Cristo allí —donde como se dice era costumbre entre sus hermanos —
el azar quisiera llevar su nave; que, en unión de los benedictinos
que le acompañaran, vivió numerosas aventuras derivadas del riesgo
mismo del viaje, desfiguradas luego por el tiempo y la fantasía y,
probablemente desde el principio, por una falsa interpretación de
algunos hechos contemplados; y, por último, todo lo más, que arribase
a ciertas tierras no evangelizadas, cuyo clima y paisaje contrastarían
vivamente con los de su isla de procedencia. Se le atribuyen
también - i g n o r o en cada caso con qué fundamento— obras
concretas, algunos de cuyos títulos y aun textos se pretende conocer
y conservar*.
Lo demás es ya todo elaboración legendaria. A su recuerdo se
mezclaron, y ya sin preocupaciones de verosimilitud, los mitos clásicos,
las leyendas célticas, las tradiciones cristianas, las fábulas
orientales, las novelescas creencias geográficas de la época y la poetización
personal de los narradores.
Su síntesis se aceptó con valor histórico y siglos después subsistía
válida como hecho científico. Toda la geografía medieval conserva
la huella del Santo y hasta tiempos relativamente recientes se
ha vetiido discriminando la posible exactitud de las conclusiones a
que dio vida.
I>a leyenda plasmó literariamente —no antes del siglo XI, según
M. J. de Goeje'' en la Navigatio Sancfi lírandani c hizo fortuna
,1. MAHII.LON: Atnialcs Orditiis Saridi Bciipclirti, París, 1703 (Vid. también
las Arta Sanrloraní de este autor).
I,. D'ACIIK.IÍY: AcUi SiuicloriDn Ordinis Sancti floicdidi. Venecia, 1733.
HAILLKT: Les Vies des Sahítit, Paris, 1724.
A. HuTLKU: Vidas de los I'I\ Mártires i/ otros principales Sanios. Trad.
esp. de Joseph Alonso Ortiz, Valladolid, 1789-91.
4 Ar,HILl.K JdiUNAL: />« légende latine de Saint Urandaine, París, 1836,
además do consi<ínar como obra <iel Santf) un libro De Fortunalis ínsulis,
añade: «tfíl ob¡si)o Tilomas Tanner, on su Bibliotlieea Britannicolliberniea,
atribuye a San Brandan, se^'Cín liahnis, las obras sifíuientes: Confessio rhris-tiana,
Charla, coelestis hereditntis, Monachoruní regula, ote; y, segfin Arnold,
Wion. lib. 2, estas otras: Ligni Vitue. Hevelationes de futuris temporibns, oto.»
(.luHiNAL, Ob. cil., páíí. VIH, nota). FA códice palatino de la l?ibl. Nac. de
Florencia núm, CXXX contiene una oración encabezada por el si<¡:u¡ento título:
«Santo Brandano Monaclio fecho (luesta oratione della parola di Dio,
cioe Yeshu Christo per Micliaele Archangelo, (piando passo sette mari».
Las obras atribuidas a San Brandan pueden verse en la edición de E.
Moran, Acta Saneti Drandani, Documents connected with Ufe of Saint I?ren-dan,
üublin, 1872.
5 TM légende de Saint Brandan, Separata de las Actos du 8." Congrrós
International des Orientalistes de Estocolmo y Cristianía, de 1889, Leyder.,
1890, págs. 31 y ss. Tlay quien afirma en cambio que alguno de los manuscritos
de la Navigatio data del s. X.
[51 39
en las literaturas románicas. Sus versiones y manuscritos se multiplicaron"
y pronto una «Isla de San Brandan» figuró en todos los
mapas, Imagos y descripciones orbis terraruní^•
Sería inútil narrar, sintetizándolos una vez más, los viajes fabulosos
de San Brandan. Su relación es multiforme en episodios, aunque
fácilmente reductible a unidad temática Transcribiremos el
relato de Raoul de Glaber (1047), multitud de veces aludido en la
literatura sobre el tema, pero poco conocido entre los lectores
españoles:
«Se lee asimismo en la vida del bienaventurado confesor Rendan,
nacido entre los ingleses orientales, que este hombre de Dios,
después de haber servido algún tiempo en ermita con otros monjes
en las islas de la mar, encontró un animal semejante [es decir, una
ballena]. Un día que navegaba alrededor de algunas islas, habiéndole
sorprendido el crepúsculo en la mar, vio a lo lejos como otra
isla, hacia la cual bogó con sus compañeros, con intención de pasar
allí la noche. Atracan, saltan de sus barcas y trepan al lomo del
monstruo que habían tomado por una isla, con intención de no descansar
allí sino aquella noche. Después de una corta refacción, los
otros hermanos abandonaron al reposo sus miembros fatigados. Sólo
Rendan, ese santo hombre, ese pastor vigilante del rebaño del
Señor, que se encontraba entregado a sus oraciones, obserxaba con
prudencia la fuerza del viento y el curso de los astros. Mientras que
ocupaba así su atención, en medio del silencio de la noche, sintió
6 ARTUUO GRAK, Mitli, leggendr e siipcrstizñme del Medio Evo, Torino,
(íhiartore, 1925, presenta un acabado conjunto bibliográfleo de ediciones
modernas de todas las versiones do la Nurígatio (latinas, francesas, alemanas,
inglesas, italianas y holandesas), al (jue remitimos al lector, completando
el excelente resutnen que dedica a la leyenda de San Brandan en el
primero de los trabajos contenidos en dicho libro sobre «-11 mito del para-diso
terrestre» (cf. págs. 73-83). Ue la extraordinaria difusión del tema
brandaniano en Europa bastará decir que el número do manuscritos hallados
en (¡ue se contiene su leyenda oscila alrededor de los ochenta.
A nuestro objeto ha bastado la consulta de las siguientes ediciones,
únicas, por los demás, a nuestro alcance:
A. JUBINAL: La légende, latine de Saint Brandainc, ya cit.
C. WAHLUNU: üie altfrarizósische Prosaübcrsctzung non Brendanus Meer-fahrl,
Upsala, 1900(1901).
C. SCIIRÓDKH: Sanct Brandan, Ein lalcinischer und drei deuischc Texte.
Erlangen, 1871.
E. G. R. WATKRS: The Anglo-Norman Vayage of St. Brendan bp Benedeit.
Oxford, 1928.
7 La relación de sus referencias, por desgracia en su mayoría inveri-flcables
entre nosotros, arroja un buen número de citas que considero, no
obstante, provisional. El más antiguo dato de esta índole es, entre los recogidos,
la Imago Mundi de Honorio de Autun, de 1130, aunque quizá sea
anterior el ms. de la Bibl. de Turín citado por Santarem (Essai sur la cos-mographie
du Mayen Age), cuyo mapa reproduce Jomard en Momiments de
la Oeographie, planchas 58-59-1.
40 [6j
de pronto que el lugar donde habían buscado un abrigo les llevaba
hacía el oriente. Al día siguiente, cuando volvió la luz do la mañana,
el sabio Bendan reúne a sus compañeros y los alienta y los consuela
con este discurso; Mis excelentes hermano.-^ —les dice—, no
dejemos jamás de dar gracias al Soberano y dueño de todas las cosas,
a este Dios cuya Providencia nos ha preparado en medio de los rnares
un nuevo bajel que no tiene necesidad ni de nuestras velas ni de nuestros
remos. Estas palabras del hombre de Dios llevan la serenidad
al ánimo de todos: se confían a la Divina Providencia, se confían a
la sabiduría de su compañero y esperan con más tranquilidad cualquier
azar favorable. Fueron así llevados varios días seguidos a lo
largo de los mares y pudieron observar que continuaban dirigiéndose
durante todo el tiempo hacia el sol levante. Por fin, llegaron
a una isla mucho más bella que todas las otras y que presentaba
una mullitud de delicias diversas; los árboles y los pájaros que contenía
les parecieron también de una naturaleza nueva y de una nueva
forma. El santo hombre desembarcó y encontró allí gran número
de monjes, o mejor dicho, de anacoretas, cuya vida v costumbres
eran más santas y más sublimes que las de todos los otros mortales.
Se le hizo, así como a sus com[)añt'ros, la acogida más tierna; se
quedaron allí varios días para instruirse, por los buenos oficios de
sus huéspedes, en una multitud de verdades relativas a la salvación;
después emprendieron la vuelta a su patria y contaron a su retorno
este maravilloso descubrimiento»**.
La versión más amplia y complicada, entremezclada de todos
los mitos oceánicos, puede esquematizarse así: San Brandan recibe
la visita de un hermano en religión (San Barindo o Barinto), que
le habla de la existencia de un paraíso terrenal, por él y por otros
monjes \ibitado. El abad de Clotifert emprende su búsqueda a través
del Océano en unión de catorce de los suyos y, a íos cuarenta
días de navegación a partir de Irlanda, hacia el trópico, encuentra
una escarpada dsla de las Delicias», a la que sigue otra surcada de
riachuelos y poblada de carneros. T^a Pascua de Resurrección la celebran
los peregrinos sacrificando uno de aquéllos a lomos de la
isla-ballena; la de Pentecostés lo fué en la «Isla de los Pájaros*; la Navidad,
entre los cenobitas de San Patricio y de San Ailbeo, en un
nuevo islote. A partir de aquí y durante siete años, este ciclo se repite
y las fiestas coinciden'con los lugares del ()rimer periplo, pero
además tiene lugar la arribada a otras islas donde acontecen las
más extrañas y variadas aventuras: las [)layas donde los viajeros
dieron muerte a un monstruoso cetáceo; la isla plana de los hombres
fuertes; otra, inmensa, poblada de ricos frutos y de gratos aro-
8 RAOUL DE GLABER: Historia SU i temporis, lib. II, cap. If. Ed. francesa
de Guizot en Coll. des Mam. relatifs a l'lustoire de Frunce, VI, (¡íiys. 204 y ss.
m 41
man. Hacia el N., la «Isla Rocallosa>, con lavas v ciclopes, y la «Isla
del Infierno», llameante como una hoguera; hacia el S., la «Isla
Redonda», habitada por un único ermitaño, y la «Isla de los Santos
», para llegar a la cual es preciso atravesarlas más negras tinieblas
y donde cuarenta días duran lo que uno solo. Desde allí y
transcurridos los siete años, San Brandan volvió por la dsla Deliciosa
» a su monasterio de Cloniert.
Ésta es la versión que pudiéramos denominar clásica, contenida
en la mayoría de los textos latinos de la Navigatio. Pero aun pueden
distinguirse otros dos patrones: £1 de la relación gaélica, que carece
de la introducción a cargo de otros santos visitantes del Paraíso
Terrenal, y donde la noción de éste surge en el ensueño de San
Brandan, a quien promete un ángel el encuentro de la tierra entrevista.
Y la versión de los textos sajones, más literariamente com-
Euesta y muy característica: según ella, San Brandan arroja a la
oguera, estimándolo falsario, un libro en que se contiene la narración
de maravillas sin cuento; el Señor, para castigar su incredulidad
en el supremo poder del Creador, capaz de hacer reales los más
inimaginables portentos, le impone la penitencia de volver a escribirlo,
después de un viaje en el que vivirá las mismas maravillas,
acrecidas con un sinfín de aventuras que superan a la narración
dubitada.
Este relato, ya según uno, ya según otro tipo de versiones, constituye
lo que con toda exactitud y fortuna se ha denominado «verdadera
odfisea monástica». Epopeya y hagiografía cobran importancia
igual a lo largo de la relación, «completamente impregnada de
ésbíritu ascético, pero penetrada también de un cierto espíritu heroico...
San Brandan llama a sus compañeros commilitones y con-kellatores;
los autores de las versiones francesas y alemanas les llaman
baruns y degens*^.
En cuanto a la prioridad y filiación de cada una de estas versiones,
Graf resume su establecimiento del siguiente modo: «El relato
más antiguo fué probablemente gaélico y acaso sea, más o menos
alterado, el que se conserva en el llamaao Libro de Lismore, que,
por otra parte, es de época bien tardía, ya que fué escrito en el siglo
XV. De la relación gaélica lo obtendría el autor de la primera
versión latina, escrita bajo el nombre de Navigatio Sancti Branda-
Hi, conservada en un códice de la Vaticana que, con razón o sin
ella, se estimó del siglo IX, y en otros códices muy numerosos de
siglos XI, XII y XIII; y de la Navigatio dependen directa o indirec-
9 A. ORAF, 06. cit., pág. 76; «Los navegantes continuamente se encomiendan
a Dios, orando, ayunando siendo abastecidos milagrosamente,
escuchando revelaciones y profecías y mostrándose en todo dignos del
nombre de santos; pero soportan, sin embargo, enormes fatigas, afrontan
espantosos peligros y acreditan merecer también el nombre de héroe8>.
42 [8]
tamente, en todo o en parte, los numerosos relatos esoritOB desn
pues, latinos y romances, en prosa y en verso»!". i > i
En el intrincado tejido de la leyenda, todas las fábulas antiguas
y medievales —la Isla de los Bienaventurados; la Isla de los Pájaros,
donde el viajero se adormece y escucha cantar las aves durante!
años que parecen instantes; la Isla de los Gigantes, la de los Carnen
ros, la de las Siete Ciudades— se hacen presentes. Quien hoy busca
sus enclaves en el mapa lamenta no poseer aquella fértil imaginación
medieval para seguir a Brandan por la red de los meridianos
y encontrarlo rumbo a los países soñados, contra un horizonte díi
colores puros. Un plástico csentimiento de naturaleza», paralelo al.
simplismo colorista de los primitivos del arte europeo, domina ert
la narración. Una «naturaleza fantástica, creada expresamente paral
otra humanidad, una topografía extraña, a la vez esplendorosa de
ficción y parlante de realidad... Todo es allí bello, puro, inocente;
jamás una mirada más benévola y dulce se ha arrojado sobre
el mundo; ni una idea cruel, ni una huella de debilidad o de
pesar. Es el mundo visto a través de una conciencia sin tacha: ae
diría una naturaleza humana como la quería Pelagio, que no hun
biera pecado jamás»!^ !
Dejando aparte la discutibilidad de estas frases aplicadas al asr
pecto formal de la narración, el monje aparece, efectivameoteí,.
para quien lo estudia con amor, capitán de su nave ae cuero, apóstol
de los peces del mar, añorando en las rocas perdidas la verdei
tierra natal, como San Columbano el Viejo, al mirar desde su exih
lio el vuelo de las aves que llegaban de Irlanda. La comprensión de.
su figura hay que hacerla candidamente, interpretando el papel del
historiador medieval, agudamente definido por Landsberg^', comoi
«escritor de leyendas que manifiesta en historias, acaso falsas, La
esencia de las personas y los acontecimientos». Bien distinta es,e>a
cambio, de esta lírica penetración, la de la ciencia del XIX, cuando,
ante la maravilla poética de la misma leyenda, «una de las más
sorprendentes creaciones del espíritu humano», como la estima
Renán", se pregunta: «¿Qué conocimientos geográficos nos pueden
10 06. cit., págs. 73-74. '
11 E. RENÁN: Lapoésie des races celtiques, apud Essais de morale etaé
critiqíie, Paris, 1860, págs. 446. _ ''
12 P. L. LANDSBEBG: La Bdad Aíedia ¡/wosoíros, Madrid, Rev. de,Qcoii',
dente, 1925, págs. 24-25. .;
«Importa acentuar desde el principio —dice el P. H. Delehaye, bol^n-dista,
en Les Légendes hagiographiques, «Rev. Quest. Hist.», 1903, pág. 58'69-^
la distinción entre hagiografía e historia. La obra del hagiógrafo puede ser
histórica, pero no lo es necesariamente». Los hagiógrafos medievalesydice
más adelante (pág. 93), <no desconñaban ni sospechaban que un testim<»<
nio escrito pudiera ser engañoso, que un relato verosímil pudiera no ser
verídico».
13 Loe. ci<.
m 48
suministrar estas fantásticas y fabulosas relaciones? Si hacemos abstracción
de las ideas de oscurantismo que corrían por aquellos tiempos,
la verdadera monomanía que reinaba por desfigurar la realidad,
así de las cosas como de las personas, a fin de realzar los hechos
y darles una importancia que en verdad no tenían...», etc.^*.
Como se ve, es la negación de toda comprensión déla Edad Media.
De todas estas fábulas literarias nació un mito geográfico más.
Un mito que se enlazó con los ya existentes y con los que después
ingresaron en la ciencia geográfica de la época y se mantuvieron en
ella con tenacidad casi reciente.
Estudiar la historia legendaria de la «Isla de San Borondón»
(San Brandan multiplicó su nombre, como su leyenda, en la incipiente
babel románica), aislada de toda otra conexión mítico-geo-eráfíoa
es prácticamente imposible^''. La historia de todas las islas
tantiástTcas, ya enunciadas, se entremezcla íntimamente con la historia
de la nuestra. Como expresamos, a la leyenda de San Brandan,
considerada ya con carácter geográfico además de literario, van inextricablemente
unidos otros elementos que podríamos enumerar así:
a) Mitos clásicos: las Islas de las Hespérides, las Fortunatae In-sul(
ie áe los antiguos, buscadas en el Atlántico por los gaditanos,
por él rey Jub.a de Mauritania y quién sabe por cuántos navegantes
grecorromanos.
b) Mitos célticos: el Mag Mell o país de la eternidad de los celtas,
viaitudo por Condié, por Maeldum y Brainn, y cuyos imm-rama
(^viajes'), según Arbois de Jubainville, son el equivalente pagano de
*lo« periplos de Brandán^^.
c) Tradiciones cristianas: la leyenda del Paraíso Terrenal, loca-lixiido
en un jardín isleño del Océano, lógicamente meridional para
los europeos. Y la de la «Isla del Infierno», hirviente y humeante,
perdida en lo más recóndito de los mares.
d) Fábulas orientales: «Isla de los Carneros»; viajes de las Mil
y Una Nuches, etc., etc.
I i' H G. CHIU Y NARANJO, Estudios históricos, climatológicos y paloló-fficosde
la» Talas Canarias, 1." parte: Historia, t. L, Las Palmas, 1876, página
231. Hemos elegido las frases de este autor, por otra parte tan prestigioso,
para mostrar aún más el divorcio entre la mentalidad de un determinado
rrtomento y el espíritu «mágico» que cultivaba la leyenda, precisa-mehte
en una misma latitud donde mayor y más prolongado arraigo que
eñ/'otra alguna tuvo aquélla.
15 J. FiLGüKmA VALVKRDE, La cantiga CIII, Compostela, 1935, ha ordenado
y encadenado las múltiples leyendas literarias, místicas, geográficas,
que poseen análogos elementos de este tipo, centrando su interés en
el itema del monje y el pajarillo, de tan universal difusión en la Edad Medía.
Análoga vinculación y exhumación ha realizado, pero en torno al
mito del paraíso terrestre, Arturo Uraf en la obra ya citada.
'• ¡ 16 H. ARBOrs DE JüBAiNVii.LK, Cours de Littérature celtique, t. V, L'Bpo-pee
celtique en Mande, París, 1892, págs. 449 y ss.
44 [10]
e) Conocimientos y creencias seográñcas del Occidente cristiano^
tales como la «Isla Antilia>, ladeías <Siete Ciudades» y otras desi^t
nadas indistintamente como «Isla Perdida», «Isla Encantada», etc.
Muchas de las referencias a unas u otras islas son aplicables b
suelen aplicarse a algunas de las demás, y así resulta inhacedera o
fundamentalmente trunca toda construcción que se realice exclusi*
vamente con datos donde la mención de la «Isla de San Brandán> se
haga de un modo expreso. A esto es, sin embargo, a lo que hemot
tendido como fin concreto y cercano de nuestro objeto.
III
El hecho histórico, geográfico y literario de San Brandan consiste,
en esquema, en un suceso cierto, cuyos pormenores y después
su esencia han sido abultados y deformados literaria y popular*
mente. Tal es el origen de las leyendas propiamente dichas y éato
es el mecanismo de toda tradición que no sea pura creación nove-lesea
—caballeresca o lírica— de la Edad Media^'.
La existencia objetiva, que consta, de San Brandan, es el pri-mer
apoyo de este purto de vista. La tradición que nos cuenta su
viaje, apostólico o de retiro, tan común entre los monjes sus paisanos
de la época no es ningún rasgo ilícito ni aventurado.
De los pormenores, en cambio, del periplo no opinaba ya aaí^
en el siglo XIII, Vicente de Beauvais: *Eam peregrinationis kistos
riam, propter aprocrypha deliramenta quae in ea videntur contíneri,'
mendacem existimo»^^.
Las Acta SS. Boíl. (Mayo, III, 602 6) califican también de deli*
ramenta apocrypha los cuentos de la Navigatio, de los que dicent
tquae initio forsan per aliquam licentiam poéticam fuerunt adaucta^
ac postea historice deducía».
Los especialistas que han tratado el tema desde distintos puntos
de vista han debatido profusamente en torno a los primeros orígenes
de la fábula y a las influencias recibidas y ejercidas por ella.
Para nosotros, este punto, estrictamente literario, tiene un interét
17 Sobre el carácter de la leyenda en oposición a la naturaleza del
mito y el cuento, cf. DELEHAYE, loe. cü, pág. 64 y ss. Cf. también A. VAM
GENNEP, La formación de las leyendas, Bibl. de Filosofía Científloa, t. XXXV,
Madrid, 1914.
18 Speculum Hisioriale, lib. XXI, cap. 81. Este criterio aparece en no pocas
Acta y Vitae Sanctorum colectados con austero sentido crítico. D'Ache<-
ry, en el suyo ya consignado (véase nota 3) Saeculum primum de la Orddn
Benedictina incluye a San Brandan en el Index Sanctorum Praetermiisorum,
compuesto con el criterio de incluir en él las «vitas eorum erroribus et fa-bulis
repersae 8int>, a causa de que San Brandan —dice— «acta habet fa-bulis
et portentis plena».
de segundo orden. El hecho de una pretendida realidad seográfica
modernamente'emparentada con la leyenda de San Brandan se suscita
contaminado de otros múltiples elementos de procedencia universal,
y es como tal suceso como nos interesa.
I Por tanto, originaria o no de Irlanda la leyenda de San Brandan,
como quieren algunos romanistas (Schróder, Graf), es para
nosotros evidente que en su elaboración y en la difusión de su fama
tuvieron directo entronque episodios de anteriores relatos célti-cos^^.
Además, ya desde las primeras excursiones de los primeros
ascetas irlandeses por las islas de la costa occidental de Escocia e
Irlanda, se decía haber visto desde ¡a de Aran una imprecisa «Isla
Deliciosa» que excitó el celo viajero de no pocos ermitaños y apóstoles
marineros.
Lo mismo sucede, ya con carácter básico o como asimilación y
robustecimiento por afmidad, con las reminiscencias de la antigüedad,
tanto en lo que hace a elementos capitales (F'ortunatae. Insulae,
Atlántida, «Isla de las Hespérides»), como a los puramente episódicos
flwo/'e quasi coagulatum per nimia tranquillitate de la Naviga-tio,
rttare pigrum, coenosum aut concretum ae Plinio y los viajeros
clásicos, por ejemplo). Humboldt expone para explicar la leyenda
C<Stn(«ios viajes de Brandan y Maclovio y la creencia en la existencia
de una «Isla hna», paradisíaca y sobrenatural, reflejan las maravillas
de la Antigüedad, persistentes en las comarcas tardíamente
dristianizadas, y se unen en ellas a tradiciones locales. «Las tradiciones
de griegos y romanos —dice— y los mitos que representaban
un carácter local podían, pues, mezclarse en el Norte a las
novel&s históricas de la vida de los Santosw^".
En cuanto a los posibles elementos orientales ambientes en la
leyenda cristiana, es M. J. de Goeje quien ha formulado una teoría
coticreta^ asignándoles prioridad y función estimuladora. El cotejo
de «piwdios entre la Navigatio Sancti Brandani y los viajes de
Sindbadi el Marino en las Mil y iJna Nochejs^^ le hace plantearse
así la cuestión: «La semejanza... entre el relato de la Navigatio re-far<
ente al pez gigantesco que los marinos toman por una isla, pero
que oomienaa a moverse y después se sumerge en el mar cuando
aquéllos han encendido fuego, y el que se encuentra en el primer
viaje dt Sindbad en Las Mil y Una Noches es tan patente, que no
se puede dudar de una relación de orígenes entre uno y otro. Pero
, 1 8 ! Véase enumeración de algunos en Graf, que afirma: «L'immagína-zioni
ond'e tessuto il raoconto dovettero naacere per la piü parte nella patria
stessa di San Brandano» (06. ciL, pág. 77).
20 A. DE HUMBOLDT, Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América (ver-
8J6fl española), Madrid, Hernando, 1892,1.1, pág. 317.
21 Cf. la edición de éstas de «Prometeo», Valencia, s. a., por J. C.
MABOHUS y V. BLABCO IBÁÑEZ, t. VIH, noche 292.
46 [121
aun no ha podido precisarse si esta historia ha sido transmitida por
Oriente a Occidente, o bien si es Oriente quien Ja debe a Irlanda»".
Para Goeje, ia cuestión no es dudosa: Hay una primacía original
del relato oriental sobre la fábula cristiana: «En Sindbad todo
concuerda admirablemente con el contexto, mientras que en San
Brandan las aventuras están casi siempre sin encadenamiento, mostrando
así BU carácter de materiales de relleno»".
Había pues —seguimos el razonamiento del orientalista— una
leyenda autóctona en Irlanda, hermana de las que se complacían
en atribuir a los santos indígenas viajes a islas no muy distantes en
busca de lugares de retiro, durante los siglos que siguieron inmediatamente
a la predicación de San Patricio. Sobre ella se injertarían
después los episodios de Sindbad, que se fechan, aunque sin
prueba fehaciente, en el siglo X. La Ñavigatio, sigue argumentando
el mismo autor, con opinión casi unánimemente aceptada, no
pudo ser escrita antes del siglo XP*, por lo que la anterioridad
cronológica oriental es para él incuestionable. El procedimiento de
inclusión sería uno cualquiera: «Puede admitirse sin dificultad que
un marinero o un monje irlandés viajando por Oriente hubiese
oído contar los viajes de Sindbad y, soñando en su San Brandan (cuyo
nombre también le recordaría el sonido de la palabra Sindbad),
creyese que éste era el héroe del relato. No dudaría de ello, puesto
que, como hemos visto, conocía por la vida de San Brandan el vía-'
je qué éste había hecho a lomos de la ballena y, por otra parte, el
número de los siete viajes concordaba con la duración de las excursiones
del Santo (en años y ciclos). Vuelto a Irlanda, contaría
lo que retuviese de las aventuras del Santo y así se echaría el fundamento
de la gran leyenda marítima de San Brandan»'*.
Graf, y en esto hacemos nuestra su estimativa, opina que algunos
de los argumentos aducidos por Goeje son perfectamente válidos,
pero otros, débilísimos'*. Schróder incluso, invirtiendo, aunque
anticipadamente la tesis, se inclina a encontrar una influencia
irlandesa sobre el relato oriental'''. En apoyo de la primacía árabe
acude no obstante Asín Palacios, que aporta la mención de la isla-'
pescado en el Libro de los Animales de El Cháhid, escritor de principios
de nuestro siglo ÍX, cuya descripción traduce. Otras muchas
concomitancias, que enumera, con anticipación oriental y los tes-
22 Loe. cit, pág. 6.
23 Id. id., págs. 13-14.
24 Esta es la opinión predominante. Sin embargo, hay quien data en
la segunda mitad del siglo X la antigOedad de alguno de los manuscritos.
25 GoFJK, loe. cit., pág. 14.
26 Ob. eit., Intr., págs. XI-XIV.
27 F. OzANAM, Des Bource» poéliques de la Divine Comidie, apud Oeitw«»
CoMpleUs, t. V., París, 1859, pág. 373.
A. D'ANCONA, Iprecurgori di Dante, Pirenze, Sansoni, 1874, págs. 48'6Í.
timonios que cita'^ «autorizan—dice—a concluir que si la Navegación
de San Brandan y BUS derivadas fué redactada en Irlanda por
un monje de raza celta y sobre un fondo tradicional indígena, i»
plétora de elementos islámicos injertos en aquel antiguo fondo fué
tal, que casi ocultó la físonomía celta del relato bajo su arábigo
disfraz»**.
En cuanto a las tradiciones de origen cristiano, por último,
coetáneas y anteriores a San Brandan, no será preciso insistir en su
decisiva influencia sobre la leyenda de éste: Ellas son su motivación
primordial y ella misma es una máb, variante y complejo de
todas ellas.
Tenemos, pues, resumiendo, una inconcreta tradición irlandesa
fijada y extendida por el Continente a partir del siglo XI en la A'e-vigatio,
más tarde modificada en multitud de variantes y versiones.
A ella y a todas las demás fabulosas creencias antes enumeradas
estuvo unida, incluso hasta bien después del descubrimiento
de América, la suposición de existencia de tierras extremas de Occidente
primero, intermedias entre Europa y Asia o entre Europa y
América después. Con uno u otro nombre (Islas Afortunadas, Isla
Antilia o de las Siete Ciudades) se asignaba a estos mitos una realidad
efectiva, aunque desconocida, objeto de no pocas especulaciones
científicas e incluso de numerosas expediciones fracasadamente
descubridoras.
Históricamente, la Antilia surgió de la Atlántida, afirma E. de
Candía y, según Cronau, dice, su nombre no es sino corrupción
•del vocablo Atlántis. «El prefijo anti^ contrario-a, resume claramente
los conocimientos físico-geográficos de los antiguos, que, como
lógico contrapeso, suponían hacia las Antipodas una hipotética
Antilia»*».
El globo de Nüremberg de 1492 identifica la Antilia con la Isla
de las Siete Ciudades, diciendo que, cuando España fué invadida
CH. LABITTE, La Divine Comedie avant Dante apud Oeuvres de Danti
Álighieri, París, Charpentier, 1858, págs. 119-23.
, 28 El texto de El Cháhid aludido dice ast: «Pretenden algunos mari
ñeros, que a veces se han aproximado a ciertas islas marítimas y en ellas había
bosques y valles y grietas, y han encendido un gran fuego; y cuando
el fuego ha llegado al dorso del zaratán (un gran crustáceo marino al que
se está reflriendo), ha comenzado a deslizarse sobre las aguas con ellos encima
y con todas las plantas que sobre él había, hasta tal punto que sólo
el que consiguió huir pudo salvarse». Y, como muchos biógrafos de San
Brandan, aflade: «Este cuento colma todos los relatos más fabulosos y
atrevidos*. (M. ASÍN PALACIOS, La escatologia musulmana en la Divina Go<-
media^ Madrid, 1919, pág. 267).
29 Ob. cit., pág. 274. Participa también de la opinión orientalista CH.
DS LA RONCIÉRE, Lo découverte de l'Afrique au Moyen Age, El Cairo, 1926.
30 E. DE GANDÍA, Historia critica de los mitos de la Conquista Americana,
Madrid, 1929, págs. 6 y 6, nota.
46 ¡m
por loa árabes, algunas familias portuguesas escaparon en susnawise
y arribaron a una nu'iva tierra, donde siete Obispos fundaron otras
tantas ciudades el año 734, descubiertas siete siglos de8ipuús,<en
1414".
Una y otra, Isla Antilia e Isla de las Siete Ciudades, fur^didas
en una no pocas veces, fueron las más tenazmente creídas y buBoár
das durante siglos. Junto a ellas o sintetizadas en una sola, alcanzó
la primacía de la fe y de la fama la Isla de San Borondón.
£1 juego abstracto de la leyenda plasmó, pues, en una preteitr
dida realidad geográfica. Las islas visitadas por el monje teman q^ue
estar allí, en el Océano y acaso fuese una de ellas la que se creía
ver asomar y desaparecer en los confines de no pocos finütérres,
acicate y desespero de costeros y navegantes. Un razonamiento tii-picamente
idealista y medieval hubo de afirmar la fe en la existeur
cia de la Isla de San Brandan; El Santo y los suyos —se pensal'ía—
habían viajado en una inmensa ballena, que era como unia
isla flotante y marinera: ahora había, como recuerdo o como semejanza,
en la naturaleza, una efectiva isla viajera que aparecía.y
desaparecía, misteriosa y bogadora, frente a los ojos maravillado»de
nautas y de isleños. Su condición mágica no podía tener otra raióti
que una razón «a lo divino». El salto entre ballena antigua exista
actual lo daba la mente medieval sin necesidad de un nexo lógico;
f>or alusión, casi por metáfora: poéticamente. Cuando avanzaron
os siglos, subsistió la fe en la supuesta isla, aunque ya no se la identifícase
con el monstruo portador de San Brandan. En unos, ínclu>-
80. sobreviviría como tal; para otros —para la totalidad, andart<fo
el tiempo—, el nombre de San Brandan con que se la designaba no
era sino un mote conservado en honor a su leyenda. v¡
Relatos de marinos que habían visto o abordado una isla desconocida;
apariciones más o menos ficticias frente a una costa oceánica;
cálculos geográficos teñidos aún de clasicismo; relaciones r<t-novadas
de una tierra hallada y perdida... Todo mantuvo viva hasta
siglos recientes la seguridad de su objetividad.
Humboldt y Goejc se complementan acerca de la progresiva situación
asignada a la isla fabulosa: la primera, dice Humboldt, «es
en el paralelo de Irlanda, y aun en una latitud más septentrional.
Fué llevada en el siglo XV a una latitud más meridional, al occidente
de las Islas Canarias, emigración causada, según creo, por el doble
empleo del nombre de Islas Afortunadas, aplicado a islas septentrionales
y a archipiélagos de la costa africana». Y relaciona esta
progresión N.—S. durante nueve siglos con el desairoUo de la
navegación y la dirección impresa al comercio del Mediterráneo*".
31 A. D" AVRZACr, Les iles fanlasiiques de l'Océan Occidental au Moyen Age,
pág. 17.
32 HUMBOLDT, Ob. cit., págs. 317-18.
.[dlfi] '40
(S)0«ii^>reeoge ifiíifila ehlos. sigilofliXiIV> y^XV eniaa inmédiacion!Q8 de
l«iMa(lelra)i«deBpii^é9i'poco a'poo9, 'Se la ha empujado haoiaOoti-
(deinte iv .eeroa djBl Ecuaaotí; por. tín bisela ha. puesto al <Ni, en laivt-ititMOiideM&
náa»'^^. • lui '.¡¡t •'.,[. i i-ni ,- 'I ..ii-.
1,1. ¡ÜD'viajie>,.piiie8l,jide jdajrivüelt^j pórr^» Océanoiy la Edad Mtiidii».
-, I T4i»!il*C¿» pervÍYeDOÍa.>^omoi algo másjqueiluna'leyendaj como
un hei<ih4> ctentíñco.duoaiiteimupho tienipo^usólo pu«<ie'«Kpiibar8é
por un apoyo básico cierto y unos aleinentos reales (o al menos
efectivamente considerados como tales, aun cuando discutibles en
cuanto a naturaleza de su existencia física), que vinieron aportándose
oportunamente en el decurso de los siglos. La base cierta es
— ya lo dijimos— la historicidad de San Brandan y la sólida tradición
de sus viajes. Los sucesivos apoyos son, por una parte, los
vestigios de posible recuerdo de unas tierras occidentales descubiertas
y luego perdidas por los monjes y marineros irlandeses, como
quiere Gaffarel'^; por otro, un fenómeno indiscutiblemente
acaecido, explicado a veces como ilusión óptica de reflexión, fata
morgaño o simple fingimiento de condiciones atmosféricas; por último,
los relatos, en fechas relativamente recientes, de navegantes
oceánicos y habitantes costeros, obtenidos con todos los requisitos
oficíales de autenticidad y que como exactos hubieron de pasar razonablemente
entre sus contemporáneos.
Este es el aspecto —el físico, el geográfico— con que la leyenda
de San Brandan ha arraigado más acendradamente en tierras españolas.
Por lo que hace a su aspecto previo, literario, no he podido
comprobar su manifestación real. Las afirmaciones de Jubinal y Oza-nam,
que insinúan la existencia de versiones castellanas escritas de
la Navigatio no responden, que sei)amo8, a ningún fundamento sólido.
Dada la forma de expresión ae dichos testimonios'^, más pare-
33 GoRiE, loe. cit., pág. 20.
34 P. GAFFAREL, Elude sur les rapporls de l'Amerique el de V Anden Gcm-tinent
avant Cristophe Colomb, París, 1869, págs. 182 y s. La isla es para él,
desde luego, una ilusión geográfica. «Pero la persistencia de esta tradición
prueba al menos que jamás se perdió la noción de islas o de continentes
trasatlánticos, en otro tiempo descubiertos y después perdidos de vista:
Estas islas son seguramente fantásticas, pero, a través de las ficciones de la
Edad Media, ¿no se tratará de algunos restos informes de una realidad
confusa? Los irlandeses han debido, en sus numerosos viajes, descubrir a
lo lejos, bien lejos, alguna tierra desconocida, y si no la lian colonizado
como las Feroe o Islandia, no es ésta una razón para que no la hayan encontrado
». La lucha contra el invasor retrotraería.
35 JUBINAL, loe. ctí., pág. X: «La legénde latine de Saint Brandaines
existe egalement en vieil irlandais, en gallois, en anclen espagnol, en an-glais
et en anglo-normand» (además de un bajo alemán o bajo sajón |mit-telhochdeutsch]
en latín y en francés).
OzANAM, loe. cit., pág. 373: «Des l'onzieme siécle, on en voit une ré-dactioD
latine suivie deplusieurs traductions anglaises, allemandes, fran-faises,
espagnoles...»
60 [116]
oe que au afírmación sea producto <le ineroia ehumiepatirai quedé
eíectivo conocimiento; Ozanam, por otra parte, paretie no ilibiik^irab
sino aceptar, al hilo de la pluma, las palacras del prim0ro>, a duidn
cita. Por otra parte, es también posible que una rebusca tnlás'am'plib
e intensa de manuscritos que la qué hemos podido hacera oondKizca
a ratificar la que, hoy por hoy, no supongo hiño opimóit'dt>i6s referidos
autores, y a contradecir mi juicio, en modo alguno deBnitivtf.
• ' ' " 1
. ' . . i i ri
• ' \ I \ \ M:
, . -: .
' ; MI
i. ,. ,.l rr.
': • ' r
. 1 • ' i
r; 1,1
'
i M
i
1,1
1 . 1
/
1 í,
\\\\
m i
1 > ' )
.l¡(.
mi
1,!
•. 1
Jl.l