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LA VILLA Y PUERTO OE GARACHICO
(Cuadros históricos)
Cataclismos locales. El diluvio de San Dámaso:
•Cuando la cabecera del partido de Daule comenzaba a disfrutar de
los beneflcios que le proporcionaran sus excelentes condicione.» portuarias
y el genio comercial de sus mercaderes, siendo acaso la envidia de
otras poblaciones, especialmente de aquellas que encerraban los elementos
fundamentales de la vida oficial y política tinerfeñas', al tener que
ccmpartir con ella alguna primacía social, pues en Garachico ya residía
buena parte de la Nobleza del país, la poseedora entonces de la riqueza
siendo el foco mas prepotente del comercio isleño, cuando, en suma, gozaba
plenamente de los favores de la Fortuna, viniendo a ser como el
argentado receptáculo donde el cuerno de la abundancia vertía, en la
tasa y medida que consentía la economía insular, «us dones, he aquí que
el tornadizo destino comienza esporádicamente a volverla la espalda, sopando,
de vez en vez, en su reducido ámbito, las lúgubres trompetas anunciadoras
de la devastación que, poco más de un siglo deepués, s« había
de traducir en la espantosa catástrofe volcánica de 1706, que cambió el
magnífico lugar por un montón de escombros y lava. Epidemias mortíferas
do larga duración (1601-06) diezmaron su vecindario y cerraron temporalmente
el puerto; lluvias diluviantes y rompientes abrieron profundos
cauces en el área urbana, arredrando a sus habitantes; incendios pavorosos
destruyeron sus depósitos comerciales y, fiínalmente, ríos de hir-viente
lava, que brotan imipensadamente de sus abruptas cumbres, como
si evocaran las infernales escenas creadas por la atormentada iinagina-cion
del Dante, en unos pocos días vividos por la tragedia, motamorfo-scan
al desventurado pueblo en una gran fragua en la cual el propio
Vulcano, si no fuera una mera creación mítica, podría templar sus armag
al losendario Aquiles... Toda esta serie de adversidadesi, acompañadas
de sus fatales y consiguientes secuelas de ruina, de desorden, de perturbaciones,
de temores, de angustias, de invencibles pánicos y de alocada
consternación, no quebraron nunca el apego del hijo de Garachico, a
su suelo. Cuanto más la Naturaleza, desplegando furibunda sus fuerzas
36 REVISTA DE HISTORIA
destructoras, querís. borrar hasta el recuerdo de la Pompeya tinerfeña,
un peñado de sus hijos, alentados por otra fuerza no menos indest^up^-
tiblc, el patriotismo nativo, se emipeñaba en hacerla renacer, a raiz de
cada desastre. ¡Hermosos ejemplos éstos, de singular y alentador patriotismo'
* * *
Todavía se recordaba en el lugar la impresión tétrica y sombría que
había dejado la epidemia que le afligió en principios del XVII, cuando en
el año de 1646, en el tristemente memorable dia H de diciembre, focha
en que la Iglesia católica conmemora a San Dámaso, papa, arreciaron
tanto las lluvias y revisfieron forma tan torrencial, que formaron sobre
las altas cumbres que dominan el pueblo una gran balsa natural, que al
x^ompcrse por la enorme presión de sus aguas, éstas se derramnroo violentamente
sobre el caserío garachiquense, ocasionándole mucihas desgracias
personales y pérdidas materiales considerables. Perecieron más
d'j un centenar de personas arrastradas por la impetuosa corriente, siendo
destruidas más de 80 viviendas, mientras la hermosa bahía, que servía
do abrigo al puerto, quedó materialmente cegada por enormes masas de
escombros aluvionales, zozobrando muchos bajeles—^máis de 40—'que allí
estaban anclados.
lina lacónica relación antigua que se conserva aún en Garaohico y
cuya copia, en unión de otras relacionadas con sucesos históricos de allí,
fué amablemente facilitada al cronista, por don Atilano de la Torre y
Cácercs, expone, hablando del anterior infortunio, lo que sigue: "En H
de diciembre de 1645, día de San Dáimaso, Papa, experimentó Garaohico
un exhorbitante diluvio de agua, el que por senda no usada bajó de
los vecinos altos montes, haciendo notables estragos en el Lugar, razón
,por lo que se ha hecho tan memorable, que vulgarmente hasta hoy se
llama el diluvio de San Dámaso, pues fué tan fuerte que perecierojii y;
arrebató 80 casas en el Barrio de los Reyes y causó innumerables pérdidas
8 sus habitantes, con pérdida también de muchas personas, que perecieron
en un horroroso barranco que se formó." Las pérdidas totales
que ia catástrofe originó se calcularon en 300.000 ducados, cifra bástanle
elevada entonces, tratándose de nuestras islas.
Comentando Viera y Clavijo el anterior siniestro, añade: "En tal
zozobra, acaso se hubiera sepultado todo Garacihico debajo do sxis propias
ruinas, a no ser la singular actividad de su alcalde mayor, el capitán
Sebastián de Peraleda, quien pasaba noches enteras a la inclemencia
con ;sus trabajadores, hasta que logró heroicamente divertir el barranco,
que amenazaba una completa desolación. El Ayuntamiento dio cuenta a
la Corte de aquel eslrag^o, tan perjudicial a la Real Hacienda, como al
cfimercio; pero solamente los vecinos contribuyeron a los reparos." Era
entonces Corregidor de Tenerife y Palma y su Capitán a guerra, el capitán
y sargento mayor don Alonso de Inclán y Valdés, a quien no sabemos
por qué nuestro historiador denomina "nuestro Deucalión", porque
no consta que se haya visto expuesto a las iras nciptúnicas de este personaje
mítico, ni tuviera por compañera a una nueva Pirra con que re-
LA VILLA y PUERTO DE 6ARACHIC0 8Í
poblar con nue.vos habitadores, al pueblo inundado. Estos no perecieron
tolalmente y lois muchos que sobrevivieron al desastre, ya hemos visto
an!os, como contribuyeron a devolver al lugar su anterior aspecto.
XI
Incendio de San José:
Corea de dos cuartos de sig-lo iban a cumplirse sin que ninguna otra
calamidad azotara al imeblo, pero do pronto dos incendios casi seguidos,
porque un quinquenio nada significa en la edad de un pueblo que cuenta
centiiriais de existencia, vinieron a imponer, como si dijéranjos, el aciago
sino que ya presidía entonces los destinos del Lugar y puerto. Fué el
¡primero el ocurrido el 12 de noviembre de 1092. en una manzana de casas
de la calle de la Marina. Comenzó el siniestro en la casa de un vecino
liamado Mateo González, desde donde se propagó a ocho casas m.is que
daban hacia el mar y luego a otras cuatro que estaban situadas cerca del
•eoiivento de los Padres agustinos, del que las separaba un estrecho callejón
con salida a la Marina, que apenas tenía unos tres pasos de ancho,
siendo un verdadero milagro que las llamas de aquella inmensa hoguera
no alcanzasen al citado convento, cuyas canales de madera ya habían comenzado
a chamuscarse y a humear, con gran sobresalto de los frailes
y del mismo vecindario, que hizo desesperados esfuerzos por localizar y
ri'ducjr el voraz incendio.
Pero si la morada claustral y docente de los ilustrados hijos del
Obispo de Hipona, sf salvó en la anterior fecha, de ser pasto de las llamas,
é.stas no la perdonaron, reduciéndola a un informe montón de escombros
y pavesas en el señalado día 19 de marzo de 1697, en unión de unas ciento
nueve casas del pueblo, reduciendo éste casi a una ruina total, en medio
de las lágrimas, de los gritos angustiosos y de las imprecaciones que
en aquellos momentos de confusión y espanto lanzaban los vecinos do
todas las clases sociales, especialmente las mujeres, ancianos y niños.
¡Espantosa tragedia, precursora de otra no menos temible!
Inicióse el incendio en una casa de la plaza de la iglesia parroquial,
corriéndose luego a ambos lados de la calle principal o mayor del pueblo,
llamada de "Abajo", en la cual "estaban las casas más interesadas de los
mercaderes, do mejores y más asentadas correspondencias y tratos, y
di nde el comercio era—expresa una memoria de la época—una confusión,
por la multitud do gentes que a aquel puerto concurría a sus negociaciones,
y siendo una calle bien larga en la distancia, llegó el fuego
(hasta el Monasterio Colegio de dichos Padres Agustinos".
Tal incendio, que fué una verdadera ruina para el comercio hasta entonces
próspero de Garachico, era luego recordado por los antiguos y sus
detalles transmitidos de padres a hijos, con el nombre de "Fuego do San
José" y tan dolorosa fué la impresión que causó en la localidad, que el
fraile agustino Fr. Marcos Alayón se creyó en el caso de cantar esa tragedia
en versos elegiacos.
38 ftEVISTA DÉ HiSTORTÁ
XII
El viileonisino destruye el Lugar y Puerto. Episodios más salientes:
Si grandes fueron para Garachico las anteriores calamidades, superó
a todas, por sus horrendos efectos, la devastadora erupción volcánica que
iniciada en la cercana sierra, siempre nefasta para el pueblo que se recostaba
a sus pies, durante el amanecer del dia 5 de mayo de 1706, la lava
que vomitaban infernales cráteres inundó la casi totalidad del pueblo,
incendiando manzanas enteras de casas, barrios completos, y terminando
por obstruir el puerto.
Aquella hirviente lava, después de destruir el lugar del Tanque, si
bien dirigió en los primeros momentos uno de sus gigantescos brazote
por sitio que no ofrecería peligro alguno al burgo aterrado, a eso de las
nueve de la noche del mismo fatídico día, acreciendo de manera verdaderamente
alarmante la masa volcánica y tomando monstruosa forma digital,
derramóse, en guisa de horrenda y fétida catarata, distribuida en siete
brazos, que no tardaron en alcanzar la bahía, cubriéndola en mucha
exten^ión, en unión de enormes peñascos desgajados de las montañas
limítrofes.
Continuó sus efectos devastadores el vulcanismo, en medio del pánico
del sobrecogido vecindario, que clamaba al Cielo pidiéndole clemencia
ante aquella imprevista y fatal catástrofe, sin precedentes con otra
alguna. Al cabo de ocho días diríase que la Providencia extremó sus rigores
con aquel pueblo sin ventura, porque una gran corriente lávica
terminó al cabo por invadir parte del pueblo, destruyendo la Parroquia
de Santa Ana, los conventos de San Francisco y Santa Clara y la mejor
calle del pueblo, siendo una de las casas principales alcanzadas, la de don
Gaspar de Castilla, conde de la Gomera, quedando intacta, como formando
un islote, en medio de aquel mar petrificado, la casona del Marqués de
•la Quinta Roja. Quedaron completamente destruidos los populosos barrios
de Morales y San Tclmo.
Vióse después, con gran sentimiento y dolor de todos los habitantes
del lugar, que en éxodo angustioso tuvieron que abandonarle durante la
erupción, por espacio de cuarenta días, que fueron cuarenta años para
aqviellos infelices, como la bellísima e incomparable sierra, poblada antes
por tantas quintas de recreo, de vides umbrosas, de cristalinas fuentes
que formaban susurrantes arroyos, de árboles frutales hasta la orilla
miíma del mar, rincón aquél abundoso y lleno de poesía, convertido lue-gc
en un vestiglo, en un paraje feo, solitario y triste, en una naturaleza
muerta, vestida para siempre do luto, tocada con negras bayetas, una
desilusión y un desengaño para todos los que en aquel suelo soterrado
por el volcán, habían nacido y vivido un cercano ayer", tan holgado y
próspero. Muchas familias, muchas gentes tristes y "cabizbajas, llorando
oí bien que acaban de perder, se vieron preoisadas a abandonar sus antiguos
lares, llevando a otros pueblos, tales como el Puerto de la Cruz y
Santa Cruz de Tenerife, cuyo destino futuro entendemos que se definió
LA VILLA y PUERTO bE GARACHICÓ 39
desile entonces en el curso de la Historia canaria, el fruto de su espíritu
comorcial y emprendedor. Garachicó, el pueblo soaxiisepulto y desventurado,
tuvo que resignarse a perder, desde entonces, su hegemonía comercial
y portuaria, comenzando fatal y penosamente a descender la cuesta
de su decadencia inicial, aunque el patriotismo de los suyos intentara
inútilmente, entonces, detener la acentuada curva de tal derrumbamiento
social y económico.
Una curiosa relación histórica del anterior suceso, que acabamos de
historiar sintéticamente, lo refiere con detalle y nosotros no queremos
privar de su conocimiento a nuestros lectores. Hela aquí:
•'En el día 5 de mayo de 1706, una hora antes de amanecer, reventó
un formidable volcán en unos campos que están en mucha altitud sobre
ei Lugar de Garachicó y en este mismo día, ya comenzó a bajar, aunque
por parte que aun no tenía que recelar peligro el dicho Lugar, pero a eso
de las nueve de La noche, se descolgaron por unos altos riscos, (qne servían
de Atalaya para reconocer las embarcaciones que se ofrecían venir),
siete arroyos'de fuego que, trayendo tras de sí y llevando por delante
muchos gruesos peñascos, entullaron su puerto, que era uno de los d3
más comercio en estas islas, y entrando el mar adentro, le retiraron hasta
el anchuroso limpio, en donde daban fondo y se aseguraban los navios.
Corrieron estos siete ríos, (con otros más pequeños que se iban aumentando),
por tiempo de ocho días, al fin de los cuales^ bajó un cuantioso
brazo que despedía por parle del Naciente, el cual después de haber asolado
las viñas y otra mucha y vistosa arboleda que vestían las laderas
de aquel descollado risco, consumido sus aguas que de él despeñaban en
copiosos arroyos, y dejando, en ün, reducido a un monstruoso malpaísi
todas sus hermosuras, comenzó a introducirse y a acercarse a aquel pueblo,
a tiempo que se estaba cantando en nuestro convento de Nuestra
Señora de los Angeles, la misa anual del Niño sudado, en que el sacerdote,
con los lamentos y el vocerío del grande concurso que se había juntado
de los vecinos pueblos para favorecerles, temiendo el cercano
peligro, sin faltar a lo esencial del sacrificio, se aceleró un poco hasta
perfeccionarle; introducido el volcán ya dentro del pueblo, comenzó a
arruinar todos los edificios que encontraba, unos reduciéndolos a pavesas,
y otros sepultándolos en sus pedregosas avenidas, de tal modo, que
aun ios propios dueños de sus casas, no podían distinguir cual era el
propic sitio en que estaban funilados. Dejaba ya quemado el volcán la
iglesia de un Lugar que está sobre el expresado pueblo, que llaman el
Tanque, y muoha's casas de su vecindad, dentro del mismo pueblo corrió
por una ermita del Sr. San Pedro Telmo y la ajundió, con una ribera de
mciinos de agua que estaban en la circunferencia de aqiiel barrio, llegó
hasta el convento de San Diego, Monjas de Santa Clara de este Lugar de
Garachicó, y aunque no entró, desde afuera mandó sus llamas en encendidos
pedernales, que todo le abrasaron; j)or la parte contraria, llegó a
nuestro convenio y sucedió lo mismo, que aunque no se introdujo dentro
de sns muros, prendiendo la llama en uno de sus cuartos y por aquí asoló
40 ÍIEVISTA DE HISTORIA .
su fábrica, siendo el convento de los mayores y el mayor edificio que tenía
la Provincia, pues sobre de contener dentro do su largo sitio, tres no
pequeños claustro?, tenía otros muchos en su fábrica que lo hacían ostentoso.
Notóse aquí que habiendo llegado el volcán desenfrenadamente a
tocarse con los muros de uno y otro Monasterio, allí paró, no consumiendo
¿US sitios, como sucedió con muchas casas, y corriendo el insinuado
volcan, con la misma violencia, hacia ana ermita de nuestro milagroso
ftan Antonio de Padua, llegando ya tan cerca que medía poco espacio de
d'.-tancia, allí se detuvo, sin ofender la casa de nuestro bendito Santo."
"Abrasado ya el convento de Nuestra Señora de los Angeles, do aquí
paso la llama, (aunque no el corriente del volcán), y prendió en unas
suntuosas casas del Sr. Don Gaspar de Castilla, conde d>3 la Gomera y
señor del Hierro, y formando desde allí palenque, se llevó toda esta acora
de casas hasta una playa, que llaman del Puerto, que estaba en larga
disíanci'a, y arqueándose como media luna, prendió on la Iglesia parroquial
y prosiguió el incendio por la otra acera hasta volver a terminar
en la plaza de nuestro convento, habiendo abrazado tanto número de edificios,
sólo reservó una casa del Marqués de Quinta Roja, a consecuencia
de Cfclar un poco retrasada del convento, y que en olla so custodiaba los
vestidos de Nuestra Señora de Concepción, que aunque a su convento no
lo libró, quiso quedarse esta casa, que poco después, por un casual descuido,
se les prendió fuego, con que todo quedó también desoLado." Después
de hacer referencia al convento de San Agustín, que quedó inmune,
i)rosigue el anónimo cronista de la siguiente manera:
"En fin, volviendo a nuestro volcán, todos desampararon el Lugar,
hasta el Clero y Religiosos, por tiempo de cuarenfa días, que no cesó de
correr el río de fuego; la Comunidad franciscana el día de la Ascención,
que cayó el 13 de mayo, se salieron en comunidad formada cantando el
salmo In éxito Israel, y al siguiente día, viernes 14, se pasaron al lugar do
leod, llevándose consigo las sagradas imágenes de Nuestra Señora del
Carmen. Sr. San Francisco, San Diego y Santa Cara, y puestos en una er-niila
que está al pie do dicho Lugar, que es de Don Nicolás de Alzóla, y
de aquí con una procesión muy devota y de mucho concurso, se pasaron
a su convento, que está en este pueblo. Los Religiosos dominicos, aunque
no peligró su convento, temiendo la amenaza, porque parecía que un brazo
liel volcán venía sobre ellos, a los quince días se pasaron a Icod, de
donde volvieron, viendo en ser su convento; las Religiosas de Concepción
y Claras, el mismo día que amaneció el volcán, las pasaron a dicho
pueblo, al convento de las monjas bernardas, permaneciendo allí hasta
poco tiempo que las de Concepción volvieron a su convento, y las Claras
las repartieron; los frailes franciscanos, la mitad a la villa de la Orotava.
y la otra mitad, a la ciudad de La Laguna, y las religiosas los repartió en
veinte conventos que contaban; en tantas estragos no pereció una alma
viviente, sino sólo llorando su pérdida del pueblo y casas, haciendas."
Hasta aquí lo más interesante, relacionado con el espantase suceso,
escrito por un fraile franciscano y al parecer residente en el inmediato
LA VILLA Y tUERTO DE GARACHICO 41
pu'^bJo de Icod. Otro religioso, Fr. Juan García, escribió otra relación (1)
sobre el mismo asunto, que en obsequio a la brevcMlad, extractaremos
aq!U, aunque esencialmente en poco difiere de la que arriba hemos copiado
a la letra. Dice que el volcán reventó en un sitio llamado Trevejo y
que ¡a primera corriente lávica bajó en dirección de San Pedro (de Dau-te);
y que hacia las nueve de la noche del citado dia, 5 de mayo de 1706,
ÍÍ; descolgaron por los riscos de Atalaya y Barranco Hondo, siete arroyos
de fluida corriente lávica que "retiraron el mar hasta más fuera del
limpio de los navios" y que, al cabo de ocho días, con algunos más que
formaron una especie de confluencia, bajó un formidable brazo "tan
feroz que habiendo entnllado todas las viñas de las laderas, redujo a
nuiipuis el barrio que dicen de los Morales, que se componía de tres calle.-
arruadas, de casas muy buenas; y asimismo hizo igual estrago en la
casa sin segunda, del señor coronel don Nicolás de Ponte Ximénez, con
la del señor don Gaspar Ilafael y todas las demás que tenía el barrio de
San Telino, cuya ermita primero se quemó y después fné cubierto el mismo
malpaísi con la ribera de molinos que estaban en la circunferencia del
lugar". Hablando de la destrucción de los conventos, refiere que del de las
monjas de Santa Clara sólo quedó en pie, por estar separada del edificio
principal, la celda de la madre Sor Angela de San José Caraveo, y respecto
al de San Francisco, hace notar que la lava rompió primeramente una
cuadra del mismo, "que servía de granero en lo alto, y de allí se comunicó
al cuarto del refectorio, y asoló de tal modo al convento, que no dejó en
lodo él pieza que no fuese abrasada, sieiulo el convento de más edificio
que tenía la provincia, pues todo el sitio desde la calle del Hospital hasta
el muro de encima, estaba poblado con tres claustros y otra pieza muy
buenas."
Termina el religioso cronista su relación haciendo las siguientes
reflexiones: "No hay ponderación para encarecer cuantas fueron las pérdidas
que se padecieron, los sustos que se lloraron y las incomodidades
que se sintieron. Al fin desampararon el sitio sus habilitadores, las religiosas
y el clero por espacio de cuarenta días, que uo cesó de correr el
río de fuego, que producía tan horrible y espantosa causa." Habla de los
consuelos que el alma cristiana halla en la Misericordia divina y finaliza
haciendo notar que no "sucedió fatalidad en que peligrase humana criatura".
Queremos completar los anteriores datos, adicionándoles el autorizado
de nuestro Viera y Glavijo: "Apenas tuvieron tiempo y valor—escribe—
aquellos habitantes para huir de la nueva tierra de Pentápolis.
Mujeres, viejos, niños, religiosos, enfermos, unos a caballo, otros a pie,
otros por la mano otros a rastros, salieron en tropel hacia Icod. cargados
de las alhajas más preciosas. Mucho resplandeció en esta catástrofe la
generosidad del Ayuntamiento, contribuyendo, sobre todo, con un subsidio
para conducir las religiosas a La Laguna; pero mucho más la genero-
(1) Véase el número extraordinario de tM Pi'cnsa, feaha 10 de agosto de
1930, que copia íntegro el documento. Santa Cruz de Tenerife.
_4á feteVIStA DE HIStÓRtA
sidacl del general Don Agusfín de Robles, (2) que habiendo asistido con
el mayor desvelo al alivio de este desastre, gastó más de 3.000 pesos de su
caudal para llevar, desde muy lejos, el sustento a aquellos vecinos errantes,
y facilitarles caballerías para el transporte. La pérdida fué imponderable,
y la mutación del terreno, espantosa. Kl antejiecho de esmeralda
pare'jió cubierto de tostadas bayetas. Desapareeieron las viñas, las aguas,
ios pájaros, el puerto, el comercio, el vecindario."
Episodio de tan excepcional trascendencia, que seguramente tuvo
natural resonancia en todas las Islas, es extraño que escaso lo haya tenido
en los libros capitulares del ilustre Cabildo de Tenerife, en los cuales
apenas si hemos encontrado meras o lacónicas referencias, como no
sea para ponderar, como Viera justamente encomia, el filantropismo y la
generosidad de un extraño al país, como era el general Robles, silenciándose
otras asistencias que seguramente no faltaron, do particulares y de
pueblos, como el de Icod, que fué el primero que acogió a los fugitivos, en
lieneficio de los desventurados habitantes de Garachico, quienes, de la
noche a la mañana, se encontraron huérfanos del hogar donde habían nacido
y en cuyo tostado suelo reposaban los caros restos de sus abuelos.
Asimismo estas sinventuras tuvieron su emocionado y sentidísimo
canto en la lira canaria. El padre dominico, Fr. José de Casares, escribió
un poema elegiaco, dedicado en 1709 al obispo de Canaria, Don Jua¡n
liulz Simón, sobre el volcán de Garachico. Sobre su erizada y pétrea superficie,
cimentada en lo que antes fuera amplia bahía, unos pobres pescadores
y humildes jornaleros, familiarizados con las adversidades de la
fortuna y constantes e ingenuos comentadores del extinguido bienestar
de aquel su amado pueblo, formaron un barrio, arrullado melancólicamente,
si así puede decirse, por aquel mar, de cuyas ondas habían huido—
dolorosa mudanza de los tiempos—los navios encargados de hacer un
activo tráfico comercial con América y los países del Norte europeo.
XIII
Ln castellanía de la torre de Garachico:
En capítulos anteriores de estas notas históricas sobro ja antigua Villa
y Puerto, dimos a conocer hasta con prolijidad, todos los antecedentes
que .se relacionaron con la construcción de esta pequeña fortaleza, hoy
oilenciosa y estática canción de gesta, que sirvió antaño de amparo y defensa
al rico lugar, sede del partido de üaute.
El Cabildo ^e Tenerife, después del fallecimiento del primer alcaide
perpetuo de la expresada torre, Fabián Viña, es sabido que, contra viento
y marea, se obstinó en nombrar, como lo hacía en el castillo principal de
Santa Cruz, castellanos en el de Garrachico, si bien no consta que tuviera
facultad real para ello. El historiador Núñez de la Peña tuvo la curiosidad
{2) En sesión celebrada por el Cabildo en 20 de agosto de 1706, se mencionó
el coanportamiento meritorio del expresado üenerai.
LA VILLA Y PUERTO DE GAftAcmco Ah
de incluir en su conocida obra, una lista de estos castellanos, trayéndola
hasta el momento en que la Gasa de Hoyo, a titulo de descendiente del
Viña, reivindicó para ella tal honorífico y oneroso cargo, propio entonces
do caballeros hijosdalgo.
He aquí ¡a lista a que antes nos referimos, según el mentado Juan
Núñez de la Peña:
Fabián Viña, ya citado; Bartolomé Cabrera Perdomo, sobrino del anterior,
en 1583; Hernando Calderón, regidor perpetuo, que fué nombrado
en julio de 1584; Martín del Hoyo Abarca, nombrado en 30 de noviembre
d-' 1588; Antón Fonte, que lo fué en noviembre de 1589; Liieas Martín de
Alzóla, en 1592; Antón Fonte, segunda vez, en 159;3; Pedro de Vergara,
regidor perpetuo, en 1594; Juan Mateo Viña, hijo de l<\abi¡\n, en 1597 has-la
el mes de marzo del mismo año; Felipe «Tacóme de las Cuevas, en 1597;
Juan Viña, en los años de 1598 y 99; Gaf-jpar Soler de Arquijo, que desempeñó
ia alcaidía desde abril de 1601 hasta 1602; Julián Lorenzo Qavijo,
regidor perpetuo, en 1603; Juan Lovalo, en 1604 y 1605; ol capitán Francisco
Zurita del Castillo, regidor perpetuo, desde 1606 al 7; el capitán
Luis Lorenzo, regidor perpetuo, en l(i08; el eapilán Pedro Chacón, en
1609; el caipitán Pedro González Gallegos, desde 1611 al 15; el capitán
Luca^ Martín de Alzóla, segunda vez, nombrado el 6 do febrero de 1615,
:por ausencia del anterior castellano; el cajiilúii Salvador Afonso Gallegos,
en 1616; el maestre de campo D. Fernando Calderón del Hoyo, en 1618;'
Pedro González Gallegos, segunda vez, desde 1619 al 23; el capitán Don
Alonso Calderón del Hoyo, regidor perpetuo, desde 1024 al 34; D. Cristo^
bal de Ponte y Hoyo, desde 1635 al 39; el capitán I). Alonso de Pont© Xi-méncz,
en 1640; el capitán Niooloso de Ponte y Cuevas, regidor perpetuo,'
cu 1641; el capitán D. Francisco de Mesa, regidor perpetuo, en 1642;
el capitán Melchor López Prieto de Sáa, regidor perpetuo, en 1643; el capitán
Gaspar de Alzóla, desde 1644 al 45 inclusivo; el capitán Nicoloso de-
Aponte Cuevas y Azoea, regidor perpetuo, en 1646; el sargento mayor
D. Gaspar de Alzóla, en 1647; el capitán I). Cristólml del Hoyo Calderón,
en 1648; el capitán D. Pedro Agustín Interián de Ayala, regidor perpetuo,
en 1649; el capitán D. Jerónimo Fonte Ponte y Paxés, de la Orden militar
de Santiago, en 1650; el capitán D. Juan de Castro Vinatea, en 1651; el capitán
Cristóbal de Ponte Xuár*^z Gallinato, en 1652; el capitán Sebastián
Prieto del Hoyo, regidor perpetuo, en los años de 1653 y 54; el capitán
D. García del Hoyo Alzóla, que fué quien recabó de la Corona el nombramiento
de castellano perpetuo y hereditario, en favor de la rama primo-genitura
de gu Gasa, lo que logró, después de sostener un largo litigio con
el Cabildo de Tenerife, hacia el año do 1655, posesionándose el 15 de enero
del citado.
XIV
I^\ castellanía perpetua de la torre de Garachico:
Era una de las cargas de la alcaidía perpetua, el subvenir al municio-uaiiiiento
y artillaje del castillo, que, por cierto, siempre fué muy deíl-
44 REVISTA DE HISTORIA .
cíente, mal de que, en todo» los tiempos, adolecieron las fortificaciones
do las- Islas, ya corrieran ellas a cargo de la Real Hacienda, de los señores
territoriales o de los Cabildos. Consta, sin embargo, en un documento público
que el Concejo tinerfeño elevó al Gobierno en 1786, en favor de la
familia de Hoyo, que D. García, a imitación de su antepasado Alonso del
Hoyo y Calderón, había municionado la fortaleza y mantenido a su costa
un artillero encargado de su servicio.
]). García tuvo que hacer nn viaje de negocios a países del Norte de
Europa, caso que no era entonces poco frecuente, y durante su ausencia
dejó encargado de la tenencia del castillo, a su primogénito I). Alonso del
Hoyo, quien j)rünto fué asesinado a jiuñaladas, mientras dormía en su
pio]iia casa (166!)), ignorándose entonces totalmente quien haya podido
-er el autor de tal crimen, famoso en los anales de Garachico, siendo inútiles
las pesquisas que, por parte de la Justicia, se hicieron para descubrir
al criminal. D. García pereció también, trágicamente, según parece,
eu su viaje de regreso, a consecuencia de un naufragio, desempeñando
entonces la tenencia del castillo, durante la menor edad de D. Juan de!
Hoyo, el tío de éste D. Pedro del Hoyo, si seguimos a Núñcz de la Peña.
Al llegar a la mayor edad i). Juan del Hoyo Solórzano, hijo de D. García,
se hizo cargo de la castellanía perpetua de la torre de San Miguel de
Garachico, que por cierto estaba en el más lastimoso estado, a consecuencia
de haber sido maltratada en uno de los incendios que sufrió el
lugar en 1G97; pero esta reedificación a que como tal alcaide estaba obligado
en gran parte, le habría de servir de base para honrar su linaje con
la obtención de un título de Castilla, que le fué conferido en 1698, con la
expresa condición de reedificar y artillar la fortaleza encomendada perpetuamente
a su familia.
Pasamos por alto las querellas que el nuevo Conde de Sietefucntes
tuvo que sostener incluso en la Corte, con su pariente el entonces gobernador
y capitán general D. Pedro de Ponte Llarena, primer conde del Palmar,
que le puso toda serie de trabas en función de impedir que llegara a
reedificar el castillo, condición precisa, como sabemos, para consolidar
el Título. Todas ellas están referidas extensamente por Viera y Clavijo,
coi'respondiéndonos a nosotros únicamente referirnos al memorial de
cargos contra Palmar, que tuvo la valentía de presentar en la Corte, el
condestable del expresado castillo, Lucas de Toledo Guadarrama, hidalgo
pobre que supo hacer honor a los limpios apellidos que ostentaba con or-gidlo.
Su tesón y su fidelidad a la Gasa de Sietefucntes, habíale valido los
atropellos del guieral Ponte, que le había puesto en dura prisión, destituyéndole
de su modesto cargo.
XV
La querella de Toledo Guadaifama en la Corte:
Ruidoso asunto fué considerado en todo Tenerife y mucho más en
Garachico, donde se conocían personalmente a sus protagonistas, estas
LA VILLA Y PUERTO DE GARACHICO 45
querellas que Viera calincó de "rivalidad de familias" y de "pasiones ine-vitabies
de parentesco", por lo que se refería a los Condes del Palmar y
de Sietefuenles, aunque fuera el primero de estos personajes isleños,
quien tanto las provocara, envolviendo en esa corriente de mezquindades
a un humilde servidor que no cometió otro delito que el salier ser fiel a
sus obligaciones.
Antojásenos el condestable Guadarrama como aquel valeroso joven
de la Biblia que, sin otras armas que la sencilla cuerda de la honda, lanza
al aire una piedra que hiriendo al monstruoso filisteo, da con él en tierra,
consiguiendo la victoria del pueblo protegido de Dios. No consiguió, como
David, cambiar el sencillo sayal de |)aslor por un manto de púrpura, pero
sí podemos afirmar que logró hacer resj)etar su derecho y enseñar, una
vez más, a los pueblos canarios, que sobre la autoridad despótica de
aquellos Capitanes generales, había otra que a veces corregía sus extra-limitaciones
y atropellos.
Lucas de Toledo Guadarrama ¡)asó a Madrid en unión de su jefe el
Conde de Sietefuenles y, una vez en la Corte, presentó en contra del Gobernador
y capit.án general de las islas de Canaria, una furiosa denuncia
anlf! el Consejo de Guerra, articulada en veinte capítulos, que ponían de
manifiesto la arbitrariedad, el despotismo, el cobecho, en una palabra, la
concusión y la inmoralidad del Conde del Palmar, condiciones que debió
abstenerse de aplicar a su tierra y que, indudablemente, hacían poco honor
a su historia pasada, aunque esto no era achaque que se podía enton-c?
s circunscribir a su persona, sino al sistema viciado que imperaba en
la gobernación española de la época, después del ominoso período final de
la dominación de la Gasa de Austria. He aquí, extractado, en que consistían
los artículos de la denuncia (3) :
i.' Haber decomisado en Garachico unas mil fanegas de trigo a los
vecinos D .Alonso del Hoyo Solórzano y D. Alonso Soüs, quienes querían
enviarlas a la isla de la Palma, so pretexto de que faltaba grano en Tenerife.
Que pretextando el arrí^glo del camino que iba a las partes de Dante,
había impuesto una contribución a los cosecheros de vino, impidiendo
que este artículo se vendiese en las bodegas, mientras que su berma-no
1). Esteban lo compraba a menos precio, para venderlo luego con gran
.margen de ganancia, lo que no impedió que obligara a los soldados del
Tercio de Garachico, dando a cada uno el mísero jornal de un real de islas,
a que trabajaran en el arreglo del indicado camino, que no se terminó,
quedando ai'm mas intransitable que antes, habiendo recibido dinero
deí vecino D. Diego Francisco de Acosta para que le quitase el camino qU(>
alravesaba sus viñas.
2." Tolerar el contrabando de trigo que se liacía con los barcos que
navegaban hacia América, haciendo que sn hermano D. Francisco visitase
ios navios en unión del Corregidor, para que éste se hiciera la vista
gorda.
(8) Para más detalles, véase el Memorial impreso en Papeles mrios, fol. 254
y .«iguienles, de la Biblioteca provincial de esta ciudad.
46 REVISTA DE Hli^TORIA
3.° Que con el pretexto de que los argelinos iban a atacar el santuario
de Candelaria, había sugerido la idea de im])oner una contribución
para levantar allí un reducto, que había comenzado su antecesor el general
Varona y que después de construido, había mandado que todas las
compañías de los Tercios de Milicias fuesen a aquel paraje de servicio,
cada tres días, al mismo tiempo que en carta particular que dirigió al
Maestre de campo de aquel Tercio, le manifestal)a que quedarían exceptuados
de tal servicio, mediante redención a metálico, según la respectiva
categoría de cada uno, comenzando por el soldado, pero habiéndose negado
la Orotava a contribuir con dinero, disponiéndose su capitán comandante,
D. Pedro Méndez, a marchar con su compañía, se contrarió vivamente
el General; que éste había decretado el destierro a Fuerteventura
de algunos sujetos de la Villa, por haber abierto el arca del Pósito (4),
pactando luego con D. Diego Benítoz de Lugo y Vergara, que había pasado
a La Laguna a interesnrse por el perdón, la condonación de tal destierro
.mediante dinero que le llevó el sargento mayor D. Melchor de Valcár-cel,
lo que no impidió que faltara a su palabra, llevándose a cabo el destierro
a las islas de Lanzarotc y Fuerteventura.
1.' Que hnbía aplicado el dinero de que se incautó en el secuestro
del señorío de la isla de Lanzarote, en su exclusivo provecho y tráfico
particular, so color de haberlo empleado en fortificaciones de aquella Isla.
5." Que la isla de Tenerife estaba indefensa; el castillo del Puerto
de la Cruz "muy mal parado y casi indefenso" y que la estacada que allí
había fabricado el general Varona, para refugio de la Infantería, la bahía
entregado con sus llaves a un inglés llamado Guillermo Poldon, con
objeto de que éste sembrara en su suelo cebada para sus caballos.
6." Que había recogido los dos mil pesos procedentes del uno por
ciento, destinados a las fortificaciones de la Isla.
7." Que procuró intervenir en la administración de las Reales rentas,
poniendo do almojarife en Garaohico a su hermano D. Esteban de
Ponte: en el Puerto de la Orotava, a su cuñado D. Gaspar de Ponte, y por
recaudador a su hermano D. Francisco. Todo ello para poder ocultar mejor
sus fraudes.
8." Que siendo Gobernador de Panamá, había enviado a Tenerife
en un navio, año de 1685, un cargameiifo de plata, desde la ciudad de la
Habana y con destino a su hermano el Marqués de la Quinta Roja, desembarcándola
de contrabando en la Punta de Teño, para no pagar derecho
alguno a la Real Hacienda.
0." Que en las Islas sólo había propuesto para los cargos de Maestres
de campo y sargentos nuiyores a sus parientes, habiéndolo hecho
ipara el puesto de sargento mayor del tercio de Garachico en' favor de
su cuñado D. Gaspar de Ponte Ximénez, que no era capitán del Tercio
y con menores méritos que los capitanes de! mismo, más antiguos, don
;4) Los.desterrados fueron un ta! Romero, Diego Ambrioso Milán y el famoso
Vicario de la Orotava, Delgado Temudo.
LA VILLA Y PUERTO DE GARACHICO 47
Alon.so del Hoyo Solórzano, do la orden de Calatrava y Señor de la villa
(lo Santiago, D. Sebastián Prieto del Hoyo y D. Miguel Ferraz de Garaveo.
iO." Que se ofrecía a mediar con deudores para cobrar débitos a
cambio de recibir regalos ocultamenle, atropellando con este motivo a
D. Juan del Hoyo Solórzano en beneficio de un inglés que había presen-lado
quiebra, llamado Marcos Proforte el Alto.
1J.° Que había proveído la Sargentía nuiyor del Tercio de la isla de
la Palma en persona que había llegado nuiy podrrüsa en riquezas de Indias,
con viva protesta de los caballeros de aquella Isla, que llegaron a
amenazarlo de acudir en queja al Rey, suspendiendo aquel nombramiento
ante el temor de que se llegara a realizar tal reclamación.
Que las Milicias de la isla de Tenerife se hallaban sin capitanes, especialmente
el Tercio de Garachieo, por haber renunciado muchos de ellos,
cuando vieron que el Conde del Palmar no consultaba a los antiguos oficiales,
poniendo en su lugar muchos sin experiencia militar ni servicios.
12.° Que multaba rigurosamente a todos los milicianos que faltaban
a las barreras y a las muestras de armas, especialmente los pertenecientes
al Tercio de Garachieo, sin perdonar ni aun a los más infelices.
El capítulo I3.° no ofrece interés alguno.
14.' Que se aplicaba más al trato y negociaciones comerciales, que
al ejercicio de armas y buen gobierno de las mismas, llegando incluso
hasta tomar en arriendo viñas a medias y a continuación enumera el denunciante
algunos negocios poco limpios.
15." Que había amparado, para aprovechar sus bajos servicios, al
esclavo negro llamado Juan del Cristo, que había asesinado a su amo inglés
un tal Samuel Sawn, de cuya causa criminal había conocido el maestre
de campo del Tercio de la Orotava, 1). Juan Cabrera, con asistencia de
letrado, siendo condenado el asesino a galeras perpetuas, habiendo estado
preso en el castillo del Puerto de la Orotava, desde donde se había fugado
a la hacienda del Marqués de la Quinta Roja, pasándose luego al convento
en construcción en G;irachico. pudiíMido ser prendido, lo que impedía
el General, con vistas a poderlo embarcar para ludias, vendiéndolo
allá.
16." Que el sargento mayor I). Gaspar de Ponte, su cuñado, desde
que lomó posesión de la sargentía mayor del Tercio, pretendió tener jurisdicción
en el gobierno político de Garachieo, conociendo en toda clase
de pleitos, interviniendo en causas contra hombres de mar que riñeron
en la marina, poniéndolos presos en el castillo, ordenando a los soldados
encargados del servicio de vigilancia noclurna, que si encontraban
al Alcalde mayor del lugar, le mandasen retirar de las rondas y, caso con-ii-
ario, lo prendieran, lo que origiiu), por parte del Alcalde, una queja a
la Audiencia, que mandó se hiciese averiguación de lo sucedido, lo que se
probó enteramente; pero entonces el propio General pasó a (iarachico,
mandando al escribano actuante que le entregase la información origina!,
haciéndole jurar si había dado ya testimonio de la misma y comprobando
que había una en poder del corregidor de Tenerife, tuvo maña para
arrebatársela a este funcionario, ocultando los autos.
48 REVISTA DE HISTOPIA
17.° Se refiere a un asunto de carácter privado, que omitimos, en
que parece fué sorprendida la buena fe de la Marquesa de la Quinta Ro-ju,
con perjuicio de una de sus hijas y que denunciado el hecho. Palmar,
por tratarse de un familiar suyo, ocultó los autos, para que no castigasen
al culpable y al escribano que había autorizado la escritura falsa.
18.° Que había permitido, cuando tomó posesión de la Capitanía ge-jieral,
que se fe victorease como a persona real y que le diesen tratamiento
de Excelencia, rindiéndosele honores impropios, llegando d clero
a recibirle en corporación y con bonete.
19.° Que estaba todavía capitulado por las arbitrariedades que co-mtlió
en Panamá como Presidente de aquella Audiencia y gobernador,
así como por fraudes a la Real Hacienda, y
20° Que el Conde del Palmar había ordenado al denunciante que le
entregase, como condestable del castillo, cuanta pólvora estaba a su cargo,
10 que ejecutó, pero, al cabo de im mes, I). Gaspar de Ponto, por orden
d:jl General, frciha 29 de noviembre de 1700, le mandó le entregase unos
seis quintales de pólvora, aunque diciendo que sería devueMa a su dueño.
íLuegc pidió unos doce quintales más, lo que el propio Toledo Guadarrama
se excusó de entregar, {)or no existir en el castillo otra pólvora que la que
estaba de cuenta del Conde de Sietefuentes, castellano perpetuo del castillo,
por cuyo hecho mandó el General que el Toledo fuese preso, poniéndole
de cabeza en el cepo, al mismo tiempo que decretó la suspensión en
el cargo de condestable.
Rien se comprende que el poderoso autor de tantos desmanes y atropellos,
do que había heclio blanco al propio pueblo de su nacimiento, sin
la menor consideración a nada ni a nadie, se cebara iracundo en el modestísimo
condestable de la torre de San Miguel en Garachico, seguro de
que sus actos quedarían en la mayor impunidad, pero ¿quién diría al po-d(
roso Conde del Palmar, "buen general de Ejército y mal gobernador de
Provincia", al capitán general de Canarias y presidente de su Real Audiencia,
al héroe de Flandcs, al personaje que había antes desempeñado
elevados cargos en Indias, que un oscuro e insignificante artillero de un
lugar de Tenerife, había de contribuir en parte a su caída? ¿Reprobaría
él mismo, después, aquellas sus demasías, cuando apagadas las pasiones
y con los laureles ya marchitos sobre sus venerables canas, obscuro casi
en su propio país nativo, se sentaba llanamente en las escaleras del convento
de San Francisco de Garachico, conversando familiarmente con el
antiguo mareante Félix Miguel?
El condestable Lucas de Toledo no se contentó en el anterior memo-hriai,
con menos que con pedir el ser repuesto en su cargo de artillero y la
capiiulación del Conde del Palmar, sino que contradijo la posible venida
a la Corte del indicado General, para ocupar la plaza de consejero en el
de Guerra, porque—decía—podría desde ese nuevo cargo favorecer a la
numerosa parentela que tenía en Islas.
Nuestro historiador Viera, no trata de disculpar los cargos formulados
en el anterior memorial, que reduce a tres esenciales: "ia viva ansia
de tomar dinero por todos los caminos posibles, (costumbre que trajo de
LA VILLA Y PUERTO DE GARACHICO 49
Paníimá); dar empleos militares y de Rentas a los suyos, (hábito que
adquirió en Tenerife); descuidar de lo que le tocaba, por atender a lo que
no era de su incumbencia, (abuso que se halla en muchas partes)".
En octubre de 1701 fué destituido de su mando el Conde del Palmar.
El Rey había escuchado las razonables quejas que ante sus plantas habla
fui-mulado el Conde de Sietefuentes, según carta que este caballero dirigió
a su tío el Marqués de la Fuente de las Palmas, residente en Tenerife.
Esta isla respiró y acaso esipecialmenfe Garachico, que ya no tenía que
temor nada de sU ilustre hijo. Harto hizo con acogerle con respeto en su
recinto, pero sin pena ni alegría, leve pena, es verdad, que el sentido colectivo
de los pueblos reserva siempre para aquellos que, salidos de su
seno, no hacen participantes a la colectividad de algo que en su poderío
¡ludieron otorgar o estimular al menos. Garachico no tuvo tal fortuna y
bien que ya la necesitaba. Ya comenzaba a traspasar los pórticos de la
mala suerte.
Dacio V. DARÍAS Y PADRÓN
(Continuará.)