El verdadero destino de las "pintaderas"
de Canarias
G. MARCY.—"La vraie destination des "pintaderas"
des lies Canafies". Tirada aparte del "Journal de la
Société des Africanistes", tomo X, 1940, (págs. 163-180).
Entre log in,numerables vestig'iois materiales de la antigua civilización beréber
de las ialais Canarias acumulados hoy día en las colecciorires de diversos Museos,
figura más de un cerntenar de sellos de tierra cocida, a veces de imadeila,
a los que los etnólogos especializados dan la denominación española, al presente
consagrada, de pintaderas, literalmente "objetos que sirven para pintar". Estas
pintaderas ham sido exclusivamente recogidas, hasta ahora, en Gran Oana-lia,
y no parece que fueran, usjadas por los guanches de las deimás islas. Han sido
descritas frecuentemente y constan de dos partes: un pedúnculo o especie de
miango más o menos corto, de ordinario agujereado, y visiblemente dÍ8ipu«sito
para cogerlo; y una base plana com adornos en relieve de dibujos igieométricos
diversos: tablero de damas, nido ée iabejas, dientes de sierra, bandas sobrepuesta
», o combinaciones de estos motivos. La forma corriente de la base es cuadrada,
rectangular, triangular o circular, a veces .semicircular o amiariposada formando
dos triángulos equiláteros opuestos por un vértice. Son siempre objetos
de dimensiones pequeñas, cuya base suele mecfir de 2 a 3 cm. de lado; el mayKW
(de forftia rectangular) no a[<ifMza 10 cm. en su dimensión mayor, y aun esto
es uTi caso exceipcional. (1)
El destino cierto de estos curiosos objetos está lejos de haber sido establecido
hasta hoy. Sólo han tratado de ello los autores modernos que escriben durante
el siglo XX. Para unos, como «1 Dr. Chil, se trataría de amuletos; ipaira
otros, como él historiador Millares, de .pendientes de adorno. (2) La opiniónj
más generalmevi'te ladmitida en la hora actual es la ardientemente defendida
por el llorado Vemeau '(3), fallecido hace pocos meses; que consiste en ver en
estos sellos instrumentos empleados por los guanches para la pintura corporaJ,
(1) Cf. para una detallada descripción, R. Vemeau, Rapport sur une mis-sión
scientifique dans l'archipel canarien, París, 1887, 25 parte, cap. III, par. 49,
pág. 221, 222. y fig. 13 a 38.
(2) Cf. ibidem, pág. 222-226.
(3) Cf. ibidem, pág. 221 eig.
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la decoración tegniimentaria; los indígenas se servirían de ellos para imprimir
sobre la piel dibujos coloreados, según un procedimiento que parece estuvo y
aún está en uso en diversas poblaciones indias ¿e la A.mér¡ca Central y México.
Esta tesis ha acabado por ser la recibida, más por la pSrsonalidíul de su autor
que por el valor de los argumentos' presentados, que son (como se verá ense^
guida) en .realidad casi nulos; y se encuentra reproducida y aceptada sin discusión
en dos olbras científicas tan importantes como el "Maund de archéologie, de
Déchelette (4), y la magisitral Histoire ancieime de rAfrique du Nord, de Sté-phane
Gsell. (5)
I.-,AUSENCIA COMPLETA DE PRUEBAS HISTÓRICAS DEL EMPLEO DE
LAS "PINTADERAS" COMO ÚTILES PARA LA PINTURA CORPORAL
Empecemos por discutir la,tesis de Verneau, indicando cuan débiles son los
indicios en que se aipoya en lo relativo^ a Oanarias. Mantendremos en toda esta
discusión una constante atención hacia una estrecha comparación de los hechos
guanches con los hechos similares, pasados,o actuales, observables también entre
los bereberes del Continente.
A.—^£1 problema de la pintura corporal y el tatuaje entre los bereberes del Continente.
No será inútil resumir brevemente lo que sabemos de la decoracióm tegu-mentaa"
ia enitre los bereberes oontínentaies.
Como en Europa, don^de remonta a la época de las cavernas, la práctica de
la pintura corporal es muy antigua en África del Norte; y verosímilmente fué
en su origen un rito con virtudes profilácticas y purificadoras. En muy remota
época, y aun en tiempos cercanos a nuestra era, los cadáveres iparecen haber sido
pintados de rojo. En la costa oriental de Túnez se han hallado indicios de esta
costumbre y recientemente se hain señalado también en tumbas de la época
neopúnica de la costa de Kabilia.,(6). En vida también se sometían a esta costumbre.
Los pueblos que en el s. V a. J. C. ocupan el litoral tunecino. Maxyess
Gyaantes y taimibién quizás los Zaueces, se pintaban el cuerpo de bermellón. Según
Herodoto, los Etíopes^—es decir: los negros probablemente,—^vecinos de esta
región, tenían la misma práctica, y se embadurnaban de rojo o iblanco, como
es aún muy usual entre las tribus negras, con ocasión de determinadas ceremonias
guerreras o religiosas.
Los libios renunciaron a este uso, sin duda antes para losi vivos que para
ios muertos. Después de Herodoto no se encuentra mención de él en los autores
(4) J. Déchelette, Manuel d'ArchécQogie préhistorique, tomo I, París, A
Picard, 1924, jikg. 56».
(5) St. Grsell, Histoire ancienne de l'Afrique du Nord, París, Hachette tomo
VI, págs. 11-12.
(6) Cf. M. Astruc, Nouvelles fouilles a Djidjelli (Algerie), en "Revue Afri-caine,
22 trim. 19a7, págs. 207-213. •
lió
antiguos. Pero se ipuede preguntar con Estelban Gsell (7) si las pinturas rituales
con alheña, que aún en nuestros días se practican en muchas ceremonias:
circuncisión, matrimonio, etc., no son un recuerdo y una atenuación de estas
pinturas corporales, hoy limitadas a las manos y los pies, por el uso de los vestidos,
reducidos—como se sabe—entre los bereberes de la antigüedad a su más
sencilla expresión: un simple taparrabo, y aun para los hombres un estuche^á-
;¡co de cuero o Kamata. (8)
Desaparecida en el continente, esta costumbre de pinturas corporales se
mantiene, no obstante, en Canarias^—como vamos a verlo (9)—hasta pleno siglo
XV de nuestra era.
Como entre los actuales negros, la mayor parte de las veces, estas pinturas
corporales han consistido probablemente en amplias capas de pintura sobre la
piel o simples enübadurnados. Nada se nos ha dicho sobre el procedimiento empleado
para conseguirlo. No sabemos—casa que ocurre muchas veces en el Afri
ca Negra—si la pintura era empleada también para trazar sobre la piel verdaderos
dibujos de manera más artística que un simple emiplasto. Así son los dibujos
de algunos jefes libios representados en monumentos egipcios del segundo
milenio antes de nuestra era; ciertas figuras geométricas rudimentarias y el
símbolo de la diosa Nit de Sais. (10) No se puede asegurar si se trata de sencillas
pinturas o de-verdaderos tatuajes indeleble», en que la pintura se ha metido
bajo la epidermis con auxilio de un punzón.
Bn África del Norte, especialmente Marruecos, para ciertas ceremonias las
mujeres se pintan aún de negro y muchas veces de .blanco y rojo, franjas y filetes
u otros adornos en la cara y las manos. Pero de todos modos, si hay pintura
y no tatuaje, en el caso de los gnaerreros tamahus representados en la tumiha del
Jaraón Seti I, nada nos autoriza a pensar que hayan sido hecha con sellos, y la
dimensión relativamente grande de los motivos no corresponde en modo alguno
a las dimensiones usuales de nuestras pintaderas canarias.
Mucho más lógico es pensar que tales dibujos estaban trazadios con el dedo,
como lo son hoy los motivos de que venimos hablando, dibujados en la caira
de las mujeres bereberes, g la decoración pingada de su cerámica.
El único procedimiento distinto usado—A lo que sabemos—en países bereberes
para las manos o los pies, es el del teñido con partes cubiertas; que consiste
en ligar el miembro que se ya a pintar en un curioso entrelazado de bramante
y sumergirlo en el colorante; una vez seca la pintura se quitan los hilos
y ise obtiene por este medio un dibujo más o menos artístico.
En cuanto a la antigüedad del tatuaje en el medio beréber, un ipasaje dte
Casio Félix, autor africano del siglo V de nuestra era, no deja lugar a dudbs
sobre su existencia en tal éipoca entre los libios. Se trata de las marcas que llevaban
eñ el rostro las mujeres moras, y los términos de que se sirve Casio:
stigmata characteree, y el procedimiento que indica para hacer desaparecer ta-
(7) Para toda esta cuestión de las pinturas corporales entre los antiguos
bereberes, cf. St. Gselli, ob. cit. p. 10 sig.
(8) Gsell, ob. cit. p. 22.
(9) Infra, apartado E.
(10) Gsell, ob. cit. pág. 11.
111
les señales: toUuntur periculose medicamento discoriatorio quod Graeci ecdoriom
vocant, prueban que se trata de verdaderos tatuajes. (1)
En resumen, si es verdad que la pintura corporal y el tatuaje son costumbres
bien atestiguadas en época antigua entre los bereberes del continente, noi
tenemos prueba ni indicio alguno de que hubieran empleado para hacer sus pinr
turas corporales sellos análogos a nuestras pintaderas canarias.
B.—Según las tradiciones locales, las "pintaderas" canarias son sellos de los reyes
indígenas.^Verosimilitud de esta -interpretación popular.
Entramos en la discusión propiamente tal de la tesis del Dr. Vemeau, Este
autor la expresó en forma definitiva en la segunda parte, capítulo 3, párr. 42, de
jiu Rapport sur une mission scicntifique dans l'archipel canarien, París, 1887.
Primer punto capital: como constata el propio Dr. Verneau, no encontramos
absolutamente nada en los historiadores esipañoles contera/poráneos de los
últimos años de la civilización guanche—desaparecida al correr del siglo XVI—
que, de cerca o de lejos, se refiera al empleo o la mera existencia de las pintaderas.
La -primera mención qu'e Tiallamos de estos objetos y del nombre español
por el que sa acostumbra a designarlos, se encuentra en autores del sigío XX.
Tratando de suplir la laguna de fuentes escritas a este proipósita. el Dr. Verneau
pensó recurrir a las tradiciones de les campesinos canarios descendientes
de los viejos guanches. Estos selloé de tierra cocida, dejkdos por sus antepasados,
nio son desconocidos de los campesinos de Gran Canaria, que les dan el
pombre de sellos de los reyes. (12) Denominación ésta que tiene todas las apariencias
de una auténtica expreáión folklórica.
Pero esto no satisfizo al Dr. Verneau, que escribe al final de su investigación:
"Es opinión generalizada en las Islas Canarias, que estos objetos de tite-rra
cocida eran los sellos de los antiguos reyes indígenas. Esta opinión es dHl
todo inadmisible; parece bastante raro que una población tan primitiva se haya
servido de sellos, y ninigún otro hecho, ningún documento histórico viene a
apoyar este punto de vista." (13)
Como se ve es una -simiple objeción de principio. Porque es fácil res.pond€r
que si ningún hecho ni documento histórico viene a apoyar la hipótesis así Irie-chazada,
tampoco se oponen a ella ningún hecho y ningún documento histórico.
Muy al contrario; todos los 'historiadores están de acuerdo para reconocer que
los halbitantes del Norte de Gran Canaria, donde han sido recogidos todos estos
sellas, representaban precisamente el elemento más adelantado y civilizado de
la población del archipiélago; todos los vestigios etnográficos estudiados coov
ouerdan en este seníido. (.14)
Ahora bien, la exis.tencia de enseñas, y de bla«iones personales o de clan.
(11) Id. ob. cit. pág. 12, y n2 6.
(12) Verneau. ob. cit. pág. 228, y también en "Las pintaderas de Gran Canaria",
Madrid, 1883.
(13) Verneau, ob, cit. pág. 228.
(14) Ibidem, pág. 173 sig.
na , , • • .
análog'os a las armas de la nobleza europea medieval, la de marcas de propiedad
aplicadas a los animialesi o las armas, son hechos muy conocidos en muchos
(pueblos llamados primitivos;* y el carácter primitivo de la civilizacióíi
gnianche no es, en verdad, bastamte para negarle, como hace Vemeau, eil ique
conociera ei empleo de «ellos. Los emiblemas de los escudos eran muy Uisados
por los antiguos pueblos de la Europa occidental, que los reprodujeron repetidamente
en los dólmenes grabados de Morhibaíi. (15) El empleo de blasonéis
totémicos de ciudad o de clan, ha sido comprobado no solamente entre los negros
deil Afri<Ja Central, sino también en el Tibesti, entre los" Teda. (16) Finalmente,
el arte de la glíptica, la costumbre de servirse de sellos para grriabar to
emblema en materia iplástipa (arcilla o cera) es sobremanera antiguo, y ap(a-rece
muy desarrollado entre los antiguos pueblos "de Asia Menor y la cuenca
mediterránea: sumerios, asirios, hititas, egipcios, egeos. Precisamente nos hallamos
muy inclinados a pensar en lo que nos concierne—y nos explicaremos
luego a este ipropósito (17)^—que el empleo de estos sellos ha sido tomado, como
otíos muchos elementos técnicos, por los bereberes de África del Norte y Cana-
''ias, a sus vecinos geográficos los antiguos habitantes del valle de Nilo, cuma
de la más antigua civiJizacidn sedentaria del globo. Hay que advertir tambiéft
^ue el empleo del blasón no era en modo alguno ignorado de los antiguos insulares
canariotes: el historiador Sosa nos dice formalmente que los .guerreros
guaraches tenían dada uno su emblema, su divisa .personal, que llevaban pintada.
en el centro de su escudo. (18)
Un último detalle', que se yergue contra la repulsa formulada con excesivo
desembarazo por el Dr. Vemeau, frente a la versión de los camipesinos ciana-rios:
es'ique la im/ayoría de las ipimitaderas tienen el mango perforado. Todos líos
autores, incluso Vemeau, están de acuerdo en deducir de ello, que estos objetos
se llevaban colgados del cuello por medio de un hilo. (19) Ahora bien, esto mismo
ocurre en África del Norte, los jefes indíge;i(as llevan así el sello de su dig-nádad
que les ha sido entregado ipor el isoberano musulmán en la ceremonia de
su investidura.
C.—Origen local dudoso del término "pintadera"
Realmente, es evidente que el autor, cuya tesis .discutimos, ha sido insipira-do,
imuy a su pesar, por una idea preconcebida. En efecto; él imismo nos dice
que "cuando vio por ver primera" las pintadera», "pensó que habían podido servir
a los antiguos habitantes para adornar su cuerpo". (20) Intuición ipeligro-
(15) Cf. Péquart (M. y S. J.) y Z. Le Rou'zic, Corpus des signes graves sur
leg dólmens du Morbihan, París, Picard y Bergcr-Levrault, 1927, pág. 108.
(16) Cf. Le Cour, Les clans au Tibesti en "Actes du Congrés de da Recher-ohe
scientifique dans les territoires d'Outre-Mer", París, septiembre 1938.
(17) Cf. infra pág. última. *
(18) Cf. Fr. José de Sosa Topografía de la Isla Afortunada de Gran Canaria,
Sta. Cruz de Tenerife, 1848, pág. 159. ,
(19) Vemeau, oh. cit. págs. 236 a 228.
(20) ídem, pág. 222.
US
sá, quizá/puesto que podía perjudicar a la objetividad de la inveatigaci&n. No
nos atreveríamos a decir que tal fuera—involuntariamente—el caiso de quien
tan magistralmente escribió la historia antropológica del archipiélago exhumada
de los vestigios de sus n«crópolisí Juzgúese sin embargo. El Dr. Verneau,
^ue había descartado de la expeditiva manera consignada, la interpretación popular
más corriente del papel de estos objetos, se adhiere con entusias'mo a otra
interpretación, que él cree ser la de los campesinos de los alrededores (21) de
Las Palmas. He aquí sus palabras: "Pero entonces a ¿qué uso se destinan estos
cellos? Si vamos al valle de Tiriajana, y preguntamos a los habitantes de es«ta
locailidad qué eran estos objetos, nos responderán que eran las pintaderas de los
canarios, nomlbbre que sólo pudo conservar la tradición." (22)
He aquí una adhesión que nos parece al menos tan exageradamente rápida,
como la inmediata negativa anterior. Porque el testimonio de los campesinos
de Tirajana parece máa bien sospechoso. Reflexionemos: nos encontramos entre
1880 y 1885, en pleno período de examen arqueológico del archipiélago; nunca
han teñidlo una tal fase de actividad las investigacio-nes sobre él ¡pasado d*
las islas y la civilización guanche; es la época en que Sabino Berthelot o el
Dr. Vernieau, agrupando a su alrededor numerosos émulos, conducidos por los
campesinos que les sirven de iguías a los lugares más dificultosamente accesibles,
van cazando los vestigios etnográficos ipor'todas partes abandonados por
los antiguos habitantes. Ahora bien; el mism» nombre de pintaderas es conocido
de largo tiempo antes empleado por los eruditos locales. Un autor canario afir-naa
(23) haberlo encontrado en Marín y Cuibas, que escribía a fin del siglo
XVII, (aunque la lección del manuscrito de Marín y Cubas no nos ha permitido
comprobar este aserto).
Se puede ¡preguntar isi no se trata en el fondo de una palabra de procedencia
americana, tomada mucho antes ^or los eruditos canarios a los historiadores
españoles de la conquista da Méjico y aplicada por éstos a los sellos, análogos
a los de Oanarias, utilizados precisamente para la pintura corporal por los
indios de América Central. (24) FVecuentes relaciones—^principalmente hay un
gran movimiento de emigración temporal de Canarias a Cuba, en las Antillas,—
enlazan hace tiempo Canarias y los países de América Central; y el léxico español
regional de las islas comprende muy numerosos préstamos de procedencia
americana. No hemos tenido ocasión, sin embargo, de comprohaV personaü-mente
esta suposición. Mas sea de ello lo que quiera, nos parece prudente a prie-r¡
hacer toda clases de reservas a propósito del empleo "espontáneo" de la .pa-laihra
pintaderas, por los Campesinos de los inmediatos alrededores de Las Palmas,
base desde hace un siglo de toda investigación científica emprendida en Ca-
(21) Advierto que Tirajana no está en las inmediaciones de Las Palma»,
como se apunta en el texto. (Nota del traductor.)
(22) Verneau, ob. cit. pág. 228.
(23) D. Amaranto Martínez de Escobar, en "El Museo Canario", Las Palmas,
tomo V, pág. 209.
(24) J. Dechelette parece también estimar que se trata de un término deorigen
americano (Cf. ob. citada,'pág. 569). No la hemos encontrado en Ifa
Hildervorterbuch fUr den Amerikanisten, Stalle, 1926, de G. Friederiú.
narias. Las conclubiones que de ello saca el Dr. Verneau nos parecen por lo menos
excesiva®.
Esto es lo que las tradiciones locales tienen relativo al uiso de las pintaderas;
confesemos que la ventaja de una sobre otra es pequeña, y que—si se da
tu correspondiente valor a las dos denominaciones populares recogidas—es con-tiiadictoria
y en «u conjunto poco concluyente.
D.—Origen de los trazos coloreados advertidos en las "pintaderas".
El segundo argumento invocada por el Dr. Vemeau, es el haber encontrado
en los sellos canarios restos de UTia sustancia que ha teñido de rojo sus huecos.
En un sello beréber actual similar, usado por los Chauia del Aures, los huecos
están también coloreados de amarillo, por restos de cierta sustancia, sin que pueda
existir la menor duda de que se trata'de restos de arcilla coloreados por diversos
óxidos; ya que el empleo normal de tales sellos era precisamente, como lo
veremos enseguida, para estampar ciertos trozos u obleas de arcilla. Por lo de-'
más, es posible que a vista de estos ocasionales restos de areilla coloreada, que
quedaban en los huecos del dibujo, es por lo que debieron ser designados estos sellos.—
un poco n la ligera—, por alguno.t autores de Canarias, bajo el nombre genérico
de pintaderas, es decir, "objetos que sirven para pintar".
E.—Discusión de los textos históricos. Casi todos se refieren a tatuajes; sólo uno
habla en términos vagos de pinturas corporales.
Continuemos nuestra discusióni. El tercer punto de la demostración del
Dr. Vemeau consiste en aportarnos una prueba, con citas de ciertos textos do
historiadores, de que los pobladores de Gran Canaria, donde se hallaron ©stos
íellos, tenían por costumibre adornarse la piel con dibujos coloreados. Esto, hasta
cierto punto, podía implicar el empleo de pintaderas a este fin; a condición, no
obstante, de que los guanches no ise sirvieran simplemente, como los actuales
bereberes hacen^—para ejecutar estos dibujos—, de un dedo impregnado de materia
colorante.
Pero veamos los textos en cuestión. Aunque en cierto pasaje reprocha a
otro autor, el Dr. Chil, haber confundido la pintura corporal y el tatajue, aoin-sidera
el mismo Dr. Vemeau que todos los textos aportados en apoyo de su demostración
hacen alusión indiistintamente a la pintura corporal. Pero, precisamente
todos ©sos textos que hablan de los dibujos, y que Verneau se contenta
con resumir, sin citarlos in extenso, se refieren oon toda claridad no a la pintura,
sino más, bien a tatuajes, que como en otro lugar hemos indicado (25) spn,
en el continente, una práctica beréber de cierta antigüedad.
Verneau- escribe: "Boutier y Leverrier son los primeros que, al hablar de
(25) Supra, apartado A.
116
las ^anches de Gran Canaria, dicen que tenían la costumibre de .pintarse el rostro
de dibujas variados." (26) Én realidad el pasaje de que se trata, escrito en
el siglo XV, único en que se habla, en Boutier, de decoraciones tegumentarias
entre los habitantes de G. Canaria, dice: "...van totalmente desnudos, fuera de
unas bragas de .hojas de palma, y la» mayor parte de ellos llevan divisias incisas
en su carne de diversas maneras, cada uno según sus gustos..." (27) No se tra-
\a, de pinturas, sino de incisiones, de escarificaciones, o dicho de otro modo, de
tatuajes.
Verneau invoca igualmente el testimonio del historiador Marín y Cubas, que
escribía hacia el fin del siglo XVII; y ¿qué dice Marín y Cubas a este propósito?
".. .lálhranse los brazos con ciertas pinturas a fuego". (28)- y en otro lugar,
a 'propósito de los ritos que acompañan el nacimiento de un niño, describe con
más precisión esta operación del tatuaje, hecha^—^dice él—en el recién nacido,
"...lábranle (al niño) los bracos y pechos, con pedernales sajando la carne, y tal
vez el rostro". (29) Se advierte que Marín comete un error cronológico: esta
operación no se efectúa en el recién nacjdo, que correría peligro de no soportarla,
no suele tatuarse a los niños hasta cerca de los 8 o 10 años. (30) Pero en todo
caso es seguro que se trata evidentemente de un tatuaje .practicado con una
hoja de silex y teñido enseguida por la adición de un pigmento ("ciertas pinturas").
El sentido literal de la frase de Marín y Cubaa, y el trabajo "a •fucgo^
implican necesariamente él tatuaje, sin duda con auxilio de una materia fundida,
salitre o azufre, que se hacía arder, como aún se practica en ciertas regiones
de Marruecos. (31)
Nuestros dos autores, Boutier y Marín, que se cuentan entre nuestras fueii-tes
más serias y mejor informadas, hablan en présente y son los únicos que
nos dan un testimonio contemporáneo, de visu et auditu, decisivo eni niuesitira
opinión.
Que junto con el tatuaje estaba también en uso, .entre ciertos isleños, la
pintura corporal, nos ha S'ido atestiguado, no obstante', en un pasaje del navegante
genovés Ca' da Mosto, en que éste se expresa a propósito de los habitah-tes
de Gran (Canaria, en los términos siguientes: "Además los hombres y las
mujeres saben pintarse las carnes con ciertos jugos de hierbas, verdes, rojas y
amarillas, teniendo estos colores por muy hermosa divisa, y por ellas gus.ta)n
(26) Verneau, ob. cit. pág. 228.
(27) P. Margry, La coquéte et les conquérants des lies Ganarles. Nouve-lles
recherches sur Jcan IV de Béthencourt et Gadifer de la Salle. Le vraie ma-nuscrit
d'u Canarien, París, I.íeroux, 1896, pág. 244.
(28) Miarín y Cubas, Historia de las siete islas de Canaria, origen, descubrimiento
y conquista, copia manuscrita por Agustín Millares de la edición de
1694, conservada en la Biblioteca del "Museo Canario", en Las Palmas, pégs. 58
y 162.
(29) Ubidem, pág. 165.
(30) Esta limitación se refiere sólo a las costumbres bereberes actuales,
contemporáneas; porque efc>ctvvamente el tatuaje en los recién nacidos es conocido
en el África Negra. (Cf. L'Ethnographie). 15 de jnilio de 1939, pág. 76.
(31) Cf. G. Marcy, Une tribu berbere de la confederation Ait Warain.—
Les Ait Jellidasen, en "Hespérls", primer trimestre 1929, páigs. 125-126.
expresar sus particulares afectos: del mismo modo que nosotros por la variedad
de colores que llevamos en nuestros vestidos." (32)
Esta costumbre, que hemos visto también empleada en África, del Norte, (33)
«e explica bastante bien, porque los indígenas iban desnudos, salvo la cintura,
(34) manera de vestir a que podían adaptarse casi todo el año, dada la dulzura
de clima de las islas. Sin embargo, Ca' da Mosto es el único autor contemporáneo
que hace alusi6n a este uso, que no debía estar muy [generalizado. Además
este texto, en su vaga redacción, rno parece al(udir sino a un embadurnamiento
coloreado,, más o menos uniforme (o quizá polícromo?) del cuerpo de los antiguos
canarios.
En definitiva, el único texto que habla de dibujos coloreados, trazados sobre
la piel de los indígenas, se encuentra en la obra de Agustín Millares, ¡historiador
de} sig'lo XX. Vern^au lo trae en estos términos: "Todos los oamarios
iban casi de§inudos, se adornaban la piel con dibujos o se la pintaban de diver-
.«ós coloree". (3'5) Por nuestra parte solo hemos podido hallar en la edición española
original este pasaje: Además de estos adornos, se pintaban el cuerpo con
extravagantes dibujos. Boutier y Leverrier dicen en su crónica "que tienen sus
carnes labradas con diferentes dibujos, según el capricho y gusto de cada uno."
(36) Se-ve que en Millares hay simplemente una "adaptación personal" un tanto
deformada del pasaje de Boutier hace poco (37) estudiado, y nuestro autor
moderno no tiene aquí otras fuentes.
La conclusión de este examen estricto de los textos es: inexistencia en las
fuentes «scritas de argumentos en que apoyar la tesis del Dr. Vemeau.
F.—El argumento analógico de las "pintaderas" de América.—Su valor muy
discutible.—El carácter universal del empleo de las "pintaderas" ameri-
, canas para la pintura corporal, no ha sido del todo fijado.
Realmente el elemento fundamental,—por no decir el único elemento serio—.
de esta tesis radica en la prueba a.nialógica de las pintaderas similares de que
se sirvieron los antiguos aztecas mejicanos, y algunas otras poblaciones actuales
o antiguas de Europa, África y América. (38) La costumbre de pintarse el
cuerpo por medio de sellos de tierra cocida, figurando variados dibujos, que sft
aplicaban «obre la piel, tras de haber sido previamente embadurnados de materia
colorante, ha sido efectivamente conocida, a lo que parece, por los antiguos
indios de México y Yucatán. Las investigaciones arqueológicas realizadas entre
estas últimas i)oiblaciones han dado un cierto número de pintaderas que mues-
(32) Ca'da Mosto, Relation des voyages a la cote occidentale d'Afrique, publicado
por Chanles Schefer, París, Leroux, 1895, pág. 37. La cita de este pasaje
en Vemeau, ob. eit. pág. 230, ap. Martínez Escobar, es inexacta y truncada.
(33) Supra, apartado A,
(34) Vemeau, ob. cit. págs. 181-185.
(35) ídem, pág 230.
(36) A. Mulares, Historia de Gran Canaria, Las Palmas, 1882, pág. 12^7.'
(37) Siipra, en est mismo apartado E.
(38) Cf. Vemeau, ob. cit. y Diego Ripoche y Torren®, Les pintaderas d'Bu-ropc,
des Gañanes et de l'Amérique, París, Leroux, 1902.
tran gran parecido con las de Canarias; los Museos Reales de Brusela®, principalmente,
poseen una hermosa colección, donada por Auguste Génin.
Pero si hemos de creer a Eric Thompson; conservador de anligüedades americanas
en el Field Museiim de Chicago.—autor de un reciente libro sobre la civilización
azteca—el verdadero destino de estos sellos mejicanos no ha sido bien
determinado, y nos encontramos reducidos hoy día, a este propósito, a simples
hipótesis. Especialmente se ha pensado que pudieron servir tanto para imprimir
decoraciones en tejidos de algodón como para la pintura corporal» (39)
. El mismo DT. Verneau ha constatado juiciosamente esta incertidumibre, al
reconocer que los sellos -mejicanos han sido empleados para imprimir dibujos en
cerámica con decoración estampada, y que han podido servil^ igualmente para
estampar tejidos. (40) ¿En qué, pues, descansa la hipótesis complementaria, según
la oual las pintaderas americanas habrían sido empleadas también para la
pintura corporal ?
. Verneau se apoyó principalmente para proponerla en un texto de Diego de
Landa: Relación de las cosas de Yucatán, (41) dado por él desgraciadamente en
versión francesa muy errada. He aquí el pasaje en la traducción de Verneau, indicando
entre paréntesis las correcciones que nos vemos obligados a hacer, a
vista del texto español original: "Tienen la costumbre (dice Diego de Landa
hablando de las mujeres indias del Yucatán) de untarse con cierta composición
coloreada y olorosa, así como sus maridos... Con.esta composición ellas embadurnaban
cierto ladrillo adornado de ibonitos dibujos, por medio del cual se ador-aaban
el pecho, brazos y espaldas", traduce el Dr. Verneau. (42) Pero el texto
español trae: "...por medio del cual se frotaban los senos, los brazos y Jas espaldas".
(43) Continúa su traducción el Dr. Verneau: "...quedaban así bellas y
perfnmadas a su parecer. Estos dibujos duran muchos días sin borrarse, tan buena
era la composición". (44) Mas el texto español no habla aquí en manera alguna
dp dibujos, sino qiie se limita a'decir: "...el olor se les mantenía en proporción
a la cantidad del perfume empleado". (45)
Se ve, pues, cuan dudosa es la interpretación del Dr. Verneau, que toda entera
descansa, en cuanto a Has pintaderas de América se refiere, en este poco
claro pasaje de Diego de Landa. Otra cita, que nosotros personalmente hemos
tomado de una d¿ nuestras fuentes americanas fundamentales: Sahagún—Historia
general de las cosas de Nueva España (46)—^no es más conduyente; el autor
dice de las mujeres indias que "se hacían sobre el pecho y los brazos dibujo»
de color azul, por medio de pequeños instrumentos que fijaban en las carnea tal
color". ¿Bs preciso ver aquí una alufiión a las pintaderas? Mejor pueden apli-
(39) E. Thompson, La civilisation aztéque, trd. E. Metraux, P^rís, Payot,
1034, pág. 66.
(40) Vemeaui, oh. cit. págs. 230-282.
(41) Madrid, 1880.
(42) Verneau, ob. cit. págs. 283-234.
(43) D. de Landa, ob. cit.: "y con aquel se untavan los pechos y braga», espaldas".
(44) Verneau, ob. cit. pág. 234.
(45) D. de Landa, ob. cit.
(46) Parífi, 6. Masson, 1880.
118
carse estos términos con toda exactitud a un tatuaje, Kn verdad que todo esto
es muy poco decisivo.
Un autor canario de origen, émulo del Dr. Verneau y enteramente partidario
de la tesis por él sostenida, Diego Ripoche y Torrens, publicó en 19'&2 un
corto artículo de una docena de páginas, consagrado a Les pintaderas d'Eürope,
des Cañarles et de TAmerique. (47) Se esfuerza en él en reunir un cierto número
de citas, sacadas de historiadores de América y destinadas a mostrarnos que
los antiguos indios se pintaban el cuerpo con variados dibujos., que es por lo"
demás un hecho sumamente conocido. Por el contrario, ninguna de tales citas
precisa el procedimiento empleado para realizar estas pinturas.
Por último, el solo autor que habla, sin duda posible y en términos diaros,
de pinturas corporales obtenidas por aplicación Ue sellos sobre la piel, es el
Dr. Marcano, quien declara haiber observado este procedimiento, empleado aún
de manera viva actualmente, entre los indios piaroas. (48) ¿Tenemos derecho a
genralizar en el pasado este uso, extendiéndolo a las pintaderas de los aztecas,
para las que está probado que han servido al menos para uno o tal vez para
otros dos usos (estampado de cerámica y decoración de tejidos) ? No siendo
americanista, y no conociendo más que una parte, de la bibliografía de este tema,
no queremos discutir este derecho, pero nos parece que sería científicamente
imprudente. ¿Y cuánto más imprudente no es sacar, a ejemplo de Verneau,
conclusiones*redativas a los objetos análogos correspondientes a un tipo de civilización,
como es la de los antiguos isleños canarios, completamente distinta
por sus afinidades étnicas ?
G.-í-Las "pintaderas" de África y de Europa Diversos usos.—Necesidad de una
•' interpretación mejor adaptada al carácter beréber de la civilización guan-che.
Por lo demás, las pintaderas no están en modo alguno localizadas en Canarias
y América Central. Objetos similares de madera son empleados aún con un
fin curativo—y no meramente decorativo, a lo que parece,—por ciertas tribus
negras de la Costa de Marfil. El JJr. Verneau no dejó de tomarla en considera-cióm
y nos cita a este respecto un artículo de la "Revue d' Anthropologie". (49)
Se trata de sellos de madera, grandes "como la palma de la mano", representando
una planta, un animal o un dibujo geométrico cualquiera. Se aplican^—
previamente embadurnados de materia colorante—por una hechicera sobre la parte
enferma, donde se imprime así un dibujo.
Las pintaderas también parece que jugaron un importante papel en Europa
durante la época neolítica, y de ellas se han encontrado muchos ejemplares en
las estaciones neolíticas italianas de Liguria y Emilia. (50) Estas pintaderas
neolíticas son por su forma además un poco diferentes de las pintaderas cana-
(47) Obra citada antes.
(48) ídem,, pág. 7.
(49) Verneau, oib. cit. pég. 234.
(50) Cf. Ripoche, ob. cit. pág. 11, y Dechelette, ob. cit. pág. 569.
119
rias. (51) Mas de estos <Ies<?ubrimientos muy dispersas geagréificamente, sería
sin duda muy injusto concluir que tales objetos han tenido en todos sitios igual
destino: semejante generalización choca con el buen sentido.
Las pintaderas después de todo no son más que simples sellos, y es evidente
que los empleos materiales de un sello pueden ser también múltiples: como
se ha visto a propósito de las pintaderas de México, de los Piaroas y de las de
la Costa de Marfil.
El estudio profundo de los vestigios lingüísticos, etnográficos, antropológicos
de la civiTízación de Canarias muestra que era totalmente importada del
continente vecino. Si, pues, nuestros enigmáticos sellos canarios deben ser interpretados,
a falta de otras posibilidades, en relación con datos externos, no es,
como hizo Verneau, al otro lado del Océano Atlántico, entre los indios de lá
América Central, donde debemos buscar tales datos, sino más bien entre los bereberes
d€l África del Norte, infinitamente más allegados por su territorio y su
civilización.
I I . - L A S "PINTADER.'VS" DE CANARIAS SON SIMPLES ."SELLOS", DE
USO ACTUAL EN ÁFRICA DEL NORTE
La nueva investigación que vamos a proseguir en la dirección expresada,
está facilitada por el hecho de que las seudo-pintaderas se usan todavía entre
los indígenas de Berbería. No fué sin satisfacción, en efecto, ya que no con gran
sorpresa—porque desde mucho antes presentíamos este destino, y lo habíamos
reiteradamente apuntado en varias conferencias dadas desde 1932 sobre Canarias,—
que encontramos eh el mes de abril de 1928, durante un viaje reciente efectuado
al macizo del Aurés (52), sellos completamente semejantes, empleados por
los bereberes chauia, para servir en una forma de cierre, por lo menos original, de
las cámaras individuales que poseen en el granero-fortaleza colectivo de la población,
o guela'a.
A.—Los granero-fortalezas bereberes o "agadires".
Se sabe, muchas veces ha sido descrita, en qué consiste esta institución beréber
del granero-fortaleza de cantón, especie de casa fuerte, comunmente fabricada
en nido da águila—colocada en tiempo normal bajo la vigilancia de un
guardián, pero a cuya defensa encarnizada concurren todos los hoihbres del lugar
en época de guerra o de revueltas,—y en la cual cada cabeía de familia posee
una o varias cámaras individuales, destinadas a almacenar sus provisiones
alimenticias, y también sus bienes muebles más preciados: armas y alhajas. Esta
institución que la paz franc6S.a ha hecho hoy entrar en decadencia, estaba desarrollada
extraordinariamente entre los ch^uls del Gran-Atla? y del Anti-Atla».
(511 Altgunas son cilindricas, como los anti,guos sellos hititas, asirios o
egeos. Muchas de las pintaderas mejicanas conservadas en el Musée de rHomme,
de Parí», son igualmente cilindricas.
(52) Zona del territorio argelino, comprendida entre las ciudades de Cons-tantina'y
Biacra, muy cerca de ésta. (Nota del traductor.) '
120
—donde la fortaleza se llama agadir, plural igudarr^y entre los chauia deü Aurés,
donde lleva el ya citado nombre de guela'a. Es conocida también de los berebe-i'és
del sur de Túnez, y del Djebel Nefusa en Tripolitania; y Robert Montagne
le dedicó en 1930 un notaible estudio histórico y jurídico. (53)
El agadir es hoy un edificio de gruesos muros, hechos de piedra secaí, de
manipostería o de barro. Sin embargo el trogloditismo fué muy pi^acticado tiempo
ha entre los norteafricanos,—aún lo es en muchas regiones—y parece que
él más antiguo tipo de agadir adoptó el de la morada habitual; era esencialmente,
en su origen, una cueva, un granero excavado o habilitado en cavidades naturales,
en flancos escarpados y difícilmente accesibles, que dominan los profundos
valles de la montaña. Quedan vestigios de muy abundantes agadiree de acantilado,
así empleados en el pasado, particularmente en el Gran-Atlas y el Anti-
Atlas, donde de Foucauld los'señaló hace ya tiempo.,^ (54)
B.—^Príjcedimientoe de cierre de las cámaras individuales en el "agadir".—Estampado
de los sellos.
' Las cámaras individuales de que dispone cada cabeza de familia en el agadir
(! la guela'a, se cierran fin la actualidad con unos candados de miadera o de hierro,
de fabricación indígena, cuya llave guarda consigo el propietario interesado.
Pero el empleo de estos candados no presta más que una relativa seguridad,
porque un ladrón ingenioso puede lograr con bastante facilidad que abran y cierren
«in dejar huella, y, con arreglo a la costumbre, la responsabilidad del guar-áikxi
de la fortaleza no es exigible en caso alguno, si no hay pruebas manifies^
igs de fractura.
Para remediarlo, las montañeses del Aurés recurren a un procedimiento
clásico, muy conocido -por otras civilizaciones, que es el precinto bajo sello de
las cámaras que se quieren igarantizar, destinado a hacer patente toda eventual
fractura. Un agujero de pequepas dimensiones, abierto en el batiente de la puerta,
en el puesto usual de la cerradura, permite introducir una cuerda de esparto
trenzada, por medio de la cual puede sujetarse la puerta a una barra vertical
de madera, sólidamente unida al dintel. Una vez anudada la cuerda por el pro-pieitario
coloca éste sobre el nudo un grueso tampón de arcilla, en el que imprime
al punto su sello personal. Es obligación del guardián de la guela'a tener &
disposición de los usuarios la arcilla necesaria para este fin. En cuanto al sello
o marca personal impresa en el tampón, se hace hoy con los más diversos objetos:
un botón, un ¡peine, un hueso de dátil, por ejemplo, que cada uno lleva consigo
y cuya' impronta característica podrá al punto reconocer.
Pero algunos chauia usan aún hoy sellos de madera, de mango pierforado
para llevarlo colgado, que tienen gravado en hueco un motivo geométrico cual-
(53) R. Montaigne, Un magasin collectif de l'Anti-Atlafi.—L'agadir d«8
Ikounka, in "Hespéris", 29-32 trimestres de 1929.
(54) R. Montagne, ob. cit. págs. 198-199. Pueden verse descritos diverso»
tipos de estos agadires en acantilado en J. Gattefosée, Les greniers de fíiílaiseg,
forme ancienne d'agadir collectif, en "BuUetin de la Société de Préhistoire áa
Maroc", 82 y 42 trim. 1934, págs. 91-102.
< Agadir» de la cueva de
Valeren: entrada y portales
de las cámaras, con restos
de las quicialeras en
que venían a embutirse las
puertas.
S3^
Pintaderas de los aborígenes de Gran Canaria, de ¡a colección de El Museo Canario,
Las Palmas. La núni. 2 de madera.
Pintaderas aborígenes que Berttielot publicó como
halladas en las cuevas de Gilímar, idénticas a las
de Gran Canaria. Comp. especialmente con la
núm. 4 del grabado anterior.
Pintaderas de Gran Canaria con pedúnculo de
prensión análogo al de las modernas de los
panaderos. _
ISl
quiera, adoptado por ellos como marca (personal, y que son del todo l e a l e s en
su forma a nuestras pintaderas canarias. Hace tiempo, cuando el empleo de loa
candados de hierro era casi desconocido, se recurría frecuentemente—nos lo aseguran
los indígenas—^al procedimiento del tampón de arcilla, destinado a reforzar
la seguridad muy relativa que proporcionaba la rústica cerradura de madera
beréber, de clavijas móviles. Cada propietario tenía entonces su marca o Bello
personal, cuyo empleo va desapareciendo poco a poco.
El procedimiento aquí descrito fué también conocido bace tiempo por los
beréberes del Gran-Atlas marroquí. Un artículo de la colección de costumbres
del agadir de los Ikunka, publicada por R. Montagne, y que data del siglo XVII,
hace de él clara alusión, al mencionar, a propósito del cierre de las cámaras, el
sistema de la tagodi, es decir, del tampón. El letrado cheul, depositario de ias
tradicones locales, que empleó Montagne para que le comentara esta colección
de costumibres, explicaba que este término se refería a un sello de arcilla fijado
en la cerradura. (55) No hay duda aBguna de que hay que reconocer aquí e}
procedimiento aún existente entre los habitantes del Aurés.
C.—Antigüedad de la institución beréber de los "agadires".—Su existencia anti-
. gua en Canarias.
Ahora se comprende, sin más largas explicaciones, cuál ha debido ser, con
toda probabilidad, el verdadero destino de las pintaderas canarias. Es de seguro
muy antigua en Beriberla la inistitución del granero colectivo. Además de lo9
numerosos vestigios de graneros de acantilado, que quedan en África.del Norte,
abandonados según tradición indígena, desde tiempo inmemorial, sabemos
efectivamente ipor un texto de Diodoro Sículo, que hace unos dos mili años, alrededor
de nuestra era, los jefes libios tenían ya graneros-fortalezas donde «1-
macenaiban sus productos. (56)
Esta institución no la ignoraban los bereberes del archipiéJago canario. Los
historiadores españoles de Canarias—que en conjunto no nos han trasmitido
sino indicaciones etnográficas muy someras, más preocupados de hablamos de
las hazañas guerreras de los conquistadores que de describirnos la manera de
vivir de los indígenas—no hacen mención de la existencia de graneros utilizados
ipor los guanches. Mas en repetidas ocasiones se extienden sobre los convr
bates furiosos librados por los habitantes de Gran Canaria con los conquistadores
en las fortalezas naturales, habilitadas por ellos y emplazadas como nidó«
de águila, y que en su lengua llamaban, según nos dicen, agudar. (57) Esta in^
dicación léxica nos basta para identificar etl papel de estas fortalezas, de las
que, según parece, los historiadores españoles no comprendieron el carácter mix-
, to, de almacén y fortaleza a la vez. Además, son numerosos los graneros de
Acantilado utilizados por los guanches, que quedan en Gran Canaria. El deí ba-
(55) Montagne, oh. cit. p. 217. art. 53.
(56) Texto citado por Oric Bates, Eastern Lybians, pág.* 105.
(57) Abreu Galindo, Historia de la conquista de las siete islas de Canarias,
Santa Crat de Tenerife, 1848, (pág. 147. ^
122
rranco de Valderón (58), que hemos podido visitar con detenimiento en el Norte
de la Isla,—célebre porque allí se batieron como leones los indígenas, contra
los españoles de Diego de Silva,—es una notable muestra del género. Véasie
nuestra figura núm. 1. Se llega a él por un muy difícil sendero de cabras, en
el flanco de la cortada, en cuya parte superior se ven todavía gruesas ipiedras
que en caso necesario se rodaban, probablemente, para cerrar el paso. Luego,
a mano derecha hay dos espaciosas cuevas naturales, con el suelo cubierto de
vestigios de hogares, y sembrado de armas de hueso y piedras talladas, seguramente
salas habitadas por los guardianes. El agadir propiamente dicho ocupa
una tercera sala, completamente al fondo. Cuenta con unas 603 celdillas para
provisiones, dispuestas en tres gradas sobrepuestas, pudiendo pasar de una a
otra dé ellas por peldaños excavados en ila roca, y cuyo desgaste comprueba que
eran empleadas con imucha frecuencia. En cierto número de celdillas se notaín
aún muy claras muestras de los batientes en los que venía a embutirse la puerta.
D.—Origen "oriental" de los sellos bereberes de los graneros-fortalezas.
No insistiremos más sobre los hechos canarios. Susferimos antes que los
bereberes del continente y del archipiélago habían podido tomar el descrito sistema
de cierre a los antiguos egipcios, de quienes han debido recibir efectivamente
muchas técnicas de vida sedentaria en su vecindad de muchas decenas de
siglos, vecindad que llegó a ser una simbiosis en distintas partes dril valle del'
Nilo. Indudablemente los motivos figurados .jeroglíficos de los sellos, de los cilindros
o de los escarabeos egipcios, son muy diferentes del tipo, y la inspiración
de los motivos de nuestras seudo-pintaderas bereberes. Pero es el principio mismo
del sistema: el empleo del tampón de arcilla provisto de una marca el que
ha podido ser tomado. El tapón de tierra cocida de las jarras de provisiones depositadas
en las tumbas egipcias lleva frecuentemente—^como se sabe—improntas
con los «ellos de los funcionarios. (59)
También el naos, el nicho tabernáculo de madera o piedra, en el que los an-tignios
egipcios conservaban las estatuas de sus dioses, tenía sus puertas precintadas
con sello de arcilla. Este sello no podía ser rato sino por el faraón o el sacerdote
en su representación; y una vez celebrado el culto delante de la (ssta-tua,
se cerraba el nicho de nuefvo y sobre sus puertas volvía a colocarse por él
oficiante eil sello de arcilla.
¿Este método de cierre se empleaba también para los snwt o graneros <deT
faraén, empleados para almacenar el producto de los tributos en especie, cuyo
nombré, suna, se ha conservado hasta nuestros días para designar el pequeño!
granero-almacén—también ocasionalmente precintado bajo sellos—adonde el
fellah egipcio continúa encerrando sus cosechas ? Según Sethe la suna de la
época faraónica habría sido más que un granero o almacén, un taller para tra-
(58) Así e.scribe Marcy. lo oue se dice usualmente Valeren, o B'ailerón. El
Dr. Wolfel en Torriani, (tabla XIV. b) supone, como otros escritores canarios
corrientemente, que las cuevas de Valeren eran el Cenobio o halbitación de las
harimáguadas. (Nota del traductor.)
(59) A. Moret, Le Nil et la civilisation egyptienne, pág. 157, y n2 2.
/
12S
bajos forzados (60), donde se encadenaban, loa siervos y prisioneros de guerra.
Pero es cierto que este procedimiento de cierres es muy antiguo en todo el oriente
clásico, donde la "colección de sellos" es la primera forma del "manojo die
llaves". '••
Mas, sea cualquiera el origen del procedimiento beréber, no nos parece dudoso
que hay que renunciar definitivaimente a la hipótesis propuesta por el doctor
Verneau, sin fundamentos sólidos, de que las pintaderas canarias habfan sido
empleadas para la pintura corporal.—G. MARCY.
A P O S T I L L A S
El interés que damos al precedente estudio de Marcy nos impulsa a comentarlo en estas
notas, que sólo tienen el propósito de aclarar algunos puntos más oscuros del mismo.
A.—^"Pintadera", valor cierto de la pailabra
Aunque pintadera es voz usual del español, la tortura que su presunta relación
con pintura produjo a Verneau y Miarcy nos obliga a extendernos sobre
su significado^ Aparece en el Diccionario de la R. Academia Elspañola, con el sentido
de "instrumento que se emplea para adornar con ciertas labores la cara superior
del pan". »
Rodríguez Marín en la edición anotada del Quijote (1928, VI, pág. 299) dice
que pintadera es "el «ello que ponen en eJ pan para que no se confunda con el
de otra procedencia."
También es conocidísima en español la frase "tortas y pan pintado", que
alude a los panes y tortas de boda y f iestasi. en ios que, como dice el misimo Di<;-
cionario académico, y comenta Rodríguez Marín (obra citada, 1927, pág 11), se
imprimían antes de ser cocidos ciertos moldecillos con variados adornos y labores
en su parte superior.
Podrían multiplicarse aún más las citas, pero bastará con estas categóricas.
Esta voz pintadera, usual en toda España, es también empleada en Canarias.
Ei\ estos días precisamente acabo de recoger en el término municipal de
Güímar (Tenerife) algunas pintaderas de antiguo usadas en Jas panaderías de
aquel término, que apátecen reproducidas en nuestra figura núm. 3. Hoy esas
pintaderas ornamentales, debido a las normas d^ ordenación de abastecimiento,
son sustituidas por contraseñas con el nombre o procedencia del pan, y con el
mareado en gramos de su peso; por lo cual la voz pintadera, desde hace algunoá
años, empieza a ser desusada y sustituida por "marca" y "marcador". Pero aún
la emplean y la entienden los viejos panaderos.
La semejanza, por su forma, tamaño, impronta, y hasta el material de
las pintaderas hispanas, con los objetos indígenas, fué lo que indudablemente
oibligó a los colectores más antiguos de los mismos a darles eJ nombre de pinta-
(60) "Das Werk oder Arbeithaus", (Cf. Sethe, en "Journal Aaiatique"
1932, pág. 707, ii;8 4.
124
deras. No hay por tanto relación alguna con el sentido actual de "pintar", ni está
justificada ni es necesaria la sospecha de MaTcy de procedencia americana de
la ^palabra.
B.—^Existencia de pintaderas en otras islas fuera de Gran Canaria.
Aunque no hemos podido verlas, por haber desaparecido de Tacoronte üai
Colección Diego Lebrun que las contenía, dejaremos consignado que Berthelot
en "Antiquites Canariennes", pág. 234, lám, 10, exhibe graibado de cuatro pintaderas,
que se dicen halladas en Güímar. No podemos pronunciarnos sobre la
autenticidad de las imismas, ni sabemos que hayan sido halladas otras. Juzgando
por t^ grabado, son del todo idénticas a las expuestas en el Museo Canario,
de Las Palmas. Véase nxiestra figura 5 y comparece con la figura 4, núm. 4, especialmente.
C.—^Datos de pintura en los indígenas a los que pudieron aplicarse las pintaderas.
A más de los textos citados por Marcy, hay otros cronistas antiguos que
nos hablan de pintura con marcas especiales, y posiblemente por esto mismo de
marcas, señales o blasones personales, tal vez idénticas a las pintaderas.
Ea primer texto indicable es el citado luego de Sedeño, reilativo a las divisas
de las tarjas o rodelas, que se podría confirmar con el de G6mez Escudero
(edic. Barias, págs. 55 y 84, respectivamente).
Espinosa habla también de ila pintura de las momias (lib. I, cap. 9): "lo cosían
y envolvían en un cuero de algunas reses de isu ganado que para este efecto
tenían señaladas y .guardadas, y así por la señal y pinta de la piel se conocía
después el cuerpo del difunto. Estos cueros los adobaban con mucha curiosidad
gamuzados y los tenían con cascara de pino..."
Debe advertirse, en cambio, que Marín, como el' mismo Marcy señala, escribía
a fines del siglo XVII y por tanto está lejos de ser un autor conitemporáneo
de lo quie describe.
D.—-Existencia de graneros entre los guanches.
Marcy ise funda en la identidad de las cuevas del Barranco de Valerón (él
escribe Valderón) con los agadir bereberes, par?, probar la existencia en Canarias
de esta institución. Pero comunmente aquellas cuevas son señaladas como
habitaciones o monasterio (!) de las harimáguadas, si bien el texto, que luego
citaré, de Sedeño, permite identificarlas con ambas cosas.
Pero no es exacto que falten pruebas documentales en nuestros cronfista»
de tales graneros. En efecto; Espinosa (Ed. de 1848, lib. 19, 7°) dice que los indígenas
de Tenerife "cavavan o mejor escarvavan la tierra y «embravan »u cebada.
Esto hacía el varón porque todo lo demás hasta encerrarlo en Jos graaie-les
o cuevas, era oficio de las mugeres".
El ya citado Sedeño (pág. 62) habla también de los graneros de la» hari-
Í Í6
maguadas, las cuales dice "recibían cierta parte de los frutos que se cogíam en
la tierra y los ponían en cuevas que tenían para ello, y lo guardaban un año..."
Y he de notar, como detalle que confirma el «istema de cierres a que aludie
Marcy, que en el propio capitulo indica Sedeño que "tenían por cerradura óe
ías casas unas trancas de palo que corrían por una concavidad de la ¡puerta "y
abrían y cerraban con una llave de palo que hacía correr la tranca de una parte
a otra". Esta forma es aún frecuente en Has cuevas y corrales de los campos,
donde se encierra el ganado, y que por inmediatas a las viviendas los robos mo
son posibles. Un modelo bastante antiguo de puerta, es conservado hoy en el "El
Miuseo Canario", de Las Palmas. .
No he visto escrito en parte alguna la forma agiidar para designar las fortalezas
naturales donde los canarios se hicieron fuertes y lucharon encarnizadamente
contra los conquistadores. Conozco sí las variantes Ajódar, Axódar y
hasta Jódar, dadas por los textos de Escudero y Sedeño (ed. de Darías), y Ar-joda,
dada.por el lagunense (ed. de Bonnet y Serra). Pero ninguna de estas formas
puede relacionarse con agudar o agodar, pues tanto la j , como la x, si son
antiguas tienen matiz prepaladial y en ningún modo velar. De querer dar a tales
formas un matiz velar, la forma del lagunense podría relacionarle más bien
con argodey—fortaleza—dada como gomera por el texto de Torriani (fol. 820,
ed. Wolfel). '
Si hemos de creer a Sedeño (ob, oit. págs. 37-65), la casa fuerte, o como
quiere Marcy el granero-fortaleza era llamada por los canarios Roma, forma
bastante dudosa. !
E.—Nombre guanche de las "pintaderas".
Aunque no son del todo seguros los datos, pienso que los indigehas llamarían
a sus pintaderas con la voz tarha, que Wolfel, apoyado en el bereben, ha interpretado
con un sentido de escrito, o marca.
Pienso, aprovechando las conclusiones de Marcy y Wolfel, que de seguro
las pintaderas no tendría un valor y empleo único; sino que siendo un sello, marca
o blasón personal!, lo mismo servirían para garantía de los cierres que para
marcar la propiedad de cosas y animales, o las divisas de la persona y sus armas.
Ahora bien; Abreu Galindó y Marín y Cubas (apud Wolfel, Torriani, página
295), dicen que tarha era señal para "recuerdos", o bien marca o rayas con
determinada significacidn. La voz española tarja=rodela, escudo; sonaba igual
que la voz indígena por la h aspirada, pero por s.u significación ise comprende
perfectamente que nada tiene que ver con ella. Pero será importante señalar un
pasaje curioso de Sedeño (ed. de Darías, pág. 55), en el que dice que los canarios
"tenían hechas rodelas de un árbol estoposo que llaman drago y a estas llaman
tarjas, teníanlas pintadas de blanco y colorado con sus divisas cada uno a su
modo". Me parece indudable que hay aquí una confusión y cruce de la voz español
tarja =:rodela, escudo, con su homofona indígena tarha=señal, divisa.
Por tanto si la pintadera era sello, blasón personal, y marca o contraseña
no parecerá albsurdo pensar que los indígenas llamarían a todo esto con la única
voz tarha.
Juan ALVAREZ