DE ETNOLOGÍA CANARIA
IDENTIFICACIÓN DE LAS HARIMAGUADAS
La humanidad primitiva está tan distante de nosotros, separada por un espesor
de siglos, que para comprenderla hemos tenido que recurrir al estudio de los pueblos
salvajes contemporáneos, proyección fiel del pasado desaparecido. A ía luz de esta?
investigaciones se han disipado muchas nieblas que venían ocultando, en la aurora de^
la vida social, los primeros pasos, balbucientes, del hombre, por el camino de la civilización.
* ! '
En lo concerniente a nuestra historia regional resulta lógico que Jos cronistas de
otros tiempos sólo percibieran de tina manera superficial, epidérmica, los hechos que
narran. Esto les hizo incurrir en errores de comprensión que, contrastados con núes
tros conocimientos actuales, muestran un fondo inverosímil. Atribuir ideales caballe
lescos a los hombres de Tenerife, o equiparar las harimaguadas (mujeres recluidas)
de Gran Canaria con las vestales de los templos paganos (1) y hasta con las monjas
que en la soledad de los conventos se consagran al perpetuo servicio de su Dios, es
inadmisibble. Dado lo rudimentario de la vida aborigen,resulta obvio argumentar contra
aquellas opiniones que colocan las costumbres indígenas fuera del marco propio
a todos lo^ pueblos de la Tierra que mantienen un nivel cultural equivalente. En el
altna bárbara de los insulares debió reflejarse el mismo Universo pavoroso, poblado
de arcanos y fuerzas ingentes, que sobrecoge el ánimo de todos los hombres sumidos
en la ignorancia. La imaginación, excitada por el miedo, atribuye los ícnómenos que
no comprende a seres con virtudes sobrenaturales. El enigma que ocupa mayor volumen
en el alma inculta' de los hombrt^ es el de su propio origen. El nacimiento de las
maturas,,la creación de las vidas, son hechos que los primitivos atribuyen a senes
animados o inanimados (el tótem), a los que confieren un poder mágico. Cada clan
posee un tótem propio,»generalmente animal, cuj'o nombre adoptan (clan del zorro,
de la'liebre, del castor; o también del agua, viento, etc.). Toda la organización primitiva
descansa sobre él tótem, toda la vida social gira a su alrededor.
Con el antecedente de esta idea básica, cuanta diafanidad muestran ciertas cos-
(1) "Estas doncellas eran a manera de monjaá, o encerradas; las cuales desde
iiiñas y tiernas en e(ia.d y costumbres las inclinaban a guardar aquella integridad y
puridad de conciencia que la ley natural les enseñaba- Y esto fué muy antiguo en esta
bien afortunada isla, la cual debieron tomar desde que la dominaban los romanos"
(continúa larga disertación sobre la fundación'del templo de Vesta). P. Sosa, Topografía,
Libro Ifl, Gap. II. .
lumbres salvajes de aspecto arbitrario, chocantes y grotescas. Él matriarcado apalre-ee
del todo consecuente con esta manera de pensar, porque la mujer, al engendrar en
sus entrañas las criaturas, está en iñisteriosa relación con el tótem, inspira un supeta-ticioso
respeto y se le otorga especial consideración. Y todos los fenómenos propioi
de su sexo tienen un valor oculto y un carácter ritual. De aquí que en los trances de
menstruación, embarazo y parto, adopte ciertas prescripciones, se conduzca de una minera
especial, reglamentada.
Los partos en la soledad y los confinamientos en determinados periodos del embarazo
es muy posible que se hallasen estatuidos entre los indígenas del Archipiélago.
Insiniiaciones sobre ello tenemos en crónicas, como la del P. Abreu Galindo, que al '
desmentirlo ("ni tampoco es cierto que a las mujeres preñadas metían en los templos,
ni que des^jués de paridas permanecieran apartadas de sus maridos") (2), pone ten
evidencia que tal versión circulaba, y rumores de esta naturaleza no pueden ser hijos
caprichosos de la fantasía, dado el parentesco que guardan con la realidad etnológica.
Pero sobre la reclusión de "ías menstruantes novicias" se consignan en alguno8
documentos históricos de Gran Canaria detalles tan precisos que nos permiten llegar
a conclusiones • sólidas. ' .
La menstruación tiene en los pueblos influidos por el totemismo una importancia
capital. Como a todos los fenómenos fisiológicos de la maternidad, con 16s que g\3»T-da
íntima dependencia, le atribuye un or,ig*m misterioso. Al sobrevenir en la mujer
los primeros síntomas de puberta37 se interpretan como el anuncio de que la intervención
totémica ha comenzado. Entonces se procede a la reclusión de la joven ¡nubil y
5-e la hace permanecer aislada de los restantes miembros del clan, particularmente sde
los varones. Esta reserva se justifica porque para ellos es la sangre la poseedora de
ia virtud vital, la portadora del tótem (la vid|i se escapa con líi sangra por las heridas).
Y como á tótem, al igual que todas las divinidades primitivas infunde pavor en
el alma fle los adscritos a su culto, es natural que procuren la separación, el aparta*
miento de la mujer, en aquellos períodos que esparce las esencias totémicas contenidas
en la sangre. Este peligro al contacto es la razón por la que, en principio, está",
vedadas para el hombre las relaciones sexuales corr las mujeres de su propio clan, por^
que ellas son morada del tótem que les pertenece, ínientras nada se opone a su trato
con las de clanes «diferentes (exogamia, explicación! debida a Durkhein). l>a ptesencia
del tótem se rehuye también, evitando los lugares 'donde se supone habida (lugtipes
tabuados), lo que confirma aún más el temor que inspira.
Por eso, conforme ai testii#onio de viajeros e historiadores, que resultaría prolijo
enumerar, en gran número de pueblos, poco evolucionados, se proceda a la peclü-sión
de las nluchachas desde el momento en que aparecen en ellas los primeros síntomas
de madurez sexual. No se,^ intenta con ello ^mantenerjas aisladas simplemente,
puesto que son sometidas A privaciones tan severas que evidencian una finalidad purgativa,
urta remisión dolorosa. Así, (3) según Pówer, en, Nueva Irlanda (Norteamérica)
se encierra a la muchacha en una especie de jaula de dos pisos. .Se le reserva a
ésta la parle superior, tan reducida que no puede-ponerse en pie, debiendo permanecer
sentada o acostada. Entre los Nutka« sdie la Columbia Británica las tienen durante
ocho meses en un reducido aposento, separadas del resto de la familia. Allí tienen
(2) Libró 11, Capt. IlL Pág. 92 de la ed. en "Colección Isleña".
(3) E^tos ejemplos están entresacados de la obra de Pablo Krischer "El enigma
del matriarcado".
que ayunar y comer solas. Los Koljusches, del estrecho de Bering, las colocan de tres
a seis meses en unas jaulas de seis a ocho pies de altura, provistas sólo de una tronera
enrejada. Entre los esquimales, al sur de Jucow, permanecen cuarenta días con
la cara contra la pared, la capucha calada y el cabello revuelto sobre los ojos. Los pasees,
lop tucunas del Amazonas, los collina y los manhe, las colocan, colgadas en un.-i
hamaca, en la salida de humo situada en la parte superior de la choza. Solo pueden
descender durante la noche y los díafe de menstruación han de someterse a riguroso
ayuno.
Dado el concepto terrorífico que de la divinidad tiene el salvaje, no es de extrañar
que consideren la presencia del tótem en una persona como un peligro, una ing'eren-fia
temible de espíritus y que les inspire aversión. De aquí que, además de apartarla.
procuren purificarla, espantar los importunos visitantes. Y se recurre al sufrimiento.
Kste aspecto de las novicias está posiblemente relacionado con las pruebas que sufren
' los adolescentes antes de ser admitidos en el círculfl de las personas adultas. Se trata
de ceremonias donde ae les extraen dieptes, se les flagela, practican incisiones y tatuajes
en la pieU etc. Sobre tales consagraciones se han formulado hipótesis, que omito,
para no rebasar los límites que me he propuesto dar a este trabajo.
Los baños p abluciones y las prescripciones alimenticias que guardan las mujeres
en este estado son medidas claramente pn¡jficadoras. '^ ,
, La alimentación de las novicias está rígidamerttí controlada, por. manos femeninas
en particular, que suministran los comestibles, restringiendo su cantidad y calidad.
Entre los nutkas, además de los ayunos, les está vedado k las jóvenes los alimentos
frescos, especialmente el síilmón. Las ojibway no redben ninguna clase de alinxen-tos
preparados, debiendo ayunar durante ocho días. Los suaheli, en el África oriental,
llevan a las mujeres púberes a un gran edificio especial llamado Kihnbi—obsérvese
la semejanza con nuestras harimaguadas—; allí la joven ayuna durante veñiticuatro
horas. Después sus madres les llevan los alimentos.
, En muchos casos encontramos la costumbre de que la mujer abandone su retiro
para lavarse en el mar, río o luga5 tenido por conveniente, según las características
de la comarca. Así, an el Cambodte, la mujer debe vivir en retiro^—vivir en la som
bra—>de8d« unos días hasta un año( según su clase. Sólo hace trabajos dbmésticos du-pante^
eS^ tiempo y no sale de casa sino de noche para ir al baño en compañía de otras
müjeses. En la casta de esclavos de los vedas, al sur de la India, después de concluir
los-días de aislamiento, la joven, a quien han casado 0esde niña, es conducida por él
marido y la hermana de és^e a un río, para bañarla, En algunas comarcas del interior
á» Africft la mujer nubil, que se. interna en el bosque al sobrevenirle la pfimera mens-tniación,
B« baña én el río o laguna, a la intemperie, con tiempo riguroso.
Se trata, en síntesis, de costumbres cuyas' características principales son: aisla-
' miento o'ireclusión en espacios reducidos, apartamiento del hombre, prescripciones all-menticja
» y baños purificadores. i .
Todas estas características las -reúnen la? harimaguadas de Gran C*narla, conforme
las fuentes históricas más fidedignas'. Desdé los más antiguos documentos sobre
las ífostumbres aborígenes de dicha isla, como la"Crónicá Anónima", publicada
por el Instituto de Estu<}ios Canarios, se hace referencia a las "casas de donzellas en-
, cerradas a manera de emparedamiento que hoy llamamos monjas (4), situadas en
parajes "yermo? y solitarios", según la expresión del P. Sosa. Tales construcciones,,
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(4) Crónica Anónima. Capt. 22.
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denominadas cenobios en virtud de su iiresunto carácter monacal, se conservan aún
más o menos deteriorados. Veamos la descripción que sobre el de la cuesta de Silva
hace el antropólogo Verneau: "Se me ha enseñado lo explorado en uno de ellos sitvía-do
a cierta altura sobre las vertientes escarpadas de una montaña. Sudoroso y rendido
tomé una fotografía de su interior. Comprende este una multitud de nichos superpuestos,
labrados artificialmente en la misma roca: unos de pequeña's dimensiones,
otros constituyendo una especie de alcobas suficientes para acostarse una persona
adulta". , ' ^ •
. La disp(*ición y' amplitud de tales aposentos no pueden resultar más elocuentes.
Jjlevan estampados en su arquitectura el fin para que fueron destinados. Nada tien«n
, de común, como se ha pretendido, con los alojamientos de las sacerdotisas o vestales
de los cultos paganos. Estas ruinas, en su mutismo, proclaman que fueron santuario
de un culto más primitivo y más ingenuo.
En cuanto a las peculiaridades de vida de esta comunidad, no son menos explícito-los
escritores que recogen noticias sobre la vida de los primitivos canarios. En todos
eilos encontramos alusión a los baños ocultos en la orilla del mar. La Crónica Anónima
afirma que estas doncellas no salían'de sus alojamientos sino "a pedir a Dios buenos
temporales y a lavarse a la mar (5). El P. Sosa describe un lugar visto por él destinado
para el baño, apartado, solitario, libre de miradas importunas, admirándose- d».'
ia moralidad y recato de las indígenas. Ruiz del Castillo, entre otros, dice: "tenían sólo
libertad para salir a los baños del mar, acompañadas de otras—mujeres—de su calidad
y familia, sin que hombre alguno pudiera Viablarlas en el campo, ni parars* con
ninguna, pena de vida" (6).
El mismo episodio de la captura de Luisa de Bethencourt, referido en la Crónica
Anónima, prueba esta ausencia del hombre en los lugares destinados al baño, ya que
los ráptores\ no fueron hostilizadqs.
Por último, el P. Sosa nos habla de que "recibían para su sustento nuestras vírgenes
canarias, ciertos frutos de la tierra a manera de diezmos qu« les daban los vecinos >
y los encerraban y guardaban en cuevas que tenían diputadas para irlos gastando por
su razón y cuenta en todo 'su año" tenían de estas cosas grandísimo orden y personas
diputadas de estos religiosos que, las administraban y hacían rectamente guardar en
ia forma ya dicha" (7). Con lo que viene ^ confirmarAos también la exiswncia de una
reglamentación dietética, de índole similar a las ya mencionadas al hablar de otras
novici&s.
- Pese a la anibigüedad de que adolWe lo escrito sobre la vida autóctona del Archipiélago,
no se pueden exigir mayor coincidencia de dediles. Ni siquiera la misma ca-
.lidad sacerdotal que se les atribuye contradice afinidad con las "novicias menstnlan-
•tes",'Naturalmente que existen pormenores imposibles de aclarar en la actualidad.
Segfún se desprende de algunos escritores, se tenía en cuenta la cs^lidad y claee social
de la mujer. También de algunos pueblos donde se practica la reclusión de las jóvenes
se conoce ésta modalidad (8). Y si todavía existiera algún escrúpulo para reconocer
la verdadera naturaleza de' tales vírgenes, no olvidaron consignar- nuestros cronistas
que su encierro no era perpetuo. Salían para -casarse, afirman, "es'taban las kastm
(5) ídem. ' •
(6) Castillo, Descripción..., ed. en "Col. Isleña".
, (7) Topograffa, Libro III, Capt. IL
(8) En el cambadgre, por ej., como ya, hemos citado, la mujer porma-nece en retiro
más o nf»enoa tiempo aegún su clase.
m ^
arriba dhas proueidas de donzellas q. apenas sália vna qdo. entraba otra" (9), cosa
totalmente incompatible con la calidad de vestal.
i Con lo expuesto creemos queda claramente señalado el camino para dilucidar la
auténtica significación de las harimaguadas, sobre las que tantas conjeturas falsas se
habían escrito. En este, como en otros muchos puntos de la historia regional, el prurito
de atribuir' a la organización social de las tribus aborígenes una estructura parecida
a las de las colectividades propiamente históricas, nos ha desviado de la verdad.
El alma, de los pueblos que apenas han rebasado los primeros peldaños 4^ la cultura
humana, no es igual a la nuestra. Ya hemos visto, por la somera exposicfcn hecha del
totemismo, que sus contenidos son otros, y su manera de ver y sentir la ^ida les coloca
en Un mundo, que con el» nuestro apenas tiene nada de común. • »
Francisco PEBEZ SAAVEDRA.
X
'(9) Crónica Anónima. Cap. 22.