Notas bibliográficas
LUIS SUÁREZ FERNÁNDEZ: La cuestión de las Canarias
ante el Concilio de Basilea.—«Congresso Internacional
de Historia dos Descobrimentos».—Actas, vol.
IV, Lisboa, 1961 [1965], págs. 505-511.
La fecha de este trabajo esclarecedor de un episodio diplomático que consagró,
ya que no decidió, el destino nacional de las Islas Canarias, es ya bastante
retrasado, pero es lo cierto que hasta ahora no pude leerlo, no obstante tener
indirectamente alguna noticia de su contenido. Como en él se demuestra algo
que yo daba por seguro y algo que yo no admitía, creo debo todavía recogerlo y
agradecer al autor el esclarecimiento que aporta. De siempre eran conocidas las
Anegaciones de Alfonso de Santa María a favor de los derechos de Castilla a
a estas islas. Se conservaron en varios manuscritos y ahora tienen varias ediciones.
A partir de uno de estos manuscritos, que tiene un título postizo, se había
admitido que las Allegaciones fueron presentadas ante el Concilio, en el que
Santa María presidia la legación castellana. No obstante del texto mismo se
desprendía que había sido preparado solo para instrucción de Luis Álvarez de
Paz, embajador de Castilla ante el Pontífice, no ante el Concilio. Por esto rechacé
de plano aquella versión errónea.
El Sr. Suárez Fernández ha utilizado otra copia autorizada del Archivo de
Simancas y ha confirmado mi punto de vista; pero lo ha rectificado en cuanto a
mi supuesto de que el asunto —no las Allegacionts de Santa María— no había
sido tratado en el Concilio. Demuestra por la fecha de las Allegaciones, enviadas
a Paz en Bolonia, corte pontificia, en 27 de agosto de 1437, que son posteriores
a la bula Dudam cam nos, en que Eugenio IV fallaba el pleito a favor de Castilla.
Entonces las Allegaciones responden a nuevos esfuerzos de Portugal para
replantear la cuestión, sin duda ante el Papa, pero también ante el Concilio, que
incluso votó sobre ella en sesión de 30 de mayo de 1438, pero solo resolvió pedir
más información, esto es, un aplazamiento. Luego sobrevino la ruptura del Sacro
265
Concilio y la Santa Sede, y retirada la legación castellana, adicta a ésta, ya
nada importaban las decisiones de Basilea, que además probablemente no recayeron
nunca. Un congresista portugués, el Dr. Nuno Espinosa Gomes de Silva,
objetó a la tesis del Dr. Suárez, pero solo hizo notar atinadamente que las Alle-gaciones,
que van contra una bula favorable a Portugal, nada saben de otra favorable
a Castilla; entonces cualquiera que sea la fecha de su remisión a Álvarez
de Paz, su preparación y redacción tuvo que ser bastante anterior y debió estar
en la base de la Dadam cum nos. Parece que esto sea lo más cierto.
E. SERRA
JOSÉ PERAZA DE AYALA, El Alguacilazgo Mayor de
Tenerife.—«Anales de la Universidad de La Laguna.—
Facultad de Derecho», III, Fase. 1, 1965-1966,39 págs.
Es una breve monografía con la que el autor continúa sus trabajos sobre los
antiguos municipios canarios y especialmente el examen en particular de cada
oficio concejil iniciado con su estudio Los fieles ejecutores de Canarias, reseñado
por esta REVISTA DE HISTORIA en 1960 (XXVI, págs. 431-432).
Consta de Introducción en que precisa técnicamente los términos de cabildo
o ayuntamiento y concejo, asignando al alguacil mayor el carácter de oficio concejil
y no capitular, y expone la materia en dos partes. En la primera se ocupa
de los antecedentes de la institución en España, del alguacil mayor en Gran
Canaria y La Palma, y destaca que en esta última isla y en la de Tenerife la
adaptación del sistema castellano no se basa en ninguna carta o fuero especial,
como las ordenanzas que los Reyes Católicos concedieron a Gran Canaria en
1494. «Aunque según se invoca a veces por las ciudades— dice— la Región
hubiese sido poblada a fuero de Granada y Sevilla y se mandara en algunas reales
cédulas que se observasen prácticas administrativas de Sevilla, en realidad el
régimen de las localidades isleñas fue resultado de los privilegios o mercedes que
cada isla obtuvo por separado, sobre un fondo de identidad que se formó de modo
consuetudinario y que era efecto de la doble influencia de las normas generales
castellanas y las mentadas ordenanzas*.
La segunda parte está dedicada a las vicisitudes del oficio en Tenerife, estudiando
en primer lugar los alguaciles mayores temporales y luego la enajenación
del alguacilazgo en empeño y perpetuamente por juro de heredad; los honores,
facultades, competencia, retribución y emolumentos del oficio.
Finalmente tiene un Apéndice documental en que transcribe el título de
alguacil mayor de Tenerife expedido a favor del capitán donjuán de Basterra en
1613, como consecuencia de la enajenación a perpetuidad del referido oficio.
266
Nos complacemos en registrar la expresada publicación, ya que con base en
fuentes directas, visión de buen jurista y adecuada sistemática, se expone un tema
que nos interesa para el mejor conocimiento de la historia de nuestra administración
local.
E. SERRA
FRANCISCO MARÍA DE LEÓN: Apuntes para la Historia
de las Islas Canarias.—1776-1868.—Introducción
de MARCOS GUIMERÁ PERAZA, Notas de ALEJANDRO
CiOiíANESCu.—índice por MARCOS G. MARTÍNEZ [Santa
Cruz de Tenerife].—Romero, 1966.—Aula de Cultura
de Tenerife, («Biblioteca Isleña», IV) 424 págs. 4°, tela.
El prologuista o introductor de esta obra tenia ya publicada una biografía
bien documentada del autor de estos Apuntes («Anuario de Estudios Atlánticos»,
8 y 9). Con esta edición, reclamada por todos los que conocían el manuscrito
conservado en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz, completa su trabajo de
vindicación de la obra de un ciudadano ejemplar o típico del siglo XIX canario.
La obra de León fue provocada en realidad por el merecido prestigio de las Noticias
de Viera y Clavijo. Como ha sido muy común, los historiadores han rehusado
el papel de cronistas, esto es, de narradores de los sucesos históricos ocurridos
en su vida y de los que fueron verdaderamente testimionios. Viera alcanzó solo
a 1776 y en el episcopologio hasta 1782 y a lo más se limitó a añadir algunas notas
de su puño en el ejemplar de su obra que usaba pesonalmente. El Secretario de
corporaciones públicas que fue Francisco M" de León se propuso llenar este vacío,
pero en realidad cayó en la misma limitación, pues hacia 1838, escribió su trabajo
continuador, pero sin noción de seguir unas memorias al día de los hechos posteriores.
Hacia 1854 prosiguió su labor de otro tirón, y en fin, a fines de su vida
(murió en 1871) firmaba en Santa Cruz un último suplemento en 15 de septiembre
de 1868; estos suplementos, especialmente el final, son cada vez más sumarios y
escritos con desgana: el criterio de historiador domina siempre sobre el de testimonio;
se trata por lo demás, como es de suponer, de una historia evenemencial,
centrada en las figuras y nombres de las autoridades cambiantes y en los reflejos
de la agitada historia política de la Península en ese siglo. No obstante el autor
tiene noción de que existe otra clase de hechos dignos de la historia, especialmente
económicos, pero no sabe independizarlos de su esquema rutinario. Por lo
demás el interés del trabajo queda acrecido por coincidir ciertamente con una
época bien dramática en el devenir de la vida canaria: el ataque de Nelson, la
invasión francesa de la Península y la Junta Suprema de La Laguna, la creación
267
de la provincia y con ella la agudización de las rivalidades insulares, las repetidas
y asoladoras epidemias de fiebre amarilla y de cólera, las crisis económicas y no
digamos las políticas, todo se suma para hacer especialmente azarosa la historia
canaria de esos cien años. Son del mismo autor alguns cuadros estadísticos que
se publican también, pero que quedan desconectados del devenir histórico. Muy
útiles las notas identificando personas citadas en el texto original y, no digamos,
el copioso índice, no limitado a nombres propios, sino extendido a todos los conceptos
de interés. La introducción del Sr. Guimerá es, naturalmente, un resumen
de su anterior y completo trabajo sobre Francisco M" de León y su obra, ya
citado; sólo hallamos desplazadas aquellas consideraciones de la página XVI
sobre la ideología liberal del siglo pasado. Del todo acertado el criterio de reproducción
del texto en ortografía moderna.
E. SERRA
GUILLERMO CAMACHO Y PÉREZ-GALDÓS: Cultivos de
cereales, viña g huerta en Gran Canaria (1510-1537).
«Anuario de Estudios Atlánticos», 12, 1966, páginas
223-279.
El mismo autor publicó hace años un estudio muy completo, El cultivo de la
caña y la industria del azúcar en Gran Canaria, para este mismo periodo histórico
de los primeros tiempos de la colonia castellana. El estudio de los comienzos
del azúcar es un tema de historia económica internacional; ante todo porque era
uno de los primeros grandes géneros de comercio. En cambio siempre los artículos
de consumo interior han llamado menos la atención. Aun hoy los economistas
siguen preocupados con la balanza de pagos y la balanza comercial exterior de
cada país y tienden a olvidar que el consumo satisfecho con la propia producción
es la más simple y la más beneficiosa de las fórmulas económicas, claro es, si no
es resultado de una autarquía forzada por pobreza o por designios políticos.
Este trabajo de Camacho, basado en las mismas fuentes que el anterior, esto
es, el fondo notarial, se consagra precisamente a los principales géneros alimenticios
de consumo y producción local en la recién creada economía canaria. Ante
todo el pan. De la economía anterior, prehispánica, apenas subsistió la ganadería
menor, ampliada ahora con el ganado mayor y el corral. La nueva base
esencial es el trigo, que no solo desplaza a segundo lugar la cebada que debió
ser la base del gofio aborigen, sino que probablemente cambió la variedad cultivada
limitadamente por lo primitivos canarios por otra más resistente a las plagas
parasitarias. Camacho estudia sistemáticamente la extensión de las fincas; la zona
de cultivo, la medianía a diferencia de la caña dulce; la preparación de la tierra
268
que a menudo había que desmontar, rudo trabajo que se pagaba a partido cediendo
al desmontador uno o dos esquilmos nada más; los contratos de explotación
en los que la tierra suele cederse a fanegada por fanega de renta; los costos en
los que la yunta es el mayor factor, pues mientras la fanegada de tierra vale 2 o 3
doblas, el par de bueyes alcanza 24 a 32 doblas en venta o 20 fanegas de trigo
en arriendo. Un aspecto de gran interés que no puede precisar es el del rendimiento;
por datos indirectos que suministra, me parece poder calcular de 4 a 6
veces la simiente, pero tal vez yerre y además desconozco cuál es la media de hoy.
No menor interés tiene el comercio de cereales: si parece que el precio de tipo era
384 mrs. el curso real variaba ampliamente, como tenemos observado ocurría en
Tenerife, pero desde luego la cosecha insular era del todo insuficiente y tenía que
suplementarse con importaciones, de ordinario tinerferias, pero también de varias
procedencias, de La Palma, de Azores, de Castilla . . . Nos llama la atención
que no se mencione Fuerteventura, que ha venido a ser más tarde importante
abastecedora de Gran Canaria. No nos extraña en cambio la noticia de incautaciones
de naves fletadas con granos de Tenerife, destinadas a tierras portuguesas,
que habían hecho imprudentemente escala en las Isletas, pues sabemos de actos
de fuerza mayor dentro del propio puerto de Santa Cruz de Tenerife, ¡tanta era
la falta de grano que se daba en Gran Canaria en ciertos momentos! ¿Cuál pudo
ser la causa de esta situación? Sin duda la Ciudad del Real de Las Palmas debió
de ser un centro de consumo mucho mayor que la de San Cristóbal, con los Tribunales,
Autoridades y mercaderes que allí asistían. Pero también Tenerife estuvo
escaso de granos durante bastantes años, hasta que a partir de 1521 el Adelantado
hizo destinar a cultivo de pan amplias zonas de las dehesas de la Isla; creo que
esto marcó una situación nueva en esta producción esencial, y hecho paralelo no
se daría en Gran Canaria.
Luego estudia el autor en forma análoga, aunque más, breve el cultivo de
viñas, frutales y hortalizas, a menudo asociados. Un esquema de plano muy interesante
nos muestra el progreso urbano de la ciudad de L»s Palmas a costa de
las huertas que ocupaban antes su área. Al tratar del comercio de vinos admite
naturalmente que se importaban de fuera, y estos y los de la tierra eran enviados
a Lanzarote y Fuerteventura, pero no más. La exportación de vinos canarios a los
grandes mercados de ultramar no se imaginaba todavía. Puntuales notas dan los
datos exactos en que se basa el autor y en apéndice se añaden algunos documentos
íntegros. Si este estudio se prosiguiese sería fácil trasladar sus datos a diagramas,
pero aun como visión de un momento dado, es de suma importancia.
E. SERRA
269
MIGUEL ÁNGEL LADERO QUESADA, Las cuentas de
la conquista de Gran Canaria.—ÍDEM, El Gobernador
Pedro de Vera en la conquista del Reino de Granada.—
«Anuario de Estudios Atlánticos», 12, 1966, pá-g-
inas 11-165.
Se trata de dos trabajos en apariencia independientes, pero que tienen un
interés y tema comunes y publicados uno tras de otro. El primero es una aportación
documental casi en crudo, pero de una importacia extraordinaria, casi diría
la primera de valor que se hace para la historia de la conquista de Gran Canaria.
En el segfundo, aunque el objeto directo es concretar la participación de Pedro de
Vera en las campañas granadinas, como esto tuvo lugar simultáneamente con su
gobierno de Gran Canaria, sirve mucho para precisar este y el autor aprovecha
la ocasión para sacar algunas deducciones de aquella documentación.
Los materiales que constituyen la aportación documental son: las cuentas
de Pedro de Arévalo, proveedor de la hueste conquistadora, referentes a los años
1481 y 1482, sin duda decisivos para la empresa; luego una breve y curiosa cuenta
de un Juan de Frías, por gastos hechos para atender a la Reina de Canaria, con
su hija recién nacida, años 1482 y 1483; todavía dos cuentas de Antonio de Arévalo,
hijo de Pedro, una de pago de diversas gentes de guerra participantes en la
conquista, otra de quintos reales de botín de cabalgadas, como receptor. Las
cuentas de Pedro de Arévalo, cotejadas minuciosamente con el escaso material
cronológico de que hasta ahora disponemos para este episodio central de la conquista
de Canarias, pueden facilitar un cuadro coherente de la empresa. El autor
aunque no intenta esta labor, desde luego comprometida, publica su material
ordenado y acotado para su utilización cómoda. Ya la cuenta de cargo, esto es^
los dineros recibidos por Arévalo para los suministros de boca y guerra, ofrecen
en parte procedencias interesantes: del total de dos cuentos (millones) más
177.890 mrs. que suma el cargo, 460.000 proceden de bienes de herejes, esto es,
de judíos condenados por judaizantes; 22.244 de fletes de tornaviaje de las naos
y carabelas, y otras sumas de venta de trigo de que disponía para provisión de
la tropa. En las cuentas de data del coste de flete y géneros cargados en las
naves, cuyos viajes solo aproximadamente se pueden datar en la mayoría de los
casos por los recibos de Vera y Moxica, además de los haberes de los tripulantes,
figura la relación detallada de estos géneros, armas y mantenimientos. La carabela
«Buenaventura» fue retenida el verano de 1481 por el gobernador «para
facer la fortaleza del Agaete»; junto con ella fue la nao «Buen Jesús», en la que
embarcó Mosén Pedro de Santisteban con 25 caballeros. Ya a 1482 alcanza el
viaje de la nao «Barvera», en que pasó Cristóbal de Medina con 30 de caballo.
Michel de Moxica embarca para Gran Canaria en 1 de octubre de 1482 (pero
parece claro que ya estuvo antes) y en relación o no con este viaje hace Arévalo
cuenta de gastos para «Noguarteme», según lee Ladero —quizá sea N. Guadarie-me—
que en 1481 vino con ciertos caballeros canarios a dar la obediencia a Sus
Altezas los Reyes, en Calatayud. La cuenta no trae la fecha del viaje, que la
270
deduce el autor de la mención de la ciudad aragonesa (ya que estas vistas fueron
datadas por el documento Wolfel, aunque aqui no se le cita). El autor toma
alguna licencia en la transcripción —según se aprecia de las láminas en que reproduce
páginas del documento— generalmente interpretación discutible de alguna
letra, la f o la ¿> u otras menudencias que no afectan al sentido: («por todo»,
donde dice «costaron»; pero «e su conpañera», donde yo leo «e su conpaña», esto
es, los caballeros susodichos, fol. xxviij, lin. 3 desde el fin, y 8 de arriba). También
me atrevo a leer «del Agaete», mejor que «de La Gete» que interpreta el investigador.
La cuenta de la Reina de Canaria es realmente curiosa; creo pueden identificarse
mejor los personajes. Frías recibe a la dama en septiembre del 82 «doliente
a la muerte», pero con melecinas purgas e xaropes, administrados por un
«maestro» —el equivalente médico, no parece seguro— la paciente mejora y pare
a fin de mes una niña, que además puede criar con éxito. La mayoría de las partidas
son para vestido de madre e hija, más todavía de un esclavito del Sr. Príncipe,
tan tierno que tiene que pagar una ama «desde fin de agosto de 82 hasta fin
de marzo de 84, que se destetó». La «Reina» estuvo a su cargo 11 meses y medio
«hasta 15 de agosto de 83, día que la entregó a su marido por mandamiento del
Rey, para la llevar a su tierra». Ladero no duda que este marido es don Fernando
Guanarteme; pero nadie había sospechado, que yo sepa, que una Reina su mujer
le precediese o acompañase en Castilla.* ¿Y ese Juan de Frías, sin tratamiento
alguno, quién es? Me inclino a creer que es el Obispo. La Reina de Canaria no
iba a ser confiada a cualquiera.
En las cuentas de Antonio de Arévalo aparece una relación de caballeros y
otras de peones, unos conocidos y otros no. Y como receptor de quintos, reparte
su importe, según concesión real, con Pedro de Vera: se trata de esclavos, ánimas
les llama, canarios, producto de cabalgadas para reducir alzados; y de asaltos a
las islas todavía indómitas y a Berbería: palmeros, «tenerifes», moros, un judío,
ganados, etc.
En el segundo trabajo de Ladero se contiene el breve comentario de sus documentos
descritos. Queda como probable la duplicidad de Guanartemes, rindiendo
homenaje a los Reyes, que no creeríamos sin esta prueba documental. En
1484 la Isla está ya conquistada, pues el mismo Vera aprovecha la ocasión para
acudir a la guerra de Granada, aunque sabemos que todavía regresó una o más
veces a Gran Canaria en cuyo gobierno sigue por lo menos hasta 1491. Estos
trabajos del Sr. Ladero son contribuciones positivas y además inesperadas, que
demuestran que los archivos siguen hablando. Y si conjuntos documentales de
* En cambio es noticia antigua que una hija acompañó al Guanarteme y,
precisamente, que parió en Castilla. La joven madre era Margarita Guanarteme
—la hija María— y entonces el marido ahora citado, no es otro que Miguel Trejo
Carvajal. Véase J. DEL R ÍO AYALA, Un dato inédito sobre doña Margarita Fernández
Guanarteme, «El Museo Canario», n° 3 (1934), pág. 25.
271
esta importancia quedaban hasta hoy insospechadof, ¿quién puede afirmar que no
surja mañana la cuenta detallada del primer viaje colombino, pongo por caso?
Creo evidente que la investigación histórica en el archivo de Castilla ha estado
lejos de ser sistemática.
Elias SERRA R A F O LS
ALEJANDRO CIORANESCU: Colón, humanista. Estudio
de humanismo atlántico.—Madrid, Editorial Prensa
Española (Col. «El Soto», estudios de crítica y filología,
dirige José Luis Várela, 4), 1967.—232 pags. 8".
Este libro comprende una serie de estudios del autor, centrados en torno a la
presencia de las ideas y preocupaciones humanísticas en la aventura marina y ultramarina
del siglo XVI. De estos estudios, varios nos eran ya conocidos como
aparecidos antes en publicaciones insulares (que el autor debía de haber mencionado
puntualmente, siguiendo el ilustre ejemplo de don Ramón), pero no asi el
primero, el que da nombre al libro y el de más vasto alcance. Es un estudio minucioso,
de verdadera erudición y sobre un tema apasionante, como todos los que
tocan a la personalidad de Cristóbal Colón y a las circunstancias que condicionaron
su inmortal empresa. Estudia con rigor y exhaustivamente los elementos de
su cultura libresca, más exactamente de su cosmografía, a base de los cuales cuajó
su proyecto. Como demuestra, contra una presunción muy divulgada, estos conocimientos
eran completos para su tiempo, y precisamente estaban descargados de
todo lastre puramente literario, que hubiese podido alejarle de su objetivo práctico.
Partió Colón de su conocimiento de la realidad terrestre, en el que precisamente
sufría un grave error, que, como es sabido, fue condición de su plan, en
verdad irrealizable, alcanzar en una sola navegación la orilla oriental del Viejo
Mundo, partiendo de su ribera occidental. Pero estos conocimientos teóricos no
hubiesen podido traducirse en una empresa real si en Colón no se hubiese dado
otra personalidad, la del nauta práctico insuperable que demostró ser. Aunque
sin poder cimentarme en un riguroso estudio como el de Cioranescu, creo que en
algunas ocasiones he dicho, abundando en su misma idea, que Colón realizó una
empresa que no podía concebir ningún otro contemporáneo suyo, por ser él el
único navegante con erudición cosmológica y el único cosmólogo con práctica de
navegante. Esa rara unión de aptitudes no se dio en otro que sepamos y adelantó
acaso en bastantes años la incorporación del Nuevo Continente al conocimiento
de Europa; recuérdese que si los portugueses tenían casi forzosamente que dar
con él en sus viajes de altura al Cabo de Buena Esperanza, estos habían sufrido
precisamente una detente, cuando el descubrimiento colombino les dio nueva urgencia.
Cioranescu reconstruye el proyecto científico de Colón y lo enlaza con el
272
renacimiento humanistico del momento, en forma que no creo se habia hecho
hasta ahora. No obstante es probable que este trabajo haga poco impacto en el
mundillo de los americanistas, sumido hace tiempo en minucias documentales y
discusiones de precedencia, pero a mi juicio es una aportación de primera categoría
para ordenar nuestros conocimientos de aquel momento dramático de la
historia humana.
Otros artículos contenidos en el volumen tienen enfoque más estrecho: algunos
se ciñen a temas literarios, a la transmisión de fórmulas o ideas en torno al
mundo recién hallado: El descubrimiento de América y el arte de la descripción;
Las Canarias y las Indias en Rabelais; Torcuata Tasso y las Islas Afortunadas.
Otro: La Historia de las Indias —de Bartolomé de las Casas— y la prohición de
editarla, trata de identificar la causa concreta de esta misteriosa disposición testamentaria
del Apóstol de las Indias, buscándola en ¡deas de su tiempo y no en
las nuestras; en fin, los estudios exhaustivos de Thomas Nichols y de Levino
Apolonio, tienen ambos gran interés bibliográfico al identificar obras que corrían
con atribuciones erróneas, pero también de ambiente histórico en nuestras islas
en donde ambos extranjeros trataron de arraigar, con pésima o con poca fortuna.
Del primer estudio, el de Nichols, se ocupó esta REVISTA en otra ocasión (vol.
XXX, 1965-1966, pág. 212); pero el segundo, publicado en «Anuario de Estudios
Atlánticos>, 6, 1960, págs. 411-433, no fue comentado en estas páginas.
Se ocuparon elogiosamente de esta obra desde puntos de vista diversos, el
profesor Antonio Tovar en «La Gaceta Ilustrada», de Madrid, y Domingo Pérez
Minik en «El Día», de Santa Cruz de Tenerife, 26 de noviembre de 1967. Una
reflexión final no sabemos silenciar. Este libro, con todo su valor, apenas es una
modesta muestra de la ingente contribución de Alejandro Cioránescu a nuestra
cultura insular superior. Nos produce melancolía y vergüenza el constatar una
vez más la miserable servidumbre de nuestra Universidad, reducida a simple oficina
provincial del Ministerio de Administración de Educación y Ciencia, como
las demás Universidades tradicionales de España, en las que rutinarios reglamentos
burocráticos impiden incorporar a nuestros claustros, permanentemente y con
todos los honores, a los valores que necesitamos . . .
Elias SERRA R A F O LS
273
JUAN ALVAREZ DELGADO: LOS datos lingüisticas y la
precedencia de fuentes canarias.—«Anuario de Estudios
Atlinticüs», 13, 1967.—págs. 315-338.
Este estudio versa sobre temas que muchas veces me han preocupado, pero
que más bien he apartado por parecerme insolubles. Alvarez hace un sistemático
y meritorio esfuerzo para aclararlos, que si no siempre es compensado por un suficiente
resultado, sienta hipótesis útiles. Los temas tratados son varios y aun independientes.
Primero sienta que la introducción de Umiaya entre los lugares de
suicidio ritual en Gran Canaria, es una interpolación que sustituye al auténtico
Amarro, que con Tirma figuraba en los textos originales. No se dan aqui más
que las conclusiones de este estudio, sin la justificación completa de ellas, cuya
edición queda demorada hasta solo Dios sabe cuándo, por culpa involuntaria mía,
pues se destinó a un volumen jubilar que no ha salido todavía.
Otro apartado estudia el papel que los escritos perdidos del letrado Antonio
de Troya y del médico Alonso Fiesco tienen como fuentes de las noticias indígenas
que nos han conservado Espinosa, Torriani y Abréu Galindo. Para precisar
esta relación se fija especialmente en las grafías que adoptan estos cronistas de
aquellos originales, de influencia portuguesa o italiana, respectivamente. Aunque
bien fundadas las deducciones de Alvarez, no pueden consolarnos, al ver los lamentables
descuidos de las transcripciones, de la pérdida de los originales antiguos.
El caso del garan, v\\\go garoé, es un verdadero «imbroglio>, y aún tememos
que es mejor pensar simplemente en garúa, 'llovizna' (voz marinera apud Coro-minas,
s. v.).
En el estudio de la crónica de Jáimez de Sotomayor, aporta datos nuevos al
aprovechar el Ms. Soto-Cardona, de 1639, hoy en Oviedo, copiado de uno de Jáimez
«remitido» por un «capitán Juan de Quintana» en fecha desconocida. Creo
indudable que este texto es el más vecino al original, y as! acepto las deducciones
de Alvarez en esta cuestión, intrincada como todas las tratadas.
En cuanto a las fuentes portuguesas, aunque es probable tal origen en los
pasajes de Abréu que denuncia, esto será solo a través de Barros, único texto divulgado
en siglos pasados. Recco no surgió hasta el siglo XIX, Azurara solo fue
conocido por Barros, Gomes y Fernandes eran desconocidos también. De Le Ca-narien
solo conviene advertir que el Ms. G quedó fijado antes de la muerte de
Gadifer: en 1420, probablemente bastante antes, estaba ya tal cual en la libreria
del Duque de Borgoña; así, aunque es indudable que Gadifer disponía de alguna
carta náutica, es poco probable que fuese portuguesa por la fecha demasiado temprana;
pienso más bien en fuente italiana por la forma plural del nombre de la
Isla de La Palma, que llama de Las Palmas, como consta en las primeras cartas
italianas. Le Palme, que fue más tarde malentendido como singular: La Palma.
E. SERRA
RHC, 18
274
DOCTOR AMBROSIO PERERA: Historial Genealógico
de Familias Caroreñas.—Segunda EJición.—Tomos !-
II. Caracas, 1967.
El Doctor Perera, académico de la Nacional de la Historia de Venezuela y
jfran hispanista, ha enriquecido la bibliografía genealógica de utilidad para los
estudios del pasado canario con la 2" edición de su Historial Genealógico de Familias
Caroreñas, obra de indiscutible valor histórico y literario en campo más amplio
que el local y simplemente genealógico por las interesantes biografías y curiosos
pasajes inéditos, que sobre los más variados asuntos aparecen ahora y que
el autor modestamente intitula «anécdotas, pequeñas historias y variedades».
El primer volumen está dividido en dos partes: la primera constituye un estudio
de las familias coloniales que forman el núcleo básico de la sociedad caro-reña,
y la segunda se ocupa de algunas familias no caroreñas de origen, pero que
enlazadas con las de Carora, son hoy complemento importante para la genealogía
de aquella colectividad. El segundo tomo está dedicado a la descendencia del capitán
don Sancho Briceño, personaje de la segunda mitad del siglo XVII, tema
que expone con mucho acierto y que ha permitido completar trabajos de otro historiador
venezolano, Dr. Vicente Dávila, con filiaciones y noticias hasta ahora
desconocidas, al propio tiempo que facilita la historia de las familias caroreñas
hasta generaciones actuales. Además sirve de enlace a la materia de los dos volúmenes.
El trabajo va precedido de varios comentarios a la primera edición y de una
Introducción del autor en la que se examina el aspecto científico de la genealogía
en general y aun su valor en el campo moral y social. También advierte el afán
de objetividad que le guía en su labor, y se expresa en los siguientes términos:
*Hoy tanto como ayer y como sucederá indiscutiblemente mañana, no conseguirán
la igualdad legal y política dar muerte a la desigualdad social . . . las ignominiosas
denominaciones de buena familia y de bien nacido continuarán siendo un borrón
en el léxico de las sociedades cristianas y una incongruencia en las que osten-ntan
orgullosas el rótulo de democráticas. Que la política o el dinero levanten
nuevos valores sobre los escombros de las antiguas tasaciones o que la filosofía
marxista, para tener vivencia se vea obligada a dar beligerancia a las clases sociales,
a fin de mantenerlas en jaque sin llegar de un todo a pulverizarlas, es materia
que corresponde contemplar a los sociólogos. A nosotros, como genealogis-tas,
solo nos toca seguir de un modo objetivo el curso de un fenómeno genético
abrir campos de observación indispensables para la mejor inteligencia del análisis
con el propósito de histórico y de la organización sociaU.
Las anécdotas van intercaladas en el texto al hablar de las personas a las cuales
se refiere. Conforme al índice se destacan 44 en el primer volumen y 21 en el
segundo. Dice así el mentado elenco: Fundación de Carora, Cómo se vendió el
cargo de Regidor (expone pormenores de procedimiento). Testamento de Francisco
José de la Torre (otorgado en 1807 por un descendiente de la familia residente
en Tacoronte, Tenerife), El Sermón del padre Rodríguez (hijo de don
275
Antonio Rodríg-uez Barroso, teniente g-obernador de Curarigua de Leal, natural
de La Victoria de Acentejo, de Tenerife, y de dona Josefa de Paris Meléndez> casados
en Carora en 1779), La carta notable de don Francisco de Paula (epístola
llena de enseñanzas, ya comentada por otros escritores, como Cecilio Zubillaga,
suscrita por descendiente de faTiilia canaria por su linea materna, Montesdeoca),
Testamento de Don Juan José Montesdeoca (del mismo linaje que acabamos de
nombrar), El Padre de los Pobres (don Francisco Antonio Maciel y Camejo, gloria
venezolana, oriundo de La Laofuna de Tenerife por su línea materna), etc., etc.
El Dr. Perera nos ha ofrecido una obra admirable por el cúmulo de filiaciones
y preciado material histórico que expone con espíritu critico, y sobre todo merece
nuestra gratitud y elogio por la enorme atención que presta a los antecedentes
canarios de la sociedad caroreña. No solo se citan a través de las páginas del
libro numerosos linajes del Archipiélago, sino que tienen capitulo especial las siguientes
familias canarias: Armas y Castro, González, Herrera, Montesdeoca,
Oropesa, Perera, Pineda y Torre. El estudio de la noble familia de Perera de El
oauzal (Tenerife), a que pertenece el autor, le acredita por si solo de tratadista
especializado en genealogía.
También recomienda la obra las preciosas fotografías que la ilustran, en número
de unos dos centenares y medio.
J. PERAZA DE AYALA
Josí Pí.REZ VIDAL: La vivienda canaria. Datos para
su estudio.—«Anuario de Estudios Atlánticos», 13,
1967.—págs. 41-73 más 20 láminas.
Amplio estudio de este aspecto esencial de la vida tradicional canaria. Desgraciadamente
no ha sido preparado sistemáticamente, sino solo aprovechando
materiales reunidos un poco al azar durante largos años y ahora concertados,
pero que naturalmente dejan algunos huecos que el autor no se disimula. Lástima
que no se haya decidido a completarlos, aunque fuese a través de una encuesta
que nadie como él pudo orientar y centralizar. Sin duda tiene razón en la
urgencia del estudio, pues cada día se desvanece más la cultura tradicional, que
solo como supervivencia inconsciente deja rastros en algunos rincones.
Muy atinado el juicio general del problema: «En la primera impresión que
la arquitectura canaria produce, destacan dos notas: la variedad y la adaptación
al medio. La variedad refleja la concurrencia de muy diversas corrientes cultura-
'es; la adaptación al medio, el extraordinario vigor que en las Islas tiene la geo-
Sfafia. Son rasgos predominantes en toda la cultura tradicional canaria; más en
'a vivienda se muestran de modo muy claro y expresivo. Nada revela mejor que
276
la casa la interacción entre la cultura y el contorno físico». Y aun asi distingue
con acierto el caso de vivienda rural del de la casa urbana, más sujeta a influencias
de moda extraña y mis independiente de la naturaleza. Las ordenanzas de
los municipios y las prácticas de oficio imprimen carácter a la obra urbana frente
al hacer del ca-n,>esino que levanta su propia casa, aprovechando solo los materiales
que tiene al alcance de la mano y la tradición heredada en procedimientos
y necesidades.
Como viviendas eletientales trata de la cueva y de la choza, y a propósito
de ellas hace rápida alusión a la vivienda aborig-en, aunque no plantea el problema
de su posible enlace con la práctica de esos alojamientos en los tiempos históricos
hasta hoy. En algunos casos por lo menos, como el de esos «Caserones»
de Telde de que se ocupa, no parece dudoso que no ha habido solución de continuidad
entre la vivienda indígena y la cristiana. En lo que toca a la choza o a las
construcciones anejas a la casa rural (pág. 84) me hubiese gustado ver alusión
al lado del alpende, al aachón, frecuente en los documentos de datas y conservado
en la toponimia de Tenerife. Al estudiar la casa, de origen andaluz, pero
adaptada difícilmente por la falta de materiales adecuados, trata con base documental
principalmente de la casa pajiza que tanto preocupó a los Cabildos por
su gran peligrosidad, pero que tanto costó desarraigar. A propósito de este tipo
de casas y para El Hierro —según noticias de un informador— habla del mojinete
como el hastial triangular de las cubiertas a dos vertientes; para Tenerife anota
una mención de almoxinefe en doc. de 1509, pero no conoce las citas de Acuerdos
de Cabildo, de 1515 y 1517 («Acuerdos», III, págs. 137 y 201-205) en la forma
moxinete, y por lo menos la segunda, de sentido poco coincidente con el admitido.
Corominas documenta la palabra solo desde Terreros, siglo XVIII, y además
le da una etimología que nuestra documentación no facilita. La casa terrera es
estudiada con mucho detalle en estructura y en vocabulario, incluyendo todos sus
utensilios —no registra la forma ténique— y algunos dibujos; de este inventario
está ausente la cestería y alfarería. Luego se dice algo de la casa de dos plantas,
con su escalera exterior característica. Una segunda parte menos completa dedícase
a la vivienda urbana y en ella una introducción histórica; y en este punto he
de rechazar de plano —ya lo he apuntado otras veces— el supuesto plan cuadriculado
de la ciudad de San Cristóbal, ni en su parte de Arriba ni en la Villa de
Abaxo; tanto en anchura como en orientación las calles carecen de cualquier
uniformidad ni trazado previo; nada de trazado geométrico. Más bien un conjunto
de caminos, que partiendo aproximadamente de la zona de la iglesia de la
Concepción, se van ensanchando en varillas de abanico, con travesías casi del todo
irregulares; todo seguramente espontáneo, lo que obliga al Cabildo a ordenar que
nadie saque su casa más de las vecinas, cosa innecesaria en un trazado previo.
En cuanto a la plaza, esto es, la de San Miguel, ahora del Adelantado, baste decir
que ha llegado a nuestros días con la mayor parte de su perímetro sin edificar,
¡al cabo de cuatro siglosl
Al estudiar a continuación el llamado «estilo canario», especialmente los famosos
balcones, recuerda su origen oriental y su parentesco, acaso su dependencia de
277
|a destiladera, utilizando los datos que el mismo autor acopió en trabajo anterior
(El balcón de celosía y la ventana de guillotina, «Revista de Dialectología y Tradiciones
populares», XIX, 1963, págs. 349-60) que ya reseñamos en esta REVISTA,
XXIX, 1963-1964, pág. 182. Sin hacer ahora el cotejo, creo que da más atención
a la nomenclatura y se omiten las invectivas contra las adaptacianes modernas
del balcón tradicional. Como ya es normal en los trabajos de Pérez Vidal, si
algo tenemos que reparar en el presente es su brevedad, ¡siempre quisiéramos
más, tanto es el gusto y el interés con que leemos sus consideraciones! Asi, aunque
ha adelantado en este caso los materiales recogidos de años, creo que debo
animarle a que prosiga su encuesta y en su dia le añada un apéndice, en el que
todavía podrá decirnos más cosas.
E. SERRAR A F O L S
«Anuario de Estudios Atlánticos», núms. 12, 13 y
14.—Director ANTONIO RUMÉU DE ARMAS.—Madrid-
Las Palmas, Patronato de la Casa de Colón [Madrid,
Diana], 1966, 1967 y 1968.—Tres volúmenes de 658,
676 y 768 págs. y numerosas láminas. 4".
Tres volúmenes de esta puntual publicación incluimos en nuestra recensión.
En el vol. 12 la sección de Historia contiene artículos de gran importancia; dos
de ellos sobre la conquista de Gran Canaria, de M. A. Ladero, los comentamos
aparte, por su tema; los otros son: una contribución al episcopologio, de García
Oro; sobre los Rivarola, de La Rosa y sobre Clavijo, de Ventura Doreste.
JOSÉ GARCÍA ORO, en El Obispo de Canarias Don Pedro López de Ayala y
el Cardenal Cisneros {1507-1513), se ocupa de un obispo absentista, caso no
raro, como es sabido, en otros tiempos; mientras su antecesor, don Diego de
Muros, fue un ejemplo de dedicación y hasta murió en su diócesis, caso raro,
—en nota se da la bibliografía reciente del obispo Muros de Canaria y de sus
homónimos— López de Ayala, diplomático, deán de Toledo, recibió en 1507 la
mitra canaria como una prebenda más, y aunque en 1511 el Rey Católico le encargó
el arreglo de los beneficios de su diócesis no parece que se ocupara de ello
desde su lejana residencia toledana; allí sí que actuó en graves líos eclesiásticos
de los que nos informa el autor con detalle a través de cartas de Ayala a su
protector Cisneros.
LEOPOLDO DE LA ROSA, en La varia fortuna de ¡os Rivarola, escribe un trabajo
principalmente genealógico sobre esta familia genovesa, que ilustró Francisco de
Riberol, el banquero amigo de Colón, y que tuvo rama canaria y de ella otra
americana. Francisco Riberol ejerció de prestamista y por ello le vemos en tratos
278
con figuras conocidas como doña Inés Peraza, la Señora de Canarias; Sancho de
Herrera, su hijo; Alonso Fernández de Lugo, el Adelantado; varios Lugo, parientes
suyos; Cristóbal de Ponte, etc.; y también se interesó directamente en negocios
canarios, el comercio del azúcar y de la orchilla. Otros Rivaroles como Cosme,
hermano de Francisco, y Jácome, también tratan en Canarias, el último en el pago
en 1500 de adeudos atrasados a peones conquistadores de Gran Canaria. Batista
Riverol se estableció sólidamente en las Islas; el moralista Ldo. Bernardino es
conocido en la literatura; Lucaoo «descubrió» San Borondón, etc. El apellido
sufrió tantas variaciones jque de él procede el de Reverón!
VENTURA DORESTE, en Estadio sobre Clavija y Fajardo, da una contribución
más acerca de esa bien notoria figura literaria; aparte hablaremos del trabajo de
GUILLERMO CAMACHO sobre cultivo de cereales; de tema estrictamente lingüístico
son los trabajos de ALVAREZ DELGADO, El «ogro», sus problemas (/ datos canarios;
LA NUEZ CABALLERO, Introducción al vocabulario canario-galdosiano (los guan-chismos),
y ALVAR y QUILIS, Datos acústicos y geográficos sobre la «ch» adherente
de Canarias.
JIMÉNEZ SÁNCHEZ informa sobre Estaciones arqueológicas de canarios aborígenes:
una original necrópolis en Playa de la Garita, a levante de Telde, constituida
por un cerco de piedras de 10 m. de diámetro, parte del cual ocupaban dos cámaras
rectangulares de piedra cubiertas de tablones de tea, caigados de otras piedras;
el todo a 1,50 m. bajo el nivel del terreno. Solo contenía algunos huesos.
Y unas cuevas-habitación en el Barranco del Puerto (Agaete), que dieron fragmentos
cerámicos: teas, útiles toscos de piedra, bruñidores y ua piedra circular
de 24 cm., gastada en el centro.
Prosigue en los tomos 12 y 13 del «Anuario» el extenso Diccionario de arquitectos,
alarifes y canteros, de PEDRO TARQUIS, que alcanza ya el siglo XIX, y
esta parte no es seguramente la menos interesante. En el vol. 12, MATÍAS DÍAZ
PADRÓN habla de Seis pintaras de Juan de Miranda; el mismo, en el 14, publica
Pinturas flamencas del siglo XVII en Tenerife, y DOMINGO MARTÍNEZ DE LA PEÑA,
en el 13, El escultor Francisco Alonso de la Raya. Pero por el momento carecemos
de redactor que pueda tratar estos temas de arte . . .
El tomo 13 contiene muchos estudios biográficos; además de los citados, ALEJANDRO
ClORANESCU habla de Antonio de Viana, a cuyos avatares conocidos puede
añadir precisiones genealógicas y otras procedentes del archivo capitular y del
proceso seguido con motivo de la agresión de que fue víctima su hijo y, en fin, el
médico poeta todavía desaparece de nuestra vista en 1634, al ausentarse de las
Islas. JOAQUÍN ARTILES trata de los abuelos de Pérez Galdós; ANALOLA BORGES.
de don Domingo Monteverde y otros criollos, oriundos de Canarias, en la Revolución
americana; LEOPOLDO DE LA ROSA, en El Brigadier Barrada o la lealtad, de
este porteño, fracasado reconquistador de México en 1829, tras una intachable
vida militar; ANTONIO RUMÉU da nuevos datos biográficos de Antonio de Betan-court,
fundador de la Escuela de Caminos y Canales; ALEX. ZVIGUILSKY nos da la
biografía del ingeniero Alfonso de Betancourt y Jordán.
Los volúmenes 13 y 14 se inauguran ambos con un estudio geológico, debido
279
al veterano especialista HANS HAUSEN, dedicados, respectivamente, a Fuerteven-tura
y a La Go ñera. Luej^o, en el mismo vol. 13, tenemos que reg^istrar todavía
el importante trabajo de PÉREZ VfDAL La vivienda canaria, y el de GUIMERÁ PE-RAZA
acerca de El pleito insular. La capitalidad de Canarias, que prosig'ue en el
siguiente vol. 14 con el título El pleito insular. La división de la Provincia de
Canarias. De estos estudios nos ocuparemos aparte. VÍCTOR MORALES LEZCANO
contribuye con otro sobre Sir Walter Raleigh y los archipiélagos del Atlántico
Ibérico, en el que estudia con detalle los episodios canarios de las expediciones
marítimas del navegante y las difíciles relaciones hispano-británicas bajo Jacobo I,
que llevaron a la sentencia capital contra Raleigh, basándose en fuentes originales
españolas e inglesas.
Ya en el vol. 14, nos queda todavía que aludir a otro trabajo de PÉREZ VIDAL,
Aportación portuguesa a la población de Canarias, y a los de ALVAREZ DELGADO,
En torno al nombre «Brasil»; de JIMÉNEZ DE GREGORIO, La población de Canarias
en la segunda mitad del siglo XVIII; de RuMíu DE ARMAS, Desccripción geográfica
de la Isla de Guanahani; de LADERO QUESADA, Las coplas de Hernando de Vera:
un caso de critica al gobierno de Isabel la Católica; de ELÍAS SERRA, LOS primeros
ataques piráticos a Canarias; de BÉTHENCOURT MASSIEU, Proyecto de incorporación
de La Gomera a la Corona de Felipe II; de LA ROSA OLIVERA, Oriundez y linaje
del «Precursor» Francisco de Miranda; de GARCÍA MÁRQUEZ, Almogarenes y goros.
Una construcción aborigen en la montaña de Tauro (Gran Canaria); de algunos
de los cuales tal vez publiquemos comentario especial. Todos los volúmsnes contienen
también sus secciones habituales de bibliografía sistemática, debida al secretario
de la publicación MIGUEL SANTIAGO, y la Crónica de las actividades de la
•Casa de Colón».
E. SERRA
MARCOS GUIMERÁ PERAZA, El Pleito Insular. La
capitalidad de Canarias (1808-1839) y El Pleito Insular,
La división de la Provincia de Canarias (1840-
1873), en «Anuario de Estudios Atlánticos», Madrid-
Las Palmas, núms. 13 y 14, 1967 y 1968.
Marcos Guimerá Peraza refuerza su bien ganado prestigio de jurista e investigador
del pasado canario con un nuevo trabajo sobre el tema de la capita-dad
y división de la Provincia. La primera parte del estudio a que nos referimos
y que abarca el periodo 1808-1839, lo dio a conocer en el mismo «Anuario»,
núm. 13, y ahora se continúa en el 14.
Se ocupa ampliamente de las distintas Juntas Gubernativas de las Islas,
analizando varias representaciones de la Diputación Provincial y de otros organismos.
Con atinadas observaciones trata del real decreto de Escosura (1847);
280
de la división que él califica «por antonomasia», es decir, de la división concedi.
da por Bravo Murillo mediante el real decreto de 17 de marzo de 1852; de la
reunión provincial de 1854; de las exposiciones de Ruiz de Bustamante; de Quintana
y Llarena en 1840, y de varios proyectos de división de la Provincia, etc.
Termina advirtiendo que la pugna entre Gran Canaria y Tenerife, después de la
República Federal, cambia de signo, pues en los años siguientes más bien se
caracteriza la lucha por una mera aspiración de hegemonía en la que es claro
ejemplo la orientación de León y Castillo.
La constitución de las citadas Juntas Gubernati\-as hace que en 1840 se pensase
en Madrid que Canarias pretendía ser independiente o que había que restablecer
la normalidad, ya que, como dice Francisco María de León, «en aquel
tiempo en la generalidad de la Provincia todo era confusión, todo desorden, todo
anarquía». En efecto el Ayuntamiento de Santa Cuz de Tenerife, el 16 de enero
1841, suplicó a la Regencia Provisional del Reino que mandase suspender el
envío de una expedición de 1.203 hombres que se estaba preparando e «igualmente
la reunión de los mandos político y militar, decretada conforme al articulo
doscientos cuarenta y dos de la ley de tres de febrero de mil ochocientos veinte y
tres, supuesto que la Provincia no se halla en el caso previsto por la ley; o que de
contemplarse a la isla de Canaria en el citado caso, se entienda solo para con ella
la indicada medida de la reunión de mandos y las demás excepcionales a que
dé lugar conservándose las seis islas restantes bajo el impelió de la ley crmún>
(Arch. Peraza de Ayala, impresos antiguos de Canarias).
La ciudad de Las Palmas en sus alegaciones pretende dar por sentado que la
capitalidad residió siempre allí. Así en la Memoria de Ruiz de Bustamante de
diciembre de 1840 de modo análogo a la Representación de Minguini en 1822,
se dice que la finalidad del informe «es que se le reintegre en la posesión de su
capitalidad de provincia». Sin embargo, la cuestión históricamente no se presenta
tan simplista en todo momento.
Como ya hemos indicado en otras ocasiones, el hecho de que siendo tres las
islas de realengo en Canarias, el gobierno de dos de ellas residiera en Tenerife,
parece indudable que la constituye en isla principal, donde además se da la circunstancia
de reunir sus primeros gobernadores el honor de ser titulares del
Adelantamiento de Canarias y la Capitanía General de las costas de África
desde el cabo de Guer hasta el de Bojador. No vamos a insistir ahora en que La
Laguna de Tenerife es la capital docente por tener Universidad desde 1701, ni
en que en esta isla radica la Capitanía General del Archipiélago y en su tiempo
la superintendencia de Rentas, el Juzgado subdelegado de la Junta de Comercio,
Moneda y Minas, la jefatura del estanco del Tabaco, la Contaduría principal de
Hacienda, Veeduría de la gente de Guerra, la Superintendencia del Juzgado
y comercio de Indias, la Subdelegación de la intendencia general de Marina, el
Real Consulado de Mar y Tierra de la Región, la Junta de Obras de Fortificaciones
de Canarias, organismo que tenia bajo sus órdenes a las Juntas Subalternas
de las demás islas y que a tenor del Reglamente concedido por el Rey en San
Lorenzo el 9 de noviembre de 1785 (Impreso por Pedro Marín en Madrid, 1786),
281
contaba con el ing^reso de diferentes arbitrios sobre entrada y salida de todos
los ramos comerciales; la Junta de Comercio de Canarias; la administración principal
de correos, etc.
Al implantarse en España las Intendencias con sentido centralizante, la de
asijfna, además, el específico encargo de entender en el comercio indiano como
Canarias es establecida con residencia obligada en Santa Cruz de Tenerife y se le
suprema autoridad.
La real cédula de 16 de marzo de 1718, por la que se crea dicha intendencia
regional, advierte al titular que habrá de ejercer el empleo «según y de la forma
y con la misma autoridad y jurisdicción que lo hacen los demás intendentes de
estos Reinos así en lo político y económico como en lo que toca a lo militar y
Real Hacienda . . . sin que la Audiencia de dichas islas ni los demás ministros y
personas particulares de qualquier estado y calidad que sean se entrometan ni
tengan intervención alguna en lo respectivo a vuestros encargos porque mi voluntad
es, como queda expaesado, que solo como tal intendente conozcáis todo lo
tocante a ellos>. También por dicha cédula se le autoriza para «diputar subdelegados
en las demás islas respecto de que vuestra residencia —dice— ade ser en
la principal de Santa Cruz de Tenerife . . . (Arch. Cab. Ten., hoy del Ayuntamiento
de La Laguna, T-IV, núm. 44).
El hecho de ser Santa Cruz de Tenerife cabeza de la intendencia o superintendencia
de la provincia de Canarias se conserva mucho tiempo por haber
correspondido más tarde el alto empleo a los comandantes generales del Archipiélago
y luego en el siglo XIX con el establecimiento de la intendencia de
provincia.
En rigor, como observa don Elias Serra en su conferencia del V Curso de
Estudios Canarios, las Islas en lo antiguo no tenían capital, como tampoco la
tenia España, ya que la Corte iba de un lugar a otro sin que ninguno tuviese
privilegio sobre los demás.
Guimerá Peraza en Apéndice transcribe: el texto de un proyecto de ley de
29 de marzo de 1841; unos escritos cruzados respectivamente entre el ayuntamiento
de Las Palmas y el cardenal arzobispo de Sevilla a 10 de febrero de 1852,
23 de marzo y 7 de mayo del mismo año; y el informe de Rafael Muro, fechado
el 20 de julio de 1835, aconsejando la nueva división de la Provincia en dos gobiernos
civiles.
Por último debemos destacar la objetividad del autor y el acierto de relacionar
siempre el acontecer insular con los cambios políticos de la nación, respaldando
en todo momento sus aseveraciones con la trascripción del texto en que
se basa. Esperamos con máximo interés ver finalizado el estudio que comentamos,
con no menor éxito que hasta ahora.
José PERAZA DE AYALA
282
LUIS DIEGO CUSCOY: LOS Guanches. Vida y cultura
del primitivo habitante de Tenerife. — Publicaciones del
Museo Arqueológ'ico de Tenerife, 7.—Santa Cruz de
Tenerife, Lit. A. Romero, 1968.—282 págs. con 23 grabados,
de ellos 6 mapas plegados, más LVIII láms. 4".
El Cabildo Insular de Tenerife nos da en esta serie de publicaciones de su
Museo Arqueológico este espléndido volumen, que en este caso sin acudir a una
frase hecha, viene a llenar un hueco de tiempo sentido. El Director del Museo,
Luis Diego Cuscoy, presenta una monografía completa sobre el pueblo aborigen
de esta isla de Tenerife como fruto ante todo de su labor personal de arqueólogo
desarrollada tenazmente desde hace ya muchos años. El trabajo es tanto más
personal, como decimos, cuanto no tiene precedente alguno, si no son esbozos
sumarios, debidos por lo demás al mismo autor. Los mismos estudios sueltos
sobre tal o cual hallazgo o hecho de la cultura indígena de esta isla, son todos
o casi todos del propio Diego Cuscoy; así que urgía que nos diese una construcción
completa a base de estos materiales. Y es lo cierto que muy poco ha podido
aprovechar de labor ajena, pues aunque nuestras colecciones de antigüedades
guanches contenían abundante material ya antes de pasar a formar en su mayor
parte el Museo Arqueológico del Cabildo Insular, estas piezas no habian sido,
puede decirse, objeto de estudio alguno. Eran piezas muertas, ya incapaces de
hablarnos como testimonios de una vida pretérita al perder el contexto que tuvieron
sin duda en el momento del hallazgo; apenas ahora su comparación con el
material documentado aportado por Cuscoy, las redime en parte de su anonimato.
Conviene advertir aqui que exposiciones más bien sumarias de la cultura, o
más bien culturas, de los canarios primitivos en conjunto, habían sido ensayadas
ya algunas veces, la mejor debida también a Diego Cuscoy, en 1954, con motivo
vo del IV Congreso Internacional de Ciencias Prehistóricas y Protohistóricas,
reunido entonces en Madrid, y en cuya serie de cuadernos de información previa
para los congresistas, se incluyó en forma de cuadernillo de 42 páginas, y que
luego, en 1963 ha sido reimpreso como número 3 de estas publicaciones del
Museo de Tenerife. Aparte de esta breve síntesis se han redactado otras más
extensas por autores españoles y extranjeros, pero en todas ellas, como de otra
parte es explicable, se ha prestado la mayor atención o espacio a los fenómenos
culturales de otras islas, ante todo de Gran Canaria, que indudablemente ofrece
una abundancia y variedad de materiales mucho mayor que la austera cultura indígena
de los guanches de Tenerife.
El plan de la obra que nos ocupa se aparta de estos precedentes y es bastante
original. No se ciñe, como acostumbramos a hacer al sintetizar en un curso
de lecciones nuestros conocimientos sobre los aborígenes, a exponer los datos
de la literatura histórica, combinándolos con los que, confirmándolos o rectificándolos,
nos ha suministrado la arqueología. Tras una introducción de conjunto
para situar su tema en la historia de las culturas primitivas, el autor hace primero
un estudio siste n itico de los bienes materiales de la cultura guanche a base de sus
283
exploraciones y solo secundariamente relacionándolos con el dato literario, casi
siempre de interpretación dudosa. Lueg-o estudia el cuadro natural en que tuvo
que desarrollarse aquella vida indíg'ena; y el mayor esfuerzo de la obra se consagra
a reconstruir esa vida en su adaptación y reacción ante aquel medio. En efecto,
en una sociedad de recursos tan escasos y rudimentarios, la sujeción al medio
es infinitamente mayor que en el común de la", sociedades humanas históricas, con
ser este tan evidente; y todavía el carácter dominante del pastoreo —los guanches
eran pastores, hasta el punto que en los primeros tiempos de la sociedad
española en la Isla, los términos g-uanche y pastor vinieron a jugar como sinónimos—
acentúa esta estrecha vinculación al paisaje de aquellos hombres. Cuscoy
estudia minuciosamente las zonas de pastoreo, en altura, en exposición y clima,
en topografía, ya en torno del núcleo central de la Isla, convertido en reserva de
pastos de verano, ya en sus zonas más o menos aisladas de los extremos, de Ana-ga
y Teño, y la forma de vida de cada una de ellas. En fin, los paradores pastoriles
que la trashumancia estacional poblaba anualmente en las alturas y cuyo
abandono más o menos total al sobrevenir la conquista, permitió se conservasen
mejor que los testimonios de la vida indígena en las zonas bajas, son objeto de
un estudio especial.
No menos interesantes son dos capítulos finales: uno, «La colonización y el
cambio de estructuras», aprovecha ampliamente los datos que, publicados en la
serie «Acuerdos del Cabildo de Tenerife» y otros repertorios documentales, allí
permanecían muertos como materiales de archivo a interpretar; ahora se les saca
de la sombra y se les da vida para rehacer el esfuerzo doloroso del pastor guan-che
para persistir frente al codicioso dominador (Notamos aquí que al dar en
nota a la pág. 219 una relación de trabajos sobre la esclavitud de los guanches,
se omite la obra principal de conjunto, la de Manuela Marrero, La esclavitud en
Tenerife a raiz de la conquista, 1967, precedida además de un artículo desde
1952, en «Revista de Historia», núm. 100). Con especial interés leemos estas
páginas en que se exponen aquellas situaciones extremas, que dan lugar luego a
adaptaciones que solo lentamente han venido a extinguirse en nuestros días. Esta
extinción de la vida pastoril tradicional de Tenerife es el objeto del último capítulo,
«Supervivencias», basado en otra documentación, las noticias de viajeros
modernos y observación propia de esta vida pastoril apenas persistente ya, ¡pues
todo pasa! Diego Cuscoy añade que la cosecha de tradiciones así recogida es tan
abundante, que le obliga a reservarla para una obra especial a ellas dedicada.
La obra se completa al fin, con una relación sinóptica de yacimientos arqueológicos,
con su correspodiente mapa esquemático a buena escala, (cerca de
la mitad del divulgado del Depósito geográfico del Ejército, 1 : lOO.OCO); una
Bibliografía que no se limita a los trabajos sobre la arqueología local, sino qne
incluye una selección de obras de comparación etnográfica fundamentales; las
LVIII láms. escogidas, de materiales y de paisajes; y un copioso índice alfabético.
¿Observaciones? Apenas algún detalle: uno estético; no nos gusta la cubierta
que firma el artista Gurrea. Pero en cuestión de gustos . . . La confianza que se
otorga en la pág. 23 a los investigadores alemanes Lippmann y Kraus en relación
284
a ciertas inscripciones canarias, no es merecida; sus ideas no confirman nada, no
son más que afirmaciones temerarias (véase sobre Kraus, nuestra nota en RHC,
XXX, 195); con otras opiniones, como las de Wolfei y Álvarez Delg-ado, podremos
estar en desacuerdo, pero se basan en estudios serios. En pág. 28 (y lo
mismo diríamos para la 214) se juzga que *la cultura jfuanche no puede decirse
que fuera brusca y súbitamente destTuida>, nada más se admite un «marcado
cambio de rumbo . . . pero no una deí.trucción>. Hemos reconocido ya que la
población, la raza, persistió aun fundiéndose con los conquistadores y avencida-dos;
pero en cuanto a la cultura, ¿puede identificarse con unas cuantas supervivencias
que el mismo autor reconoce simplemente inconscientes? ¡Apenas son unas
huellas! En realidad se trata solo de un disentimiento en la valoración de estas.
En fin, una obra fundamental para nuestra cultura insular de hoy y su proyección
científica hacia fuera.
Elias SERRA
JOSÉ MIGUEL ALZOI.A: La rueda en Grai Canaria.—
Prólog-o de JUAN RODRÍGUEZ DORESTE.—Las Palmas,
El Museo Canario [Lit. Martínez], 1968.—202 pág-s.
y 18 láms. 4".—Colección Viera y Clavijo, II.
El tema de este libro parece a primera vista desconcertante por insólito.
Pero es de subido interés y no meramente anecdótico como podría juzgarse y
acaso estime el mismo autor. La historia de las técnicas populares y tradicionales
es un elemento esencial para el conocimiento de los ambientes y de los medios
que han condicionado el desarrollo humano; todavía es reciente la vasta obra que
Braudel ha escrito a base de ellas, que sustituye con ventaja una mera historia
política de Europa en la Edad Moderna. El libro de Alzóla es casi una historia
del transporte en el interior de su isla y no se concibe hoy ni un esbozo sobre la
economía de un país sin incluir ese factor en primer^simo lugar, pues el estudio
no se limita en realidad solo a la rueda, al transporte sobre ruedas, sino que nos
habla también siquiera brevemente de los caminos de herradura, de las bestias
de carga y de silla, de las corsas y sillas de mano. Es cierto que para hacernos
una idea cabal de las comunicaciones entre los lugares de la Isla, habría que
tener en cuenta la navegación costera; este sería el medio principal en realidad
para el traslado de mercancías y cosas, ya que no de personas, y en el mismo
libro se cita el caso del coche del obispo Herrera, que allá por 1780 pasó por
mar de Las Palmas a Telde.
De todo ello nos llamó la atención la afirmación reiterada de que en Gran
Canaria no hubo carretas hasta pasado el promedio del siglo XIX. En este as-
285
pecto Tenerife fue mucho mis «progresivo». Aquí tuvimos estos artefactos de
ruedas chirriantes desde los primeros años de la colonia y asi pudieron ser admirados
como prodigios de la civilización cristiana por los guanches; en los
Acuerdos del Cabildo que venimos publicando, se habla reiteradamente de ellas
desde 1506 y como cosa ya corriente para acarrear granos al puerto real de Santa
Cruz, y en 1507 se trata de rerlamentar la canstrucción de las carretas, que
deberán ser de madera bien curada de seis meses o de un año, según uso y costumbre
de Castilla, y aun en 1517 quieren que sean con sobrecama, porque
durarán más tiempo, de palo blanco y mocan, a cuatro doblas y no más, con sus
ruedas, eje y lecho, a lo que se oponen los carreros, que dicen es imposible poder
hacerlo porque la madera no tiene la suficiencia que la de Castilla, que no crece
ni mengua como la de aquí (!). Se habla también de carros y de cherriones, estos
para transporte de agua. Lo que interesa es ver la causa que determinó esta
dilación en Gran Canaria en el uso de este instrumento de trabajo. Sin duda
tampoco circulaban por la mayor parte de Tenerife —para Güimar se habla solo
de recuerdos y al Valle de Arautava apeías irían las ruedas, que hasta l'.-Oó.
don Alfonso XIII no prometió el puente sobre el barranco de Acentejo—, pero
la villa, luego ciudad de San Cristóbal de La Laguna, está en medio de un vasto
llano donde bastan las mismas ruedas para abrir carriles, aunque se enfullan en
invernó; de otro lado el puerto de Santa Cruz, aunque salvando fuerte desnivel,
está bastante cerca para que desde un comienzo se abriese un camino franqueable
para carros, que permitiese aprovechar la gran ventaja de la carreta sobre el
transporte a lomo. En cambio Las Palmas quedaba tan junto al embarcadero,
que los camellos, las acémilas y los borricos se bastaban para llevar las mercaderías
al almacén . ..
Si la carreta precedió en siglos en Tenerife a su uso en Gran Canaria, es
menos seguro que nuestras ciudades pudiesen ostentar un equivalente de los coches
y carrozas episcopales y condales de Gran Canaria por los mismos tiempos
Aquí no había ceremoniosos obispos ni tenemos noticia de que los caballeros
abandonasen sus cabalgaduras, título de distinción y tal vez de mayor comodidad
para ellos. Es verdad que hay historias de la «estufa» traída de Londres por el
capitán general Conde de Guaro don, Félix Nieto de Silva, hacia 1680, pero parece
que fue caso aislado.
Alzóla dedica preferente espacio a los transportes públicos a fines del XIX
y en este siglo XX. También sobre tema análogo hay libros publicados, como
uno reciente acerca de los tranvías del Rhur en Alemania; para Tenerife solo conocemos
algún articulo de prensa recordando los «coches de hora», que subían a
La Laguna, hasta la épica construcción del tranvía en 1900.
Un libro que estimula para nuevas investigaciones.
E. SERRA
286
NÉ[STOR] [ÁLAMO]: Ejercicio de Semana Santa. Te-ror,
su primer Crucifijo.—«Diario de Las Palmas», 18,
19 y 20 de marzo de 1968.
El autor aprovechó unos días de «descanso» para tener la Semana Mayor
en la villa de la Virgen del Pino, y acopiar minuciosa información acerca del
culto tradicional y su historia, del «ejercicio de la Semana Santa» y con particularidad
de la Cofradía de la Santa Vera Cruz, luego llamada simplemente de
la Sangre. Néstor se lamenta privadamente de la vida efímera de una tal publicación,
confiada a la prensa diaria. Es cierto que es un error destinar trabajos
de archivo a los «mass media», error muy común en nuestro ambiente local, en
el que del fuerte volumen raramente asequible se pasa a la hoja más perecedera
que las de los árboles; culpa es de todos que no se haya conseguido una revista
ligera, pero coleccionable, que permita un discreto término medio; y todavía
envidio esos diarios de Las Palmas cuyo formato y tipografía cuidada permiten
que sean leídos cómodamente ante una mesa de trabajo . . . lo que no se da en
todas partes.
El autor no deja de revestir su información puntual del entusiasmo contagioso
que pone en todo su quehacer. Las venerables cofradías parecen a primera
vista institutos inalterables, guardadores de una tradición que resista todas las
modas. Errará quien lo crea. Néstor nos prueba que una vieja cofradía que
comenzó a dar fe de vida a fines del siglo XVI, cuanlo recibió con solemnidad y
llevó procesionalmente del puerto a Teror, la sagrada imagen que uno de sus
animadores hizo traer de España «por la gran devoción que tenia y tiene a Nuestra
Señora del Pino», no dudaría transcurrido el tiempo que todo lo gasta, en
arrumbar la santa imagen y sustituirla por otra más a la moda, cuando otros
gustos y la presencia de un escultor de prestigio como Lujan Pérez, invitaron al
«aggiornamento». Y lo mismo y bastante antes se hizo con las otras imágenes,
la Dolorosa, San Juan, que habían atesorado los viejos cofrades. Y no serán los
tiempos actuales los que nos autoricen para sorprendernos de tanta despreocupación.
De las imágenes envejecidas, ni rastro. Solo en ciertos momentos los
cambios son empujados por el celo de autoridades superiores como los ilustres
Tavira y Verdugo, que luego, cuando vuelva a girar la veleta de las ideas a la
moda, serán acusados de jansenistas. Pero el culto de la Semana Santa de Teror
superó todos estos avatares y es hoy, con toda su solemnidad y su apoteosis final
del viernes, el más recoleto y prestigioso que se conserva en Islas.
E. SERRA
287
ROBERTO ROIDÁN: El hambre en Faerteventura
(1600-1800), «Enciclopedia Canaria».—Aula de Cultura
de Tenerife, 1968.
Celebramos la aparición de este trabajo no solo por estar construido con
materiales de primera mano y en armonía con el afán divulgador de la colección
en que se publica, sino también por el tema escogido.
El hambre en Faerteventura es, como el mismo autor dice, «una historia sin
protagonistas de relieve» que tiene, por tanto, el aliciente de atender a las vicisitudes
de la población entera de la Isla, que viene a ser, en cierto modo, llevar
al primer plano al hambre común, como propugnaba el profesor Vicens Vives, y
es orientación de la más moderna historiografía. No es tampoco un estudio en
el cual un título avaricioso defraude al lector por no encontrar en él lo anunciado,
sino que, por el contrario, bajo el modesto rótulo de El hambre en Faerteventura,
se ofrece una visión bastante completa de la vida económica de la Isla. Destaca
la importancia de la agricultura como primordial recurso y de otros factores como
el ganado de varias clases, la orchilla, la barrilla y la pesca. Hace mérito de las
pequeñas industrias de la alimentación sin olvidar el comercio ni la moneda y
expone noticias del Pósito y aun pormenores que afectan al régimen señorial en
Fuerteventura.
A Roberto Roldan se le debe, asimismo, la publicación de dos volúmenes
de la colección «Fontes Rerum Canariarum», el XIV y XV, intitulados i4cuer</os
de Cabildo de Faerteventura, 1729-1798 y 1660-1728, respectivamente, y otros
trabajos en relación con el patrimonio artístico, monumental, arqueológico y de
archivos de la repetida isla, labor que llevó a cabo durante los años en que fue
juez titular de Primera Instancia y de Instrucción en Puerto del Rosario. Los
estudios que preceden a aqviellas ediciones bastarían para acreditarle de verdadero
especialista en cuestiones del pasado canario. Ahora tiene en prensa otro
volumen de Acuerdos, 1605-1660, también, al igual que el «Fontes Rerum Canariarum
» XV, con la colaboración de Candelaria Delgado González, Licenciada,
como el autor, en Filosofía y Letras por nuestra Universidad.
José PERAZA DE AYALA
LUIS DIEGO CUSCOY: Armas de los primitivos canarios.—
Aula de Cultura de Tenerife.—«Enciclopedia
Canaria», 1968.—48 págs. con 14 figuras.
El autor se ha ocupado ya en otras ocasiones de las armas de los indígenas
canarios, especialmente de las de madera («Anuario de Estudios Atlánticos»,
7, 1961, págs. 499 y ss; y IV Congrés Panafricain de Préhistoire [Leopoldville],
288
Muée Royal de L'Afrique Céntrale, Tervuren, Belg^ique, Annales 40, 1962, piffs.
487-505). Aquí se plantea de nuevo y exhaustivamente el problema, que estriba
sobre todo en la identificación de los datos de los textos cronísticos con los
hallazgos arqueológicos y que queda siempre algo flotante porque los autores que
mencionan las armas suelen hacerlo sin suficiente conocimiento de cada una y
aun suelen extender los hechos de una isla a otras. Además alcanza este estudio
a las armas de piedra, en realidad las decisivas en la lucha con los invasores, a
los que, careciendo de armas de metal, no podían arrimarse los canarios sin
indudable inferioridad. El arma más eficaz y que les valió algunas setíaladas
victorias fue simplemente la piedra manejada por brazos fuertes y certeros; y de
esa, poco se puede decir. Pero usaron también ciertos instrumentos preparados;
los tafriques, tahonas y otros cuchillos, poco podían usarse como armas, pero en
Tenerife aparece un útil interesante, los esferoides de piedra, generalmente con
arista viva, que sugieren el uso con hondas, pero más probablemente como voleadores.
Todo va acompañado de claros dibujos a escala, del mismo autor, a
menudo bien preferibles a fotografías comunes,
E. SERRA
Luis GARCÍA JIMÉNEZ: La casa de los Manrique de
Lara en Teror convertida en Museo.—«Diario de Las
Palmas», 21 de noviembre de 1969.
Se trata de una descripción de aquel inmueble que más que museo es exhibición
de una casa de campo de señores. Existen algunos ligeros lapsus, como
señalar «un prendimiento del siglo XVII en porcelana canaria procedente de La
Orotava», cuando en realidad se trata de un lienzo. Un curioso trabajo referido
a una curiosa y muy loable iniciativa, la primera en las Islas de este tipo, pero
que cuenta con copiosos precedentes fuera de ellas.
N. A.
NÉSTOR ÁLAMO HERNÁNDEZ: Los Alvarado de Ore-llana;
variaciones sobre dos retratos del XVII y la
Madre San Mateo.—«Diario de Las Palmas», 18 a 22
de noviembre de 1969.
El autor inserta reproducciones de los retratos de don Salvador Alonso de
Alvarado y Orellana y de su esposa doña Isabel de Orellana y Cabrera, su sobrina,
personajes grancanarios del siglo XVII. Los retratos, de buena condición, se
289
atribuyen a Cristóbal de Quintana. Se alude asimismo a otro de la famosa monja
clarisa de Las Palmas, Sor Catalina de San Mateo, posiblemente debido al propio
artista y del que se reproduce una copia, y foto del devoto Ecce Homo, que perteneció
a dicha religiosa. Un trabajo lleno de interés por lo desconocido del tema.
ENRIQUE ROMÉU PAI.AZUEI.OS: La Económica a través
de sus actas. Años 1776 a 1800.—La Laji^una, Tenerife,
1970.
Enrique Roméu, conocido publicista y uno de los mejores conocedores de La
Laguna en el siglo XVIII, inicia con la obra La Económica a través de sus actas
la serie de trabajos literarios y de investigación que se propone publicar dicha
sociedad sobre sus fondos documentales y personajes que a ella pertenecieron,
interesantes por su vida y labor, según anuncia la primera página del volumen a
que nos referimos.
A nuestro juicio la publicación de Roméu Palazuelos puede considerarse como
trabajo de heurística por la fidelidad con que son resumidos libros de acuerdos de
la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife durante el periodo
de 1776 a 1800. En la Introducción el autor advierte su aspiración a ser lo más
objetivo posible, y en verdad que creemos que lo ha logrado. A continuación
habla de los primeros pasos que se dieron para el establecimiento de la patriótica
corporación en un corto capitulo que titula Antecedentes de la Real Sociedad.
Luego entra en el tema exponiendo los extractos de las actas agrupados por años.
Destaca especialmente cuanto se refiere a intereses agrícolas, el establecimiento
de nuevas industrias o fomento de las existentes y todo lo relativo a escuelas,
premios y otros estímulos en orden a la prosperidad insular.
Por el acta de la sesión del 16 de febrero de 1793 resulta aclarado que la
Económica no llegó a hacer uso de la gracia de un registro para las Indias, concedida
por Carlos III en 1779, por la entrada en vigor de las disposiciones sobre
la libertad de comercio con América. También en otras actas vemos datos preciosos
sobre las primeras imprentas.
Como ya puso de relieve Ossuna Van den Heede en Cultura social de Canarias
en los reinados de Carlos III y Carlos / K (Imprenta de A. Benítez, 1914), la
Económica de Tenerife contribuyó en no corta medida a la cultura isleña en el
siglo XVIII. El ambiente de las Islas, como es sabido, por sus relaciones con el extranjero
era bastante propicio al espíritu renovador de la época. Por ello, antes
de que el Consejo de Castilla comunicase al general Tavalosos y al obispo don
Juan Bautista Cervera, haberse acordado el establecimiento de Sociedades Económicas
en todas las islas del Archipiélago, ya se había celebrado en el palacio
RHC, 19
290
episcopal de Canarias la primera reunión (5 de febrero de 1776). En visita pastoral
el señor Cervera erij^ió Sociedades Económicas en La Laguna, San Sebastián
de La Gomera y Santa Cruz de La Palma. En La Lag'una la sesión fundacional
para elegir la Junta de Gobierno tuvo lugar el 15 de febrero de 1777. De regreso
a Las Palmas se celebró la Junta para el nombramiento de cargos directivos el 25
de febrero del mismo año. La de igual carácter en Santa Cruz de La Palma había
sido el 29 de agosto de 1776.
Roméu termina con unas Consideraciones finales, en que refiere cómo la
Económica en los últimos años del siglo XVIII está aletargada para despertar ya
bien entrado el XIX, y transcribe el juicio favorable que merecieron a Samper
y Guarinos en su Biblioteca española de los mejores escritores del reinado de
Carlos III las Sociedades Económicas. La obra presentada en cuidada edición
constituye, sin duda, una eficaz aportación para los estudios del siglo XVIII en
Tenerife.
José PERAZA DE AYALA