ALMOCAREN 13. 194) Pig, 29 64. O CENTRO TEOLOGlCO DE LAS PALMAS
REALIDADES Y TENDENCIAS
DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA
IGLESIA ESPANOLA EN EL SIGLO XVll
ENRIQUEM ARTINREUZIZ
CATEDRATICO DE HISTORIA MODERNA
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
T a l vez sea un tanto aventurado empezar por señalar que los estu-dios
sobre la Iglesia española durante la Edad Moderna son más bien esca-sos.
Pero esta afirmación hay que entenderla en el sentido de que los estu-dios
realmente valiosos no se han prodigado sobre una Institución
auténticamente vertebral de la España Moderna, afirmación que es perfecta-mente
aplicable al siglo XVII. Semejante panorama es tanto más de lamentar
por cuanto las fuentes documentales españolas sobre el clero son realmente
ingentes, no importa los numerosos extravios padecidos y las cuantiosas pér-didas
registradas. Omitiendo cualquier referencia a los que estan fuera de
nuestras fronteras, hemos de señalar de entrada que el Archivo Histórico
Nacional es, con su Sección Clero, el centro más importante y cita obligada
para cualquiera que pretenda trabajar en esta línea de investigación. Sin
embargo, en los archivos eclesiásticos (diocesanos, parroquiales, conventua-les,
monacales, etc.) se está progresando bastante en la clasificación de sus
fondos y ya hay muchos que pueden dispensar una fructífera acogida al
investigador, quien puede tener una primera toma de contacto con esta
dimensión a través de la consulta de un folleto editado por el CIDA.
Por otro lado, la variedad de dichas fuentes es muy grande, pero no
hace falta estar muy avezado en su consulta para darse cuenta que, en líneas
generales, las impresas contienen una fuerte carga apologética, de la que es
necesario prescindir para su más exacta valoración; mientras que las inéditas
se refieren con mucha frecuencia a quejas, denuncias, pleitos, irregularidades
y faltas de todo tipo, cuya repetición puede hacernos pensar en su frecuencia,
cuando en realidad lo que hay que hacer con esa información es matizarla
ponderamente, pues a menudo lo que denuncia no es otra cosa que alteracio-nes
de la normalidad.
Sea como fuere, lo cierto es que los estudios sobre la Iglesia han pro-gresado
cuantitativa y cualitativamente en las últimas décadas, merced a las
novedades metodológicas que se han ido produciendo en los distintos cam-pos
de la Historia, cuya aplicación en la Historia Eclesiástica constituye una
gratificante realidad desde hace años y empieza a incorporar decididamente
a los claustros universitarios a una dimensión investigadora poco usual antes.
Los límites tradicionales de la historia eclesiástico-religiosa empezaron a ser
superados claramente a raiz del Coloquio Internacional celebrado en Lyon
en 1963, saltando a primer plano desde entonces otras dimensiones muy poco
cultivadas con anteriodad, como eran las económico-sociales (aunque no
todos los trabajos presentados fueron publicados, la mayor parte lo fué en un
volúmen específico'"); en este sentido la gran afluencia de investigadores lai-cos
resultó de primera importancia. Después, la tendencia se confirmó en
otro coloquio celebrado en 1968 en CambridgeLZ)
Desde entonces, los congresos y reuniones científicas sobre los más
variados aspectos de la Iglesia y su entorno han menudeado y en nuestro país
gozan ya de una cierta tradición, entre cuyos últimos exponentes se pueden
citar el Coloquio Galaico-portugués sobre el Cister '1 y el relativo -por citar
solo dos muestras- a las Clarisas en España y Portugal, celebrado el pasado
septiembre en Salamanca con ocasión del centenario de Santa Clara y que ha
dado un impulso enorme a los estudios sobre la orden franciscana en su rama
femenina. Es de destacar la progresiva afluencia de seglares a estas convoca-torias,
demostración palpable del interés creciente que la temática despierta
fuera de los eclesiásticos y en la misma Universidad. A título de ejemplo,
puedo señalar que en el Departamento de Historia Moderna de la Universi-dad
Complutense de Madrid se desarrollan dos proyectos financiados oficial-
(1) Ci. Colloque d'histoirr regligieuse (Lyon, oct., 1963/, Grenoble 1963.
(2) Sus actas tarnbien han sido publicadas: Miscelanea hisroriae ecclesiasricae, 111. Coloqiie de
Cambridge (24-28 sertembre 1968). Louvain 1970.
03) Cuyos resultados ya han sido publicados: Actas. Congreso Inrernacional sobre San Ber
nardo e o Cisrei- en Calicia e Portugal, 2 vols., Ourense 1992.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTLlDlOS SOBRE LA IGLESIA ESP&OLA EN EL SIGLO XVll 3 1
mente, uno sobre las consecuencias de la expulsión de los jesuitas, dirigido
por el Dr. Enciso Recio, y otro sobre las órdenes religiosas en el siglo XVII,
dirigido por el que escribe estas líneas. Actividad universitaria que tendrá su
refrendo definitivo en la 111 Reunión científica de la Asociación de Historia
Moderna, a celebrar a finales de mayo de 1994, aquí, en Las Palmas.
Por lo que respecta al siglo XVII, podemos considerar la auténtica pla-taforma
de partida un libro, ya clásico, reeditado recientemente, de Domín-guez
Ortíz, editado por primera vez en 1970, reimpreso después por la edito-rial
Istmo(') Este autor volvió sobre el tema en otra obra(i) Sobre el
entramado edificado entonces se han venido sucediendo aportaciones diver-sas
y alguna que otra rectificación. En estas páginas nos referiremos a las
que, a nuestro juicio, son más significativas en una relación que tendrá que
ser obligatoriamente selectiva por razones de espacio. Por ello, necesaria y
lamentablemente tendrán que producirse omisiones.
En cuanto al número de eclesiásticos, hay que señalar de entrada la
falta de estadísticas completas que nos permita conocerlo con exactitud.
Existen algunos recuentos parciales y los cálculos que se han hecho suelen
pecar por exceso, bien por incluir en el cómputo a los familiares de los cléri-gos,
bien por considerar tales a quienes en rigor no lo eran (ermitaños, sacris-tanes,
alguaciles de vara, etc.). Pese a la falta de datos concretos, la opinión
más generalizada, entonces y ahora, sostenía lo excesivo de su número. La
cuestión empezó a centrarse gracias a los trabajos de Felipe RuizC6) y Molinié
Bertrand") sobre el censo de 1591, cuyo original se conserva en Simancas y
fue editado imperfectamente por Tomás González en 1829; gracias a tan sin-gular
documento podemos conocer con bastante aproximación el número y
reparto del clero regular y secular en Castilla, cuyas cifras serían: 33.087 cléri-gos
seculares (de ellos, los párrocos sumarían unos 13.000 y los demás, bene-ficiados
y ordenados de menores). Los regulares eran 20.697 y las monjas
20.369. En total, 74.153; los que con referencia al total de la población supon-drían
un 1 por 100. Una proporción que por sí sola no podía fundamentar la
creencia en el excesivo número de eclesiásticos. Tal creencia pudo generarse
al ver la ausencia de dinamismo en la población española del siglo, unida al
-
(4) Nos estamos referiendo al t. 11 de La Sociedad espanola en elsiglo XVII, subtitulado El
Estamento Eclesiústico, Madrid 1970.
(5) A él se debe el capítulo 1 (págs. 5-121) del t. IV de la Hirroria de la Iglesio en España,
dirigida por Ricardo Garcia Villoslada, tomo titulado Lo Iglesia en lo España de los siglos
XVlly XVIII, Madrid 1979.
(6) "Demogrofi eclcsiásfica hasta el siglo X I X , en Diccionario de Hisroria EdesiáJfica de
España, 4 vols., Madrid 1972-75; vol. 11, págs. 682 y SS.
(7) "Le drrgé dans le Royaurne de Casrille d la fin du XVle. si8cle", en Revue d'hisroire eco-nomique
el sociale, vol. 51, núm. 1,1973.
hecho de que los eclesiásticos vivían acompañados de parientes y criados que
disfrutaban de los privilegios de este estamento con perjuicio del resto de la
población, todo ello favorecido por la desigual distribución del clero, espe-cialmente
del regular.
Para el resto del territorio de la monarquía no disponemos de ningún
documento comparable, pero estableciendo cálculos análogos a los castella-nos,
tendriamos para toda España 40.599 clérigos seculares, 25.445 religiosos
y 25.041 religiosas. Según esto, el tanto por ciento con referencia al total de la
población se situaría en torno al 1,2 y subiría hasta el 2,5 o 3 si se cuentan a
las personas que convivían con los clérigos. Porcentajes que parecen confir-marse
a la vista de los datos parciales que vamos conociendo. En efecto, si
nos fijamos en el clero del noroeste peninsular, en cuyo estudio se han reali-zado
ya esfuerzos meritorios, veremos que la provincia de Santiago tenía un
0,7 por ciento de clérigos seculares sobre la población total, pero su reparto
era muy desigual, pues la ciudad de Santiago alcanzaba el 3,5 por ciento'";
Mondoñedo estaba algo por debajo, en un 0,5 por ciento"'; algo superior -
0,64- es el porcentaje que Ofelia Rey Castelao apunta para la comarca de
Ulla('u'. Porcentajes que B. Barreiro Mallón considera aceptables en el traba-jo
que publicara en 1988 ("'. Tales porcentajes y teniendo en cuenta que se
trata solo del clero regular, nos sitúan en la onda de los porcentajes generales
señalados más arriba, aunque oscilen de unas regiones a otras (parece que
eran superiores en Navarra y Vascongadas y algo inferiores en la Corona de
Aragón).
En suma, en el pórtico del siglo XVII, los eclesiásticos podrían ser unas
90 o 100.000 personas y después carecemos de datos fiables por falta de esta-dísticas
adecuadas, pero cuando volvemos a disponer de números creibles
nos encontramos que aquella cifra había sido ampliamente superada, pues
para mediados del siglo XVIII las estimaciones nos hablan de 160.000 perso-nas;
en semejante incremento el siglo XVII jugaría un papel destacado, si
bien en ningún momento se pretendió seriamente distribuir de forma ade-cuada
al personal eclesiástico por la geografía española.
(8) Así lo Ila señalado J.E. GELABERT, Santiago y la tierra de Santiago de 1500 a 1640,
Santiago 1980.
(9) Si nos atenemos a La apuntado por P. SAAVEDRA FERNANDEZ, Economia, Política
y Sociedad en Galicia. La Provincia de Mondoríedo, 1480~1830S, antiago 1985.
(10) Cf. su Aproximación a la Historia rural en la Comarca de la Ulla (Siglos m 1 1 y f l I I I ) .
Santiago 1981.
(11) "El clero de la diócesis de Saniiago: estructura y comportamientos" (siglos XVI-XIX), en
Conzposrellm~imv, ol. XXXIII. nos. 3-4.
REALIDADES Y TENDESCIAS Dt LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPANOLA EN EL SIGLO XVII 33
Hasta hace pocos años se ha venido dando por buena la tesis del creci-miento
del número de clérigos y, por tanto, de su porcentaje en el conjunto
de la población a lo largo del siglo XVII y hasta mediados del siglo XVIII,
una dinámica que ya ha sido rectificada parcialmente en unos términos y
dentro de una mecánica que podemos ver resumidos en el siguiente párrafo:
"En trabajos anteriores hemos demostrado que, al menos en grades áreas de
la península, el clero aumentó absoluta y proporcionalmente a lo largo de la
segunda mitad del siglo XVIII. Así sucedió, al menos, en Galicia y en Zamo-ra.
También en estas regiones, así como en el Principado de Asturias, los sis-temáticos
y prolongados esfuerzos de la jerarquía por imponer la reforma
produjeron efectos apreciables a base de asentar y promulgar la doctrina y
los criterios morales de actuación (etapa iniciada antes de Trento y que se
prolonga hasta las primeras décadas del siglo XVII); pasando luego a la apli-cación
de aquellos criterios (periodo que abarca el resto del siglo XVII e
incluso penetra en el XVIII); para dar paso finalmente a una actitud de
menor dureza y más abierta a la promoción y a la renovación cultural y espi-ritual,
que caracterizó a la segunda mitad del siglo XVIII, pero siempre den-tro
del más puro y estricto espíritu tridentino"'"'.
La desigual distribución del clero hacía que los españoles no estuvieran
adecuadamente atendidos en el plano espiritual. Tal distribución respondía a
motivos económicos, que imponen una concentración urbana -grande en el
clero de las órdenes religiosas y clara, pero menor, también en los secula-res-
que deja muchas comarcas poco atendidas o desasistidas por falta de
curas.
Las quejas de los contemporáneos sobre el exceso del número de ecle-siásticos
son, como hemos dicho, abundantísimas y unían dos argumentos
inseparables: su elevado número y su escasa preparación intelectual, unida a
un bajo nivel moral. La culpa de ello se atribuía en gran parte a la falta de
establecimientos específicos para su formación y selección: las disposiciones
tridentinas no se había11 aplicado en muchas de las diócesis; a veces, los pre-lados
encontraban resistencias dentro del propio clero y en los patronos
seglares. Por las referencias que nos han llegado, sabemos que la mayor parte
de los sacerdotes se formaban en malas escuelas de gramática, donde apenas
si aprendían un latín macarrónico, en algunas escuelas conventuales y muy
raramente en cátedras universitarias. Igualmente, conocemos la resistencia
de algunos prelados responsables a conceder órdenes sagradas a quienes por
su mala formación no eran acreedores a ellas; pero otros eran más permisivos
(12) El párrafo pertenece a B. BARREIRO MALLON, "El clero de la diócesis de Santiago a
travá de las visiras pastoralex, visitas nd limina, regixtros de licencias rninisferiales y con-cursos
n curatos", en Composrcllanum. vol. X X X V , nos. 3-4 (1990) pág 489.
en un terreno donde la permisividad era grande, ya que las exigencias para
ordenarse eran cortas y muchos eran los que se ordenaban por razones poco
evangélicas. No obstante, estos serían los menos en el conjunto, aunque se
añadan todos aquellos que ingresaban en religión por ser segundones y tener
que atender algún beneficio de propiedad familiar, las viudas que se aparta-ban
del mundo, hombres que habían corrido mundo y querían un final sere-no
para sus días, hijas de buena familia que se quedaban sin posibilidades de
casarse por falta de dote, etc.
Todos los indicios que poseemos hacen pensar en que la mayoría de la
religiosas y religiosos actuaron movidos por auténtica vocación, pues el clima
religioso de la época favorecía tales inclinaciones y conservaba mucha de su
fuerza en el reinado de Felipe 111, decayendo después para producirse muy
pocas fundaciones nuevas despues de mediados de siglo.
El estudio del contenido de las visitas pastorales, visitas ad limina,
registros de licencias ministeriales, concursos a curatos y demás documenta-ción
similar puede arrojar luz sobre dimensiones poco conocidas hasta ahora
de la vida y los comportamientos clericales y en algunos casos podremos ver
modificados extremos considerados hasta ahora de certeza incuestionable,
como es el de la preparación y solvencia moral de los clérigos. Una buena
muestra de lo que se puede hacer al respecto nos la ofrece Barreiro Mallón
en su ya citado trabajo sobre esta documentación con precisiones muy intere-santes
sobre el clero de la diocesis compostelana entre 1650 y 1680, asi como
una realidad parroquia1 de este siglo contrastada con el siglo XVIII. También
interesa el trabajo de J. Cobos Ruiz de Adanal"', al que hay que añadir el de
González Novalín'"), el de Cárcel Ortílls) y el de José Ignacio Tellechea Idí-goras"",
que, en cierto modo, es el que rompe la marcha.
Muchas de las dimensiones vitales de la gran masa del clero aún se nos
escapan, aunque poco a poco nos van llegando datos que nos van perfilando
sus contornos. Por ejemplo, Ofelia Rey Castelao escribe que en el clero urba-no
compostelano a fines del siglo en que nos movemos "apenas se sobrepasa
nunca el nivel de un breviario o de un libro de ejercicios espirituales, la
impresión es que el clero no muestra un interés por disponer de una bibliote-
(13) El clero en el siglo XVII Estudio de una visita secreta a la ciudad de Córdoba, Córdoba
1076 A, ,".
(14) Las visitas ad Límina de los Obispos de Oviedo, Oviedo 1986.
(15) "Las Vi~itaasd Límina de 13 Diócesis del NO. de España", en Archivos Leoneses, (1979),
julio-diciembre.
(16) La Reforma Tridentina en San Sebastián. El libro de Mandatos de Visita de la Parroquia
de San Vicente (1540-1670). San Sebastián 1970.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPANOLA EN EL SIGLO XYII 35
ca mínima; todo lo más, posee algún libro de religión o historia" "'1. Rodrí-guez
Ferreiro hace, igualmente, una valoración de mayor alcance: "En gene-ral
se comprueba que ha habido un cambio de relación con el oscuro panora-ma
del XVI, aunque también deba decirse, tanto para el clero rural como
para el urbano, que su "saber" es indudablemente tradi~ionai""~E'. l trabajo
último de la nota que acabamos de citar es conveniente que lo singularice-mos,
porque nos ofrece una panorámica de gran interés y utilidad sobre un
sector del clero en una zona geográfica determinada, panorámicas de las que
estamos muy necesitados, por lo que sería bueno que su ejemplo cundiera.
En la misma línea, aunque no coincidente exactamente y con un alcaiice más
amplio, se puede situar el que J.M. Cuenca Toribio publicó en 1981'Lg).
Razones económicas provocaron que el clero regular creciera más que
el secular, pues aquel no tenía limitadas sus plazas y monasterios y conventos
permitían asumir con relativa facilidad la incorporación de más bocas a la
comunidad. No sucedía igual con el clero secular, donde los puestos eran más
fijos, creándose una especie de espectativa escalafonal para cubrir las vacan-tes.
En ambos ámbitos clericales se solían hacer informaciones de vida y cos-tumbres,
encaminadas a mostrar la legitimidad del aspirante al sacerdocio (la
ilegitimidad podía ser obviada mediante dispensa y así llegaron al episcopado
figuras como San Juan de Ribera, bastardo del duque de Alcalá, Enrique
Pimentel, descendiente del conde de Benavente y otros muchos bastardos
ilustres).
En cuanto a su significación como estamento, su carácter privilegiado
corría parejo con su "apertura". El clero estaba abierto a todo el que deseara
ingresar en él. Por desgracia nos falta mucho aún para conocer con exactitud
la dinámica interna de las promociones personales, aunque sí parece estar
claro que los vástagos nobiliarios tenían más facilidades para ascender en la
escala jerárquica y que las distintas zonas de dicha escala tenían un recluta-miento
preferente o predominante en los grupos sociales paralelos de la
sociedad civil.
Estos perfiles del clero que acabamos de trazar constituían una gran
preocupación para la Corona porque el rey, como protector de la Iglesia
debía velar por la pureza de sus costumbres y doctrina, mientras que como
-
(17) "El clero urbano canipostelnno a fines del siglo XVII: mentalidades y hábitos culturales",
en La Historia Social de Galicia en sus Fuentes de Protocolos, Santiago 1981, págs. 508-
509.
(18) Economía y población en la Galicia atlántica: La Jurisdicción de Morrazo en los siglos
XVII y XVIII, tesis doctoral inédita que citamos a través de B. Barreiro Mallón, "El
clero de la diócesis de Santiago: estructura ...". pigs. 469 y SS.
(19) "La igllesia andaluza en la Edad Modernn", en Historia de Andalucia, val. VI, Barcelona
1981.
soberano temporal no podía ser indiferente a la tendencia de ingresar en reli-gión
para eximirse de los impuestos. En este sentido hay que valorar las
numerosas e inútiles disposiciones limitativas del número de clérigos y deseo-sas
de mejorar su nivel.
Tambien sabemos que el estamento eclesiástico no era un todo unido:
diferencias internas, más o menos enconadas, enfrentaban a regulares y secu-lares,
cabildos y obispos, beneficiados y curas; además la división territorial
de la monarquía mantenía las diferencias nacionales y como carecía de órga-nos
corporativos representativos, su influencia social era escasa como tal.
Solo conservaba la representación en Cortes en la Corona de Aragón, una
representación con graves deficiencias, pues solo afectaba al alto clero. Tam-poco
se podía considerar al arzobispo de Toledo cabeza representativa de la
institución, pues sus preeminencias suscitaban fuertes reservas en los ámbitos
eclesiales y cortesanos. En cambio, la Iglesia castellana contaba con un orga-nismo
colectivo, la Congregación de las Iglesias de Castilla y León, poco
conocida, que databa de la época de los Reyes Católicos como mínimo, se
reunía esporádicamente y, por ahora, ya no tenía más razón de ser que la
aceptación de las exigencias fiscales de la Corona, hasta el punto de que ya
no se reunía y el consentimiento se pedía individualmente a los cabildos, por
el miedo de la Corona a una auténtica representatividad de la Congregación,
que nunca llegó a tener, pues los obispos se mostraban bastante reacios hacia
ella por ser representante de los cabildos y las iglesias se quejaban de los gas-tos
que causaban sus reuniones, unas reuniones cada vez más esporádicas (no
las hubo entre 1665 y 1717), convocadas por el arzobispo de Toledo. Como la
congregación entendía en la recepción de las novedades litúrgicas, tenía un
representante en la Santa Sede; podía intervenir, además, en la organización
interna de la Iglesia y en el cobro de impuestos. Es una institución que preci-sa
una buena monografía, para que podamos conocerla en profundidad y
valorar con precisión su auténtica significación en los medios eclesiásticos
castellanos.
Por lo que respecta al nivel más alto de la iglesia espaíiola, estaba cons-tituido
por cinco arzobispados y treinta obispados en Castilla y tres arzobis-pados
y dieciseis obispados en la Corona de Aragón (tras la separación de
Portugal, quedó en España el obispado de Ceuta, pero se perdió por enton-ces
el de Elna, en el Rosellón). También era el sector más supeditado y con-trolado
por la Corona, que por el patronato regio designaba a sus titulares y
vigilaba su actuación. Las modestas reformas acometidas por Felipe 11 (que
fue quien organizó el mapa eclesiástico diocesano hasta el Concordato de
1851), no tuvieron ninguna continuidad en el siglo XVII, por lo que se man-tuvieron
diócesis muy extensas junto a otras modestísimas, sedes ricas y
sedes muy pobres, enclaves de unas diócesis en otras, jurisdicciones exentas y
alternancia anual de pueblos en la depe~idenciad e una u otra diócesis (como
ocurría, por ejemplo, en tierras de Medifla del Campo, que un año dependían
de la diócesis de Avila y otro de la de Salamanca).
Es este un nivel de la jerarquía eclesiástica del que, en líneas generales,
conocemos sus rasgos distintivos. En efecto, la promoción de las personas al
episcopado era una de las más importantes funciones que competían a la rea-leza
en el orden espiritual, tarea en la que destacó Felipe 11. Sus sucesores en
el siglo XVII continuaron con la tradición filipista, pero mediatizada por su
menor preocupación. El mecanismo que se seguía no había variado: el Con-sejo
de Estado en el caso de la sede toledana y la Cámara de Castilla en
todas las demás sedes elevaban las propuestas al rey; los cauces de informa-ción
sobre los propuestos eran los informes de los prelados. Por lo general, el
rey aceptaba la propuesta, pero no siempre elegía al primero de la terna y,
excepcionalmente, propuso a algún aspirante no incluido en ella. El monarca
muy raramente nombró a prelados sin consulta previa, aunque esa prerroga-tiva
está claramente recogida en el decreto de 6 de septiembre de 1647.
Los requisitos que los elegidos debían reunir tampoco habían cambia-do;
debían ser sacerdotes (aunque a veces esto no se respetó) y naturales del
reino (cosa que tampoco se respetó siempre; fuera de Castilla la exclusión de
extranjeros fue menos rigurosa); no parece que hubiera un criterio claro en la
provisión de las vacantes entre el clero secular y el regular, aunque el predo-minio
del primero es claro, si bien con muchas alternativas (dominicos y fran-ciscanos
van a la cabeza en la provisión de obispados; con Carlos 11 parece
haber más obispos seculares); un factor que solía tenerse en cuenta a la hora
de la designación era si el candidato dejaba vacantes otros beneficios con los
que contentar a otros aspirantes; la condición nobiliaria también tenía su
importancia, dada su superioridad social, su mayor nivel cultural y el favor
real que disfrutaba (la sede toledana era la más apetecida por la alta aristo-cracia,
pero en los demás arzobispados y obispados ricos también se ven
nobles y a la vista de los ocupantes de algunos obispados se puede adelantar,
como hace Robres Llu~h"~q'u, e "algunas sedes estaban reservadas a los bas-tardos
como herencia". La casa real nutrió con sus ilegítimos algunas sedes y
en el siglo XVII, Felipe IV mantuvo la tradición, extremo sobre el que esta-mos
bien informados. Pero estos nombramientos fueron pocos en compara-ción
con el número total de designados, la mayor parte de los cuales recibió
la dignidad episcopal merecidamente.
Tras el iiombramiento, la función del rey no terminaba: seguían bajo
tutela real, pues de ella aún se podían esperar muchas cosas. Además, dentro
(20) Eri San Juan de Ribera, arzobispo y virrey de Valencia, Barcelona 1960, pág. 86
de la condición obispal había una especie de carrera, pues existían obispados
de entrada, de ascenso y de término, categoría que solía estar en relación con
la riqueza de las sedes. Cuando la vacante que se cubría era alta, se producí-an
varios cambios de sedes, pues eran más de un prelado los que acababan
afectados y salían grandes sumas de dinero hacia Roma a causa del costo de
las bulas, motivo por el que Felipe IV ordena a los Cosejos de Castilla y Ara-gón
en decreto de 11 de noviembre de 1656 evitar en lo posible los traslados,
decreto renovado por Carlos 11, con lo que se aminoraría el abuso. Pero a
pesar de la existencia de un "cursus honorum" más o menos tácito, hay casos
de ascensiones fulgurantes (como ocurre con el hijo del conde de Altamira,
D. Baltasar de Moscoso y Sandoval), frente a otras muy lentas (como la de
D. Alonso Márquez de Prado).
El primer deber del prelado era el de residencia, siendo muy criticados
los absentistas (pues se pensaba que gastaban la renta fuera de la diócesis
que se la proporcionaba, que defraudaban a los pobres por la falta de limos-nas
y abandonaban la feligresía). Entre ellos, predominaban los de vida
ejemplar, pero hay constancia de casos de ambición, despotismo, soberbia,
avaricia (se contrarrestaba con el expolio), afán pleiteista, negligencia, amor
a la pompa y otras faltas menores, aunque no eran males generalizados. En
cualquier caso, aunque aún falta mucho por hacer, ya nos vamos aproximan-do
a sus auténticos perfiles, gracias a trabajos como los de T. Sobrino Cho-món'
2'' y M. Barrio Gozalo").
El grupo constituido por el clero catedralicio y capitular es el que peor
conocemos; numéricamente no tenemos más que aproximaciones puntuales y
corporativamente aún ignoramos muchas cosas de su comportamiento, vida y
entorno. Y así, tenemos que en 1630, las diócesis de Castilla y León tenían
343 dignidades, 928 canonicatos y 585 raciones; con los de Aragón se acerca-ban
a las 2.500 personas; pero el clero capitular era mucho más numerosos,
pues había medio-racioneros y muchos capellanes. "Una estadística algo tar-día
[probablemente, de 17401 e s c r i b e Dominguez 0rtiz"')-, pero cuyas
cifras no diferirían mucho de las del siglo XVII, registraba en toda España
(excepto el Reino de Granada y Canarias) 448 dignidades, 1.193 canonjías,
578 raciones, 202 medias raciones y 3.154 beneficiados en las iglesias catedra-
(21) Episcopndo abulense, siglos XVI-XVIII, Avila 1983.
(223 "Notas para el estudio sociológico de un grupo privilegiado del Antiguo Régimen. Los
obispodos del Principado de Cataluña, 1600-1835". en Actas del Primer Congres d'Hislo-ria
Moderna de Catalunya, Barcelona 1984 y "Perfil socioeconómico de una élite de
poder; los obispos de Castilla la Vieja 1600-1840", en Anrhologica Annua, nos. 28-29,
(1981-1982).
(23) La sociedad española ..., t. 11, pág. 39; el entrecomillado siguiente también es de este autor
y obra, pág. 41.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPANOLA EN EL SIGLO XVlI 39
les. Había también 160 colegiales con unas 3.500 prebendas". En espera de
cifras más propias del siglo XVIl, las que acabamos de recoger pueden orien-tarnos
acerca del volumen numérico de esta parte del clero, importante e
influyente. Sus niveles económicos estaban en relación con la riqueza del
establecimiento donde servían. Por ejemplo, los canónigos sevillanos y tole-danos
ganaban 2.000 ducados, pero lo más general era que las canongías pro-porcionaran
de 500 a 1.000 ducados, permitiendo una vida decorosa; por
debajo estaban las canongías más pobres -sobre 300 ducados-, gallegas y
catalanas.
Pese a su número, no podemos afirmar mucho sobre este grupo, pues
aún nos faltan estudios sobre los cabildos. No obstante, el rasgo distintivo ya
lo estableció Domínguez Ortiz: "La vida de canónigo era una expresión que
entonces tenía cierta realidad: sin obligación de cura de almas, sin preocupa-ciones
materiales agobiantes, la misa y el coro, paseos y honestas tertulias Ile-naban
su sosegada existencia. Tal vez esta tranquilidad y abundancia de
tiempo libre fomentara la división en bandos y el afán disputador y pleiteista
que aquejó a no pocos cabildos". También sabemos que los cabildos ricos
fomentaban las clientelas y la inclinación a la pompa y el boato en personas y
ceremonias; que sus plazas eran muy apetecidas y que por sus escasas respon-sabilidades
y carecer de cura de almas, los reyes dispusieron de estos puestos
de forma bastante libre para recompensar a servidores meritorios de la Coro-na.
Igualmente, nos es conocida su falta de cohesión interna, pues eran un
grupo variado y pintoresco, presto a disputar con sus prelados, en lo que se
planteaba como una lucha por el poder. También disputaban con los prela-dos
algunas colegiatas, movidas por los mismos deseos de independencia que
los canónigos. Eti ambos casos, los pleitos nos muestran una variadísima
casuística. Como decíamos, es un grupo poco conocido, pues los estudios
escasean, aunque nos lleguen referencias y noticias de trabajos que no son
específicos sobre el siglo XVII, como son los de J.R. López Arevalo'"', R.
Vázquez les mes^"' y T. Villacorta Rodrígue~'~~'.
Mucho más heterogéneo aún es el denominado bajo clero, grupo cons-tituido
por todo el clero que no es capitular, cuyas variadas situaciones hacen
que la distinción entre bajo clero y alto clero sea en ciertos casos algo mera-metite
honorífico, pues muchos beneficiados y párrocos disfrutaban medios
superiores a los racioneros, medio-racioneros e, incluso, algunos titulares de
canongías pobres. La división del bajo clero en párrocos, beneficiados y cape-llanes
está organizada por funciones y encierra profundas desigualdades eco-
(24) Un cabildo cutedml de la Vieja Ca.~tilla:AvilnS. u estructum jurídica, Madrid 1966.
(25) Córdoba y su cabildo catedraliciu en la modernidad, Córdoba 1987.
(26) El Cabildo catedral de León. Estudio hkiórico-jurídico, siglos XII-XIX, León 1974
nómicas dentro de cada estrato, pero había unos rasgos que se vienen repi-tiendo
como imagen típica del conjunto: bajo nivel de instrucción, ingresos
poco sustanciosos generalmente, escaso interés de sus puestos para las clases
altas y predominante ubicación rural. Beneficiados, capellanes y ordenados
de menores constituían la gran masa del clero secular y su número superaba
tres o cuatro veces al de los párrocos. Sus funciones eran muy variadas: en las
parroquias ricas ayudaban al párroco en su funciones, existiendo en algunas
un elevado número de ellos (como muestra valgan los tres datos siguientes:
en Sevilla existían 3.500 capellanías, en la catedral de Toledo se contaban 200
capellanes y en Denia existían 23 beneficiados; había clérigos ordenados a
título de patrimonio y otros que sólo querían disfrutar del fuero eclesiástico y
de sus beneficios, por lo que se ordenaban nada más que de menores y ellos
fueron, en gran parte, causantes de los abusos que denuncian los contempo-ráneos.
Si eran titulares de capellanías o beneficios simples, sin cura de almas,
lo más probable es que fueran gentes sin vocación, segundones de hidalgos
en familias que tenían el derecho de presentación, gentes de origen modesto
y sin grandes aspiraciones o que combinaban esta función con otra (ayos de
hijos de caballeros, administradores, taberneros, carniceros, etc.). Muchos
ingresaban en religión para evitar la carga fiscal, llegar a merecer un benefi-cio
sin intención de ordenarse para decir misa, escapar a la justicia ordinaria
o cualquier otra razón más o menos confesable. Lo cierto es que a lo largo
del siglo no hay variaciones muy sustanciales en este grupo de gentes medio
seglares y medio clérigos, de comportamiento muy desenvuelto y sin que
nadie se extrañara de ello. Existían casos de beneficiados que al unir las ren-tas
de sus beneficios con otros ingresos podían poner sustitutos y seguir
teniendo algún disfrute de esos ingresos, pero era más habitual que vivieran
con medios escasos. Los esfuerzos reformadores del Concilio de Trento y de
los Reyes nc~re sultaron estériles, advirtiéndose una mejoría en la condición
de este grupo a lo largo del siglo, en contraste con las dos centurias preceden-tes;
mejora que es más perceptible en Castilla que en Cataluña, donde aún
quedaban muchos clérigos con costumbres violentas y protectores de bando-leros
(las siiiodales de Segorbe prohibían en 1669 que los clérigos llevaran
armas blancas y de fuego).
La imagen antes aludida ya ha empezado a matizarse, pero hasta ahora
solo disponemos de aportaciones parciales, como la que nos ofrece O. Rey
en su trabajo ya citado sobre el clero urbano compostelano y mejor aún el
también citado de Barreiro sobre el clero de la diócesis de Santiago o el que,
de metodología similar, realizo sobre el clero zarnorano'"', sin olvidar otros
-
(27) "Religiosidad y clero en Zarnora duranie la Edad Moderna", en Actas del Primer Congre-so
de Historia de Zarnora, l. 111, págs. 579-592.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPASOLA EN EL SlGLO XVll 41
trabajos en cuyo contenido podemos expurgar noticias y referencias diversas
-pero en cuya temática no podemos detenernos, pues se desbordaría en
mucho el contenido y la extensión de nuestro objetivo concreto en estas pági-na~-('~'.
También se registran aportaciones diversas, cuyo contenido refleja la
gran variedad de situaciones que se producían en el sector del clero que nos
ocupa. Como muestra remitimos al trabajo que firman 1. Testón Nuñez y M.
Santillana Pérez"", al de E. Fernández C~beiro(~OalJ m, ás antiguo y general
de M. González Ruiz"" y el más concreto, fuera ya casi del límite cronológico
en que nos movemos de M.L. Candau Chacónl"'.
Para capellanias y beneficios se había generalizado el derecho de pre-sentación
por parte de corporaciones y particulares, lo que se consideraba un
factor de distinción social, sin tener en cuenta las ventajas económicas que
podía reportar al patrono proponer para el cargo a quien estuviera dispuesto
a contentarse con menor renta. El patronato de legos (supervivencia del
Medievo entroncada con el sistema de iglesia propia) estaba muy difundido
en el norte, especialmente en el Pais Vasco, donde la mayoría de los benefi-cios
eran patrimoniales, siendo titulares del derecho de presentación los
municipios y las familias; un sistema que favorecía la compenetración entre
(28) Como muestra de lo que decimos pueden servirnos los trabajos firmados por el mismo
Barreiro, "Realidad y perspectivus <le la Hi.storin de las Mentalidades". en Chronicn Nova,
núm. 18 (1990), págs. 51-76, donde leemos: "La gran novedad del siglo XVII cs la clarifi-caciún
de la doctrina y de la moral tridentina, ... La última parte del siglo XVII y el siglo
XVIII fueron testigos dc notables avaiices en la formación y reforma en el comporia-miento
del clero, presionado por las medidas de sus Obispos". Así, pues, dejaremos fuera
en estas páginas el apasionante campo de historia de las mentalidades, en CI que tanto se
está progresando últimamente, pero que razones de espacio nos vetan aquí. Sin ir más
lejos, el lector puede encontrar en las páginas del artículo citado cumplidas referencias
bibliográficas que nos dispensan de cualquier otra referencia.
También de Barreiro pueden verse: "Muerte y religiosidad erz las comunida<les canipe-sinns
del Anriguo Regiinen", en Honielaje n Carlos Cid, Oviedo 1989, págs. 99-1 17 y
"Sínodos, Paslornlrs y Expedientes de Ordenes: Ires indicadores de la religimidnd en el
noroeste de la Penín.suln", en La religiosidad popular (1979). págs. 72-95, donde insiste:
"La obra de reforma pasa necesariamente por la reformulación doctrinal y la obligaiorie-dad
de enseñarla, y para ello se impone la residencia no solo de los curas, sino de los
obispos: cl control moral e intelectual del clero y la aplicación de la normativa eclesiásti-ca.
Toda ello se produce con mucha anticipación a Trento. El esfuerzo iniciado a finales
del siglo XV se prorroga en el XVI y XVII, para consolidarse en el XVIII . " .
(29) ''El clero cncereño durante los siglos XVI al XVIII: conzporrnmienro y mentalidad", en
Actas de las 11 Jornadas de Merodolo.~ ia.y Didáctica de la Historio. Historia Moderna.
Cáceres 1983.
(30) "Uno prúcticn de la sociedad rural: aproximación u1 estudio de las capellanias de la dióce~
sis conipostelana en los siglos XVIly XVIII", en la ya citada Ifistorin social de Cnlicia ....
(31) "Las cnpellanias españolas en su perspectiva histúricit", en Revisto Española de Derecho
Canúnico, vol. V (1950), págs. 475~501.
(32) lglerin y Sociedad en la canipiñn sevillona: la Vicarie de Écija (1697-1723), Sevilla 1986.
42 ENRIQUE MARTINEZRUIZ
fieles y párrocos, pero tropezaba con los inconvenientes de abusos y falta de
preparación de muchos de los nombrados: los datos que tenemos de la espiri-tualidad
en el Pais Vasco durante el reinado de Felipe 111 son muy poco alen-tadores.
En la diócesis de Astorga había igualmente una gran mayoría de bene-ficiados
de patronato (centenares pertenecían al conde de Benavente y a los
marqueses de Astorga y Villafranca) y los males que se seguían eran simoní-as
y frecuentes y dilatados espacios de tiempo sin párrocos en las parroquias
por litigarse "los derechos de las partes ocho y diez años". Una situación
similar encontramos en Galicia, donde señores había con extensos patrona-tos,
como el del conde de Monte Rey con 682 beneficios; la mayoría no eran
patrimoniales, por lo que podían cubrirse con individuos de otras regiones;
los monasterios gallegos también tenían beneficios curados. Aragón era otro
lugar con mucho clero patrimonial y problemas similares a los señalados y
mientras unos obispos respetaban las tradiciones, otros se esforzaban en que
los curatos se proveyesen con gentes dignas y preparadas. En el resto de
España, los curatos de este tipo eran bastante menos frecuentes, aunque no
faltan casos que son reminiscencias de viejos privilegios.
Por su parte, los grandes señores deseaban conservar y ampliar sus atri-buciones
en el nombramiento de prebendados, lo que les lleva a enfrenta-mientos
con los prelados, que proveían los curatos directamente o por oposi-ción,
según ordenara el Concilio de Trento. Tales oposiciones eran reñidas
en los curatos importantes, pero no para cubrir las parroquias de aldeas pau-pérrimas,
para las que era difícil encontrar quien las ocupara, en demostra-ción
palpable de que también a estos niveles las desigualdades dentro de la
Iglesia española eran grandes, tanto por los efectos de la tradición como por
las consecuencias de la mala distribución parroquial. En ocasiones, los abu-sos
se produjeron cuando los curas capaces obtenían por oposición los mejo-res
curatos y luego los cedían a incapaces con la condición de que les dieran
una renta, como se detectó en el arzobispado de Toledo, cuyo titular solicitó
a Roma que se atajara este mal.
Y junto a estos males, se han detectado otros que presentan una cierta
localización geográfica. Por ejemplo, nos encontramos con que las grandes
ciudades eran centros de atracción de clérigos de conducta poco edificante,
como denuncia las constituciones sinodales de Sevilla, que en 1604 denuncia-ban
el gran "número de clérigos forasteros que concurren a esta ciudad,
donde se sustentan con diferentes modos de vivir, escandalizando mucho";
en las sinodales de Calahorra de 1609 se trata de forma bastante corriente el
tema de los clérigos con concubina; por su parte, el obispo de Jaca proclama-ba
en 1600 la necesidad de que "los clérigos sepan más y atiendan más a las
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPANOLA EN ELSIGLO XVll 43
cosas de su orden, que los más son mercaderes y tratantes", actividades no
muy compatibles con su función sacerdotal, pero que salían ventajosamente
parados si los comparamos con los clérigos delincuentes, quienes llegaron a
ser iin problema de gravedad en Cataliiña. Casos que contribuyen a difundir
la imagen de un clero corrupto y poco preparado para sus sacras funciones,
una imagen que conocemos en esbozo, pero cuyos auténticos perfiles están
todavía por trazar.
Un mal que influía directamente en tan amplio sector del clero era la
pobreza, en la que se encontraba una porporción nada desdeñable de cléri-gos,
mientras una minoría disfrutaba de situaciones más acomodadas. Tal
pobreza era la que originaba otros males, como la ignorancia y la dedicación
a actividades poco dignas o cuando menos ajenas a sus funciones espirituales.
Las diferentes situaciones se explican también por la diferente participación
que los curas tenían en los diezmos, cuya percepción íntegra era excepcional,
pues lo más generalizado consistía en la recepción de una parte o nada, con
la consiguiente inquina contra el cabildo o el obispo correspondiente, que se
reservaban la mayor parte; ya Noel Salomon en su estudio sobre las Relacio-nes
Topográficas mostró la variedad de situaciones existentes en Castilla la
Nueva, comparable a la existente en Galicia. La recaudación y reparto del
diezmo originaba también una cierta picaresca, pues el propietario absentista
podía llegar a componendas con los párrocos y pagar al que más rebaja le
hiciera, ya fuera el de su lugar de residencia, ya el del lugar donde tenía la
tierra.
Las primicias sí se reservaban, por lo general, en su totalidad para el
cura, pero eran menguado beiiclicio, máxime si tenía que repartirlo con otros
beneficiarios y el sacristán, por lo que las ofrendas se generalizaron, pese a
las objeciones teológicas que provocaron. Objeciones que nacían en algunos
casos del deseo de mantener la dignidad del clero, por lo que se quiere prohi-bir
que llegado el ofertorio, los curas se mezclaran con los feligreses para
recibir las ofrendas que estos dieran graciosamente, como era costumbre en
muchos sitios. Las ofrendas funerales eran las más generalizadas y se destina-ban
a sufragios; los derechos de sepultura también eran apreciables, aunque
a los pobres era obligatorio enterrarlos gratis.
El concilio de Trento había recordado que los sacramentos debían
administrarse gratis y se habían tomado medidas para que las limosnas
impuestas como penitencia no fueran en beneficio del confesor; la extre-maunción
era gratis, pero bodas y bautizos sí tenían una reglamentación de
las ofrendas. El estipendio de la misa era importantísimo, motivo por el que
la misa se decía diariamente; además, una misa diaria no le faltaba al clérigo,
pues se encargaban por muchos y muy variados motivos (una muestra: las
Cortes encargaban 500 o 1.000 misas cuando abrian sus sesiones). En la
mayoría de las diócesis, la misa se remuneraba con un real y medio; en algu-nas,
como Sevilla y Salamanca, la remuneración ascendía a dos reales. Ade-más
de con el estipendio de la misa, hay que contar con el disfrute de la casa
rectoral, en muchas ocasiones con huerto y el desarrollo de otras actividades,
a veces no compatibles con el sacerdocio, todo lo cual daba enorme variedad
a la situación económica de los sacerdotes.
Las relaciones entre feligreses y párrocos no nos son bien conocidas y
lo que nos llega de la documentación en forma directa son los aspectos con-flictivos.
En las pequeñas poblaciones el contacto era directo y en él cabían
todos los matices. Hay un amplio campo en el que lo ignoramos casi todo:
práctica de los sacramentos, labores culturales, actividades asistenciales, cate-quesis
y un amplio etc., tan amplio como las dimensiones de la vida ya sea en
el campo, ya en la ciudad. En efecto, sabemos que en grandes zonas de la
geografía española, durante el siglo XVII y por lo que al clero respecta, se
clarifica la doctrina tridentina, se potencian los medios para dirigir las expre-siones
socio-religiosas, intensificándose el ceremonial y los símbolos exter-nos,
se incrementa el número de cofradías y todas las ocasiones son buenas
para celebrar rogativas y conmmover los auditorios con sermones y pláticas.
Manifestaciones de la vida religiosa que calaban profundamente en la gente
sencilla y contribuían a mantener la ascendencia social del clero.
El siglo XVII es, en gran parte, de aplicación de la Reforma tridentina
y en su contexto se atiende la actitud moral y religiosa del clero, sobre la que
dan amplia información las visitas y demás fuentes citadas, con datos valiosos
sobre el deber de residencia, la incontinencia, violencia, gula, embriaguez,
desarreglos en el vestir, ocupaciones extraclericales, no cumplimiento de sus
deberes pastorales, etc. En suma, se recrea así un poco coiiocido panorama
del que solo tenemos retazos inacabados y fragmentarios.
En cuanto a las órdenes religiosas, la bibliografía es abundantísima,
pero pocas son las obras con rigor y verdaderamente utilizables, pues en su
mayor parte la producción historiográfica está dominada por un carácter
apologético que la deforma["'.
Aún no poseemos datos precisos sobre los componentes del clero regu-lar.
Domínguez Ortiz partía en sus cálculos de las cifras contenidas en el
Teatro de Garma, citado por La Fuente y referidas a 1738 y que eran: 2.104
conventos de varones (278 regulares, 204 monacales, 1.608 mendicantes y 14
-
(33) En todo este apartado del clero regular, nuestra labor selectiva va a ser aún mas severa,
pues la producción es ingente y el espacio vuelve a presionarrios iirinicamente. Nos
moveremos cn un plano general y predominantemente informalivo.
REAI-IDADES Y TENDENCIAS DE LOSESTUDIOS SOBRE LA lGLESlA ESPANOLAENELSIGLOXV~~ 45
de órdenes militares) y 976 de religiosas (112 monacales y 811 mendicantes),
cifras que en opinión del autor citado deberían ser muy parecidas a las de
fines del siglo XVII, pero superarían las de 1600.
No es fácil cuantificar con exactitud el incremento de los efectivos
monásticos bajo los Austrias, aunque puede comprobarse en multitud de
fuentes, por lo que constituye un lugar común en la historiografía. En el siglo
XVll se propagan con rapidez las nuevas religiones o reformadas, pues la
época de crecimiento más intenso es la del último tercio del siglo XVI y la
primera mitad del XVII. Las monacales solo lograron unas cuantas fundacio-nes,
pero las mendicantes duplicaron sus casas y se extendieron por toda la
geografía española los clérigos regulares, novedad contrarreformista. El afán
reformista venia estimulado por vocaciones, generosidad de señoras ricas,
vanidad de señores y municipios, generando una corriente que no pudo con-trolarse
y los mismos eclesiásticos protestan de tanta fundación, nada conve-nientes
para la Iglesia, pero que progresan decididamente con Felipe 111 y se
mantienen pujantes en la primera mitad del reinado de Felipe IV, aunque
después, en la segunda mitad, como consecuencia de las dificultades por las
que pasa la Monarquía y ya con Carlos 11, el proceso se serena y las fundacio-nes
decrecen.
Para el monacato no disponemos de ninguna obra específica sobre el
siglo XVII, pero contamos con una obra de conjunto, debida a Antonio Lina-ge
Conde (j4Jq, ue nos suministra una amplia información de indudable utili-dad,
incluidas las referencias bibliográficas. Afortunadamente, van menude-ando
publicaciones de alcance más limitado y concreto que nos reportan
información variada y puntual, con la que llegado el momento se podrá pro-ceder
a realizar las síntesis que necesitamos. Nos referimos a trabajos como
el de P. García Martín'"].
Sabemos que el monacato empieza por buscar los desiertos para su
emplazamiento, luego se ubica en campos yermos y, por último, algunos
monasterios se convirtieron en núcleos originarios de poblaciones, iniciándo-se
así un proceso de urbanización que se va acelerando posteriormente para
culminar en el siglo XVII, acentuándose la mala distribución del clero. Sus
efectivos se pueden calcular en torno a 50.000 y su procedencia social y sus
móviles al ingresar han levantado grandes sospechas. Los de condición
humilde parecía que no habían actuado vocacionalmente, sino como huida
del trabajo y la pobreza, privando a España de efectivos trabajadores que tan
necesarios le eran. Lo cierto es que cuanto más antiguas eran las órdenes más
(34) El monacato en España e Hispanoamérica, Salamanca 1977.
(35) El monasrerio de San Benito el Real de Snhogtín en la época nzodernn, 1985.
interesadas estaban en mantener la hidalguía de sus profesos y, aunque las
más modernas no eran tan quisquillosas, acabaron por requerir, cuando
menos, la limpieza de sangre. La preferencia de los monacales -por lo
menos de benedictinos y jerónimos- por aspirantes de ilustre sangre está
más que probada; los jerónimos fueron los más duros en la selección; los
jesuitas se nutrieron desde sus comienzos de gentes elevadas. El resto de las
órdenes fueron introduciendo algunos requisitos para seleccionar a sus aspi-rantes.
Los mendicantes, menos exclusivistas, admitieron a muchos de origen
modesto, pues necesitaban gente para incrementar sus efectivos y cubrir las
nuevas fundaciones; estos miembros poco seleccionados contribuirían a bajar
el nivel social y espiritual, pero ninguna orden dejó de recibir representantes
de la nobleza, aunque unas órdenes estaban más cerca que otras de las clases
populares.
Los monacales contaban con 225 casas de varones y 60 femeninas; aun-que
deberían estar en el campo, muchas de ellas se encontraban en las inme-diaciones
do las ciudades y dentro de ellas, incluso. Los más numerosos eran
los cluniacenses o benitos y los cistercienses o bernardos, seguidores de la
regla benedictina, diferenciados por su hábito y poco más. Se organizaron en
dos confederaciones, una en Castilla y otra en Aragón y en el siglo XVII eran
muy duras las discrepancias internas. En el caso de los cistercienses, el Papa
intervino para determinar que en relación con los nombramientos de cargos,
los dos grupos septentrionales, gallegos y campesinos (de Castilla la Vieja y
León) que eran los más numerosos, no dependerían de los manchegos y alca-rreños
(Castilla la Nueva). También existen datos que evidencia la existencia
de diferencias en Navarra.
Los benedictinos, aunque no estuvieran unidos internamente, mantení-an
buenas relaciones con los demás frailes; los conventos tenían sus bienes
independientes; desde siglos atrás no hacían fundaciones y como no polemi-zaban
por las cátedras universitarias ni en disputas de escuela, no había los
motivos de pugna que enfrentaban a las otras órdenes. Su vida claustral era
serena y apacible. Por las informaciones de que disponemos, no parece haber
duda de que a pesar de todos los intentos reformistas, en el siglo XVII hubo
una progresiva relajación, bastante perceptible a finales de la centuria. El ora
et labora se respetaba de forma incompleta, por cuanto se habían introducido
una diferenciación de funciones. Estamos bien informados sobre lo que
comían, extremo en el que también se había relajado la norma; diferencias
internas en la condición de los distintos miembros establecían distancias
entre ellos; el voto de pobreza se anuló al consentir los bienes propios y el
exceso de riqueza contribuyó destacadamente a esa relajación generalizada.
Una riqueza que llenó los monasterios de obras de arte y que ha dado pie a
no pocas exageraciones. Mantener los edificios y vivir de los arriendos de sus
RE4LID.bDtS Y TENDEKCIAS DL LOS ESTUDLOS SOBRE1.A ICLESIAESPANOLXEN ELSIGLOXVll 47
extensas propiedades no era todo lo rentable que se podía imaginar a prime-ra
vista y lo demuestra la aparición de los monjes granjeros, consentidos por
los abades para realizar una explotación directa, pese a los inconvenientes
que creaban para la vida comunitaria. Para esta órden tenemos la suerte de
contar con el relato de uno de sus miembros, extranjero, Joly, que realiza un
viaje por España y nos da abundantes datos, que podemos aceptar sin gran-des
reservas. Los monasterios de Poblet, de San Juan de la Peña, de Valldig-na
... eran centros de fama reconocida.
En 1992 se publicaron en Orense las Actas del Congreso celebrado el
año anterior sobre San Bernardo e o Cister en Galicia e Portugal; reunión que
constituyó todo un acontecimiento por cuanto la historiografía sobre la
orden recibió un remozamiento y notables aportaciones, lo que hace de estos
volúmenes una obra de consulta obligada. Además, venia a incidir sobre un
campo previamente abonado: también en Orense, pero diez años atrás veía
la luz el I Coloquio sobre el monucato gallego. Se abría así una fructífera acti-vidad
investigadora de muy prometedoras perspectivas.
Además existían 16 casas de cartujos, 17 de basilios -estaban recien Ile-gados
a España- y 48 de jerónimos, de las que 19 eran femeninas, con un esti-lo
de vida parecido al de los benedictinos. Los cartujos mantenían su tradi-ción
de vida apartada, aunque sus últimas fundaciones -Sevilla, Granada-,
ya estaban en las inmediaciones de la ciudad. Reunieron una gran riqueza,
rivalizaron internamente por conseguir los cargos y sus rentas se invirtieron
en obras, cuadros y limosnas que hacen de algunas cartujas auténticas mara-villas
(Granada, El Paular, El Hontanar, etc.). La orden estaba muy extendi-da
por la península: con más densidad en la mitad sur y estaba ausente en
Galicia y en la franja cantábrica (al contrario que los benedictinos); conser-vaban
cierto ímpetu fundacional y a principios del XVII se fundaban los
monasterios de Avila, La Nora y Caravaca; sus casas más ricas seguían sien-do
Guadalupe y El Escorial.
Las órdenes mendicantes tenían un reclutamiento menos elitista y una
vida dedicada al apostolado, sin trabajo manual y con las horas de rezo en
común más reducidas. Los franciscanos eran los más numerosos: sin contar
las femeninas, a fines del XVII, tenían 700 casas; los más abundantes eran los
observantes, luego venían los descalzos y después, los capuchinos, que fueron
los que más se beneficiaron del movimiento fundador en el siglo XVII, mien-tras
que los descalzos fueron los que menos lo aprovecharon.
La orden franciscana cuenta con un excelente portavoz de su historia:
la revista Archivo Ibero-Americano, cuyos artículos y monografías permiten
detectar toda la trayectoria historiográfica para la orden en España durante
los últimos setenta y siete años. En su dilatada vida (apareció en 1914 y se
publica actualmente con la sola interupción de 1935 a 1941) ha dado a cono-cer
trabajos y fuentes relacionados con la orden franciscana; en su temática
se puede comprobar la progresiva actualización que experimenta y que es
claramente perceptible en los últimos números, donde la incorporación de
historiadores no franciscanos está propiciando la renovación metodológica,
abandonando los viejos temas hagiográfico~'~~'.
La consulta de la revista ahora se ha facilitado bastante, gracias a los
índices -hasta 1988- recogidos y ordenados por Rafael Mota Murillo y
publicados en la revista("'. No existen trabajos importantes de alcance gene-ral
para el siglo XVII, pero en la producción franciscana más reciente conta-mos
con algunas obras de indudable utilidad para el periodo, como la del P.
Lázaro Iriarte('@, que además de una exhaustiva recopilación bibliográfica da
una ecuánime visión de los franciscanos y su labor entre los siglos XIII y XX.
Muy valiosa también es la obra de M. de Castroo9', en la que se encuentra un
excelente repertorio bibliográfico, que facilita mucho la labor de los investi-gadores
que desean trabajar sobre cualquier aspecto de la orden en esta pro-vincia
franciscana.
Varias órdenes se dividieron en el siglo XVI por movimientos de refor-ma
y para diferenciarse de la rama fundacional se llamaron descalzos, con lo
que querían indicar un mayor apego a la regla y austeridad. Pero con el paso
del tiempo, su fervor decae y las diferencias se aminoran, de modo que en el
siglo XVII la rama madre y la descalza se diferencian en ligeras discrepancias
a la hora de interpretar la regla.
Los dominicos se reformaron sin dividirse, pero la orden pasó por una
aguda crisis merced a la no aceptación por sus miembros de la Inmaculada en
una polémica que en 1615-16 toma el carácter de enfrentamientos populares
con quebranto del orden público. Felipe 111 solo pudo lograr un breve ponti-ficio
en 1617 que ponía silencio a las opiniones contrarias a la Inmaculada;
despues, la cuestión se calma, pero dejando un rescoldo amargo y acusador
contra los dominicos, encastillados en su arrogancia y soberbia intelectual.
También los dominicos cuentan con publicaciones en las que se abordan los
temas propios de la orclen, entre ellas cabe destacar Archivo Dominicano, ya
(36) No vamos a poner más que un ejemplo, el trabajo firmado por 0. REY CASTELAO y
B. BARREIRO MALLON, "El clero regular mendicante en Galicia: Evolución numéri~
ca, procedencia social y comportamientos de los franciscanos (SS. XVI ~XIX) "e,n el t. 49
de la referida revista, nos. 195-196 (1989), págs. 459-490.
(37) En el tomo 49 (1989). págs. 195-297.
(38) Historia Franciscano, Valencia 1980.
(39) La provincia franci,~cuna de Santiago. Madrid 1983.
REALIDADES Y TENDENClAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPANOLA EN EL SIGLO XVll 49
consolidada; un buen instrumento es el índice, amplísimo en nombres y con-ceptos,
publicado en 1980, de la revista Archivum Fratrum Praedicatorum.
Otro hito importante fue el Congreso celebrado en Granada con motivo del
Quinto Centenario del Descubrimiento de América con el rótulo Los domi-nicos
y el Nuevo Mundo. Siglo XVII.
En cuanto a los bienes de las órdenes, tenían fincas rústicas y urbanas,
censos, ganados, etc., por lo que si practicaban la mendicidad era solo como
práctica humilde o complemento de ingresos; recibían mandas y legados
nada desdeñables con frecuencia; los mismos franciscanos, además de las
limosnas, vivían de su práctica sacerdotal (misas, misiones, etc.); se mantenía
la costumbre de que cuando algún poderoso fundaba un convento, se obliga-ba
a dotarlo con bienes que garantizaran su supervivencia.
Solo la suma de trabajos parciales nos permitirá avanzar con paso segu-ro
en un terreno en el que ya hay aportaciones meritorias, si bien las específi-cas
para el siglo XVII son muy escasas. En un volumen colectivo aparecido
en 1985'"J, ya aparecían estudios sobre propiedades eclesiásticas en el siglo
XVII, como el de Rafael Benitez Sánchez-Blanco sobre el monasterio de
Nuestra Señora de los Angeles de El Puig, en la huerta valenciana y el de
Enrique Llopis sobre Guadalupe; estudios que incidían en tendencias ya ini-ciadas
con antelación por Francis Br~mo n t '~y "J ean-Luc Charles'"]. Valgan
estas muestras para constatar la existencia de un tipo de estudios que nos van
ilustrando sobre las propiedades del clero regular, estudios que continuan
apareciendo, como el de Luis Fernández Martín '"1, el de A.L.López Martí-nezCM'
y, sobre todo, el de E.Pezzi'"J.
Entre las órdenes religiosas que rechazan el nombre de frailes estaban
los canónigos regulares de San Agustín y los premonstratenses, con pocos
efectivos y que no se diferenciaban de los monacales más que en una mayor
(40) L erplotation des grands dornaines dons 1'Espagne d'Ancien Régime, París 1985.
(41) "Les finances du monasrere de Rioseco en Vieille-Casñlle (1650-17UU)", en L'economie
cisrercienne, Auch 1983.
(42) "Producrion céréalieres, autoconsommation el marché: la grnnge cisrercienne de Cendrera
(1630~1711)"e,n Actas du Colloque Hispano-Franca* d'Histoire rurale, Madrid 1981;
págs. 809-826.
(43) "Propiedades del Monasrerio donortinrra de San Bartolomé del Camino", en Boletin de
Estudios Hisrúricos sobre San Sebasrián, no 19 (1985) págs. 215-219.
(44) La economio de las órdenes religiosas en el Antiguo Regimen, Sevilla 1992; un trabajo
centrado en las propiedades y rentas de las órdenes religiosas establecidas en el antiguo
reino de Sevilla (actuales provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla con las comarcas de Fre-genal
y Antequera), que aunque abarca desde el siglo XIII al XVIII especialmente los
siglos XVI, XVII y XVIII, y su contenido incide más en éste último siglo,
(45) El libro de cuencas del convento franciscano de Cuevas de Almanzora (1670-1693). Alme-ría
1993
libertad. Por su parte. los jesuitas ya tenían a principios del XVII superada la
difícil época fundacional, pero su número no se incrementó signiiicativameii-te
a lo largo del siglo: eran unos 2.000 eii unas 100 casas. Felipe 111, su hijo y
Olivares fueron decididos partidarios suyos. Con Carlos 11 hay fluctuaciones,
pues D. Juan José fue más reservado con ellos; la protección real les valió la
acusación de aulicismo y tampoco les favoreció el apego que les mostraban
los grandes hombres. Casos de jesuitas apegados a la vida seglar como conse-cuencia
de la influencia de la Corte, provocaron tensiones internas que se
evidenciaban en los muchos secularizados o que cambiaban de orden, aban-donando
la Compañía; iio obstante, la orden mantenía su unidad de cara al
exterior, su fuerte jerarquización y la hostilidad de amplios sectores del clero:
con el clcro secular tenían roces por querer mantenerse exentos de diezmos;
con las universidades y profesores de Gramática, por cuestiones docentes. En
cuanto a sus bienes, las casas de los jesuitas tcnían grandes bienes y muclias
deudas por la mala administración.
Los estudios jesuíticos mantienen una gran pujanza y gozan de un nivel
aceptable, aunque la escasez de inonografías para el siglo XVII siga siendo
una constante. Uno de los principales medios para el estudio de la Compañía
es el Archivunz Hzstoric~im Societntis lesci, cuya consulta resulta muy asequi-ble
gracias a los tomos de Indices Generales, el primero para la época 1932-
1951 (tomos 1-XX); el segundo para los años 1952-1961 (tomos XXI-XXX) y
el tercero para los años 1962-1981 (tomos XXXI-L).Así mismo, podemos
encontrar información en obras más o menos amplias y de contenido muy
variado. Util, por ejemplo, para poder valorar su proyección en el mundo de
la enseñanza es el volumen publicado por la Universidad Pontifica de Comi-llas,
con la edición a cargo de Eusebio Gil""; también lo son otros de alcance
más restringido o localizado, como el de Evaristo Rivera Vazquez'"'; y el
muy específico de Bernabé Bartolomé Martíne~''~'.
Los demás clérigos regulares tenían menor importancia; los escolapios
estaban en Aragón y los filipenses u oratorianos, asi como los agonizantes,
eran escasos.
En cuanto a las dimensiones interiores de la vida de los regulares no
conocemos su estratificación interna, aunque está claro que en su seno exis-ten
categorías diversas. En el Cister se distinguían: zurdos, legos, donados,
familiares y conversos; en los benedictinos: los que habían tenido o tenían
-
(46) El sisieinn ediicniivo de la Compnñín de Jes~ísL. o "Rnrio Srodion~wi".
(47) Gnlicin y los jesuitas. Sus colegios y mseiiniizn en los siglos XV1 al XVI11, La Curufia
1988.
(48) "Liis esci~elnsd e gramáiica del Colegio Ii,,prrinl de Madrid diirnnre el siglo XVI I " , en
Anuario del Instiiiito de Esiuilios Madrileños. n" 17 (1980).
cargos, los ancianos, los predicadores de fama, los graduados y los escolares;
entre los jerónimos, los privilegios iban con la edad; los cartujos tuvieron
disensiones entre monjes y legos. Un enfrentamiento muy generalizado en la
época. "Como entre los monacales -escribe Domínguez 0rtíz'"''-, en las
órdenes mendicantes y en los clérigos regulares había una estratificación
interna que no siempre se marcaba sin conflictos. Dentro del esquema gene-ral
dualista (sacerdotes ... y legos ...) hay variedad de situaciones ..." y algo más
abajo añade: "Dentro de la clase superior, o sea, la de los religiosos, también
abundó el siglo XVII en disensiones. Fué ésta una plaga de la que apenas se
libró ninguna orden, excepto la Compañía, por su régimen autoritario; en la
mayoría, que se gobernaban por métodos democráticos y elegían sus superio-res,
se producían bandos que se enfrentaban en los capítulos y congregacio-nes,
motivando frecuentes intervenciones del poder real".
Un aspecto que merecería un estudio comparativo es el de los sistemas
de elección y gobierno interior, pues debía haber grandes diferencias y las
imputaciones que se hacían al sistema electivo no deberían ser gratuitas
(como la simonía o los desórdenes con ~notivod e elecciones). Benitos y ber-nardos
dudaban entre la elección por los monjes de cada convento o por el
Capítulo General y Definitorio. Divididos con frecuencia entre sí, los religio-sos
eran un blonque al exterior. Dentro de los principios básicos de Teología,
cada orden defendía tajantemente unos matices a los que se daba enorme
importancia y esterilizaban las discusiones. Los carmelitas no pretendieron
ser originales, los franciscanos estuvieron en armonia con los dominicos,
quienes mantuvieron contra los jesuitas el enfretamiento más duro con cono-cidas
y enconadas controversias (suarecistas contra tomistas; probabilistas
contra probabiloristas, luchas por las cátedras de las universidades, etc.).
El número de monjas era inferior al de monjes y las ciudades, salvo
algún caso especial como Córdoba, tenían más casas masculinas que femeni-nas.
En total habría unas 1.000 casas de monjas y la causa no era la falta de
vocaciones, sino más bien la falta de medios, pues los conventos masculinos
eran preferidos en los municipios por su dimensión social y hubo más dona-ciones
de particulares para fundar casas de frailes, sin olvidar que los funda-dores
y reformadores masculinos fueron más numerosos, ya que figuras
como la de Santa Teresa fueron una excepción. Las monjas vivían en clausu-ra,
no prestaban ayuda al vecindario, pues su labor docente y hospitalaria no
existía; vivían dc las dotes de las profesas, de limosnas y de rentas, por lo
general mal administradas; la mayoría de los conventos de monjas eran
pobres y solo admitían a las que llevaban dote, con lo que se aseguraban un
(44) La Iglesia en ln Espiiñn de los sigios XVlly XVII. pág. 53
mínimo vital, algo que no sucedía con los hombres. Muchas mujeres, sin posi-bilidad
de entrar en un convento, formaban beaterios (emparedamientos),
congregaciones de solteras o viudas recogidas en una casa, por lo general,
contigua a algún templo, a cuyo párroco obedecían y se mantenían con su
trabajo o bienes.
El estudio del monacato femenino recibió un impulso importante en el
Congreso Internacional celebrado en León, en abril de 1992, bajo el rótulo
El Monacato Femenino en España, Portugal y América (1492-1992). Baudilio
Barreiro tuvo la amabilidad de hacernos llegar un ejemplar mecanografiado
de su contribución al rni~mo[~'d',o nde aborda cuestiones de indudable inte-rés:
la actitud de las Cortes ante lo que se consideraba un amenazante creci-miento
del número de clérigos, la diferente evolución que experimentan las
órdenes femeninas y masculinas en este periodo (según se evidencia en los
datos que se aportan, pues de una similitud númerica entre ambas existente a
fines del siglo XVI pasamos a una duplicación de los efectivos masculinos en
relación con los femeninos en el siglo XVIII, desproporción en la que el siglo
XVII tendría indudable responsabilidad), medios de subsistencia de las mon-jas
(que llevan a escribir al citado autor: "Los datos anteriores permiten
intuir que individualmente las religiosas, sobre todo las profesas en monaste-rios
antiguos, disfrutaban de un confortable nivel de vida, impresión que se
confirma a través de los expolios de las religiosas que hemos estudiado desde
el siglo XVII a principios del siglo XIX), evolución de las profesiones, etc.
No debe olvidarse la lectura de obras como las de Julio Caro Baraja'"'
y J. Sánchez Lora's2', que por su temática y periodo cronológico estudiado
pueden resultarnos útiles, si bien el tipo de trabajo más habitual que encuen-tra
el que se inicia en el estudio de estos temas consiste en la reconstrucción
del pasado de un convento en un espacio de tiempo superior al siglo, como
ocurre, por ejemplo, con el de C. Burgo Lope~'~t"ip, o de publicación en cuyo
contenido hay que espigar los datos que interesan. Lo mismo se puede decir
de Nicolás González y G~nzález(~L*u';i s Murngarren Zamora '55J. Especial-mente
valiosas para nosotros resultan monografías como la realizada por
(50) Que lleva por titulo "El monncnm femenino en la Edad Moderna. DemografÍn y estructu-ra
social".
(51) Lar formas complejas de la vida religiosa. Religión, Sociedad y Carúcrer en los siglos XVI
y XVIZ, Madrid 1985.
(52) Mujeres, conventos y formas de la religiosidad en el Barroco, Madrid 1988.
(53) Un dominio monástico femenino en la Edad Moderna: el monasterio benedictino de S.
Payo de Anteallares, Santiago 1986.
(54) El monasterio de la Encarnación de Avila, siglos XV-XX, 2 vols., Avila 1972.
(55) "Introducción de las órdenes religiosas en Guipuzcoa, siglos XVXVII", en Boletín de la
Real Sociedad Bascongodn de los Amigos del Pais, XXXCIIIZ (1982), págs. 117-156.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTUDlOS SOBRE LA IGLESIA ESPAROLA EN EL SIGLO XVII 53
Concha Torres Sánchez""', donde se reconstruyen los perfiles fundamentales
de la vida de estas profesas, desde la vida religiosa dentro de los conventos
hasta la economía conventual, pasando por las fundaciones y la vida cotidia-na.
En la misma línea hay que situar el escrito por M. Leticia Sánchez Her-nández""
y el estudio de Luis Enrique Rodríguez-San Pedro Bezare~'*~'.
La escasez de rentas explica la abundancia de monjas de procedencia
noble y rica; en algunos conventos incluso se exigían pruebas de nobleza para
ingresar. Las hijas de condición media o pobre se veían en situación angustio-sa
para ingrersar cuando se impusieron las dotes elevadas y aunque había
casos de ingreso forzoso por decisión paterna, estos no eran muy abundante;
en caso de dos hermanas, a veces ingresa una en lo que era una solución no
querida, para que la otra llevara un ajuar fastuoso. El carácter aristocrático
de las monjas predominaba en monasterios como Las Huelgas, Caleruega,
Santa Clara de Tordesillas, etc., fundaciones reales bien dotadas de rentas
que los reyes del siglo XVII mantuvieron como sus antecesores y fundaron
uno nuevo, la Encarnación de Madrid, fundación de la reina Margarita, espo-sa
de Felipe 111; también fueron numerosas las donaciones a cortesanos, sol-dados
y pretendientes para que pudieran reunir la dote de sus hijas. Numero-sas
eran las peticiones de militares para que sus hijas fueran admitidas en los
conventos de protección real. El exceso de peticiones producía favoritismo
en la selección.
Aunque las nuevas fundaciones no provocaron las contradicciones que
las masculinas, tampoco faltaron. Poderosas influencias allanaban cualquier
obstáculo: una buena muestra es la fundación de las carmelitas descalzas de
1684 en Madrid, auspiciada por D. Nicolás de Guzmán, príncipe de Astillano.
La desigualdad de bienes entre estas casas era grande, como entre las mascu-linas.
Muy rica era la de Santa Clara de Medina de Pomar (panteón de los
Duques de Frias); también lo eran los conventos de Sijena, de la orden de
San Juan (8.000 escudos de renta) y de Las Huelgas, por citar unos casos.
Con estos grandes monasterios solía ocurrir lo que con los masculinos: por la
mala administración estaban endeudados y eso puede dar una idea de la
situación de los conventos pobres. Todos recurrían a la caridad real, que a
veces se tradujo en la concesión de un título de Castilla para que se benefi-ciasen
de sus rentas, remedio más generalizado con Carlos 11. Además del
recurso a la caridad real, las monjas recurrieron para sobrevivir a las peticio-nes
de socorro a los municipios, a la elevación de las dotes (lo que preocupó
-
(56) La clnusrira femenina en !a Salamanca del siglo XVII. Dominicas y Carnieliras descalzas,
Salamanca 1991.
(57) El Monasterio de la Encarnución de Madrid. Un modelo de vida religiosa en e! siglo XVII,
Madrid 1987.
(58) Sensibilidad religiosa del Biii-ruco Cnrinelitas Descalzas en San Sebasrián, San Sebastián
1990.
a las aspirantes de condición poco acomodada), al trabajo manual de las
monjas (consistente de forma predominante en tejidos y bordados, recurso
que no se empleó en las casas de pretensiones nobiliarias) y a la admisión de
señoras seglares en los conventos como pupilas o huéspedes.
Lo cierto es que nuestra información sobre los bienes y medios de vida
de los conventos femeninos deja mucho que desear. Así lo señala sin paliati-vos
Ofelia Rey Castelao, en su trabajo presentado al Congreso Internacional
El Monacato femenino en España, Portugal y América (1492-19921, al que ya
hemos aludido; un trabajo que consultamos en su versión informatizada ori-ginal
gracias a la gentileza de la autora, que escribe: "No deja de ser llamati-vo
el prolongado descuido historiográfico existente al respecto de las econo-mías
del clero femenino", hecho que en España puede deberse a las sucesivas
pérdidas de documentación y a la "falta de tradición de crónica interna entre
las casas femeninas". Al margen de cual pueda ser su realidad concreta,
podemos pensar con fundamento que en el siglo XVII ya estarían trazadas
las líneas maestras que llevarían a la realidad que adelanta la doctora Rey
Castelao: "La impresión general a mediados del XVIII es la de un clero
femenino asentado desde el punto de vista económico en una amplia base
patrimonial y crediticia y excluido en gran parte del dominio señorial y de la
participación en ingresos estrictamente eclesiásticos". Queda por delante,
pues, un largo camino que recorrer en este terreno, cuyas carencias se
podrán ir paliando en parte gracias a trabajos como el de Concha Torres Sán-c
h e ~ " y~ 'c omo la Memoria de Licenciatura de Carmen Soriano Triguero'"",
defendida recientemente.
Tambien se percibe en los conventos de monjas la tendencia a la con-centración
urbana; apenas si los hubo en despoblados y fueron escasos los de
pueblos pobres o pequeños. En el siglo XVII no Iiay más que un movimiento
de reforma, debido al rigorismo ordenancista que siguió a Trento, donde las
monjas no pudieron hacer oir su voz y la reforma se canalizó en el sentido de
cortales toda comunicación con el mundo exterior al convento, es decir la
imposición de la clausura en sus términos más severos, generalizándose
ahora una serie de elementos que plasman en los edificios la nueva concep-ción
de la vida conventual femenina (conventos con apariencia de fortalezas,
rejas con pinchos que alejan de su proximidad, etc.). Pero ante las resisten-cias
y protestas, el poder secular hubo de intervenir y en dos momentos esa
intervención se intensifica: a priiicipios del siglo, cuando Felipe 111 secunda
-
(59) "El conirxro histsiúricu riel Cornzelo femenino en los siglos XVI y XVII: el convenio de
Salamanca'', en Lo Mi~iicnd el S i ~ l oX VI, Salamanca 1990.
(60) El convento <le Sonro Clara de Madrid. 1," vido de las cinrisas en lo Corle (Sicíos X V l l ~
XVIII), Facultad de Geograiia e Historia. Universidad Complutcnsc dc Madrid 1993.
REALIDADES Y TFUDFKCIAS Ot LOS CSTUDlOS SOBRE LA ICLtSM I;SPAfiOL+\EN EL.SlGLO XVli 55
las gestiones de los papas y a mediados, cuando Felipe IV quiso imponer un
clima nacional de austeridad. En general, durante todo el siglo colaboraron
ambos poderes; no ocurría lo inismo con los poderes municipales, que apoya-ron
la resistencia de las monjas, quejosas de que se les obligara a vivir una
regla más dura que la existente cuando ellas ingresaron, una regla que se
debería aplicar solo a las nuevas profesas. Pero sus quejas carecieron de eco.
El tema de la reforma de las monjas está ya planteado a principios del
siglo XVII y en la correspondencia con el nuncio se alude a él con frecuencia,
pero con Felipe 111 no se acometió con interés. En cambio, el moralismo de
los inicios del reinado de Felipe IV no olvidó la reforma monástica y un ele-mento
clave para imponerla era el gobierno interno de los conventos, donde
chocaban los prelados con los frailes, quienes querían un protectorado -abu-sivo-
sobre las monjas de su orden, pugna en la que los reyes se inclinaban
por estos. Cuando en 1623 llegó un breve pontificio poniendo los conventos
de monjas bajo la autoridad del ordinario, Felipe IV impuso un año de mora-toria
al breve, moratoria que luego prorrogó. Los inconvenientes tantas
veces denunciados remitieron, pero no desaparecieron. La frecuencia de los
males que denuncian las patentes está aún por determinar en su exacto
alcance, dc la misma forma que es necesario someter las visitas y las memo-rias
correspondientes a un cuidadoso análisis que permita establecer con pre-cisión
los perfiles de la vida conventual en el siglo XVII, un siglo en que si
parece claro que se registra en los conventos un progresivo desplazamiento
hacia un régimen de vida menos riguroso, a veces hasta fácil y regalado.
Sobre los bienes eclesiásticos y sus rentas nos faltan más estudios de los
que disponemos en la actualidad. No obstante, se puede adelantar que eran
de un volumen grande y estaban desigualmente repartidos; ello explica el
mayor número de frailes que de monjas y la abundancia de eclesiásticos en
unos lugares frente a su escasez en otros. La imagen que en el siglo XVII
seguía ofreciendo la Iglesia era la de poseer una gran riqueza y sobre ella
corren muchas exageraciones, siendo imposible hoy por hoy aclarar la cues-tión
en sus justos términos, pues las estimaciones de que disponemos son
muy vagas y poco fiables: una de 1630 cifra las rentas eclesiásticas de Castilla
en 10.410.000 ducados y las totales en 113.000.000, estimaciones que Domín-guez
Ortíz, considera cortas en un 50 % y añade que en el Catastro de Ense-nada,
donde la situación no había variado sustancialmente de la del siglo
XVII, la renta del clero castellano se evalúa en 346.000.000, algo más de 118
del total de 2.650.000.000 de reales; como la amortización ha progresado
hasta entonces, en el siglo XVII la renta eclesiástica supondría 116 o 117 del
total nacional y como los eclesiásticos y las personas a su cargo supondrian
un 4 %, la renta individual de los eclesiásticos sería el triple de la media, sufi-ciente
para que vivieran en bienestar, si no fuera por las cargas estatales de
las obras benéficas.
Recientemente, estas cifras han sido afinadas por A.M. Berna1 y A.L.
López Martínez'"). En efecto, las cifras que utilizan ambos autores son: la
renta nacional de Castilla: 1.243.000.000 rs. y la renta eclesiástica: 133.584.000
rs., lo que supone que esta equivalga al 10,75 % de la de aquella. A partir de
este planteamiento, los referidos autores recogen la distribución regional de
la renta eclesiástica, su composición y el estudio particularizado de algunas
de esas rentas, aunque los datos corresponden básicamente al siglo XVIII, lo
que no merma en absoluto para nuestro objetivo en estas páginas el valor de
este trabajo, de consulta obligada para todo el que quiera moverse con un
mínimo de aproximación en un terreno de estudio tan fragmentario actual-mente
como es el de la renta eclesiástica.
Entre las rentas eclesiásticas, las primeras eran las de sus posesiones
rurales: según el Catastro de Ensenada, esas rentas suponían 281.000.000
frente a los 80.000.000 que montaba la percepción del diezmo (aunque son
cifras que no se pueden comparar realmente, ya que la primera es bruta y la
última, neta). La participación de la Iglesia en actividades industriales o
comerciales era muy reducida, pero sí tenía una clara predilección por la
inversión en juros y rentas urbanas, llegando a poseer muchas fincas urbanas
en las grandes ciudades; los juros que poseyó también fueron muchos, sobre
todo los que estaban en poder de las monjas, y como todos los demás poseso-res,
la Iglesia sufrió los efectos de su depreciación, especialmente desde 1636,
cuando comenzaron los descuentos. Por lo que respecta a los censos, sabe-mos
que en 1638 los censos de más de 30 ducados poseidos por la Iglesia
sumaban 148.698.636 maravedises, mientras los que estaban en poder de par-ticulares
llegaban a los 271.962.614; en los de menos de 30 ducados, las cifras
de los pertenecientes a una y otros eran 100.065.609 y 49.993.916, respectiva-mente'").
Precisamente, la condición de prestamistas será uno de los elemen-tos
que más contribuyen a generar una mala imagen de eclesiásticos, algo en
lo que se ven implicados todos los institutos religiosos, a tenor de lo que se
desprende de publicaciones como la U. Gómez al va re^'^^).
Otro hecho comprobado era la desigualdad del reparto de las rentas
eclesiásticas, que empezaba por arriba: las 55 sillas episcopales tenían una
renta de 1.500.000 de ducados, pero la tercera parte de la suma la reunían las
de Toledo, Sevilla, Santiago y Valencia; había obispados con 45.000 ducados
-Cuenca, Córdoba, Málaga y Plasencia-, mientras otros no llegaban a la
-
(61) Cf. "Las rentas de la Iglesia española en e1 Antiguo Régimen", publicado en Iglesia, Socie-dad
y Estado en España, Francia e Italia, Alicante 1992, págs. 15-40.
(62) Según los datos que nos ofrece A. DOMINGUEZ ORTIZ en el apéndice de su libra
Política y hacienda de Felipe IV, Madrid 1960.
(63) Estudio histórico de los prestamos censales del Principado de Asrurias jlh80~1715), Luar-ca
1979.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESiUDlOS SOBRE LA IGLESIA ESPAÑOW EN EL SiGLO XYIl 57
décima parte: los más pobres eran los de Galicia, seguidos de los catalanes
(porque la mayor parte de los diezmos estaba en poder de los señores segla-res).
En las rentas de los obispados estamos con un nivel de información
aceptable y se va incrementando progresivamente, pues a las visiones de con-junto
de que disponiamos se van sumando estudios más concretos. En efecto.
Domínguez Ortíz empezó a desbrozar el c ami n ~ ' ~un' ;o s años después veía la
luz el trabajo de Ch. Hermann'iil; más reciente es el trabajo de M. Barrio
Goza10'~~m'; ás concreto en el ámbito al que se refiere es el de Ofelia Rey
Castelao "'1.
La desigualdad en las rentas seguía por el clero catedralicio: un canóni-go
toledano o sevillano tenía una renta de 2.000 ducados; uno de Córdoba
tendría 800 o 1.000, mientras que los de Astorga o Almería no pasaban de
300 ni los catalanes superaban los 250. Y entre las parroquias, las diferencias
también eran grandes: las más ricas podían ofrecer a sus párrocos 1.000 o más
ducados de renta, pero en algunas de las pobres, el párroco dependía de la
caridad de sus feligreses. Por eso no podemos sorprendernos de que algunos
prelados acumularan dinero y beneficios, muriendo dueños de una gran for-tuna
(como D. Juan Pacheco, Inquisidor General, que dejó a su muerte
600.000 ducados en efectivo) y ni de que en un memorial de 1675 (dirigido a
la Regente por el Procurador del Estado Eclesiástico) leamos que la necesi-dad
de muchos clérigos era tal "que se hallan obligados para sustentarse a
ocuparse en ejercicios extraños y ajenos a su profesión y al arbitrio de que los
obispos unan dos y tres lugares para que tengan congrua...". Lo verdadera-mente
sorprendente es que tamañas desigualdades se acepten como si fueran
la cosa más normal, pues las voces de protesta que se dejaron oir fueron
voces aisladas, como la del arbitrista Pedro López del Reino (que propuso un
plan de reparto de las rentas del clero en 1624). En cualquier caso, es este un
complejo campo de interés en el que no podremos movernos con mayor
seguridad hasta que no sean frecuentes trabajos de la índole del de F. Feo
Parrondo '6xl,
(64) Cf. "Lo.Yre ntas de los rela lados de Casrilla en el siglo XVII", en Anuario de Historia Eco-nómico
y Social, 111 (1970), págs. 437 y SS.
(65) "Les revenus des éveques espagnols au XVlIle siecle (1650-1830)", en Melanges de la
Casa de Velúzquez, t . X (1974), págs. 169-201.
(66) "Perfil socioeconómico de una élite de uoder: los obisuos del reino de Galicia, 1600-1840".
en~ntho l o g i c a~nnu"a'3,2 (1985), pags. 11 y ss.
(67) "Estructura v evolución de una economía rentista del Antipuo Rérimen: la mitra arrobis-
/ J , l ,'. > , U , ! , , & . < , ' ,<, , < , , , l (<, , ,~l l ! , , , ,,,, ?, > 3.4. ,.*l \ \X\ ' l.J.#,,,f.i,d,. 45*.43+
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Después de las rentas de los bienes inmuebles, el diezmo era el ingreso
más importante del clero español y sorprende que apenas si hay trabajos
sobre él, posiblemente porque las fuentes para estudiarlo son tantas y tan
variadas que actúan disuasoriamente. El diezmo, como sabemos, era la déci-ma
parte de la producción agropecuaria; era un producto bruto; su percep-ción
fué manzana de discordia entre eclesiásticos y seglares y entre los mis-mos
eclesiásticos, dada la simpleza y generalidad de las leyes canónigas. En
algunos lugares se pagaba diezmo por productos no agrícolas (la barrilla en
el sudeste Cartagena-; la pesca en Galicia; pastos y bosques en Jaen; la
renta de los molinos en Plasencia, etc.), pero eran casos excepcionales; en la
meseta del Duero también se hacía pagar diezmos a mozos de labor y cria-dos.
En el siglo XVlI, la recaudación del diezmo seguía implicando una
compleja organización: cada parroquia era un ente autónomo para percibir el
diezmo y designaba un cillero o tercero (por lo general era militar, sacristán,
clérigo, maestro de escuela o similar) para recaudar, guardar y repartir los
frutos decimales; las cillas o almacenes estaban construidos con frecuencia
adosadas a la iglesia. Para disminuir gastos y ahorrarse problemas era normal
que los principales beneficiarios arrendasen la percepción de los diezmos,
por loa menos en el caso de los diezmos mayores, pues para los menudos -
más dificiles de valorar y recolectar- lo normal era la administración.
No sabemos con qué exactitud se pagaba el diezmo: era soportable
para los labradores acomodados, pero resultaba insoportable para los arren-datarios
y pequeños propietarios; en su entorno se generó una variada pica-resca
y muchas corruptelas, todas en pos de una defraudación que existía,
pero que no es Iácil determinar. Los incidentes violentos en la recaudación
diezmal serían pocos; al clero, más que las trapacerías de los pobres diablos,
le preocupaban los manejos de los grandes propietarios. Las pugnas entre
seculares y regulares por mor de las percepciones fueron constantes.
Por lo que se refiere a la cuantía de los diezmos en el siglo XVII, solo
tcnemo cálculos aproximados, sin exactitud; en 1623 el reino los cvaluó en
7.000.000 de ducados los de Castilla, lo que supondría uiios 9.000.000 para
toda España; pero descontando fraudes, gastos y diezmos percibidos por
legos, más la parte que tenía el Estado, no es presumible que el clero llegara
a recibir la mitad de esa suma. En Castilla, los diezmos recibidos por legos no
eran muy abundantes; más frecuentes lo eran en Galicia y muy fecuentes en
Cataluña; en conjunto, suponían una sexta parte del total de los diezmos. Y
por lo que hace al reparto de los diezmos, obispos y cabildos se llevaban la
mayor parte.
RE.hLlDhDES Y Tti\,¡FNCliiS DL LOS ESTLIDIOS SORRF I.A lGLESiA ESPAÚOLAEN EL SlGLO XVll 59
Contamos con monografías que nos van ilustrando sobre pormenores
diversos relacionados con el diezmo y tributos relacionados con la Iglesia.
Buena prueba de ello son los libros de M. Garzón Pareja!"' y de J.A. Alvarez
Vázquez!'"' o la Memoria de Licenciatura, defendida en 1985 en Cádiz por
Francisco M. Traverso Ruiz"". Pero sería deseable una incentivación en este
sentido. Sin embargo, en ciertos aspectos podemos empezar a darnos por
satisfechos, como ocurre con el Voto de Santiago y el entorno que rodea a
esta renta, gracias a las publicaciones de Ofelia Rey Castelao"".
La riqueza de la Iglesia provocó numerosas críticas y constantes esfuer-zos
de la realeza para apoderarse de parte de ella. La inmunidad tributaria
eclesiástica era de origen medieval, pero en la Edad Moderna se mostró
imposible de mantener, pues las necesidades del Estado requerían la aporta-ción
económica de nobles y eclesiásticos. En este particular estamos acepta-blemente
informados en sus líneas fundamentales y lo que sabemos puede
sintetizarse así. En el caso del clero, unas veces contribuyeron sus miembros
como vasallos, otras como estamento, pero siempre era precisa una conce-sión
papa1 y con Felipe 11 se consiguieron las aportaciones más definitivas y
sustanciales: la cruzada (de tiempos de los Reyes Católicos), el subsidio (en
1561, con Pio IV, 420.000 ducados, concedido contra los mahometanos y pro-rrateado
entre los titulares de prebendas eclesiásticas) y el excusado (el diez-mo
de la tercera finca más rica de cada parroquia, concedido por Pio V cuan-do
se sublevó Flandes). La Congregación de Iglesias ajustó el excusado en
250.000 ducados para evitar ilitromisiones, lo que sumado al subsidio llegaría
a los 800.000, una ciIra bastante apetitosa.
La concesión de los millones la logró Felipe 11 con la condición de que
nadie quedara exento; el Rey consiguió del Papa el correspondiente breve,
pero los eclesiásticos protestaron siempre contra un impuesto que considera-ban
lesivo de su inmunidad. La Santa Sede había hecho sus concesiones coi1
carácter temporal y para las Tres Gracias (cruzada, subsidio y excusado) la
concesióii debía renovarse cada cinco años; la de los millones, cada seis. Feli-pe
111 introdujo pocas novedades en este terreno. Felipe IV puso en marcha
una audaz política que sacrificó a la Iglesia tanto como a los demás grupos
sociales; las Tres Gracias siguieron cobrándose y la Corona disponía de ellas
cada vez con mayor libertad; se introdujo la mesada eclesiástica y se obtuvo el
cobro de tres décimas: una en 1632 (600.000 ducados) y otras en 1648 y 1662
(69) Diemiory tribriros del clero 'le Grnnnda, Granada 1974.
(70) Los dieznios en Znniunr 0500-1840). Zamora 1984.
(71) Los dierwius del obispiiilo <le Cádir: Percepción, <lisr,irihucióny evolución ( I í91~1648y)
publicada en parte cn Hi.sponin Sacra, VI I~XI I(1 987).p ágs. 567 y sr.
(72) Sobre todo a su Hisroriogi-rrfin del Voto de Snnliago, Santiago 1986 y a El Volu <le S<inriii~
go. Claves de iiit cunflicro, Santiago 1993.
(de 800.000 cada una); además contribuyó el clero en los numerosos donati-vos
que se exigieron y en otros arbitrios. Los recaudadores públicos, ante la
posibilidad de que los eclesiásticos fueran unos defraudadores, extremaban
su celo y en no pocos casos se produjeron incidentes, en los que el clero ame-nazaba
con la excomunión y con la cessatio a divinis (una especie de huelga
eclesiástica).
Los problemas que encontró Carlos 11 fueron semejantes a los de Feli-pe
IV. Se logró la renovación de los millones con la consiguiente protesta del
clero, que provocó el incidente más grave en 1686, cuando expiró la conce-sión
y se pretendía que se siguiera pagando; finalmente llegó la renovación.
Se cobró también otra décima (800.000 ducados, reducidos a 490.000 por
petición de la Iglesia de Castilla). Los conflictos se produjeron también entre
la iglesia y los municipios por las imposiciones de sisas. La mayor parte de
tales incidentes se plantearon en la segunda mitad del siglo y se advierte que
conforme progresa la centuria menudean las quejas por fraudes, que en el
caso del clero secular se refieren a ordenaciones hechas para sustraer los bie-nes
de los ordenados al Fisco, a fundaciones de capellanías para familiares
con el mismo objeto y a las interminables disputas sobre si debían o no tribu-tar
los bienes de los eclesiásticos. En el caso de los regulares, las quejas se
refieren a ventas en los monasterios sin someterlas a las sisas; otras veces se
Ics acusaba de contrabando.
Hace poco, de la pluma de Elena Catalán Martínez, hemos recibido
una sustanciosa aportación sobre estas cuestiones~")q, ue se refiere principal-mente
al siglo XVII, a los obispados de Calahorra y de La Calzada y a la
recaudación y empleo del subsidio y el excusado, descendiendo a pormeno-res
muy interesantes para poder movernos con más seguridad en estas
dimensiones.
Otras fuentes de recepción por el Estado de dinero de la Iglesia eran
las pensiones que pesaban sobre obispados, que Felipe 111 suavizó, pues habí-an
llegado a suponer un tercio de las rentas episcopales, y se determinó en
1611 que no excediera de la cuarta parte de la renta líquida y debían proveer-se
en sujetos útiles a la corona sin otro requisito que la prima tonsura. Con el
Conde-Duque el criterio de la Corona vuelve a endurecerse, dadas las nece-sidades
de la Hacienda, llegándose en algunos momentos a un auténtico
expolio de los obispados más ricos, empezando por el de Toledo, siguiendo
por Málaga, Sevilla y Córdoba, llegándose poco a poco a la práctica de divi-dir
los obispados en tres categorías: a los más ricos se les cargaba un tercio de
(73) "La participación de la Iglesia en el pago de las deudas de la Corona, 1543~1746", en Igie-sia,
Sociedad y Esrado en .. ., o.c.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPAROLA EN EL SIGLO XYIl 61
su valor; a los medianos, la cuarta parte y nada a los obispados pobres. Según
una relación de 1682, los de primera categoría eran 11, los de segunda, 19 y
quedaban exentos 6 (el de Ceuta, 3 gallegos y 2 andaluces). El destino de las
partidas no varió gran cosa: obras de caridad, individuos beneméritos y corte-sanos.
Estas pensiones suponían unos 300.000 ducados, de los que 40 o 50.000
correspondían a la Corona de Aragón. A ellas había que sumar las pensiones
cargadas sobre dignidades y canonicatos de sedes muy ricas e incluso cargos
importantes con emolumentos oficiales insuficientes se completaban con
recursos extrapresupuestarios y la atribución a estos personajes de bienes del
Patronato era solución habitual, hasta el punto que no faltaron quienes cre-yeron
que los beneficios eclesiásticos eran transmisibles y negociables, pro-vocándose
un trasiego de cargos eclesiásticos nada edificante.
Además, la misma Curia romana se llevaba cuantiosas rentas de la
Iglesia española por varios conductos, cuyo monto no es fácil de evaluar,
pero era elevada, sin duda; bulas de los obispados, expolios, vacantes, conce-sión
en Roma de coadjutorías, entre otras, eran las fuentes de esas sumas y
las ocasiones de disputas con Madrid y con la propia Iglesia española.
En cuanto a su relación con la sociedad hemos de admitir que es un
terreno en el que nos podemos mover con certezas, pues hemos de partir de
la existencia de un hecho incuestionable: la integración de los eclesiásticos en
el resto de la sociedad, en la que tienen una gran ascendencia y ejercen una
influencia considerable. Tal inserción es lógica, pues el clero no era un grupo
cerrado ni exclusivista, ya que se reclutaba en todos los medios sociales.
Ahora se avanza mucho en esta línea de la mano de investigaciones y traba-jos
que se situan en la historia de las mentalidades, por lo que los datos direc-tos
referentes al clero son escasos, pero nos hablan de la espiritualidad, prác-ticas
piadosas y otras dimensiones de la vida religiosa, actuando como
indicadores en la cuestión planteada en este párrafo.
Sabemos de la vinculación del clérigo con su pueblo natal, pues fueron
muchos los que nos legaron una crónica de su solar de origen (la mayoría
cronicones apologéticos, inexactos y de poco valor) y los que se esforzaron
en la conservación de las lenguas regionales. Otra muestra del apego a la tie-rra
era el afán de mantener su autonomía en relación a las autoridades
extranjeras, incluso a pesar del universalismo monástico.
También sabemos que en el siglo XVII continuaron llegando muchos
individuos a la vida clerical despues de una larga existencia de aventuras y
andanzas de toda índole (ya se decía fraile que fue soldado sale más acerta-do).
Pero no es menos cierto que tales casos fueron haciéndose cada vez más
raros y que se convirtieron en los elementos más numerosos los procedentes
de los grupos sociales medios e inferiores.
Del movimiento misional también conocemos sus líneas maestras:
alcanzó su cima en el siglo XVII; los métodos ya se conocían y no había más
que aplicarlos, lo que se hacia rutinariamente en demasiadas ocasiones; el
teatro de operaciones se extendió por toda la península, especialmente por
las dos Castillas y Andalucia, en una actividad en la que apenas interviiio el
clero secular; fue obra de los regulares, especialmente capuchinos y jesuitas;
además, los conventos eran centros de irradiación apostólica y evangélica.
Mientras los regulares actuaban con ejemplo y persuasión sobre las gentes, la
jerarquía secular preiirió utilizar métodos coactivos con multas y otras penas
temporales cuando no se cumplían los preceptos.
Las autoridades eclesiásticas exigían los títulos de prcceptores y mate-rias
de primeras letras, en oposición a las autoridades civiles; más raras fue-ron
sus pretensiones sobre la censura de comedias, aunque tenemos algunos
casos; el pueblo esperaba que el clero les ayudara y protegiera contra los
abusos del Poder y en las calamidades; su labor asistencia1 caritativa era muy
grande y contribuía de forma directa a hacer más popular a la Iglesia. Los
grandes señores tenían consejeros religiosos; los patronos prestaban sus
armas a los conventos que fundaban y los religiosos mantenían un trato
estrecho con sus patronos.
La instruccióii pública era otro de sus campos de acción, como las uni-versidades
y la ensefianza media; aunque la mayoría dc las órdenes practica-ba
esporádicamente esta actividad, los jesuitas sí se dedicaron sistemática-mente
a ella, sobre todo en los estudios medios, pues en los universitarios
reclamaban un lugar que doininicos y franciscanos no cedían fácilmente.
Ni qué decir tiene que dc todas estas cuestiones serían bienvenidas
muchas monografías, que en los temas que acabamos de abordar tan sucinta-mente,
perfilen los contornos y dimensiones superando los nivcles informati-vos
que tenemos, procedentes en su mayor parte de fuentes impresas siglos
atrás.
En cuanto a la relación Iglesia-Estado, los quc se han ocupado del
tema lo han hecho, predominantemente, en un plano diplomático y jurídico,
uno de cuyos mejores exponentes es Quintín Aldea"". En este terreno se ha
caido con cierta frecuencia en dos extremos: pensar en la España del siglo
(74) Igiesin y Esioilo eii !a Espoñn de! i ~ ! oX V I L Comillas 1YhI El iiúcleo bdsico dcl libro es
la disputa entre Urbaiio VI11 y Felipe IV en 1631-1632. Y. sobre lodo, su "Igirsio y Esa-
(10 en ln época barroco". en 21 t. XV dc lii tistoi-ia de Esj~oi ioI iindada por MenEndcr
Pidal, Madrid 1982, págs. 525-633. en donde lar cuertii,nes s0ii agrupadas bajo trcs gran-des
rótulos: la sacralización del poder. niveles de comercio y coiilaclo y la scgunda fasc
dc la Cantrarreforrna.
REALIDADES Y TENDENCIAS DE LOS ESTUDIOS SOBRE LA IGLESIA ESPAÑOLA EN EL SIGLO XYll 63
XVII como sumisa a la autoridad clerical y pensar en la Iglesia española
como casi esclavizada por ministros regalistas y un Estado absorvente.
Lo cierto es que tenemos eclesiásticos en las esferas gubernamentales,
pues lo reyes no solo veían en ellos a posibles gobernantes, sino también
hombres cultos y refinados, despegados de apetencias y complicaciones iami-liares.
Normal era también que un prelado ocupara la mayor dignidad del
reino: la presidencia del Consejo de Castilla; también los hubo virreyes y en
el reinado de Carlos 11, la falta de cabezas acentuó la presencia de los ecle-siásticos
en puestos de responsabilidad, sin olvidarnos de los confesores rea-les,
puesto de enorme importancia y que no ha sido estudiado~omose mere-ce,
pues solo disponemos de una discreta monografía de José Espinosa
R~dr íguez"~i'g,u almente era apetecido el confesonario de los validos, dispu-tándoselo
las órdenes religiosas. Los jesuitas progresaron mucho en el siglo
XVII en el terreno que nos ocupa y se convirtieron en los más significativos
de la Corte con Felipe IV y Carlos 11. Y no faltan casos de religiosos creado-res
de problemas y preocupaciones para los gobernantes, como Fray Juan de
Castro O.P. con Carlos 11, que intervino en el asiento de negrps, o el irancis-cano
descalzo Fray Beniro de Soledad, autor de proyectos y propuestas irrea-lizables
y agitador del pueblo de Madrid, lo que le vale el destierro.
En otra dimensión, la autoridad que en materias no dogmáticas ejercí-an
los reyes sobre la Iglesia resultó beneficiosa para la disciplina. El ahsentis-mo
episcopal no fue grande; como eran los mismos eclesiásticos los que, a
veces, reclamaban esta intervención, los reyes se inmiscuyeron en asuntos
espirituales, como demuestra la cédula de 23 de marzo de 1678, dirigida a
todos los obispos de España para que informasen sobre los sínodos que habí-an
celebrado (eD algunos sínodos del siglo XVII asistieron representantes
seglares), pues muchas materias eran de carácter mixto (diezmos, entierros,
maestros de latinidad, etc.), prueba de la confusión de jurisdiciones existente.
Los campos para la intervención real eran varios. En primer lugar, los
apuros económicos de la Monarquía, por los se que reclama a la Iglesia fre-cuentes
ayudas -como hemos visto-, sobre todo después de 1640. En segundo
lugar estaban las disensiones de los miembros del clero: regulares contra
seculares, obispos contra canónigos, etc. El pase regio era otro punto funda-mental
de las regalías, asegurado con el consentimiento de la propia Iglesia.
Pero sin duda, la cuestión que más conflictos causó en el terreno jurisdiccio-nal,
fue la inmunidad personal y real de la Iglesia.
-
(75) Fray Antonio de Soio~nuyory su correspondencia con Felipe IV, Vigo 1944.
En cualquier caso, este abanico de temas no va a quedar aquí más que
esbozado. Razones de espacio nos exijen terminar ya y no alargarnos en
cuestiones que podemos considerar marginales al principal objetivo que per-seguiamos
en esta ocasión, sobre todo si tenemos en cuenta que en muchas
de las obras citadas a lo largo de estas páginas se encuentran referencias
bibliográficas y datos concretos sobre todas ellas.
Enrique Martinez Ruiz