ALMOOAREN. 15. ,951 Pjgr 29 4 3 O CENTRO TEOLOGlCO DE LAS PALMAS
SOLIDARIDAD Y ESPERANZA ANTE LAS
VlCTlMAS DE LA POBREZA INJUSTA
PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD
CENTRO AMERICANO iUCAI DE EL SALVADOR
E n es te escrito queremos recalcar la tesis que Ellacuría formuló poco
antes de ser asesinado: "hay que revertir la historia actual". Esto significa
que no sólo hay que cambiar, mejorar y reformar, sino que que hay que
revertir, es decir, cambiar radicalmente nuestra historia.
Cómo hacerlo es tarea ingente y necesita del aporte de todos, muy
específicamente de quienes pueden ofrecer modelos nuevos para configurar
de manera humana el orden internacional económico, militar y político.
Nosotros no tenemos contenidos que ofrecer a esta ingente tarea, pero qui-siéramos
ofrecer y hacer caer en la cuenta, al menos, de la necesidad de espí-ritu
que genere en nuestra humanidad fuerza para buscar la solución correc-ta.
A esta fuerza del espíritu se la puede denominar de varias formas; aquí la
vamos a llamar solidaridad, para concluir después con una reflexión sobre la
esperanza.
Antes de comenzar el análisis, quisiera, sin embargo, hacer una especie de
confesión personal, no para que cunda mayor desánimo sino para que sirva
de acicate a la solidaridad: la sensación de impotencia al intentar comunicar
-una vez más- lo que en el mundo de las víctimas es evidente, pero que se
hace todo menos evidente en un mundo de abundancia ajeno a ellas, es decir,
qué es pobreza, injusticia, esperanza, vida, muerte, compromiso, martirio.. .
1. UNA CRISIS RADICAL Y GLOBAL
Que el mundo está mal, es bastante claro para todo aquel que tenga
ojos para ver, y desde la perspectiva del tercer mundo esto es evidente por-que
se sufre en carne propia. Sobre nuestro mundo parece cernirse una espe-cie
de fantasma que comienza a causar espanto y a cuestionar el que la
humanidad sea una aventura viable. Mal estamos y parece que iremos a peor.
Por ello, aunque lo que sigue tiene algo de macabro, queremos analizar los
males actuales del mundo, sobre todo en cuanto son males globales. Más
adelante analizaremos las posibilidades de un mundo solidario -esperanza,
austeridad compartida, fe y sentido de la vida-, pero comencemos con los
males, el mayor y más definitorio de los cuales es la pobreza que acerca a la
muerte a miles de millones de seres humanos, y deshumaniza a todos, a las
víctimas y a los victimarios. Veámoslo en cuatro breves reflexiones.
a) A la pregunta de cómo estri la especie h~imanas e podrá responder
que, comparada con otras, no está en peligro de extinción, y se dirá, más
bien, que su crecimiento es precisamente parte del problema. Pero también
es cierto que se ha comenzado a usar ya un lenguaje para expresar la no exis-tencia
práctica de millones de seres humanos. Y así, se habla ya no sólo de
mano de obra barata, sino de mano de obra sobrante, no sólo de oprimidos,
sino de inexistentes, hasta el punto de que ser explotado puede llegar a ser
un privilegio, pues supone tener trabajo. La especie humana podrá sobrevivir
malamente y aún crecer, pero con una gran parte de ella pcrteneciendo prác-ticamente
a otra sub-especie, la que no cuenta.
La esencia de la población del Tercer M~md oe, s hoy, a diferen-cia
de lo que ocurrió hasta hace 100 años, que se trata, desde el
punto de vista delprimer mundo y de sus necesidades económicas,
de una pobluciún sobrante. Se sigue necesitando del Tercer
Mundo, sus mares, SLL aire, su naturaleza, aunque sea únicamente
como basurero para sus basuras venenosas ... Lo que ya no se
necesita es la mayorparte de la población del Tercer Mundou).
b) Y nada digamos de cúmo está la familia humana, si vivimos bien
avenidos con unos y con otros o no, si vivimos en justicia, mutuo conocimien-to
y cariño. Es de sobra conocido que un informe de las Naciones Unidas
-
(1) F. HINKELAMMERT. Ln crisis del socialisnio y el Tercer Mimdo. San José, 1991, pág. 6.
SOLIDARIDAD Y ESPERANZA ANTE LAS VICTIMAS DE LA POBREZA INJUSTA 3 1
sobre la pobreza en el mundo q u e no se atrevió a publicarlo en 1989 por lo
escandaloso de sus conclusiones- dice que el abismo entre ricos y pobres es
gigantesco y va en aumento. Si en 1960 la relación entre ricos y pobres era de
1 a 30, ahora es de 1 a 60. Eduardo Galeano lo ha dicho gráficamente: "un
estadounidense vale lo que 50 haitianos". Y añade, como queriendo conmo-ver
los cimientos metafísicos de nuestro civilizado mundo: ''¿qué pasaría si
un haitiano valiera lo que 50 estadounidenses? Con esto se quiere desenma-carar
el presupuesto último de cómo se percibe esta inmensa injusticia, como
perteneciente al orden de la naturaleza y no al de la historia, como el "así son
las cosas" y no hay mucho que se pueda (y deba) hacer para cambiarlas. Y
más recientemente u11 economista acaba de escribir lo siguiente:
El dominio de los grandes grupos financieros e industriales y la
concentración de la riqueza en unos pocos ha sido un fenómeno
constante a lo largo de estos 50 años y se ha intensificado en la
última década. Asi, cuando en 1960, el 20% de la población más
pobre delplaneta se repartia el 2,3% de la renta mundial, estepor-centaje
ha disminuido al 1,7 en 1980 y al 1,4% en 1990. Mientras
tanto, el 20% de los más ricos pasaba del 70,2% en 1960, al 76,3%
en 1980 y al 82,7% en 1990'".
La verdad es que ni queremos ser los unos para los otros ni nos alegra-mos
de vivir unos con otros. A quienes viven opulentamente sólo les interesa
-con notables excepciones seguir viviendo así y no les preocupa para
nada la tragedia de los pobres. Quisieran mantener la ficción de que no los
hay o el autoengaño de moda de que el rebalse prometido por el neoliberalis-mo
operará el milagro y dejará de haberlos. Hablar de "hermanos y herma-nas''
-y nada digamos de "hijos e hijas de D i o s " suena a chiste de mal
gusto. Por mucho que se la ignore -también en medios eclesiásticos- la
parábola que mejor describe la situación de nuestro mundo actual es la del
rico Epulón y el pobre Lázaro. Las migajas que caen de la mesa es el rebalse
que promete el neoliberalismo. Es muy dudoso que esas migajas lleguen a
saciar el hambre de todos los pobres del mundo, pero lo que no está en duda
es que niega esencialmente el concepto y la realidad de la familia humana.
Con esto queremos recalcar que el mayor problema en el mundo actual
sigue siendo el antagonismo entre opresores y oprimidos, y no simplemente
las diferencias étnicas, religiosas, ideológicas, culturales ... Es cierto que estas
diferencias pueden y suelen convertirse también en antagonismo, pero for-malmente
no son lo rnismo. Y si lo recordamos es por la tendencia actual a
(2) J.M. MELLA MARQUEZ, Universidad Autónoma de Madrid, Virla Nueva. 29 de octu-bre
1994. p. 28.
ignorar éste en favor de aquéllas cuando se trata de analizar la realidad de
nuestro mundo. 0, en otras palabras, la tendencia a ignorar lo que de gravísi-mo
conflicto real sigue existiendo en nuestro mundo.
c) Lo dicho supone ya que la solución que nos ofrecen no es humana,
pues, en primer lugar, aun en el caso de tener éxito, resolvería el problema
material, pero no el de la dignidad del ser humano. Y en segundo lugar, aun
al nivel básico material, no es por ahora una solución posible para todos -
aunque no por falta de conocimientos y recursos, sino por los intereses de los
poderosos-, y por ello le es inherente el tener que tomar la trágica decisión
sobre qué pueblos van a vivir y cuáles no, sobre qué porcentaje de población
dentro de los países pobres -el 40%, el 50% o el 60%- va a sobrevivir y
cuál no, y quién decide sobre ello, a no ser que la vida y la muerte de los
seres humanos se deje a la frialdad del mercado. Por ello, como muy bien
concluía Ellacuría, recordando a Kant, esta solución no es ética, porque no es
universalizable. Pero más todavía sorprendieron las siguientes palabras suyas
en su análisis de solución, palabras que no necesitan comentario:
Desde mi punto de vista -y eso puede ser algo profético y
paradójico a la vez- Estados Unidos estd mucho peor que Amé-rica
Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero, en
mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el
mundo en general ... Pero por más doloroso que sea, es mejor
tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la
hi.~toria"J.
d) A estos graves males hay que añadir otro de tipo psico-social: el
desencanto generalizado, aunque por diversas razones. En los países del pri-mer
mundo el desencanto puede provenir del fracaso de una desaforada ilu-sión
consumista y de que la "calidad de vida" no ha tenido lugar en las pro-porciones
esperadas, lo cual, dicho sin ironía, lo convierte en desencanto
fructífero pues fuerza a buscar la vida con calidad en otra dirección. Pero en
el tercer mundo el problema del desencanto es mucho más grave. Después de
años de lucha, de esperanzas populares y de generosidad sin límites, la paz no
ha traído cambios sustanciales, con lo cual parece que ya nada puede traer-los.
Parte importante de este desencanto proviene de las expectativas frus-tradas,
como hemos visto, pero -lo peor- es que de alguna manera es pro-ducto
de algo pensado y planificado y que se quiere imponer como sustrato
(3)' 'Quinto Cenlennrio de América Lalino. iDescubriniienio o mcuhrimie>iio?. en RLT 21
(1990). pig. 277.
cultural: "la geocultura de la desesperanza y la teología de la inevitabilidad'".
Y que esto es así se desprende del hecho de que el primer mundo no sólo ha
procurado impedir o aplastar cambios radicales -revoluciones-, sino que
procura erradicar su presupuesto subjetivo: la convicción y esperanza de que
son posibles cambios significativos, no sólo cosméticos, y de que, por lo
tanto, merece la pena luchar por ellos. El mensaje que eficazmente se quiere
comunicar es. pues, que no hay más solución que la que ofrece el sistema.
2. SOLIDARIDAD: "LLEVARSE MUTUAMENTE" PARA
REVERTIR LA HISTORIA
Ante esta realidad tan malamente configurada es evidente que se
impone algo radicalmente nuevo. Y ante todo, se impone la convicción de la
necesidad de un "cainbio revolucionario, consistente en revertir el signo prin-cipal
que configura la civilización mundial"'i', como dijo Ellacuría una sema-na
antes de ser asesinado. La realidad es la que exige, aunque los pasos
deban ser dados uno tras otro, una revolución, es decir, transformacio~ies
radicales, y el revertir la historia, es decir, operar un giro de 1x0 grados sobre
ella. Eso es lo que se debe ir imponiendo en la conciencia colectiva de la
humanidad y lo que debe ir generando cultura para poder transiormar una
historia de inhumanidad en una historia de humanidad. Pues bien, para
expresar la necesidad de ese cambio radical se ha comenzado a usar, aunque
todavía no lo deiinamos con precisión, el término solidaridad. Y lo que más
interesa recalcar ahora es precisamente su novedad.
a) En cuanto yo conozco, el término solidaridad, tal como ahora se usa,
es relativamente nuevo, y el que haya tenido que aparecer en el lenguaje
eclesial y político ya es en sí mismo un hecho importante, pues indica que
otros términos y las realidades a las que corresponden. aun buenas, se han
hecho claramente insuficientes y aun peligrosas para dar solución al proble-ma
actual. Esto ha ocurrido ciertamente con realidades religiosas, como la
caridad, pero también con realidades políticas tan venerables como la liber-tad
e igualriud, e incluso la fraternidad a u n q u e pensamos que ésta está sin
estrenar en su capacidad de configurar el mundo. A continuación vamos a
analizar dos realidades que también pueden hacerse pasar por solidaridad,
pero que no lo son.
(4) X. GOROSTIZA. 'Lrr iiiediocióti de los ciinzbios .socinlrs y los ciiinhius inrei-iiitiioiinlps",
en Conihio social y l~~nsnni ienicori siitriio en Amrricii Lniinn. J . COMBLIN. J.1. GON-ZALEZ
FAUS, J. SOBRINO rds.1993, pág. 131.
(5) ' 'El desqlío dc las rniiyoiins yu/ii~lore.s"c, n ECA 493-494 (1989). pig. 1.076.
En primer lugar, la ayuda, bien sea en la forma tradicional de limosna,
bien en la actual forma de ayuda gubernamental, no resuelve el problema
adecuadamente (y nada digamos cuando se pervierte el término y se habla,
por ejemplo, del millón de dólares diarios con que el gobierno de Estados
Unidos "ayudó" militar y económicamente a El Salvador durante los doce
años de guerra). Más aún, si se compara con otras épocas de la historia, en la
nuestra los países ricos ayudan más a los países pobres, pero, en lugar de dis-minuir,
la tragedia de éstos ha aumentado con frecuencia. La ayuda, pues,
aun sin analizar ahora los mecanismos por los cuales la ayuda del norte al sur
se convierte en ayuda del sur al norte, no ha solucionado el problema.
Además, desde un punto de vista antropológico, si la solidaridad sólo
fuese agua, no pasaría de ser una limosna magnificada, con lo cual el donante
daría algo de lo que tiene, pero sin ver él mismo comprometido en lo más
profundo suyo, ni urgido a mantener la ayuda. Y la ayuda así entendida lo
sería sólo en una dirección, del que da al que recibe. Pero de esta forma se
desconocerían tres elementos esenciales de la solidaridad: el compromiso
personal, no sólo la ayuda material; la decisión duradera a ayudar, no sólo el
alivio coyuntural; y la apertura a recibir, no sólo a dar.
En segundo lugar, la alianza, como forma de unirse grupos y naciones
para defender intereses comunes en contra de los de los otros, tampoco es
solución, y ciertamente no lo ha sido para los países pobres. Además, por
definición, las alianzas se hacen para defenderse nnos de otros y luchar nnos
contra otros, con lo cual se divide y opone a los seres humanos y se destruye
la familia humana. Pueden ser necesarias, por supuesto, pero, por su propia
naturaleza, no son adecuadas para hacer que la vida de la familia humana sea
más viable sobre el planeta. La alianza, como modelo teórico, es distinta y
contradice en muchos puntos al de la solidaridad.
b) Visto desde esta perspectiva, el mero hecho de tener que usar un
concepto nuevo -solidaridad- expresa ya que para los graves problemas
actuales no sólo no hay soluciones reales, pero ni siquiera conceptos teóricos
adecuados. Por ello, solidaridad, en cuanto es concepto nuevo, es ante todo
un concepto profético/utópico, apto para expresar indirectamente que esta-mos
mal y para expresar directamente que debemos buscar un camino de
solución distinto. Y es también un concepto necesario, no optativo: en len-guaje
de nuestros mayores, o por amor de Dios -la humanización que pro-duce
la solidaridad, y de ahí la bella expresión "la solidaridad es la ternura de
los pueblosn- o por temor de las penas del infierno -el fracaso físico y
moral de la humanidad- hay que promover una cultura de la solidaridad.
¿Y qué es, en definitiva. solidaridad? Es un modo de ser y de compren-dernos
como seres humanos, que consiste en ser los unos para los otros para
SOLTDARIOAD Y ESPERANZA ANTE WS YICTIMAS DE LA POBREZA iNlUSlA 15
llegar a estar los unos con los otros, abiertos a dar y reciblr unos a otros y unos
de otros. Y como todo ello debe ocurrir en un mundo desigual y antagónico,
de débiles y poderosos, de víctimas y verdugos, a la solidaridad le es esencial
un elemento de abajamzento de los unos a los otros, lo cual significa un cam-bio
radical en el modo de comportarnos los humanos. La solidaridad expresa,
pues, una antropología a la que le es esencial la referencia al otro, pero de
manera precisa: hay que estar abierto al otro tanto para dar como para reci-bir
-y no se piense que sólo la apertura al dar es difícil, sino que también lo
es la apertura al recibir de aquéllos, los que están abajo en la historia, de
quienes piensan los que están arriba que nada significalivo pueden recibir. Y
digamos para terminar que ese dar y recibir acaece a todos los niveles de la
persona y de los pueblos: material, espiritual, eclesial y teologal. Dicho en
palabras sencillas, la solidaridad es la utopía de "llevarse mutuamente".
Insistamos, para terminar este análisis, en que la realidad de este
mundo está activamente transida de anti-solidaridad (aunque a veces el
mundo dé la impresión de ser sólo neutal o sólo distante con respecto a ella),
y por ello saber qué es solidaridad se deducirá muy eficazmente de lo contra-rio
de lo que ahora ocurre, y trabajar por la solidaridad supondrá combatir la
realidad en que vivimos. Quizás parezca exagerado, pero la solidaridad
expresa una revolución de igual o mayor envergadura que la revolución
copernicana, la del mismo Copérnico en astronomía o la de Kant en episte-mología:
cambiar el centro de la propia vida, que no es ya sólo el yo personal
y grupal, sino el otro -aunque el yo vuelva a recobrarse al recibir del otro-.
Y esto no sólo ni principalmente por razones espirituales o ascéticas sino por
razones de humanidad y de sobrevivencia física. Sólo que es más fácil cam-biar
una visión tradicional sobre astronomía o epistemología, que sobre el
propio yo.
3. EL ORIGEN DE LA SOLIDARIDAD: EL PUEBLO
CRUCIFICADO
La solidaridad, aunque necesaria, es difícil, y por ello es importante
saber qué la puede poner en marcha. De antemano pudiera decirse que para
que se genere solidaridad -por la novedad y por el contenido se tienen
que tocar las fibras más hondas del ser humano, allá donde llega tanto la
interpelación como la promesa de salvación. Y para caer en la cuenta de qué
realidad puede llegar a generar cosas tan hondas comencemos con una pre-gunta
que nos hicimos hace años y que, a pesar de las apariencias, es todo
menos retórica.
¿Hay aigo santo en el mundo de hoy? Lo "santo" no es sólo un
ION SOBRiNO
sustitutivo de lo último o lo absoluto, sino implica también salva-ción
para quien responde y se introduce en ello. Por eso podemos
preguntar de nuevo: ¿Hay algo que se presente como lo último e
inrnanipulable, que exija al hombre con ultimidad, pero que se
presente también como promesa y plenificación? ... ¿Hay algo que
impulsa a ir más allá del propio yo y de los yos grupales, aunque
fuesen buenos, como la familia, el partido, el país, la propia igle-sia?'".
Estas palabras las escribí a propósito de la defensa de los derechos
humanos, pero me parecen igualmente útiles para introducirnos en la solida-ridad.
Respondiendo a las preguntas con las conocidas palabras de Rudolf
Otto, "santo" es aquello que es a la vez tremens y fascinans, lo que Iiace tem-blar
y lo que fascina. ¿,Qué es eso eii el mundo actual?: el pueblo crucificado.
Ese pueblo crucificado, como lo hemos analizado en el primer aparta-do
en otro lenguaje, es ante todo, cosa real, es lo masivo, no la excepción o la
anécdota. Es lo que muere y, con mayor exactitud, lo que es dado muerte por
sus verdugos. Y es lo crucificado porque en buena medida reproduce el desti-no
de Jesús. En lo que queremos insistir ahora es que ese pueblo crucificado
es santo, porque aterra por la crueldad e injusticia a la que es sometido, pero
fascina también por su inocencia e indefensión, por su esperanza y por su
decisión, en cosas grandes o pequeiias, a bajar de la cruz.
En el pueblo crucificado hay interpelación y salvación. Si no lo tene-mos
presente, vivimos adormecidos, de modo que el cambio radical que se
expresa en la solidaridad puede compararse al despertar de un sueño. Y para
valorar lo que significa ese despertar podemos recordar que los avances rea-les
en libertad, igualdad y democracia en cl primer mundo tienen mucho que
ver con aquello que Kant llamaba "despertar del sueno dogmático", es decir,
no vivir como dormidos delegando en otros la responsabilidad del propio
pensar. Haber despertado de aquel sueno ha sido muy importante para todos
y Iia ayudado a la humatiización de la familia humana. Pero esto no significa
que los seres humanos de finales del siglo veinte, con adelantos de todo tipo,
no estén todavía sumergidos en otro sueño, pesadilla más bien, más profundo
y más cruel que el anterior: el suelo de la cruel inhumanidad.
En un mundo con tantas facilidades para conocer la realidad del plane-ta,
universidades, medios de comunicación de todo tipo, púlpitos eclesiales y
aulas escolares se conoce muy poco de la realidad. Seguimos "dormidos",
"adormecidos" más bien, "drogados" podríamos decir con mayor precisión,
-
(6) '"Lo divino iie Irickorpoi- los ilereckoc humanos". en Sml Turne 10 (1984). pág. 683.
SOLIDARIDAD Y ESPERANZA ANSE LAS VlCTlMAS DE LA POBREZA INJUSTA 37
por ese mundo que ha despertado en muchos otros aspectos. Por ello a nues-tro
primer mundo de hoy se pueden aplicar las palabras de Antonio Montesi-nos
en 1511 en La Española: ''¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño
tan letárgico dormidos?"
Las razones que aducía para usar tal expresión no son muy distintas de
las que podemos usar hoy: "Estos ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas
racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?" Y aun-que
suene aparentemente anacrónico, también hay semejanza en la conclu-sión
que sacaba: "todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís" (véase
la dificultad de ofrecer sentido a la existencia), y ciertamente hay semejanza
en la razón que aducía: "la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes
gentes".
Pues bien, lo que tiene capacidad de despertarnos del sueño de la cruel
inhumanidad es el pueblo crucificado, y, al hacerlo, pone en marcha el proce-so
de solidaridad. Pudiera decirse a priori desde la fe cristiana -lo cual ha
sido muy olvidado a pesar de tanto avance científico en teología- que el
pueblo crucificado tiene la capacidad, como ninguna otra cosa, de hacer que
la mirada recaiga sobre él. Del siervo doliente de Jahvé dice Isaías que ha
sido puesto por Dios para ser "luz de las naciones" (1s 42,6; 49,6). Y de Cristo
crucificado dice el evangelio de Juan que todo lo atraerá hacia sí (Jn 12,32),
que mirarán al que traspasaron (Jn 19,37). Pero también ha ocurrido así his-tóricamente.
La persecución, represión y muerte en países como El Salvador
es lo que puso en marcha el movimiento de solidaridad, la ayuda del primer
mundo al pueblo crucificado. Cierto es que todo comenzó con el asesinato de
sacerdotes, comprensible por lo novedoso, aunque realidad eclesial todavía,
pero el movimiento de solidaridad llegó a constituirse como tal cuando se
llegó a descubrir la muerte lenta y violenta de las mayorías: el pueblo crucifi-cado.
4. EL DAR Y RECIBIR LO MEJOR DE LO HUMANO
Hemos insistido en que, formalmente, solidaridad no es ayuda en una
dirección, sino en las dos direcciones. Para el propósito de este artículo, la
solidaridad consiste en el niutuo llevarse el primer y el tercer mundo. Esto es
lo que vamos a analizar brevemente a continuación desde la perspectiva de
qué debe dar y qué puede recibir el primer mundo del tercero, y no es nada
difícil inferir desde la perspectiva inversa, qué puede dar y recibir el tercer
mundo del primero.
a) ¿Qué da y debe dar el primer mundo a los pueblos crucificados?
Esta es una pregunta clave, cuya respuesta ya la hemos dado en principio:
revertir la historia, aunque para la convicción y motivación a ello, y para
encontrar la dirección correcta de la radicalmente nueva dirección del primer
mundo, debe contar con el pueblo crucificado. Ahora, pues el espacio no da
para un análisis extenso, sólo queremos mencionar algunas dimensiones for-males
del don que debe hacer el primer mundo.
En primer lugar, pues en sus manos está, debe dar vida de modo que la
especie humana sea viable y no pase a ser sub-especie no existente, y debe
dar abajándose conscientemente -empobreciéndose él mismo, aunque la
palabra suene a desatino manifiesto- para que sea posible no sólo la vida,
sino la familia humana. Eso significa que el primer mundo promueva lo que
Ignacio Ellacuria llamaba "la civilización de la pobreza".
En segundo lugar, debe dar a modo de restitución, es decir, devolvien-do
lo depredado durante siglos, no sólo para evitar así paternalismos y neo-colonialismos,
sino para disponerse a la gracia del perdón. Eso significa que
el primer mundo promueva "la honradez con lo real", diciéndose a sí misino
lo que es.
En tercer lugar debe dar sin la hipocresia de convertir la ayuda en
negocio y provecho propio (funcionarios extranjeros que en la realización de
proyectos cobran salarios 5,10, hasta 18 veces mayores que los de sus colegas
en el tercer mundo; generación de deuda externa que hace que el tercer
mundo capitalice al primero...). Eso significa "la recuperación de la decen-cia".
Por último debe dar abierto al recibir, como veremos enseguida, lo que
significa "la apertura a la gracia" y así al sentido de la vida.
b) ¿Qué recibe y puede recibir el primer mundo del pueblo crucifica-do?
Esto lo hemos analizado en detalle en otro lugar"', y aquí nos reducimos
a tres cosas: dignidad, utopía y calidad de vida.
El pueblo crucificado le ofrece al primer mundo ante todo luz para
conocer la realidad, lo cual es experiencia repetida en nuestros días. El tercer
mundo se ha convertido en luz para que podamos sabernos en nuestra ver-dad,
si no hacemos como aquellos que pasaban delante del siervo sufriente y
volteaban la cabeza para no verlo (1s 53,3). Esa luz ilumina la verdadera rea-lidad
de nuestro mundo, que trata de ser ocultada y encubierta con eufemis-mos
como países en vias de desarrollo, democracias incipientes, o con lengua-je
asépticamente geográfico: el sur. Pero ilumina también nuestra verdadera
-
(7) Jesi~crist" Liberador. San Salvador, 1991, pigs. 433-439.
SOLIDARIDAD Y ESPERANZA ANTE LAS VICTIMAS DE LA POBREZA INJUSTA 39
realidad como seres humanos, pues los pueblos crucificados no han caído del
cielo (mejor será decir, no han surgido del infierno), sino que son producto
de nuestras manos. Y, aunque traumatizante, la luz que ofrece el pueblo cru-cificado
nos ayuda a estar en la verdad, a no vivir artificialmente, a no seguir
siendo la excepción y la anécdota en este mundo, sino a ser cosa real. Y así
también a recobrar el mínimo de dignidad.
Aceptar la verdad es el primer paso para superar la vergüenza que
debemos o debiéramos sentir de haber hecho un mundo tan injusto, inhuma-no
y cruel, en el que somos la excepción y la anécdota. Y es que la mayoría
de la humanidad está hecha de pobres, cuya vida está seriamente amenazada
a los niveles primarios, y en comparación con la cual el hombre y la mujer
moderna de las sociedades de abundancia son una excepción. Y hay que pre-guntarse
-tener la sospecha al menos- si la excepcional vida de unos no se
debe a la mayoritaria muerte de otros. Aceptar esta verdad es cosa dura,
pero salvífica. Nos devuelve realidad y dignidad. Y esto nos lo ofrece el pue-blo
crucificado.
El descubrimiento de la verdadera realidad lleva también a redescubrir
otras cosas importantes para el primer mundo. Unas, como la utopía, casi en
vías de extinción, y otras, como la llamada "calidad de vida", mal encamina-da
y sin solución. Digamos unas breves palabras sobre cada una de ellas.
Por lo que toca a la utopía, el pueblo crucificado exige mantenerla viva
y le ofrece una dirección y un contenido concreto: utopía es la vida justa y
digna de los pobres, abierta siempre a un "más". A esto llamamos utopía en
sentido estricto porque todavía no ha lugar, pero es importante insistir en
que en eso y no en ilusiones y devaneos egoístas del primer mundo consiste
la utopía. Y es muy comprensible, aun desde un punto de vista metodológico
formal, que así se vean las cosas, pues el lugar de la utopía es el mismo que el
de la profecía. Así, el pueblo crucificado muestra sub specie contrarii el con-tenido
de la utopía. Y, a la inversa, habrá que preguntarse si aquellos que
hoy niegan o reniegan de la utopía se han confrontado alguna vez en serio
con el pueblo crucificado. La utopía vive de la esperanza, ciertamente, pero
comienza como superación de lo que denuncia la profecía.
Y el pueblo crucificado nos ayuda también a criticar la -en mi opi-nión-
mal llamada "calidad de vida" y, sobre todo, a reorientarla correcta-mente.
En el primer mundo, por mucho que se hable de "calidad" de vida, en
lo sustancial se está hablando todavía de.cantidad: "más" derechos, más
libertades, más tiempo de ocio, más avances tecnológicos ... Algo hay de
exageración en lo que decimos, pues también se busca "mejor" medicina,
educación, arte ... Pero no creemos que exageramos en lo fundamental por-que
todavía no se ha dado, ni parece que se esté en trance de dar, el verdade-
ro salto cualitativo que consiste en pensar esencialmente la propia vida y des-tino,
los propios sufrimientos y esperanzas, desde, para y con los de los
demás. En otras palabras, habrá verdadero avance en la "calidad" de vida,
cuando ésta se piense desde y para toda la familia humana, cuando el gozo de
la vida consista en ser-humano-con-otros, y cuando lo que se celebre sea,
ante todo, esto. Una vida de más calidad, que sea sólo para uno mismo, para
el grupo, la autonomia, el país, el bloque, es una contradicción. Lo es desde
una perspectiva cristiana. pero también lo es desde una perspectiva simple-mente
humana, como lo demuestra la experiencia.
La "calidad de vida", tal como hoy se la entiende, no acaba de humaiii-zar,
por decirlo suavemente, y la razón fundamental -se sea o no consciente
de ello- es que está basada sobre la vida miserable de las mayorías. Por ello
habrá calidad de vida cuando la actual civilización de la riqueza, que empo-brece
a las mayorias y deshumaniza a todos, sea sustituida por una civiliza-ción
de la pobreza que posibilite la vida de todos y humanice a todos, y,
entonces sí, "civilice" a todos. En lenguaje de la economia, habrá calidad de
vida cuando el trabajo tenga prioridad sobre el capital. Y si se me permite la
paradoja, el primer mundo "vivirá mejor" cuando acepte "vivir peor" para
que "todos puedan vivir".
Con la calidad de vida, sin embargo, como ocurre con tantas otras
cosas, aun las buenas, el primer muiido es el que decide su definición, y con
ello su control, y es celoso de que le quiten ese privilegio. Asi ocurre con la
definicióii de lo que deban ser los sistemas políticos, los derechos humanos y
hasta la teologia. Pues bien, si algo nos aportan los pueblos crucificados es un
nuevo camino para definir y poner por obra la calidad de vida. Idealmente,
ésta se expresa en el espíritu de comunidad versus el individualismo aislacio-nista,
que fácilmente degenera en egoismo; en la celebración versus la diver-sión
irresponsable, que degenera en alienación; en la apertura versus el etno-centrismo
cruel, que degenera en desentendimiento del sufrimieiito de los
otros; en la creatividad versus la imitación servil, que fácilmente degenera en
pérdida de identidad propia; en el compromiso versus la mera tolerancia, que
degenera en indiferencia; en la fe versus el burdo positivismo y pragmatismo,
que degenera en sinsentido de la vida.. .
5. SOLEDAD Y SOLIDARIDAD: LLEVARSE EN EL SENTIDO
DE LA VIDA Y FE
Queremos terminar el análisis de la solidaridad con esta reflexión para
mostrar la hondura de lo que entendemos por ella. También la fe, como lo
más profundo de la persona, se debe realizar en apertura a la fe de otros, a
SOLIDARIDAD Y ESPERANZA ANTE LAS VlCTIMXS DE 1.A POBREZA INJUSTA 41
recibir fe de ellos y a darles de nuestra fe, y recordemos que estamos hablan-do
del primer mundo con una fe más ilustrada y del tercer mundo con la fe
de los pobres. Y algo semejante que decir del sentido último de la vida, con
lo cual, aunque ahora usemos lenguaje creyente, pensamos que esta reflexión
puede ser hecha y comprendida por todo el mundo. Veámoslo.
Es claro que en la fe y en el sentido de la vida en algún momento todos
tenemos que hab6moslas con nosotros inismos en soledad, y, en definitiva,
sin poder delegar en nadie nuestra responsabilidad. Y esto no es descubri-miento
moderno, sino que viene de antiguo: Abraham, Moisés, Jeremías,
María, Jesús. .. Todos los grandes prototipos de fe son descritos de tal mane-ra
que en momentos importantes tuvieron que habérselas a solas con Dios.
Pero es también claro que en la Escritura la fe de unos confirma, fortalece,
ayuda a la fe de otros. Dicho en términos de solidaridad, los creyentes se Ile-van
mutuamente, como escribe Pablo a los romanos, insistiendo reiterada-mente
en la idea: "Tengo muchas ganas de verles ... para animarnos mutua-mente
con la fe de unos y otros, la vuestra y la mía" (Rom. 1,lls).
El que la fe tenga que ser así puede ser argumentado a priori, pues al
misterio de Dios sólo se le puede corresponder sintónicamente, y de ahí que
tenga hondo sentido hablar del "pueblo de Dios" como del sujeto creyente
primario, dentro del cual, pero no con independencia del cual, se realiza la fe
del individuo. Y ese hecho de que "entre todos" creemos en Dios es positivo,
pues posibilita la fe en un Dios siempre mayor. Los "otros", con sus diversas,
aunque siempre limitadas concepciones de Dios, son los que posibilitan la
superación tanto de la propia limitación como de la hybris que piensa saber
ya adecuadamente de Dios. Para captar el misterio de Dios y dejarle que se
manifieste en toda su riqueza hay que estar, pues, activamente abiertos a la
fe de otros. De esta forma, "entre todos" vamos captando un poco lo inson-dable
del misterio. Y digamos lo mismo del sentido de la realidad y de la pro-pia
vida: juntamente con otros va creciendo o decreciendo la convicción de
que en el fondo de la realidad hay un sentido más que un absurdo.
Pero hay que hacer otra precisión importante, sobre todo para el cre-yente
o simple ciudadano del primer mundo. Hemos dicho varias veces que
nuestro mundo se divide fundamentalmente entre los que dan la vida por
supuesto y los que lo que no dan por supuesto es precisamente la vida. Pues
bien, esa diferencia fundamental se refleja también en la forma que adopta la
fe, y en que los que son "diferentes" se pueden llevar en la fe. La decisión al
abajamiento, por ejemplo, puede verse motivada por la fe real de los pobres;
y, a la inversa, éstos pueden encontrar en el apoyo de aquéllos un nuevo
motivo para la fe. La oración de petición, típica de los pobres, puede ayudar
a que cristianos en abundancia descubran su pobreza específica y se remitan
a Dios en la oración; y la esperanza activa, la disposición al trabajo y la lucha
podrá enriquecer la fe de los que viven en mayor indefensión.
Los ejemplos pueden multiplicarse, pero lo importante es la conclu-sión.
Cree la persona, pero no cree sola. En lo más profundo nuestro, cuando
damos una respuesta positiva al enigma de la existencia y al misterio de Dios,
somos llevados por otros. Y somos llevados por los más pobres, por los que
están abajo, por los que pensábamos que eran aquellos a quienes nosotros
tenemos que ayudar. La sorpresa es grande, pero es también una buena noti-cia,
sobre todo cuando también nosotros llevamos a los pobres en nuestra fe.
Entonces hay solidaridad y gozo.
6. LA ESPERANZA Y LOS MARTIRES
Todo lo que hemos dicho es utopía, evidentemente. La solidaridad se
ofrece como modelo para que este mundo tenga solución, sabiendo que el
mundo no sólo no se mueve por solidaridad, sino casi siempre por egoísmo.
Pero hay algo en el modelo de solidaridad que ya es realidad en el modo de
relacionarse hoy personas y grupos en el primer y en el tercer mundo. Y en
cualquier caso es necesario. Como dijimos más arriba, o por amor a Dios o
por temor a las penas del infierno, hay que buscar alguna forma de solidari-dad,
de llevarse mutuamente. Todos sabemos, dicho en lenguaje político, que
el mundo sólo sobrevivirá si se conjugan los intereses de todos. Pero también
nos gusta decirlo en lenguaje utópico: el mundo nuevo surgirá si crece la cul-tura
de la solidaridad, cuyo presupuesto es la familia humana y en cuyo cen-tro
están los pobres.
Ya hemos visto qué pone en movimiento la solidaridad: el descubri-miento
del pueblo crucificado encubierto. Pero preguntémonos para termi-nar
de dónde sacar fuerzas para mantenerla en medio de graves dificultades.
Es difícil mantener la solidaridad no sólo por los costos que acarrea, de lo
cual dan testimonio tantas personas, grupos, instituciones hostigadas, perse-guidas,
martirizadas ... Lo es también porque la geopolítica actual no la favo-rece
casi nada -sin que esto quiera decir que antes la favoreciera notable-mente-,
ni tampoco las directrices eclesiásticas oficiales. Por último,
siempre está ahí el "a la larga" que dificulta mantenerse en el camino
emprendido y más cuando sobreviene el desencanto ¿qué ha traído tanta
solidaridad con Nicaragua, El Salvador.. .?
Mantener la solidaridad es, pues, cosa fácil, y lo que la hace posible es
la esperanza. Y si nos preguntamos, de nuevo, de dónde sacar esperanza, la
respuesta es que lo que genera esperanza es el amor sincero a los pobres de
SOLIDARIDAD Y ESPERANZA ANTE LAS YICIIMAS DE LA POBREZA INJUSTA 43
este mundo'". Y ese amor se ha mostrado entre nosotros de la manera más
clara posible en los mártires.
Por recordar al mártir más eximio del pueblo salvadoreño, Monseñor
Romero, muchas veces he preguntado a gente sencilla quién fue Monseñor
para ellos, y la respuesta en lo fundamental ha sido unánime: "Monseñor
Romero dijo la verdad, nos defendió a nosotros de pobres y por eso lo mata-ron".
De esta forma están diciendo que mártir es aquel a quien le quitan la
vida, pero por razones bien precisas: por decir la verdad y por defender al
pobre. Y la conclusión es -no necesariamente en forma conceptual, pero sí
existencia1 que quien introduce verdad y amor en nuestro mundo de men-tira
y de crueldad genera y mantiene esperanza.
* * *
Terminemos como comenzamos. Para que el mundo tenga solución se
necesitan procesos y modelos que realmente puedan transformar las estruc-turas
que configuran nuestro mundo, y para ello se necesita también una
buena dosis de realismo, de pragmatismo y de compromiso. Sin ello, por
ejemplo, no se hubiera acabado la guerra en El Salvador ni se hubiesen fir-mado
los acuerdos de paz. Pero esto no basta. Para poner en marcha esos
procesos, darles la dirección correcta y mantenerse en ellos se necesita espíri-tu.
Nosotros lo hemos analizado desde la solidaridad, y hemos mencionado la
esperanza que surge de la verdad y del amor. No son éstos los bienes políti-cos
que parecieran los más importantes, y ciertamente no son los bienes eco-nómicos
de los que estamos tan urgidos. Pero mal construiremos un mundo
nuevo sin la solidaridad que los promueve y sin los bienes sociales de la ver-dad,
del amor y de la esperanza. Con ellos la vida tiene sentido, y sin ellos
sólo queda el desencanto o la huída. Con ellos hay ánimo para trabajar por
una sociedad configurada por la verdad y por la justicia, y sin ellos sólo
queda la crueldad del egoísmo o el "sálvese quien pueda".
Dicho en palabras del pronunciamiento de la UCA del 16 de noviem-bre,
parafraseando a Jürgen Moltmann, "no toda vida es ocasión de esperan-za,
pero sí lo es la vida de los mártires que, por amor, cargaron sobre sí con el
pecado social, siguiendo el ejemplo de Jesús".
Teniendo ante los ojos a los pueblos crucificados y el ejemplo de los
mártires, podremos vivir la solidaridad e intentar revertir la historia. Así par-ticiparemos
de la muerte de los pobres, pero podremos vivir ya como resuci-tados
en la historia.
Jon Sobrino
-
(8) Esto lo hemos desarrollado en "Ln rsperanzn y los mártires", en ECA (1994), págs. 553~
554 (1994).