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VALORACION DEL SIGLO XIX EN GENERAL Y DE PEREZ Galdós EN PARTICULAR, EN LA REVISTA CRUZ Y RAYA (1933-1936) Manuel José Alonso García E. U. Magisterio de Melilla El primer número de la revista Cruz y Raya apareció en abril de 1933 y el último número, que fue el número 39, se publicó en junio de 1936, a razón de un número cada mes, a excepción del número dedicado a Lope que fue un número doble, el 23 y 24. Pérez Galdós había muerto trece años antes del inicio de la revista, es decir, en 1920. La revista no tuvo nunca una línea conjunta ni dirigida de forma homogé-nea sino que cada colaborador opinaba de forma diferente y libre. No obstante para compensar ciertas ideas y buscar el equilibrio de fuerzas, el Director, bien en el mismo número, bien en números consecutivos, yuxtaponía artículos y autores con opiniones contradictorias. Aunque no había editorial, el Director daba su punto de vista en cada número mediante los autores ejemplarizados, de forma indirecta. A partir de aquí no se podrá afirmar que la revista dijo esto o negó aquello sino que tal autor en concreto se expresó de esta forma o de esta otra. Otra forma indirecta de influir el Director, José Bergamín, en la revista era aceptando o rechazando a tal o cual colaborador, a tal o cual artícu-lo. Pero un influjo directo del Director era la colocación de los colaboradores, el reparto de secciones de la revista que tenían mayor o menor prestigio y la selección de autores antologizados que, en su mayor parte, eran místicos o cuasimísticos, es decir poetas. De aquí que no sólo las antologías poéticas sino los artículos y reseñas sobre poesía cuatripliquen el espacio que la revista dedi-có a la novela y al teatro. Sólo en nueve ocasiones se habla de la novela en la revista Cruz y Raya: en los números 6 y 7, con artículos de Bergamín y Fernández Almagro, respectiva-mente, sobre Unamuno. En el número 31, un artículo de Landsberg sobre Unamuno. En el número 12, Cossío transcribe las cartas de Pereda y de Galdós sobre las novelas «Gloria» y «De tal palo tal astilla». En el número 38, Menén-dez hace una recensión sobre «El último puritano» de J. Santayana. En el número 22, un artículo de Pérez Ferrero. En los números 23/24 los artículos de Bergamín y de Montesinos sobre Lope e indirectamente sobre lo que se puede llamar el inicio de nuestra novela. En el número 33 y en el número 34, los artículos de Bergamín sobre crítica literaria de la novela. Sobre el teatro en general hay alusiones dentro de los artículos que se refie-ren a la novela. En concreto, hay cuatro obras teatrales que se publican en Cruz y Raya: El «Auto Sacramental» de Miguel Hernández (obra inédita) en los números 16, 17 y 18; El «Auto de la Maya», de Lope, en el número doble 23/24; el Drama en tres actos, «Escaleras», de R. Gómez de la Serna, en el número 26; y «El Pozo Amarillo» de Camón Aznar, en el número 34. En el número 17 hay una recensión hecha por Salas Viu sobre «El Héroe» de Camón Aznar. m D Al ser Cruz y Raya una revista predominantemente poética con menoscabo, X E aunque no olvido ni desprecio, de la novela y del teatro, es lógico que Pérez Galdós, con una producción sobre todo novelística y teatral, estuviese un poco : preterido en la revista Cruz y Raya. - m O E Pero ya en esto se va distinguiendo la revista Cruz y Raya de la Generación del 27, en la que la mayoría de los autores la han encasillado. Es cierto que nuestra revista está cronológicamente cerca de 1927, pero su espíritu es distin- E to. Sólo una cuarta parte de sus colaboradores siguen las normas de la genera-ción del 27 y de la Poesía Pura (poesía que excluía a la novela y al teatro) como es el caso de los formalistas gongorinos y juanramonianos y de los puros y vanguardistas como Abril y Alfaro, entre otros. El resto de los colaboradores de Cruz y Raya siguen la poesía existencia1 de Unamuno o el neo-romanticismo de Bécquer, o practican un moralismo orteguiano de compromiso ético en la % producción literaria, o prefieren un compromiso político que arranca de la ; poesía popular de Lope y de la crudeza de Quevedo, o bien instauran el neo-realismo de 1935 con un acercamiento a las cosas (Zubiri y Rosales) o propician un compromiso religioso como era el caso de los Místicos, de L. E. Palacios, de Maritain y de Mounier. No digamos nada del abismo conceptual y estratégi-co que separaba, aunque con 34 colaboradores comunes, a nuestra revista de La Revista de Occidente. La revista Cruz y Raya se compone de 254 artículos sin incluir en ellos 57 textos de autores ejemplarizados que transcribe Bergamín, que equivalen a 53 páginas de la revista. De los 81 artículos que pertenecen a 1933, la mayoría son artículos políticos tanto según el título como según los temas puros. Hay 82 artículos en 1934, 60 artículos en 1935 y 31 artículos en 1936 y la mayoría de ellos, tanto según el título como desde el punto de vista de temas puros, son temas poéticos. Sin embargo, desde el punto de vista de temas mixtos, la mayo-ría de los 254 artículos de que se compone Cruz y Raya está ocupado por «lo religioso», con lo que, al hablar de mixto nos referimos tanto al tema del compromiso como al del dualismo y antagonismo. Son 113 los fundadores y colaboradores de la revista Cruz y Raya y, desde el punto de vista político, no hubo tampoco uniformidad de criterio en nuestra revista ni por el credo político de sus colaboradores ni por sus teorías políticas tal cual quedaron expresadas en sus artículos. Hubo colaboradores de derechas como García Valdecasas, Manuel Torres, Maravall, Leopoldo E. Palacios y Sbchez Mazas, junto a colaboradores de izquierdas como Serrano Plaja y Me-néndez. Hubo colaboradores republicanos como Morón y Bergamín, junto a monár-quicos como Fernández Almagro y Lissarrague. No obstante, en los artículos políticos, hay preferencias por el republicanismo y por el liberalismo democr8- tico frente a la monarquía borbónica y al nazismo-fascismo teniendo en cuenta que, en el fondo, las derechas incluso las derechas religiosas, identificándose entonces la religión y las derechas, se oponían al republicanismo y al liberalis-mo democrático como si fuesen las herejías modernistas condenadas por Pío X. Tampoco hubo uniformidad desde ei punto de vista reiigioso en ia revista Cruz y Raya ni por el credo religioso de los colaboradores ni por las ideas religiosas expresadas en los diferentes artículos sobre el tema religioso. Junto a colaboradores que eran sacerdotes de diversas órdenes religiosas (agustinos, dominicos, jesuitas, etc.) hay colaboradores que eran protestantes; junto a creyentes había también ateos. Sin embargo, nunca, nadie, ninguno de los colaboradores de Cruz y Raya, aunque fuesen ateos o no creyentes, habla-ron o escribieron nada en contra de la religión. Las discrepancias de los artícu-los sobre temas religiosos son intra-religiosas, es decir, sin salirse de lo religioso se ofrecen diversos matices y puntos de vista sobre lo religioso. Por ejemplo: en favor o en contra de la filosofía personalista francesa; a favor de la forma francesa de llevar el catolicismo; en contra del silencio de la jerarquía española y a favor de la jerarquía francesa, belga y alemana; criticando la ignorancia del clero y su intromisión en la política; criticando el confesionalismo del Estado. Asimismo hay libertad para escribir del modernismo de Loisy, para escribir del sentido de la muerte y de la supervivencia en Unamuno, para tratar temas tabús o algo heterodoxos para algunos ambientes, como era Romano Guardini, Eckehart, Fray Luis de León y para situar entre los místicos a algunos laicos como Thomson. Para algunos, la revista Cruz y Raya fue una revista atrevida e incisiva, pero más bien fue una revista que reflejaba lo que era entocnes, estrenada la Segunda República, la vida de España, cosa que no podía reflejar La Revista de Occidente porque estaba como «encorsetada» por la línea férrea que le marcaba Ortega. Sin embargo nuestra revista fue una verdadera plataforma participativa y democrática donde todas las opiniones tenían cabida, un campo de batalla ideológico, con antagonismos y dualismos en libertad, un «espejo de verdad de España*. Por eso, muchas ideas de Pérez Galdós sobre el liberalis-mo, el republicanismo y el anticlericalismo coinciden con las de muchos colabo-radores de Cruz y Raya. De todas formas es evidente que en el campo de las ideas políticas, religio-sas y poéticas, el siglo XIX no acabó el año 1899 sino que continuó, según Falla, hasta 1914 y, según Bergamín, hasta 1931 con la vuelta de la República de las libertades democráticas. No es raro, por tanto, que nuestra Revista com-parta las ideas del siglo XIX, en gran parte, como lo hizo España, más que el resto de Europa, durante los treinta primeros años del siglo XX. Al aperturis-mo social y religioso que supuso Balmes, el Cardenal Mercier y León XIII, siguió el cerrojazo anti-modernista de Pio X y del Cardenal Merry del Val y el terror al comunismo y a la bancarrota que obligó a Pio XI a pactar con Musso-lini y con Hitler. A las ideas democráticas y liberales de la Primera República siguió una monarquía conservadora, en España. A las ideas idealistas y román-ticas siguieron las ideas positivistas y realistas; a las ideas modernistas las ideas de los «ismos»; a las ideas sociales las ideas psicológicas. El regeneracionismo de Costa y de Ganivet y la generación del 98 queda un poco aparte. De esta forma, lo filosófico condiciona a lo poético durante todo el siglo XIX? de la misma manera que lo religioso condiciona lo político. PRIMERAPA RTE:E L SIGLO XIX EN GENERAL O ARTICULOYS COLABORADORES DE CRUZY RAYAQ UE ESTÁN A FAVOR DEL n = SIGLO XIX m O 1.1. En el campo literario - Para Abril1, el Abate Bremond, epígono de la poesía pura, defiende el % romanticismo literario llamando herejía al clasicismo. 3 - Para Fernández Almagro2 es plausible el psicologismo de Leopoldo Alas y de Unamuno. E Para Morón3, Azaña conoce al dedillo el siglo XIX español y sufre mala-mente el típico romo que le apellida de inane y baldío; no quiere que se le encasille con los del 98. E a- Para Pérez Ferrero4, el siglo XIX es el siglo de la novela con obras no abundantes pero de gran calidad ... Conocemos mal y hemos desfigurado el siglo XIX con incomprensiones y desdenes, aunque es menos importante en $ España que en otras naciones.. . En el siglo XIX la novela quiere independizar- o se de la historia, de la psicología y de otras amalgamas y quiere limitarse a su campo. Para Muñoz Rojas5, los románticos piden una poesía sin más ni más (es decir, una poesía pura); al poeta se lo han de llevar continuamente los románticos. Para el mismo autor6, no se puede prescindir de lo que el romanticismo tiene de valores perennes, de lo pasado como eterno, de lo cósmico y de lo panteísta en la obra de Aleixandre. Cernuda7 escribe que hace dos generaciones todo el mundo era romántico pero que actualmente la gente está aficionada a lo clásico.. . La poesía moderna nace en la época llamada romántica.. . El romanticismo es un hecho eterno.. . Toda etapa es, por tanto, clásica y romántica al mismo tiempo. En otro lugar escribes que la vena andaluza es aristócrata y nada popular, con contenido ardor y con sobria elegancia como Medrano, Arquijo y Rioja, 102 antecesores de Bécquer.. . A Bécquer hay que entroncar10 con la poesía popu-lar tradicional de Andalucía más que con Herrera. Para el mismo autor9, sólo en el romanticismo se hallaría la fórmula mágina para definir Andalucía. El romanticismo es algo vivo e inmortal ... el romanti-cismo es Andalucía y Andalucía es el romanticismo. .. Los viajeros románticos buscaban en Andalucía algo más que los monumentos, buscaban una salvaje libertad sin las tenazas de la civilización burguesa. Para Menéndezlo, Santayana regresa a mediados del XIX con Tolstoi, Dic-kens y Melville, entre otros ... Santayana es una figura romántica. Para Dámaso Alonso", de Bécquer nace la nueva poesía española que em-palma con nuestra poesía contemporánea.. . En 1853 llegan con las traducciones de Sanz grandes novedades a la literatura española. Tal vez con cierta ironía escribe Bergamín12 que el «estupendo» siglo XIX tiene en M.B. Cossío la resonancia de un apasionado afán espiritual de libertad y de justicia. Para Vossler13, Gracián y Quevedo, imitadores también de Luciano, pasan por precursores del pesimismo metafísico de la época romántica y postrománti-ca hasta el nihilismo moderno ... Calderón, antecesor de la edad romántica, garante de la grandeza futura, perpetuó la tradición uniendo a España con la humanidad. escriteid que Décquer quiso saiii- ,je ia arititesis y iiegar a la unidad ... El impresionista no convierte el presente en pasado, pero el hombre barroco sí.. . El hombre del primer romanticismo tiene intención diabólica y desesperación, quiere detener con impulso el presente.. . El hombre del segun-do romanticismo vive el presente como pasado y tiene paciencia e intención angélica.. . El romanticismo no es sino el punto de madurez del mundo barroco; es el agotamiento de todos los recursos del alma española, en vez de cúmulo de influencias extranjeras. Souvirón y su esposa15 traducen al romántico Keats. Muñoz Rojas16 traduce a Thompson. El mismo autor17 traduce al romántico G. M. Hopkins. Neruda18 traduce al romántico Blake. Hans Gebser y Luis Cernuda19 traducen a Holderlin. Hans Gebser20 traduce a Novalis. MarichalarZ1tr aduce a Patmore. Además del interés mostrado por el Director de Cruz y Raya en presentar traducciones antologizadas de poetas románticos, existen otros autores del XIX traducidos en Cruz y Raya, como es el caso del Cardenal Newman traducido por Antonio MarichalarZ2.H ay artículos sobre otros autores románticos, como el de Gerhart Ni eme ~ e sro~b~re Stefan George. Los artículos sobre Bécquer ya han quedado referidos con anterioridad. Por último, el director de Cruz y Raya usa a varios autores románticos como autores ejemplarizados: así hace con LarraZ4,2 5,c on MaistreZ6c, on Man-zoniZ7, c on MañaraZ8,c on Maragal129,c on Nietzsche30 y con Goethe31. Finalmente, existe una lista de autores citados que pertenecen a la época romántica y que aparecen en la revista de forma elogiosa. Hay varios autores como Bergamín que aceptan del romanticismo sólo lo que tiene de misterio, visión e imaginación. Esto es lo que Vivanco ve en Bécquer: visión32. ARTÍCULOYS A UTORES EN CONTRA DEL SIGLO XIX 2.1. En el campo literario 2.1.1. Para Félix G a r ~ í al~a ~ig,n orancia de la España del XVIII era supe-rior a la de la España liberal del XIX, pero no era mayor que en otros países europeos. Para Dámaso A l o n ~ ol~a ~cr,í tica del XIX quiere reducir España a Lope, al realismo, al localismo y a lo popular. Para Ni eme ~ eSr ~te~fa n George opuso los valores irracionales contra el positivismo, ocasionalismo, naturalismo y racionalismo de la burguesía del XIX ... George aceptó la ley y la forma e hizo un gran esfuerzo creador contra las blanduras informales, arbitrariedad y ; L 1 - - - 1 - 1 l:L---l:--- 1 - 1 V T V LIUlGLil UGI IUIII¿iIILIGlblllU y UGl IIUGI~IISIIIU UG1 A L A . E 2.1.2. Respecto a la generación del 98 hay las siguientes opiniones: O n - La generación del 98 repite, según Dámaso A10nso~la~ posición docente y aristócrata de los neoclásicos que fue un siglo de negación de los valores espa- E ñoles. Según Salas V ~ Ua ~pa~rti,r de 1898, Costa y Ortega eran europeizantes 2 E mientras Ganivet y Unamuno eran españolizantes. - Para Ma r a ~ a l le~l ~98, era mirar hacia dentro después de tantos años miran- { do hacia afuera. Para Pérez F e r r e r ~la~ g~en eración del 98 es una generación de turistas que trae un fotógrafo ramplón: Zuloaga. Contemplan España con los ojos atónitos, como si hubieran venido de Inglaterra; su doctrina es andar y ver (Azorín, Maeztu, Baroja). n 2.1.3. En el barroco, en el impresionismo y en el romanticismo ve Rosa- % les40 el defecto de demasiada figuración, creación e invención; Montesinos41 ve el defecto de unir la vida y el arte; Bergamín42 ve a los tres enemigos de la novela (historicismo, psicologismo y moralismo). Para Camón43, no es el ro-manticismo (como quiere Casalduero) sino el barroco la culminación del arte nacional español. Escribe Bergamín44 que el reino del demonio está popularizado.. . teatrali-zado ... en el romanticismo. Para Díaz Plaja45, el romanticismo está falto de sinceridad ... la soledad actual de los liberales se debe a que son románticos, comunistas o surrealistas como Alberti, Altolaguirre, J. R. Jiménez y Macha-do. Para Ramón Gómez de la Serna46, el romanticismo es carnaval dramático mientras el barroco es antítesis, intimismo trágico. Según monte sino^^^ «La Dorotea» es anti-romántica porque adecúa el grito al dolor ... hubo un cierto prerromanticismo, un embotamiento y oquedad como en Cadalso entre los años 1580 y 1590 que dejó cierto resabio y deforma-ción en el Lope juvenil. Para Bergamín48, la novela no es un milagro del Dia-blo, aunque pensasen en ellos los románticos ... Cervantes teatraliza la novela y Lope ha novelado el teatro. Para C o ~ s í ol~a ~gl,o ria de Espinosa consiste no en el valor descriptivo sino en el valor poético de lo descrito, es decir, en inventar una naturaleza nueva. Para Bergamín50, en la novela romántica el monstruo está fuera del laberinto, en libertad, corrompiendo la novela que, desde el siglo XVIII, tiene tres enemigos: la historia, la psicología y la moral.. . en novelistas, como Varela, la psicología sustituye al alma; «Pepita Jiménez» es una hoja de rábano. Según WeidléS1, todos los poetas del siglo pasado y del actual son románti-cos, herederos de Holderlin y Keats, entre otros.. . Pero el romanticismo es la muerte del estilo. Para Rosaless2, España carece de un poesía puramente ro-mántica que es huida insistente de la realidad e imprecisión del claroscuro. En su lugar, la poesía española es lucha espiritual y agonía entre la realidad y el misterio. San Juan de la Cruz, Garcilaso y Fray Luis no crearon un estilo; Lope y Quevedo, sí. 2.1.4. La valoración de los personajes del XIX es negativa. Para Fernández Almagro53i silo ciertas phginas «La R.egeaa» y obras de Leopoldo Alas que pueden compararse, por su psicologismo, con las de Unamuno, están en la línea de una novelística mayor, a la europea, y a la más profunda usanza española. Para BergamW4, Azaña, literal o literario, ex-celente escritor a la Varela, se gramatizó en lo político. Según Díaz PlajaSs, para Eugenio Montes, el romanticismo es conciencia de soledad. Para Montesi-noss6 Cadalso identifica vida y arte ... Cadalso, como Feijoó; se aleja del XVIII para volver a la falsa poesía del XVII ... Cadalso, desde su punto de vista falseado, deshace toda posibilidad artística porque su vida se impuso al arte. Y el mismo autor57, ve un error en aquellos que van a las obras de Lope buscando datos para reconstruir la vida del poeta. Sin embargo, para Amado AlonsoS8, el conocer la vida de Lope nos ayuda a entender mejor su arte. Para Quiroga Pla59, en Salinas hay sobrerrealidad luminosa y no melancolía romántica. Para Montesinos60 Lope no es en la Doro-tea, como Cadalso, notario de sí mismo. No se trata de una biografía de Lope sino una trasmutación poética de su vida, algo opuesto «ex diametro» a la cabotina del romántico. Para Sánchez Mazas6' Algarotti fue un pre-romántico y Fogazzaro un post-romántico. Según Rosales62, para San Juan de la Cruz, Garcilaso y Fray Luis hay que atender a las cosas, a la realidad, dentro de la naturaleza, con cosas, contem-plándolas y representándolas, con una visión tan intensa que se da en palabras llenas de contenido. Por el contrario, para Lope y Quevedo hay que crear, transfigurar, imaginar, recordar y recrear las cosas, dentro de la fantasía y del juego, con muchos adjetivos y con palabras llenas de significación. Para el mismo autor63, esta misma línea de figuración es la que emplea García Lorca en su «Romancero Gitano». 2.1.5. También es negativa la valoración que se hace por algunos autores de ciertas ideas filosóficas y religiosas del siglo XIX que influyeron en la vida litera-ria, por ejemplo, el positivismo, el idealismo, el liberalismo, el modernismo, etc. Para Fernández A lma g r ~«~S~an, Manuel Bueno Mártir» es una novela-dra-ma psicológico de conciencia-propio del modernismo. De la misma manera, Bergamín6' se opone a que los problemas de conciencia del modernismo sean tratados en la novela. En el último lugar, Bergamín se opone igualmente al historicismo, psicologismo y moralismo de la novela del XIX. Sin embargo, Pérez Ferrero@ opina al contrario, es decir, que la novela del siglo XIX quiere independizarse de la historia, de la psicología y de otras amalgamas y quiere limitarse a su campo. Sobre el pesimismo metafísico habla Vossler'j7. Sobre el determinismo histórico se expresa Don S t ~ r z o ~ ~ . Sobre el positivismo opina Bergamín lo siguiente69: El positivismo se equivocó al negar la unidad a la obra de Lope. Han hecho una autopsia al cuerpo muerto de la comedia lopista y no han encontrado su alma porque han olvidado la personalidad católica, humana y cristiana de Lope. Y en otro lugar7" añade: Es una superstición positivista el afirmar que la poesía estaba llamada a desaparecer. Contra el impresionismo, simbolismo y suprarrealismo se expresa Berga-mín71. El mismo autor72y también María Z amb r a n ~se~ m~a nifiestan contra el E héroe romántico. Por su parte, Werner M a t e~scr~ib~e q ue la investigación lite- g raria, la reflexión sobre la obra de arte no se agota con el método histórico.. . S ya que lo que interesa es la creación y la tensión dramática y no la prehistoria i (origen de las leyendas) ni la posthistoria.. . En las épocas de tipo intelectualista e individualista, como fue e1 siglo V antes de Cristo, desaparece la actitud humilde ante los dioses, como se ve en Prometeo; cosa que critican tanto Es- 1 quilo como Sófocles. 3 2.2. En el campo artístico - - 0 m Para Falla7', Wagner fue un personaje de aquel enorme carnaval que fue el siglo XIX. Para Salas Viu7'j, Strawinsky se identifica con Tchaikowsky en sus prin-cipios anti-nacionalistas y en su mirar hacia Europa, hacia Schuman y hacia el romanticismo alemán. Strawinsky quiere para su música un orden arquitectónico, mayor sobriedad en el color y sequedad en el ritmo, contra los post-románticos y ! los impresionistas. Salas Viu ve un error de bulto en Strawinsky al querer quedarse con la sustancia sonora de Beethoven rechazando la naturaleza de sus ideas. n Según Benjamín P a l e n ~ i a ~el~ b,a rroco causó estragos en la pintura ... la pintura desde Rafael hasta el impresionismo se había degenerado. Parecida es la opinión de Ma~- i tainS~in~ .e mbargo, el barroco es defendido como el culmen del arte nacional español por Camón79. La producción espontánea, sin trabas ni fijación de límites es surrealista y los impresionistas confundieron la vida con el arte, desplazando al arte y a la naturaleza y sometiendo la vida al cuadro, en opinión de Sabartésso que era amigo y admirador de la obra de Picasso y que quiere unir de nuevo al artista y al artesano. Para Weidlé81 el romanticismo causó un desquiciamiento esencial de las bases de la creación artística y se opone a todos los estilos simultánea-mente ... El romanticismo es la muerte del estilo y al desaparecer el estilo desaparece la homogeneidad de la cultura, los fundamentos irracionales del arte, los arraigos religiosos y nacionales.. . Y todo esto mata a la poesía.. . Por eso no puede llegar a ser arte. Para Weidlés2, el siglo XIX fue un siglo desolado, sin fe y sin esperanza ... En pleno siglo XX tenemos que seguir siendo hombres del XIX, querámoslo o no.. . El mal gusto del siglo XIX puede hoy parecernos lleno de encantos.. . A pesar de ser horribles, los muebles del XIX tenían algo de alma ... Si no se establecen sus fundamentos espirituales es imposible renovar un arte, volver a crear un estilo, cosa que perjudica más a las artes que al escritor porque lo que carece de estilo no puede llegar a ser arte, sobre todo en arquitectura. Para LützelerE3, el siglo XIX no ha aportado ningún estilo propio en la construcción de iglesias. 2.3. En el campo cient@co Para Julio Palacioss4, el siglo XIX no creía en los átomos. 2.4. En el campo filosófico y jurídico 2.4.1. Para Julián MaríasE5,e l sido XIX no ha sido una época de plenitud como entonces se pensó ya que en vez de sembrar de nuevo se limitó a recoger los frutos maduros, ocultando así una radical insuficiencia, un absoluto vacío, una oprimente negación que dio origen al nihilismo teológico de Kierkegaard y al nihilismo filosófico de Nietzsche.. . La causa de la corrupción intelectual es el especialismo, el parcelamiento que se ha producido en el siglo XIX por haberse quedado las ciencias desarraigadas, por el olvido que unas ciencias tienen de otras y por el olvido de la totalidad. Para Romeros6, la filosofía está desprestigiada debido al auge positivista y cientifista y al idealismo poskantiano del XIX con su afán constructivo y con la creación de los grandes sistemas de pensamiento completos y cerrados. Para ZubiriS7,l a primera mitad del XIX fue el frenesí de los sistemas espe-culativos: es la obra genial del idealismo alemán, de Fichte y Hegel.. . En la segunda mitad del XIX el hombre persigue cosas sin ideas; se trata de palpar realidades sin tener idea de lo que son.. . El positivismo es la culminación de este modo de saber. 2.4.2. En ciertos autores hay una valoración negativa de ciertas filosofías que surgieron durante el siglo XIX, v. g. el idealismo, el positivismo, el deter-minismo, etc. Para MaravallSs, la filosofía egregia es enemiga del positivismo, del empiris-mo, del relativismo, del ateísmo, subversión y demagogia irresponsable, propia de los bajos fondos del determinismo. Para Julián MaríasE9, la actualidad y fecundidad de la filosofía de Comte se encuentra mayormente en su historicis-mo, a pesar de su naturalismo científico.. . Para el positivismo, la teología y la metafísica son cosas pretéritas y son causa de confusión y de desorden. Para Maravallgo,e l racionalismo y el intelectualismo, al no lograr la unidad vital, del cuerpo y del alma, hunden el cuchillo del separatismo dentro del hombre. Para el mismo autorg1, el idealismo y el racionalismo ponen las ideas innatas como un poner de manifiesto lo que antes no conocía. Para Julián Ma r í a ~c~o~n ,la muerte de Hegel en 1831 acaba el idealismo alemán y comienza el siglo XIX. Para M ~ r ó ne~l c~ap, i tán Araña abandonó su idea nietzscheana, romántica por lo tanto e inservible. Para Z ~ b i r it~od~o, e mpirismo (Locke y Hume) es necesa-riamente escepticismo. 2.4.3. Desde el año 1933 a 1936 se ve una evolución en el pensamiento de los más jóvenes colaboradores de Cruz y Raya. Julián Marías pasa de un anti-positivismo y pro-tomismo a todo lo contrario. Maravall pasa de una creencia católica a una indiferencia. L. E. Palacios pasa de un fervor pro-Maritain a una postura crítica. Todos ellos y algún otro más, discípulos de Ortega, pasan a una postura de «disidencia» que culminaría en «ruptura» a partir de los años cincuenta. 2.5. En el campo político-social 2.5.1. Para Salas V ~ Ulo~s f~re,cu entes cambios de ideas y de gobiernos desde el siglo XIX producen un denominador común: nación en ruinas y un Estado en descomposición. Para el mismo autor96, desde el Renacimiento, en el campo cultural, se inició un divorcio suicida entre la masa y la élite. Para el , mi sm~a ~ t e:~ e:! s~ig~!~X IX fiervre en Yrpufiíi gríin mntidad de Srganns de ! E Prensa debido a la debilitación de la censura del Estado y de la Inquisición. Para B e r g amí ~la~ c~ul~pa de todo lo tiene el anarquismo nacional con sus raíces en el XIX y en Bakunin. Para Ma r a ~ a l l h~a~y, una mezcla de racionalismo, 2 capitalismo e individualismo que luchan todo el siglo XIX, y todavía hoy, con una postura de defensa, de suspicacia y de recelo contra el Estado sino hacer un compromiso de Estado (individualismo frente a socialismo, constitucionali- e zación frente a socialización). 3 2.5.2. Para HellerloOd, ebido al positivismo y al historicismo, ha habido el error de confundir el sentido y el valor. Abrillo' no acepta la bondad natural del hombre. Para Imaz102 el romanticismo es todo lo contrario a la fuerte disci-plina militar del nazismo. Según L. E. Palacioslo3,p ara los románticos el héroe de la Revolución Francesa era bueno y grandioso. Para Semprúnlo4,l a revista -2 «Esprit» se coloca a medio camino entre el marxismo y el capitalismo. a 2 2.5.3. Frente a los que defienden la poesía pura, es decir, una poesía sólo con fines estéticos y sin ningún compromiso político ni religioso ni social, como 1 ve Bergamín en la obra de Lopelos y como pide para toda literatura'06, hay 2 autores que piensan lo contrario. Para Serrano Plajalo7, Gide quiere que la literatura sea espejo social y refle-je la lucha de clases. Para V o s ~ l e ern~ L~o~pe se ve la historia de España refle-jada como en un espejo. También María Zambranolo9 defiende la función de espejo de la literatura. Para Semprúnllo, la literatura, por ejemplo, Quevedo, tiene que tener una función moralizante. 2.6. En el campo religioso y moral 2.6.1. Para Sánchez Mazaslll, la ciencia que niega los milagros es la cien-cia fragmentaria y biológica del siglo XIX. Para Don S t ~ r z o "e~n el siglo XIX hubo dos tendencias: el sistema liberal y el sistema autoritario-nacionalista; contra ambos luchó la Iglesia. Para López Ortiz113 los liberales del XIX acogie-ron con agrado la leyenda que narra el diálogo entre el diablo y Mahoma. Para Bergamínn4, la corrupción religiosa, por las costumbres, de los cristianos cató-licos de España es recaída en el pasado siglo XIX y recaída en el presente. Para el mismo autor115 las desdichas que viene sufriendo España desde hace un siglo se debe a la confesionalidad: el Estado quiere adjetivarse católico y la Iglesia quiere «meterse» en psicología, sociología y política. 2.6.2. La mayoría de los aspectos que se valoran negativamente en el siglo XIX, tales como el modernismo, el positivismo, etc., se valoran negativamente en los diversos campos, tales como el literario, el filosófico, el político y el religioso, aunque con diversos apelativos. Al modernismo, en el campo religio-so, se le llama herejía. Para Sánchez Mazasn6, Maurras ha sido condenado,por positivista y moder-nista. Para Fernández Almagro117, la herejía modernista de principios de siglo pareció favorecer los dramas de conciencia. Para María Zambrano'18, Romano Guardini se opone al pietismo, al pragmatismo y al positivismo. Para Marava- Il1l9, el positivismo comtiano, queriendo independizar al hombre de absolutos rciigiosus, io hace esclavo de oiru a b d i i i ~m as d e s ~ l ~ ~ ~ a ~ laz Ha düíoiia,ii :i-dad. Según Co s s í ~ ' ~la~ o,b ra de Pereda «De tal palo tal astilla» insiste en que los liberales son los causantes de la pérdida de la fe y de las colonias en España. También contra el liberalismo se manifiestan SemprúnlZ1y López OrtizIz2.S e-gún BergamínlZ3p, ara Araquistain, Menéndez y Pelayo era demasiado liberal para algunos católicos y demasiado católico para algunos liberales. Según Iií;azlZ4p ara Donoso e! rücionübsm~e s e! pecud~m is purrckk u! pecuci~m, @- nal ya que todos los locos son racionalistas y ya que la expresión más absoluta del racionalismo es el socialismo que es la encarnación del mal. Para L. E. PalacioslZ5ta nto el naturalismo como el racionalismo han caído en la herejía.. . El racionalismo y la filosofía cartesiana son anticristianas y anticatólicas al no explicar la totalidad del hombre con cuerpo y alma. También es anticristiano el naturalismo. También se opone al naturalismo, BergamínIz6. Según Imaz12', para Nietzsche los alemanes son el primer pueblo no cristiano de Europa y la Iglesia es una especie de Estado; para Fichte la eternidad está en el pueblo; para Hegel el Estado es el paso de Dios por el mundo. Según Imaz, Hegel es el mismísimo demonio. Según Landsbe~g'~pa~r,a Unamuno el escepticismo es la actitud de incertidumbre que es la circunstancia de la fe en libertad. Unamu-no tiene tendencia a rebuscar lo peligroso, contradictorio y paradójico; se trata de un trozo de herencia romántica. Para C o s ~ í o c' ~ad~a reseña que aparecía sobre «Gloria» era más bien munición de guerra religiosa, en la que literatura y el arte tenían poco que ver. 2.6.3. También es cierto que el siglo XIX es heredero, en los campos filosóficos, políticos, religiosos, etc., de varios aspectos del XVIII que no acabó tampoco el año 1799 sino que, según Marías, llegó hasta 1831, en contra de los que opinan que el siglo XIX comenzó con la Revolución Francesa. En nuestra revista, mientras Félix GarcíaI3O defiende a Feijóo y Artigas13' defiende al siglo XVIII de la acusación que se le hace de afrancesamiento, Gómez de la Serna132 afirma que la luz de la razón es una luz negra; Pérez F e r r e r ~ dl i~ce~ que el género novelesco decayó ante la ciencia enciclopédica del XVIII que disciplinó la imaginación; Ros134 distingue el Narciso, el loco y el héroe en la teoría ochocentista sin anhelos religiosos. B e r g a m í ~p~ro' ~rr~um pe en vituperios contra el racionalismo, el Enciclopedismo y la Ilustración. SEGUNDAP ARTE: PEREZ Galdós EN CONCRETO Hay tres referencias nominales favorables a Galdós en la revista Cruz y Raya: una es directa, la de Pérez Ferrero; tres son indirectas: dos de Pereda y una de Menéndez Pelayo. 1.1. Referencia directa de Pérez Ferrero Escribe este autor136 que entre los grandes escritores de la Enciclopedia novelesca se encuentra PÉREZ Galdóse,l gran novelista español del siglo XIX que, sobre todo en «Miau», ha asumido, como Cervantes, las tres modalidades. m - 1.2. Referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 9 feb. 1877) «...subió de punto mi admiración hacia esas facultades asombrosas con que Dios le ha dotado a usted para cultivar el buen género de la novela. Años ha que viene conociéndosele a usted (y dicho se lo tengo) el lado a que se inclina, y como por amigo le quiero tanto como por escritor le admiro, temía la caída, que a-2 !Spica vi& !2 inc!inaciSn ..., pern cstec!, cnn !a riqceza inagntah!e de ri~. ingenio, con la infinitva variedad de colores que tiene en su paleta; usted, que con sólo los recursos legítimos del arte tiene asegurado el triunfo de sus obras ... Usted ha nacido para conquistar los aplausos y las coronas de tirios y troyanos en el campo de la literatura, como viene haciéndolo hasta aquí, principalmente con sus 'Episodios' y con 'Doña Perfecta'. Siga ese derrotero y abandone el que acaba de emprender ... sus libros de usted no deben aspirar a la mezquina y sospechosa recompensa de ocupar un puesto en los Indices expurgatorios de Roma; tienen misión más alta que cumplir en su patria, resucitando y populari-zando la buena novela, enterrada mucho ha por el peso abrumador de la literatu-ra por entregas.. .»13', 138. 1.3. Nueva referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 13 de marzo 1877) 2 «...Esta novela como obra literaria me parecía admirable en cuanto a la forma. Del fondo de ella nunca pudo esperar usted que me fuera simpático conociendo como conoce mi modo de pensar en este punto.. . En cuanto a que en los Indices esté todo lo bueno que se ha escrito en el siglo XIX, le desafío a usted que me lo pruebe ... Cree usted, mi señor Don Benito, que el mundo ha perdido muy poco, y mucho menos el buen gusto, con casi todo lo que en los Indices está apuntado ... Si por liberales renegara yo de los hombres y pusiera en duda su talento. ¿Cuál sería la razón de mi cordialísimo cariño hacia usted y de mi admi-ración hacia su ingenio preclaro? ¿Cuál la de los sinceros elogios que me ha oído usted hacer de tantos escritores o artistas que militan en el campo liberal? Sr. D. Benito, aliquando bonus ... En resumen, mi Sr. D. Benito, su ratificación me ha demostrado que se propuso usted en 'Gloria' arraigar las creencias, sin ánimo deliberado de hacerlo a ex- pensas del catolicismo.. . Los que más han aplaudido a 'Gloria' no me ganan en entusiasmo para descubrirme delante de su autor, 'Gloria' legítima de las letras patrias.. .»'39, 140. 1.4. Referencia indirecta de Menéndez Pelayo (Discurso de respuesta al del ingreso de Galdós en la Academia Española) «...el verdadero pensamiento teológico del autor queda envuelto en nieblas, por-que es imposible que un alma de su temple.. . Galdós no participa de las ideas ni simpatiza con ninguna de (las dos familias) de los protagonistas ... a unos y a otros ha atribuido condiciones nobilísimas ... en unos y otros ha puesto también el germen de lo que él llama intolerancia~'~'1,4 2. Hay tres referencias desfavorables a Galdós en la revista Cruz y Raya: una es directa, la de Fernández Almagro; dos son indirectas: las de Pereda (ter) y la de Menéndez Pelayo. 2.1. Referencia directa de Fernández Almagro Escribe este autor143q ue, a pesar de GALDÓSy de todos los pesares, ningu-na novela española después del romanticismo puede emparejarse con la nove- !isticr. i?fiivprrz! & 11 6nnra -Y---' 2.2. Referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 9 febr. 1877) «...Ya está usted metido de patitas en el charco de la novela volteriana ... ~Quie-re usted crear una especie de 'Unión Liberal' en el terreno religioso, como se creó en el político, avanzando los de atrás y retrocediendo los de adelante? Si este procedimiento ha sido el origen de todos los grandes contubernios políticos, convertidos ya en política al uso, la causa de la muerte de la fe en los principios y, por tanto, la de todas esas desvergonzadas apostasías y veleidades, ¿qué suce-dería llevándole a lo religioso? ... Usted, que acaba de hacer del dogma católico una verdadera caricatura, no se ofenderá si le digo que, llevando los ardores de la pasión religiosa a la literatura, no será ésta espejo fiel de las ideas y del sentir de una nación, sino, por el contrario, instrumento de las pasiones de una secta o de un partido, como la prensa periódica.. .D'"~. Nueva referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 13 de marzo 1877) «. . . Siguen siendo volterianos los que sin meter mucho ruido socaban los mismos cimientos, aunque con la protesta de levantar mejores edificios para dar culto a otras ideas al gusto de cada uno.. . por eso no he dicho que sea usted volteriano, sino que 'Gloria' está dentro del género volteriano.. . lo que duele son las burlas o el escarnio. Y si tal sucede en lo político, ¿qué no sucederá en lo religioso?. . . Y si de un retrato de todos los congresos y de todas las elecciones, hecho a la buena de Dios (como aparece en mis 'Hombres de Pro') pueden tomar motivo los parlamentarios para atufarse con razón, ¿qué no podrán decir los católicos sinceros de una caricatura del catolicismo (tal como aparece en 'Gloria')?. . . Yo no sé si son los liberales la causa de la corrupción de costumbres que hay en España desde el año 1812 ... no me atrevo a asegurar que sean las modernas libertades la 'causa' del actual relajamiento de aquellas grandes virtudes; antes las tengo por efecto de nuestra idiosincrasia nacional ... Pensar que estos males que forman parte de nuestro carácter se han de curar con la libertad de concien-cia ni con otras libertades parecidas, es por lo menos tan inocente como el pro-pósito de hacernos felices resucitando la 'ronda de pan y huevo'. Nuestra deca-dencia, pues, es otro destino que se cumple, hasta que años o siglos andando suene de nuevo la trompeta de las conquistas ... cuando ustedes hayan definido su 'santa' libertad y llegado a 'entenderse'. Avíseme y hablaremos...». 2.4. Nueva referencia de Pereda (Carta a Menéndez Pelayo del 15 febr. 1877) «...El amigo Galdós cayó al fin del lado a que se inclinaba. Su última (y por cierto preciosa) novela, titulada «Gloria», le mete de patitas en el lodazal de la novela volteriana. Así se lo he dicho a él, que me lo niega en redondo, asegurán-dome que, lejos de eso, se propone arraigar las creencias religiosas, tan al aire en la católica España ... Doctrinarismo puro en apariencia, pero en el fondo volterianismo seco. Es una verdadera lástima.. .>P6. "7 D E 2.5. Referencia de Menéndez Pelayo O - n «... GLORIA ha sido traducida al alemán y al inglés, y no dudo que antes de mucho han de tomarla por su cuenta las Sociedades bíblicas y repartirla en hoji- E tas por los pueblos juntamente con el 'Andrés Dunn' (novela del género de 5 'Gloria'), la 'Anatomía de la Misa' y la 'Salvación del pecador ...'14' 14*. E 3 TERCERAP ARTE:A LGUNOS COLABORADORES DE CRUZ Y RAYA Y % Galdós m E O 1) CORRESPONDENCCOINA GALD~DSE ALGUNOS COLABORADORES DE CRUZY RAYA -E En una magnífica obra sobre la correspondencia epistolar de Galdós, el $ profesor De la Nuez Ca b a l l e r ~iln~cl~u ye tres escritores que, a partir de 1933, serían colaboradores de «Cruz y Raya». Son los siguientes: José María Alfaro, Ramón Menéndez Pida1 y José Ortega y Gasset. Sin embargo, no incluye a 5 Manuel Abril entre los escritores que, en vida de Galdós, sostuvieron corres-pondencia epistolar con él. Los datos referentes a Manuel Abril se lo debemos a la obra y a la amabilidad de la profesora Corina L. Alonso150 151. 11) CAMBIODE ACTITUD RESPECTO A GALDÓSD E PARTE DE ALGUNOS COLABORADORES DE CRUZY RAYAA, PARTIR DEL EXILIO DE 1939 A partir del exilio español de 1939 se produjo, en algunos colaboradores de Cruz y Raya, una verdadera crisis de valores y un replanteamiento de las acti-tudes. Quedaron sorprendidos por la derrota de los valores democráticos y éticos y desengañados por el apoyo de la Iglesia Española a la causa del fran-quismo, de la misma manera como Pío XI había hecho los concordatos con Hitler y con Mus~olini~~~. No es raro que, a partir del exilio y de la «hora» de España, abriesen los ojos a la realidad española e hiciesen una nueva lectura del liberalismo y del anticlericalismo de Don Benito algunos colaboradores de nuestra revista que años antes, desde las páginas de la misma, habían mostrado ciertas reservas hacia Pérez Galdós al condenar indirectamente el realismo en la no~ela'~'T. al es el caso, entre otros, de José Be r g amí ~y~ dl ~e ~J O SF~er nández monte sino^'^^ que abren la lista de esa larga serie de críticos literarios y escritores que, desde el exilio de 1939 hasta el presente, comienzan un progresivo acercamiento y «conversión» hacia Pérez Galdós y hacia los valores que éste encierra en el campo de las libertades políticas y religiosas. NOTAS 1 M. A;;ñ;¿, Las de Elos o la peShp u ~ C, X Z y Raja, 7, 133-153. M. FERNANDEAZL MAGROA, propósito de Unamuno, en sus novelas o historias, Cruz y Raya, 7, 157-161. A. MOR~NLa, hora de todos (Azaña ilustre escritor), Cruz y Raya, 21, 109-121. M. PÉREZF ERREROD,e rrotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. J. A. MuÑoz ROJASA, l poeta, que lo parta un rayo, Cruz y Raya, 22, 107-112. J. A. MuÑoz ROJASA, cielo raso (V. Aleixandre: «La destrucción o el amor», Cruz y Raya, 25, 135-147. ' L. CERNUDBAé,c quer y el romanticismo español, Cruz y Raya, 26, 45-73. L. CERNUDSAe,l ección de sonetos de Arguijo, Medrano y Rioja, Cruz y Raya, 36, 103-136. L. CERNUDAD,i vagación sobre la Andalucía romántica, Cruz y Raya, 37, 7-44. lo J. MENÉNDESZa, ntayana, filósofo y novelista, Cruz y Raya, 38, 121-142. l 1 D. ALONSOA,q uella arpa de Bécquer, Cruz y Raya, 27, 59-104. lZ J. BERGAM~ElN r,e scoldo (Manuel B. Cossío), Cruz y Raya, 30, 89-92. l3 K. VOSSLERL,O S motivos satíricos en la Literatura del Siglo de Oro, Cruz y Raya, 8, 7-32. l4 J. CASALDUERLOas, «Rimas» de Bécquer, Cruz y Raya, 32, 91-112. l5 J. M. SOUVIRy~ ON. PRICE,T raducción de «Sueño y Poesía» de John Keats, Cruz y Raya, 31, 83-102. l6 J. A. MUNOZ ROJAS, Traducción de «El Lebrel del Cielo» de Francis Thompson, Cruz y Raya, 15, 79-96. l7 J. A. MuÑoz ROJAS, Traducción de dos sonetos de Gerald Manley Hopkins, Cruz y Raya, 31, 107-118. l8 P. NERUDAT, raducción de dos poemas de William Blake, Cruz y Raya, 20, 85-109. l9 H. GEBSERy L. CERNUDATr, aducción de varios poemas de F. Hoederlin, Cruz y Raya, 32, 113-134. 20 H. GEBSERT, raducción de varios poemas de F. von H. Novalis, Cruz y Raya, 39, 65-92. 21 A. MARICHALATRra, ducción de varios fragmentos de Conventry Patmore, Cruz y Raya, 17, 107"-1 14. A. MARICHALATRr,a ducción de varios fragmentos de John Henry Cardinal Newman, Cruz y Raya, 1, 101-110. 23 G. NIEMEYERSt,e fan George, Cruz y Raya, 9, 121-125. 24 EDITORIARLe, producción de un texto de Larra, Cruz y Raya, 7, 156. 25 EDITORIARLe,p roducción de otro texto de Larra, Cruz y Raya, 37, 102. 26 EDITORIALRe, producción de un texto de J. Maistre, Cruz y Raya, 4, 102. 27 EDITORIARLe, producción de un texto de A. Manzoni, Cruz y Raya, 31, 116. 28 EDITORIARLe. producción de un texto de Miguel Mañara, Cruz y Raya, 20, 112. 29 EDITORIARLe, producción de un texto de Joan Maragall, Cruz y Raya, 30, 88. EDITORIALR,e producción de un texto de F. Nietzsche, Cruz y Raya, 6, 138. 31 EDITORIALR,e producción de un texto de J. W. Goethe, Cruz y Raya, 7, 132. 32 L. F. VIVANCOSe, lección de varios fragmentos de C. A. ~ é & u e iC ruz y Raya, 19, supl. 3-58 33 P. FÉLIXG ARC~ARe,i vindicación de Feijóo (C. Marañón: «Las ideas biológicas del Padre Feijóo)~C, ruz y Raya, 15, 131-141. 34 D. ALONSOE, scila y Caribdis de la Literatura española, Cruz y Raya, 7, 77-102. 35 G. NIEMEYERS,t efan George, Cruz y Raya, 9, 121-125. 36 D. ALONSOE, scilea y Caribdis de la Literatura espariola, Cruz y Raya, 7, 77-102. 37 V. SALAS VIU, España virtual (N. Cuneo: «Spagna Cattolica e Rivoluzionaria»), Cruz y Raya, 16, 101-104. 38 J. A. MARAVALLLa, incitación al destino, Cruz y Raya, 17, 7-57. 39 M. PÉREZF ERREROD, errotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. 40 L. ROSALESL, a Andalucía del llanto (F. Carcía Lorca: «El Romancero Gitano*), Cruz y Raya, 14, 39-70. 41 J. F. MONTESINOCSa, dalso o la noche cerrada, Cruz y Raya, 13, 43-67. 42 J. BERGAMÍNL,a berinto de la novela y monstruo de la novelería, Cruz y Raya, 33, 7-42 y 34, 7-61. 43 1. CIMÓN AZN.ARJ:." nrq&ec!ura e ~ n ñ o l nen tiempo de L o p ~de Vega, Cruz y Raya, 25, 53-90. J. BERGAM~LNa, importancia del demonio, Cruz y Raya, 5, 7-51. 45 G. D~APZL AJA,E l arte de quedarse solo, Cruz y Raya, 10, 95-111. 46 R. GÓMEZD E LA SERNAE, nsayo sobre lo cursi, Cruz y Raya, 16, 7-38. 47 J. F. MONTESINOLSo, pe, figura del donaire, Cruz y Raya, 23 y 24, 53-85. J. BERGAM~LNab,e rinto de la novela y monstruo de la novelería, Ib. Ib. 49 J. M.a de CossÍo, Un ejemplo de vitalidad poética (Pedro de Espinosa: «La fábula del Geniln), Cruz y Raya, 33, 43-66. J. BERGAM~LNab,e rinto de la novela y monstruo de la novelería, Ib. Ib. W. WEIDLÉ, La muerte del estilo, Cruz y Raya, 37, 45-72. 52 L. ROSALESL,a figuración y la voluntad de morir en la poesía española, Cruz y Raya, 38, 65-101. 53 M. FERNÁNDEAZL MAGROA , propósito de Unamimo, en sus novelas e historias (Unamuno: «San Manuel Bueno Mártir y tres historias más»), Cruz y Raya. 7, 157-161. 54 J. BERGAM~LNla,m émosle hache, Cruz y Raya, 8, 141-145. G. D~APZL AJA,E l Arte de quedarse solo, Cruz y Raya, 10, 95-111. 56 J. F. MONTESINOCSa,d also o la noche cerrada, Cruz y Raya, 13, 43-67. 57 J. F. MONTESINOLSo, pe, figura del donaire, Cruz y Raya, 23 y 24, 53-85. A. ALONSOV, ida y creación en la lírica de Lope, Cruz y Raya, 34, 63-106. 59 J. M.a QUIROGAP LA, El espejo ardiendo (Pedro Salinas: «La voz a ti debida»), Cruz y Raya, 11, 99-116. J. F. MONTESINOLSo, pe, figura del donaire, Cruz y Raya, 23 y 24, 53-85. 61 R. SÁNCHEZM AZASA, lgarotti, pero no todo (1712-1764), Cruz y Raya, 35, supl. 3-101. 62 L. ROSALESL, a figuración y la voluntad de morir en la poesía española, Cruz y Raya, 38, 65-101. L. ROSALESL, a Andalucía del llanto (F. García Lorca: «El Romancero Gitano»), Cruz y Raya, 14, 39-70. 64 M. FERNANDEAZL MAGROIb, . Ib. J. BERGAM~LNa ,c allada de Dios, Cruz y Raya, 77-84. Id. Laberinto de la novela y monstruo de la novelería, Ib. Ib. " M. PÉREZF ERREROD, errotero de la Novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. 67 K. VOSSLERL, OS motivos satíricos en la Literatura del Siglo de Oro, Ib. " L. STURZOF, ascio lictorio y cruz gammada, Cruz y Raya, 10, supl. 1-20. 69 J. BERGAM~LNop, e, siguiendo el dictamen del aire que lo dibuja, Cruz y Raya, 23 y 24,7-52. 70 Id. Laberinto de la novela y monstruo de la novelística, Ib. 71 Id. El pensamiento hermético de las Artes, Cruz y Raya, 1, 41-66. 72 J. BERGAM~LNa, decadencia del Analfabetismo, Cruz y Raya, 3, 61-94. 73 M. ZAMBRANOOb, ras de José Ortega y Gasset, 1914-1932, Cruz y Raya, 2, 145-154. 74 W. MATZ, Promete0 Encadenado (Ensayo sobre la estructura dramática y el ideario religioso de una tragedia griega), Cruz y Raya, 36, 65-102. 75 M. de FALLA, Notas sobre Wagner en su Cincuentenario, Cruz y Raya, 6,65-81. 76 V. SALASV IU, La materia sonora, Beethoven y Strawinsky, CNZ y Raya, 39, 41-64. 77 B. PALENCIAG, iotto, raíz viva de la pintura, Cruz y Raya, 19, 7-24. 78 J. MARITAIN¿,Q uién pone puertas al canto?, Cruz y Raya, 25, 7-51. 79 J. CAMÓNA ZNARL, a arquitectura española en tiempo de Lope de Vega, Ib. Id. La arquitec-tura del Renacimiento en España, Cruz y Raya, 38, 7-63. J. SEBARTÉSP,i casso en su obra, Cruz y Raya, 30, 61-86. 81 W. WEIDLÉ, La muerte del estilo, CNZ y Raya, 37, 45-72. 82 Ibid. 83 H. LUTZELERL, a renovación de la arquitectura religiosa, Cruz y Raya, 15, 7-29. J. PALACIOSA,t omos y Electrones, Cruz y Raya, 3, 7-30. J. MARIAS, Un tomismo vivo (J. Maritain: «Sept Lecons sur /'&re et les premiers principes de la raison speculative))), Cruz y Raya, 18, 91-96. TA r ^ -.... -..,A -^-"..A^ ,V T a...:',". v:"",.",.-",l .,..A h,;,,&.,.L" -A"" +Lnn,"";""L" ,,..,j ,.l,; iU. &U YUC CJCU pUJUICUV 1x1. LVWLLIL. « I X L G l n G & U U U U I L U I ' I C C ' 4 L r I c V U C I LICCVLV&I~)L~LC mrlw t / r r l i ~ ~ i ~ y - hische Uberwindung des Nihilisrnus»), Cruz y Raya, 18, 96-100. 86 F. ROMERO, Un filósofo de la problematicidad, Cruz y Raya, 21, 7-35. m X. ZUBIRIF, ilosofia y Metafkica, Cruz y Raya, 30, 7-60. 88 J. A. MARAVALLH, eroísmo y Clínica, Cruz y Raya, 8, 135-141. 89 J. MAR~ASSo,b re el espíritu positivo, Cruz y Raya, 36, 139-146. J. A. MARAVALLL,a revolución para el hombre, Cruz y Raya, 15,99-127. 91 Id., LUi fiiici:~ci6G~! des:im, Cx z y Raya, 17, 7 57. " J. MARÍAS, LO que estd pasando, Cruz y Raya, 18, 96-100. 93 A. MOR ~NSo,b re la verdadera muerte del capitán Araña, Cruz y Raya, 13, supl. 3-29. 94 X. ZUBIRIF, ilosofía y Metafísica, Cruz y Raya, 30, 7-60. 95 V. SALASV IU, España Virtual, Cruz y Raya, 16, 101-104. % Id., Perspectivas del trasfondo de lo político (Angel Sánchez Rivero: «Meditaciones políti-cas »), Cruz y Raya, 19, 95-99. 97 Id., El periodismo, servicio público, y la libertad de Prensa, al margen de su historia, Cruz y Raya, 22, 113-118. " J. BERGAM~ENl ,E stado fantasma y jen qué país vivimos?, Cruz y Raya, 20, 127-133. 99 J. A. MARAVALLLa, crisis del concepto del Estado, Cruz y Raya, 22, 101-106. '" H. HELLERL, a justificación del Estado, Cruz y Raya, 9, 7-35. 'O' M. ABRIL, LOS malos pastores, CNZ y Raya, 4, 112-127. 'O2 E. IMAZ, La unión de los jóvenes, CNZ y Raya, 5, 163-167. 'O3 L. E. PALACIOSL,a s dos herejías de la modernidad, Cruz y Raya, 35, 55-91. 'O4 J. M. SEMPR~ENs,p íritu («Esprit», revue internationale), Cruz y Raya, 1, 150, 153. 'O5 J. BERGAM~LNo,p e, siguiendo el dictamen del aire que lo dibuja, op cit. J. BERGAM~CNa,r ta-respuesta a Arturo Serrano Plaja, CNZ y Raya, 32, supl. 20-33. Id., Hablar en cristiano, Cruz y Raya, 28, 73-83. A. SERRANOPL AJA,C arta a José Bergamín, Cruz y Raya, 32, supl. 3-19. 'O8 K. VOSSLERL, OSm otivos satíricos en la Literatura del Siglo de Oro, op. cit. M. ZAMBRANOPo, r el estilo de España (K. Vossler: «Lope de Vega y su tiempo»), Cruz y Raya, 12, 111-115. "O J. M. SEMPR~SNel,e cción de varios fragmentos de Quevedo, Cruz y Raya, 5, 113-139. "' R. SÁNCHEZM AZAS,C rítica y Milagro, Cruz y Raya, 21, 97-102. '12 L. STURZOE, l estado totalitario, Cruz y Raya, 28, 7-39. "3 J. LÓPEZ ORTIZ, San Isidoro de Sevilla y el Islam (Comentarios a cuatro pasajes de don Lucas de Túy y del Silense), Cruz y Raya, 36, 7-63. "4 J. BERGAM~CNu,a tro paredes chamuscadas, Cruz y Raya, 39, 95-99. '"S Id., Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste, Cruz y Raya, 12, 114-147. R. SÁNCHEZM AZAS,S iete escolios a la Pastoral, Cruz y Raya, 5, 143-160. '17 M. FERNÁNDEAZL MAGROA, propósito de Unamuno, en sus novelas o historias, o. c. '18 M. ZAMBRANROe,n acimiento litúrgico, Cruz y Raya, 3, 161-164. lL9 J. A. MARAVALLL,a revolución para el hombre, Cruz y Raya, 15, 99-127. Izo J. M.a Cossío, De tal palo tal astilla (Origen y polémica de la novela de Pereda), Cruz y Raya, 12, 7-31. 12' J. M.= SEMPR~ENsp, íritu («Esprit», revue internationale), Cruz y Raya, 1. 150-153. lZ2 J. L ~ P EOZR TIZ,E l tribunal de fe de los Omeyas cordobeses, Cruz y Raya, 2, 35-59. lZ3 J. BERGAM~PNor, ejemplo, Cruz y Raya, 4, 149-150. lZ4 E. IMAZ, La decisión de Donoso (Edmund Schramm: «Donoso Cortés. Leben und Werk eines spanischen arztiliberalenn), Cruz y Raya, 35, 119-129. lZ5 L. E. PALACIOSL,a s dos herejías de la modernidad, Cruz y Raya, 35, 55-91. lZ6 J. BERGAM~ENl p, ensamiento hermético de las Artes, Cruz y Raya, 1, 41-66. lZ7 E. IMAZ, A Dios por razón de Estado, Cruz y Raya, 9, 103-118. IZ8 P. L. LANDSBERRGe,f lexiones sobre Unamuno, Cruz y Raya, 31, 7-45. lZ9 J. M? Cossío, De tal palo tal astilla (Origen y polémica de la novela de Pereda) Cruz y Raya, 12, 7-31. 130 F. GARC~ARe,i vindicación de Feijóo, Cruz y Raya, 15, 131-141. 13' M. ARTIGASI,n troducción y Transcripción de la obra: «Reflexiones sobie el uso de las pnlnbrn nupvns en In Iengirn rnst~llnnn (T2r.ídas a la A. de 1.etras Humanas, de Sevilla; en 24 de junio de 1798, por D. Félix José Reynoso, su secretario), Cruz y Raya, 21, supl. 3-66. E 132 R. GÓMEZ DE LA SERNA, Siluetas y Sombras, Cruz y Raya, 20, supl. 3-37. O M. PÉREZF ERREROD, errotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. n 134 F. Ros, Elogio de Narciso, Cruz y Raya, 11, 49-79. - m O 13' J. BERG-~MILNa ,d ecadencia del analfabetismo, Cruz y Raya, 3, 61-94. E M. PÉREZF ERREROD, errotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. E 2 13' J. M.a Cossío, De tal palo tal astilla (Origen y polémica de la novela de Pereda), Cruz y - Raya, 12, 10-14. Shoemaker (o. c.) hace referencia a las pp. 150-157 de una obra de Cossío que no conocemos. 3 138 W. H. SHOEMAKECRa, rtas de Pereda a Galdós y ocho borradores, Boletín de la Biblioteca de Menénez Pelayo. Año XLII, 1966, n."' 1, 2. 3 y 4 (Anales 13-15), pp. 138-142. Nos dice que B Cossío ha olvidado en su transcripción el comienzo y el final de la carta de Pereda. En la p. 151, nota 130, Shoemaker transcribe el siguiente párrafo de Pereda: O «Toda novela en la que no entra como motivo la religión ni la política puede aspirar al aprecio de tirios y troyanos. Esta novela es el terreno de Vd. y algo parecido creo haberle dicho en la época en que a Vd. le daba por la política como ahora le da por la religión, k cuando escribía «La Fontana de Oro» y «El Audaz». l Traemos a colación este párrafo porque, en esos momentos de la revista Cruz y Raya, anteno-res a la Guerra Civil Española, la línea editorial de la revista, especialmente Bergamín y Montesi-nos, coinciden exactamente con Pereda. 3 139 J. M.a COSS~Oo., c. pp. 14-21. O Shoemaker (o. c.) hace referencia a las pp. 138-151 de una obra de Cossío que no conoce-mos. 14' W. H. SHOEMAKEOR., c., pp. 146-159. Nos dice que Cossío ha transcrito bien el final de la carta que llega hasta la firma de Pereda pero que ha olvidado el comienzo, donde Pereda le habla a Galdós de asuntos de plantas y de flores. J. M.a COSS~OO,. C. , p. 22. '42 M. MENÉNDEPZE LAYOD, iscurso (Prólogo de J. M." Cossío), Editorial Espasa-Calpe, Ma-drid, 1964, pp. 93-94. L43 M. FERNANDEAZL MAGROA, propósito de Unamuno en sus novelas o historias (Unamuno: nSarz Manuel Bueno Mártir y tres historias más)), Cruz y Raya, 7, 157-161. 144 Vide supra, notas 137 y 138. Vide supra, notas 139 y 140. 146 J. M.a COSS~Oo., c., pp. 23-24. 1 4 j J. M.a COSS~OO,. c ., p. 22. 14* M. MENÉNDEPZE LAYOH, eterodoxos Españoles, tomo Tercero. 149 S. de la NUEZC ABALLEROIn,d ice del Archivo Particular de Galdós, El Museo Canario, Las Palmas, 1961-1962. 150 C. L. ALONSOG ARC~AC,a talogación de las cartas de Don Benito Pérez Galdós existentes en la Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas, Primera parte, Cabildo Insular, Las Palmas de Gran Canaria, 1982 (Inédito). Id. Relación epistolar de Galdós j los novelistas de principios de siglo: José López Pinillos, Tomás Borrás y Antón del Olmet, Memoria de Licenciatura. Universidad de La Laguna, 1984 (Inédita). En la Caja 1, Carpeta 1, Legajo 2, del Archivo Galdosiano de la Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas se encuentran dos cartas de Manuel Abril a Pérez Galdós, que no tienen referencias de día ni de mes ni de año. Transcripción de la primera carta: «Sr. D. Benito Pérez Galdós Muy Sr. mio, En la Revista que le envió he dicho, como puede Vd. ver, parte de lo mucho que pienso de «Amor y Ciencia». Como las opiniones de la crítica no están muy acordes con la mía tengo gran interés en que Vd. me diga si acerté o acertaron. Pienso que no tendrá Vd. el tiempo para perderle conmigo. Por lo tanto le ruego que me conteste, simplemente, diciéndome si Vd. me dedicaría con gusto mi ejemplar de Amor y Ciencia en caso de que mi trabajo revele una percepción clara y justa de la obra. De este modo tendré su apreciación, que tanto me interesa, sin que Vd. se moleste; y en caso de serme favorable su juicio, habré ganado el premio. Mil gracias por su bondad en haber llegado hasta aquí. Suyo afmo. S.S. Q.B.S.M. Manuel Abril SIC Jorge Juan, 21. Madrid-2%. Transcripción de la segunda carta: «Sr. D. Benito Pérez Galdós Muy Sr. mio , le agradezco en el alma sus palabras atentas y benévolas y sobre todo la dedicatoria de una obra tan de mi agrado. Queda agradecísimo su afmo. amigo y S.S. Q.B.S.M. Manuel Abril». lS2 L. STURGOF, ascio lictorio y cruz gammada, Cruz y Raya, 10, supl. 1-20. Id. El Estado Totalitario, Cruz y Raya, 28, 7-39. 153 Vide supra. Notas 42, 48, 50, 56, 60, 65, 69, 70, 71, 72, 105, 106, 126, 135, 138. 154 Comparte esta opinión VICENTEG AOS,C laves de la literatura española, Guadarrama, Ma-drid, 1971, pp. 461 al escribir: «el desprecio por Galdós llega hasta los años treinta y tantos de este siglo y culmina en los juicios tan desfavorables que Antonio Espina y José Bergamín vierten en «Galdós, redimuerto», El Heraldo, Madrid, 5 enero 1933. Sin embargo, durante su exilio se opera un cambio de actitud en Bergamín respecto a Galdós, al que dedicó varios libros. En La Corteza de la Letra, Losada, Buenos Aires, 1957, Bergamín relaciona a Galdós con Dostoiewski y con Tolstoi. Parte de esta obra ha sido refundida por Bergamín en otra más reciente, Calderón y Cierra España, Planeta, Madrid-Barcelona, 1979, en la que, por una parte (pp. 156- 166) pone a «la conciencia nacional trágica» como punto de contacto entre Galdós y Tolstoi, y por otra (pp. 167-172) pone «el pintar con nuestra propia sangren como punto de contacto entre Galdós y Goya. En «Mundo y Trasmundo de Galdós, Bergamín relaciona a éste con la Generación del 98 (Apud Theodore A. SACKETTP, érez Galdós, An Annotated Bibliography, The University of New Mexico Press, 1968. Por último, con ocasión de su homenaje y de la representación de su obra Medea, la Encantado-ra, Bergamín ha afirmado que los Arniches y los Quintero son el mejor teatro de España porque son herederos de Galdós mientras que Linares Rivas y Martínez Sierra siguen a Benavente con un teatro lleno de influencias extranjeras (Apud Carlos Gurméndez, «Entrevista a José Bergamín*, El País, domingo 22 de junio de 1980, p. 31). 155 Durante su etapa anterior al exilio y al ejercer su extraordinario magisterio de crítico literario, José Fernández Montesinos se había opuesto sistemáticamente a todo lo que sonase a «realismo» en la novela española. Sin embargo, durante su exilio en California, cambia sus puntos de vista y dedica al «Costumbnsmo y Novela* el Volumen 11, a «Pedro Antonio de Alarcón» el Volumen 111, a «Varela o la ficción libren el volumen IV, a «Pereda» el Volumen V, y a «Galdós» los volúmenes VI, VI1 y VI11 de su magna obra, Estudio sobre la Novela Española del siglo XIX. Los volúmenes dedicados a Galdós han sido editados por Editorial Castalia, en su segunda edición, en 1980. El Volumen primero titulado, Introducción a una historia de la novela en España en el siglo XlX, seguida de una bibliografía española de traducciones de novelas desde 1800 a 1850, está publicado igualmente en la Editorial Castalia, con una tercera edición en Valencia el año 1972 y con una cuarta edición en Madrid el año 1980. B I B L I O G R A F I A C O M P L E M E N T A R I A ALONSO GARCÍA, M. J.: Estudio sobre la revista Cruz y Raya (6 volúmenes), Tesis Doctoral, Universidad de Granada, 1977 (Inédita). Escudio sobre la revista Cruz y Raya, Tesis Uocroraies ae la Universidad de Sranaaa, n.O 168, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Granada, 1977. losé Bergamín, director de «Cruz y Raya» (1933-I936), Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, Fundación Universitaria Española, seminario ~Menéndez Pelayo», n." 4, Madrid, 1982, pp. 93-107. Aspectos culturales de la Segunda República Española: Aproximación a los Años Treinta, Con-ferencia en el Aula Cultural de la Caja Insular de Ahorros, Las Palmas, septiembre, 1982. José Bergamín: vida, pasión y muerte, Conferencia en la Universidad de La Laguna, Departa-mento de Literatura Española, diciembre, 1983. Miguel Hernández: Cincuentenario de su Auto Sacramental, Casa de Tomás Morales de Moya, Las Palmas, abril, 1984. Cincuentenario de la Generación de 1935: el neo-realismo de Zubiri y de Rosales, Conferencia en la Sala de Conferencias de la Consejería de Cultura del Gobierno de Canarias, Las Palmas, abril, 1985. La Aportación a la cultura y a la ciencia de los exilados españoles en los Estados Unidos, Estudio subvencionado con una beca N. M. A. de la Comisión Fullbright, en la City University of New York, año 1977 (Inédito). FENOMENOLOGIA DE LOS MOVIMIENTOS REVOLUCIONARIOS EUROPEOS DEL SIGLO XIX EN LA OBRA DE PEREZ Galdós Manuel Moreno Alonso Colegio Español de Londres «Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu nación. Declaraos revolucionarios, dís-colos si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebel-día. En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si querkis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento ... Sed constantes en ia protesta, sed viriies, románticos, y mieniras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Mariclío ... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro.. . , me duermo.. .D. (Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Cónovas, fi-nal del último capítulo. Ed. Obras Completas, 111, 1410). En el último de los Episodios Nacionales que, en 1912, escribió Pérez Gal-dós, en Cánovas, no deja de ser significativo que sus últimas palabras expuestas en forma de mensaje testamentaario aludan al significado de la Revolución tanto en su sentido semántico como real y vital. Es evidente que el autor fina-liza la última serie de su inmensa obra con el pensamiento de que en España -¿y por qué no también en Europa? - la Revolución queda aún pendiente. Después de más de un siglo de revoluciones, el porvenir del mundo, y particu-lamente de España, dependerá de la solución revolucionaria entendida como afán de superación, esfuerzo individual, rebelión constante, ideal, actitud indó-mita. El legado principal del siglo XIX al XX culmina -si consideramos las palabras anteriores como la conclusión de la obra y las últimas del autor- con la Revolución, ya desprendida de su sentido alarmante anterior y como expre-sión del «único síntoma de vida». La trayectoria revolucionaria del siglo XZX Desde antes de 1789 lo que por encima de todo caracteriza al nuevo período histórico que se abre en Europa es justamente esa palabra «aterradora» de Revolución contra «el cansado cuerpo» de las viejas naciones del continente. Sin revolución no se hubiera producido la «modernidad» o, si preferimos utili-zar el término decimonónico más genérico y aclamado, la libertad con todas sus implicaciones en el plano personal e histórico general. Con anterioridad a la época indicada no existía el concepto moderno de revolución. Nuestro Dic-cionario de Autoridades, por ejemplo, no conoce la palabra revolucionario, y las acepciones mencionadas del término revolución son muy diferentes de las de revuelta. La palabra se introduce en la historia del lenguaje y en la historia de los hechos justo en la época indicada, caracterizando todo el período histórico subsiguiente, sobre el que precisamente Pérez Galdós situará la acción de sus Episodios Nacionales y de sus Novelas contemporáneas. El interés suscitado en España durante la época en que vive Galdós por el conocimiento apasionado y casi siempre parcial en favor o en contra de las luchas revolucionarias1 es un claro reflejo de esta realidad, que aquél se propone «novelar». La historia de España, como la de Europa, en el siglo XIX no puede ser comprendida des-prendiéndola de su carácter revolucionario por encima de todo. Los Episodios Nacionales de manera particular constituyen sin género de dudas la obra gene-ral de más valor emprendida por un español sobre esta trayectoria. Su mismo carácter de novela histórica le dota de unas posibilidades de análisis mucho más amplias que los escritos académicos sobre el tema. En su obra amplísima Galdós incorporó como protagonistas de su relato a numerosas personas histó-ricas que se habían destacado como tratadistas incluso del fenómeno revolucio-nario tanto europeo como españolz, y a muchos de los cuales llegó a conocer personalmente. La revolución como punto de partida del interés por el tratamiento histórico de «lo contemporáneo» en la obra de Pérez Galdós Aunque Pérez Galdós tuvo «aficiones literarias desde el principio», y en el Instituto de Las Palmas fue «bastante aprovechad^»^, su interés por la historia contemporánea surgió de su contacto en vivo con la realidad revolucionaria peninsular en torno a 1868. que tan amplias recursiones ejerció en la opinión pública4. En sus Memorias recordará que fue «en aquella época fecunda de graves sucesos políticos, precursores de la Revolución» cuando presenció como testigo el motín de la noche de San Daniel -10 de abril del 65-, la subleva-ción de los sargentos en el cuartel de San Gil o posteriormente de la «Gloriosa» que costó el trono a Isabel I15. En relación con los sucesos de España, se refiere Galdós en el mismo lugar a la gran impresión que produjo en él sus dos primeros viajes a Francia. El primero lo hizo en el verano de 1867 -tenía entonces 24 años- y fue decisivo: conoció la gran ciudad hasta el punto que «a la semana de este ajetreo ya conocía París como si éste fuera un Madrid diez veces mayor», descubrió a Balzac y fue testigo de la llegada a París de gober-nantes y hombres de Estado de Europa que visitaban la Exposición Universal instalada en el Campo de Marte. Llegó a ver reiteradamente en medio de tantas revistas militares al Emperador Napoleón 111 -«figura en verdad poco napoleónica»- con su perilla y bigotes engomados según la moda del tiempo. La consecuencia literaria de este primer viaje fue su novela histórica La Fonta-na de Oro. Al año siguiente, en el verano del 68, volvió de nuevo a Francia, y a su regreso -en los últimos días de septiembre- se encontró en Barcelona «de manos a boca» con la Revolución de España. En la «bullanga política» vio -y lo recordaba muchos años después- al Capitán General conde de Cheste paseando por la Rambla con actitud teatral que «dejaba en el público impre-sión semejante a la de los espectadores de una tragedia donde todo se expresa en versos fríos y retumbantes». Su familia, asustada del «barullo revoluciona-rio », decidió al día siguiente partir para las Canarias, aprovechando que estaba en el puerto el vapor América. Desde éste nos dice que «presenciamos las demasías de la plebe barcelonesa, que se limitaron a quemar las casetas de Consumos. Era una revolución de alegría, de expansión en un pueblo culto». Ardiendo «en curiosidad por ver en Madrid los aspectos trágicos de la Revolu-ción » consiguió de su familia que la dejasen en Alicante donde hacía escala el correo dando como pretextos el continuar sus estudios en la Universidad, y a las pocas horas tenía la «inmensa dicha» de ver entrar a Serrano en la Puerta del Sol. Este encuentro de Galdós con la revolución será decisivo tanto por canali-zar sus futuros puntos de interés como por centrarlos cronológicamente en lo contemporáneo. Con su reconocida sagacidad, fue ya el mismo Leopoldo Alas quien puso de manifiesto este hecho, indicando que «es posible que el propósi-to, al principio para el mismo Galdós oscuro, indeciso, de escribir la historia novelesca de nuestra epopeya nacional del presente siglo, fuese en parte como una derivación de aquel prurito activo del entusiasta de la revolución y del joven ensimismado.. . a quien se le ocurrían aquellas cosas raras. Hay también un modo de ser hombre de acción en el arte, y las novelas de Galdós revelan al artista de este género»6. El autor de los Episodios Nacionales es evidente-mente hijo espiritual de la revolución de septiembre y entusiasta de sus princi-pios democrático-burgueses7. Su talento, sin embargo, le llevó a diferenciar desde el primer momento el contenido «revolucionario», «a la española», de aquel movimiento, de la revolución «verdadera» y auténtica8. A diferencia de tantos cantores de la «Gloriosa» como proliferan en su tiempoY, Galdós descu-bre su carácter de «bullanga política» y el predominio «retumbante» del cchin-chín de la música» que amalgamaba compases del Himno de Riego con la Mar-sellesa, y que parecía «más que radical, doméstica,,. Con todo, la impresión del acontecimiento revolucionario terminaba por fijar la atención de Galdós no en el pasado remoto sino en el «contemporáneo», en esa época media, «de lo que va de siglo», y que comenzaba en la guerra contra NapoleónlO. El siglo XVIII: los antecedentes de la Revolución Cronológicamente, la «época media» de la que según el decir de Alcalá Galiano se ocupó en sus novelas nacionales Pérez Galdós fue el siglo XTX, el período contemporáneo que comenzaba con Napoleón y acaba con Cánovas a finales de siglo. Pero ni que decir tiene que la mayor parte de los protagonistas de los primeros Episodios y novelas había nacido en el siglo anterior, y como tal la época ésta, sin ser objeto de su tratamiento específico, afluye en sus páginas con frecuencia. Hasta cierto punto, la culpa de todo lo ocurrido con posterioridad en España durante el siglo XIX se había gestado en el anterior: «De aquel innoble desaguisado tenían la culpa la Enciclopedia, Voltaire, D7Alembert, Diderot y toda la taifa precursora y actora de la infernal Revolu-ción francesa ... De aquella ciénaga desbordada venía la corrupción de las cos-tumbres de esta pobre Españall. Las «modas francesas» y con ellas la irreligión, el descaro de la juventud, la falta de respeto a los mayores y el mucho votar, entre otras a juicio de un anciano personaje Galdosiano, comenzaron a introdu-cirse en España entonces12. En todas las ciudades populosas, y especialmente en Cádiz, «que era entonces la más culta», había muchas personas desocupadas al tanto de ParísL3.E n España -y ya en 1792- la primera consecuencia de la Revolución francesa fue la caída del Ministerio Floridablanca14, que marca el comienzo todavía algo lejano de la tempestad. Con un tratamiento historiográfico más específico Pérez Galdós se ocupó del siglo XVIII -«que es en nuestra historia una de las épocas de más difícil estu-dio »- en su amplio trabajo sobre Don Ramón de la Cruz y su época, en el que de entrada señalaba sus dificultades: «la conclusión, la heterogeneidad, el carácter indeterminado con que se manifiestan sus principales hechos, la pequeñez relativa de sus hombres, son causa de que no se muestre accesible a la investigación, ni se preste a una síntesis clara»15. A su juicio era un «siglo de transición» en política, en artes, en literatura y en costumbres, que se presentaba como un período de «marasmo», en el que, no obstante, era necesario revisar el lugar común de que era «la causa de los males de todas clases que aún afligen a nuestra Sociedad, o si le debemos no haber caído en otros peores». En su opinión, «ignoramos si fue él quien nos trajo a nuestra actual postración o si, por el contrario, nos ha hecho , segi~ir, allnqlie algo re~agados, la marcha de la civilización europea». De cual- ! quier forma Galdós pensaba que fue muy distinto el ritmo de su poder transfor-mador en España del de Francia, siendo larguísimo el plazo que media entre la aniquilación de la Casa de Austria y la guerra de la Independencia. Observación 2 ésta de carácter fundamental, que lleva a don Benito a poner en duda el carácter E prerrevolucionario y modernizador de esta centuria. Los puntos oscuros sobre E esta época los achaca, con grandísimo sentido historiográfico, a la falta de traba-jos históricos, pues «no hubo siglo más descuidado de nuestros historiadores, ni 5 de ninguno nos hemos inquietado menos, a pesar de tenerlo tan cerca». Sin em-bargo, a su juicio, «no hay época más digna de estudio; de ella procedemos, y aunque una observación superficial no encuentra allí sino motivos de abatimiento y hasta de vergüenza, no conviene condenarla con ligereza, ni juzgarla con una mirada estrecha de intereses actuales o con el extraviado criterio del partido polí-tico ». El siglo XVIII, como punto de partida de revolución en Europa, significó k entre otros muchos aspectos señalados por el mismo Galdós: la perversión del sentido moral, la confusión de clases «sin resultar nada parecido a la igualdad», la relajación de las creencias religiosas, el conato de formar algo semejante a un E orden administrativo, los «laudables empeños de adelantamiento material que se O estrellan en los vicios inveterados de nuestras leyes, y en la organización de la propiedad», y el olvido de la Historia. Según el autor de Los Episodios «se obser-vaba el esfuerzo subterráneo de una revolución, de una fuerza desconocida que aspiraba a realizar considerable trastorno», y que como tal dicha revolución se inicia en los primeros años del siglo. Dará lugar a una época de oscuridad, de luchas y dudas, «que prevé en su instinto una revolución y no acierta a darle realidad, ni se atreve a intentarlo; que ve todo aquel pasado que se marcha y no comprende lo que ha de venir, ni se prepara a una nueva vida» mientras no pocos ilustrados hacían «ovillejos» en la Academia del Buen Gusto. La experiencia revolucionaria de un personaje Galdosiano Un ejemplo en la obra Galdosiana de fabulación de un personaje testigo fuera de España de los acontecimientos revolucionarios franceses y que, mu- chos años después, evocaba aquellas imágenes, es la de Don Beltrán de Urda-neta16. Es el retrato del típico gran conspirador, nacido en 1758, y que cuando «echaba una mirada a todo lo que comprende el espacio entre esa fecha y este pícaro 36», gustaba decir que le llevaba once años a Napoleón y a Weliington que nacieron en el 69, al tiempo que su amigo Goya, el «pintor ubérrimo» le llevaba doce. Disipador durante toda su vida de lo suyo y de lo ajeno, no había hecho más que «darse buena vida en los Parisew. En 1788 -un año antes al asalto de la Bastilla- pidió al Conde de Aranda una embajada y fue nombrado secretario de la de París, siendo testigo de todos los sucesos de la Revolución desde los Estados Generales hasta junio del 91 en que el rey fue detenido en Varennes. Cuando España retiró la Embajada de la capital francesa volvió con «casi todo el personal» para regresar nuevamente, y esta vez por motivos pla-centeros, en 1795, en pleno Directorio. Aunque Galdós, como es tan habitual en su estilo de narrar, interrumpe el relato para decir que «como no es mi objeto contarle a usted aquel incendio terrible, la Revolución, voy a mi cuento, y le sigo ~epitiendoq ue d 95 iiie fui a París en persecución de una iiermosura sobrehumana.. .», no se resiste a darnos algunas pinceladas de la Francia pos-trevolucionaria: <<¡Qué distinto de aquel París del 88, tan aristocrático, tan tónico y elegante, en medio de los sustos que ya ocasionaba la Revolución incipiente!». Según confesión personal de Don Beltrán la «sociedad del Direc-torio transformó completamente mis gustos», y allí continuó viviendo, llegando a emara Napu~e~iI paris dcsruCs de &us.cr~,iz y a$,~lell~ua l ciiiierro posteriormente de Josefina, que era «una lagarta»l7. En la trayectoria de esta biografía Galdosiana se advierte su contacto en vivo con la Revolución fuera de España y, habiendo nacido el protagonista a mediados del siglo XVIII, su experiencia es lo suficientemente dilatada como para examinar con perspectiva generacional «el espacio entre esa fecha y este pícaro 36». El autor de los Episodios al adentrarse por los vericuetos de la historia tan sólo se pone un freno narrativo: el de procurar no abandonar el campo peninsular en que trans-curren los acontecimientos, que no era su objeto. Y esta es a la limitación que está presente en su obra «nacional» en lo que respecta a las alusiones a la historia y a las revoluciones de otras naciones europeas. La tradición republicana española Consecuencia inminente del triunfo de la Revolución era la proclamación de la República, cuya significación revolucionaria produjo siempre pavor en España antes e incluso después de su primera experiencia histórica vivida ple-namente y contada por Galdósls. Para éste la Revolución contaba con prece-dentes muy lejanos, que no tenían por qué buscarse en los sucesos de Francia de finales del siglo XVIII, tan diversamente comprendida por los españoles, muchos de los cuales la veían como el principio del mal de las cosas de España. Entre estos precedentes el autor de Los Episodios recordará la lucha contra los tiranos en Atenas protagonizada por Harmodio y Aristogitón, las sediciones de los Gracos o la decapitación de Carlos 1 de Inglaterra aparte naturalmente de la de Francia, en la que Robespierre y Danton «ya sabemos que cortaban cabezas como plumas~'~E.n todos los casos resultaba evidente que «la causa del revolucionario más célebre en su tiempo fue un tejido de iniquidades y de absurdos jurídicos»20. Pero a la vez se presentaba siempre como un mal necesa-rio, como una cirugía política, ya que la medicina está visto que no sirve para nada: «amputación, hijo, pues no hay otro remedio~~Yl .e n este proceso Espa-ña no podía ser una excepción porque el país pedía cambios a «grito herido», y porque «el país tiene mejor que nadie el instinto de su conveniencia»22Y. en este sentido la historia de España no carecía de ejemplos. En el caso particular, concretamente, de la idea republicana -tan revolucionaria de suyo y a la vez con una imagen tan aterradora- uno de los españoles de Galdós dirá que «a mí no me ha causado nunca terror esa palabra ni me aterra hoy». Y para probar la larga tradición republicana de España no dejará de citar a Padilla, Lanuza, las doctrinas del P. Mariana y, más recientemente, las obras de Sem-pere y la proclamación de los derechos del hombre en las Cortes de 1810 por Muñoz T ~ r r e r oD~e~ e. s ta forma Pérez Galdós, que muy bien conocía la ten-dencia española de veta casticista de despreciar lo extranjeroz4, «españolizaba» tanto la práctica revolucionaria como la misma idea republicana. En España no hubo «salones» donde al estilo de Francia se preparara la revoluciónz5, aun- 1 que no faltaran desde luego los jóvenes educados en París que «afectaban a veces desprecio de su nación y la censuraban con acritudnZ6o, los democracios, por los que entendían sus enemigos «un perdís, un masón, un liberalote, un conspirador, un democracio~~~. E 2 -E La revolución de Francia 3 Dado el plan cronológico y novelístico de la obra de Pérez Galdós, la Revo- % lución Francesa de 1789 o, posteriormente, la época napoleónica o las mismas f revoluciones de 1830 ó 1848 constituyen en puridad puntos de referencias fun-damentales para dilucidar los acontecimientos nacionales. Se advierte siempre el interés del autor por aquellos hechos ultrapirenaicos pero tenía que atenerse al marco temático y espacial de la historia contemporánea e~pañola*E~1 .p roce-dimiento habitual sin embargo para tratar de los movimientos revolucionarios extranjeros es el de introducir en ellos, con fundamento histórico o simple verosimilitud, a los españoles. Es el caso real, por ejemplo, del famoso abate utrerano Marchena, cuya personalidad era tan cara al novelista: «uno que pasa o aquí por clérigo relajado, una especie de abate que habla más francés que español, y más latín que francés, poeta, orador, hombre de facundia y de chis-te, que se dice amigo de madama Stael, y parece lo fue realmente de Marat, Robespierre, Legendre, Tallien y demás gentuza»29O. del fabulado Santorcaz, quien después de algunas fechorías, se marcha a París, sumándose a la Revolu-ción. Su entrada en la ciudad la hizo -según narra prolijamente- el 21 de enero de 1793, encontrándose en una gran plaza donde el pueblo estaba reuni-do para guillotinar a Luis XVI, y siendo uno de los que, al enseñar el verdugo al pueblo la cabeza, aplaudió como los demás gritando: «está muy bien he-c h o ~J~un~to. c on Marchena, de quien se hizo gran amigo, frecuentó los clubs más frenéticos, llegando a recriminar a su amigo Maximiliano (Robespierre) el que se hubiera pasado a los realistas ¡En su opinión, «toda la sangre derramada me parecía poca para reformar una sociedad que no era de mi gusto, y estimaba lo mejor hacerla desaparecer en la guillotina*. Para reírse de Dios -cuya simple nominación era un insulto a la Razón- llegó a inventar junto con Marchena uno particular, irrisorio, del que se mofaban, y al que llamaban Ibrascha. Otro recurso habitual del novelista para aludir a los sucesos revolucionarios de Francia, en este caso de 1789, son las referencias propiamente históricas que permiten al mismo tiempo delimitar cronológicamente los períodos en que transcurre la acción. Las alusiones por ejemplo al Conde de Aranda, que con-denó desde el principio la guerra con la República31, o la Paz de Amiens que no fue más que una tregua32, son datos fácticos diferentes a cuando Calpena, protagonista de la tercera serie de los Episodios, recordaba las imágenes que había visto de Voltaire o de Ta l l e~r a n dE~n~ u. no u otro caso, el narrador por sí mismo o por boca de alguno de sus personajes34 se permite comparar la experiencia revolucionaria española con la de los movimientos extranjero^^^, asumir lo mejor de éstos36 o, simplemente, expresar su reprobación y desencan-to. Galdós -viajero por Europa- era consciente de que España se hallaba dentro de una realidad geográfica concreta cuyas influencias no le podían ser ajenas a pesar del grado de aislamiento no ya peninsular sino de todo el conti-nente37. Y en cuanto a las diferencias entre España y otras potencias europeas, antes o después de la Revolución, el autor de Los Episodios tenía muy claro que «las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del todo descaminado»38. Esta forma sencilla, llena de sentido común y por ello tan inúiscuiii~iee, s ia que caracterizará ei análisis dei pasado en ia obra gaicio- ~ i a n a ~ ~ . La Fontana de Oro Primera novela de Galdós -«libro con cierta tendencia revolucionaria»- es un estudio magnífico de la Revolución española, que comienza con las últi-mas boqueadas del absolutismo fernandino, trata sobre todo el triunfo del libe-ralismo, y termina con el retorno a la tiranía. En el preámbulo a la misma, que el autor escribió en 1870, puso de relieve en este sentido que «los hechos históricos o novelescos contados en este libro se refieren a uno de los períodos de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de reorganización que principió en 1812 y no parece próxima a terminar todavía. Mucho después de escrito este libro, pues sólo sus últimas páginas son posterio-res a la Revolución de septiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos, y algo de lo que aquí pasa; relación nacida, sin duda, de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820- 1 8 2 3 ~E~s ~el. e stado de crisis revolucionaria constante que caracterizará al siglo XIX español lo que el autor de los Episodios y de las novelas contemporáneas se decidirá a escribir a partir de esta primera novela, contando sus «hechos históricos y novelescos». Por La Fontana de Oro desfilan ideas, discursos revo-lucionarios, actuaciones de clubs, alusiones a libros extranjeros41, e incluso ani-males domésticos como aquel gato que se llamaba «Robespierre». Bozmediano tenía presente que «la irrupción de costumbres francesas, verificada con la venida de la dinastía nueva, a principios del siglo XVIII, modificó ésta como otras cosas*, y que «con la sociedad nueva vino la moda nueva»42. Y Lázaro, el protagonista de la novela, romántico que profesa el liberalismo más agudo e incondicional, que sabe que la Revolución «necesita estas medidas prontas y decisivas*, confiesa sin embargo que «yo no quiero para mi Patria los horrores de la Revolución Francesa. Después de un terror no puede venir sino la dicta-dura. Yo no quiero que pase aquí lo que en Francia, donde, a causa de los excesos de la Revolución, la libertad ha muerto para siempre»43. Por encima de todo, «era preciso enseñar a los franceses que no debía haber otro Ra-vaillacn 44. «El Audaz», la novela de la Revolución El Audaz, cuyo subtítulo es el de «historia de un radical de antaño», fue escrita por Pérez Galdós en 1871, y su acción se sitúa en 1804, con amplias referencias a los movimientos revolucionarios de finales del se te ciento^^^. El protagonista, Martín Martínez Muriel: de ideas radicales y revolucionarias, tie- ! E ne amigos volterianos, y es un entusiasta de la experiencia revolucionaria fran- E cesa. La imaginación arrebatada del joven Muriel fue «una tierra fecundísima en que las nuevas ideas germinaron con asombroso desarrollo. El espíritu revo-lucionario, explosión de la conciencia humana, se mostró en él rudo, implaca-ble, radical, sin la depuración que después han traído el estudio y el mejor conocimiento del hombre. La abolición de privilegios, la legación del derecho e divino, la soberanía nacional, los derechos del hombre. He aquí los grandes problemas planteados en aquellos días. El que conozca la Sociedad de entonces % disculpará la exageración. Fuerza es que la disculpemos a Muriel, que al reco-ger aquellas ideas experimentó el único goce de su espíritu»46. Este profesaba E a la nobleza un odio vivísirno, y «devoraba cuantos describieron y comentaran la Revolución Francesa ... , en su mente el hecho horrible se sublimaba al con-tacto de la noble idea; perdíase en una contemplación sin fin, durante la cual I se le representaban en la fantasía los caracteres y los hechos de la pavorosa 1 catástrofe; y cuando concluían sus éxtasis, era para dar lugar a una inquietud extraordinaira». Todos sus sentidos estaban obsesionados por una idea: la Re- $ v ~ l u c i ó nJ~u~n.to a él, el franciscano Fray Jerónimo de Matamala, «sabía muy " bien lo que eran los derechos del hombre, y conocía todos los argumentos del ateísmo; conocía a Rousseau y aún algo más; pero afectaba una ignorancia absoluta de tan peligrosas rna t e r i a s~y~ ~de, sde Ocaña sostenía corresponden-cias «muy activas». Estaba convencido de que «los privilegios se han de acabar aquí, como se acabaron en Francia, y o mucho me engaño, o ese día no está lejos», ante la sorpresa del mismo Muriel que «se admiró de encontrar tan revolucionario a quien se había figurado como un señor muy beato, enemigo, como la mayor parte, de las cosas extranjera^^^. El capítulo 111 de la novela se titula incluso «La sombra de RobespierredO, y por él vagan los demonios de los grandes revolucionarios franceses, de la misma manera que también cam-pean por esta novela de acción los nombres de sus inspiradores teóricos, el barón de Holbach o D'Alembert, Don Lamberto para entenders1. La ola revolucionaria en «Angel Guerra» Veinte años después de escribir El Audaz, en 1891 puso Galdós punto final a su novela Angel Guerra, una de las más amadas por el autor5'. Aunque la vida del protagonista ahora transcurre en los años de la Re~tauración~un~a, época ciertamente muy diferente de la de principios de siglo o de la de finales del XVIII, el espíritu de protagonista es enteramente revolucionario: le impresiona el dolor y la injusticia, cree que es urgente la reforma de la sociedad y que hay que derribar las viejas costumbres para construir un nuevo mundo.. . Su revolu-cionarismo idealista, de corte moral y religioso, tendrá un carácter sin embargo diferente del de los anteriores protagonistas de la revolución en las novelas men-cionadas. Es también mucho más humana. A sus treinta años confiesa que «en la edad peligrosa cogióme un vértigo político, enfermedad de fanatismo, ansia instintiva de mejorar la suerte de los pueblos, de aminorar el mal humano ..., resabio quijotesco que todos llevamos en la masa de la sangre»54. Era, en reali-dad, de los que no temían que los demás les hicieran «fu, llamándoles la hidra demagógica y la ola revol~cionar ia»~Su~s. ideas no ya sobre la revolución sino sobre la Historia diferían completamente de las de la gente sencilla, representada por Dulce, que «no comprendía el interés de la Historia, la filosofía de los he-chos graves que afectan a la colectividad, interés a que no puede sustraerse el hombre de estudio, máxime si ha intervenido en tales hechos. Dulce creía que era más importante para la Humanidad repasar con esmero una pieza de ropa, o freir bien una tortilla, que averiguar las causas determinantes de los éxitos y fracasos en ia labor instintiva y fatai de ia colectividad por mejorar modificánáo-sed6. Insistiendo en esta doble caracterización o visión de las cosas por parte de Angel o de Dulce, Don Benito no puede resistir entrar en el tema, y terminará diciendo que «La Humanidad no sabe aún qué es lo que precede ni qué es lo que sigue, cuáles fuerzas engendran y cuáles conciben. Rompecabezas inmenso: jel pan se amasa para las revoluciones o por ellas?». El relativismo al juzgar los heclios -el de las explosiones revolucionarias, por ejemplo- es evidente: «el pueblo se degrada a los ojos de la Historia según las circunstancias. Antes de empezar, nunca sabe si va a ser pueblo o populacho^^^. Y, por supuesto, «todo el pelo que se puede echar en España con las revoluciones lo echaron los del 68, y ya no hay más pelo que echar por ese lado»58. La revolución europea de 1830 En la ya aludida tertulia de Jenara, los «temas de política extranjera» ocu-paron durante mucho tiempo la atención primordial de los asistentes, sobrepa-sando al «grave de nuestros negocios»59. Concretamente el asunto de la Revo-lución de Julio -«asunto socorridísimo que dio para todo el verano y otoño»- junto con los de Grecia, Polonia y el reconocimiento de Luis Felipe fueron los que polarizaron las conversaciones de los contertulios. Estos, por otra parte, estaban al tanto de «muchas particularidades desconocidas del público y aún del Gobierno», y allí leían algunas cartas venidas de Francia aunque «no cierta-mente con intento de conspirar». Comentaban igualmente las ordenanzas de Polignac contra los periódicos, estando de acuerdo en que «de las ruinas de la Prensa nacen las barricadaw60. Lo más interesante de todo en este Episodio de Los Apostólicos es que su autor relaciona íntimamente la oleada de libertad desencadenada en Europa con la lucha de los emigrados españoles contra el absolutismo, pues «el buenazo de Luis Felipe, viendo que aquí no le querían reconocer como Rey de los franceses, abrió la frontera a los emigrados y aún dícese que les dio auxilio y adelantó algunos dineros». Lo que hizo que Mina y otros «andantescos de la Revolución» entraran en la Península, hasta que el Gobierno cayó en la cuenta de que debía reconocer a Luis Felipe, y fue enton-ces cuando Francia cerró las fronteras y se acabaron las partidas. La cuestión polaca, muy especialmente, se convirtió en una moda, y todo el mundo compa-decía al «pueblo mártir, amarrado, desnacionalizado, cesante de su soberanía» llegando al sentimentalismo al tiempo que se hacían versos y cantatas innume-rables con el título de Lágrimas de Polonia. Las escenas revolucionarias que tuvieron lugar en Francia y en Europa en el mes de julio de 1830 debieron estar muy presentes en Pérez Galdós, cuando éste, a finales de 1903, comenzó la redacción de un nuevo Episodio de la cuarta serie dedicado a los sucesos revolucionarios de España que siguieron a 1852 -la revolución de 1854- y al qi?e titil!a i n d ~ s oL n Revnlurión d~ .Tuh. En él su autor traza magistralmente la anatomía del proceso revolucionario español de este año, pero en el que es claramente deudor de sus conocimientos y lecturas sobre la revolución de 1830 y la posterior de 1848. El novelista conoce perfectamente «a esos elementos: son los que alborotan siempre, hoy en este sentido, mañana en el otro»'jl. Desde la Exposición Universal de Londres los protagonistas españoles del Epi-sodio hablarán de España; «de este país tan pobre y tan atrasado ... Entre paréntesis, aquí no tienen idea de la penosa impresión que a los que venimos al extranjero nos causa el llegar a Madrid y ver el sistema primitivo de recoger las basuras»'j2. En suma, los españoles que conversaban de este manera echa-ban en falta el que en la Península se hubiera producido la revolución indus-trial, y acababan siempre diciendo que «estamos muy atrasad os^^^. Las tormentas del 48 En las Memorias de José García Fajardo -protagonista de la novela auto-biográfica Las tormentas del 48- nos presenta Galdós cuáles podían ser los alimentos espirituales que nutrían al revolucionario «a la Europea» que venía a España procedente del extranjero: Gibbon, Ugo Foscolo, Pellico, Cesare Balbo, Cesare Cantú, Helvecio, Condillac, Manzoni, las Ideas sobre la Historia de la Humanidad de Herder o el libro de Pierre Leroux, De l'humanité, de son principe et de son avenir64. Evidentemente estamos ante un nuevo «revolucio-nario » y ante una nueva generación de rebeldes, que se permitían escribir hasta sobre el Risorgimento dell'Ztalia una e libera6" Uno de éstos, en una de las tertulias madrileñas, llegaba a «hacer gala de suficiencia y de hallarse muy al tanto de las ideas que en la actualidad agitan a los pensadores europeos, y como la idea del día es el liberalismo papa1 y la filosofía histórica de Gioberti y de Balbo» tenía asegurada la audiencia sobre las que sus lecciones caían como «un pedrisco de erudición»'j6. Y en lo que se refiere a las noticias de Francia: «son cada día más interesantes y en ellas palpita el drama político, tan del gusto de estos pueblos imaginativos y apasionados»'j7. De nuevo se había proclamado la República, el rey había huido y se habían levantado barricadas. Las noticias de la revolución que «llegan aquí como páginas epilogales del sangriento poema del 93» eran en Madrid «muy comentadas, con evidente exaltación de la susceptibilidad española» y con el temor de algunos partida-rios de «poner una aduana de ideas en la frontera para que no pase acá la dolencia revolucionaria, ni se nos cuelen en España esas malditas utopías». Según el autor de las Memorias -que lo consigna en el escrito correspondien-te al día 3 de marzo- lo que consolaba a muchos era que al frente de la República Francesa apareciera la figura del «dulce y tiernísimo» Lamartine, nombramiento de un poeta para tal cargo y que en la mentalidad española de la época era algo insólito. Pero la tormenta se extendía igualmente al reino de Nápoles, Piamonte, Roma, Hungría y Austria donde un «formidable pedrisco» derribaba el árbol corpulento de Metternich, así como a las «demás nacio-n e s ~ ~ ~ . En toda Europa -siguen diciendo las Memorias- ha surgido la voz pavo-rosa del Socialismo, «la nueva idea que viene pujante contra la propiedad, contra el monopolio, contra los privilegios de la riqueza, más irritantes que los de los blasones». Y recapacitando en ello, llega a decir que «me siento San-Si-moniano, y afirmo que el mundo es del pueblo, de todos, y que el derecho a los goces no es exclusivo de una clase privilegiada. La riqueza pertenece a los trabajadores, que la crean, la sostiene y aquilatan, y todo el que en sus manos ávidas la retenga, al amparo de un Estado despótico, detenta la propiedad, por no decir que la roba»69. Quien dice esto, advierte naturalmente que comprende el «terror que causan estas ideas en la sociedad en que vivo. Yo, que antes no me cuidaba del Socialismo y sólo me servía de él para producir algún frívolo chiste en las conversaciones mundanas, ahora tiemblo ante el problema, mons-truo cejijunto, de grosera voz y manos rapaces». Y es ya en esas conversaciones mundanas donde al pueblo -sigue diciendo el autor de las presentes Memo-rias- se les llama, «con supremo desdén», las masas. El mismo recuerdo de las lecturas de Fourier y Considérant le sugiere la idea de hacer un ensayo de la grande y nueva asociación humana dividida en los nuevos elementales esta-mento~ c: apital, trabajo, inteligencia; sobre cuya base se establecería un falans-terio modelo. Naturalmente que detrás de todo el escéptico Don Benito -que escribe el Episodio en 1902- ridiculiza a la persona que exponía estas ideas aún cuando deja muy claro que «la tormenta que venga por Europa, de pueblo en pueblo, descargando aquí centellas, allá granizo, en una parte y otra eléctrico fluido que todo lo trastorna, ha de ser, andando el tiempo, furioso torbellino que arrase el vano edificio de nuestra propiedad, sin que contra él nos valgan falanges ni falanterios.. . Tardará meses, años, lustros; tardará siglos?. . . 70. Pé-rez Galdós, que desde la perspectiva ya del nuevo siglo sabe del fracaso de la revolución del 48, anuncia proféticamente que la revolución, ésta de las masas y de los trabajadores, tendrá que producirse más tarde o más temprano en los distintos pueblos de Europa. La historia posterior habría de darle plenamente razón. Las Tormentas del 48 se presentan en este sentido como la narración de contenido más europeístas de la revolución de toda la obra Galdosiana71. La revolución «a la española» Los Episodios Nacionales y, en menor grado, las Novelas Contemporáneas constituyen la mejor crónica de la revoluci%n española del siglo XIX; con sus altibajos, con su retórica, con su discutible autenticidad, con su falta de grande-za v,., en suma. con su mísera realidad. Las alusiones a los movimientos revolu-cionarios europeos sirven al autor para distinguir claramente su alcance y signi-ficación del de los españoles, mucho más débiles, y siempre menos burgueses, menos socialistas y mucho más primitivos. Como nos dice de los rebeldes anda-luces que asolaban revolucionariamente los campos la causa de ello era senci-llamente el hambre: «-¿Qué pedían los valientes revolucionarios del Arahal? /,Pedían libertad? No. i,Pedían la Constitución del 12 o del 37? No. ?,Pedían acaso la ~esamortizaci&? No. Pedían pan.. . , pan.. . , quizás en forma y condi-mento de gazpacho.. . Y este pan lo pedían llamando a¡ pan democracia, y a su hambre reacción ... Quiere decirse que para matar el hambre, o sea la reacción, necesitaban democracia, o llámese pan para mayor claridad.. . No creáis que aqueiia revoiución era poiíiica, ni que reciamha un cambio de Gubie~n.o. . g Era el movimiento y la voz de la primera necesidad humana: el comer»72. Y cuando magistralmente el autor de Los Episodios trata al comienzo de éstos la anatomía de un tumulto revolucionario lo que destaca en éstos es el griterío de la turba y la multiplicación de los alborotado re^^^. El novelista sabía muy bien f que una revolución no se hace sin dinero74, y ¿dónde lo tenían los revoluciona-rios españoles? Por esta razón, y por ia misma candidez entusiasid de sus pro-tagonistas, los movimientos revolucionarios españoles terminaban en adefe- % S~OS'~. 3 La Revolución «a la españolas era en sustancia la obra más o menos preci-pitada o inmadura del conspirador romántico o incluso del profesional que conspirará «por que se lo pide el cuerpo, porque el conspirar es en él alivio de penas, venganza de la injusticia y fuente de risueñas esperanzas» o incluso «también por patriotismo, para que la Nación saliera de tantas desventuras»76. f Y naturalmente que lo hacía porque «como no tenía ocupaciones de oficina ni de nada, se pasaba el día charlando de la conspiración con sus amigos viejos o con los nuevos que en el campo democrático le habían salido. El rincón de un café, el cuchitril de una portería o las negras estancias de una mala imprenta eran sus logias, y cuando no se terciaba el arrimo a cualquier tertulia revolucio-naria, satisfacía su anhelo en los corrillos de la Puerta del Sol, conventículo habitual de cesantes». Estos últimos, los cesantes, junto con los militares des-contentos con sus propios ascensos y con la presencia del pueblo se convertirán en decisivos colaboradores de la obra revolucionaria de los agitadores o en los principales soportes de los pronunciamientos, verdadera enfermedad nacio-n a l ~E~n ~cu.a lquier caso es enorme la dosis de ingenuidad de cada movimiento revolucionario, lo mismo que las ideas de sus protagonistas, que no pierden nunca la esperanza de la revolución, y que lo esperan todo de la inminente algarada o del próximo pronunciamiento. Como discurseaba uno de los perso-najes Galdosianos -Don José del Milagro, en su gallinero del café-: «yo sos-tengo, yo aseguro, yo declaro que en la gravísima situación de la patria, en el terrible conflicto de la Libertad, en este deplorable caos a que nos han traído los errores de unos y otros, no veo, no vislumbro, no puedo imaginar otro remedio ni otra salvación y el remedio que he tenido el honor de exponer ..., llegará día en que la necesidad de conservar la vida inspire a todos la idea de volver los ojos al hombre de septiembre en Madrid, al hombre de diciembre en Luchana, al hombre de junio en Peñacerrada, al hombre de mayo en Guadar-mino, al hombre, en fin, de todos los meses del año en la patria Historia ... Deseemos, pues, que la confusión aumente, que vengan injurias de unos a otros, bofetadas y palos, y tras los palos, tiros, y tras los tiros, el pronuncia-miento decisivo del sentido común contra las tonterías y los crímenes. He di-c h o ~D~o~n .B enito es siempre un excelso maestro cuando describe la técnica española del golpe de Estado o de la asonada revolucionaria, y siempre a re-molque de las directrices o de los movimiento~ europeos, de los que le separan multitud de diferencias y matices. La conclusión es siempre la misma: el desen-gaño, el escepticismo impuesto por la realidad, el fracaso en definitiva de la Revolución. Lo dice con amargura el protagonista de La Revolución de julio: «mis ilusiones de ver a España en camino de su grandeza y bienestar han caído y son llevadas por el viento. No espero nada; no creo nada. .. La página histó-rica tras la cual corrí, resúltame ahora como pliego de aleluyas o romances de ciego. ¿Será que mi mente ha caído en la dolencia de remontarse y picar muy alto, o que los hechos y los hombres son por sí sobradamente rastreros y mise-rable~? »'~E.l mencionado protagonista amaba lo grande y hermoso, desdeñaba las tintas medias, como la clase media y la moral media, y por eso el recuerdo de una «batalla de aficionados en el campo casero me lleva al ardiente afán de presenciar un Austerlitz o algo semejante*, o mirar hacia las ambiciones de un Cromwell o un Bonaparteso. Sobre las fuentes Galdosianas para la historia de los movimientos revolucionarios de Europa Es de sobra conocido que, a pesar de la significación historiográfica monu-mental de la obra de Galdós, algunos críticos de su época y posteriores han minusvalorado la información histórica del autors1. Muchos -empezando por Baroja quien le negó hasta las menores cualidades de investigador porque «ha tomado la historia hecha en los libros» y no había frecuentado los archivos-le han echado en cara que leía poco, que no le interesaban los libros y que tenían escasa base científicas2. Otros, por el contrario, han intentado contra-rrestar estas afirmacioness3, pero, a la vista de las reflexiones Galdosianas sobre los movimientos revolucionarios europeos es indiscutible que no es necesario acudir a los anaqueles de la propia biblioteca de Don Benitos4 para confirmar su información sobre los sucesos en fuentes bien contrastadas. Estas, como es bien conocido, eran de tipo muy diverso: bibliográficas, información oral y «archivos vivos»s5. Entre las primeras, y en lo que respecta a la cuestión de los movimientos revolucionarios de Europa, Pérez Galdós conocía sin lugar a du-das lo que habían escrito los clásicos sobre el tema: Michelet, Madame de Stael, Lamartine, Guizot, Thiers, Louis Blanc aparte de las teorías de los socia-listas románticos. Y, por supuesto, las obras de historia universal y de Europa traducidas muchas de ellas al español por aquellos con tanta prodigalidad o las escritas por los mismos españoless6, están en la base de la información Galdósia- na que para sus objetivos -la obra de un novelista- eran más que suficientes. Las referencias concretas a obras como las de Herder, Laurent, César Cantú y, muy particularmente, Lamartine y Thiers son una muestra de ello. De cual-quier forma el gran mérito de Galdós, la gran importancia de su investigación donde reside es en el gran acierto al estudiar los personajes encardinados a los hechos y entrando hasta lo más hondo de su mentalidad. Y lo que nos maravilla es cómo llegó a abarcarlo todo: el hecho histórico, el incidente ignorado, las acciones militares, las intrigas políticas, las costumbres y las inautenticidades de los mismos protagonistas de la revolucións7. Nota final: Los demonios de Don Benito ante la Revolución No es necesario destacar el valor de la obra Galdosiana como fuente históri-ca general del pasado decimonónico de Españas8, para comprender la extraor-dinaria aportación tanto de los Episodios como de las Novelas contemporáneas al conocimiento de la realidad revolucionaria. Y ésta evidentemente tiene que ser enmarcada dentro del cuadro de la historia de Europa, sin la cual no es posible su comprensión. En su visión, matizada de mil formas por la sabia contraposición de los personajes, está presente el cronista, teóricamente pro-gresista pero en la práctica conservador, con todos sus demonios (muchos de ellos injustamente fundados y atribuidos con manifiesta parcialidad), pero sin f que podamos echarle en cara ni desconocimiento de la realidad, ni manipula-ción de ésta, ni sectarismo malicioso, ni ausencia de historiador ni siquiera - : falta de objetividad. En sus Historias -y éstas son las palabras con las que % Menéndez Pelayo le presentaba a un público temeroso de demonios de 1897- $ «están representados todas las castas y condiciones, todos los oficios y estados, todos los partidos y banderías, todos los impulsos buenos, malos, todas las heroicas grandezas y todas las extravagancias, fanatismos y necedades que en guerra, en paz, en los montes y en las ciudades, en el campo de batalla y en las asambleas, en la vida política y en la vida doméstica, forman la trama de nues-tra existencia durante el período exuberante de nuestra vida desordenada.. .pg9. Una trama de nuestra existencia ésta de la que era consustancial la revolución, y de la cual fue Don Benito Pérez Galdós excepcional cronista sin ser historia- $ dor de profesión. 3 O N O T A S No existe un repertorio bibliográfico exhaustivo puesto al día sobre la publicística revolucio-naria de la época aparecida en España a lo largo del siglo XIX. La Bibliografia de las guerras carlistas y de las luchas políticas del siglo XIX de Jaime del Burgo (Pamplona, 1956-1966, en tres volúmenes y dos suplementos) es de un valor instrumental fundamental. Puede ser también de interés el trabajo de J. S. PÉREZ GARZ~NLa, revolución burguesa en España: los inicios de un debate cient@co, 1966-1979. En «X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Uni-versidad de Pau», Madrid, 1980, pp. 91-138. Hombres, en efecto, como Flórez Estrada, Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano, Conde de Toreno, Modesto Lafuente, Donoso Cortés, Garrido, Castelar, Morayta, entre los españoles, que escribieron sobre la Revolución son también protagonistas y personajes Galdosianos. Cfr. el Ensayo de un censo de los personajes Galdosianos comprendidos en los «Episodios Nacionales» de Federico Carlos Sainz de Robles (ed. de Obras Completas de Aguilar, 1968, por la que citaremos en adelan-te, 111, 1411-1873) con los tratadistas españoles del fenómeno revolucionario europeo y particular-mente francés en M. MORENOA LONSOL, a Revolución Francesa en la historiografía española del siglo XIX, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1979. Cfr. la bellísima semblanza de Benito Pérez Galdós por «Clarín», escrita en Madrid en 1889, y reproducida en el libro B.P.G. El Escritor y la crítica, ed. de Douglas M. Rogers, Taurus, 1979, pp. 21-40. La carta «biográfica», con datos de su infancia, enviada por el escritor a Leopoldo Alas decía, entre otras cosas, que «en los tres o cuatro años que precedieron a la revolución del 68 se me ocum'an a mí unas cosas muy raras*, y que «en el 67 se me ocurrió escribir La Fontana de Oro, libro con cierta tendencia revolucionaria. Lo empecé aquí y lo continué en Francia; al volver a España, hallándome en Barcelona, estalló la revolución, que acogí con entusiasmo», pp. 31-32. Cfr. M. MORENOA LONSOL, a Revolución española de 1868 en Inglaterra, «Revista de His-toria Contemporánea» (Sevilla, 19831, n." 2, pp. 49-93. Memorias de un desmemoriado, ed. de Obras Completas (Novelas, y Miscelánea, que en adelante citamos por la ed. de 1973). 111, 1430 y SS. ' Benito Pérez Galdós, ed. cit., de Douglass M. Rogers, p. 33. J. RODR~GUEZ-PUÉRTObLaAsáSn dose fundamentalmente en Fortunata y Jacinta ha trazado algunos rasgos de la cosmovisión burguesa de la sociedad Galdosiana en los comienzos de la Restau-ración, destacando el protagonismo revolucionario del tío de Fortunata José Izquierdo -siendo sintomática la ironía Galdosiana al llamar «Izquierdo» al personaje- que había participado en todos los movimientos del siglo XIX en su segunda mitad: motín revolucionario de 1854 que llevó al poder a la Unión Liberal; en la sublevación popular de 1856; en la del cuartel de San Gil de i866; en ia Sioriosa o en ia Kevoiución anarquista cie Hicoy ..., que actúa sin enibaigu coii iiiani-fiesto desencaje ideológico y social (Galdós: Burguesía y Revolución, Madrid, 1975, pp. 13 y SS.). En La segunda casaca, expone que «era tristísimo que los que nos habíamos embarcado en la Revolución, aceptando sus hechos y renegando in pectore de sus principios, viésemos frustrados nuestros honrados planes»; y que enosotros no éramos Robespierres ni Marats: nosotros no quena-mos cortar la cabeza a nadie. Queríamos sencillamente adaptar la Revolución a nuestra voluntad, aprovecharnos de ella, encauzarla en el lecho de nuestras ideas, haciendo de la hidra espantosa una flexible y condescendiente cortesanan (Episodios, 1-1428). La revolución del 68 -llamada pomposamente la «Gloriosa»- fue sin lugar a dudas la más espectacular del siglo en España, y como tal fue juzgada por sus protagonistas y contemporáneos (por ejemplo, J. MAÑÉ y FLAWER, La revolución de 1868 juzgada por sus autores, Barcelona, 1876), aun cuando sus conquistas fueron en realidad bastante modestas, de lo que el primero en darse cuenta fue el mismo Galdós. Cfr. M. TUNODNE LARA,E l problema del poder en el sexenio (1868-74), «Estudios sobre el siglo XIX español», Madrid, ed. 1976, pp. 83-151. 'O José Alcalá Galiano, más tarde amigo y compañero de viaje de Galdós por Europa, escribió para la Revista de España (1871) una detallada reseña de La Fontana de Oro en la que, en efecto, elogia al autor por haber elegido como asunto de su novela no el pasado remoto sino una aépoca media», en la que el interés histórico se unía a las ventajas de la exposición realista al tiempo que aconsejaba a nuestros novelistas la realización de una novela nacional ambientada en esta época a imitación de lo que se hacía en Europa (Cfr. H. HINTERHAUSELRO, S «Episodios Nacionales» de B. Pérez Galdós, Madrid, 1963, p. 35). l' España sin rey (Episodios, 111, 801-802). l2 Cádiz (1-859). l3 Trafalgar, 1, 209. l4 Trafalgar, 1, 282. l5 Don Ramón de la Cruz y su época (Novelas, y Miscelánea, 111, 1228-1254). l6 Don Beltrán de Urdaneta aparece como personaje típicamente Galdosiano en Luchana, La Campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica, Vergara, Los Ayacuchos, Carlos VI en la Rápita, Prim, y España sin Rey. Desde un punto de vista generacional resulta interesante comparar su mentalidad con su hijo don Federico y sobre todo con su nieto Don Rodrigo de Urdaneta Idiaquez. l7 Luchana, 11, 704. '"a Primera República, 111, 1115. Galdós al «novelar» la experiencia advertirá que «la histo-ria de aquel año (1873) es selva o manigua tan enmarañada que es difícil abrir caminos en su densa vegetación. Es en parte luminosa, en parte siniestra y obscura, entretejida de malezas con las cuales lucha difícilmente el hacha del leñador». l9 El Grande Oriente, 1, 1467. 20 El Terror de 1824, 1, 1738. 21 La de los tristes destinos, 111, 700. 22 La segunda casaca, 1, 1411. En el Episodio, Monsalud advertirá con el realismo hispano tan característico que «yo no vengo aquí a proclamarme revolucionario», ni «soy ni siquiera revolucio-nario », y «quiero permanecer en la obscuridad el día del triunfo*. Su sistema político lo cifraba en la prudencia, reformas sabias, respeto al Rey, y mucho, mucho orden. 23 El Grande Oriente, 1, 1521. Galdós cita de forma erudita el caso de Lucas Francisco Men-dialdua, quien en la «populosa» ciudad de Málaga concibió el plan de establecer la República, como «consta en la proclama que imprimió, encabezada con las mágicas palabras República espa-ñola y firmada por Un Tribunal del Pueblo», siendo hecho preso en 1821. 24 De Oñate a la Granja, 11, 563. «Todos estos niños zangolotinos que hablan de Benjamín Constant, de Thiers? Guizot. del Parlamento inglés y del bill de indemnidad me apestan*. "7 D 25 LOS Apostólicos, 11, 126. Lo que en el caso de España hubo fueron tertulias, estilo de la de $ Jenara, de color político bastante amarillo, que, desde luego, «no era un centro liberalesco», y en donde la política se trataba en aquella casa «con toda discreción». n - 26 Los Apostólicos, 11, 124. =m O 27 Los Apostólicos, 11, 137. E 28 En la obra de Galdós, la estructura externa es un factor importante tanto en relación con el marco espacial como con el temporal, que ha sido puesto de relieve por R. LOPEZ-LANDYE,l - espacio novelesco en la obra de Galdós, Madrid, 1979, pp. 12 y 29. 29 La batalla de los Arapiles, 1, 1058. 3 30 Juan Martín el Empecinado, 1, 1018. - - 31 Trafalgar, 1, 206. 0m 32 Trafalgar, 1, 203. E 33 Luchana, 11, 701. O 34 La postura normal de Galdós frente a sus criaturas novelescas suele ser la de «cronista» que no tiene por qué ocultar su voz, y en consecuencia no participó de la gran obsesión de los natura-listas franceses de su tiempo: el prurito de objetividad y de alejamiento. Galdós asume el viejo : papel del novelista «omnisciente y omnipresente», pero utilizando sabiamente dife~enterse cursos en el arte de narrar (Cfr. el muy interesante trabajo de M. BAQUEROG OYANESP,e rspectivismo irónico en Galdós, en la obra ed Por Douglas M. Rogers, pp. 122-123). 0 35 La Segunda casaca, 1, 1426. Los «revolucionanos» españoles iban buscando en muchos 5 casos la amarirnonera de los destinos», y como tal sus objetivos eran muy diferentes de los predica-dos por Robespierre. Por eso alguna vez sena necesario ... «que salgan por esas calles gritando: «¡Vivan Robespierre y la guillotina!», y acabaremos de una vez». 36 La segunda casaca, 1, 1427-8. Los revolucionarios de buena fe, o al menos los sinceros y honrados, admitían que ellos no eran ni Robespierres ni Marats, y lo único que querían era «adap-tar la Revolución a nuestra voluntad, aprovecharnos de ella». Sin embargo, para los reaccionarios -y tambi6n para quienes quenan continuar con la rnamancia como antes- «la Revolución no triunfará porque estamos decididos a aplastarla ... Si es preciso iremos más allá ..., y buscaremos a los astutos Robespierres, a los violentos Dantonazos, a los sanguinarios Marates y los entregaremos a la Inquisición...». En cierto modo eran aquellos quienes consideraban a los rebeldes españoles como a éstos últimos con manifiesta hipérbole y supravaloración. 37 Trafalgar, 1, 184. Europa es representada como «una gran isla, dentro de la cual estaban otras islas, que era las naciones; a saber: Inglaterra, Génova, Londres, Francia, Malta, la Tierra del Moro, América, Gibraltar, Mahón, Rusia, Tolón, etc. Yo había formado esta Geo-grafía a mi antojo según la procedencia más frecuente de los barcos con cuyos pasajes hacía algún trato». 38 Trafalgar, 1, 221. 39 Cfr. J. BEYRIEG, aldós et son mythe. Liberalisme et Christianisme en Espagne au XIX2me si2cle (1843-1873). These presentée devant 1'Université de Toulouse 11. Reproduction des Theses. Université de Lille 111, Lille 1980, vol. 1, 257 y SS., y también vol. 1, pp. 326 y SS. La Fontana de Oro, 1, 10. 41 La Fontana de Oro, 1, 13. Valga por ejemplo la librería que se abría junto a la tienda del irlandés, «en cuyo mezquino escaparate se mostraban, abiertos por su primera hoja, algunos libros, tales como la Historia de España, por Duchesnes; las novelas de Voltaire, traducidas por autor anónimo; Las noches, de Young; el Viajador sensible, y la novela de Arturo y Arabella, que gozaba de gran popularidad en aquella época. Algunas obras de Montiano, Porcell, Arriaza, Ola-vide, Feijoo ... ». 42 La Fontana de Oro, 1, 97. 43 La Fontana de oro, 1, 171. " La Fontana de Oro, 1, 86. 45 El gran crítico Eugenio de Ochoa, en carta al director de La Ilustración de Madrid (n." 42), que tialdós publicó como preámbulo a la novela, señaló en terminos de grandes eiogios que ei autor hizo bien «en esgrimir su pluma contra la hipócrita sociedad de fines del siglo pasado y principios del presente» (El Audaz, 1, 234). 46 El Audaz, 1, 238. 47 El Audaz, 1, 240. 48 El Audaz, 1, 243. 4y El Audaz, 1,249. El Audaz, 1, 256-265. El Audaz, 1, 301. 52 Cfr. la bella evocación de «Angel Guerra y Toledon en Memorias de un desmemoriado, cuando nos dice Don Benito que «seguía refiriendo las culminantes escenas de la obra que escribía, cuando de improviso observé que hablaba solo» (111, 1453). 53 Cfr. P. A. BLY, Galdós's Novel ofthe Historical Imagination. A Study of the Conternporary Novels. Liverpool, 1983, pp. 152-164. La obra no es otra cosa que el ensayo de escape de la sociedad contemporánea y de la historia de un individuo para buscar otros valores. 54 Angel Guerra, 111, 16. 55 Angel Guerra, 111, 20. 56 Angel Guerra, 111, 21. Angel Guerra, 111, 22. Angel Guerra, 111, 35. 59 Los Apostdlicos, 11, 126 y SS. Los Apostólicos, 11, 128. La Revohción de Julio, 111, 18. " La Revolución de Julio, 111, 20. b3 La Revolución de Julio, 111, 25. " Las tormentas del 48, 11, 1413, 1416, 1418. 65 Las tormentas del 48, 11, 1424. Las tormentas del 48, 11, 1437. 67 Las tormentas del 48, 11, 1449. Las tormentas del 48, 11, 1497. 69 Las tormentas del 48, 11, 1510. Las tormentas del 48, 11, 1511. El autor de las Memorias continúa diciendo: «Me asalta el recuerdo de las teorías de Owen, que hoy, con las de Fourier y las de Saint-Sirnon levantan en el mundo amenazadoras borrascas. Rechazo con Owen todas las religiones, y establezco como funda-mento moral de la sociedad la Benevolencia. Mi riqueza me hace benévolo. Imitando al filósofo inglés, erigiré una gran fábrica o manufactura al estilo de la New Lanark, entre mis felices y bien alimentados obreros practicaré todas las virtudes evangélicas ... Seré apóstol, será el Verbo de la Benevolencia universal, y daré un ejemplo a mis contemporáneos y a las generaciones futuras para que sin dogma religioso aguarden tranquilas las revoluciones que se avecinan, g las deshagan como la sal en el agua ... Heme aquí, señores de la Posteridad, en la mayor crisis de mi espíritu ... » (11, 1513). " Pereda, en una carta a don Benito fechada en Polanco en 16 de junio de 1902, dirá de Las Tormentas del 48 que «encuentro en ella poca dosis de episodio, y no me extraiia, porque no es fácil reconcentrar en un punto y al alcance de la mano del narrador, sucesos ocurridos simultánea-mente en tantos y tan apartados sitios de Europa; pero, en cambio como novela me enamora y la hallo tan fresca e interesante como las mejores de su inagotable autor* (Cartas a Galdós. Presenta-das por Soledad Ortega, Madrid, 1964, p. 202). 72 O'Donell, 111, 182. Cfr. sobre este particular M. MORENOA LONSOH, istoria General de Andalucía, Sevilla, Ed. Argantonio, 1981, pp. 472 y SS. 73 ElI9 de marzo y el dos demayo, 1, 387. 74 La de los tristes destinos, 111, 721. «La Revolución, que es guerra de guerra, no se hace sin dinero)}. " Angel Guerra, 111, 21. 7h Las Tormentas del 48, 11, 1471. 77 LOS Ayacuchos, 11, 1206. B O ~ URSed es, 11, 1328. 79 La Revolución de Julio, 111, 82. La Revolución de Julio, 111, 83. "7 D S' Don Pedro Laín Entralgo por ejemplo reduce la información de Los Episodios a la Historia E de Esparia de Lafuente, aunque redactada «con mejor pluma (La Generación del 98, Austral, 1947, p. 170). O n Cfr. J. BLANQUATiG, aldós, Humanista? En «Actas del 1 Congreso Internacional de Estu- - =m dios Gaiaosianos», Madrid-Las Palmas, 1977, pp. 43-59, Y en este sentido dos de sus grandes u E maestros senan el mismo Plutarco y Lamartine. E * H. Ch. BERKOWITZL,a biblioteca de Benito Pérez Galdós. Catdlogo razonado, precedido de 2 E un estudio preliminar, Las Palmas, El Museo Canario, 1951. -- a Entre las obras consideradas por los estudiosos de Galdós que éste pudo manejar más y 3 algunas de las cuales están en su biblioteca están las de Alcalá Galiano, Dunham, Rico y Amat, - Javier de Burgos, Castro y Serrano, Femández de los Ríos ... - 0m Cfr. P. FAUSS EVILLAL, a sociedad española del siglo XlX en la obra de Pérez Galdós, E Valencia, 1972, especialmente, pp. 25-45. U 86 Cfr. M. MORENOA LONSOH, istoriografía Romántica Española, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1979, pp. 309 y SS. n Cfr. V. LLORÉNSH, istoria y novela en Galdós, en «Cuadernos Hispanoamericanos» (Home- E a- naje a Galdós), 11.~950-252, oct. 1970-enero 1971, p. 76. l Cfr. C. SECOS ERRANOL,O S «Episodios Nacionales» como fuente histórica (En Sociedad, n Literatura y Política en la España del siglo XZX, Madrid, 1973, pp. 275-317. 0 8g Discurso de recepción en la Real Academia, 7 febrero 1897. En ed. de Douglass M. Rogers, 3 cit., p. 60. Según el presentador, «sin ser historiador de profesión ha reunido el más copioso O archivo de documentos sobre la vida moral de España en el siglo XIX» (p. 72).
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Título y subtítulo | Valoración del siglo XIX en general y de Pérez Galdós en particular, en la revista Cruz y Raya (1933-1936) |
Autor principal | Alonso García, Manuel José |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del tercer congreso internacional de estudios Galdosianos I |
Numeración | Congreso 03. Volumen 1 |
Sección | Sección historia del siglo XIX |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1989 |
Páginas | P. 099-136 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 2749394 Bytes |
Texto | VALORACION DEL SIGLO XIX EN GENERAL Y DE PEREZ Galdós EN PARTICULAR, EN LA REVISTA CRUZ Y RAYA (1933-1936) Manuel José Alonso García E. U. Magisterio de Melilla El primer número de la revista Cruz y Raya apareció en abril de 1933 y el último número, que fue el número 39, se publicó en junio de 1936, a razón de un número cada mes, a excepción del número dedicado a Lope que fue un número doble, el 23 y 24. Pérez Galdós había muerto trece años antes del inicio de la revista, es decir, en 1920. La revista no tuvo nunca una línea conjunta ni dirigida de forma homogé-nea sino que cada colaborador opinaba de forma diferente y libre. No obstante para compensar ciertas ideas y buscar el equilibrio de fuerzas, el Director, bien en el mismo número, bien en números consecutivos, yuxtaponía artículos y autores con opiniones contradictorias. Aunque no había editorial, el Director daba su punto de vista en cada número mediante los autores ejemplarizados, de forma indirecta. A partir de aquí no se podrá afirmar que la revista dijo esto o negó aquello sino que tal autor en concreto se expresó de esta forma o de esta otra. Otra forma indirecta de influir el Director, José Bergamín, en la revista era aceptando o rechazando a tal o cual colaborador, a tal o cual artícu-lo. Pero un influjo directo del Director era la colocación de los colaboradores, el reparto de secciones de la revista que tenían mayor o menor prestigio y la selección de autores antologizados que, en su mayor parte, eran místicos o cuasimísticos, es decir poetas. De aquí que no sólo las antologías poéticas sino los artículos y reseñas sobre poesía cuatripliquen el espacio que la revista dedi-có a la novela y al teatro. Sólo en nueve ocasiones se habla de la novela en la revista Cruz y Raya: en los números 6 y 7, con artículos de Bergamín y Fernández Almagro, respectiva-mente, sobre Unamuno. En el número 31, un artículo de Landsberg sobre Unamuno. En el número 12, Cossío transcribe las cartas de Pereda y de Galdós sobre las novelas «Gloria» y «De tal palo tal astilla». En el número 38, Menén-dez hace una recensión sobre «El último puritano» de J. Santayana. En el número 22, un artículo de Pérez Ferrero. En los números 23/24 los artículos de Bergamín y de Montesinos sobre Lope e indirectamente sobre lo que se puede llamar el inicio de nuestra novela. En el número 33 y en el número 34, los artículos de Bergamín sobre crítica literaria de la novela. Sobre el teatro en general hay alusiones dentro de los artículos que se refie-ren a la novela. En concreto, hay cuatro obras teatrales que se publican en Cruz y Raya: El «Auto Sacramental» de Miguel Hernández (obra inédita) en los números 16, 17 y 18; El «Auto de la Maya», de Lope, en el número doble 23/24; el Drama en tres actos, «Escaleras», de R. Gómez de la Serna, en el número 26; y «El Pozo Amarillo» de Camón Aznar, en el número 34. En el número 17 hay una recensión hecha por Salas Viu sobre «El Héroe» de Camón Aznar. m D Al ser Cruz y Raya una revista predominantemente poética con menoscabo, X E aunque no olvido ni desprecio, de la novela y del teatro, es lógico que Pérez Galdós, con una producción sobre todo novelística y teatral, estuviese un poco : preterido en la revista Cruz y Raya. - m O E Pero ya en esto se va distinguiendo la revista Cruz y Raya de la Generación del 27, en la que la mayoría de los autores la han encasillado. Es cierto que nuestra revista está cronológicamente cerca de 1927, pero su espíritu es distin- E to. Sólo una cuarta parte de sus colaboradores siguen las normas de la genera-ción del 27 y de la Poesía Pura (poesía que excluía a la novela y al teatro) como es el caso de los formalistas gongorinos y juanramonianos y de los puros y vanguardistas como Abril y Alfaro, entre otros. El resto de los colaboradores de Cruz y Raya siguen la poesía existencia1 de Unamuno o el neo-romanticismo de Bécquer, o practican un moralismo orteguiano de compromiso ético en la % producción literaria, o prefieren un compromiso político que arranca de la ; poesía popular de Lope y de la crudeza de Quevedo, o bien instauran el neo-realismo de 1935 con un acercamiento a las cosas (Zubiri y Rosales) o propician un compromiso religioso como era el caso de los Místicos, de L. E. Palacios, de Maritain y de Mounier. No digamos nada del abismo conceptual y estratégi-co que separaba, aunque con 34 colaboradores comunes, a nuestra revista de La Revista de Occidente. La revista Cruz y Raya se compone de 254 artículos sin incluir en ellos 57 textos de autores ejemplarizados que transcribe Bergamín, que equivalen a 53 páginas de la revista. De los 81 artículos que pertenecen a 1933, la mayoría son artículos políticos tanto según el título como según los temas puros. Hay 82 artículos en 1934, 60 artículos en 1935 y 31 artículos en 1936 y la mayoría de ellos, tanto según el título como desde el punto de vista de temas puros, son temas poéticos. Sin embargo, desde el punto de vista de temas mixtos, la mayo-ría de los 254 artículos de que se compone Cruz y Raya está ocupado por «lo religioso», con lo que, al hablar de mixto nos referimos tanto al tema del compromiso como al del dualismo y antagonismo. Son 113 los fundadores y colaboradores de la revista Cruz y Raya y, desde el punto de vista político, no hubo tampoco uniformidad de criterio en nuestra revista ni por el credo político de sus colaboradores ni por sus teorías políticas tal cual quedaron expresadas en sus artículos. Hubo colaboradores de derechas como García Valdecasas, Manuel Torres, Maravall, Leopoldo E. Palacios y Sbchez Mazas, junto a colaboradores de izquierdas como Serrano Plaja y Me-néndez. Hubo colaboradores republicanos como Morón y Bergamín, junto a monár-quicos como Fernández Almagro y Lissarrague. No obstante, en los artículos políticos, hay preferencias por el republicanismo y por el liberalismo democr8- tico frente a la monarquía borbónica y al nazismo-fascismo teniendo en cuenta que, en el fondo, las derechas incluso las derechas religiosas, identificándose entonces la religión y las derechas, se oponían al republicanismo y al liberalis-mo democrático como si fuesen las herejías modernistas condenadas por Pío X. Tampoco hubo uniformidad desde ei punto de vista reiigioso en ia revista Cruz y Raya ni por el credo religioso de los colaboradores ni por las ideas religiosas expresadas en los diferentes artículos sobre el tema religioso. Junto a colaboradores que eran sacerdotes de diversas órdenes religiosas (agustinos, dominicos, jesuitas, etc.) hay colaboradores que eran protestantes; junto a creyentes había también ateos. Sin embargo, nunca, nadie, ninguno de los colaboradores de Cruz y Raya, aunque fuesen ateos o no creyentes, habla-ron o escribieron nada en contra de la religión. Las discrepancias de los artícu-los sobre temas religiosos son intra-religiosas, es decir, sin salirse de lo religioso se ofrecen diversos matices y puntos de vista sobre lo religioso. Por ejemplo: en favor o en contra de la filosofía personalista francesa; a favor de la forma francesa de llevar el catolicismo; en contra del silencio de la jerarquía española y a favor de la jerarquía francesa, belga y alemana; criticando la ignorancia del clero y su intromisión en la política; criticando el confesionalismo del Estado. Asimismo hay libertad para escribir del modernismo de Loisy, para escribir del sentido de la muerte y de la supervivencia en Unamuno, para tratar temas tabús o algo heterodoxos para algunos ambientes, como era Romano Guardini, Eckehart, Fray Luis de León y para situar entre los místicos a algunos laicos como Thomson. Para algunos, la revista Cruz y Raya fue una revista atrevida e incisiva, pero más bien fue una revista que reflejaba lo que era entocnes, estrenada la Segunda República, la vida de España, cosa que no podía reflejar La Revista de Occidente porque estaba como «encorsetada» por la línea férrea que le marcaba Ortega. Sin embargo nuestra revista fue una verdadera plataforma participativa y democrática donde todas las opiniones tenían cabida, un campo de batalla ideológico, con antagonismos y dualismos en libertad, un «espejo de verdad de España*. Por eso, muchas ideas de Pérez Galdós sobre el liberalis-mo, el republicanismo y el anticlericalismo coinciden con las de muchos colabo-radores de Cruz y Raya. De todas formas es evidente que en el campo de las ideas políticas, religio-sas y poéticas, el siglo XIX no acabó el año 1899 sino que continuó, según Falla, hasta 1914 y, según Bergamín, hasta 1931 con la vuelta de la República de las libertades democráticas. No es raro, por tanto, que nuestra Revista com-parta las ideas del siglo XIX, en gran parte, como lo hizo España, más que el resto de Europa, durante los treinta primeros años del siglo XX. Al aperturis-mo social y religioso que supuso Balmes, el Cardenal Mercier y León XIII, siguió el cerrojazo anti-modernista de Pio X y del Cardenal Merry del Val y el terror al comunismo y a la bancarrota que obligó a Pio XI a pactar con Musso-lini y con Hitler. A las ideas democráticas y liberales de la Primera República siguió una monarquía conservadora, en España. A las ideas idealistas y román-ticas siguieron las ideas positivistas y realistas; a las ideas modernistas las ideas de los «ismos»; a las ideas sociales las ideas psicológicas. El regeneracionismo de Costa y de Ganivet y la generación del 98 queda un poco aparte. De esta forma, lo filosófico condiciona a lo poético durante todo el siglo XIX? de la misma manera que lo religioso condiciona lo político. PRIMERAPA RTE:E L SIGLO XIX EN GENERAL O ARTICULOYS COLABORADORES DE CRUZY RAYAQ UE ESTÁN A FAVOR DEL n = SIGLO XIX m O 1.1. En el campo literario - Para Abril1, el Abate Bremond, epígono de la poesía pura, defiende el % romanticismo literario llamando herejía al clasicismo. 3 - Para Fernández Almagro2 es plausible el psicologismo de Leopoldo Alas y de Unamuno. E Para Morón3, Azaña conoce al dedillo el siglo XIX español y sufre mala-mente el típico romo que le apellida de inane y baldío; no quiere que se le encasille con los del 98. E a- Para Pérez Ferrero4, el siglo XIX es el siglo de la novela con obras no abundantes pero de gran calidad ... Conocemos mal y hemos desfigurado el siglo XIX con incomprensiones y desdenes, aunque es menos importante en $ España que en otras naciones.. . En el siglo XIX la novela quiere independizar- o se de la historia, de la psicología y de otras amalgamas y quiere limitarse a su campo. Para Muñoz Rojas5, los románticos piden una poesía sin más ni más (es decir, una poesía pura); al poeta se lo han de llevar continuamente los románticos. Para el mismo autor6, no se puede prescindir de lo que el romanticismo tiene de valores perennes, de lo pasado como eterno, de lo cósmico y de lo panteísta en la obra de Aleixandre. Cernuda7 escribe que hace dos generaciones todo el mundo era romántico pero que actualmente la gente está aficionada a lo clásico.. . La poesía moderna nace en la época llamada romántica.. . El romanticismo es un hecho eterno.. . Toda etapa es, por tanto, clásica y romántica al mismo tiempo. En otro lugar escribes que la vena andaluza es aristócrata y nada popular, con contenido ardor y con sobria elegancia como Medrano, Arquijo y Rioja, 102 antecesores de Bécquer.. . A Bécquer hay que entroncar10 con la poesía popu-lar tradicional de Andalucía más que con Herrera. Para el mismo autor9, sólo en el romanticismo se hallaría la fórmula mágina para definir Andalucía. El romanticismo es algo vivo e inmortal ... el romanti-cismo es Andalucía y Andalucía es el romanticismo. .. Los viajeros románticos buscaban en Andalucía algo más que los monumentos, buscaban una salvaje libertad sin las tenazas de la civilización burguesa. Para Menéndezlo, Santayana regresa a mediados del XIX con Tolstoi, Dic-kens y Melville, entre otros ... Santayana es una figura romántica. Para Dámaso Alonso", de Bécquer nace la nueva poesía española que em-palma con nuestra poesía contemporánea.. . En 1853 llegan con las traducciones de Sanz grandes novedades a la literatura española. Tal vez con cierta ironía escribe Bergamín12 que el «estupendo» siglo XIX tiene en M.B. Cossío la resonancia de un apasionado afán espiritual de libertad y de justicia. Para Vossler13, Gracián y Quevedo, imitadores también de Luciano, pasan por precursores del pesimismo metafísico de la época romántica y postrománti-ca hasta el nihilismo moderno ... Calderón, antecesor de la edad romántica, garante de la grandeza futura, perpetuó la tradición uniendo a España con la humanidad. escriteid que Décquer quiso saiii- ,je ia arititesis y iiegar a la unidad ... El impresionista no convierte el presente en pasado, pero el hombre barroco sí.. . El hombre del primer romanticismo tiene intención diabólica y desesperación, quiere detener con impulso el presente.. . El hombre del segun-do romanticismo vive el presente como pasado y tiene paciencia e intención angélica.. . El romanticismo no es sino el punto de madurez del mundo barroco; es el agotamiento de todos los recursos del alma española, en vez de cúmulo de influencias extranjeras. Souvirón y su esposa15 traducen al romántico Keats. Muñoz Rojas16 traduce a Thompson. El mismo autor17 traduce al romántico G. M. Hopkins. Neruda18 traduce al romántico Blake. Hans Gebser y Luis Cernuda19 traducen a Holderlin. Hans Gebser20 traduce a Novalis. MarichalarZ1tr aduce a Patmore. Además del interés mostrado por el Director de Cruz y Raya en presentar traducciones antologizadas de poetas románticos, existen otros autores del XIX traducidos en Cruz y Raya, como es el caso del Cardenal Newman traducido por Antonio MarichalarZ2.H ay artículos sobre otros autores románticos, como el de Gerhart Ni eme ~ e sro~b~re Stefan George. Los artículos sobre Bécquer ya han quedado referidos con anterioridad. Por último, el director de Cruz y Raya usa a varios autores románticos como autores ejemplarizados: así hace con LarraZ4,2 5,c on MaistreZ6c, on Man-zoniZ7, c on MañaraZ8,c on Maragal129,c on Nietzsche30 y con Goethe31. Finalmente, existe una lista de autores citados que pertenecen a la época romántica y que aparecen en la revista de forma elogiosa. Hay varios autores como Bergamín que aceptan del romanticismo sólo lo que tiene de misterio, visión e imaginación. Esto es lo que Vivanco ve en Bécquer: visión32. ARTÍCULOYS A UTORES EN CONTRA DEL SIGLO XIX 2.1. En el campo literario 2.1.1. Para Félix G a r ~ í al~a ~ig,n orancia de la España del XVIII era supe-rior a la de la España liberal del XIX, pero no era mayor que en otros países europeos. Para Dámaso A l o n ~ ol~a ~cr,í tica del XIX quiere reducir España a Lope, al realismo, al localismo y a lo popular. Para Ni eme ~ eSr ~te~fa n George opuso los valores irracionales contra el positivismo, ocasionalismo, naturalismo y racionalismo de la burguesía del XIX ... George aceptó la ley y la forma e hizo un gran esfuerzo creador contra las blanduras informales, arbitrariedad y ; L 1 - - - 1 - 1 l:L---l:--- 1 - 1 V T V LIUlGLil UGI IUIII¿iIILIGlblllU y UGl IIUGI~IISIIIU UG1 A L A . E 2.1.2. Respecto a la generación del 98 hay las siguientes opiniones: O n - La generación del 98 repite, según Dámaso A10nso~la~ posición docente y aristócrata de los neoclásicos que fue un siglo de negación de los valores espa- E ñoles. Según Salas V ~ Ua ~pa~rti,r de 1898, Costa y Ortega eran europeizantes 2 E mientras Ganivet y Unamuno eran españolizantes. - Para Ma r a ~ a l le~l ~98, era mirar hacia dentro después de tantos años miran- { do hacia afuera. Para Pérez F e r r e r ~la~ g~en eración del 98 es una generación de turistas que trae un fotógrafo ramplón: Zuloaga. Contemplan España con los ojos atónitos, como si hubieran venido de Inglaterra; su doctrina es andar y ver (Azorín, Maeztu, Baroja). n 2.1.3. En el barroco, en el impresionismo y en el romanticismo ve Rosa- % les40 el defecto de demasiada figuración, creación e invención; Montesinos41 ve el defecto de unir la vida y el arte; Bergamín42 ve a los tres enemigos de la novela (historicismo, psicologismo y moralismo). Para Camón43, no es el ro-manticismo (como quiere Casalduero) sino el barroco la culminación del arte nacional español. Escribe Bergamín44 que el reino del demonio está popularizado.. . teatrali-zado ... en el romanticismo. Para Díaz Plaja45, el romanticismo está falto de sinceridad ... la soledad actual de los liberales se debe a que son románticos, comunistas o surrealistas como Alberti, Altolaguirre, J. R. Jiménez y Macha-do. Para Ramón Gómez de la Serna46, el romanticismo es carnaval dramático mientras el barroco es antítesis, intimismo trágico. Según monte sino^^^ «La Dorotea» es anti-romántica porque adecúa el grito al dolor ... hubo un cierto prerromanticismo, un embotamiento y oquedad como en Cadalso entre los años 1580 y 1590 que dejó cierto resabio y deforma-ción en el Lope juvenil. Para Bergamín48, la novela no es un milagro del Dia-blo, aunque pensasen en ellos los románticos ... Cervantes teatraliza la novela y Lope ha novelado el teatro. Para C o ~ s í ol~a ~gl,o ria de Espinosa consiste no en el valor descriptivo sino en el valor poético de lo descrito, es decir, en inventar una naturaleza nueva. Para Bergamín50, en la novela romántica el monstruo está fuera del laberinto, en libertad, corrompiendo la novela que, desde el siglo XVIII, tiene tres enemigos: la historia, la psicología y la moral.. . en novelistas, como Varela, la psicología sustituye al alma; «Pepita Jiménez» es una hoja de rábano. Según WeidléS1, todos los poetas del siglo pasado y del actual son románti-cos, herederos de Holderlin y Keats, entre otros.. . Pero el romanticismo es la muerte del estilo. Para Rosaless2, España carece de un poesía puramente ro-mántica que es huida insistente de la realidad e imprecisión del claroscuro. En su lugar, la poesía española es lucha espiritual y agonía entre la realidad y el misterio. San Juan de la Cruz, Garcilaso y Fray Luis no crearon un estilo; Lope y Quevedo, sí. 2.1.4. La valoración de los personajes del XIX es negativa. Para Fernández Almagro53i silo ciertas phginas «La R.egeaa» y obras de Leopoldo Alas que pueden compararse, por su psicologismo, con las de Unamuno, están en la línea de una novelística mayor, a la europea, y a la más profunda usanza española. Para BergamW4, Azaña, literal o literario, ex-celente escritor a la Varela, se gramatizó en lo político. Según Díaz PlajaSs, para Eugenio Montes, el romanticismo es conciencia de soledad. Para Montesi-noss6 Cadalso identifica vida y arte ... Cadalso, como Feijoó; se aleja del XVIII para volver a la falsa poesía del XVII ... Cadalso, desde su punto de vista falseado, deshace toda posibilidad artística porque su vida se impuso al arte. Y el mismo autor57, ve un error en aquellos que van a las obras de Lope buscando datos para reconstruir la vida del poeta. Sin embargo, para Amado AlonsoS8, el conocer la vida de Lope nos ayuda a entender mejor su arte. Para Quiroga Pla59, en Salinas hay sobrerrealidad luminosa y no melancolía romántica. Para Montesinos60 Lope no es en la Doro-tea, como Cadalso, notario de sí mismo. No se trata de una biografía de Lope sino una trasmutación poética de su vida, algo opuesto «ex diametro» a la cabotina del romántico. Para Sánchez Mazas6' Algarotti fue un pre-romántico y Fogazzaro un post-romántico. Según Rosales62, para San Juan de la Cruz, Garcilaso y Fray Luis hay que atender a las cosas, a la realidad, dentro de la naturaleza, con cosas, contem-plándolas y representándolas, con una visión tan intensa que se da en palabras llenas de contenido. Por el contrario, para Lope y Quevedo hay que crear, transfigurar, imaginar, recordar y recrear las cosas, dentro de la fantasía y del juego, con muchos adjetivos y con palabras llenas de significación. Para el mismo autor63, esta misma línea de figuración es la que emplea García Lorca en su «Romancero Gitano». 2.1.5. También es negativa la valoración que se hace por algunos autores de ciertas ideas filosóficas y religiosas del siglo XIX que influyeron en la vida litera-ria, por ejemplo, el positivismo, el idealismo, el liberalismo, el modernismo, etc. Para Fernández A lma g r ~«~S~an, Manuel Bueno Mártir» es una novela-dra-ma psicológico de conciencia-propio del modernismo. De la misma manera, Bergamín6' se opone a que los problemas de conciencia del modernismo sean tratados en la novela. En el último lugar, Bergamín se opone igualmente al historicismo, psicologismo y moralismo de la novela del XIX. Sin embargo, Pérez Ferrero@ opina al contrario, es decir, que la novela del siglo XIX quiere independizarse de la historia, de la psicología y de otras amalgamas y quiere limitarse a su campo. Sobre el pesimismo metafísico habla Vossler'j7. Sobre el determinismo histórico se expresa Don S t ~ r z o ~ ~ . Sobre el positivismo opina Bergamín lo siguiente69: El positivismo se equivocó al negar la unidad a la obra de Lope. Han hecho una autopsia al cuerpo muerto de la comedia lopista y no han encontrado su alma porque han olvidado la personalidad católica, humana y cristiana de Lope. Y en otro lugar7" añade: Es una superstición positivista el afirmar que la poesía estaba llamada a desaparecer. Contra el impresionismo, simbolismo y suprarrealismo se expresa Berga-mín71. El mismo autor72y también María Z amb r a n ~se~ m~a nifiestan contra el E héroe romántico. Por su parte, Werner M a t e~scr~ib~e q ue la investigación lite- g raria, la reflexión sobre la obra de arte no se agota con el método histórico.. . S ya que lo que interesa es la creación y la tensión dramática y no la prehistoria i (origen de las leyendas) ni la posthistoria.. . En las épocas de tipo intelectualista e individualista, como fue e1 siglo V antes de Cristo, desaparece la actitud humilde ante los dioses, como se ve en Prometeo; cosa que critican tanto Es- 1 quilo como Sófocles. 3 2.2. En el campo artístico - - 0 m Para Falla7', Wagner fue un personaje de aquel enorme carnaval que fue el siglo XIX. Para Salas Viu7'j, Strawinsky se identifica con Tchaikowsky en sus prin-cipios anti-nacionalistas y en su mirar hacia Europa, hacia Schuman y hacia el romanticismo alemán. Strawinsky quiere para su música un orden arquitectónico, mayor sobriedad en el color y sequedad en el ritmo, contra los post-románticos y ! los impresionistas. Salas Viu ve un error de bulto en Strawinsky al querer quedarse con la sustancia sonora de Beethoven rechazando la naturaleza de sus ideas. n Según Benjamín P a l e n ~ i a ~el~ b,a rroco causó estragos en la pintura ... la pintura desde Rafael hasta el impresionismo se había degenerado. Parecida es la opinión de Ma~- i tainS~in~ .e mbargo, el barroco es defendido como el culmen del arte nacional español por Camón79. La producción espontánea, sin trabas ni fijación de límites es surrealista y los impresionistas confundieron la vida con el arte, desplazando al arte y a la naturaleza y sometiendo la vida al cuadro, en opinión de Sabartésso que era amigo y admirador de la obra de Picasso y que quiere unir de nuevo al artista y al artesano. Para Weidlé81 el romanticismo causó un desquiciamiento esencial de las bases de la creación artística y se opone a todos los estilos simultánea-mente ... El romanticismo es la muerte del estilo y al desaparecer el estilo desaparece la homogeneidad de la cultura, los fundamentos irracionales del arte, los arraigos religiosos y nacionales.. . Y todo esto mata a la poesía.. . Por eso no puede llegar a ser arte. Para Weidlés2, el siglo XIX fue un siglo desolado, sin fe y sin esperanza ... En pleno siglo XX tenemos que seguir siendo hombres del XIX, querámoslo o no.. . El mal gusto del siglo XIX puede hoy parecernos lleno de encantos.. . A pesar de ser horribles, los muebles del XIX tenían algo de alma ... Si no se establecen sus fundamentos espirituales es imposible renovar un arte, volver a crear un estilo, cosa que perjudica más a las artes que al escritor porque lo que carece de estilo no puede llegar a ser arte, sobre todo en arquitectura. Para LützelerE3, el siglo XIX no ha aportado ningún estilo propio en la construcción de iglesias. 2.3. En el campo cient@co Para Julio Palacioss4, el siglo XIX no creía en los átomos. 2.4. En el campo filosófico y jurídico 2.4.1. Para Julián MaríasE5,e l sido XIX no ha sido una época de plenitud como entonces se pensó ya que en vez de sembrar de nuevo se limitó a recoger los frutos maduros, ocultando así una radical insuficiencia, un absoluto vacío, una oprimente negación que dio origen al nihilismo teológico de Kierkegaard y al nihilismo filosófico de Nietzsche.. . La causa de la corrupción intelectual es el especialismo, el parcelamiento que se ha producido en el siglo XIX por haberse quedado las ciencias desarraigadas, por el olvido que unas ciencias tienen de otras y por el olvido de la totalidad. Para Romeros6, la filosofía está desprestigiada debido al auge positivista y cientifista y al idealismo poskantiano del XIX con su afán constructivo y con la creación de los grandes sistemas de pensamiento completos y cerrados. Para ZubiriS7,l a primera mitad del XIX fue el frenesí de los sistemas espe-culativos: es la obra genial del idealismo alemán, de Fichte y Hegel.. . En la segunda mitad del XIX el hombre persigue cosas sin ideas; se trata de palpar realidades sin tener idea de lo que son.. . El positivismo es la culminación de este modo de saber. 2.4.2. En ciertos autores hay una valoración negativa de ciertas filosofías que surgieron durante el siglo XIX, v. g. el idealismo, el positivismo, el deter-minismo, etc. Para MaravallSs, la filosofía egregia es enemiga del positivismo, del empiris-mo, del relativismo, del ateísmo, subversión y demagogia irresponsable, propia de los bajos fondos del determinismo. Para Julián MaríasE9, la actualidad y fecundidad de la filosofía de Comte se encuentra mayormente en su historicis-mo, a pesar de su naturalismo científico.. . Para el positivismo, la teología y la metafísica son cosas pretéritas y son causa de confusión y de desorden. Para Maravallgo,e l racionalismo y el intelectualismo, al no lograr la unidad vital, del cuerpo y del alma, hunden el cuchillo del separatismo dentro del hombre. Para el mismo autorg1, el idealismo y el racionalismo ponen las ideas innatas como un poner de manifiesto lo que antes no conocía. Para Julián Ma r í a ~c~o~n ,la muerte de Hegel en 1831 acaba el idealismo alemán y comienza el siglo XIX. Para M ~ r ó ne~l c~ap, i tán Araña abandonó su idea nietzscheana, romántica por lo tanto e inservible. Para Z ~ b i r it~od~o, e mpirismo (Locke y Hume) es necesa-riamente escepticismo. 2.4.3. Desde el año 1933 a 1936 se ve una evolución en el pensamiento de los más jóvenes colaboradores de Cruz y Raya. Julián Marías pasa de un anti-positivismo y pro-tomismo a todo lo contrario. Maravall pasa de una creencia católica a una indiferencia. L. E. Palacios pasa de un fervor pro-Maritain a una postura crítica. Todos ellos y algún otro más, discípulos de Ortega, pasan a una postura de «disidencia» que culminaría en «ruptura» a partir de los años cincuenta. 2.5. En el campo político-social 2.5.1. Para Salas V ~ Ulo~s f~re,cu entes cambios de ideas y de gobiernos desde el siglo XIX producen un denominador común: nación en ruinas y un Estado en descomposición. Para el mismo autor96, desde el Renacimiento, en el campo cultural, se inició un divorcio suicida entre la masa y la élite. Para el , mi sm~a ~ t e:~ e:! s~ig~!~X IX fiervre en Yrpufiíi gríin mntidad de Srganns de ! E Prensa debido a la debilitación de la censura del Estado y de la Inquisición. Para B e r g amí ~la~ c~ul~pa de todo lo tiene el anarquismo nacional con sus raíces en el XIX y en Bakunin. Para Ma r a ~ a l l h~a~y, una mezcla de racionalismo, 2 capitalismo e individualismo que luchan todo el siglo XIX, y todavía hoy, con una postura de defensa, de suspicacia y de recelo contra el Estado sino hacer un compromiso de Estado (individualismo frente a socialismo, constitucionali- e zación frente a socialización). 3 2.5.2. Para HellerloOd, ebido al positivismo y al historicismo, ha habido el error de confundir el sentido y el valor. Abrillo' no acepta la bondad natural del hombre. Para Imaz102 el romanticismo es todo lo contrario a la fuerte disci-plina militar del nazismo. Según L. E. Palacioslo3,p ara los románticos el héroe de la Revolución Francesa era bueno y grandioso. Para Semprúnlo4,l a revista -2 «Esprit» se coloca a medio camino entre el marxismo y el capitalismo. a 2 2.5.3. Frente a los que defienden la poesía pura, es decir, una poesía sólo con fines estéticos y sin ningún compromiso político ni religioso ni social, como 1 ve Bergamín en la obra de Lopelos y como pide para toda literatura'06, hay 2 autores que piensan lo contrario. Para Serrano Plajalo7, Gide quiere que la literatura sea espejo social y refle-je la lucha de clases. Para V o s ~ l e ern~ L~o~pe se ve la historia de España refle-jada como en un espejo. También María Zambranolo9 defiende la función de espejo de la literatura. Para Semprúnllo, la literatura, por ejemplo, Quevedo, tiene que tener una función moralizante. 2.6. En el campo religioso y moral 2.6.1. Para Sánchez Mazaslll, la ciencia que niega los milagros es la cien-cia fragmentaria y biológica del siglo XIX. Para Don S t ~ r z o "e~n el siglo XIX hubo dos tendencias: el sistema liberal y el sistema autoritario-nacionalista; contra ambos luchó la Iglesia. Para López Ortiz113 los liberales del XIX acogie-ron con agrado la leyenda que narra el diálogo entre el diablo y Mahoma. Para Bergamínn4, la corrupción religiosa, por las costumbres, de los cristianos cató-licos de España es recaída en el pasado siglo XIX y recaída en el presente. Para el mismo autor115 las desdichas que viene sufriendo España desde hace un siglo se debe a la confesionalidad: el Estado quiere adjetivarse católico y la Iglesia quiere «meterse» en psicología, sociología y política. 2.6.2. La mayoría de los aspectos que se valoran negativamente en el siglo XIX, tales como el modernismo, el positivismo, etc., se valoran negativamente en los diversos campos, tales como el literario, el filosófico, el político y el religioso, aunque con diversos apelativos. Al modernismo, en el campo religio-so, se le llama herejía. Para Sánchez Mazasn6, Maurras ha sido condenado,por positivista y moder-nista. Para Fernández Almagro117, la herejía modernista de principios de siglo pareció favorecer los dramas de conciencia. Para María Zambrano'18, Romano Guardini se opone al pietismo, al pragmatismo y al positivismo. Para Marava- Il1l9, el positivismo comtiano, queriendo independizar al hombre de absolutos rciigiosus, io hace esclavo de oiru a b d i i i ~m as d e s ~ l ~ ~ ~ a ~ laz Ha düíoiia,ii :i-dad. Según Co s s í ~ ' ~la~ o,b ra de Pereda «De tal palo tal astilla» insiste en que los liberales son los causantes de la pérdida de la fe y de las colonias en España. También contra el liberalismo se manifiestan SemprúnlZ1y López OrtizIz2.S e-gún BergamínlZ3p, ara Araquistain, Menéndez y Pelayo era demasiado liberal para algunos católicos y demasiado católico para algunos liberales. Según Iií;azlZ4p ara Donoso e! rücionübsm~e s e! pecud~m is purrckk u! pecuci~m, @- nal ya que todos los locos son racionalistas y ya que la expresión más absoluta del racionalismo es el socialismo que es la encarnación del mal. Para L. E. PalacioslZ5ta nto el naturalismo como el racionalismo han caído en la herejía.. . El racionalismo y la filosofía cartesiana son anticristianas y anticatólicas al no explicar la totalidad del hombre con cuerpo y alma. También es anticristiano el naturalismo. También se opone al naturalismo, BergamínIz6. Según Imaz12', para Nietzsche los alemanes son el primer pueblo no cristiano de Europa y la Iglesia es una especie de Estado; para Fichte la eternidad está en el pueblo; para Hegel el Estado es el paso de Dios por el mundo. Según Imaz, Hegel es el mismísimo demonio. Según Landsbe~g'~pa~r,a Unamuno el escepticismo es la actitud de incertidumbre que es la circunstancia de la fe en libertad. Unamu-no tiene tendencia a rebuscar lo peligroso, contradictorio y paradójico; se trata de un trozo de herencia romántica. Para C o s ~ í o c' ~ad~a reseña que aparecía sobre «Gloria» era más bien munición de guerra religiosa, en la que literatura y el arte tenían poco que ver. 2.6.3. También es cierto que el siglo XIX es heredero, en los campos filosóficos, políticos, religiosos, etc., de varios aspectos del XVIII que no acabó tampoco el año 1799 sino que, según Marías, llegó hasta 1831, en contra de los que opinan que el siglo XIX comenzó con la Revolución Francesa. En nuestra revista, mientras Félix GarcíaI3O defiende a Feijóo y Artigas13' defiende al siglo XVIII de la acusación que se le hace de afrancesamiento, Gómez de la Serna132 afirma que la luz de la razón es una luz negra; Pérez F e r r e r ~ dl i~ce~ que el género novelesco decayó ante la ciencia enciclopédica del XVIII que disciplinó la imaginación; Ros134 distingue el Narciso, el loco y el héroe en la teoría ochocentista sin anhelos religiosos. B e r g a m í ~p~ro' ~rr~um pe en vituperios contra el racionalismo, el Enciclopedismo y la Ilustración. SEGUNDAP ARTE: PEREZ Galdós EN CONCRETO Hay tres referencias nominales favorables a Galdós en la revista Cruz y Raya: una es directa, la de Pérez Ferrero; tres son indirectas: dos de Pereda y una de Menéndez Pelayo. 1.1. Referencia directa de Pérez Ferrero Escribe este autor136 que entre los grandes escritores de la Enciclopedia novelesca se encuentra PÉREZ Galdóse,l gran novelista español del siglo XIX que, sobre todo en «Miau», ha asumido, como Cervantes, las tres modalidades. m - 1.2. Referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 9 feb. 1877) «...subió de punto mi admiración hacia esas facultades asombrosas con que Dios le ha dotado a usted para cultivar el buen género de la novela. Años ha que viene conociéndosele a usted (y dicho se lo tengo) el lado a que se inclina, y como por amigo le quiero tanto como por escritor le admiro, temía la caída, que a-2 !Spica vi& !2 inc!inaciSn ..., pern cstec!, cnn !a riqceza inagntah!e de ri~. ingenio, con la infinitva variedad de colores que tiene en su paleta; usted, que con sólo los recursos legítimos del arte tiene asegurado el triunfo de sus obras ... Usted ha nacido para conquistar los aplausos y las coronas de tirios y troyanos en el campo de la literatura, como viene haciéndolo hasta aquí, principalmente con sus 'Episodios' y con 'Doña Perfecta'. Siga ese derrotero y abandone el que acaba de emprender ... sus libros de usted no deben aspirar a la mezquina y sospechosa recompensa de ocupar un puesto en los Indices expurgatorios de Roma; tienen misión más alta que cumplir en su patria, resucitando y populari-zando la buena novela, enterrada mucho ha por el peso abrumador de la literatu-ra por entregas.. .»13', 138. 1.3. Nueva referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 13 de marzo 1877) 2 «...Esta novela como obra literaria me parecía admirable en cuanto a la forma. Del fondo de ella nunca pudo esperar usted que me fuera simpático conociendo como conoce mi modo de pensar en este punto.. . En cuanto a que en los Indices esté todo lo bueno que se ha escrito en el siglo XIX, le desafío a usted que me lo pruebe ... Cree usted, mi señor Don Benito, que el mundo ha perdido muy poco, y mucho menos el buen gusto, con casi todo lo que en los Indices está apuntado ... Si por liberales renegara yo de los hombres y pusiera en duda su talento. ¿Cuál sería la razón de mi cordialísimo cariño hacia usted y de mi admi-ración hacia su ingenio preclaro? ¿Cuál la de los sinceros elogios que me ha oído usted hacer de tantos escritores o artistas que militan en el campo liberal? Sr. D. Benito, aliquando bonus ... En resumen, mi Sr. D. Benito, su ratificación me ha demostrado que se propuso usted en 'Gloria' arraigar las creencias, sin ánimo deliberado de hacerlo a ex- pensas del catolicismo.. . Los que más han aplaudido a 'Gloria' no me ganan en entusiasmo para descubrirme delante de su autor, 'Gloria' legítima de las letras patrias.. .»'39, 140. 1.4. Referencia indirecta de Menéndez Pelayo (Discurso de respuesta al del ingreso de Galdós en la Academia Española) «...el verdadero pensamiento teológico del autor queda envuelto en nieblas, por-que es imposible que un alma de su temple.. . Galdós no participa de las ideas ni simpatiza con ninguna de (las dos familias) de los protagonistas ... a unos y a otros ha atribuido condiciones nobilísimas ... en unos y otros ha puesto también el germen de lo que él llama intolerancia~'~'1,4 2. Hay tres referencias desfavorables a Galdós en la revista Cruz y Raya: una es directa, la de Fernández Almagro; dos son indirectas: las de Pereda (ter) y la de Menéndez Pelayo. 2.1. Referencia directa de Fernández Almagro Escribe este autor143q ue, a pesar de GALDÓSy de todos los pesares, ningu-na novela española después del romanticismo puede emparejarse con la nove- !isticr. i?fiivprrz! & 11 6nnra -Y---' 2.2. Referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 9 febr. 1877) «...Ya está usted metido de patitas en el charco de la novela volteriana ... ~Quie-re usted crear una especie de 'Unión Liberal' en el terreno religioso, como se creó en el político, avanzando los de atrás y retrocediendo los de adelante? Si este procedimiento ha sido el origen de todos los grandes contubernios políticos, convertidos ya en política al uso, la causa de la muerte de la fe en los principios y, por tanto, la de todas esas desvergonzadas apostasías y veleidades, ¿qué suce-dería llevándole a lo religioso? ... Usted, que acaba de hacer del dogma católico una verdadera caricatura, no se ofenderá si le digo que, llevando los ardores de la pasión religiosa a la literatura, no será ésta espejo fiel de las ideas y del sentir de una nación, sino, por el contrario, instrumento de las pasiones de una secta o de un partido, como la prensa periódica.. .D'"~. Nueva referencia indirecta de Pereda (Carta a Galdós del 13 de marzo 1877) «. . . Siguen siendo volterianos los que sin meter mucho ruido socaban los mismos cimientos, aunque con la protesta de levantar mejores edificios para dar culto a otras ideas al gusto de cada uno.. . por eso no he dicho que sea usted volteriano, sino que 'Gloria' está dentro del género volteriano.. . lo que duele son las burlas o el escarnio. Y si tal sucede en lo político, ¿qué no sucederá en lo religioso?. . . Y si de un retrato de todos los congresos y de todas las elecciones, hecho a la buena de Dios (como aparece en mis 'Hombres de Pro') pueden tomar motivo los parlamentarios para atufarse con razón, ¿qué no podrán decir los católicos sinceros de una caricatura del catolicismo (tal como aparece en 'Gloria')?. . . Yo no sé si son los liberales la causa de la corrupción de costumbres que hay en España desde el año 1812 ... no me atrevo a asegurar que sean las modernas libertades la 'causa' del actual relajamiento de aquellas grandes virtudes; antes las tengo por efecto de nuestra idiosincrasia nacional ... Pensar que estos males que forman parte de nuestro carácter se han de curar con la libertad de concien-cia ni con otras libertades parecidas, es por lo menos tan inocente como el pro-pósito de hacernos felices resucitando la 'ronda de pan y huevo'. Nuestra deca-dencia, pues, es otro destino que se cumple, hasta que años o siglos andando suene de nuevo la trompeta de las conquistas ... cuando ustedes hayan definido su 'santa' libertad y llegado a 'entenderse'. Avíseme y hablaremos...». 2.4. Nueva referencia de Pereda (Carta a Menéndez Pelayo del 15 febr. 1877) «...El amigo Galdós cayó al fin del lado a que se inclinaba. Su última (y por cierto preciosa) novela, titulada «Gloria», le mete de patitas en el lodazal de la novela volteriana. Así se lo he dicho a él, que me lo niega en redondo, asegurán-dome que, lejos de eso, se propone arraigar las creencias religiosas, tan al aire en la católica España ... Doctrinarismo puro en apariencia, pero en el fondo volterianismo seco. Es una verdadera lástima.. .>P6. "7 D E 2.5. Referencia de Menéndez Pelayo O - n «... GLORIA ha sido traducida al alemán y al inglés, y no dudo que antes de mucho han de tomarla por su cuenta las Sociedades bíblicas y repartirla en hoji- E tas por los pueblos juntamente con el 'Andrés Dunn' (novela del género de 5 'Gloria'), la 'Anatomía de la Misa' y la 'Salvación del pecador ...'14' 14*. E 3 TERCERAP ARTE:A LGUNOS COLABORADORES DE CRUZ Y RAYA Y % Galdós m E O 1) CORRESPONDENCCOINA GALD~DSE ALGUNOS COLABORADORES DE CRUZY RAYA -E En una magnífica obra sobre la correspondencia epistolar de Galdós, el $ profesor De la Nuez Ca b a l l e r ~iln~cl~u ye tres escritores que, a partir de 1933, serían colaboradores de «Cruz y Raya». Son los siguientes: José María Alfaro, Ramón Menéndez Pida1 y José Ortega y Gasset. Sin embargo, no incluye a 5 Manuel Abril entre los escritores que, en vida de Galdós, sostuvieron corres-pondencia epistolar con él. Los datos referentes a Manuel Abril se lo debemos a la obra y a la amabilidad de la profesora Corina L. Alonso150 151. 11) CAMBIODE ACTITUD RESPECTO A GALDÓSD E PARTE DE ALGUNOS COLABORADORES DE CRUZY RAYAA, PARTIR DEL EXILIO DE 1939 A partir del exilio español de 1939 se produjo, en algunos colaboradores de Cruz y Raya, una verdadera crisis de valores y un replanteamiento de las acti-tudes. Quedaron sorprendidos por la derrota de los valores democráticos y éticos y desengañados por el apoyo de la Iglesia Española a la causa del fran-quismo, de la misma manera como Pío XI había hecho los concordatos con Hitler y con Mus~olini~~~. No es raro que, a partir del exilio y de la «hora» de España, abriesen los ojos a la realidad española e hiciesen una nueva lectura del liberalismo y del anticlericalismo de Don Benito algunos colaboradores de nuestra revista que años antes, desde las páginas de la misma, habían mostrado ciertas reservas hacia Pérez Galdós al condenar indirectamente el realismo en la no~ela'~'T. al es el caso, entre otros, de José Be r g amí ~y~ dl ~e ~J O SF~er nández monte sino^'^^ que abren la lista de esa larga serie de críticos literarios y escritores que, desde el exilio de 1939 hasta el presente, comienzan un progresivo acercamiento y «conversión» hacia Pérez Galdós y hacia los valores que éste encierra en el campo de las libertades políticas y religiosas. NOTAS 1 M. A;;ñ;¿, Las de Elos o la peShp u ~ C, X Z y Raja, 7, 133-153. M. FERNANDEAZL MAGROA, propósito de Unamuno, en sus novelas o historias, Cruz y Raya, 7, 157-161. A. MOR~NLa, hora de todos (Azaña ilustre escritor), Cruz y Raya, 21, 109-121. M. PÉREZF ERREROD,e rrotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. J. A. MuÑoz ROJASA, l poeta, que lo parta un rayo, Cruz y Raya, 22, 107-112. J. A. MuÑoz ROJASA, cielo raso (V. Aleixandre: «La destrucción o el amor», Cruz y Raya, 25, 135-147. ' L. CERNUDBAé,c quer y el romanticismo español, Cruz y Raya, 26, 45-73. L. CERNUDSAe,l ección de sonetos de Arguijo, Medrano y Rioja, Cruz y Raya, 36, 103-136. L. CERNUDAD,i vagación sobre la Andalucía romántica, Cruz y Raya, 37, 7-44. lo J. MENÉNDESZa, ntayana, filósofo y novelista, Cruz y Raya, 38, 121-142. l 1 D. ALONSOA,q uella arpa de Bécquer, Cruz y Raya, 27, 59-104. lZ J. BERGAM~ElN r,e scoldo (Manuel B. Cossío), Cruz y Raya, 30, 89-92. l3 K. VOSSLERL,O S motivos satíricos en la Literatura del Siglo de Oro, Cruz y Raya, 8, 7-32. l4 J. CASALDUERLOas, «Rimas» de Bécquer, Cruz y Raya, 32, 91-112. l5 J. M. SOUVIRy~ ON. PRICE,T raducción de «Sueño y Poesía» de John Keats, Cruz y Raya, 31, 83-102. l6 J. A. MUNOZ ROJAS, Traducción de «El Lebrel del Cielo» de Francis Thompson, Cruz y Raya, 15, 79-96. l7 J. A. MuÑoz ROJAS, Traducción de dos sonetos de Gerald Manley Hopkins, Cruz y Raya, 31, 107-118. l8 P. NERUDAT, raducción de dos poemas de William Blake, Cruz y Raya, 20, 85-109. l9 H. GEBSERy L. CERNUDATr, aducción de varios poemas de F. Hoederlin, Cruz y Raya, 32, 113-134. 20 H. GEBSERT, raducción de varios poemas de F. von H. Novalis, Cruz y Raya, 39, 65-92. 21 A. MARICHALATRra, ducción de varios fragmentos de Conventry Patmore, Cruz y Raya, 17, 107"-1 14. A. MARICHALATRr,a ducción de varios fragmentos de John Henry Cardinal Newman, Cruz y Raya, 1, 101-110. 23 G. NIEMEYERSt,e fan George, Cruz y Raya, 9, 121-125. 24 EDITORIARLe, producción de un texto de Larra, Cruz y Raya, 7, 156. 25 EDITORIARLe,p roducción de otro texto de Larra, Cruz y Raya, 37, 102. 26 EDITORIALRe, producción de un texto de J. Maistre, Cruz y Raya, 4, 102. 27 EDITORIARLe, producción de un texto de A. Manzoni, Cruz y Raya, 31, 116. 28 EDITORIARLe. producción de un texto de Miguel Mañara, Cruz y Raya, 20, 112. 29 EDITORIARLe, producción de un texto de Joan Maragall, Cruz y Raya, 30, 88. EDITORIALR,e producción de un texto de F. Nietzsche, Cruz y Raya, 6, 138. 31 EDITORIALR,e producción de un texto de J. W. Goethe, Cruz y Raya, 7, 132. 32 L. F. VIVANCOSe, lección de varios fragmentos de C. A. ~ é & u e iC ruz y Raya, 19, supl. 3-58 33 P. FÉLIXG ARC~ARe,i vindicación de Feijóo (C. Marañón: «Las ideas biológicas del Padre Feijóo)~C, ruz y Raya, 15, 131-141. 34 D. ALONSOE, scila y Caribdis de la Literatura española, Cruz y Raya, 7, 77-102. 35 G. NIEMEYERS,t efan George, Cruz y Raya, 9, 121-125. 36 D. ALONSOE, scilea y Caribdis de la Literatura espariola, Cruz y Raya, 7, 77-102. 37 V. SALAS VIU, España virtual (N. Cuneo: «Spagna Cattolica e Rivoluzionaria»), Cruz y Raya, 16, 101-104. 38 J. A. MARAVALLLa, incitación al destino, Cruz y Raya, 17, 7-57. 39 M. PÉREZF ERREROD, errotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. 40 L. ROSALESL, a Andalucía del llanto (F. Carcía Lorca: «El Romancero Gitano*), Cruz y Raya, 14, 39-70. 41 J. F. MONTESINOCSa, dalso o la noche cerrada, Cruz y Raya, 13, 43-67. 42 J. BERGAMÍNL,a berinto de la novela y monstruo de la novelería, Cruz y Raya, 33, 7-42 y 34, 7-61. 43 1. CIMÓN AZN.ARJ:." nrq&ec!ura e ~ n ñ o l nen tiempo de L o p ~de Vega, Cruz y Raya, 25, 53-90. J. BERGAM~LNa, importancia del demonio, Cruz y Raya, 5, 7-51. 45 G. D~APZL AJA,E l arte de quedarse solo, Cruz y Raya, 10, 95-111. 46 R. GÓMEZD E LA SERNAE, nsayo sobre lo cursi, Cruz y Raya, 16, 7-38. 47 J. F. MONTESINOLSo, pe, figura del donaire, Cruz y Raya, 23 y 24, 53-85. J. BERGAM~LNab,e rinto de la novela y monstruo de la novelería, Ib. Ib. 49 J. M.a de CossÍo, Un ejemplo de vitalidad poética (Pedro de Espinosa: «La fábula del Geniln), Cruz y Raya, 33, 43-66. J. BERGAM~LNab,e rinto de la novela y monstruo de la novelería, Ib. Ib. W. WEIDLÉ, La muerte del estilo, Cruz y Raya, 37, 45-72. 52 L. ROSALESL,a figuración y la voluntad de morir en la poesía española, Cruz y Raya, 38, 65-101. 53 M. FERNÁNDEAZL MAGROA , propósito de Unamimo, en sus novelas e historias (Unamuno: «San Manuel Bueno Mártir y tres historias más»), Cruz y Raya. 7, 157-161. 54 J. BERGAM~LNla,m émosle hache, Cruz y Raya, 8, 141-145. G. D~APZL AJA,E l Arte de quedarse solo, Cruz y Raya, 10, 95-111. 56 J. F. MONTESINOCSa,d also o la noche cerrada, Cruz y Raya, 13, 43-67. 57 J. F. MONTESINOLSo, pe, figura del donaire, Cruz y Raya, 23 y 24, 53-85. A. ALONSOV, ida y creación en la lírica de Lope, Cruz y Raya, 34, 63-106. 59 J. M.a QUIROGAP LA, El espejo ardiendo (Pedro Salinas: «La voz a ti debida»), Cruz y Raya, 11, 99-116. J. F. MONTESINOLSo, pe, figura del donaire, Cruz y Raya, 23 y 24, 53-85. 61 R. SÁNCHEZM AZASA, lgarotti, pero no todo (1712-1764), Cruz y Raya, 35, supl. 3-101. 62 L. ROSALESL, a figuración y la voluntad de morir en la poesía española, Cruz y Raya, 38, 65-101. L. ROSALESL, a Andalucía del llanto (F. García Lorca: «El Romancero Gitano»), Cruz y Raya, 14, 39-70. 64 M. FERNANDEAZL MAGROIb, . Ib. J. BERGAM~LNa ,c allada de Dios, Cruz y Raya, 77-84. Id. Laberinto de la novela y monstruo de la novelería, Ib. Ib. " M. PÉREZF ERREROD, errotero de la Novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. 67 K. VOSSLERL, OS motivos satíricos en la Literatura del Siglo de Oro, Ib. " L. STURZOF, ascio lictorio y cruz gammada, Cruz y Raya, 10, supl. 1-20. 69 J. BERGAM~LNop, e, siguiendo el dictamen del aire que lo dibuja, Cruz y Raya, 23 y 24,7-52. 70 Id. Laberinto de la novela y monstruo de la novelística, Ib. 71 Id. El pensamiento hermético de las Artes, Cruz y Raya, 1, 41-66. 72 J. BERGAM~LNa, decadencia del Analfabetismo, Cruz y Raya, 3, 61-94. 73 M. ZAMBRANOOb, ras de José Ortega y Gasset, 1914-1932, Cruz y Raya, 2, 145-154. 74 W. MATZ, Promete0 Encadenado (Ensayo sobre la estructura dramática y el ideario religioso de una tragedia griega), Cruz y Raya, 36, 65-102. 75 M. de FALLA, Notas sobre Wagner en su Cincuentenario, Cruz y Raya, 6,65-81. 76 V. SALASV IU, La materia sonora, Beethoven y Strawinsky, CNZ y Raya, 39, 41-64. 77 B. PALENCIAG, iotto, raíz viva de la pintura, Cruz y Raya, 19, 7-24. 78 J. MARITAIN¿,Q uién pone puertas al canto?, Cruz y Raya, 25, 7-51. 79 J. CAMÓNA ZNARL, a arquitectura española en tiempo de Lope de Vega, Ib. Id. La arquitec-tura del Renacimiento en España, Cruz y Raya, 38, 7-63. J. SEBARTÉSP,i casso en su obra, Cruz y Raya, 30, 61-86. 81 W. WEIDLÉ, La muerte del estilo, CNZ y Raya, 37, 45-72. 82 Ibid. 83 H. LUTZELERL, a renovación de la arquitectura religiosa, Cruz y Raya, 15, 7-29. J. PALACIOSA,t omos y Electrones, Cruz y Raya, 3, 7-30. J. MARIAS, Un tomismo vivo (J. Maritain: «Sept Lecons sur /'&re et les premiers principes de la raison speculative))), Cruz y Raya, 18, 91-96. TA r ^ -.... -..,A -^-"..A^ ,V T a...:',". v:"",.",.-",l .,..A h,;,,&.,.L" -A"" +Lnn,"";""L" ,,..,j ,.l,; iU. &U YUC CJCU pUJUICUV 1x1. LVWLLIL. « I X L G l n G & U U U U I L U I ' I C C ' 4 L r I c V U C I LICCVLV&I~)L~LC mrlw t / r r l i ~ ~ i ~ y - hische Uberwindung des Nihilisrnus»), Cruz y Raya, 18, 96-100. 86 F. ROMERO, Un filósofo de la problematicidad, Cruz y Raya, 21, 7-35. m X. ZUBIRIF, ilosofia y Metafkica, Cruz y Raya, 30, 7-60. 88 J. A. MARAVALLH, eroísmo y Clínica, Cruz y Raya, 8, 135-141. 89 J. MAR~ASSo,b re el espíritu positivo, Cruz y Raya, 36, 139-146. J. A. MARAVALLL,a revolución para el hombre, Cruz y Raya, 15,99-127. 91 Id., LUi fiiici:~ci6G~! des:im, Cx z y Raya, 17, 7 57. " J. MARÍAS, LO que estd pasando, Cruz y Raya, 18, 96-100. 93 A. MOR ~NSo,b re la verdadera muerte del capitán Araña, Cruz y Raya, 13, supl. 3-29. 94 X. ZUBIRIF, ilosofía y Metafísica, Cruz y Raya, 30, 7-60. 95 V. SALASV IU, España Virtual, Cruz y Raya, 16, 101-104. % Id., Perspectivas del trasfondo de lo político (Angel Sánchez Rivero: «Meditaciones políti-cas »), Cruz y Raya, 19, 95-99. 97 Id., El periodismo, servicio público, y la libertad de Prensa, al margen de su historia, Cruz y Raya, 22, 113-118. " J. BERGAM~ENl ,E stado fantasma y jen qué país vivimos?, Cruz y Raya, 20, 127-133. 99 J. A. MARAVALLLa, crisis del concepto del Estado, Cruz y Raya, 22, 101-106. '" H. HELLERL, a justificación del Estado, Cruz y Raya, 9, 7-35. 'O' M. ABRIL, LOS malos pastores, CNZ y Raya, 4, 112-127. 'O2 E. IMAZ, La unión de los jóvenes, CNZ y Raya, 5, 163-167. 'O3 L. E. PALACIOSL,a s dos herejías de la modernidad, Cruz y Raya, 35, 55-91. 'O4 J. M. SEMPR~ENs,p íritu («Esprit», revue internationale), Cruz y Raya, 1, 150, 153. 'O5 J. BERGAM~LNo,p e, siguiendo el dictamen del aire que lo dibuja, op cit. J. BERGAM~CNa,r ta-respuesta a Arturo Serrano Plaja, CNZ y Raya, 32, supl. 20-33. Id., Hablar en cristiano, Cruz y Raya, 28, 73-83. A. SERRANOPL AJA,C arta a José Bergamín, Cruz y Raya, 32, supl. 3-19. 'O8 K. VOSSLERL, OSm otivos satíricos en la Literatura del Siglo de Oro, op. cit. M. ZAMBRANOPo, r el estilo de España (K. Vossler: «Lope de Vega y su tiempo»), Cruz y Raya, 12, 111-115. "O J. M. SEMPR~SNel,e cción de varios fragmentos de Quevedo, Cruz y Raya, 5, 113-139. "' R. SÁNCHEZM AZAS,C rítica y Milagro, Cruz y Raya, 21, 97-102. '12 L. STURZOE, l estado totalitario, Cruz y Raya, 28, 7-39. "3 J. LÓPEZ ORTIZ, San Isidoro de Sevilla y el Islam (Comentarios a cuatro pasajes de don Lucas de Túy y del Silense), Cruz y Raya, 36, 7-63. "4 J. BERGAM~CNu,a tro paredes chamuscadas, Cruz y Raya, 39, 95-99. '"S Id., Un gran vuelo de cuervos mancha el azul celeste, Cruz y Raya, 12, 114-147. R. SÁNCHEZM AZAS,S iete escolios a la Pastoral, Cruz y Raya, 5, 143-160. '17 M. FERNÁNDEAZL MAGROA, propósito de Unamuno, en sus novelas o historias, o. c. '18 M. ZAMBRANROe,n acimiento litúrgico, Cruz y Raya, 3, 161-164. lL9 J. A. MARAVALLL,a revolución para el hombre, Cruz y Raya, 15, 99-127. Izo J. M.a Cossío, De tal palo tal astilla (Origen y polémica de la novela de Pereda), Cruz y Raya, 12, 7-31. 12' J. M.= SEMPR~ENsp, íritu («Esprit», revue internationale), Cruz y Raya, 1. 150-153. lZ2 J. L ~ P EOZR TIZ,E l tribunal de fe de los Omeyas cordobeses, Cruz y Raya, 2, 35-59. lZ3 J. BERGAM~PNor, ejemplo, Cruz y Raya, 4, 149-150. lZ4 E. IMAZ, La decisión de Donoso (Edmund Schramm: «Donoso Cortés. Leben und Werk eines spanischen arztiliberalenn), Cruz y Raya, 35, 119-129. lZ5 L. E. PALACIOSL,a s dos herejías de la modernidad, Cruz y Raya, 35, 55-91. lZ6 J. BERGAM~ENl p, ensamiento hermético de las Artes, Cruz y Raya, 1, 41-66. lZ7 E. IMAZ, A Dios por razón de Estado, Cruz y Raya, 9, 103-118. IZ8 P. L. LANDSBERRGe,f lexiones sobre Unamuno, Cruz y Raya, 31, 7-45. lZ9 J. M? Cossío, De tal palo tal astilla (Origen y polémica de la novela de Pereda) Cruz y Raya, 12, 7-31. 130 F. GARC~ARe,i vindicación de Feijóo, Cruz y Raya, 15, 131-141. 13' M. ARTIGASI,n troducción y Transcripción de la obra: «Reflexiones sobie el uso de las pnlnbrn nupvns en In Iengirn rnst~llnnn (T2r.ídas a la A. de 1.etras Humanas, de Sevilla; en 24 de junio de 1798, por D. Félix José Reynoso, su secretario), Cruz y Raya, 21, supl. 3-66. E 132 R. GÓMEZ DE LA SERNA, Siluetas y Sombras, Cruz y Raya, 20, supl. 3-37. O M. PÉREZF ERREROD, errotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. n 134 F. Ros, Elogio de Narciso, Cruz y Raya, 11, 49-79. - m O 13' J. BERG-~MILNa ,d ecadencia del analfabetismo, Cruz y Raya, 3, 61-94. E M. PÉREZF ERREROD, errotero de la novela, Cruz y Raya, 22, 44-67. E 2 13' J. M.a Cossío, De tal palo tal astilla (Origen y polémica de la novela de Pereda), Cruz y - Raya, 12, 10-14. Shoemaker (o. c.) hace referencia a las pp. 150-157 de una obra de Cossío que no conocemos. 3 138 W. H. SHOEMAKECRa, rtas de Pereda a Galdós y ocho borradores, Boletín de la Biblioteca de Menénez Pelayo. Año XLII, 1966, n."' 1, 2. 3 y 4 (Anales 13-15), pp. 138-142. Nos dice que B Cossío ha olvidado en su transcripción el comienzo y el final de la carta de Pereda. En la p. 151, nota 130, Shoemaker transcribe el siguiente párrafo de Pereda: O «Toda novela en la que no entra como motivo la religión ni la política puede aspirar al aprecio de tirios y troyanos. Esta novela es el terreno de Vd. y algo parecido creo haberle dicho en la época en que a Vd. le daba por la política como ahora le da por la religión, k cuando escribía «La Fontana de Oro» y «El Audaz». l Traemos a colación este párrafo porque, en esos momentos de la revista Cruz y Raya, anteno-res a la Guerra Civil Española, la línea editorial de la revista, especialmente Bergamín y Montesi-nos, coinciden exactamente con Pereda. 3 139 J. M.a COSS~Oo., c. pp. 14-21. O Shoemaker (o. c.) hace referencia a las pp. 138-151 de una obra de Cossío que no conoce-mos. 14' W. H. SHOEMAKEOR., c., pp. 146-159. Nos dice que Cossío ha transcrito bien el final de la carta que llega hasta la firma de Pereda pero que ha olvidado el comienzo, donde Pereda le habla a Galdós de asuntos de plantas y de flores. J. M.a COSS~OO,. C. , p. 22. '42 M. MENÉNDEPZE LAYOD, iscurso (Prólogo de J. M." Cossío), Editorial Espasa-Calpe, Ma-drid, 1964, pp. 93-94. L43 M. FERNANDEAZL MAGROA, propósito de Unamuno en sus novelas o historias (Unamuno: nSarz Manuel Bueno Mártir y tres historias más)), Cruz y Raya, 7, 157-161. 144 Vide supra, notas 137 y 138. Vide supra, notas 139 y 140. 146 J. M.a COSS~Oo., c., pp. 23-24. 1 4 j J. M.a COSS~OO,. c ., p. 22. 14* M. MENÉNDEPZE LAYOH, eterodoxos Españoles, tomo Tercero. 149 S. de la NUEZC ABALLEROIn,d ice del Archivo Particular de Galdós, El Museo Canario, Las Palmas, 1961-1962. 150 C. L. ALONSOG ARC~AC,a talogación de las cartas de Don Benito Pérez Galdós existentes en la Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas, Primera parte, Cabildo Insular, Las Palmas de Gran Canaria, 1982 (Inédito). Id. Relación epistolar de Galdós j los novelistas de principios de siglo: José López Pinillos, Tomás Borrás y Antón del Olmet, Memoria de Licenciatura. Universidad de La Laguna, 1984 (Inédita). En la Caja 1, Carpeta 1, Legajo 2, del Archivo Galdosiano de la Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas se encuentran dos cartas de Manuel Abril a Pérez Galdós, que no tienen referencias de día ni de mes ni de año. Transcripción de la primera carta: «Sr. D. Benito Pérez Galdós Muy Sr. mio, En la Revista que le envió he dicho, como puede Vd. ver, parte de lo mucho que pienso de «Amor y Ciencia». Como las opiniones de la crítica no están muy acordes con la mía tengo gran interés en que Vd. me diga si acerté o acertaron. Pienso que no tendrá Vd. el tiempo para perderle conmigo. Por lo tanto le ruego que me conteste, simplemente, diciéndome si Vd. me dedicaría con gusto mi ejemplar de Amor y Ciencia en caso de que mi trabajo revele una percepción clara y justa de la obra. De este modo tendré su apreciación, que tanto me interesa, sin que Vd. se moleste; y en caso de serme favorable su juicio, habré ganado el premio. Mil gracias por su bondad en haber llegado hasta aquí. Suyo afmo. S.S. Q.B.S.M. Manuel Abril SIC Jorge Juan, 21. Madrid-2%. Transcripción de la segunda carta: «Sr. D. Benito Pérez Galdós Muy Sr. mio , le agradezco en el alma sus palabras atentas y benévolas y sobre todo la dedicatoria de una obra tan de mi agrado. Queda agradecísimo su afmo. amigo y S.S. Q.B.S.M. Manuel Abril». lS2 L. STURGOF, ascio lictorio y cruz gammada, Cruz y Raya, 10, supl. 1-20. Id. El Estado Totalitario, Cruz y Raya, 28, 7-39. 153 Vide supra. Notas 42, 48, 50, 56, 60, 65, 69, 70, 71, 72, 105, 106, 126, 135, 138. 154 Comparte esta opinión VICENTEG AOS,C laves de la literatura española, Guadarrama, Ma-drid, 1971, pp. 461 al escribir: «el desprecio por Galdós llega hasta los años treinta y tantos de este siglo y culmina en los juicios tan desfavorables que Antonio Espina y José Bergamín vierten en «Galdós, redimuerto», El Heraldo, Madrid, 5 enero 1933. Sin embargo, durante su exilio se opera un cambio de actitud en Bergamín respecto a Galdós, al que dedicó varios libros. En La Corteza de la Letra, Losada, Buenos Aires, 1957, Bergamín relaciona a Galdós con Dostoiewski y con Tolstoi. Parte de esta obra ha sido refundida por Bergamín en otra más reciente, Calderón y Cierra España, Planeta, Madrid-Barcelona, 1979, en la que, por una parte (pp. 156- 166) pone a «la conciencia nacional trágica» como punto de contacto entre Galdós y Tolstoi, y por otra (pp. 167-172) pone «el pintar con nuestra propia sangren como punto de contacto entre Galdós y Goya. En «Mundo y Trasmundo de Galdós, Bergamín relaciona a éste con la Generación del 98 (Apud Theodore A. SACKETTP, érez Galdós, An Annotated Bibliography, The University of New Mexico Press, 1968. Por último, con ocasión de su homenaje y de la representación de su obra Medea, la Encantado-ra, Bergamín ha afirmado que los Arniches y los Quintero son el mejor teatro de España porque son herederos de Galdós mientras que Linares Rivas y Martínez Sierra siguen a Benavente con un teatro lleno de influencias extranjeras (Apud Carlos Gurméndez, «Entrevista a José Bergamín*, El País, domingo 22 de junio de 1980, p. 31). 155 Durante su etapa anterior al exilio y al ejercer su extraordinario magisterio de crítico literario, José Fernández Montesinos se había opuesto sistemáticamente a todo lo que sonase a «realismo» en la novela española. Sin embargo, durante su exilio en California, cambia sus puntos de vista y dedica al «Costumbnsmo y Novela* el Volumen 11, a «Pedro Antonio de Alarcón» el Volumen 111, a «Varela o la ficción libren el volumen IV, a «Pereda» el Volumen V, y a «Galdós» los volúmenes VI, VI1 y VI11 de su magna obra, Estudio sobre la Novela Española del siglo XIX. Los volúmenes dedicados a Galdós han sido editados por Editorial Castalia, en su segunda edición, en 1980. El Volumen primero titulado, Introducción a una historia de la novela en España en el siglo XlX, seguida de una bibliografía española de traducciones de novelas desde 1800 a 1850, está publicado igualmente en la Editorial Castalia, con una tercera edición en Valencia el año 1972 y con una cuarta edición en Madrid el año 1980. B I B L I O G R A F I A C O M P L E M E N T A R I A ALONSO GARCÍA, M. J.: Estudio sobre la revista Cruz y Raya (6 volúmenes), Tesis Doctoral, Universidad de Granada, 1977 (Inédita). Escudio sobre la revista Cruz y Raya, Tesis Uocroraies ae la Universidad de Sranaaa, n.O 168, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Granada, 1977. losé Bergamín, director de «Cruz y Raya» (1933-I936), Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, Fundación Universitaria Española, seminario ~Menéndez Pelayo», n." 4, Madrid, 1982, pp. 93-107. Aspectos culturales de la Segunda República Española: Aproximación a los Años Treinta, Con-ferencia en el Aula Cultural de la Caja Insular de Ahorros, Las Palmas, septiembre, 1982. José Bergamín: vida, pasión y muerte, Conferencia en la Universidad de La Laguna, Departa-mento de Literatura Española, diciembre, 1983. Miguel Hernández: Cincuentenario de su Auto Sacramental, Casa de Tomás Morales de Moya, Las Palmas, abril, 1984. Cincuentenario de la Generación de 1935: el neo-realismo de Zubiri y de Rosales, Conferencia en la Sala de Conferencias de la Consejería de Cultura del Gobierno de Canarias, Las Palmas, abril, 1985. La Aportación a la cultura y a la ciencia de los exilados españoles en los Estados Unidos, Estudio subvencionado con una beca N. M. A. de la Comisión Fullbright, en la City University of New York, año 1977 (Inédito). FENOMENOLOGIA DE LOS MOVIMIENTOS REVOLUCIONARIOS EUROPEOS DEL SIGLO XIX EN LA OBRA DE PEREZ Galdós Manuel Moreno Alonso Colegio Español de Londres «Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu nación. Declaraos revolucionarios, dís-colos si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebel-día. En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si querkis, constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento ... Sed constantes en ia protesta, sed viriies, románticos, y mieniras no venzáis a la muerte, no os ocupéis de Mariclío ... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro.. . , me duermo.. .D. (Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Cónovas, fi-nal del último capítulo. Ed. Obras Completas, 111, 1410). En el último de los Episodios Nacionales que, en 1912, escribió Pérez Gal-dós, en Cánovas, no deja de ser significativo que sus últimas palabras expuestas en forma de mensaje testamentaario aludan al significado de la Revolución tanto en su sentido semántico como real y vital. Es evidente que el autor fina-liza la última serie de su inmensa obra con el pensamiento de que en España -¿y por qué no también en Europa? - la Revolución queda aún pendiente. Después de más de un siglo de revoluciones, el porvenir del mundo, y particu-lamente de España, dependerá de la solución revolucionaria entendida como afán de superación, esfuerzo individual, rebelión constante, ideal, actitud indó-mita. El legado principal del siglo XIX al XX culmina -si consideramos las palabras anteriores como la conclusión de la obra y las últimas del autor- con la Revolución, ya desprendida de su sentido alarmante anterior y como expre-sión del «único síntoma de vida». La trayectoria revolucionaria del siglo XZX Desde antes de 1789 lo que por encima de todo caracteriza al nuevo período histórico que se abre en Europa es justamente esa palabra «aterradora» de Revolución contra «el cansado cuerpo» de las viejas naciones del continente. Sin revolución no se hubiera producido la «modernidad» o, si preferimos utili-zar el término decimonónico más genérico y aclamado, la libertad con todas sus implicaciones en el plano personal e histórico general. Con anterioridad a la época indicada no existía el concepto moderno de revolución. Nuestro Dic-cionario de Autoridades, por ejemplo, no conoce la palabra revolucionario, y las acepciones mencionadas del término revolución son muy diferentes de las de revuelta. La palabra se introduce en la historia del lenguaje y en la historia de los hechos justo en la época indicada, caracterizando todo el período histórico subsiguiente, sobre el que precisamente Pérez Galdós situará la acción de sus Episodios Nacionales y de sus Novelas contemporáneas. El interés suscitado en España durante la época en que vive Galdós por el conocimiento apasionado y casi siempre parcial en favor o en contra de las luchas revolucionarias1 es un claro reflejo de esta realidad, que aquél se propone «novelar». La historia de España, como la de Europa, en el siglo XIX no puede ser comprendida des-prendiéndola de su carácter revolucionario por encima de todo. Los Episodios Nacionales de manera particular constituyen sin género de dudas la obra gene-ral de más valor emprendida por un español sobre esta trayectoria. Su mismo carácter de novela histórica le dota de unas posibilidades de análisis mucho más amplias que los escritos académicos sobre el tema. En su obra amplísima Galdós incorporó como protagonistas de su relato a numerosas personas histó-ricas que se habían destacado como tratadistas incluso del fenómeno revolucio-nario tanto europeo como españolz, y a muchos de los cuales llegó a conocer personalmente. La revolución como punto de partida del interés por el tratamiento histórico de «lo contemporáneo» en la obra de Pérez Galdós Aunque Pérez Galdós tuvo «aficiones literarias desde el principio», y en el Instituto de Las Palmas fue «bastante aprovechad^»^, su interés por la historia contemporánea surgió de su contacto en vivo con la realidad revolucionaria peninsular en torno a 1868. que tan amplias recursiones ejerció en la opinión pública4. En sus Memorias recordará que fue «en aquella época fecunda de graves sucesos políticos, precursores de la Revolución» cuando presenció como testigo el motín de la noche de San Daniel -10 de abril del 65-, la subleva-ción de los sargentos en el cuartel de San Gil o posteriormente de la «Gloriosa» que costó el trono a Isabel I15. En relación con los sucesos de España, se refiere Galdós en el mismo lugar a la gran impresión que produjo en él sus dos primeros viajes a Francia. El primero lo hizo en el verano de 1867 -tenía entonces 24 años- y fue decisivo: conoció la gran ciudad hasta el punto que «a la semana de este ajetreo ya conocía París como si éste fuera un Madrid diez veces mayor», descubrió a Balzac y fue testigo de la llegada a París de gober-nantes y hombres de Estado de Europa que visitaban la Exposición Universal instalada en el Campo de Marte. Llegó a ver reiteradamente en medio de tantas revistas militares al Emperador Napoleón 111 -«figura en verdad poco napoleónica»- con su perilla y bigotes engomados según la moda del tiempo. La consecuencia literaria de este primer viaje fue su novela histórica La Fonta-na de Oro. Al año siguiente, en el verano del 68, volvió de nuevo a Francia, y a su regreso -en los últimos días de septiembre- se encontró en Barcelona «de manos a boca» con la Revolución de España. En la «bullanga política» vio -y lo recordaba muchos años después- al Capitán General conde de Cheste paseando por la Rambla con actitud teatral que «dejaba en el público impre-sión semejante a la de los espectadores de una tragedia donde todo se expresa en versos fríos y retumbantes». Su familia, asustada del «barullo revoluciona-rio », decidió al día siguiente partir para las Canarias, aprovechando que estaba en el puerto el vapor América. Desde éste nos dice que «presenciamos las demasías de la plebe barcelonesa, que se limitaron a quemar las casetas de Consumos. Era una revolución de alegría, de expansión en un pueblo culto». Ardiendo «en curiosidad por ver en Madrid los aspectos trágicos de la Revolu-ción » consiguió de su familia que la dejasen en Alicante donde hacía escala el correo dando como pretextos el continuar sus estudios en la Universidad, y a las pocas horas tenía la «inmensa dicha» de ver entrar a Serrano en la Puerta del Sol. Este encuentro de Galdós con la revolución será decisivo tanto por canali-zar sus futuros puntos de interés como por centrarlos cronológicamente en lo contemporáneo. Con su reconocida sagacidad, fue ya el mismo Leopoldo Alas quien puso de manifiesto este hecho, indicando que «es posible que el propósi-to, al principio para el mismo Galdós oscuro, indeciso, de escribir la historia novelesca de nuestra epopeya nacional del presente siglo, fuese en parte como una derivación de aquel prurito activo del entusiasta de la revolución y del joven ensimismado.. . a quien se le ocurrían aquellas cosas raras. Hay también un modo de ser hombre de acción en el arte, y las novelas de Galdós revelan al artista de este género»6. El autor de los Episodios Nacionales es evidente-mente hijo espiritual de la revolución de septiembre y entusiasta de sus princi-pios democrático-burgueses7. Su talento, sin embargo, le llevó a diferenciar desde el primer momento el contenido «revolucionario», «a la española», de aquel movimiento, de la revolución «verdadera» y auténtica8. A diferencia de tantos cantores de la «Gloriosa» como proliferan en su tiempoY, Galdós descu-bre su carácter de «bullanga política» y el predominio «retumbante» del cchin-chín de la música» que amalgamaba compases del Himno de Riego con la Mar-sellesa, y que parecía «más que radical, doméstica,,. Con todo, la impresión del acontecimiento revolucionario terminaba por fijar la atención de Galdós no en el pasado remoto sino en el «contemporáneo», en esa época media, «de lo que va de siglo», y que comenzaba en la guerra contra NapoleónlO. El siglo XVIII: los antecedentes de la Revolución Cronológicamente, la «época media» de la que según el decir de Alcalá Galiano se ocupó en sus novelas nacionales Pérez Galdós fue el siglo XTX, el período contemporáneo que comenzaba con Napoleón y acaba con Cánovas a finales de siglo. Pero ni que decir tiene que la mayor parte de los protagonistas de los primeros Episodios y novelas había nacido en el siglo anterior, y como tal la época ésta, sin ser objeto de su tratamiento específico, afluye en sus páginas con frecuencia. Hasta cierto punto, la culpa de todo lo ocurrido con posterioridad en España durante el siglo XIX se había gestado en el anterior: «De aquel innoble desaguisado tenían la culpa la Enciclopedia, Voltaire, D7Alembert, Diderot y toda la taifa precursora y actora de la infernal Revolu-ción francesa ... De aquella ciénaga desbordada venía la corrupción de las cos-tumbres de esta pobre Españall. Las «modas francesas» y con ellas la irreligión, el descaro de la juventud, la falta de respeto a los mayores y el mucho votar, entre otras a juicio de un anciano personaje Galdosiano, comenzaron a introdu-cirse en España entonces12. En todas las ciudades populosas, y especialmente en Cádiz, «que era entonces la más culta», había muchas personas desocupadas al tanto de ParísL3.E n España -y ya en 1792- la primera consecuencia de la Revolución francesa fue la caída del Ministerio Floridablanca14, que marca el comienzo todavía algo lejano de la tempestad. Con un tratamiento historiográfico más específico Pérez Galdós se ocupó del siglo XVIII -«que es en nuestra historia una de las épocas de más difícil estu-dio »- en su amplio trabajo sobre Don Ramón de la Cruz y su época, en el que de entrada señalaba sus dificultades: «la conclusión, la heterogeneidad, el carácter indeterminado con que se manifiestan sus principales hechos, la pequeñez relativa de sus hombres, son causa de que no se muestre accesible a la investigación, ni se preste a una síntesis clara»15. A su juicio era un «siglo de transición» en política, en artes, en literatura y en costumbres, que se presentaba como un período de «marasmo», en el que, no obstante, era necesario revisar el lugar común de que era «la causa de los males de todas clases que aún afligen a nuestra Sociedad, o si le debemos no haber caído en otros peores». En su opinión, «ignoramos si fue él quien nos trajo a nuestra actual postración o si, por el contrario, nos ha hecho , segi~ir, allnqlie algo re~agados, la marcha de la civilización europea». De cual- ! quier forma Galdós pensaba que fue muy distinto el ritmo de su poder transfor-mador en España del de Francia, siendo larguísimo el plazo que media entre la aniquilación de la Casa de Austria y la guerra de la Independencia. Observación 2 ésta de carácter fundamental, que lleva a don Benito a poner en duda el carácter E prerrevolucionario y modernizador de esta centuria. Los puntos oscuros sobre E esta época los achaca, con grandísimo sentido historiográfico, a la falta de traba-jos históricos, pues «no hubo siglo más descuidado de nuestros historiadores, ni 5 de ninguno nos hemos inquietado menos, a pesar de tenerlo tan cerca». Sin em-bargo, a su juicio, «no hay época más digna de estudio; de ella procedemos, y aunque una observación superficial no encuentra allí sino motivos de abatimiento y hasta de vergüenza, no conviene condenarla con ligereza, ni juzgarla con una mirada estrecha de intereses actuales o con el extraviado criterio del partido polí-tico ». El siglo XVIII, como punto de partida de revolución en Europa, significó k entre otros muchos aspectos señalados por el mismo Galdós: la perversión del sentido moral, la confusión de clases «sin resultar nada parecido a la igualdad», la relajación de las creencias religiosas, el conato de formar algo semejante a un E orden administrativo, los «laudables empeños de adelantamiento material que se O estrellan en los vicios inveterados de nuestras leyes, y en la organización de la propiedad», y el olvido de la Historia. Según el autor de Los Episodios «se obser-vaba el esfuerzo subterráneo de una revolución, de una fuerza desconocida que aspiraba a realizar considerable trastorno», y que como tal dicha revolución se inicia en los primeros años del siglo. Dará lugar a una época de oscuridad, de luchas y dudas, «que prevé en su instinto una revolución y no acierta a darle realidad, ni se atreve a intentarlo; que ve todo aquel pasado que se marcha y no comprende lo que ha de venir, ni se prepara a una nueva vida» mientras no pocos ilustrados hacían «ovillejos» en la Academia del Buen Gusto. La experiencia revolucionaria de un personaje Galdosiano Un ejemplo en la obra Galdosiana de fabulación de un personaje testigo fuera de España de los acontecimientos revolucionarios franceses y que, mu- chos años después, evocaba aquellas imágenes, es la de Don Beltrán de Urda-neta16. Es el retrato del típico gran conspirador, nacido en 1758, y que cuando «echaba una mirada a todo lo que comprende el espacio entre esa fecha y este pícaro 36», gustaba decir que le llevaba once años a Napoleón y a Weliington que nacieron en el 69, al tiempo que su amigo Goya, el «pintor ubérrimo» le llevaba doce. Disipador durante toda su vida de lo suyo y de lo ajeno, no había hecho más que «darse buena vida en los Parisew. En 1788 -un año antes al asalto de la Bastilla- pidió al Conde de Aranda una embajada y fue nombrado secretario de la de París, siendo testigo de todos los sucesos de la Revolución desde los Estados Generales hasta junio del 91 en que el rey fue detenido en Varennes. Cuando España retiró la Embajada de la capital francesa volvió con «casi todo el personal» para regresar nuevamente, y esta vez por motivos pla-centeros, en 1795, en pleno Directorio. Aunque Galdós, como es tan habitual en su estilo de narrar, interrumpe el relato para decir que «como no es mi objeto contarle a usted aquel incendio terrible, la Revolución, voy a mi cuento, y le sigo ~epitiendoq ue d 95 iiie fui a París en persecución de una iiermosura sobrehumana.. .», no se resiste a darnos algunas pinceladas de la Francia pos-trevolucionaria: <<¡Qué distinto de aquel París del 88, tan aristocrático, tan tónico y elegante, en medio de los sustos que ya ocasionaba la Revolución incipiente!». Según confesión personal de Don Beltrán la «sociedad del Direc-torio transformó completamente mis gustos», y allí continuó viviendo, llegando a emara Napu~e~iI paris dcsruCs de &us.cr~,iz y a$,~lell~ua l ciiiierro posteriormente de Josefina, que era «una lagarta»l7. En la trayectoria de esta biografía Galdosiana se advierte su contacto en vivo con la Revolución fuera de España y, habiendo nacido el protagonista a mediados del siglo XVIII, su experiencia es lo suficientemente dilatada como para examinar con perspectiva generacional «el espacio entre esa fecha y este pícaro 36». El autor de los Episodios al adentrarse por los vericuetos de la historia tan sólo se pone un freno narrativo: el de procurar no abandonar el campo peninsular en que trans-curren los acontecimientos, que no era su objeto. Y esta es a la limitación que está presente en su obra «nacional» en lo que respecta a las alusiones a la historia y a las revoluciones de otras naciones europeas. La tradición republicana española Consecuencia inminente del triunfo de la Revolución era la proclamación de la República, cuya significación revolucionaria produjo siempre pavor en España antes e incluso después de su primera experiencia histórica vivida ple-namente y contada por Galdósls. Para éste la Revolución contaba con prece-dentes muy lejanos, que no tenían por qué buscarse en los sucesos de Francia de finales del siglo XVIII, tan diversamente comprendida por los españoles, muchos de los cuales la veían como el principio del mal de las cosas de España. Entre estos precedentes el autor de Los Episodios recordará la lucha contra los tiranos en Atenas protagonizada por Harmodio y Aristogitón, las sediciones de los Gracos o la decapitación de Carlos 1 de Inglaterra aparte naturalmente de la de Francia, en la que Robespierre y Danton «ya sabemos que cortaban cabezas como plumas~'~E.n todos los casos resultaba evidente que «la causa del revolucionario más célebre en su tiempo fue un tejido de iniquidades y de absurdos jurídicos»20. Pero a la vez se presentaba siempre como un mal necesa-rio, como una cirugía política, ya que la medicina está visto que no sirve para nada: «amputación, hijo, pues no hay otro remedio~~Yl .e n este proceso Espa-ña no podía ser una excepción porque el país pedía cambios a «grito herido», y porque «el país tiene mejor que nadie el instinto de su conveniencia»22Y. en este sentido la historia de España no carecía de ejemplos. En el caso particular, concretamente, de la idea republicana -tan revolucionaria de suyo y a la vez con una imagen tan aterradora- uno de los españoles de Galdós dirá que «a mí no me ha causado nunca terror esa palabra ni me aterra hoy». Y para probar la larga tradición republicana de España no dejará de citar a Padilla, Lanuza, las doctrinas del P. Mariana y, más recientemente, las obras de Sem-pere y la proclamación de los derechos del hombre en las Cortes de 1810 por Muñoz T ~ r r e r oD~e~ e. s ta forma Pérez Galdós, que muy bien conocía la ten-dencia española de veta casticista de despreciar lo extranjeroz4, «españolizaba» tanto la práctica revolucionaria como la misma idea republicana. En España no hubo «salones» donde al estilo de Francia se preparara la revoluciónz5, aun- 1 que no faltaran desde luego los jóvenes educados en París que «afectaban a veces desprecio de su nación y la censuraban con acritudnZ6o, los democracios, por los que entendían sus enemigos «un perdís, un masón, un liberalote, un conspirador, un democracio~~~. E 2 -E La revolución de Francia 3 Dado el plan cronológico y novelístico de la obra de Pérez Galdós, la Revo- % lución Francesa de 1789 o, posteriormente, la época napoleónica o las mismas f revoluciones de 1830 ó 1848 constituyen en puridad puntos de referencias fun-damentales para dilucidar los acontecimientos nacionales. Se advierte siempre el interés del autor por aquellos hechos ultrapirenaicos pero tenía que atenerse al marco temático y espacial de la historia contemporánea e~pañola*E~1 .p roce-dimiento habitual sin embargo para tratar de los movimientos revolucionarios extranjeros es el de introducir en ellos, con fundamento histórico o simple verosimilitud, a los españoles. Es el caso real, por ejemplo, del famoso abate utrerano Marchena, cuya personalidad era tan cara al novelista: «uno que pasa o aquí por clérigo relajado, una especie de abate que habla más francés que español, y más latín que francés, poeta, orador, hombre de facundia y de chis-te, que se dice amigo de madama Stael, y parece lo fue realmente de Marat, Robespierre, Legendre, Tallien y demás gentuza»29O. del fabulado Santorcaz, quien después de algunas fechorías, se marcha a París, sumándose a la Revolu-ción. Su entrada en la ciudad la hizo -según narra prolijamente- el 21 de enero de 1793, encontrándose en una gran plaza donde el pueblo estaba reuni-do para guillotinar a Luis XVI, y siendo uno de los que, al enseñar el verdugo al pueblo la cabeza, aplaudió como los demás gritando: «está muy bien he-c h o ~J~un~to. c on Marchena, de quien se hizo gran amigo, frecuentó los clubs más frenéticos, llegando a recriminar a su amigo Maximiliano (Robespierre) el que se hubiera pasado a los realistas ¡En su opinión, «toda la sangre derramada me parecía poca para reformar una sociedad que no era de mi gusto, y estimaba lo mejor hacerla desaparecer en la guillotina*. Para reírse de Dios -cuya simple nominación era un insulto a la Razón- llegó a inventar junto con Marchena uno particular, irrisorio, del que se mofaban, y al que llamaban Ibrascha. Otro recurso habitual del novelista para aludir a los sucesos revolucionarios de Francia, en este caso de 1789, son las referencias propiamente históricas que permiten al mismo tiempo delimitar cronológicamente los períodos en que transcurre la acción. Las alusiones por ejemplo al Conde de Aranda, que con-denó desde el principio la guerra con la República31, o la Paz de Amiens que no fue más que una tregua32, son datos fácticos diferentes a cuando Calpena, protagonista de la tercera serie de los Episodios, recordaba las imágenes que había visto de Voltaire o de Ta l l e~r a n dE~n~ u. no u otro caso, el narrador por sí mismo o por boca de alguno de sus personajes34 se permite comparar la experiencia revolucionaria española con la de los movimientos extranjero^^^, asumir lo mejor de éstos36 o, simplemente, expresar su reprobación y desencan-to. Galdós -viajero por Europa- era consciente de que España se hallaba dentro de una realidad geográfica concreta cuyas influencias no le podían ser ajenas a pesar del grado de aislamiento no ya peninsular sino de todo el conti-nente37. Y en cuanto a las diferencias entre España y otras potencias europeas, antes o después de la Revolución, el autor de Los Episodios tenía muy claro que «las cuestiones que España tenía con Francia o con Inglaterra eran siempre porque alguna de estas naciones quería quitarnos algo, en lo cual no iba del todo descaminado»38. Esta forma sencilla, llena de sentido común y por ello tan inúiscuiii~iee, s ia que caracterizará ei análisis dei pasado en ia obra gaicio- ~ i a n a ~ ~ . La Fontana de Oro Primera novela de Galdós -«libro con cierta tendencia revolucionaria»- es un estudio magnífico de la Revolución española, que comienza con las últi-mas boqueadas del absolutismo fernandino, trata sobre todo el triunfo del libe-ralismo, y termina con el retorno a la tiranía. En el preámbulo a la misma, que el autor escribió en 1870, puso de relieve en este sentido que «los hechos históricos o novelescos contados en este libro se refieren a uno de los períodos de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de reorganización que principió en 1812 y no parece próxima a terminar todavía. Mucho después de escrito este libro, pues sólo sus últimas páginas son posterio-res a la Revolución de septiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos, y algo de lo que aquí pasa; relación nacida, sin duda, de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820- 1 8 2 3 ~E~s ~el. e stado de crisis revolucionaria constante que caracterizará al siglo XIX español lo que el autor de los Episodios y de las novelas contemporáneas se decidirá a escribir a partir de esta primera novela, contando sus «hechos históricos y novelescos». Por La Fontana de Oro desfilan ideas, discursos revo-lucionarios, actuaciones de clubs, alusiones a libros extranjeros41, e incluso ani-males domésticos como aquel gato que se llamaba «Robespierre». Bozmediano tenía presente que «la irrupción de costumbres francesas, verificada con la venida de la dinastía nueva, a principios del siglo XVIII, modificó ésta como otras cosas*, y que «con la sociedad nueva vino la moda nueva»42. Y Lázaro, el protagonista de la novela, romántico que profesa el liberalismo más agudo e incondicional, que sabe que la Revolución «necesita estas medidas prontas y decisivas*, confiesa sin embargo que «yo no quiero para mi Patria los horrores de la Revolución Francesa. Después de un terror no puede venir sino la dicta-dura. Yo no quiero que pase aquí lo que en Francia, donde, a causa de los excesos de la Revolución, la libertad ha muerto para siempre»43. Por encima de todo, «era preciso enseñar a los franceses que no debía haber otro Ra-vaillacn 44. «El Audaz», la novela de la Revolución El Audaz, cuyo subtítulo es el de «historia de un radical de antaño», fue escrita por Pérez Galdós en 1871, y su acción se sitúa en 1804, con amplias referencias a los movimientos revolucionarios de finales del se te ciento^^^. El protagonista, Martín Martínez Muriel: de ideas radicales y revolucionarias, tie- ! E ne amigos volterianos, y es un entusiasta de la experiencia revolucionaria fran- E cesa. La imaginación arrebatada del joven Muriel fue «una tierra fecundísima en que las nuevas ideas germinaron con asombroso desarrollo. El espíritu revo-lucionario, explosión de la conciencia humana, se mostró en él rudo, implaca-ble, radical, sin la depuración que después han traído el estudio y el mejor conocimiento del hombre. La abolición de privilegios, la legación del derecho e divino, la soberanía nacional, los derechos del hombre. He aquí los grandes problemas planteados en aquellos días. El que conozca la Sociedad de entonces % disculpará la exageración. Fuerza es que la disculpemos a Muriel, que al reco-ger aquellas ideas experimentó el único goce de su espíritu»46. Este profesaba E a la nobleza un odio vivísirno, y «devoraba cuantos describieron y comentaran la Revolución Francesa ... , en su mente el hecho horrible se sublimaba al con-tacto de la noble idea; perdíase en una contemplación sin fin, durante la cual I se le representaban en la fantasía los caracteres y los hechos de la pavorosa 1 catástrofe; y cuando concluían sus éxtasis, era para dar lugar a una inquietud extraordinaira». Todos sus sentidos estaban obsesionados por una idea: la Re- $ v ~ l u c i ó nJ~u~n.to a él, el franciscano Fray Jerónimo de Matamala, «sabía muy " bien lo que eran los derechos del hombre, y conocía todos los argumentos del ateísmo; conocía a Rousseau y aún algo más; pero afectaba una ignorancia absoluta de tan peligrosas rna t e r i a s~y~ ~de, sde Ocaña sostenía corresponden-cias «muy activas». Estaba convencido de que «los privilegios se han de acabar aquí, como se acabaron en Francia, y o mucho me engaño, o ese día no está lejos», ante la sorpresa del mismo Muriel que «se admiró de encontrar tan revolucionario a quien se había figurado como un señor muy beato, enemigo, como la mayor parte, de las cosas extranjera^^^. El capítulo 111 de la novela se titula incluso «La sombra de RobespierredO, y por él vagan los demonios de los grandes revolucionarios franceses, de la misma manera que también cam-pean por esta novela de acción los nombres de sus inspiradores teóricos, el barón de Holbach o D'Alembert, Don Lamberto para entenders1. La ola revolucionaria en «Angel Guerra» Veinte años después de escribir El Audaz, en 1891 puso Galdós punto final a su novela Angel Guerra, una de las más amadas por el autor5'. Aunque la vida del protagonista ahora transcurre en los años de la Re~tauración~un~a, época ciertamente muy diferente de la de principios de siglo o de la de finales del XVIII, el espíritu de protagonista es enteramente revolucionario: le impresiona el dolor y la injusticia, cree que es urgente la reforma de la sociedad y que hay que derribar las viejas costumbres para construir un nuevo mundo.. . Su revolu-cionarismo idealista, de corte moral y religioso, tendrá un carácter sin embargo diferente del de los anteriores protagonistas de la revolución en las novelas men-cionadas. Es también mucho más humana. A sus treinta años confiesa que «en la edad peligrosa cogióme un vértigo político, enfermedad de fanatismo, ansia instintiva de mejorar la suerte de los pueblos, de aminorar el mal humano ..., resabio quijotesco que todos llevamos en la masa de la sangre»54. Era, en reali-dad, de los que no temían que los demás les hicieran «fu, llamándoles la hidra demagógica y la ola revol~cionar ia»~Su~s. ideas no ya sobre la revolución sino sobre la Historia diferían completamente de las de la gente sencilla, representada por Dulce, que «no comprendía el interés de la Historia, la filosofía de los he-chos graves que afectan a la colectividad, interés a que no puede sustraerse el hombre de estudio, máxime si ha intervenido en tales hechos. Dulce creía que era más importante para la Humanidad repasar con esmero una pieza de ropa, o freir bien una tortilla, que averiguar las causas determinantes de los éxitos y fracasos en ia labor instintiva y fatai de ia colectividad por mejorar modificánáo-sed6. Insistiendo en esta doble caracterización o visión de las cosas por parte de Angel o de Dulce, Don Benito no puede resistir entrar en el tema, y terminará diciendo que «La Humanidad no sabe aún qué es lo que precede ni qué es lo que sigue, cuáles fuerzas engendran y cuáles conciben. Rompecabezas inmenso: jel pan se amasa para las revoluciones o por ellas?». El relativismo al juzgar los heclios -el de las explosiones revolucionarias, por ejemplo- es evidente: «el pueblo se degrada a los ojos de la Historia según las circunstancias. Antes de empezar, nunca sabe si va a ser pueblo o populacho^^^. Y, por supuesto, «todo el pelo que se puede echar en España con las revoluciones lo echaron los del 68, y ya no hay más pelo que echar por ese lado»58. La revolución europea de 1830 En la ya aludida tertulia de Jenara, los «temas de política extranjera» ocu-paron durante mucho tiempo la atención primordial de los asistentes, sobrepa-sando al «grave de nuestros negocios»59. Concretamente el asunto de la Revo-lución de Julio -«asunto socorridísimo que dio para todo el verano y otoño»- junto con los de Grecia, Polonia y el reconocimiento de Luis Felipe fueron los que polarizaron las conversaciones de los contertulios. Estos, por otra parte, estaban al tanto de «muchas particularidades desconocidas del público y aún del Gobierno», y allí leían algunas cartas venidas de Francia aunque «no cierta-mente con intento de conspirar». Comentaban igualmente las ordenanzas de Polignac contra los periódicos, estando de acuerdo en que «de las ruinas de la Prensa nacen las barricadaw60. Lo más interesante de todo en este Episodio de Los Apostólicos es que su autor relaciona íntimamente la oleada de libertad desencadenada en Europa con la lucha de los emigrados españoles contra el absolutismo, pues «el buenazo de Luis Felipe, viendo que aquí no le querían reconocer como Rey de los franceses, abrió la frontera a los emigrados y aún dícese que les dio auxilio y adelantó algunos dineros». Lo que hizo que Mina y otros «andantescos de la Revolución» entraran en la Península, hasta que el Gobierno cayó en la cuenta de que debía reconocer a Luis Felipe, y fue enton-ces cuando Francia cerró las fronteras y se acabaron las partidas. La cuestión polaca, muy especialmente, se convirtió en una moda, y todo el mundo compa-decía al «pueblo mártir, amarrado, desnacionalizado, cesante de su soberanía» llegando al sentimentalismo al tiempo que se hacían versos y cantatas innume-rables con el título de Lágrimas de Polonia. Las escenas revolucionarias que tuvieron lugar en Francia y en Europa en el mes de julio de 1830 debieron estar muy presentes en Pérez Galdós, cuando éste, a finales de 1903, comenzó la redacción de un nuevo Episodio de la cuarta serie dedicado a los sucesos revolucionarios de España que siguieron a 1852 -la revolución de 1854- y al qi?e titil!a i n d ~ s oL n Revnlurión d~ .Tuh. En él su autor traza magistralmente la anatomía del proceso revolucionario español de este año, pero en el que es claramente deudor de sus conocimientos y lecturas sobre la revolución de 1830 y la posterior de 1848. El novelista conoce perfectamente «a esos elementos: son los que alborotan siempre, hoy en este sentido, mañana en el otro»'jl. Desde la Exposición Universal de Londres los protagonistas españoles del Epi-sodio hablarán de España; «de este país tan pobre y tan atrasado ... Entre paréntesis, aquí no tienen idea de la penosa impresión que a los que venimos al extranjero nos causa el llegar a Madrid y ver el sistema primitivo de recoger las basuras»'j2. En suma, los españoles que conversaban de este manera echa-ban en falta el que en la Península se hubiera producido la revolución indus-trial, y acababan siempre diciendo que «estamos muy atrasad os^^^. Las tormentas del 48 En las Memorias de José García Fajardo -protagonista de la novela auto-biográfica Las tormentas del 48- nos presenta Galdós cuáles podían ser los alimentos espirituales que nutrían al revolucionario «a la Europea» que venía a España procedente del extranjero: Gibbon, Ugo Foscolo, Pellico, Cesare Balbo, Cesare Cantú, Helvecio, Condillac, Manzoni, las Ideas sobre la Historia de la Humanidad de Herder o el libro de Pierre Leroux, De l'humanité, de son principe et de son avenir64. Evidentemente estamos ante un nuevo «revolucio-nario » y ante una nueva generación de rebeldes, que se permitían escribir hasta sobre el Risorgimento dell'Ztalia una e libera6" Uno de éstos, en una de las tertulias madrileñas, llegaba a «hacer gala de suficiencia y de hallarse muy al tanto de las ideas que en la actualidad agitan a los pensadores europeos, y como la idea del día es el liberalismo papa1 y la filosofía histórica de Gioberti y de Balbo» tenía asegurada la audiencia sobre las que sus lecciones caían como «un pedrisco de erudición»'j6. Y en lo que se refiere a las noticias de Francia: «son cada día más interesantes y en ellas palpita el drama político, tan del gusto de estos pueblos imaginativos y apasionados»'j7. De nuevo se había proclamado la República, el rey había huido y se habían levantado barricadas. Las noticias de la revolución que «llegan aquí como páginas epilogales del sangriento poema del 93» eran en Madrid «muy comentadas, con evidente exaltación de la susceptibilidad española» y con el temor de algunos partida-rios de «poner una aduana de ideas en la frontera para que no pase acá la dolencia revolucionaria, ni se nos cuelen en España esas malditas utopías». Según el autor de las Memorias -que lo consigna en el escrito correspondien-te al día 3 de marzo- lo que consolaba a muchos era que al frente de la República Francesa apareciera la figura del «dulce y tiernísimo» Lamartine, nombramiento de un poeta para tal cargo y que en la mentalidad española de la época era algo insólito. Pero la tormenta se extendía igualmente al reino de Nápoles, Piamonte, Roma, Hungría y Austria donde un «formidable pedrisco» derribaba el árbol corpulento de Metternich, así como a las «demás nacio-n e s ~ ~ ~ . En toda Europa -siguen diciendo las Memorias- ha surgido la voz pavo-rosa del Socialismo, «la nueva idea que viene pujante contra la propiedad, contra el monopolio, contra los privilegios de la riqueza, más irritantes que los de los blasones». Y recapacitando en ello, llega a decir que «me siento San-Si-moniano, y afirmo que el mundo es del pueblo, de todos, y que el derecho a los goces no es exclusivo de una clase privilegiada. La riqueza pertenece a los trabajadores, que la crean, la sostiene y aquilatan, y todo el que en sus manos ávidas la retenga, al amparo de un Estado despótico, detenta la propiedad, por no decir que la roba»69. Quien dice esto, advierte naturalmente que comprende el «terror que causan estas ideas en la sociedad en que vivo. Yo, que antes no me cuidaba del Socialismo y sólo me servía de él para producir algún frívolo chiste en las conversaciones mundanas, ahora tiemblo ante el problema, mons-truo cejijunto, de grosera voz y manos rapaces». Y es ya en esas conversaciones mundanas donde al pueblo -sigue diciendo el autor de las presentes Memo-rias- se les llama, «con supremo desdén», las masas. El mismo recuerdo de las lecturas de Fourier y Considérant le sugiere la idea de hacer un ensayo de la grande y nueva asociación humana dividida en los nuevos elementales esta-mento~ c: apital, trabajo, inteligencia; sobre cuya base se establecería un falans-terio modelo. Naturalmente que detrás de todo el escéptico Don Benito -que escribe el Episodio en 1902- ridiculiza a la persona que exponía estas ideas aún cuando deja muy claro que «la tormenta que venga por Europa, de pueblo en pueblo, descargando aquí centellas, allá granizo, en una parte y otra eléctrico fluido que todo lo trastorna, ha de ser, andando el tiempo, furioso torbellino que arrase el vano edificio de nuestra propiedad, sin que contra él nos valgan falanges ni falanterios.. . Tardará meses, años, lustros; tardará siglos?. . . 70. Pé-rez Galdós, que desde la perspectiva ya del nuevo siglo sabe del fracaso de la revolución del 48, anuncia proféticamente que la revolución, ésta de las masas y de los trabajadores, tendrá que producirse más tarde o más temprano en los distintos pueblos de Europa. La historia posterior habría de darle plenamente razón. Las Tormentas del 48 se presentan en este sentido como la narración de contenido más europeístas de la revolución de toda la obra Galdosiana71. La revolución «a la española» Los Episodios Nacionales y, en menor grado, las Novelas Contemporáneas constituyen la mejor crónica de la revoluci%n española del siglo XIX; con sus altibajos, con su retórica, con su discutible autenticidad, con su falta de grande-za v,., en suma. con su mísera realidad. Las alusiones a los movimientos revolu-cionarios europeos sirven al autor para distinguir claramente su alcance y signi-ficación del de los españoles, mucho más débiles, y siempre menos burgueses, menos socialistas y mucho más primitivos. Como nos dice de los rebeldes anda-luces que asolaban revolucionariamente los campos la causa de ello era senci-llamente el hambre: «-¿Qué pedían los valientes revolucionarios del Arahal? /,Pedían libertad? No. i,Pedían la Constitución del 12 o del 37? No. ?,Pedían acaso la ~esamortizaci&? No. Pedían pan.. . , pan.. . , quizás en forma y condi-mento de gazpacho.. . Y este pan lo pedían llamando a¡ pan democracia, y a su hambre reacción ... Quiere decirse que para matar el hambre, o sea la reacción, necesitaban democracia, o llámese pan para mayor claridad.. . No creáis que aqueiia revoiución era poiíiica, ni que reciamha un cambio de Gubie~n.o. . g Era el movimiento y la voz de la primera necesidad humana: el comer»72. Y cuando magistralmente el autor de Los Episodios trata al comienzo de éstos la anatomía de un tumulto revolucionario lo que destaca en éstos es el griterío de la turba y la multiplicación de los alborotado re^^^. El novelista sabía muy bien f que una revolución no se hace sin dinero74, y ¿dónde lo tenían los revoluciona-rios españoles? Por esta razón, y por ia misma candidez entusiasid de sus pro-tagonistas, los movimientos revolucionarios españoles terminaban en adefe- % S~OS'~. 3 La Revolución «a la españolas era en sustancia la obra más o menos preci-pitada o inmadura del conspirador romántico o incluso del profesional que conspirará «por que se lo pide el cuerpo, porque el conspirar es en él alivio de penas, venganza de la injusticia y fuente de risueñas esperanzas» o incluso «también por patriotismo, para que la Nación saliera de tantas desventuras»76. f Y naturalmente que lo hacía porque «como no tenía ocupaciones de oficina ni de nada, se pasaba el día charlando de la conspiración con sus amigos viejos o con los nuevos que en el campo democrático le habían salido. El rincón de un café, el cuchitril de una portería o las negras estancias de una mala imprenta eran sus logias, y cuando no se terciaba el arrimo a cualquier tertulia revolucio-naria, satisfacía su anhelo en los corrillos de la Puerta del Sol, conventículo habitual de cesantes». Estos últimos, los cesantes, junto con los militares des-contentos con sus propios ascensos y con la presencia del pueblo se convertirán en decisivos colaboradores de la obra revolucionaria de los agitadores o en los principales soportes de los pronunciamientos, verdadera enfermedad nacio-n a l ~E~n ~cu.a lquier caso es enorme la dosis de ingenuidad de cada movimiento revolucionario, lo mismo que las ideas de sus protagonistas, que no pierden nunca la esperanza de la revolución, y que lo esperan todo de la inminente algarada o del próximo pronunciamiento. Como discurseaba uno de los perso-najes Galdosianos -Don José del Milagro, en su gallinero del café-: «yo sos-tengo, yo aseguro, yo declaro que en la gravísima situación de la patria, en el terrible conflicto de la Libertad, en este deplorable caos a que nos han traído los errores de unos y otros, no veo, no vislumbro, no puedo imaginar otro remedio ni otra salvación y el remedio que he tenido el honor de exponer ..., llegará día en que la necesidad de conservar la vida inspire a todos la idea de volver los ojos al hombre de septiembre en Madrid, al hombre de diciembre en Luchana, al hombre de junio en Peñacerrada, al hombre de mayo en Guadar-mino, al hombre, en fin, de todos los meses del año en la patria Historia ... Deseemos, pues, que la confusión aumente, que vengan injurias de unos a otros, bofetadas y palos, y tras los palos, tiros, y tras los tiros, el pronuncia-miento decisivo del sentido común contra las tonterías y los crímenes. He di-c h o ~D~o~n .B enito es siempre un excelso maestro cuando describe la técnica española del golpe de Estado o de la asonada revolucionaria, y siempre a re-molque de las directrices o de los movimiento~ europeos, de los que le separan multitud de diferencias y matices. La conclusión es siempre la misma: el desen-gaño, el escepticismo impuesto por la realidad, el fracaso en definitiva de la Revolución. Lo dice con amargura el protagonista de La Revolución de julio: «mis ilusiones de ver a España en camino de su grandeza y bienestar han caído y son llevadas por el viento. No espero nada; no creo nada. .. La página histó-rica tras la cual corrí, resúltame ahora como pliego de aleluyas o romances de ciego. ¿Será que mi mente ha caído en la dolencia de remontarse y picar muy alto, o que los hechos y los hombres son por sí sobradamente rastreros y mise-rable~? »'~E.l mencionado protagonista amaba lo grande y hermoso, desdeñaba las tintas medias, como la clase media y la moral media, y por eso el recuerdo de una «batalla de aficionados en el campo casero me lleva al ardiente afán de presenciar un Austerlitz o algo semejante*, o mirar hacia las ambiciones de un Cromwell o un Bonaparteso. Sobre las fuentes Galdosianas para la historia de los movimientos revolucionarios de Europa Es de sobra conocido que, a pesar de la significación historiográfica monu-mental de la obra de Galdós, algunos críticos de su época y posteriores han minusvalorado la información histórica del autors1. Muchos -empezando por Baroja quien le negó hasta las menores cualidades de investigador porque «ha tomado la historia hecha en los libros» y no había frecuentado los archivos-le han echado en cara que leía poco, que no le interesaban los libros y que tenían escasa base científicas2. Otros, por el contrario, han intentado contra-rrestar estas afirmacioness3, pero, a la vista de las reflexiones Galdosianas sobre los movimientos revolucionarios europeos es indiscutible que no es necesario acudir a los anaqueles de la propia biblioteca de Don Benitos4 para confirmar su información sobre los sucesos en fuentes bien contrastadas. Estas, como es bien conocido, eran de tipo muy diverso: bibliográficas, información oral y «archivos vivos»s5. Entre las primeras, y en lo que respecta a la cuestión de los movimientos revolucionarios de Europa, Pérez Galdós conocía sin lugar a du-das lo que habían escrito los clásicos sobre el tema: Michelet, Madame de Stael, Lamartine, Guizot, Thiers, Louis Blanc aparte de las teorías de los socia-listas románticos. Y, por supuesto, las obras de historia universal y de Europa traducidas muchas de ellas al español por aquellos con tanta prodigalidad o las escritas por los mismos españoless6, están en la base de la información Galdósia- na que para sus objetivos -la obra de un novelista- eran más que suficientes. Las referencias concretas a obras como las de Herder, Laurent, César Cantú y, muy particularmente, Lamartine y Thiers son una muestra de ello. De cual-quier forma el gran mérito de Galdós, la gran importancia de su investigación donde reside es en el gran acierto al estudiar los personajes encardinados a los hechos y entrando hasta lo más hondo de su mentalidad. Y lo que nos maravilla es cómo llegó a abarcarlo todo: el hecho histórico, el incidente ignorado, las acciones militares, las intrigas políticas, las costumbres y las inautenticidades de los mismos protagonistas de la revolucións7. Nota final: Los demonios de Don Benito ante la Revolución No es necesario destacar el valor de la obra Galdosiana como fuente históri-ca general del pasado decimonónico de Españas8, para comprender la extraor-dinaria aportación tanto de los Episodios como de las Novelas contemporáneas al conocimiento de la realidad revolucionaria. Y ésta evidentemente tiene que ser enmarcada dentro del cuadro de la historia de Europa, sin la cual no es posible su comprensión. En su visión, matizada de mil formas por la sabia contraposición de los personajes, está presente el cronista, teóricamente pro-gresista pero en la práctica conservador, con todos sus demonios (muchos de ellos injustamente fundados y atribuidos con manifiesta parcialidad), pero sin f que podamos echarle en cara ni desconocimiento de la realidad, ni manipula-ción de ésta, ni sectarismo malicioso, ni ausencia de historiador ni siquiera - : falta de objetividad. En sus Historias -y éstas son las palabras con las que % Menéndez Pelayo le presentaba a un público temeroso de demonios de 1897- $ «están representados todas las castas y condiciones, todos los oficios y estados, todos los partidos y banderías, todos los impulsos buenos, malos, todas las heroicas grandezas y todas las extravagancias, fanatismos y necedades que en guerra, en paz, en los montes y en las ciudades, en el campo de batalla y en las asambleas, en la vida política y en la vida doméstica, forman la trama de nues-tra existencia durante el período exuberante de nuestra vida desordenada.. .pg9. Una trama de nuestra existencia ésta de la que era consustancial la revolución, y de la cual fue Don Benito Pérez Galdós excepcional cronista sin ser historia- $ dor de profesión. 3 O N O T A S No existe un repertorio bibliográfico exhaustivo puesto al día sobre la publicística revolucio-naria de la época aparecida en España a lo largo del siglo XIX. La Bibliografia de las guerras carlistas y de las luchas políticas del siglo XIX de Jaime del Burgo (Pamplona, 1956-1966, en tres volúmenes y dos suplementos) es de un valor instrumental fundamental. Puede ser también de interés el trabajo de J. S. PÉREZ GARZ~NLa, revolución burguesa en España: los inicios de un debate cient@co, 1966-1979. En «X Coloquio del Centro de Investigaciones Hispánicas de la Uni-versidad de Pau», Madrid, 1980, pp. 91-138. Hombres, en efecto, como Flórez Estrada, Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano, Conde de Toreno, Modesto Lafuente, Donoso Cortés, Garrido, Castelar, Morayta, entre los españoles, que escribieron sobre la Revolución son también protagonistas y personajes Galdosianos. Cfr. el Ensayo de un censo de los personajes Galdosianos comprendidos en los «Episodios Nacionales» de Federico Carlos Sainz de Robles (ed. de Obras Completas de Aguilar, 1968, por la que citaremos en adelan-te, 111, 1411-1873) con los tratadistas españoles del fenómeno revolucionario europeo y particular-mente francés en M. MORENOA LONSOL, a Revolución Francesa en la historiografía española del siglo XIX, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1979. Cfr. la bellísima semblanza de Benito Pérez Galdós por «Clarín», escrita en Madrid en 1889, y reproducida en el libro B.P.G. El Escritor y la crítica, ed. de Douglas M. Rogers, Taurus, 1979, pp. 21-40. La carta «biográfica», con datos de su infancia, enviada por el escritor a Leopoldo Alas decía, entre otras cosas, que «en los tres o cuatro años que precedieron a la revolución del 68 se me ocum'an a mí unas cosas muy raras*, y que «en el 67 se me ocurrió escribir La Fontana de Oro, libro con cierta tendencia revolucionaria. Lo empecé aquí y lo continué en Francia; al volver a España, hallándome en Barcelona, estalló la revolución, que acogí con entusiasmo», pp. 31-32. Cfr. M. MORENOA LONSOL, a Revolución española de 1868 en Inglaterra, «Revista de His-toria Contemporánea» (Sevilla, 19831, n." 2, pp. 49-93. Memorias de un desmemoriado, ed. de Obras Completas (Novelas, y Miscelánea, que en adelante citamos por la ed. de 1973). 111, 1430 y SS. ' Benito Pérez Galdós, ed. cit., de Douglass M. Rogers, p. 33. J. RODR~GUEZ-PUÉRTObLaAsáSn dose fundamentalmente en Fortunata y Jacinta ha trazado algunos rasgos de la cosmovisión burguesa de la sociedad Galdosiana en los comienzos de la Restau-ración, destacando el protagonismo revolucionario del tío de Fortunata José Izquierdo -siendo sintomática la ironía Galdosiana al llamar «Izquierdo» al personaje- que había participado en todos los movimientos del siglo XIX en su segunda mitad: motín revolucionario de 1854 que llevó al poder a la Unión Liberal; en la sublevación popular de 1856; en la del cuartel de San Gil de i866; en ia Sioriosa o en ia Kevoiución anarquista cie Hicoy ..., que actúa sin enibaigu coii iiiani-fiesto desencaje ideológico y social (Galdós: Burguesía y Revolución, Madrid, 1975, pp. 13 y SS.). En La segunda casaca, expone que «era tristísimo que los que nos habíamos embarcado en la Revolución, aceptando sus hechos y renegando in pectore de sus principios, viésemos frustrados nuestros honrados planes»; y que enosotros no éramos Robespierres ni Marats: nosotros no quena-mos cortar la cabeza a nadie. Queríamos sencillamente adaptar la Revolución a nuestra voluntad, aprovecharnos de ella, encauzarla en el lecho de nuestras ideas, haciendo de la hidra espantosa una flexible y condescendiente cortesanan (Episodios, 1-1428). La revolución del 68 -llamada pomposamente la «Gloriosa»- fue sin lugar a dudas la más espectacular del siglo en España, y como tal fue juzgada por sus protagonistas y contemporáneos (por ejemplo, J. MAÑÉ y FLAWER, La revolución de 1868 juzgada por sus autores, Barcelona, 1876), aun cuando sus conquistas fueron en realidad bastante modestas, de lo que el primero en darse cuenta fue el mismo Galdós. Cfr. M. TUNODNE LARA,E l problema del poder en el sexenio (1868-74), «Estudios sobre el siglo XIX español», Madrid, ed. 1976, pp. 83-151. 'O José Alcalá Galiano, más tarde amigo y compañero de viaje de Galdós por Europa, escribió para la Revista de España (1871) una detallada reseña de La Fontana de Oro en la que, en efecto, elogia al autor por haber elegido como asunto de su novela no el pasado remoto sino una aépoca media», en la que el interés histórico se unía a las ventajas de la exposición realista al tiempo que aconsejaba a nuestros novelistas la realización de una novela nacional ambientada en esta época a imitación de lo que se hacía en Europa (Cfr. H. HINTERHAUSELRO, S «Episodios Nacionales» de B. Pérez Galdós, Madrid, 1963, p. 35). l' España sin rey (Episodios, 111, 801-802). l2 Cádiz (1-859). l3 Trafalgar, 1, 209. l4 Trafalgar, 1, 282. l5 Don Ramón de la Cruz y su época (Novelas, y Miscelánea, 111, 1228-1254). l6 Don Beltrán de Urdaneta aparece como personaje típicamente Galdosiano en Luchana, La Campaña del Maestrazgo, La estafeta romántica, Vergara, Los Ayacuchos, Carlos VI en la Rápita, Prim, y España sin Rey. Desde un punto de vista generacional resulta interesante comparar su mentalidad con su hijo don Federico y sobre todo con su nieto Don Rodrigo de Urdaneta Idiaquez. l7 Luchana, 11, 704. '"a Primera República, 111, 1115. Galdós al «novelar» la experiencia advertirá que «la histo-ria de aquel año (1873) es selva o manigua tan enmarañada que es difícil abrir caminos en su densa vegetación. Es en parte luminosa, en parte siniestra y obscura, entretejida de malezas con las cuales lucha difícilmente el hacha del leñador». l9 El Grande Oriente, 1, 1467. 20 El Terror de 1824, 1, 1738. 21 La de los tristes destinos, 111, 700. 22 La segunda casaca, 1, 1411. En el Episodio, Monsalud advertirá con el realismo hispano tan característico que «yo no vengo aquí a proclamarme revolucionario», ni «soy ni siquiera revolucio-nario », y «quiero permanecer en la obscuridad el día del triunfo*. Su sistema político lo cifraba en la prudencia, reformas sabias, respeto al Rey, y mucho, mucho orden. 23 El Grande Oriente, 1, 1521. Galdós cita de forma erudita el caso de Lucas Francisco Men-dialdua, quien en la «populosa» ciudad de Málaga concibió el plan de establecer la República, como «consta en la proclama que imprimió, encabezada con las mágicas palabras República espa-ñola y firmada por Un Tribunal del Pueblo», siendo hecho preso en 1821. 24 De Oñate a la Granja, 11, 563. «Todos estos niños zangolotinos que hablan de Benjamín Constant, de Thiers? Guizot. del Parlamento inglés y del bill de indemnidad me apestan*. "7 D 25 LOS Apostólicos, 11, 126. Lo que en el caso de España hubo fueron tertulias, estilo de la de $ Jenara, de color político bastante amarillo, que, desde luego, «no era un centro liberalesco», y en donde la política se trataba en aquella casa «con toda discreción». n - 26 Los Apostólicos, 11, 124. =m O 27 Los Apostólicos, 11, 137. E 28 En la obra de Galdós, la estructura externa es un factor importante tanto en relación con el marco espacial como con el temporal, que ha sido puesto de relieve por R. LOPEZ-LANDYE,l - espacio novelesco en la obra de Galdós, Madrid, 1979, pp. 12 y 29. 29 La batalla de los Arapiles, 1, 1058. 3 30 Juan Martín el Empecinado, 1, 1018. - - 31 Trafalgar, 1, 206. 0m 32 Trafalgar, 1, 203. E 33 Luchana, 11, 701. O 34 La postura normal de Galdós frente a sus criaturas novelescas suele ser la de «cronista» que no tiene por qué ocultar su voz, y en consecuencia no participó de la gran obsesión de los natura-listas franceses de su tiempo: el prurito de objetividad y de alejamiento. Galdós asume el viejo : papel del novelista «omnisciente y omnipresente», pero utilizando sabiamente dife~enterse cursos en el arte de narrar (Cfr. el muy interesante trabajo de M. BAQUEROG OYANESP,e rspectivismo irónico en Galdós, en la obra ed Por Douglas M. Rogers, pp. 122-123). 0 35 La Segunda casaca, 1, 1426. Los «revolucionanos» españoles iban buscando en muchos 5 casos la amarirnonera de los destinos», y como tal sus objetivos eran muy diferentes de los predica-dos por Robespierre. Por eso alguna vez sena necesario ... «que salgan por esas calles gritando: «¡Vivan Robespierre y la guillotina!», y acabaremos de una vez». 36 La segunda casaca, 1, 1427-8. Los revolucionarios de buena fe, o al menos los sinceros y honrados, admitían que ellos no eran ni Robespierres ni Marats, y lo único que querían era «adap-tar la Revolución a nuestra voluntad, aprovecharnos de ella». Sin embargo, para los reaccionarios -y tambi6n para quienes quenan continuar con la rnamancia como antes- «la Revolución no triunfará porque estamos decididos a aplastarla ... Si es preciso iremos más allá ..., y buscaremos a los astutos Robespierres, a los violentos Dantonazos, a los sanguinarios Marates y los entregaremos a la Inquisición...». En cierto modo eran aquellos quienes consideraban a los rebeldes españoles como a éstos últimos con manifiesta hipérbole y supravaloración. 37 Trafalgar, 1, 184. Europa es representada como «una gran isla, dentro de la cual estaban otras islas, que era las naciones; a saber: Inglaterra, Génova, Londres, Francia, Malta, la Tierra del Moro, América, Gibraltar, Mahón, Rusia, Tolón, etc. Yo había formado esta Geo-grafía a mi antojo según la procedencia más frecuente de los barcos con cuyos pasajes hacía algún trato». 38 Trafalgar, 1, 221. 39 Cfr. J. BEYRIEG, aldós et son mythe. Liberalisme et Christianisme en Espagne au XIX2me si2cle (1843-1873). These presentée devant 1'Université de Toulouse 11. Reproduction des Theses. Université de Lille 111, Lille 1980, vol. 1, 257 y SS., y también vol. 1, pp. 326 y SS. La Fontana de Oro, 1, 10. 41 La Fontana de Oro, 1, 13. Valga por ejemplo la librería que se abría junto a la tienda del irlandés, «en cuyo mezquino escaparate se mostraban, abiertos por su primera hoja, algunos libros, tales como la Historia de España, por Duchesnes; las novelas de Voltaire, traducidas por autor anónimo; Las noches, de Young; el Viajador sensible, y la novela de Arturo y Arabella, que gozaba de gran popularidad en aquella época. Algunas obras de Montiano, Porcell, Arriaza, Ola-vide, Feijoo ... ». 42 La Fontana de Oro, 1, 97. 43 La Fontana de oro, 1, 171. " La Fontana de Oro, 1, 86. 45 El gran crítico Eugenio de Ochoa, en carta al director de La Ilustración de Madrid (n." 42), que tialdós publicó como preámbulo a la novela, señaló en terminos de grandes eiogios que ei autor hizo bien «en esgrimir su pluma contra la hipócrita sociedad de fines del siglo pasado y principios del presente» (El Audaz, 1, 234). 46 El Audaz, 1, 238. 47 El Audaz, 1, 240. 48 El Audaz, 1, 243. 4y El Audaz, 1,249. El Audaz, 1, 256-265. El Audaz, 1, 301. 52 Cfr. la bella evocación de «Angel Guerra y Toledon en Memorias de un desmemoriado, cuando nos dice Don Benito que «seguía refiriendo las culminantes escenas de la obra que escribía, cuando de improviso observé que hablaba solo» (111, 1453). 53 Cfr. P. A. BLY, Galdós's Novel ofthe Historical Imagination. A Study of the Conternporary Novels. Liverpool, 1983, pp. 152-164. La obra no es otra cosa que el ensayo de escape de la sociedad contemporánea y de la historia de un individuo para buscar otros valores. 54 Angel Guerra, 111, 16. 55 Angel Guerra, 111, 20. 56 Angel Guerra, 111, 21. Angel Guerra, 111, 22. Angel Guerra, 111, 35. 59 Los Apostdlicos, 11, 126 y SS. Los Apostólicos, 11, 128. La Revohción de Julio, 111, 18. " La Revolución de Julio, 111, 20. b3 La Revolución de Julio, 111, 25. " Las tormentas del 48, 11, 1413, 1416, 1418. 65 Las tormentas del 48, 11, 1424. Las tormentas del 48, 11, 1437. 67 Las tormentas del 48, 11, 1449. Las tormentas del 48, 11, 1497. 69 Las tormentas del 48, 11, 1510. Las tormentas del 48, 11, 1511. El autor de las Memorias continúa diciendo: «Me asalta el recuerdo de las teorías de Owen, que hoy, con las de Fourier y las de Saint-Sirnon levantan en el mundo amenazadoras borrascas. Rechazo con Owen todas las religiones, y establezco como funda-mento moral de la sociedad la Benevolencia. Mi riqueza me hace benévolo. Imitando al filósofo inglés, erigiré una gran fábrica o manufactura al estilo de la New Lanark, entre mis felices y bien alimentados obreros practicaré todas las virtudes evangélicas ... Seré apóstol, será el Verbo de la Benevolencia universal, y daré un ejemplo a mis contemporáneos y a las generaciones futuras para que sin dogma religioso aguarden tranquilas las revoluciones que se avecinan, g las deshagan como la sal en el agua ... Heme aquí, señores de la Posteridad, en la mayor crisis de mi espíritu ... » (11, 1513). " Pereda, en una carta a don Benito fechada en Polanco en 16 de junio de 1902, dirá de Las Tormentas del 48 que «encuentro en ella poca dosis de episodio, y no me extraiia, porque no es fácil reconcentrar en un punto y al alcance de la mano del narrador, sucesos ocurridos simultánea-mente en tantos y tan apartados sitios de Europa; pero, en cambio como novela me enamora y la hallo tan fresca e interesante como las mejores de su inagotable autor* (Cartas a Galdós. Presenta-das por Soledad Ortega, Madrid, 1964, p. 202). 72 O'Donell, 111, 182. Cfr. sobre este particular M. MORENOA LONSOH, istoria General de Andalucía, Sevilla, Ed. Argantonio, 1981, pp. 472 y SS. 73 ElI9 de marzo y el dos demayo, 1, 387. 74 La de los tristes destinos, 111, 721. «La Revolución, que es guerra de guerra, no se hace sin dinero)}. " Angel Guerra, 111, 21. 7h Las Tormentas del 48, 11, 1471. 77 LOS Ayacuchos, 11, 1206. B O ~ URSed es, 11, 1328. 79 La Revolución de Julio, 111, 82. La Revolución de Julio, 111, 83. "7 D S' Don Pedro Laín Entralgo por ejemplo reduce la información de Los Episodios a la Historia E de Esparia de Lafuente, aunque redactada «con mejor pluma (La Generación del 98, Austral, 1947, p. 170). O n Cfr. J. BLANQUATiG, aldós, Humanista? En «Actas del 1 Congreso Internacional de Estu- - =m dios Gaiaosianos», Madrid-Las Palmas, 1977, pp. 43-59, Y en este sentido dos de sus grandes u E maestros senan el mismo Plutarco y Lamartine. E * H. Ch. BERKOWITZL,a biblioteca de Benito Pérez Galdós. Catdlogo razonado, precedido de 2 E un estudio preliminar, Las Palmas, El Museo Canario, 1951. -- a Entre las obras consideradas por los estudiosos de Galdós que éste pudo manejar más y 3 algunas de las cuales están en su biblioteca están las de Alcalá Galiano, Dunham, Rico y Amat, - Javier de Burgos, Castro y Serrano, Femández de los Ríos ... - 0m Cfr. P. FAUSS EVILLAL, a sociedad española del siglo XlX en la obra de Pérez Galdós, E Valencia, 1972, especialmente, pp. 25-45. U 86 Cfr. M. MORENOA LONSOH, istoriografía Romántica Española, Sevilla, Publicaciones de la Universidad, 1979, pp. 309 y SS. n Cfr. V. LLORÉNSH, istoria y novela en Galdós, en «Cuadernos Hispanoamericanos» (Home- E a- naje a Galdós), 11.~950-252, oct. 1970-enero 1971, p. 76. l Cfr. C. SECOS ERRANOL,O S «Episodios Nacionales» como fuente histórica (En Sociedad, n Literatura y Política en la España del siglo XZX, Madrid, 1973, pp. 275-317. 0 8g Discurso de recepción en la Real Academia, 7 febrero 1897. En ed. de Douglass M. Rogers, 3 cit., p. 60. Según el presentador, «sin ser historiador de profesión ha reunido el más copioso O archivo de documentos sobre la vida moral de España en el siglo XIX» (p. 72). |
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