LA PLENITUD DEL REALISMO EN LA NOVELISTICA DE Galdós.
ALGUNOS PARALELOS
J. A. Linage Conde
Alfonso de Cossío y Corral, in memoriam
El 5 de enero de 1920 escribía sobre Galdós don Miguel de Unamuno en
El iiberaii y a guisa de necroiogía que era el suyo «un mundo de una po-breza
intelectual y moral que pone espanto)), en el cual «como en espejo
fidelísimo se retrata la pavorosa oquedad de espíritu de nuestra clase media,
que ni es media ni es apenas clase)) 2; y tres días más tarde, en España3,
opinaba de sus personajes que «la rutina cotidiana es su motivo de acción)),
de manera que casi nunca surge allí o un energúmeno o un desesperado))
sino que por el contrario «en el fondo todos, hasta los que parecen rebelar-se,
se resignan y aun se conforman)) '.
Y había pasado más de medio siglo cuando Salvador de Madariaga 5, por
su parte, escribía : ((Agarbanzado le llama Valle-Inclán pero.. . Galdós no
quiso transfigurar, sino retratar sin cambiar, profundizar sin dejar de con-templar
también la superficie; buscar lo perdurable en lo corriente6; no
huir de lo real, sino vivirlo y hacerlo vivir», y así conseguir, sin embargo,
ver do que España tenía de plenitud)). Y más allá y hondo que la misma
España todavía, la humanidad tout court que en buena ley hemos nosotros
de precisar. Lo cual no discrepa del pensamiento crítico de Madariaga por
otra parte, pues él mismo había definido mucho antes «el asunto de la obra
Galdosiana)), sin más, como «la naturaleza humana vista por un observador
sin prejuicios del siglo XM español)) Algo que además cae muy dentro de
la línea honda del tal ensayista, el que ha merecido ser llamado «de tempera-mento
casi británico y profundamente español a la vez» y buceador sin
intermediarios en muchas de las culturas europeas. Por lo cual no podemos
sospechar de atribuible al lugar común su otra afirmación de que Icen la
literatura española, Galdós es el novelista más grande de Cervantes acá)), lle-vando
incluso a Cervantes «la ventaja de tres siglos de vida europea, de
modo que se mueve con mayor libertad filosófica y literaria, y en estos tres
siglos el acontecimiento más grande de la cultura estética: Shakespeare)),
de manera que «en la literatura europea, Galdós merece figurar al lado de
los grandes novelistas del siglo con Dickens, Balzac y Dostoievsky)) lo.
Pero hay más aún. Y es que esas superficiales estimaciones, tales como
las de Unamuno y Valle Inclán, si no resisten un enfrentamiento intelectual
y hondo con la obra Galdosiana, son por lo menos en el mismo grado in-compatibles
con la espontánea apreciación popular.
A la vista tenemos un número extraordinario de «La novela corta>, ".
Se titula Juicio l2 critico de Galdós acerca de sus célebres novelas L...] 13. Por
su fecha, de ocasionalidad necrológica también. Es anónimo. Y desde luego
carente de pretensiones. Pues bien, de Gloria, ((hermana de Doña Perfecta)), m
dice " cGmo «tiende a destruir las preocupaciones religiosas y los prejuicios
de raza)), mientras de Marianela afirma ser ((romántica y conmovedora));
de Fortunata y Jacz'nta ((quizás la novela menos tendenciosa, en la que Galdós -
no se ha propuesto demostrar una tesis)); y que en Angel Guerra «está de-mostrado
lo que pueden los prejuicios aun tratándose de las personas de E
espíritu más libre)). S
E para qué seguir? Nada. pues, de agarbanzamiento, de oquedad de espí- e
ritu, de pobreza intelectual y moral. Como que llegamos a preguntarnos si
no será más bien, y por paradójico que nos parezca, el exceso de los con- g
trarios de los tales improperios uno de los escollos de la formidable obra gal-dosiana
en su novelística plenitud. Por ahora que quede flotando el interro-gante
15. Con la sugerencia anticipada de si no parece más exacto a primera
vista y menos acreedor a la discusión serena y estrictamente literaria y como -
tal ajustada a los cánones del género por libérrimos que en la novela sean, $
tildar de inferiores a las novelas Galdosianas de compromiso que a las cos-mopolitas
de Blasco Ibáñez cotejadas con las suyas valenciana^'^, ponga-mos
por caso. =
O
Al hablar de plenitud o integralidad realistas en Galdós no podemos pres-cindir
de su condición esencial de novelista con la consiguiente accesoriedad
de sus demás dedicaciones literarias por ilusionadas que le llegaran a ser,
como parece fue el caso de la escena. Porque si el realismo viene a consistir
en una manera argumenta1 y expositiva que responde a una mentalidad y
claro está que en él puede haber grados, la novela es en sí el género literario
íntegro y pleno por antonomasia. Pero ello no quiere decir que todo nove-lista
explote al máximo esas sus libérrimas posibilidades ". Y los vericuetos
por los cuales Galdós llegó a ellas y hasta dónde, en cotejo con otros sus
colegas de ese que Ortega y Gasset llamó divino sonambulismo de los cul-tores
de aquél, van a ser el motivo justificador de nuestro trabajo.
En la literatura es la novela como un campo al que nadie puede poner
puertas la. SU contenido argumenta1 ha de ser imaginativo, y su procedimien-to
literario estribar en una narración lg. Y como dentro de esas coordenadas
cabe todo 'O, de ahí que ella sea sin más el género de la libertad", susceptible
de unos infinitos desarrollos que los otros no conocen por limitaciones de
fondo o de forma. Así el teatro. En cuanto la esencia de éste consiste en
la ficción representativa, con todo lo que de constreñimiento físico ello im-plica.
¿Y el cine? Dejada aparte su menor entidad literaria, en cuanto el
guión sólo es un elemento de su complicado conjunto audeovisiual, hemos de
convenir en cómo tampoco deja de entrar en la lid con los pies trabados por
el dicho convencionalismo representativo. Al fin y al cabo las fronteras de
la plástica. Desde luego que mucho más amplias que las del teatro, eso sí,
en cuanto el tiempo de la representación por el actor no coincide en él con
el de su visión por el espectador, y así escapa a lo que de inmediatamente
cronológico y espacial hay en las dichas limitaciones esenciales, hasta llegar
a verse &ctñ_& por 12 imp~shi!i&d & v ~ r s s a~ ~ r p ~ r ~ i zfiagi&l- ,
rativa al menos, a ciertas vivencias.
Ahora bien, con todo ese cosmos al alcance de su cabalgada o laboreo,
el novelista puede elegir la integralidad del aprovechamiento, por más que
luego se vea compelido a optar en cada caso entre unas posibilidades u otras;
o comenzar autolimitándose en aras de una manera personal, desdeñosa de
teda & e,tre lo-, if:tegTmeS & q&l. y !ary ta13py atjto&
mitaciones pueden recaer sobre el argumento tanto como sobre el procedi-miento.
Caso típico de una tan intensa que nos parece haber acabado afec-tando
a los dos es el de la mivolan de Unamuno. De cuyo alcance tan hon-do,
de veras debió ser él mismo consciente a en cuanto para designarla acu-ñó
de su magín ese novedoso términoz3. La ((nivolau es una novela desen-carnada
del espacio y del tiempo, por la fuerza misma de las cosas más del
primero desde luego, hasta los límites del esqueleto del género. Siendo una
de las más formidables paradojas de la obra de don Miguel la envergadura
que por su parte en ella cobraron luego aisladas sus impresiones de paisaje %.
¿No será por una nostalgia de esa la misma falta de integralidad noveiística
de sus nivolas capitidisminuidas 25? Capitidisminución a propósito de la cual
no puede parecernos desde luego del todo desviada la severidad de Julio Ca-sares
z al escribir cómo uhay quien piensa que sus prólogos (recordemos el
de Amor y pedagogía y el de Niebla) son, en el fondo, una manera de dibi,
una preparación de coartada contra posibles objeciones. ¿Que intenta pro-ducir
una novela y no lo consigue? Pues desarma a la crítica diciendo:
-No se me eche en cara el fracaso, porque esto no pretende ser novela, sino
un género especial creado por mí, y al que bautizo con el nombre de nivola.
Es algo así como cuando al malabarista se le rompe la docena de platos que
tiene bailando en el aire: hace una reverencia cómica en demanda de aplau-so,
y lo que íbamos a disputar torpeza se trueca en ingenioso ardid imagi-nado
para provocarnos a risa. Sólo que el señor Unamuno suele hacer las
piruetas por adelantadon. Y todavía: «Se dirá que esto de discurrir en for-
ma novelesca acerca de lo divino y de lo humano ya lo había puesto en
práctica, admirablemente por cierto, Anatole France, y que hasta ese mis-mo
perro de Unamuno no es sino mala copia de Riquet, el encantador chu-cho
de Monsieur Bergeret 6 Paris. Es cierto; pero, de todos modos, las obras
del célebre ironista francés sólo podrían traerse a cuento como tipo de tran-sición,
pues en ellas todavía quedan situaciones, intrigas, caracteres, am-biente,
emoción, interés y amenidad, cosas todas de que nadie, hasta Una-muno,
se había atrevido a prescindir por enteros.
Pero para botón de muestra de las renuncias voluntarias a la libertad
sin puertas que la novela brinda a esos los ((divinos sonámbulose sus culto-res,
baste ya.
LA NOVELACION DE LO INTELECTUAL "7
D
E
O
Y lo cierto es que esta libérrima ilimitación que venimos predicando de -
la novela va mucho más allá de una escapatoria a los condicionamientos del 2
E espacio y del tiempo e incluso de la misma materia inventiva. Y se desborda
2 sobre los ámbitos típicos, ya que no y por ello mismo exclusivos, de los otros
génems.
-
Pero descendamos a nuestro plano concreto. 3
Galdós fue un novelista esencial e integral. No nos cansaremos de insistir
en ello. Y de las acusaciones que capitidisminuyen el alcance idealista de
su mensaje, por supuesto que en novela expresado, ya hemos dicho lo nega-tivamente
que pensamos. n
Sin embargo alguna superficial justificación a las mismas seremos capa-ces
de encontrar, de su cotejo cual adoctrinador botón de muestra con otro
tan esencial e integral novelista también cual Thomas Mann. Y aquí radica
n la motivación de este nuestro primer paralelo. Porque el escritor de Lübeck %
novela inmediatamente los aspectos intelectuales de la vida, llegando a hacer 2
de la cultura argumento de sus mismas novelas, mientras nuestro canario
prefirió quedarse en la novelación de la vida espontánea sin más, dejando
su significación cultural a la elaboración del lector, lo que es palmario no
quiere decir que careciese de ella.
tPosibilidades, pues, en el género, de novelar lo intelectual? LDesbor-damiento
de la novela sobre la didáctica y el ensayo? El fenómeno es algo
tan axiomático que no vale la pena insistir en él.
Mas sí, a trueque de retornar sobre nuestros mismos pasos, hacer hin-capié
en esa capacidad absorbente de la novela a propósito de otra desbor-dadora
posibilidad, la que recae sobre la lírica. Lo que por supuesto que ni
de fondo ni de forma tiene problemas.
Que las vivencias de los personajes tengan una entraña lírica, y la novela
se habrá incorporado un tanto este género con tal de que las dichas viven-cias
lleguen a argumento de la misma. Que el tratamiento instrumental lite-rario
de ésta tenga una lírica emotividad y tendremos, se llegue o se bordee
o se pase del poema en prosa, el correlativo resultado estilística.
Casi al azar un ejemplo entre tantos potencialmente innumerables. Está
en una novela de Juan Antonio de Zunzunegui, jAy.. . estos hijos! *. Luis,
el protagonista bilbaíno cuya biografía se sigue en ella desde la primera
comunión hasta la madurez bien entrada, estudia en la Universidad jesuita
de Deusto. Y ha entrado con ese motivo en escena uno de los personajes
secundarios, el padre Iriondo, su profesor de literatura, también ((bilbaíno,
nacido en la calle Cinturería)), a quien Luis visita ((a menudo durante el es-tudio
de antes de la cena». En cierta ocasión le pregunta por si Unamuno
«no es malo y se puede leer)). El padre le da una respuesta equilibrada y
ortodoxa y le presta Paz en la guerra. Luis la cdevorón
y luego el padre le explicó la historia de Bilbao durante la última con-tienda
civil, hasta la entrada en la plaza del general Concha.
Fue para Luis, que nada sabía aún de su pueblo, un deslumbramiento.
Jamás había tenido hablando con él la voz del jesuíta una inflexión
más dulce y el rostro una luz tan misteriosa y nostálgica.
Bajo la negra sotana se le sentía pegado a su tierra y a sus muertos con
entrañabie ternura.
Un anochecer en que el granizo rafagueaba contra los cristales del
cuarto, le ley6 algunas poesías de Unamuno. En la Basílica del Señor
Santiago, de Bilbao, llegó a conturbarle. Mientras leía, notó le miraba
mucho al rostro el padre para ver el efecto producido. Esta insistencia
no interrumpió para nada la declamación. A Luis esto le hizo pensar
que el jesuita se sabía de memoria los versos; como así era.
Las últimas estrofas, el padre Iriondo, abandonó el libro y las repitió
en alto, emocionado.
Y se insertan, desde jOh, mi Bilbao, tu vida tormentosa [...] Algo muy
sencillo. Y que a fuer de tal lo hemos escogido. En cuanto hasta material-mente
nos ha resaltado cómo la lírica, e incluso emprestada en parte a una
fuente exclusiva suya y ajena al novelista, se ha injertado enriquecedora-mente
en la novela sin desnaturalizarla.
EL PARALELO CON THOMAS MANN
Pero íbamos a ocuparnos paralelamente de Galdós y Thomas Mann a
propósito de la novelación de lo intelectual, o sea del desbordamiento de
la novela sobre la didáctica, constante en el segundo.
Sólo que antes de hacerlo nos parece oportuno traer a colación un ejem-
plo pintiparado de novela de ambos universos, en la cual de lo lírico y de lo
intelectual hay plétora. Es Das Glasperlenspiel o El juego de abalorios, de
Hermann Hesse. El argumento es el que la brinda el título mismo, a saber
una especie de idioma secreto hecho sobre todo de música y de matemáticas
y que encierra en sí toda la cultura, ((universal contenido de lo espiritual y
musical, culto sublime, unio mystica de todos los miembros aislados de la
universitas litterarumn '" Y en cuanto a su lirismo sería superfluo insistir
teniendo en cuenta la singular manera novelística constante en su autor,
tal que ha permitido detectar en el conjunto de su obra cómo «the absolute
has been derived from psychological experience which is raised to its higher
leve1 through the mystic's insight of the artist's imagination)), para lo cual
((Hesse appears to use a variety of related concepts to express the relation-ship
between the personal self which absorbs the contradictory flow of ex-perience
and some higher or symbolic self in which its oppositions are resol-ved.
These include the unities of Yoga mysticism and Jung's collective un- :
conscious D. E
Y pasemos ya a la elaboración argumentada de la cultura en la novela
de Thomas Mann. Sin que sea cuestión de pretender un inventario que ade-más
de fácil aquí sería impertinente. Recordemos nada más Zauberberg o
La montaña mágica. Dos de los extensos apartados del capítulo sexto, Hu-
??ZLI?Z~Qe~ CIEn ~~r t ignc ion30i~ rco nsisten en una exposición no por elaborada-mente
literaria de menor seriedad didáctica acerca de las honduras más ra-dicales
de la biología, y la anatomía y la fisiología humanas, bajo la ficción
de una charla en el sanatorio de Davos, primero entre el doctor Behrens y
dos de sus enfermos, el protagonista Hans Castorp y su primo Joachim
Ziemssen, y luego menos convencionalmente a guisa de compendio de las
mismas lecturas de Hans en algunos volúmenes en alemán, inglés y francés
que se ha hecho enviar hasta su retiro aprovechando alguno de sus paseos
solitarios a Platz 31. Siendo de destacar que la atmósfera sanatorial del lugar,
el ambiente y los personajes mismos, diluyen bastante lo que de cuerpo
extraño en el relato novelesco el tal Corpus pudiera tener.
Nada parecido en Galdós. Y como a su vez un cotejo de detalle, por
exhaustivo que fuera, carecería de mérito e interés, nos ha parecido en cam-bio
significativo de esa la diferencia entre el ámbito intelectual de los temas
del alemán 39el espontáneo vital de los del español, un determinado para-lelo,
el de las descripciones de sendas tiendas por parte de ambos 33. Galdós,
en Fortunata y Jacinta 3'. Thomas Mann, en Doktor Faustus 35. De paños (con
abanicos y otros accesorios orientales de los mantones de Manila), aquél.
De instrumentos musicales, éste. Naturalmente que el de Galdós en Madrid
y en las inmediaciones de la Plaza Mayor. El de Thomas Mann en Kaiser-saschern,
ciudad de «un carácter intensamente medieval)), etwas stark Mittel-nlterliches,
sobre el Saale, un poco al sur de Halle y vecina de Turingia,
no lejos de Leipzig y Weimar.
Los Santa Cruz eran ya una dinastía en el comercio madrileño del ramo.
Don Baldomero Santa Cruz, o Baldomero 1, ya en el setecientos había tenido
su tienda de paños del Reino en la calle de la Sal. «Había empezado el pa-dre
por la más humilde jerarquía comercial, y a fuerza de trabajo, constan-cia
y orden, el hortera de 1796 tenía, por los años del 10 al 15, uno de 10s
más reputados establecimientos de la Corte en pañería nacional y extranjera.
Don Baldomero 11, que así es forzoso llamarle para distinguirle del fundador
de la dinastía, heredó, en 1848, el copioso almacén, el sólido crédito y la res-petabilísima
firma de don Baldomero 1, y continuando las tradiciones de la
casa, por espacio de veinte años másn, la traspasó después a «dos mucha-chos
que servían en ella, el uno pariente suyo y el otro de su mujer. La casa
se denominó desde entonces Sobrinos de Santa Cruz, y a estos sobrinos, don
Baldomero y Barbarita les llamaban familiarmente los Chicos)). Don Baldo-mero
y Barbarita son los padres del protagonista, Juanito Santa Cruz. Y
Barbarita vástago a su vez de otra familia de comerciantes del barrio en va-rejo
género, esa más moderna, «la del gordo Arnáiz que se había hecho
pañero porque tuvo que quedarse con las existencias del intermediario belga
Albert, para indemnizarse de un préstamo que le hiciera en 1843)).
En cuanto a Nikolaus Leverkuhn, viudo fatigado, inteligente y bonda-doso
que también construía violines, tenía su establecimiento al número 15
de !u Px~cki~!strussr, un emplazamiente apacible, u!rjade de! centri
comercial de la ciudad, de las calles del Mercado y de los Tenderos, una
calleja tortuosa sin aceras, inmediata a la catedral, y en la cual su casa co-braba
una imponente apariencia, una casa burguesa del siglo XVI, con tres
pisos sin contar la planta de las buhardillas apiñonadasn, estando el entre-suelo
ocupado por la tiendas. «Y a la cual hacía llegar de por doquier su
mercancía sinfónica, no sólo de Maguncia, Brunswick, Leipzig y Barmen, si-no
también de Londres, Lyon, Bolonia e incluso Nueva Yorkn. Estaba repu-tado
de poseer un repertorio de primera clase en cuanto a la calidad, y ade-más
muy completo, en el cual se contaban hasta ciertos instrumentos de un
uso muy poco difundido. Así, se organizaba en cualquier parte del Reich un
festival de Bach cuya interpretación tradicional requería un oboe d'amore,
ese oboe más grave desde hace mucho desaparecido de la orquesta, y ense-guida
la vieja casa de la Parochialstrasse recibía la visita de un músico que
llegaba echando los bofes, deseoso de no comprometerse más que a ciencia
cierta y que allí podía ensayar sobre el terreno el instrumento elegíaco)).
Pero entremos ya en ambas tiendas:
En el reinado de don Baldomero 1, o El almacén del entresuelo, del cual a
sea, desde los orígenes hasta 1848, la casa menudo llegaban los ecos de audiciones
trabajó más en géneros del país que en de ese género, de ensayos que se corrían
los extranjeros. Escaray y Pradoluengo la a través de las octavas y en las tonalida-surtían
de paños, Brihuega de bayetas, des más diversas, ofrecía un aspecto es-
Antequera de pañuelos de lana. En las pléndido, seductor, yo diría que mágico
postrimerías de aquel reinado fue cuando
la casa empezó a trabajar en géneros de
fuera, y la reforma arancelaria de 1849
lanzó a don Baldomero 11 a mayores em-presas.
No sólo realizó contratos con las fábri-cas
de Béjar y Alcoy, para dar mejor sa-lida
a los productos nacionales, sino que
introdujo los famosos Sedanes para levi-tas,
y las telas que tanto se usaron del
45 al 55, aquellos patencures, anascotes,
cúbicas y chinchillas que ilustran la glo-riosa
historia de la sastrería moderna. Pero
de lo que más provecho sacó la casa fue
del ramo de capotes y uniformes para el
Ejército y la Milicia Nacional, no siendo
tampoco despreciable el beneficio que oh-tuvo
del artículo para capas, el abrigo
propiamente español, que resiste a todas
las modas de vestir, como el garbanzao
resiste a todas las modas de comer. Santa
Cruz, Bringas y Arnáiz, el gordo, mono-polizaban
toda la pañería de Madrid, y
sürtiaii a 10s teiideros de ia caile de Ato-cha,
de la Cruz y de Toledo.
En las contratas de vestuario para el
Ejército y Milicia Nacional, ni Santa Cruz,
ni Arnáiz, ni tampoco Bringas, daban la
cara. Aparecía como contratista un tal
Albert, de origen belga, que había empe-zado
por introducir paños extranjeros con
mala fortuna. Este Albert era hombre muy
para el caso, activo, despabilado, seguro
en sus tratos, aunque no estuvieran es-critos.
Fue el auxiliar eficacísimo de Ca-sarredonda
en sus valiosas contratas de
lienzos gallegos para la tropa. B1 pantalón
blanco de los soldados de hace cuarenta
años ha sido origen de grandísimas rique-zas.
Los fardos de Coruñas y Viveros,
dieron a Casarredonda y al tal Albert más
dinero que a los Santa Cruz y a los Brin-gas
los capotes y levitas militares de Béjar,
aunque en rigor de verdad estos comer-ciantes
no tenían por qué quejarse. [. . .]
Como los Chicos habían abarcado tam-bién
el comercio de lanillas, merinos, telas
ligeras para vestidos de señora, pañolería,
desde el punto de vista cu:tural, llegando
a excitar la fantasía acústica hasta una
cierta efervescencia interior.
Ccn excepción del piano, que el padre
adoptivo de Adrián dejaba a la industria
especializada, allí se desplegaba todo lo
que suena y canta, ganguea, retumba, vi-bra,
repica y gruñe 37. E incluso el instru-mento
de teclado estaba también repre-sentado,
bajo la forma del amable piano
de campanas, la celesta. Suspendidos bajo
cristal, o yacentes en estuches adaptados
a las formas de sus ocupantes como los
ataúdes de las momias, descansaban los
encantadores violines, barnizados ora de
amarillo ora de castaño, con sus arcos
esbeltos de mangos montados en plata y !
sujetos a las asas de las fundas; violines
italianos cuyo limpio contorno traicionaba
al experto su origen de Cremona, violines
tiroleses, holandeses, sajones, de Mitten- E
wald, y hasta algunos de la fabricac~ón 2
de Leverkuhn mismo. Allí estaban en filas
los melodiosos violonceios, que deben la g
perfección de su línea a Antonio Stradi- -
varius, y también la viola de gamba de
seis cuerdas que les había precedido, y en E
las piezas antiguas guarda como ellos su
puesto de honor; y también se veían la
viola y las otras hermanas del violín, esa -2
viola alta que sigue siendo de uso corrien- $
te, y mi propia viola de amor de siete 1
cuerdas, sobre la cual yo me he expansio-nado
a lo largo de toda la vida. Regalo $
de mis padres por mi confirmación, tam- o
bién me vino de la Parochialstrasse. Allí
se apoyaban, en varios ejemplares, ese
gigante, el violón, y el contrabajo de tan
difícil manejo, capaz de recitativos ma-jestuosos
y cuyo pizzicato tiene más reso-nancia
que el golpe acordado de los tim-bales,
de manera que uno se asombra de
tener que atribuirle la velada magia -le
sus sones armónicos. E igualmente había
diversos modelos de su correlativo entre
los instrumentos de viento, el contrabajón,
también de diez y seis pies, o sea ocho
tonos más bajo que sus notas lo indicar;,
confecciones y otros artículos de uso fe-menino,
y además abrieron tienda al por
menor y al vareo, tuvieron que pasar por
el inconveniente de las morosidades e in-solvencias
que tanto quebrantan al co-mercio.
Afortunadamente para ellos, la
casa tenía un crédito inmenso. [. ..]
Creció Bárbara en una atmósfera satu-rada
de olor de sándalo, y las fragancias
orientales, juntamente con los vivos co-lores
de la pañolería chinesca, dieron
acento poderoso a las impresiones de su
niñez. [. . .] También había por allí una per-sona
a quien la niña miraba mucho, y que
la miraba a eiia con ojos duices y cuajacios
de candoroso chino. Era el retrato de
Ayún L...], el ingenio bordador de los
pañuelos de Manila 39 [...l. Las facultades
de Barbarita se desarrollaron asociadas a
la contemplación de estas cosas, y entre
las primeras conuuistas de sus sentidos.
ninguna tan segura como la impresi6n de
aquellas flores bordadas con luminosos
torzales, y tan frescas que parecía cuajarse
en ellas el rocío. En días de gran venta,
cuando había muchas señoras en la tienda
y los dependientes desplegaban sobre el
mostrador centenares de pañuelos, la 1ó-brega
tienda semejaba un jardín. Barbarita
creía que se podrían coger flores a puña-dos,
hacer ramilletes o guirnaldas, llenar
canastillas y adornarse el pelo. Creía que
se podrían deshojar y también que tenían
olor. Esto era verdad, porque despedían
ese tufillo de los embalajes asiáticos, mez-cla
de sándalo y de resinas exóticas, que
nos trae a la mente los misterios budis-tas
y que refuerza al bajo poderosamente; sus
dimensiones son las dobles de las de su
hermano menor el bajón scherzoso, al que
yo llamo así por ser un instrumento bajo
pero falto de la fuerza auténtica de los de
su género, singularmente débil de sonido,
que se diría bala, caricaturesco. ;Y qué
bonito sin embargo con su embocadura
sinuosa, brillante en el atavío de sus Ila-ves
y palancas mecánicas! [ ,381.
En fin, el coro resplandeciente de los
cobres, desde la gallarda trompeta, que
basta con ver para evocar la señal nítida,
la canción intrépida, la cantilena lánguida,
hasta la trompa cara a la época romántica,
el trombón esbelto y poderoso, el cornetín
de pistones y la gra" t ~ b aCO E S= f ~ n d a -
mental gravedad. [ 1.
Pero a mis ojos de muchacho, tal como
yo ahora lo vuelvo a ver a través del re-cuerdo,
el despliegue más risueño y es-pléndido
era el de los instrumentos de
percusión, precisamente porque aquellas
cosas que uno había conocido como ju-guetes
al pie del árbol de navidad y a
guisa de materia de los virginales sueñcs
de la infancia, ahí se presentaban bajo
una veste sólida y digna y cual toda una
meta de las personas mayores. [...l.
Vuelva uno a ver todas aquellas graves
diversiones, coronadas por la arquitectura
fastuosa y dorada del arpa de pedales de
Erard, y comprenderá la sugestión mágica
que para nuestros espíritus de muchachos
tenía la tienda del tío, aquel paraíso si-lencioso
pero que bajo cientos de formas
anunciaba tantas armonías.
Y no es necesario que prosigamos
lelas. Pues creemos que hasta aquí el
por esta doble vía de las citas para-i
cotejo ya nos ha sido bastante para
darnos cuenta de la-diferencia que en el argumento apuntábamos" entre
estos dos novelistas integrales. Galdós novela la realidad inmediata. Y Tho-mas
Mann también la intelectual. Pero ello no quiere decir que de la trama
y el tratamiento descriptivo del primero estén ausentes la poesía y, como
veremos después, el simbolismo. En cuanto también se dan ambos en la
realidad espontánea y vital ".
Lo que don Benito no hizo fue una novela intelectual explícita. Como
simbólica tampoco. Y con ello ya vamos.
Galdós Y LA NOVELA SIMBOLICA
Para nosotros Galdós es un novelista de los que llegaron, y se sintieron
allí a sus anchas, a la integralidad, a la plenitud del realismo. Y que por eso
desborda infinitamente más allá esos estrechos y sobre todo miopes horizon-tes
del naturalismo materialista el cual, luego volveremos sobre ello, co-menzaba
por el pecado original de no adecuarse a su misma denominación,
en cuanto ia naturaieza no es sólo materia. E
Ello quiere decir que Galdós no ha escrito novelas nada más que simbó-licas.
Pues no concibió tomar la pluma sino para novelar la realidad vista
y vivida y concreta y material y de carne y hueso. Y ni quiso ni pudo no- E
velar meramente símbolos desencarnados en tanto que monopolizadores de 2
E sus argumento y estilo. =
Pero en cambio, como de la realidad forma también parte el espíritu, y $
los símbolos en la realidad se encarnan y de ella se nutren y sacan, de ahi
que mucho de simbolismo haya en don Benito, por no hablar ya del idealismo
o espiritualismo siquiera. O
Y esa superación de la realidad meramente material, simplificadoramente
que debemos insistir, es lo que han principiado por ver en él los estudiosos f
de su tal simbólica. a
2
Así Gustavo Correa 67 estima que entre «los fundamentos de su arte lite-rarion
sobresale «la fijación de un concepto de la realidad cuyo radio de 1
acción se amplía cada vez más en diversidad de aspectosn, tanto «en los 2
varios modos de incorporar a su obra el mundo que se halla alrededor del
hombre, como el que se encuentra en su interior)) 44.
Pero ello no supone más, nosotros no nos vamos a cansar de remacharlo,
que su mismo predicado anclaje en esa plenitud del realismo que faltó a
algunos de los creadores más geniales del llamado específica aunque inexac-tamente
naturalismo, naturalismo que al negar las realidades espirituales y
dejar a un ámbito exclusivo de la materia el monopolio de la realidad total
mucho más compleja y también por y de ellas integrada, al tal realismo
tout court ni siquiera llegó 45. En cambio Galdós, Correa sigue viéndolo, «su-peradas
las técnicas de la representación exacta de la realidad externa y
objetiva, enfoca su atención a la captación de contenidos interiores de con-ciencia
que se escapan comúnmente al procedimiento de la observación di-
recta y que exigen la mirada escrutadora del artista, a fin de ser sorprendi-dos
en su esencial manera de existir)), de modo que «la realidad queda
referida por este medio casi exclusivamente al plano de los hechos morales,
cuyo origen y constitución tienen lugar en los últimos reductos de la perso-nalidad
individual)) y «se impone así el descubrimiento de una realidad pri-maria,
recóndita y elusiva 'b, que se halla en la base de las manifestaciones
visibles de la conducta y el carácter)), hasta llegar a «la supeditación de lo
puramente material a la esfera exclusiva del espíritun. Y de ahí su arribada
a ese el puerto de la plenitud realista. Precisamente, y sin ninguna paradoja,
ni aparente siquiera, por dar también ésa cabida, y la definitiva y consumada
dentro de su arte idealista que nosotros nos atrevemos a decir, al ((plano
de la ilusión que constituye el ideal tras el cual van numerosos personajes,
en su afán apresurado de escaparse de la realidad circundante, y con fre-cuencia
abrumadora, la cual forma parte de la rutina diaria de la vida)).
Y aquí una pregunta que por ahora sólo pretendemcs qiiede fotrrnrl~
cual una llamada a la conciencia y a la atención de los Galdosianos. ¿Acaso
se ha parado mientes en esa obsesiva hipertrofia del amor evangélico que es
el secreto y la fuerza de por sí de bastantes novelas de don Benito y tam-bién
entre los Episodios nacionales? Desde luego que nada ha de envidiar
al mismo Dostoiewsky en ese ámbito, a esa eslava ((Arcadia evangélica))
para éste postulada por su tradiictnr y estudioso Rafael Cíinsin~c Acc6m.
Pero no nos desviemos de nuestra meta simbólica. Para asegurar que
cuando Galdós llega al símbolo, si bien a través de la dicha plenitud realista
argumental, ella misma y la correlativa intensidad también realista de su
mismo estilístico tratamiento, son tales y tan alto alcanzan y tan hondo que,
ahí sí estamos del todo de acuerdo con Correa, se trata de «una noción de
imagen que implica una manera de representación simbólica de la realidad
y constituye, por esta razón, una de las modalidades que cobra el proceso
de transformación de la materia de lo novelable en tejido artísticon ".
Mas para darnos cuenta viva de esa su manera @ recurramos también por
esta vez a la vía del cotejo. Con dos novelistas de cuño simbólico, Francisco
de Cossío y Rafael Cansinos Asséns. Castellano el primero, de Sepúlvedaa,
y de Sevilla el segundo y de cronología no muy dispar, a saber 1887-1975
y 1883-1964.
UN COTEJO CON FRANCISCO DE COSSIO
Y nos ocuparemos de Cossío primero en cuanto sus ambiciones simboli-zadoras
son todavía más abstractas y amplias que las de Cansinos, y su tra-tamiento
literario de las mismas aún más desencarnado. Que en Cansinos
casi siempre se menciona e incluso vive, aunque sólo sea simbólicamente
descrito, el espacio, el lugar de la acción, del todo ausente en Cossío, si bien
en cuanto al tiempo las anaIogías entre 10s dos, un tanto ((nivoladores)),s ean
todavía más estrechas. Y ello al margen de la circunstancia de que Cansinos
sólo haya escrito novelas simbólicas, mientras Cossío las tiene también rea-listas
51.
Pero antes de situarnos frente a cualquiera de las obras de Cossío pare-mos
mientes en esta profesión de fe, que proclamara sin ambages en el Ate-neo
de Santander el 20 de noviembre de 1929, ya iniciada su carrera nove-lística
por las dos dichas vertientes 52, en esta su profesión de fe en su sim-bolística
:
Porque el naturalismo literario se cifraba en copiar una realidad, no
en construir una realidad. Grave error. ¿Qué mérito tiene el que un
novelista tome una rea!idad ya hecha, París, por ejemplo? El arte está
en coger dispersos todos los elementos de la realidad, y construir con
ellos una ciudad, combinándolos caprichosamente. Aquí tenemos casar,
autobuses, parques, cafés ... Construyamos con todos estos elementos
una ciudad j3. ¿Cómo se llama? El nombre es lo de menos. Eso corres-ponde
a la historia, al periodismo, a la geografía, a la guía de ferro-carriles
... La imaginación inventa las cosas por el placer de inven-tarias
ji.
-E
-7 en Grun &?isrn"" , .u..I. i-a de sus Obi;itdS, a;go iiitermedia la g
tal entre sus novelas abstractas y simbólicas que van a ocuparnos, aunque -
por ahora sólo como botones de muestra, y las otras realistas y concretas,
escribe reveladoramente e introduciendo sin rodeos la voz del narrador en E
el relato y a propósito de las variantes del género: O
Si ésta fuera una novela larga tendría que poner al lector en antece-dentes
de la infancia de Evaristo, y por qué serie de azares llegó en
la juventud a quedarse completamente solo. Estos antecedentes son
interesantes para conocer los principios psicológicos y hereditarios de
un protagonista, pero la novela corta tiene la ventaja de que todo, E
menos lo principal, no tiene lugar, y es el lector quien ha de crear O
el tiempo del personaje.
Mas tomemos ya una de sus dichas novelas abstractas y simbólicas,
corta también, a saber Cock-tail sin alcoholSG.
En su género y para su autor es una pequeña obra maestra. Y es signi-ficativo
que ése, luego de introducir el relato con el ensayo de algunas diva-gaciones
abstractas, tenga que llamarse a sí mismo al orden, a su orden de
novelista. Cual si algo en él le susurrara impertinentemente la acusación
de un cierto desviacionismo dentro del género. Pero no era bastante. Pues
el escritor, que ha querido comenzarle, no ha podido ahuyentarse las musa-rañas
de la dispersión, y es así cómo de ((filosofar)) en torno al bar prosigue
haciéndolo, en torno a la farmacia ahora, aunque ya a propósito de la salida
de clase de unos estudiantes de esa facultad que tienen algo que ver luego
con el argumento j9.
Mas todo llega. Y ya conocemos al protagonista, don Hermógenes, un
profesor de química cincuentón, solitario, metódico, desinteresado, casto.
Es abstemio, naturalmente. Y un buen día le llevan a un bar, ((un mundo
absolutamente desconocido para él», que no le parece otra cosa sino un
manicomio y en el que sólo se le ocurre, por supuesto, pedir un cock-tail sin
alcohol, aunque
En el mundo de las mixtificaciones no se ha creado nada tan absourdo
como el "cocktail" sin alcohol. He aquí la fórmula de los graves en-gaños
que padece nuestra época. "Cocktail" sin alcohol. Es decir, ver-sos
sin poesía, música sin ritmo, reloj sin minutero, mujer sin aima ...
¡Mucho cuidado con el hombre que toma, sorbo a sorbo, un "cocktail"
sin alcohol! El "cocktail" sin alcohol es la bebida de la crítica. Terrible
fingimientr\, ertrifa perversa. P m q ~ e!u s he?xd~res piens2~-q ce este
hombre bebe también, y es mentira. No puede existir una hipocresía
mayor que la de disfrazarse de borracho 60.
Allí conoce a Cándida, una joven de la calle ", de unos veinticinco años,
huérfana de un magistrado, que «valoraba los hombres no por lo que repre-sentaban,
sino por lo que creía que eran; y así; aquel día se sintió atraída
por su extraña figura)). Y notemos que si en cuanto al tiempo, se sobreen-tiende
por el contexto, que no por lo que expresamente se nos diga, desarro-llarse
la acción en el actual, en cuanto al lugar es integral la desencarnación.
Igual que en la «nivela» unamuniana. Una ciudad y nada más 62. Y he aquí
cómo se describe un restaurant: ((Recordaba uno don Hermógenes de per-sonas
serias y respetables, en el que todos los manjares aparecían en la mi-nuta
con sus calorías correspondientes. Era un restaurant en el que se rendía
culto a la química biológica y en el que las vitaminas se servían en su sal-sera
» ". En los antípodas de la realidad, pues. Y en cambio como peces en
el agua de los símbolos 'j4.
Y es el caso que don Hermógenes y Cándida acaban casándose, con la
consiguiente inmersión en las aguas del ridículo 65. Y un tanto por evadirse
de ellas, pero también a fuer de símbolo de la renovación de la vida, de la
de él claro, Cándida propone a Hermógenes que abandone la cátedra y apro-veche
su sabiduría química para poner un bar científico, revolucionario,
único 66 :
-¿Que qué vas a hacer en un bar? ¿Acaso no eres químico? En un
bar puedes hacer "cocktails". Ya sé que no sabes; ahora no sabes;
pero eso lo aprendes tú en una semana, y yo estoy segura de que
serías un "barman" maravilloso.
-Pero eso no es ciencia.
-¿Quién ha dicho que no es ciencia? Pero, ¿tú crees que un "cocktail"
es una cosa arbitraria? Tendrías allí tu laboratorio, y aplicando en él
la bioquímica, llegarías a la solución de todos los problemas del alma.
Cuestión de grados de alcoliol y de colores y de densidades. Tú inven-tarías
el "cocktail" de la alegría leve, y el de1 desenfreno, y eI del
humor, y el de la nostalgia, y el del amor, y el que cura a los deses-perados
y a los impacientes, y el que da juventud a los viejos, y el
del olvido.. .
-- i Por Dios, Cándida, qué locuras estás diciendo.. . !
---Pero, ¿te das cuenta de lo que sería un bar regentado por un químico
de tu renombre? ¿Puedes figurarte la novedad que representaría un
bar en el que todo estuviese resuelto por fórmulas?
Y así se hace G7. Cómo que «los demás bares estaban en alarma. ¿Qué
era aquello? ¿Qué clase de bebidas eran aquéllas? ¿Por qué aquel hombre
no publicaba sus secretos? Pero de todas las fórmulas de don Hermógenes,
ninguna tan maravillosa como la que producía la dulce borrachera)).
Pues bien, preguntémonos sencillamente, ¿qué realidad nos ha dado al m
llegar a este fin y desde su divagente principio el novelista Cossío? Ninguna
desde luego. Nos ha brindado, eso sí, un juego de símbolos de ella tomados
y en ella sustentados sólo a fuer de conceptual punto de apoyo, si se quiere
en ella encarnados a costa de previa y convencionalmente desencarnarla, y
que para interpretarla y penetrarla y profundizarla podemos a nuestra vez
aprovechar. Pero de realismo nada. Lo que ni concebir siquiera, venturosa-mente
para él, habría podido don Benito. -
Radical diferencia en la concepción del género que vamos a ejemplificar 5
en un cotejo nada difícil de encontrar por otra parte. - -
0
Otra novela corta de Cossío es Un viaje de ida y vuelta ". m
E
Su simbólica es la del tiempo, como la de Taxímetro. Por eso escribíamos
arriba que aún resulta más ambicioso en esas miras que Cansinos. LO cierto
es que el tiempo es en la novelita la coordenada que permite llegar a toda
una interpretación de la vida. El tiempo que ha sido una preocupación cons-tante
en toda la obra del escritor 69. Pues en Taximetro el contador del taxi
es ante todo recordatorio del paso de las horas. Pero de un transcurrir que
tiene un significado muy distinto al de su mero dispersarse lineal 'O.
3
O
Y naturalmente que ninguna indicación de lugar ni de tiempo concretos
para situar el argumento esquemático. Sólo el ferrocarril y una oficina mo-derna
nos dan a entender que el marco no es histórico 'l.
El protagonista, Bernardo, es un solterón burócrata tan rigurosamente
puntual en su trabajo y cronometrado en toda su vida que para él el tiempo
no es un problema, no cuenta, y nunca siente la necesidad del reloj. Tal pun-tualidad
acaba exasperando a su jefe, quien para librarse de la llamada de
conciencia que le supone le envía a un largo viaje más de esparcimiento irre-gular
que de faena programada. Y entonces Bernardo, que en el tren conoce
a una mujer, soltera y con un hijo de doce años, se enamora, y descubre
que el tiempo existe y, en consecuencia, que la vida tiene otro sentido, que
es otra cosa 12.
Pues bien, volvamos ahora a don Benito. A Fortunata y Jacinta. Al azar,
tan determinante por tan concreto, que hace que con Fortunata se tope,
por una de esas casualidades que llegan a hilos del destino, Juanito Santa
Cruz. Porque se ha puesto enfermo el viejo Plácido Estupiñá, primero de-pendiente
de Arnáiz, luego comerciante por cuenta propia, después corredor
de géneros y contrabandista, y al fin entre corredor de dependientes, anima-dor
de sacristías y cofradías y recadero de la familia. Enfermo en su casa
del número once de la Cava de San Miguel, una de esas casas «que forman
el costado occidental de la plaza Mayor, y como el basamento de ellas está
mucho más bajo que el suelo de la plaza, tienen una altura imponente y una
estribación formidable, a modo de fortaleza)), de manera que «el piso en que
el tal vivía era cuarto por la plaza y por la Cava séptimo)) í? Y Juanito va
a verle e inquirir de su estado. Algo, pues, que no más determinante pero
que tampoco más concreto puede ser. Encarnado en músculos y en sangre
con toda plenitud, dentro de esa integralidad realista Galdosiana que salta
a la vista como primera impresión a quienquiera que se detenga en cualquier
pasaje de sus obras completas, pero de tan inequívoca y sólida manera 74 que
ya desde entonces se estará seguro de seguir así de indefectible a lo largo
de todas ellas.
Y ahora comparemos tan concreto azar con la (mivoladoran descripción,
mejor exposición abstracta, de las jornadas de Bernardo. Que de la jornada
no habríamos podido nada decir en cuanto le son todas iguales.
Al pasar junto a la puerta de una de
las habitaciones del entresuelo, Juanito la
vio abierta, y, lo que es natural, miró
hacia dentro, pues todos los accidentes de
aquel recinto despertaban en sumo grado
su curiosidad. Pensó no ver nada y vio
algo que, de pronto le impresionó: una
mujer bonita, joven, alta.. Parecía estar
en acecho, movida de una curiosidad se-mejante
a la de Santa Cruz, deseando sa-ber
quién demonios subía a tales horas
por aquella endiablada escalera. La moza
tenía pañuelo azul claro por la cabeza, y
un mantón sobre los hombros, y en el mo-mento
de ver al Delfín, se infló con él,
quiero decir, que hizo ese característico
arqueo de brazos y alzamiento de hombros
con que las madrileñas del pueblo se aga-zajan
dentro del mantón, movimiento que
les da cierta semejanza con una gallina
que esponja su plumaje y se ahueca para
volver luego a su volumen natural.
Juanito no pecaba de corto, y al ver a
Había conseguido cronometrar la vida
de manera tan perfecta, que ya no necesi-taba
del reloj. Automáticamente realizaba
en cada instante el acto correspondiente,
y él mismo estaba orgulloso de su má-quina,
que ni se le retrasaba ni se adelan-taba,
todo sometido a la admirable fun-ción
de vivir sin que la pasión, las cir-cunstancias,
el ambiente ni el orar (sic)
movieran sentimientos ni voluntad de mo-do
ninguno que no estuviese previamente
regulado. A las ocho en punto entraba
doña María con el periódico, y ya Ber-nardo
hacía un minuto que estaba des-pierto,
el único minuto del día que él
dedicaba a la voluptuosidad subconscien-te,
la del sentirse en esa frontera entre el
sueño y la vigilia, entre el ser y el no ser.
Doña María abría las ventanas de par en
par, y él se sentaba en el lecho, afrontando
valientemente el choque de la luz. Ber-nardo
prefería los días grises, lluviosos y
con neblina, pues la única ofensa que él
la chica, y al observar lo linda que era,
y lo bien calzada que estaba, diéronle ga-nas
de tomarse confianzas con ella.
-¿Vive aquí -le preguntó- el señor
de Estupiñá?
-¿Don Plácido? ... En lo más eíltimo
de arriba -contestó la joven, dando algu-nos
pasos hacia afuera.
Y Juanito pensó: "Tú sales para que
te vea el pie. Buena bota.. " Pensando
esto, advirtió que la muchacha sacaba del
mantón una mano con mitón encarnado
y que se la llevaba a la boca. La con-fianza
se desbordaba del pecho del joven
Santa Cruz, y no pudo menos de decir:
-¿Qué come usted, criatura?
-LNO lo ve usted? -replicó mostrán-doselo-.
Un huevo.
-¡Un huevo crudo!
Con mucho donaire, la muchacha se
llevó a la boca, por segunda vez, el huevo
roto, y se atizó otro sorbo.
-No sé cómo puede usted comer esas
babas crudas -dijo Sanra Cruz, no ha-llando
mejor modo de trabar conversa-ción.
-Mejor que guisadas. ¿Quiere usted?
-replic& ella, ofreciendo al Delfín lo que
en el cascarón quedaba.
Por entre los dedos de la chica se es-currían
aquellas babas gelatinosas y trans-parentes.
Tuvo tentaciones Juanito de
aceptar la oferta; pero no; le repugnaban
los huevos crudos.
-No, gracias.
no podía eludir en el día era este primer
contacto con el sol, que le llegaba al
borde mismo del lecho. Lo primero que
leía en el periódico era una sección que
El Diario del comerczo y la marina no
dejaba de publicar ni un solo día y que
llevaba por título "Conocimientos útiles".
Luego pasaba al boletín demográfico para
saber a ciencia cierta los que habían na-cido
y se habían muerto, y, por último,
a la sección climatológica, para orientarse
de termómetro, barómetro, dirección y ve-locidad
del viento y demás prescripciones
que le situaban en la exacta realidad del
clima. [...] Saltaba del lecho a las ocho
y diez y acudía a la ducha. A las ocho y
veinte. ya afeitado y limpio. encontraba
su ropa a punto para vestirse, y a las ocho
y veinticinco consumía su desayuno sin
prisa: los huevos, el té con leche y la
fruta, y encendía el primer cigarrillo del
día. A las nueve menos cuarto tomaba su
abrigo, su sombrero y el bastón y salía
a ia calie soiemnernenie. Su pd50 nu vd-riaba
ni con el frío, ni con el calor, ni con
la lluvia, y a las nueve menos tres minutos
penetraba en la oficina. Era siempre el
primero.
Y notemos que Galdós ha introducido la descripción del tan concreto
evento con esta especie de profesión de fe en esa su misma manera de no-velar
y de ver tan sensiblemente la vida: «Y sale a relucir aquí la visita
del Delfín al anciano servidor y amigo de la casa, porque si Juanito Santa
Cruz no hubiera hecho aquella visita, esta historia no se habría escrito. Se
hubiera escrito otra, eso sí, porque por doquiera que el hombre vaya lleva
consigo su novela; pero ésta no». En cambio Cossío recapitula sin salirse
de su abstracción, sino poniéndola el marcharno por el contrario: ((Bernardo
era como la conciencia de la oficina)).
Pero pasemos del Sepulvedano al Sevillano.
UN PARALELO CON CANSINOS ASSENS
Si en la obra de Cossío lo realista alterna con lo simbólico, lo que a nues-tro
juicio no quiere decir que los dos elementos se mezclen en cada una
de sus obras determinadas tanto como algunos críticos han querido, en Can-sinos
no. Toda su novelística es de símbolos un tanto «nivolados».
Tomemos así un botón de muestra. Una novela corta también, El manto
de la virgen. (Ofrenda a S e ~ i l l a ) ~ ~ .
En un taller hispalense se está bordando un nuevo manto a la Virgen de
la Macarena. Un asidero en el espacio pues, sí. Sevilla, que además es la ciu-dad
natal del escritor. Pero fijémonos en cómo se toma contacto con ella,
de qué manera tan abstracta y simbólica: «El río, paterno y pródigo, que
ciñe ia ciudad con una ternura Iabuiosa; el río que ha sido Dios en otro
tiempo, y que ahora es como un mortal jocundo, fluye ahora con un raudal
acrecentado bajo los grandes puentes y a lo largo de los muelles floridos,
donde los buques de altos mástiles reposan con una apariencia florestalu '6.
E incluso cuando se accede a precisar más, al distinguirse entre los barrios
dentro de una descripción que sigue siendo simbólica de la semana santa,
¿no ha quedado circunscrito io concreto mas bien a la fuerza misma de los
distintos topónimos? «Así, cada barrio ha mandado su ofrenda a aquella
gran fiesta sevillana, y el Salvador, barrio de plateros opulentos y finos, y
San Juan de la Palma, barrio de artesanos, y San Lorenzo, tranquilo y silen-cioso,
y San Román, alegre y claro, con rumor de esquilas han enviado sus
Cristos y sus Vírgenes llenos de su propio espíritu, y también Triana, mari-nera,
ha sacado esos Cristos crucificados que parecen más altos al pasar so-bre
el alto puente y que los marineros saludan arrodillados sobre los altos
palos de sus buques; esos Cristos, rudos y ennegrecidos, que en las altas
cruces semejan negreros ajusticiados en los mástiles» ". ¿Y qué decir de la
((pintura» del mismo taller, con la cual la novela empieza? ((En el taller,
alegre y claro, las bordadoras, de rostros jóvenes y puros, trabajan con
ritmo armonioso. Trabajan bajo la dirección de la maestra, joven también,
pero semejante a una hermana mayor, que vela sobre todas y tiene su pecho,
algo maternal, cubierto de áureas hebras enrolladas y erizado de agujas de
plata, que le forman como un peto deslumbrante y sacerdotal)) le.
El argumento consiste en que una de las obreras quita el novio a la
maestra. Y cuando pasa la virgen en la procesión con el nuevo manto, éste
se prende fuego, y la traidora le salva con el consiguiente riesgo. Ante lo
cual «la maestra, tierna y dulce, con los ojos llenos de lágrimas, la estrecha
contra su pecho con respetuosa ternura, pues su cara morena la hace hu-milde
ante aquella mujer rubia, y le dice: -iOh, amiga! Me has quitado el
amor, es verdad; pero has salvado mi obra, que es antes que el amor, por-
que es una cosa pura y religiosa [...l. iOh, amiga! He aquí que hemos hecho
un manto grande y refulgente como un cielo; que su estrella de amplitud
nos cobije y nos dé, como una noche clara, el olvido de estos hombres de
sangre moral) '9.
Y otra novela corta, El pecado pretérito ", la novela de los celos retros-pectivos,
los que se tienen del pasado de una mujer madura, cuyas huellas
no son investigables en cuanto estaban localizadas en la topografía de una
ciudad que se ha renovado sin dejarlas. La ciudad, que de esa manera ad-quiere
una cierta categoría de protagonismo paralelo, es sin embargo o acaso
por eso mismo, descrita de esta tan abstracta maneras1:
La cuidad, cuyo ornamento supremo era para mí ella, habíase transfor-mado
por completo durante su primera juventud. Había sido aquélla
una época de derribos y reedificaciones. Casi todas las obras nuevas
databan de la época en que ella se hiciera enteramente mujer, adqui-riendo
esa belleza que ya perdura, serena e inviolable -tal un pleni-lunio-,
hasta los umbrales de la vejez. Un ritmo acelerado de piqueta
había acompañado como un contrapunto bárbaro la armonía de sus $
primeros bailes. Calles enteras caían como telones durante el sueño
de una de sus noches. La ciudad cambiaba por completo, se moderni- f
zaba, se hacía más complicada y vertiginosa, mientras la belleza de E
2
Lucinia se hacía completa. Bajo su mirada juvenil habíanse erigido E
los primeros rascacielos, a semejanza de los de Nueva York, y habían e
volado los primeros aeroplanos. De suerte que Lucinia, con ser todavía $
joven, había conocido ya dos épocas, dos eras distintas, y conservaba % -
recuerdos de una lejanía antiquísima, entrecruzados con visiones de
E
una modernidad máxima. La ciudad antigua seguía viviendo en su
memoria y en sus ojos, con su plano intacto, solamente que interpolado =
en algunos sitios por los nuevos diseños urbanos, de igual modo que en
su semblante reverberaban luces de gas, luces opacas y tiernas como
brumas, al par que cegadores resplandores voltaicos. Y esta dualidad
se observaba también en su carácter. n
n
Mas tratemos de comprobar mediante paralelos de muestra las diferen-cias,
mejor la única esencial diferencia, entre esta manera elusiva y alusiva,
tendente al poema en prosa cual compensación, y que en Cansinos al tal
siempre llega y con alcance bíblico, y la plenitud realista Galdosiana.
Naznrin y su continuación Halma han sido considerados como manifes-taciones
simbólicas, simbolistas si queremos, en la novelística de don Be-nito
u. Por supuesto que no vamos a estudiarlos aquí. ((Nazarín es un clé-rigo
un tanto irregularizado al parecer de quienes antes que nada buscan
cubrir las formas, evitar el escándalo. Lo que busca realmente Nazarín es
ganar el cielo humildemente, poniendo toda su humanidad en el celo de pare-cerse
a Cristo», que ha escrito Federico Carlos Sainz de Roblesp3.
Sin embargo, comparemos la presentación de aquel protagonista con la
de uno de los personajes, desde luego que con menos pretensiones simbóli-
cas, y esta observación no es para ser en saco roto echada, de Cansinos. To-memos
otra de sus novelas sevillanas, larga esta vez, En ZQ tierra florida. Es
el drama cotidiano y ahincado de dos matrimonios que viven juntos. Ambas
mujeres son hermanas. Una de las parejas es estéril y otra tiene tres hijos.
Un hermano y una hermana, solteros y amargos, del marido sin descenden-cia,
viven también con ellos, naturalmente que henchidos de celos y de en-vidia.
Y así, a ritmo lento, sin argumento apenas, se va desarrollando esa
continua tragedia doméstica de días y de noches que sobre las hierbas amar-gas
se derraman en la privilegiada tierra de María Santísima.
Pero dejemos que los textos canten 8a.
Se abría una ventana estrecha que al
corredor daba, y en el marco de ella apa-reció
una figura, que al pronto me pareció
de mujer. Era un hombre. La voz, más que
el rostro, nos lo declaró. Sin reparar en
5s que a cierta distancia le mirábamos,
empezó a llamar a la señá Chanfaina, quien
no le hizo ningún caso en los primeros
instantes, dándonos tiempo para que le
examináramos a nuestro gusto mi com-
..-,;.%*a T. -7,. pa".4u J JU.
Era de mediana edad, o más bien joven
prematuramente envejecido, rostro enjuto
tirando a escuálido, nariz aguileña, ojos
negros, trigueño color, la barba rapada, el
tipo semítico más perfecto que fuera de
la morería he visto: un castizo árabe sin
barbas. Vestía traje negro, que al pronto
me pareció balandrán; mas luego vi que
era sotana.
-¿Pero es cura este hombre? -pre-gunté
a mi amigo.
Y la respuesta afirmativa me incit6 a
una observación más atenta. Por cierto
que la visita a la que llamaré casa de las
Amazonasa5 iba resultando de gran utili-dad
para un estudio etnográfico, por la
diversidad de castas humanas que allí se
reunían: los gitanos, los mieleros, las mu-jeronas,
que sin duda venían de alguna
ignorada rama jimiosa, y, por último, el
árabe aquel de la hopalanda negra, eran
la mayor confusión de tipos que yo había
visto en mi vida. Y para colmo de confu-sión,
el árabe.. . decía misa.
En breves palabras me explicó mi com-
De pronto, por la escalera en sombra,
que se abría a un lado, en el fondo del
patio, apareció la figura larga y pálida de
Manuel, el marido de María Dolores. Ba-jaba
lentamente, apoyándose en la baranda
de madera, deteniéndose en cada peldaño
para tomar aliento. Traía las sienes ven-dadas,
con un blanco lienzo a causa de la
fiebre que se las calcinaba. Joven, cen-ceño
y pálido, con el fino sembiante agu-
-ía"au-o por d 5~ki i i i iai io,g rdve y triste,
en su aire descuidado de enfermo, parecía
un Cristo de pasión, de los que magnifi-can
la Semana Santa sevillana. En la len-titud
con que bajaba la escalera, su del-gado
cuerpo se estremecía, como si des-cendiese,
sostenido por un sudario, desde
lo alto de la cruz. Desde el cuartito en
que trabajaba en su artístico oficio de
tallista, solo, allá arriba, junto a la azotea,
en lo más retirado de la casa, perdido en
sus sueños como un poeta [. . .] En lo más
alto de la casa, en aquel cuartito que hay
frente a la azotea, a la altura de la fron-tera
torre parroquial, que casi se ve por
la puerta abierta, perdido en sus sueños
como un poeta, halagado por aquel silen-cio
absoluto, sólo turbado por plácidos
rumores de altura, aletazos de palomos o
zumbar de abejas en la canícula, en su
banco, semejante a un largo altara6, tra-baja
el padre enfermo, en su artístico ofi-cio.
Está allí siempre encorvado sobre el
gran banco, comparable al gran bastidor
en que desfallece la esposa, uncido como
ella a aquel símbolo de fatiga, que im-
pañero que el clérigo semitico vivía en la
parte de la casa que daba a la calle, mu-cho
mejor que todo lo demás, aunque no
buena, con escalera independiente por el
portal, y sin más com~inicación con los
dcminios de la señora Estefanía que aque-lla
ventanucha en que asomado le vimos,
y una puerta impracticable, porque estaba
clavada. No pertenecía, pues, el sacerdote
a la familia hospederil de la formidable
amazona.
[...] -Este es un árabe manchego. na-tural
dei mismísimo Miguelturra, y se
llama don Nazario Zaharín o Zajarín. No
sé de él más que el nombre y la patria,
pero si a ~isted le parece, le interrogare-mos,
para conocer su historia y su carác-ter,
que pienso han de ser muy singulares,
tan singulares como su tipo, y lo que de
sus propios labios hace poco hemos escu-chado.
En esta vecindad muchos le tienen
por un santo, y otros por un simple. ¿Qué
será? Creo que tratándole se ha de saber
con tndl certeza.
pulsa hacia el porvenir él solo con sus
manos laceradas por las herramientas, ta-llando
la madera con ese fino arte que es,
desde lo antiguo, gloria de la ciudad. Con
las manos entrapajadas, en las que cada
día el anhelo de perfección y el laborioso
ahínco abren una herida nueva, vendadas
las sienes, como un hombre antiguo8', a
la manera de los sacrificadores, por la fie-bre
que continuamente se las abrasa, pá-lido
y cenceño como un cristo sevillano,
trabaja siempre el padre solo, sin otra
compañía que los modelos que cuelgan de
las paredes y ennoblecen el pobre taller,
dándole apariencias de estudio de escul-tor.
Trabaja solo, porque su genio taci-turno
rechaza toda compañía; porque su
fino estilo, que convierte en un arte aquel
oficio tosco, no admite colabcraciones, y
porque su altivo espíritu se resistió siem-pre
a aceptar nada que pudiese convertir
en taller industrial aquel retiro en que él
se afana por crear con sus pobres medios
una belleza superior.
Otra novela, ahora corta, de Cansinos, es El gran borracho =. La del al-cohólico
tout court. Un bibliotecario que nos deja en fárfara -por algo nos
estamos moviendo en el mundo abstracto y simbólico y alusivo y elusivo
del Sevillano, que en el del Canario la duda no habría siquiera podido plan-teársenos-
si es o no cierto que su degeneración tenga sus remotos oríge-nes
en haber perdido la dentadura en la guerra de Cuba o ni siquiera eso.
Y a él y al narrador, que le había conocido en la biblioteca de su servi-cio,
ddnde por su parte buscaba ((algunas antiguas gramáticas de lenguas to-talmente
olvidadas propias para conversar con los muertos~, vamos a se-guirles
en un recorrido por las tascas de la ciudad, ésta inominada por su-puesto.
Mientras hacemos lo propio con Angel Guerra a lo largo de los conventos
de monjas de Toledo 8".
Las campanas de los conventos y parro-quias
llamando a misas tempranas produ-cíanle
una emoción suavem que no logra-ba
definir. No era que a éi le entrasen
ganas de oír misa; pero le encantaba la
impresión fresca y estimulante del ma-drugar,
y miraba con simpatía a las po-bres
mujeres que, arrebujadas y carras-
Permanecíamos poco tiempo en aquellos
santuarios báquicos, pues aunque él siem-pre
bebía de lo mismo, parecía sentir
placer en cambiar de vaso, quizá porque
quería demostrarme todo el radio de su
popularidad. Así que creo que aquella
noche recorrimos todas las tabernas de la
población, desde las frecuentadas por be-
peando, se metían en las iglesias. Allá se
colaba también él, movido del dilettantis-mo
artístico y de cierta curiosidad reli-giosa,
ligeramente estimulada por pruritos
de vida espiritual. Las iglesias de los con-ventos
de monjas le ofrecían singular en-canto,
y siempre que abiertas las hallaba,
a primera hora, se metía dentro. De este
modo, multitud de misas pasaban por de-lante
de sus ojos todas las mañanas. Co-múnmente,
una sola persona, o dos cuando
más, fuera del cura y monaguillo, se veían
en el templo, alguna vieja que entraba re-zando
entre dientes, algún anciano ca-tarroso
con trazas de mendigo. Lo que más
le enamoraba era el sentimiento de re-poso,
de convalecencia, de tranquilidad
interior que aquellos recintos monjiles te-nían
en sí. El fresco matinal resultaba
placentero en aquella cavidad hospitalaria,
en la dureza del banco lustrado por el
tiempo, o de rodillas sobre el ruedo de
,.----A- " sayuru. 1 de id modo le iban gustando
las iglesias de monjas, que, vista una, qui-so
verlas todas, y poco a poco, ésta quiero,
ésta no quiero, visitó Santo Domingo el
Antiguo, las Capuchinas, Santo Domingo
el Real, las Claras, San Clemente, San Pa-blo,
etc., y allí permanecía hasta que le
echaba el sacristán, entre siete y ocho [.. .]
Un día de fiesta encontróse en San Cle-mente
con misa cantada y solemne fun-ción.
[. . .] La aristocrática iglesia resplan-decía
con enorme profusión de cera en-cendida,
colgadas las paredes de soberbios
damascos, los altares vestidos de gala.
La concurrencia escasísima, pues apenas
constaba de tres o cuatro mujeres y un
viejo, hacía más interesante el acto. Ofi-ciaba
un solo cura, y las monjas respon-dían
a su canto, acompañadas del órgano,
con plañidero sonsonete, que a Guerra le
hacía muchísima gracia. En la iglesia y en
lo que del coro se veía, notábase lo que
en el mundo se llama distinción, un no sé
qué de nobleza no afectada y de esplen-dor
mate, como el de los metales de ley,
cuando el tiempo les hace perder el anti-bedores
relativamente distinguidos, que al
alzar la copa enseñaban sortijas, hasta
aquellas otras de los barrios bajos donde
tropezábamos al entrar con hombres tiz-nados
y mujeres de peio suelto. i Curioso
desfile de lugares y de tipos1 Yo tenía la
sensación de encontrarme entre larvas, en-tre
criaturas de un mundo especial que
sólo era posible ver en aquellos rincones
clandestinos. Interesábanme sobre todo los
bebedores solitarios, que llegaban lentos
y pesarosos, como poseídos, y se planta-ban
en silencio ante el gran mostrador y
tardaban un largo rato en pedir la droga;
y luego la apuraban valientemente de un
sorbo y se iban, mirándonos de soslayo.
Todos se detenían ante el gran mostrador,
como si de él fuese a manar la vida; y
había algunos que, después de apurar la
copa, quedábanse allí quietos, inertes e
irresolutos, mirando el zinc brillante con
ojos alelados. En algunas tabernas de te-chos
pintados, de una decoraci6n pie-beya
y rumbosa, frecuentadas por hombres ru-dos
y alegres, la impresión era de un jú-bilo
pagano por el brillo de las pinturas
y las caras sonrosadas de los bebedores;
naco parecía revivir en salud y alegría
entre aquellos hombres sanos y fuertes,
cuyas fiestas presidía a veces en imagen,
encaramado sobre los toneles; pero en la
mayoría de aquellas tabernas, el vicio,
pobre y triste, expresándose en un m-biente
sórdido, mostraba el fatalismo de
una enfermedad. Pero mi amigo, enarde-cido
por las libaciones, todo lo encontraba
hermoso, y todo lo exaltaba en glosas en-tusiastas
: --¡ Esto es admirable ! -me
decía pavoneándose, bajo los techos pin-tados
como si fuesen palios de honor-.
¡Si viera usted qué agusto me siento en
este ambiente! [Este es un ambiente sa-no,
puro, democrático y hasta religioso!
¡Sí, sí, religioso! [. . .] Pues aquí, según
usted ve, todos somos hermanos; este
mostrador es como un comulgatorio o
como la barra de los tribunales; todos
somos iguales ante él, todos damos Ia
pático brillo de fábrica. Angel se acercó
a la reja del coro, y vio en la sillería la-teral
de la izquierda una figura gallardísi-ma,
descollando entre el grupo de monjas.
Era la abadesa, que empuñaba báculo co-mo
el de un obispo, adornado, para que
resultase femenino, con magnífico iazo de
ancha cinta de seda blanca ccmo la nieve.
Imposible pintar lo guapa que estaba
aquella señora con su hábito blanco y
negro de pliegues amplísimos, y io bien
que le caía la toca con el pico en la frente.
Era dama hermosa, ya algo madura, de
hermoso continente, sin que su hermosura
y gracia quitaran nada al tono episcopal
que le daban su colocación en la silla
mayor, el báculo y el aspecto de subordi-nación
de sus compañeras.
misma talla [. . .] Esta es la verdad, la única
verdad que existe en nuestras falsas de-mocracias.
Baco es un dios igualitario, no
admite privilegios. Y... oiga usted; es un
dios bondadoso y risueño ... ¿Se asom-brará
usted si le digo que a mi con su
carita rosada me recuerda al niño Jesús?. . .
¿Es esto alguna paradoja? . . . Para ... para ...
sí, paradoja, está bien dicho. ¿Es esto al-guna
paradoja? Pues mire usted a esa
vieja con qué unción contempla a la ima-gen,
mientras apura su copa. .. Mírela us-ted,
que es interesante ... [...] Es peligro-so..
. créame usted, podría surgir de aquí
un culto popular, como en la leyenda de ...
de, bueno, no recuerdo el nombre del
autor, un nombre holandés; pero eso no
prueba que no haya leído la leyenda; yo
leo algo más que los lomos de los libros.. .
Y todavía Angel Guerra en la catedral primada.
Y otra novelita sevillana de Cansinos, La casa de las cuatro esquinas.
Los celos obsesivos de Mariquita? la mujer de Juan Nepomuceno, uno de los
tres hermanos que, con la casa que habita y la da título, son sus genuinos
protagonistas. Juan Nepomuceno y Antonio, el primogénito, son hidalgos
que trafican en olorosos muebles de lujo. El otro, Francisco de Asís, es ca-nónigo
y capellán de los duques de Montpensier.
Pues bien, en parte cotejjemos la descripción de la casa de Antonio con
la de la catedral toledana ".
Angel subió también a la catedral. Es-taban
en la misa mayor, y la magnificen-cia
del culto, el canto del coro, las voces
orquestales del órgano, le impresionaron
hondamente, determinando una remisión
brusca de aquel estado de fiebre mental.
El canto, particularmente, le transformó
por completo, realizándose lo que indica
la inscripción del órgano. Psallant corda,
voces et opera 92 [. ..] La grandiosa nave
parecíale entonces de una severidad som-bría,
y el Cristo colosal suspendido sobre
la verja de la Capilla Mayor se le antojó
ceñudo y austero, respondiendo más a la
idea de justicia que a la de misericordia.
[.. 1 Arrimóse a la verja del Coro, apo-yándose
en uno de los machones cuyo
La Casa de las Cuatro Esquinas, donde
vivía don Juan Nepomuceno -y que se
llamaba así, con ese nombre poético que
parecía aludir a las cuatro estaciones del
año, cual una fuente alegórica-, no obs-tante
hallarse situada en el centro mismo
de Sevilla y abarrotada de muebles fas-tuosos,
no podía compararse con la casa
del hermano mayor, sita en plena piaza de
San Francisco 93, frente a la plateresca fa-chada
del Ayuntamiento, en aquella plaza
que era como el estrado de honor de la
ciudad, por donde en Semana Santa desfi-laban
todas las cofradías, y donde tam-bién,
otros días no menos luctuosos y so-lemnes,
se alzaban los tablados de las
ejecuciones capitales. La casa de don
metal, por lo bien labrado, debió de ser
blando cedro entre las manos del artista.
Tan pronto miraba de frente al altar de la
Capilla Mayor, como al interior del Coro,
volviendo la cabeza. Todo aquel espacio,
entre las cinco b6vedas de la nave cen-tral,
le había parecido hasta entonces la
expresión más gallarda que del arte cris-tiano
existe en el mundo. El retablo, que
es toda una doctrina dogmática traducida,
mediante el buril, el oro y la pintura, del
lenguaje de las ideas al de la forma, le
produjo siempre un vértigo de admiración.
Pero aquel día el retablo se alzaba hasta
el techo", como sublime alarde de la hu-mana
soberbia. Las verjas peregrinas le
daban comúnmente alarde de puertas ce-lestiales,
que, cerradas para los pecadores,
se abrían para los escogidos. Aquel día
se le antojaron frontispicios de jaulas
magníficas para dementes atacados del de-lirio
de arte y religión. La Virgen del altar
d e Prima en e! Coro !e rec~rdzh~s,d v c
el color negro, a su parienta doña Mayor,
y en las sillerías bajas, las grotescas fi-guras
de tallado nogal remedaron el gesto
y el cariz de Arístides y Fausto Babel. La
figura de don Diego L6pez de Haro se
había convertido en don José Suárez, y
uno de los mascarones del órgano con
turbante turquesco era el propio don Si-món
Babel, inspector del Timbre. De
pronto un clamor argentino, celestial,
puro, que del Coro salía, hirió sus oídos.
Era la vocecita de Ildefonso, que cantaba
con los otros seises: tu autem, domine,
miserere nobis.
Antonio, el primogénito, tenía un bíblico
prestigio patriarcal: patriarcal era su jefe
que sentaba a su mesa un zodíaco de doce
hijos entre varones y hembras; de ampli-tudes
patriarcales eran las salas, come-dores
y dormitorios de los dos pisos que
la componían, y patriarcales y salomónicas
las medidas en que allí entraban diaria-mente
la carne y el pan, y las tinajas,
orzas y armarios en que se guardaban el
vino y el aceite y la manteca, los tarros
de arrope y las cargas enteras de alfa-jores,
polvorones, mantecados y demás
golosinas que constituyen la reposteril
tradición de la ciudad y sus moriscas al-querías.
La ropa blanca se guardaba en
ingentes y tallados armarios, y su repaso
ocupaba diariamente a una legión de mu-jeres
laboriosas. La casa era un égido in-menso,
en el que hallaba desahogado aco-modo
la numerosa familia y quedaba to-davía
sobrado espacio para la fábrica de
miiebles y el almacPln de las maderasj
donde se apilaban, del suelo hasta los te-chos,
el pino de Italia, y el ébano índico,
y el cedro del Líbano, y la caoba de
América, y para el aserradero, instalado
en la planta baja, a espaldas del patio, y
donde resonaba todo el día la música
arrulladora y temerosa de las grandes
sierras. [. . .] En aquella selva trabajaba
una muchedumbre de hombres morenos y
nerviosos, dotados de sentido artístico:
obreros andaluces, distintos a los demás
obreros, inquietos y habladores, que a ve-ces
suspendían la labor y se quedaban en
ocioso éxtasis largo rato, fumando en si-lencio,
para después reanudarla con la
misma fiebre que si estuvieran constru-yendo
otra arca de Noé en que salvarse
del diluvio.
Y creemos que basta de paralelos ya. ¿Botones de muestra nada más?
Desde luego. Pero precisamente por eso sintomáticos de sendas maneras
que, por su parte, en la obra de Galdós resultan tan permanentes como in-defectibles
95.
En su caso las de la integralidad realista sin más.
Es decir que Galdós, de vocación visceral de novelista, ni quiso ni hu-biera
podido novelar de otro modo que trasplantando en detalle pedazos
de la realidad a su literatura y tejiendo en su cañamazo el entramado de sus
argumentos.
Ello sería de por sí realismo. Pero hemos precisado que se trata de un
realismo integral. Con lo cual queremos decir que abarca toda la realidad,
y no sólo la materialmente visible, por mucho que su calendado tratamiento
pormenorizadamente naturalista del ambiente y los personajes le hagan de
la misma tributario.
En este sentido es aleccionadora su postura ante el subconsciente de sus
criaturas, tema en el que habría mucho que ahondar. Y que parece sólo se
ha comenzado a desflorar en cuanto a los desde luego para él de lo más tras-cendente,
motivos oníricos.
Y a este propósito se nos viene a las mientes lo que precisamente Cansi-
99s escribiera & EDstGieiJski, c, wieE p.=:' p.rimcrr: tra&jc, cGmi;!etG y Y E
sin muletas intermediarias, del ruso al castellano. Para nuestro novelista se-villano,
el ruso «es el de lo subconsciente. El padre literario de una estirpe
de tarados, estigmatizados, epilépticos y dementes. De ahí la calidad evan- f
gélica de su obra y su opción al título de padre tutelar de los miserables.
Sobre el lienzo de su obra, Dostoiewski, nimbado de gloria, se nos aparece
ccmo esm ebispm que ei, !es untigws cuadres piud~ses se :.en, descdand~
con sus mitras, entre un coro de mendigos, lisiados o enfermos purulentos.
[...] Y el valor evangélico de su obra explica precisamente su valor freudia-no.
También Freud, como Jesús, actúa sobre los miserables, sobre los obse- E
didos, sobre los endemoniados. Es un exorcizador sin hisopo ni agua ben-dita.
Porque, ¿no son la voz del demonio, del demonio de cada uno y acaso
del demonio de la especie, esa voz de lo subconsciente que nos induce a %
tentación, nos arma insidias y de pronto nos traiciona, venciendo la censura
que le hemos impuesto, haciéndose oír como los muñecos de Polichenela?
0 Esa voz es, sin duda, la voz del diablo, del demonio)) ".
Que Galdós noveló todo el subconsciente también, salta casi a la vista
del lector. Que lleg6 a la arcadia evangélica igualmente, en una capacidad
de creación amorosa y fraterna que es el aspecto sorprendentemente menos
explorado de su obra, acaso por el exotismo de su aparición en las litera-turas
latinas, idem de lienzo. Que el demonio no se enquiste tan virulenta y
ahincadamente en sus personajes, o si acaso que no lo parezca, pues la ma-teria
es por lo menos acreedora a una bien honda discusión, ya es harina
de otro costal, para dilucidar la cual no tenemos nosotros en esta ocasión
ni motivo ni huelgo. En cambio que en su elaboración formal no se deja Ile-var
de ese cierto impresionismo que tanto había de proliferar en la novelís-tica
después y es una agilización con sus inconvenientes y ventajas que
desde luego debe mucho al contagio de las técnicas y posibilidades del cine,
ya hace parte de esa su indefectibilidad en la plenitud realista misma.
Tratamiento naturalista, pues. Que a Zola nada tiene que envidiar en su
propio terreno. Pero acaso de esto otro día.
Y plenitud realista ya en un plano de mucha mayor hondura humana y
literaria.
Mas, ¿dónde se nos queda el mundo de los símbolos, que no podemos
escamotear en un creador de tan ambiciosos vuelos ideológicos como don
Benito, se engañara o no a sí propio en su contenido concreto, que eso ya
es muy otra y acaso la más profunda de las cuestiones de su problemática?
Desde luego que no en la descripción de lugares, tiempos, cosas o per-sonas.
Ya lo hemos visto bien claro, y comparativamente con otras mane-ras.
¿Y en la sucesión de sus argumentos? El mismo Cansinos, estudiando
a un novelista coterráneo, el astigitano José Mas, ha escrito por ejemplo
cómo ((guiado por el amor y el misterio, tiende invenciblemente a la trage-dia,
busca los tonos más intensos y desesperados de ese azul, en el punto
en qi?e se terna fatidice er? b s ciebs unduluces, y en cada unr de rcr &r.s
la guitarra melódica, algo gárrula a veces, quiébrase al fin como la urna
del destino, dejando oír el trino más intenso de su golondrina» ". Pues bien,
nosotros nos preguntamos si una tal predestinación de la trama es compati-ble
con esa la plenitud realista Galdosiana que venimos predicando. Y cree-mos
es posible la respuesta negativa, aunque habría que ocuparse mucho de
SE n ~ o d r sre ligbsas p r u mutizárs&, Que si L.~Ifc lnzz'lz'~ 21 Lo& R~ich! e
confirmaría sin más, e incluso también Doña Perfecta, es posible que Gloria,
la del escándalo denunciado por su admirador don Marcelino, no tanto j7a.
Pero en cuanto a la fidelidad realista en la elaboración literaria, insisti-mos
en que para don Benito no son posibles ni dudas ni regateos.
Y pongámosle, para darnos cuenta por postrera vez, en un momento pa-rejo
al lado de don Ramón del Valle-Inclán.
Por una parte Torquemada. El viejo avaro se muere en su palacio de
Madrid luego de una larga y vacilante agonía, entre un fraile y una monja
a quienes tiene obsesionados la última disposición íntima de su alma. Y es
el caso que expira con una palabra tremendamente equívoca en los labios
que hace los terrores de ambas criaturas de la Iglesia. Con la lengua hemos
topado, pues.
Por otra Pedro Gailo, el sacristán de una de las aldeas de la remota y
ancestral Galicia. El pueblo ha sorprendido a su mujer, Mari Gaila, en adul-terio,
y reclama e incluso inicia su lapidación. Y entonces el marido apia-dado
recurre a la magia del latín litúrgico 98 para aplacar las iras del paisa-naje.
Con la lengua también, pues.
Pero notemos ya la abismática diferencia entre ambos pedazos de idio-mas.
Por una parte, un vocablo corriente del que se habla a diario en la
((realidads, tanto que esa su misma índole tan ordinaria es la que le hace
en este caso ambivalente y determina la zozobra de las dos almas de Dios
impotentes para desentrañar en aquel trágico caso particular su concreto
sentido. Por la otra, unos fragmentos rituales traídos a colación ((simbólica-mente~
de uno que no se comprende y sólo se usa dentro del hieratismo
ceremonial y rubricista del culto divino.
Diferencia a la que naturalmente hay que añadir como correlativa secuela
la de la muy distinta función que las palabras juegan en la trama argumen-tal
del uno y el otro supuesto.
Mas aquí están los textos 99: Torquemada y San Pedro; y Divinas pa-labras.
Dos horas o poco más se prolongó esta
situación tristísima. A la madrugada, se-guros
ya los dos religiosos de que se acer-caba
el fin, redoblaron su celo de agoni-zantes,
y cuando la monjita le exhortaba
con gran vehemencia a repetir los nom-h
r c de Ies& y María y a besar e! santo
crucifijo, el pobre tacaño se despidió de
este mundo diciendo con voz muy per-ceptible
:
-Conversih.
Algunos minutos después de decirlo,
volvió aquella alma su rostro hacia la
eternidad.
--i Ha dicho conversión ! --observó la
monjita con alegría, cruzando las manos-.
Ha querido decir que se convierte, que. .
Palpando la frente del muerto, Gam-borena
daba fríamente esta respuesta:
-iConver~iÓn! ¿Es la de su alma o la
de la Deuda?
La monjita no comprendió bien el con-cepto,
y ambos, de rodillas, se pusieron a
rezar. Lo que pensaba el bravo misionero
de Indias al propio tiempo que elevaba
sus oraciones al cielo, él no había de
decirlo nunca ni el profano puede pene-trarlo.
Ante el arcano que cubre, como nube
sombría, las fronteras entre lo finito y lo
infinito, conténtese el profano con decir
que, en el momento aquel solemnfsimo, el
alma del señor marqués de San Eloy se
aproximó a la puerta, cuyas llaves tiene ...
quien las tiene. Nada se veía; oyóse, sí,
rechinar de metales en la cerradura. Des-pués
el golpe seco, el formidable portazo
que hace estremecer los orbes. Pero aquí
Las befas levantan sus flámulas, vuelan
las piedras y llamean en el aire los brazos.
Cóleras y soberbias desatan las lenguas.
Pasa el soplo encendido del verbo popular
y judaico.
UNA VIEJA.- 1 Mengua de hombres !
,c;&&n se .v.u-i.L-Lu.a- CVE süludü de
iglesia, y bizcando los ojos sobre el misal
abierto, reza en latín la blanca sentencia.
REZO LATINO DEL SACRISTÁN.-Qz¿s~i ne
peccato est vestrum, primum in illam la-pidem
mittat.
El sacristán entrega a la desnuda la vela
apagada y de la mano la conduce a través
del atrio, sobre las losas sepulcrales . . .
/Milagro del latín! Una emoción religiosa
y litúrgica conmueve las conciencias y
cambia el sangriento resplandor de los
rostros. Las viejas almas infantiles respiran
un aroma de vida eterna. No falta quien
se esquive con sobresalto y quien acon-seje
cordura. Las palabras latinas, con su
temblor enigmático y litúrgico, vuelan del
cielo de los milagros.
SEREN~DNE BRETAL.-i Apartémonos de
esta danza!
QUIT~PNI N~A~o.--También me voy, que
tengo sin guardas el ganado.
MI L ~DNE LA ARNOYA.-¿Y si esto nos trae
andar en justicias?
SEREN~DNE BRETAL.-NO trae nada.
MI L ~ NDE LA ARNOYA.-¿Y si trujese?
SEREN~DNE BRETAL.- 1 Sellar la boca
para los civiles, y aguantar mancuerda!
Los oros del poniente flotan sobre la
quintana. MARI-GAILAa, rmoniosa y des-nuda,
pisando descalza sobre las piedras
sepulcrales, percibe el ritmo de la vida
entra la inmensa duda. ¿Cerraron después
que pasara el alma o cerraron dejándola
fuera?
De esta duda, ni el mismo Gamborena,
San Pedro de acá, con saber tanto, nos
puede sacar. El profano, deteniéndose me-droso
ante el velo impenetrable que oculta
el más temido y al propio tiempo el más
hermoso misterio de la existencia huma-na,
se abstiene de expresar un fallo que
sería irrespetuoso y se limita a decir:
-Bien pudo Torquemada salvarse.
--Bien pudo condenarse.
Pero no afirma ni una cosa ni otra. ,
i cuidado!
bajo un velo de lágrimas. Al penetrar en
la sombra del pórtico, la enorme cabeza
del idiota, coronada de camelias, se le
aparece como una cabeza de ángel. Con-ducida
de la mano del marido, la mujer
adúltera se acoge al asilo de la iglesia,
circundada del áureo y religioso prestigio,
que en aquel mundo milagrero de almas
rudas, intuye el latín ignoto de las DIVI-NAS
PALABRAS.
¿No está aquí toda esa la que nuestro profesor José María Jover llamaba
la edad de plata de nuestra literatura?
Sí. Toda ella. Pero a los dos extremos de dos inspiraciones, eso es, antes
de dos inspiraciones que de dos concepciones, de la novela y de la literatura
toda incluso. Sin que la comprobación de la diametral diferencia suponga
asentir al epíteto de aagarbanzamienton con que don Ramón despachara a
don Benito, aunque acaso a él precisamente pueda hacérsele excusable. Des-de
luego más a él que al rector agoniosamente herético de Salamanca.
Y así las cosas, la inmersión en las atmósferas novelescas, ¿cómo será
en cada uno de los dos?
Podemos ver algunos ejemplos.
A veces tiene lugar aquélla mediante un viaje, a lo largo de ella. Gracias
al traslado espacial a una determinada geografía.
Así en Valle-Inclán, al ensoñado paraíso de su Italia lW:
Anochecía cuando la silla de posta traspuso la Puerta Salaria y co-menzamos
a cruzar la campiña llena de misterio y de rumores lejanos.
¿No es ante todo una sugerencia la nota predominante en el período que
antecede? ¿No es una invitación a que el lector cabalgue llevado de las alas
de su propio corcel al país con el cual el novelista por su parte va a enrique-cerle?
¿Y una confesión anticipada de que en los propósitos de ése entra el
dejarle vislumbrar un pozo sin fondo y un campo sin puertas a su propia
imaginación de gustador y re-creador?
En cambio, en Galdós, veamos la instalación de Angel Guerra en Tole-do
lo'. Tan sencillamente como sigue :
En efecto, Angel Guerra tomó el tren de Toledo el 2 de diciembre
por la mañana.
Y una vez llegado:
¡Qué silencio, qué apartamiento, que paz! Podría creer que un fabuloso
hipógrifo le había transportado, en un decir Jesús, a cicn mil leguas
de Madrid.
Otras veces es un personaje lo que de entrada se nos presenta. Así el
romero de Flor de santidad ' O J :
Caminaba rostro a la venta uno de esos peregrinos que van en romería
a todos los santuarios y recorren los caminos salmodiando una histeria
sombría, forjada con reminiscencias de otras cien, g a propósito para
conmover el alma de los montañeses milagreros y trágicos. Aquel men-dicante
desgreñado y bizantino, con sii esclavina adornada de conchas
y el bordón de los caminantes en la diestra, parecía resucitar la dcvo-ción
penitente del tiempo antiguo, cuando toda !a Cristiandad creyó
ver en la celeste altura el Camino de Santiago. "7
D
E
Y el parecido entre este «retrato» y el «paisaje» de antes es tan llama-tivo
que no nos creemos justificados para deleitarnos en el placer de glosarle ;
aquí. Venturosamente no hay claridad. Ni se nos delimitan unas facciones
ni se nos da una filiación. Y a la literatura ha pasado toda la sugestión ine- 5
fable de la brumosa tierra atlántica del escritor los.
-E
En cambio, con toda esta catarata de precisiones principia Galdós por $
ponernos en antecedentes de su Hulma: - -
Doy a mis lectores la mejor prueba de estimación sacrificándoles mi
amor propio de erudito investigador de genealogía ..., vamos, que les
perdono la vida, omitiendo aquí el larguísimo y enfadoso estudio de
linajes, por donde he podido comprobar que doña Catalina de Artal,
Javierre, Iraeta y Merchán de Caracciolo, condesa de Halma-Lautenberg,
pertenece a la más empingorotada nobleza de Aragón y Castilla, y que
entre sus antecesores figuran los Borja, los Toledo, los Pignatelli, los
Guerrea y otros ncmbres ilustres.
Y otras veces se trata de un viaje literalmente. De un viaje de los perso-najes
de sus novelas a lo que los novelistas nos invitan.
Y con tanto espesor realista lo hace Galdós, a pesar de tratarse de una
criatura tan exótica como no deja de serlo un marroquí mendigo en Madrid,
y con un pasado largo y desconocido tras él, el Almudena de Misericordia lo* :
lont6 Almudena que desde Fez había ido a la Argelia; que vivi6 de
limosna en Tlemcén primero, después en Constantina y Orán; que en
este punto se embarcó para Marsella y recorrió toda Francia, Lyon,
Dijon, París, que es "mu" grande, con tantos "olivares" y buenos pisos
de calle, todo como la palma de la mano. Después de subirse hasta un
pueblo que le llaman "Llila", volvióse a Marsella y a Cette, donde se
embarcó para Valencia.
En cambio, tan sugeridoramente indeciso como el mismo vago conoci-miento
que nos ha quedado de la primera juventud en las tierras calientes
del escritor, deja Valle-Inclán el del marqués de Bradomín al pasar de su
sonata de primavera a la de estío los:
Embarqué en Londres, donde vivía emigrado desde la traición de Ver-gara,
e hice el viaje a vela en aquella fragata "La Dalila", que después
naufragó en las costas de Yucatán. Como un aventurero de otros tiem-pos,
iba a perderme en la vastedad del viejo Imperio Azteca, Imperio
de historia desconocida, sepultada para siempre con las momias de sus
reyes entre restos ciclópeos que hablan de civilizaciones, de cultos, de
razas que fueron, y sólo tiene par en ese misterioso cuanto remoto
Oriente.
D
Robert Ricard, con esa su finísima sensibilidad digna de tiempos mejores N
E
que los que le ha tocado vivir, entre muchas facetas tan escondidas como O
profundas de la vida y la obra Galdosianas, ha detectado el tema de la evasión .
n =
en algunos de sus personajes. Y por supuesto que luego de deslindar la acep- m
O
E ción justa del vocablo: ((L'évasion conduit 2 la liberté; elle est de soi une E
2
liberationn l". Y de las alas de su tal sugestión, nosotros pensamos si, con E
los pies tan sólidamente anclados en ese espesor del realismo del novelistaj
del cual éste nunca renegó ni por asomo según con creces hemos visto, no 3
es posible también, y precisamente por esa su misma integralidad realista, e-tan
desbordadora de aquel materialismo que incluso llegó a usurpar el epí- m
E
teto de naturalista 'O7, llegar a la evasión ideal en cuanto la obra literaria es O
capaz de brindarla a la condición humana. n
E
a
,,
NOTAS
La sociedad Galdosiana; texto en "De esto y de aquello", 1 (ed. de García Blanco;
Buenos Aires, 1950), pp. 353-55.
a El día 8 del mismo mes, en El mercantil valenciano, insistía en hacer consistir
su obra en "la pintura de una época y una gente profundamente antiheroicas", no
sacudidas por ningunas fuertes pasión ni acción. Pero, ¿cómo compatibilizar esta visión
subjetiva con la objetiva realidad de los Episodios nacionales, por no salirnos de ese su
más llamativo fenómeno creador? Cf. nuestros artículos Gabriel Araceli en Salamanca,
en "El Adelanto" de esta ciudad, 15 de septiembre de 1974; y en el mismo diario,
el 8 de agosto de 1976, Los "Episodios nacionales" por entregas. El texto de Unamuno
en "De esto y de aquello", 1, pp. 359-62.
Galdós en 1901; texto en "De esto y de aquello", 1, pp. 356-58.
Apostillaba, cual un corolario, que "sobre el río [de su lengua] no hay torrentes,
y bajo de él no hay temblores de tierra como ocurre en el río tempestuoso de Dostoieus-qui
(sic)".
Benito Pérez Galdós, en "Españoles de mi tiempo", (Barcelona, 1974), pp. 33-35.
El subrayado es nuestro.
Benito Pérez Galdós, en "De Galdós a Lorca" (Buenos Aires. 1960), pp. 85-100.
La cita precisa es de la p. 86. Por primera vez se había piiblicído el texto casi idéntico
en Semblanzas literaria^ contemporáneas (Madrid, 1923).
El subrayado es del autor.
" . VALBUENYA PRAT,H istoria de la literatura española í6.a ed.; Barcelona. 1960)
p. 583.
lo p. 97.
" El 210, de 10 de enero de 1920. '' Palabra que en la portada ha sido sustituida por la de estudio.
Las numerosísimas y nutridas colecciones de novela corta publicadas en España
d partir de 190'7, y sobre todo hasta 1936, aunque sus retoños lleguen hasta 1962,
constituyen un fenómeno de trascendencia insospechada para la vida literaria coetánea
del país, por poco que hayan sido estudiadas y desdeñadas mucho. Sobre la cuestión:
FEDERICO-CARLOSÁS INZD E ROBLESL, a promoción de "El cuento semanal". 1907-1925.
interesante e inlPresrig&ble cIPitz!o de lg ;.L>Y~" e s p ~ ~("nA~U~rtr,~ lf',~ l,fim.1 592; z- E
Madrid, 1975); el mismo, La novela corta española. Promoción de "El cuento semanal".
(1901-1920). Antología. (Madrid, 1952); el mismo, Antología de la novela corta. 18 años
de novela española. 1907-1925, (Andorra la Vella, 1972); L. SÁNCHEZG RANJELLa, novela E
corta en España, en "Cuadernos hispanoamericanos", núm. 228 (19.68) 1-68; L. URRUTIA, E
Les collections populaires de romans et nouvelles (1907-1936), en Université de Paris, 2
VIII, Vincennes: "L'infra-littérature en Espagne aux XIXe et XXe siecles. Du roman
feuilleton au romancero de la guerre d7Espagne", (Grenoble, 1Y77), pp. 137-63 (véase $
también la colaboración de B. MAGNIENs,o bre "La novela del pueblo", pp. 247-60);
M. MART~NEAZR NALDOSE, l género novela corta en las revistas literarias. (Notas para
una sociología de la novela corta) 1907-1936, en "Estudios literarios dedicados al E
Prof. Manuel Baquero Goyanes" (Murcia, 1974), pp. 233-50; y JULIOC ASARESC, uentos
y novelas cortas, en ('Crítica efímera. Indice de lecturas" ("Austral", núm. 1317; Madrid, 8
1962), pp. 202-33. El joven estudioso sevillano Abelardo Linares posee una copiosa -2
documentación sobre las colecciones dichas, bastantes de las cuales tienen olvidada $
incluso su existencia. Aparte su interés literario es vital el que poseen para la historia 1
de las mentalidades. Nosotros tenemos en prensa en la "Revista de estudios alicantinos",
Gabriel Miró en las colecciones espaEolas de nouelas cortas.
>
Del tono da idea lo que sigue: "Se ve claramente que no es una novela que trate
de combatir la religión católica. El intento es demoler los prejuicios que pueden separar
a los hombres por diferentes creencias".
Por otra parte el tema es de la nláxima actualidad. En cuanto la posible capitidis-minución
Galdosiana en aras de sus tesis podría ser una llamada a la conciencia de los
apóstoles del terrorismo crítico literario.
l6 Nadie ha pensado en el cetro de la novela española del siglo para una Galdosiana
de tesis, cual ha sido en cambio el caso para Fortunata y Jacinta, empatada un tanto
con La regenta de Clarín.
l7 Naturalmente que no queremos referirnos a la calidad literaria de cada cual.
l* Hemos tratado del tema en la introducción a la edición ilustrada de Paz en la
guerra, (colección "El cofre del bilbaíno", núm. 23; Bilbao, 1972); Los caminos de la
imaginación medieval: de la "Fiammetta" a la novela sentimental castellana, en "Filo-logía
moderna", 15 (19'75) 541-61; y El arcediano sepulvedano de Valderas, Clemente
Yánchez de Vercial, en los orígenes de la novela, en "Studium legionense", 18 (1977)
165-219.
l9 Para su conexión con el idioma, véase ROGERF OWLERL, inguistics and the Novel
(Londres, 1977). En su reseña conjunta de este libro y de Structuralism and Semiotics
de TERENCEH AWKES,h a escrito CHRISTOPERN ORRIS (Methods and Meanings, en
"Books and bookmen", 23, 1978, 42-44, marzo) que "the usual objection to the linguist's
forays into literary criticism is that the only finds a different and often more compli-cated
way of saying what any competent reader should pick up instinctively. Fowler's
argument is in part the usual risposte, that literature, after all, is language, and al1 we
have to go on; and in part, the more interesting claim, that progress in linguistic
refinement can often effect a significant change in creative outlook. The weakness of
the former argument lies in the deceptive generality (which philosophers are fond
of pointing out) of the simple word is. Language may be the sine qua non of literature,
but clearly the novelist (and his reader) depend a great deal on modes of competence-knowledge,
experience, tact and human sympathy-which the linguist ist hardly placed
to analyse". Y resulta de mucha meditatividad su opinión de cómo "perhaps this is
cimnlv te c = w th=t linoiiirtirc is rnnrorneA 4 t h 2 ~ ~ ~ . Gpf ctexsts to d ~ ~ ~a ~~ di , b ~ d Y-AA'y'J U.%, C..... I-..~..-Y.--U -V..11---.-.--. .-
as far as possible, analysed; while structuralism mostly starts out from a theoretic
standpoint and treats the text as a useful instance of the general theory".
20 Por supuesto que nosotros adscribimos al género novelístico una buena parte
de creaciones que la preceptiva tradicional endilgaba a la epopeya. Profundizando así
se da uno plena cuenta de que la novela no es un género tardío y de que su acervo
premedieval no es parsimonioso que se diga. Para ello y nuestra discusión de las tesis
de don Marcelino, nos remitimos a los trabajos citados en la nota 18, sobre todo al
último.
31 De ello que ciertas posturas totalitarias se encuentren predispuestas al embarazo
ante esos los gérmenes de ilimitados vuelos de la misma. Así ha escrito CARLOSG ARC~A
GUAL: "El arte anterior había tenido otras funciones -política, religiosa, propagandís-tica,
de círculos culturales, pedagógica, etc.- (Tal vez con funciones más elevadas y
quizá esta literatura novelesca sea una degradación en muchos aspectos, pero esto es
otro tema). Y esta nueva ftnalidacl de la literatura novelesca: la de crear un mundo
privado de ficción para invitar al lector a evadirse por él, no deja de tener un valor
propio. En su forma abierta este alba del folletín anuncia un camino de libertad román-tica
hacia horizontes nuevos, sin conciencia clara de sus infinitas posibilidades. Es un
camino, quizás lamentable, hacia la literatura moderna"; Originalidad de la novela
griega, en "Estudios sobre los géneros literarios", 1 (Grecia clásica e Inglaterra), edi-tados
por J. Coy y J. de Hoz (Universidad de Salamanca, "Acta Salmanticensia",
Filosofía y Letras, 89; 1975), p. 148.
22 ¿También voluntarioso? Nosotros no intentamos decidirnos por la alternativa
que la crítica de Julio Casares, que luego transcribimos en el texto, plantea.
Una excepción es Paz en la guerra, novela integral tout court, y que valga la
paradoja. JULIOC ASARES(C ritica, cit., p. 68), opina también que "Nada menos que
todo un hombre es, sin disputa, una excelente novela corta, un verdadero modelo de
su género".
2b El tomo primero de las Obras completas del mismo, en la edición de García
Blanco (Madrid, 1958), está dedicado todo él al "paisaje".
?j Julio Casares ha llegado a sospechar (Crítica, cit., p. 56) que "no está bien
claro si el señor Unamuno realizó su invento de manera voluntaria y consciente, o si,
queriendo escribir una simple novela, se extravió y le salió nivola. Hay indicios quc
abonan esta última suposición, que en nada amenguaría la importancia del descubri-miento,
ya que no pocas de las invenciones que más enorgiillecen a la humanidad
fueron producto de un error".
2 V r i t i c a , cit., pp. 62 y 57.
27 Datada en 1941-43; nosotros citamos por la 5." ed. (Barcelona, 1959), 2." parte,
2; pp. 98-100.
28 Zum Inbegriff des Geistigen und Musischen, zum sublimen Kult, zur Unio
Mgstica aller getrennten Glieder der Universitas Literarzcm. Notemos la coincidencia
entre Hermann Hesse y Thomas Mann en cuanto a la preponderancia de lo musical en
el ámbito argumenta] de su intelectual navelación.
29 R. FREEDMAN, The lyrical Novel. Studies in Hermann Hesse, André Gide, nnd
Virginia Woolf (Princeton, 1963), p. 49.
Humaniora y Forschungen, en el original alemán.
En la misma novela, una incursión lírico-didáctica pintiparada es la que la intro-ducción
en el sanatorio del gramófono recién inventado posibilita; al capítulo séptimo,
Ondas de armonía; Fülle des Wollauts, en el original alemán. D
32 Naturalmente que no siempre. Pensemos nada más en los Buddenbrook. Y nada
más revelador que su subtítulo, decadencia de una familia. O
n -
33 Véase nuestro artículo Dos novelistas y dos tiendas, en el diario de Salamanca
"El Adelanto", el 18 de julio de 1976. También, allí mismo, La estafeta romántica (30 de E
marzo de 1975), otra incursión en la aprehensión por la fuerza novelística Galdosiana
de una parcela del mundo exterior, en este caso la del correo. E
=
4 n - : T . - . P . . " . A 1:- 7 1 ...._. 7.: rai ts ~ L U I I S L ~ , 1, JUUIUL V O U ~ L C Ub t u í , L. J U I I I U ~ I U Z I ~ I . I L U L L . Y ¿ J LUZ<I / i i s- ~~u,r i~i )
sobre el comercio matntense. 3
-
3j Capítulo VII. e-m
36 Er war eine stille Lage, abseits der Geschaftsgegend uon IZaisersaschern, der E
Markstrasse, der Grieskramerzeile: eine winklige Gasse ohne Trottoir, nahe dem Dom,
in der Nikolaus Leverkühns Haus sich als das stattlichste hervortat. g
31 War dort alles ausgebreitet, wos da klingt und sing, was naselt, schmettert, -
brummt, rasselt und drohnt. a
38 Sigue la pormenorizada descripción de las flautas e instrumentos parejos, "dies
IIeer der Schalmeien in weither entwickelten 1-Iochstande ihrer technischen Ausbildung".
Que merecen acto seguido de la pluma de don Benito todo un poema en prosa E
riada en ella corriente por cierto: "el inventor del tipo de rameado más vistoso y
elegante, el poeta fecundísimo de esos madrigales de crespón compuestos con flores y
rimados con pájaros". [...] Envolverse en él es como vestirse con un cuadro.
Véase nuestro artículo Entre Béjar y Madrid, en "El Adelanto" de Salamanca,
16 de abril de 1978.
41 Una diferencia en el argumento que repercute en la manera de ser expresados
los ideales de ambos novelistas, naturalmente más explícita en Thomas Mann. De ahí
que cuando Galdós quiere tomar ese camino en sus novelas de tesis incurra en uno
de sus fallos. Notemos que a propósito de la música se ha dicho de Thomas Mann
mismo: "The influence of Schopenhauer, Wagner and Nietzsche is at its most evident
here, for Mann, like them, seems to have subscribed to the view that music is thc
supreme mode of artistic expression; and not merely that, but also that is a form
of knowledge too profond for revelation through mere words, and is the highest
rnetaphysical activity. [...] In music he recognized the direct ianguage of the will, as
Schpenhauer had so described it, the language of the unconscious, of the irrational,
which although set down with certitude, yet was ultimately untranslatable and unkno-wable;
a seductive admixture o£ the rational and the irrational at their most intense";
P. CARNEGYF,a ust as musician. A Study of Thomas Mann's novel "Doctor Faustus",
(Londres, 1973), p. 19. No hemos podido ver el novísimo libro de A. VERNON CHAM-BERLIN,
Galdós and Beetlzoven. "Fortunata y Jacinta" as a symphonic novel, (Londres,
1977 ; colección "Támesis").
42 Y naturalmente que para Galdós no sólo reivindicamos la mera poesía de la
materia misma, aunque precisamente ningún botón de muestra más pintiparado para
captarla que su transcrita descripción de las tiendas de pañería. Notemos que Madariaga
(pasaje citado en nuestra nota 5), cotejándole con Valle-Inclán opina que "éste, con
todo su don genial de hacer cantar las cosas, de transfigurar el día corriente en obra
de arte, es un maravilloso artista para artistas, y Galdós ni pensó en tal vocación
para él". Por supuesto que más cerca de Galdós que de don Ramón se nos queda
Thomas Mann.
43 Realidad, ficción y símbolo en las novelas de Pérez Galdós. Ensayo de estética
~ e r k t c (,2 ." ed., Madrid, !!E?), pp. 297-3%.
Véase D. LIDA, Galdós entre crónica y novela, en "Anales Galdosianos", 8 (1973)
63-77. Por parecernos arrimar demasiado el ascua a la sardina de lo social en detri-mento
de lo individual e incluso de lo que desdeñosamente ahora trata por muchos de
ser expulsado de la novela como "caso particular", no creemos con Correa que en
Galdós se haya dado una "correspondencia exacta entre las modalidades concretas del
vivir y las formas sociales del momento". ¿Que las biografías de sus personajes hayan
pasado a ser sustancia de lo mismo histórico? (No gratuitamente pudo subtitularse
Fortunata y Jacinta dos historias de casadas). Sí. ¡Pero de la intrahistoria!
45 Con agudo conocimiento de causa se ha podido escribir: "Galdós was in many
respects in advance of this wawe. Likewise, because of his Cervantine heritage, he was
independently in the vanguard of a ciosely associated movement: psychologistic im-pressionism
and symbolism" ; G. GILLESPIER, eality and fiction in the novels of Galdós,
en "Anales Galdosianos", 1 (1966) 11-31 (la cita es de las pp. 14-15). Y opina este
estudioso (p. 25) que "Cervantes directly, and not the romantics, taught Galdós about
subjectivity".
46 Para cuyo buceo, Galdós se anticipó de manera de veras genial a su. tiempo,
haciéndolo a manos llenas en el mundo de los sueños, cual si hubiera sido posterior
Freud. Véase G. GILLESPIE, Dreams and Galdós, en "Anales Galdosianos", 1 (1966)
107-15; y G. FEAL, El doble fracaso de Galdós a la luz de sus sueños, en ibíd., 11
(1976) 119-27.
41 ANTONIOS ÁNCHEZB ARBUDOha escrito: "Lo que sucede es que una parte de la
realidad, de la total realidad del hombre, es su espíritu. En este caso, una parte de
la realidad de ese avaro, tan materialista, es darse cuenta, en ocasiones, de lo que la
muerte significa -la muerte de aquéllos a quienes él ama y la suya propia-; darse
cuenta de la situación trágica del hombre, y no conformarse con ello"; Torquemada
la muerte, en "Anales Galdosianos", 2 (1967) 45-52.
En el mismo CORREAle emos (El simbolismo religioso en las novelas de Pérez
Galdós; Madrid, 1962; p. 236) cómo "las configuraciones que se destacan con mayor
relieve en esta novelística son las de la regeneración del ser y de la vida perfectiva,
)as cuales conducen con frecuencia a los paradigmas de la santidad, del profetismo,
del angelismo y su opuesto el diabolismo, de la vida sobrenatural y de :a vocación
que conduce a ella, y finalmente al de las fundaciones utópicas que permiten el pleno
desarrollo espiritual del hombre".
'"u novelística no se ha est~idiado. Sobre ella hay únicamente las noticias de
A. VALBUENPAR AT,H istoria de la literatura española, 111 (6." ed., Barcelona, 19,601,
pp. 794-95; y E. DE NORAL, a novela española contemporánea. 1927-1939 (2.a ed., Ma-drid,
1973), pp. 373-77. A nuestro juicio por cierto que ninguno de los dos han captado
la entraña simbólica y abstracta del mundo novelesco de Cossío (pues de sus obras
realistas no se ocupan. Nora relega todas las demás del escritor, salvo Clara y Taxímetro
que estudia, al nivel de la simple "literatura amena"). Así Valbuena, si bien escribe
de Taxímetro que "la asociación del taxi a la vida misma de Benito, el personaje cen-tral,
casi un muñeco, motivado por el conceptismo narrativo del ágil y curioso nove-lista,
se realiza con talento extraordinario" de manera que la cbra "pertenece al mundo
del rodeo hábil e intelectual de un Giradoux o de un Jarnés y en el que asoman
greguerías a lo Ramón", luego habla del "amplio vigor" de la descripción del paisaje
americano. Y para Nora, en el mismo Taxímetro hay "la hábil dosificación de tres
igualmente capciosos elementos: la narración pura (novela casi de acción y aventura,
según los moldes tradicionales); la amena crónica periodística (ambientes mundanos, :.
viaje trasatlántico y estancia brasileña); y el juguetón artificio literario semivanguar-cista".
Y aunque reconoce ser éste "el que más ha retenido la atención de los comen-taristas"
a él le parece "no obstante el más accesorio e inauténtico". Si bien luego
admite tratarse de "la biografía irreal de un personaje fantástico, de una especie de
fantasma que, por azar, protagoniza una serie de aventuras (principalmente eróticas)
que lo desdibujan en vez de personalizarlo". En cuanto a Clara, para nosotros, como 1
j& """010 n n r c . 7 Cunn * ~ i u r r - n an -7.n 1iionri ,I;..nmnr ..,,,., ,,,,, ,.,,, .,,;,,,.,, ,, ,,, ., uLA,L, es de una Eanera intermedia $
entre lo realista y lo simbólico. Y Nora, que la tiene "por una de las mejores novelas
psicológicas españolas de su tiempo", la define confusamente entre "el aparente con- %
vencionalismo de los hechos, la implacable objetividad del relato y el relato mismo
formalmente clásico". O
:'O La inmensa figura literaria de Cansinos está del todo por estudiar y parte de
su obra vergonzosamente inédita. Véase J. M. MART~NECZA CHEROR, afael Cansinos
Asséns, critico militante, en "Homenaje al Profesor Alarcos", 11 (Universidad de
Valladolid, 1966), 317-28. La telegráfica mención de Eugenio de Nora (La novela española
contemporánea. 1898-1927 (2.& ed., Madrid, 1973), p. 379, llega a lo grotesco. Claro
que se disculpa con que sus novelas son inencontrables y están olvidadas. Jorge Luis E
Borges ha tenido de siempre a Cansinos por su maestro en las letras. En el poema que
le dedica (Obra poética; Madrid, 1972; p. 228) dice: "Bebió como quien bebe un
hondo vino - los Salmos y el Cantar de la Escritura" y "acompáñeme siempre su me-moria
- las otras cosas las dirá la gloria". Está en prensa un librito de Abelardo
Linares sobre el escritor.
Las dos maneras se mezclan cronológicamente en su obra. Así de las realistas,
El caballero de Castilnovo es de 1924 y Cincuenta años de 1952; de 1942 Elvira Coloma
o al morir un siglo. De las simbólicas, Aurora y los hombres de 1931, y Taxímetro
de 1940. Clara, un tanto medianera, de 19'29. La novela corta Gran turismo, de la
misma ecléctica modalidad, de 1953. Cincuenta años es autobiográfica. Y se puede
comparar la parte que se desarrolla en Sepúlveda, su pueblo natal (capítulos 4-6 y
comienzos del 7, pp. 41-85; y parte de los 20' y 21, PP. 312-14 y 325-34}, con los
pasajes correlativos de sus memorias, o sean las Confesiones. Mi familia, mis amigos,
mi época (Madrid, 1959; capítulos 1 y 9, PP. 13-21 y 87-94]. Así el retrato del admi-
nistrador de la familia, el sacerdote don Blas Guadilla. En las memorias: "Tenía los
pies muy grandes y las manos y el rostro muy rojos. Era muy aficionado a los caballos,
3 quitándole su sotana, que tenía no pocos lamparones, me hubiera parecido un gitano"
(P. 92). En la novela (p. 47, bajo el nombre de don Justo): "era gran caballista y
gustaba mucho de los tratos, de comprar y vender caballos. Iba a las ferias y los tra-tantes
le temían. Fuerte, muy rojo, era campechano y alegre, buen tresillista y muy
cauto en las respuestas". Nosotros hemos conocido en la tradición oral de Sepúlveda,
una copla relativa al personaje, que concuerda con la descripción de Cossío: "¿Quién
es ese - que parece más un gitano que un cura.. .?"
52 Las máscaras de nuestro tiempo (Ateneo de Santander, sección de literatura,
1930), p. 9.
53 LO cual, desde luego, no es lo que en sus novelas hace Cossío. Pues éste no
crea una ciudad imaginaria valiéndose de fragmentos tcmados a muchas ciudades
reales. No. El prescinde lisa y llanamente de concretar y describir cualquier ciudad, y
le basta con la noción abstracta de la tal. Que simbolismo y abstracción no equivalen
precisamente a fantasía.
Y es significa:ivv qUe ei?ipaliiie Cossiü este ripüdio de la novela realista cüii un
cierto canto a las posibilidades por ese su propio camino novelístico del novísimo cine.
¿Notaremos así cómo es la misma literatura lo que, en la desembocadura del antirrea-lismo,
acaba estorbando? Sin que podamos decir por supuesto que ello fuera conse-cuencia
obligada. Cossío seguía: "En tal sentido, el cinematógrafo empieza a tener
ahora imaginación. Y es curioso este proceso en el que la función ha creado el órgano.
El cinematógrafo comenzó no teniendo sino imágenes, y, en el curso de unos años, las
imágenes crearon la imaginación".
En "La novela del sábado", año 1, núm. 21 (1953). La cita es de la p. 7.
j6 En "La novela del sábado" (colección distinta de la homónima citada en la nota
anterior), año 11, núm. 3, 27 de enero de 1940.
57 Apuntemos el detalle de la vinculación de la familia Cossío a la casona mon-tañesa
de Tudanca donde según el hermano de Francisco, José María, allí afincado,
habría situado Pereda la acción de Peñas arriba. Sobre ello, J . DE ENTRAMBASAGUenA S,
"Las mejores novelas españolas contemporáneas", 1 (Barcelona, 1957), pp. 40-48 (en
relación con el prólogo del mismo José María de Cossío, al segundo tomo de la edición
de las Obras completas por Aguilar, Madrid, 1934, pp. 1147-365). En cuanto a la casa
de Tudanca y los Cossío, ha escrito también Francisco, en Manolo (2.& ed., Valladolid,
19391, pp. 41-59.
58 Así empieza: "Quizá nadie puede comprender mejor el sentido de un bar como
los agüistas. Todo bar, en su ser más íntimo, tiene algo de baineario. Aún no se han
inventado las inhalaciones y los chorros alcohólicos, pero los devotos del bar van
a él a hacer una cura de alcohol".
59 "Todos aquellos chicos y chicas que en esta mañana primaveral salían de clase
con ansias de disfrutar con la luz a través de las avenidas y los jardines estaban
estudiando para magos. ¿Pero es que en nuestros días existe en nuestra universidad
esta disciplina? Claro que existe, señor. Estos muchachos estudiaban para boticarios.
No nos damos una cuenta demasiado concreta de lo que tiene por dentro esa palabra:
Botica. Verdad es que en nuestros días se ha industrializado bastante la profesión, y el
boticario apenas tiene que mover redomas y matraces; mas, sin embargo, la única
alusión fuerte a la más vieja fantasía del mundo nos la da ese viejecito que permanece
aurante mucho tiempo sentado en una silla, entre tarros y frascos con nombres en latín
y en abreviatura para mayor claridad, esperando el líquido milagroso que lleva en sus
esencias nada menos que la salud. La Humanidad se morirá de vieja y creerá siempre
en esto, en la Botica". Y ya cotejando y arrimando el ascua a su sardina: "El bar es
la botica de los sanos, y el barman, con su chaquetilla blanca, y el boticario con su
blusón blanco, no hacen otra cosa frente a la vida y la muerte que agitar en el aire
líquidos diversos para que se mezclen bien y para que los hombres se hagan la ilusión
de que con aquello la vida no se acaba".
G0 Págs. 5-6.
Fijémonos en la data de la novela, la postguerra española. Y para darnos cuenta
de los cambios sociales y mentales producidos retengamos esta observación que al
autor naturalmente se le escapa: "No puede darse una insipidez más íntegra y mis
estricta que la de las muchachas que acuden a un bar"; p. 6.
62 "La ciudad iba tomando aspecto de provincia, con encrucijadas tenebrosas,
ángulos que ilumina un farol de los antiguos de gas y aceras estrechas que buscan
techo en los aleros. Así desembocaron en una plazoleta con una fuente en el centro
y un círculo de acacias. Allí la luna había hecho su aparición y se derramaba sobre la m
piedra de un templo neoclásico, macizo, con un santo en el centro de esos que tienen
un libro en la mano"; pp. 11-12. E
63 Pág. 9. O
n
Aparece mientras tanto Serafín, que acaba de comprarse una casa de duendes.
Y notemos así de paso la interferencia entre la fantasía y el símbolo. ¿Un poco con-sustancial
a esta manera? ¿Consabida en la novelística simbólica de Cossío? Porque
Serafín acaba de comprar una casa de duendes, "una casa única. No se habita desde el 1 afiu 1840. vl:imamen:c qUiso s!qUilar profesor de preceptiya literaria y la pri. $
mera noche ocurrieron tales cosas que la familia se recluyó en un ropero, y allí estu-vieron
todos clamando por un antiespasmódico hasta el amanecer"; p. 9. Y el mismo
Serafín "vestía de negro, llevando desde siempre un luto inmemorial, y este atuendo
significaba el respeto que en su época de espiritista tuvo por los espíritus, todos ellos
difuntos. Les hablaba entonces como un amigo cariñoso, dando a su voz inflexiones
de padre amante que desea que sus hijos no hagan tonterías, y así logró educar a
varios espíritus, y especialmente a uno que le acompañaba a todas partes"; p. 11. k
Una observación todavía. Se nos dice que "el grupo, ya en la calle, tomó cierto aspecto 4
espectral". Pero, jacaso no es un tanto espectral todo cuanto vamos en la novelita
viviendo?
Contra el que a don Hermógenes previenen sus compañeros de cla~istro. Tan
simbólicos como podemos verlo: "Don Trinitaria, el de Física, no se quitaba nunca
el abrigo ni dejaba el bastón"; "Don Braulio, el profesor de Mineralogía, era el más
viejecito, al borde de la jubilación; muy derecho, muy atildado y accionando siempre
al hablar, como si tuviera un mineral en la mano"; y "don Ernesto, el profesor de
Botánica, olía siempre a tomillo"; pp. 28-29. " PAgs. 37-38.
67 "En realidad, el bar no tenía diferencias esenciales con otro bar cualquiera.
Existían en él, sin embargo, dos objetos que le daban una personalidad originalísima:
una gran esfera armillar iluminada, sobre la que los bebedores podían realizar viajes
alrededor del mundo, y un encerado negro y brillante, debajo del reloj, en el que don
Hermógenes desarrollaba cada día las fórmulas correspondientes"; p. 39.
En "La novela actual", año 1, núm. 8, 5 de agosto de 1943.
Evocando el impacto de la aparición del ferrocarril en las mentalidades cas-
tellanas ha escrito, por ejemplo: "El gran problema del tren se hallaba en que para
llegar a las regiones ricas, fabriles, mineras, populosas, habían de salvar kilómetros y
kilómetros de tierras yermas, de sierras peladas, de lugares desiertos. Esos pueblecitos
en los que, de tarde en tarde, surge un viajero, un solo viajero en la estación soli-taria.
En estos lugares el tráfago de las grandes estaciones se ha perdido, se ha eva-porado,
y el tren parece encontrarse a sí mismo y arranca con una perezosa somnolen-cia,
como si quisiera quedarse allí en reposo mucho tiempo. Para estos lugares se
inventó la frase un minuto. Un minuto no más para el reposo, porque el paisaje estaba
esperando la velocidad"; Castilla la Vieja, en la obra colectiva "Cien años de ferrocarril
en España", IV (Madrid, 1948), pp. 421-38; la cita de las pp. 436-37.
' O Notemos que Francisco de Cossío nació de familia hidalga en la vieja villa,
castellana vieja, de Sepúlveda. Dormida ésta en el tiempo desde que, apenas estrenado
su fuero, dejara de ser frontera, en los mismos días de su concedente Alfonso VI, el
rey conquistador de Toledo y así ganador de la más avanzada línea del Tajo. Y en
su pueblo natal, el día de la Virgen de la Peña, 29 de septiembre de 1943, conme-morando
el milenario de Castilla desde el balcón del castillo que da a la plaza y era
a !a vez :a casa Ye su iiacimienro, dijo entre otras cosas: "-Las oieadas perturbadoras
de la vida moderna apenas han podido trasponer estas murallas. Decaen las viejas
costumbres, los viejos vestidos, las viejas danzas, los viejos oficios ... pero aún vive
todo esto en espíritu, resbalando por las piedras y flotando en el ambiente. Aún las
campanas del Salvador recogen un eco de vida antigua y el paso de los hidalgos que
pasean por las losas de la plaza, es el paso de quien desprecia el tiempo, porque está
seguro de sí. A Sepúlveda la pesa su historia, y como no debe nada a los demás, irradia
su propia luz con esa fuerza que da el tiempo y esa seguridad que inspira la superviven-cia";
Sepúlveda en el milenario de Castilla, manuscrito autógrafo que se conserva en
el Archivo municipal de la villa, pp. 20-21. tComplacencia en un sentimiento decadente,
acaso aristocráticamente, del mundo y de la vida? Es posible. Para el mismo Cossío,
en su pueblo natal cargado de historia, "el mundo está con nosotros y los muertos
dialogan con los vivos".
7l La alusión espacial más concreta se reduce a ésta: "Luego pasaremos por una
heredad con una casa de piedra que era de mis padres. Mi padre era marino, y se
ahogó. Iba a la pesca del bacalao en barcos bretones, y debió quedarse por allí en los
hielos, con los esquimales"; p. 20, capítulo 111.
72 Notemos este esquivarse de ella a las pretensiones amorosas de él: "-Usted
me quiere sujetar al tiempo, a su tiempo; yo soy una desengañada que quiere vivir
fuera del tiempo"; p. 32, capítulo IV. Y a t e diálogo de Bernardo con María, su ama
de llaves, a la vuelta del viaje, ya transformado en otro hombre: "-¿Pues qué hora
es? -¿Cómo quiere usted que lo sepa, si aquí no ha habido nunca reloj? Usted y yo
no necesitábamos reloj para vivir. -Pues habrá que comprar uno que nos sirva de
norma. Sin reloj no se puede vivir. -¿Y para qué necesita usted reloj? -Para poder
llegar tarde a los sitios con conciencia"; p. 47, capítulo VI.
73 Parte primera, 111, 4. La cita de Un viaje de ida y vuelta es el comienzo de la
novela.
74 Puede consultarse a R. F. BROWN, El espesor del realismo en Galdós, en "Actas
del primer Congreso internacional de estudios Galdosianos" (Las Palmas, 1977), pp. 220-
229. De por sí es significativo el titulo del trabajo.
75 En "La novela de bolsillo", año 1915, núm. 47.
76 Primavera sevillana, pp. 30-31. No están los parágrafos numerados.
77 Semana de pasión, pp. 51-52.
Las bordadoras trabajan.
Armonía final, pp. 61-62.
En "La novela de hoy", año 11, núm. 47, 6 de abril de 1923.
Al capítulo 1 (no están numerados), pp. 15-16.
kéase A. A. PARKERN, azarin, or the passion of Our Lord Jesus Christ according
to Galdós, en "Anales Galdosianos", 2 (1967) 83-89. Leemos allí que "al1 critics, allegues
Francisco Ruiz Ramón, are agreed that Nazarín is a failure because of its excessive
symbolism". El libro de R u ~ zR AMÓNe s Tres personajes Galdosianos. Ensayo de aproxi-mación
a un mundo reltgioso y moral (Madrid, 1964). ¡Pero acaso por eso es más sig-nificativl
todavía la plenitud reali'sta de su tratamiento literario! " En el tomo V de las Obras completas (Madrid, Aguilar, 1942), p. 1724.
Nazarin, primera parte, capítulo 11; de la novela de Caminos, capítulos 1,
La vuelta del padrino, y V, El artesano artista. El libro fue publicado en Madrid, el
año 192U. Las citas de las pp. 10 y 30-31.
Se trata de la madrileña "casa de huéspedes de la tia Chanfaina (en la fe de
bu~t i smeE stefnnk), s i t l i~dae n ~ n - ica !!e caya mezqiindad y pobreza contrastan del :- E modo más irónico con su altisonante y coruscante nombre: calle de las Amazonas".
86 Sería de lo más instructivo para la estilística el estudio de las continuas metá- -
foras en las novelas de Cansinos. = nm
Lo mismo decimos de su adjetivación. Antiguo aparece constantemente. E
En "La novela corta", núm. 402, 18 de agosto de 1923, año VIII. E
2
8y Segunda parte, 111; la noveia de Cansinos no tiene divisiones numeradas. La 1
cita es de las pp. 11-12 (sin numerar tambien).
Yo A propósito de la significatividad de la elección de sus escenarios por Galdós, -
que desde luego no es incompatible con el pormenor naturalista de su "pintura", sino
que por el contrario refuerza su consustancialidad con el realismo, véase L. CHARNON
DEUTSCHl,n habited space in Galdós' "Tormento", en "Anales Galdosianos", 10 (1975) S
35-43; "it is no accident that in such a dramatic novel as Tormento the background
should be a black curtain and that most of the scenes take place at night". Cf.
A. AMOR&, El ambiente de "La de Bringas", novela de Galdós, en "Reales sitios", 2 1
(1965) 61-68. 2
n
y1 Angel Guerra, segunda parte, VII, 2, La trampa; la novelita de Cansinos no
tiene apartados numerados. Se publicó en "La novela mundial", año 1, núm. 39, 9 de E
diciembre de 1926. Citamos de las pp. 18-20. 3
O
$'"f. H. B. HALL, Torquemada: the man and his language, en "Galdós' Studies
edited by J. E. Varey", (Colección "Támesis", serie A, monografías, IX; Londres, 1970),
pp. 136-63; "it is no accident that the fate of Torquemada in the next world should
seem to depend on the resolution of a linguistic ambiguity: the meaning of the word
conversion", que termina. Cf. él mismo, Caldos's use of the Christ-symbol in "Doña
Perfecta", en "Anales ~aldosianos", 8 (1973), 95-93.
Y"stas precisiones topográficas se diría que refuerzan la índole simbólica de la
descripción que sigue. Por otra parte, ¿Sevilla no tiene ya un tanto categoría de
símbolo, en sí y en su novelista?
y4 Véase L. LIVINGSTONEEl , realismo Galdosiano ante el "chosisme" francés, en
"Actas del primer Congreso", pp. 296-304.
Ya vimos que ese no era el caso en la alternativa novelística de Cossío.
y V e d o r Mijailovich Dostoyevski el novelista de lo subconsciente (Madrid, s.a.),
pp. 8-9. Al introducir el tomo primero de la versión de las Obras completas (4." ed.;
Madrid, Aguilar, 19491, y concretamente a propósito de Los hermanos Karamazov,
comenta: "Estamos ya en la teoría fundamental de Dostoievski -la necesidad de la
expiación- y no habrá de extrañarnos que cuando los tribunales condenan a presidio
al inocente Dimitri, éste, lejos de indignarse, se conmueva de gratitud hacia sus jueces,
que van a permitirle expiar, no aquél, sino otros pecados, y también los pecados ajenos
de sus hermanos y de sus semejantes desconocidos, con los que la culpa nos crea una
solidaridad inevitable y fausta" (p. 67). " Sevilla en la literatura. (Las novelas sevillanas de José Mas) (Madrid, 1922),
p. 118. Véase a la p. 65, sobre la sintonía de personajes y paisaje, que le hace recordar
La Nave y La citta morta, de D'Annunzio, a propósito de La estrella de la Giralda y
Por las aguas del río. Sobre José Mas, véase J. DE ENTRAMBASAGULaAsS ,m ejores
novelas contemporáneas (1915-1919), pp. 707-72.
Véase la exégesis de MANUELF ERNÁNDEGZ ALIANOL,a s lenguas clásicas y la
liturgia, en "Una voce", núm. 16 (1968), pp. 4-5. (Las obras allí citadas a propósito
del final transcrito de Divinas palabras son: G. UMPIERRED, ivinas palabras: alusión
?! degork (''Fst~dios de hisprinofi!irr9', 18; Eepzrtment of Rcmlnce Lrrngu~ges, Unioer-sity
of North Carolina; Madrid, 1971); M. BERMEJMO ARCOSV, alle-Inclán. Introducción
a su obia (Salamanca, 1971); y el discurso de ingreso de ANTONIOBU EROV ALLEJOen la
Real Academia Española. Puede también verse A. BUGLIANCI,o nsiderazioni sulla ges-tazione
e problematicita di "Voces de gesta" e di "Divinas palabras", en "Hispano-
Italic Studies", 1 (1976) 57-64.
99 lranscribimos los finales de cada una de las dos obras. Véase ROBERT RICARD,
Liusurier Torquemada: Histoíre et vicissitudes d'un personnage, en "Aspects de Galdós"
(Publications de la Faculté des Lettres et Sciences humaines de Paris; Etudes et
méthodes, 10; 19163), pp. 80-81.
Sonata de primavera "ineunte"; véase A. ZAMORAV ICENTEL, as sonatas de
Valle-Inclán (Madrid, 1969).
lnl 2." parte, 1.
l 0 ~ o m i e n z doe la novela, o sea primera estancia, 1.
'O3 Examínense los detalles cromáticos de otro comienzo valle-inclanesco, el de
Los cruzados de la causa: Caballeros en mulas y a su buen paso de andadura iban dos
hombres por aquel camino viejo que, atravesando el monte, remataba en Viana del Prior.
A tiempo de anochecer entraban en la villa espoleando. Las mujerucas que salían del
rosario, viéndoles cruzar el cementerio con tal prisa, los atisbaron curiosas, sin poder
reconocerlos por ir encapuchados los jinetes con las corozas de juncos que usa la
gente vaquera en el tiempo de lluvias por toda aquella tierra antigua. Pasaron los jinetes
con hueco estrépito sobre las sepulturas del atrio, y las mujerucas quedcíronse mur-murando
apretujadas bajo el porche, ya negro a pesar del farol que alumbraba el nicho
de un santo de piedra. Véase E. S. SPERATTI-PIÑEREOl, ocultismo en Valle-Inclán
("Támesis", serie A, monografías 34; Londres, 1974). El cierre de sus conclusiones es
un modelo de extrapolación crítica que acaba venciéndose a sí misma y ha de recono-cerlo
mal de su grado: "El ocultismo sirve fundamentalmente en su obra para objetivar
lo que juzga dañosa rémora en la evolución de los españoles -o de sus descendientes
y allegados- y para desenmascarar a los que propician el estancamiento o medran con
él. Pero simultáneamente, y considerado en sus posibilidades y niveles más altos -esté-ticos,
místicos-, sirve también para estimular la evolución literaria del propio Valle-
Inclán"
'O1 Cap. XIV.
'O5 Ultimo párrafo del primer apartado. Para la mitificación de los personajes
valle-inclanescos en sus novelas históricas, leemos en ALISONS INCLAIR":V alle-Incljn's
handling of a historical framework is seen at its clearest in the characterisation of
central non-fictional figures, since in this area we have a co~pus of certain well-defined
characteristics attributed by the popular press to men and women prominent in public
life, and close comparison and correlation with Valle-Inclán's creations is made pos-sible";
Valle-Inclán's "Ruedo ibérico". A popular View of Revolution ("Támesis",
serie A, monografía 43; ,Londres, 19'77), p. 27.
lffi Quelques aspects de F"evasión" dans les romans de Galdós, en "Les langues
néo-latines", núm. 152 (1960) 1-6 (reimp. en id., Caldos et ses romans, 2.& ed., París,
1969; pp. 67-73).
1°7 Véase R. RICARD, La classification des romans de Galdós, en "Les lettres ro-manes",
14 (19603 143-53 (reimp. en Galdós et ses romans, cit., pp. 12-19).