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268 UN GALDOSIANO ESPEJO CERVANTINO: LA DESHEREDADA Victoriano Santana Sanjurjo A Inma [M.C.] M.T. Galdós cervantisita Las constantes referencias que se perciben entre La desheredada galdosiana (1881) y El Quijote cervantino (1605-1615) se han resaltado siempre como una irrefutable prueba de la profunda vinculación literaria que hay entre la escritura del canario y la del alcalaíno. Esta cuestión ha sido objeto de estudio en numerosas ocasiones,1 por lo que, dadas las características de este trabajo, vamos a omitir cualquier incursión en este asunto salvo en lo tocante a las novelas sobre las que sustentamos nuestra comunicación. Nos permitiremos, eso sí, para ilustrar un poco la señalada relación, dos interesantes citas: una de Gullón y otra de Rodríguez-Puértolas. [...] El parentesco entre ambos escritores es incluso demasiado evidente; como si aquél hubiera querido declarar tácitamente, paradójicamente, su admiración por el autor del Quijote y, de modo concreto, por esta genial invención de la mente cervantina. La forma de narrar, la de concebir los personajes y la estructura de las novelas están, en buena parte, aprendidas en Cervantes [...] (Gullón: pp. 57-58). [...] Mas la narrativa galdosiana tiene mucho que ver, además, con Cervantes. Así, el humor y la ironía, el perspectivismo como forma de estudio de la realidad, la relación dialéctica entre Naturaleza y ser humano, el amor como fuerza vitalista y cósmica... Y también, la llamada doctrina del error cervantina, representada en unos personajes que son destruidos como consecuencia de haber infringido un orden natural no comprendido como tal hasta que ya es demasiado tarde (Rodríguez-Puértolas: p. 21). El tema En Cervantes y Galdós hay un principio de acción que justifica el fin de sus creaciones: la enmienda de aquellas actitudes que merman las expectativas futuras de una sociedad. El alcalaíno desea eliminar, “poner en aborrecimiento”, las disparatadas historias de los libros de caballerías. Así lo declara explícitamente en El Quijote en numerosas ocasiones y así hemos de aceptar su propósito, aunque luego intuyamos que hay otras intenciones. Esta declaración se formula bajo el convencimiento de que el día a día de una nación no puede verse influido por los falsos quehaceres de una literatura de masas cuyos estereotipos se están exportando en ocasiones a cuestiones tan decisivas como la administración del Estado, las campañas militares, etc. El primer siglo de vida americana a los ojos de Europa, el siglo XVI, fue un buen ejemplo de cómo algunos pasajes de las novelas de caballería han dejado de ser meros extractos literarios para convertirse en acontecimientos históricos.2 Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 269 A Galdós también le mueve un afán regenerador que, de alguna manera, tiene su sustento en un fallo generacional a la hora de percibir la realidad española. El carácter de transmisión genética de los desórdenes mentales (de Tomás Rufete, padre, a Isidora Rufete, hija), que es característico del Naturalismo, puede verse como una metáfora del error histórico que se pasa de generación en generación. El último capítulo de La desheredada, el 37,3 se titula “Moraleja”. Es el más breve del libro, el que da sentido a la obra en su conjunto y el que, de alguna manera, liga a esta novela con los propósitos de la cervantina: “Si sentís anhelo de llegar a una difícil y escabrosa altura, no os fiéis de las alas postizas. Procurad echarlas naturales, y en caso de que no lo consigáis, pues hay infinitos ejemplos que confirman la negativa, lo mejor, creedme, lo mejor será que toméis una escalera”. Con esta sugerencia, tiende el autor canario su mano a la Educación y a ella le confiere la misión de preparar al individuo para acceder (de manera simbólica, claro) a las más difíciles y escabrosas alturas con la debida seguridad. Los pedestales de una sociedad sólo pueden construirse con la firmeza de la ciencia y la experiencia de la historia. Se avanza cuando se crea sobre la razón; lo que se recrea, la invención, la apariencia… sólo son escalones falsos que terminan por hacer caer a quien por ellos transita. Elementos paratextuales Dentro de lo que puede ser un estudio comparativo entre La desheredada y El Quijote, hay unas primeras marcas que conviene que no pasemos por alto: son aquellas que denominamos bajo el nombre genérico de paratextualidad.4 De entrada, tenemos que ambas novelas se dividen en dos partes: en el caso de la cervantina, la trama se divide en dos tomos y diez años de distancia entre uno y otro; en la novela galdosiana, ambas partes aparecen en el mismo volumen. Sea de una u otra manera, ambas disposiciones conllevan un fin común: las dos primeras partes reflejan la exaltación y exposición del conflicto que genera la distorsión de la realidad y las dos segundas partes muestran cómo paulatinamente los momentos de ofuscación de la primera se van disipando y el sustento del idealismo inicial no proviene tanto de la percepción de los personajes principales como de la influencia del entorno. Los personajes que actúan de manera irracional en la primera parte se van haciendo más racionales hasta terminar por alejarse de la noción completa que les ha guiado a lo largo de su devenir literario: don Quijote recupera la cordura (lo contrario de lo que hasta ahora era su estado normal) e Isidora Rufete termina prostituyéndose (lo contrario de lo que se suponía estaba destinado a ser su vida como heredera del Marquesado de Aransis). En las primeras partes de las dos novelas, las acciones de sus personajes poseen el sustento de sus creencias (la base libresca de su locura, las justificaciones de las consecuencias que conllevan sus actos, la apelación al destino que les ha tocado vivir como razón de su estado, etc.); en las segundas partes, las creencias no se diluyen, sino que se transforman y la realidad pasa a ser un complemento adicional a la fantasía que les mantiene (en las primeras partes no era una adición, sino una sustitución). El título, otro aspecto paratextual, también nos permite establecer ciertas relaciones semánticas entre ambas obras. Dos vocablos presiden el nombre de las novelas: “hidalgo” y “desheredada”. Don Quijote es un hidalgo, un “hijodealgo”, un cristiano viejo que conserva ciertas posesiones que con toda probabilidad han sido heredadas de sus antecesores. Como hidalgo y cristiano viejo, el trabajo físico le está socialmente vetado y su locura proviene de la abundancia de horas de ocio en las que se entrega a la lectura desproporcionada de obras adscritas al género caballeresca. Isidora, en toda la novela, se mantiene como la “heredera”, VIII Congreso Galdosiano 270 la que posee unos derechos dinásticos que las circunstancias vitales le han privado momentáneamente. Posee ficticiamente unos antecesores conocidos (la marquesa de Aransis y su familia) que justifican su convicción de heredera. En ambos personajes, la transmisión patrimonial se convierte en eje de una condición de vida que reflejan en sus acciones: don Quijote e Isidora se consideran nobles y ello les mueve a actuar de una manera determinada. Recuérdese que Isidora nunca llegará a tener la noción plena de haber sido “desheredada”; cierto es que perderá parámetros morales que pueden afear su futuro marquesado (ser hermana de un asesino, pedir dinero o ser mantenida por otro hombre, terminar prostituyéndose…), pero sabe que el acceso a la condición de noble le permitirá taparlos. Elementos intertextuales Intertextualidad en primer grado La relación entre La desheredada y El Quijote queda establecida a partir de dos niveles de vinculación: uno directo, que nosotros hemos denominado de “primer grado” y otro indirecto o de “segundo grado”. El primero se aprecia con la reproducción de anécdotas y circunstancias en la obra galdosiana que recuerdan sin titubeos de ninguna clase a otras aparecidas en el texto cervantino: las características que afecta a Tomás e Isidora Rufete o los consejos del tío canónigo sobre los que nos ocuparemos más adelante. El segundo grado es más difuso porque aparece en un sin fin de pequeños aspectos diluidos en la mayoría de los casos dentro de la trama novelesca. 1. Tomás e Isidora Rufete: Tomás Rufete, el padre de Isidora y Pecado, es el primer gran personaje quijotesco de la novela y el que, al menos a nuestro juicio, más concentra, en un pequeño espacio narrativo, las particularidades del hidalgo manchego. Como don Quijote, la lectura de decretos, discursos, documentos administrativos… durante su vida laboral como empleado de imprenta termina enloqueciéndolo cuando lo dejan cesante y le llevan a tomar la personalidad de un hombre entregado al bien ajeno. Rufete posee delirios de gobernante, es un hombre de leyes que vela por el bien de la nación. Cierto es que está loco y que sus actos así lo delatan, pero ello no excluye el propósito benefactor que encierra su locura. Lo mismo le ocurre a don Quijote: el afán de hacer justicia, de deshacer agravios, velar por las viudas y doncellas, proteger a los más necesitados, es el que le mueve a emprender su vida caballeresca. Se pasa las noches, como el hidalgo, de turbio en turbio, hablando con el chorro del agua, discutiendo con él sobre cuestiones de Estado. Su muerte lo vincula nuevamente con el personaje principal del Quijote. Si el hidalgo recupera la cordura hacia el final del libro, Rufete, antes de morir, se da cuenta de que está en el manicomio de Leganés. Tratan de hacerle desistir de la idea aunque sin resultado (trasunto similar a los ánimos del escudero cuando dice a su señor que no se deje morir —capítulo LXXIV). La momentánea lucidez de Tomás le lleva a besar la mano del cura en un ejercicio de confesión y, en un último esfuerzo, llama la atención sobre tres personas: “mis hijos… la marquesa…”. Los últimos trazos de cordura son para sus hijos y para quien, según él y el tío canónigo, debía reconocerlos. Tomás sabe que va a morir, es consciente del lugar donde está, ha recibido indirectamente la extremaunción con el beso al cura (su adhesión a Dios) y le resta algo muy importante en ese momento de tránsito: aclarar lo de la marquesa… Creemos que su intención era contarlo, pero se cruzó por medio el último suspiro de vida y la verdad se disipó Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 271 para siempre. Galdós deja en alto esta explicación porque es consciente de que su exposición conllevaría el fin de la novela. El fin de ambos personajes (Tomás y don Quijote) es similar: vuelven de la locura instantáneamente, son conscientes de su final y expresan su voluntad de acceder a Dios, pero mientras uno tiene tiempo de hacer testamento, al otro se le ha vetado la posibilidad de poner luz sobre el asunto de la marquesa. Isidora Rufete es el segundo gran personaje de la novela donde más se percibe la influencia del hidalgo manchego. El primer atisbo del pie que cojea nos lo da su tía en el capítulo III. Isidora cuenta a la Sanguijelera que su tío le ha contado “todo”: “Usted se hace de nuevas, tía; usted me oculta lo que sabe... No se haga usted la tonta. ¿Es la primera vez que una señora principal tiene un hijo, dos, tres, y viéndose en la precisión de ocultarlos por motivos de familia, les da a criar a cualquier pobre, y ellos se crían y crecen y viven inocentes de su buen nacimiento, hasta que de repente un día, el día que menos se piensa, se acaban las farsas, se presentan los verdaderos padres?... Eso, ¿no se está viendo todos los días?”. La tía responde: “En sesenta y ocho años no lo he visto nunca... Me parece que tú te has hartado de leer esos librotes que llaman novelas. ¡Cuánto mejor es no saber leer! Mírate en mi espejo. No conozco una letra... ni falta. Para mentiras, bastantes entran por las orejas... Pero acábame el cuento. Salimos con que sois hijos del Nuncio, con que una señorita principal os dio a criar, y desapareció...”. Esta referencia explícita a la lectura como causante de una percepción distinta de la realidad es lo más próximo al Quijote que se puede estar. La propia Isidora, en el capítulo 7, confirmará esta circunstancia: “No es caso nuevo ni mucho menos decía. Los libros están llenos de casos semejantes. ¡Yo he leído mi propia historia tantas veces...! ¿Y qué cosa hay más linda que cuando nos pintan una joven pobrecita, muy pobrecita, que vive en una buhardilla y trabaja para mantenerse; y esa joven, que es bonita como los ángeles y, por supuesto, honrada, más honrada que los ángeles, llora mucho y padece, porque unos pícaros la quieren infamar; y luego, en cierto día, se para una gran carretela en la puerta, y sube una señora marquesa muy guapa, y ve a la joven, y hablan, y se explican, y lloran mucho las dos, viniendo a resultar que la muchacha es hija de la marquesa, que la tuvo de un cierto conde calavera? Por lo cual de repente cambia de posición la niña, y habita palacios, y se casa con un joven que ya, en los tiempos de su pobreza, la pretendía, y ella le amaba... Pero ha concluido la misa. ¿Pies, para qué os quiero?”. La relación con la novela cervantina adquiere en estos pasajes uno de sus puntos más álgidos, aunque hay un matiz que, con ser importante, no desmerece nunca esta base intertextual: a don Quijote le vuelve loco la lectura de novelas de caballería; a Isidora, en cambio, la lectura no se convierte para ella en el elemento causante de su transformación de la realidad (de eso ya se han encargado su padre y el canónigo), sino que es el instrumento que le permite confirmar esa realidad infundida. Don Quijote e Isidora ven en los libros de ficción auténticos documentos históricos, testimonios veraces… y depositan en ellos toda su confianza. A Isidora, como a su padre y a don Quijote, le afecta el insomnio. Este le hace fantasear en la vigilia y recrear de forma imaginativa acontecimientos que podían llegar a ocurrir. Se trata de la segunda vida a la que alude el propio narrador de La desheredada en el capítulo 4: “Salvo algunas ligeras neuralgias de cabeza, Isidora gozaba de excelente salud. Tan sólo era molestada de frecuentes y penosos insomnios, que a veces la hacían pasar de claro en claro las noches. La causa de esto parecía ser como una sed de su espíritu, que se fomentaba, sin VIII Congreso Galdosiano 272 aplacarse, de audaces previsiones de lo futuro, de un perpetuo imaginar hechos que pasarían, que tendrían que pasar, que no podían menos de tomar su puesto en las infalibles series de la realidad. Era una segunda vida encajada en la vida fisiológica y que se desarrollaba potente, construida por la imaginación, sin que faltase una pieza, ni un cabo, ni un accesorio. En aquella segunda vida, Isidora se lo encontraba todo completo, sucesos y personas. Intervenía en aquellos, hablaba con estas. Las funciones diversas de la vida se cumplían detalladamente, y había maternidad, amistades, sociedad, viajes, todo ello destacándose sobre un fondo de bienestar, opulencia y lujo. Pasar de esta vida apócrifa a la primera auténtica, érale menos fácil de lo que parece. Era necesario que las de Relimpio, con quienes vivía, le hablasen de cosas comunes, que fuese muy grande el trabajo y empezase muy temprano el ruido de la maquina de coser, o que su padrino, el bondadosísimo don José de Relimpio, le contase algo de su vida pasada. Como estuviera sola, Isidora se entregaba maquinalmente, sin notarlo, sin quererlo, sin pensar siquiera en la posibilidad de evitarlo, al enfermizo trabajo de la fabricación mental de su segunda vida”. En el capítulo siguiente, también hay una referencia a esta circunstancia: “Se acostó, no para dormir, sino para seguir dando vida ficticia en el horno siempre encendido de su imaginación a la visita del día siguiente y a las consecuencias de la visita. El marqués de Saldeoro entraba; ella le recibía medio muerta de emoción, le hablaba temblando; él le respondía finísimo. ¡Y qué claramente le veía! Ella rebuscaba las palabras más propias, cuidando mucho de no decir un disparate por donde se viniera a conocer que acababa de llegar de un pueblo de la Mancha... Él era el más cumplido caballero del mundo... Ella se mostraba muy agradecida... Él dejaría su sombrero en un sillón... Ella tendría cuidado de ver si alguna silla estaba derrengada, no fuera que en lo mejor de la visita hubiera una catástrofe... Él había de dirigirle alguna galantería discreta... Ella tenía que prever todas las frases de él para prepararse y tener dispuestas ingeniosas contestaciones... ¡Cielo santo!, y aún faltaba una larga noche y la mitad de un larguísimo día para que aquel desvarío fuera realidad...”. Isidora recrea mentalmente lo que va a pasar. Eso también es muy quijotesco. El hidalgo, por ejemplo, se considera a sí mismo “grande” porque en su imaginación se ha visto vencedor de batallas y gigantes (capítulo I de la primera parte). Isidora y don Quijote construyen una realidad paralela a la que viven y en ella se acomodan. Sólo así son capaces de dar sentido al personaje que representan. La locura en Isidora, la deformación de la realidad, es ante todo un hecho que se justifica desde una predisposición biológica a ello. Y eso, que es un rasgo propio del Naturalismo, lo es también de un personaje como don Alonso Quijano, el bueno. Aunque esto, en lo que se refiere a Isidora, tiene ciertos matices que viene a desbrozar. Don Quijote podía no haber enloquecido nunca después de leer sus libros, sólo una predisposición biológica al desvarío y la confluencia de una circunstancia (el exceso de lecturas) bastaron para que su trastorno se exteriorizara en determinadas acciones. Es cierto que Cervantes deja bien claro que las lecturas lo enloquecieron, pero esto sólo es válido en parte: muchos lectores de novelas de caballería no se volvían locos por su lectura, por muy aficionados que fuesen (Cervantes era un ejemplo). A Isidora le ocurre más o menos lo mismo: la lectura de folletines le permite solidificar una visión equivocada de la realidad impuesta en su entorno familiar. Su locura difiere sustancialmente de la de su padre, el auténtico desequilibrado: Tomás se vuelve un maniático (de estar cuerdo pasa a loco); a Isidora, en cambio, sólo le han deformado la realidad desde su más tierna infancia. Le han hecho creer verdades folletinescas. Su circunstancia biológica le impide adquirir la debida perspectiva sobre su situación real, he ahí el principio de su “locura”. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 273 Hay una serie de aspectos sobre Isidora en La desheredada que, como los apuntados, nos vuelven a remitir al Quijote y que nosotros hemos simplificado en la siguiente enumeración: Impertinencia: En el capítulo III, por ejemplo, Isidora, que parece no ser consciente del entorno en el que vive su hermano Mariano y su tía y las dificultades económicas que atraviesan todos, incluida ella, le pide a la Sanguijelera que su hermano vaya a la escuela. “Aquel trabajo es para mulos, no para criaturas. Yo quiero que mi hermano vaya a la escuela. / Y al colegio. / Eso es, al colegio replicó Isidora marcando sus afirmaciones con el puño sobre la endeble mesa. Yo lo quiero así..., y nada más”. Esta falta de sentido común recuerda a salidas de tono como la de don Quijote como la del capítulo IV de la primera parte, cuando detiene a una comitiva que transita por su mismo camino: “Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso”. Ambas acciones, improcedentes, traen consigo en sus actores una consecuencia no prevista. Bautizo del Marquesdo: En el capítulo IV, Isidora pasea con Miquis por Madrid y queda abrumada de la ciudad y, sobre todo, de la zona pudiente: la Castellana. El verse rodeada de personas tan principales le hace a ella asumir su condición de heredera con más vehemencia: “Pero Isidora, para quien aquel espectáculo, además de ser enteramente nuevo, tenía particulares seducciones, vio algo más de lo que vemos todos. Era la realización súbita de un presentimiento. Tanta grandeza no le era desconocida. Habíala soñado, la había visto, como ven los místicos el Cielo antes de morirse. Así la realidad se fantaseaba a sus ojos maravillados, tomando dimensiones y formas propias de la fiebre y del arte. La hermosura de los caballos y su grave paso y gallardas cabezadas, eran a sus ojos como a los del artista la inverosímil figura del hipogrifo. Los bustos de las damas, apareciendo entre el desfilar de cocheros tiesos y entre tanta cabeza de caballos, los variados matices de las sombrillas, las libreas, las pieles, producían ante su vista un efecto igual al que en cualquiera de nosotros produciría la contemplación de un magnífico fresco de apoteosis, donde hay ninfas, pegasos, nubes, carros triunfales y flotantes paños. ¡Qué gente aquella tan feliz! ¡Qué envidiable cosa aquel ir y venir en carruaje, viéndose, saludándose y comentándose! Era una gran recepción dentro de una sala de árboles, o un rigodón sobre ruedas. ¡Qué bonito mareo el que producían las dos filas encontradas, y el cruzamiento de perfiles marchando en dirección distinta! Los jinetes y las amazonas alegraban con su rápida aparición el hermoso tumulto; pero de cuando en cuando la presencia de un ridículo simón lo descomponía”. Como don Quijote cuando es armado caballero andante, Isidora siente en ese momento que ya forma parte de la aristocracia. Locura inveterada: Del mismo modo que don Quijote se agitaba cuando oía cualquier cosa relacionada con los libros de caballería, a Isidora, la sola mención de la casa de Aransis, la perturba: “Este bravo manchego se llamaba Matías Alonso y era conserje de la casa de Aransis. Al oír este nombre Isidora palideció, y el corazón saltó en el pecho. Su espontaneidad quiso decir algo; pero se contuvo asustada de las indiscreciones que podría cometer” (capítulo 4). Desamparo: Don Quijote atribuye a encantadores los males que le acontecen cuando lleva a cabo alguna aventura, Isidora apelará al desamparo de Dios: “¡Qué triste vida! decía para sí. La deshonra que ha echado Mariano sobre mí me impide reclamar por ahora nuestros derechos... Parece que Dios me desampara... […]” (capítulo 8). VIII Congreso Galdosiano 274 2. Santiago Quijano-Quijada: En los capítulos 18 de La desheredada (“Últimos consejos de mi tío el canónigo”, último capítulo de la primera parte de la novela) y XLII y XLIII de la Segunda parte del Quijote (centrados en los consejos que don Quijote da a Sancho Panza antes de que éste fuese gobernador de la Ínsula Barataria) se aprecia la intertextualidad más relevante entre la novela cervantina y la galdosiana. Como apunta Montesinos: “[...] La primera parte termina con una cruel ironía que hubiera hecho las delicias de Cervantes, no ajeno a la invención del capítulo: la aparición en espíritu de aquel don Santiago Quijano- Quijada, gran promotor de la tramoya de que es víctima la infeliz sobrina, pues él fomenta las ilusiones de la joven [...] La carta de éste a Isidora, evidente parodia de los consejos de don Quijote a Sancho para que se conduzca como debe en el gobierno de su ínsula, son una amarga ironía, que en aquéllos ocurre, pues conocemos ese documento después de la caída de la joven, cuando a todo lector se le alcanza que su ínsula va a ser el deshonor y la prostitución. Creo interesante mencionar este detalle que tan claro permite ver cómo al comenzar su segunda manera, Galdós se pone sin disimulo bajo el patrocinio de Cervantes” (p. 26). Galdós decide poner punto y final al crédito de Isidora ante los lectores en el capítulo 16, “Anagnórisis”. En este capítulo, cuando la verdadera marquesa de Aransis la rechaza y con ello desaparecen sus esperanzas de ser reconocida inmediatamente por la que durante toda su vida había sido considerada, al menos por ella, como su verdadera familia, Isidora Rufete ha quedado verdaderamente “desheredada” ante los lectores, pero no ante ella misma. Ha sido desposeída de forma instantánea de un derecho que, según ella, le era legítimo, pero no va a dejar de luchar por ellos. Cierto es que se ha llevado un golpe muy duro, pero no es menos cierto que seguirá con un proceso judicial que abarcará toda la segunda parte. Los ataques de su tía, la Sanguijelera (capítulo 2) vuelven a la memoria de los lectores y, recobrando toda su vigencia, terminan por inclinar la balanza hacia el descrédito del personaje. No creemos en la idea de una “muerte” de Isidora en los capítulos 16 y 18. Quien “muere” es la buena fe del lector ante la protagonista y quien asienta esta muerte es Galdós en el capítulo de los consejos del tío: “Y luego, cuando el lector se ha casi convencido de que la desalmada marquesa de Aransis [...] ha despedido injustamente a su nieta con el fanatismo y orgullo aristocrático, Galdós le desengaña con la chocante conclusión cervantina: “Últimos consejos de mi tío el canónigo”. Como la misma Isidora, el lector descubre que es víctima de una broma elaborada y cruel. Isidora ha sido educada en estos sueños de grandeza por su excéntrico tío, mientras que el autor provoca al lector (o al menos se lo permite) a identificarse sentimentalmente con una existencia perturbada” (Gilman: p. 116). De entrada, no estamos de acuerdo en la visión de la marquesa como una persona desalmada y no vemos que la despedida de su pretendida nieta haya sido injusta o provocada por el fanatismo y orgullo aristocrático. La marquesa de Aransis hace lo mismo que haríamos cualquiera de nosotros si alguien tratase de usurpar la identidad de algún ser querido nuestro del que tenemos la absoluta certeza de su muerte. Es humana su reacción y, por eso, no imprime Galdós, al menos a nuestro juicio, ningún tinte de crueldad a su personalidad. Al contrario, es la impertinencia de Isidora la que termina por hacer que los lectores pierdan el último atisbo de credibilidad hacia ella: las advertencias de su tía; la actitud despótica y clasista que muestra en su paseo por Madrid con Augusto Miquis o ante la familia que le acoge (exceptuando a don José Relimpio); la incapacidad de administrar los fondos económicos que recibe, de actuar con un mínimo de sentido común ante su situación… van dejando en el lector un poso de cierta aversión hacia Isidora. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 275 “Anagnórisis” es el tránsito definitivo hacia una confirmación absoluta de la falta de cordura de la hija de Tomás Rufete y Galdós, con los consejos del tío, no hace más que (a imagen de los epílogos de los académicos de la Argamasilla) burlarse de la situación que padece su personaje. El tío desconoce lo que le ha pasado a su sobrina; por eso, la lectura de la carta no es más que un sarcasmo que Isidora recibirá con el dolor aún latente de lo ocurrido con la marquesa. Su metafórico suicidio no es más que una consecuencia que el lector observa con el afecto ya distante hacia el personaje: “Una vez que Santiago Quijano-Quijada [...] ha asestado el golpe de gracia a nuestras esperanzas de un final feliz, parece que ya no hay ninguna razón para que siga la novela. De hecho, como ha descubierto Ana Fernández Seín en el manuscrito, una idea preliminar para el final de la primera parte fue el salto suicida de Isidora desde el recién construido Viaducto de la calle de Segovia. Semejante final había sido psicológicamente convincente, eminentemente naturalista y familiar a los lectores habituales de la prensa” (Gilman: p. 122). En la Segunda parte del Quijote, cuando el hidalgo da los consejos al inminente gobernador de la Ínsula Barataria, su escudero, el lector sabe que Sancho va a ser gobernador por escarnio de los duques, quienes ven en él la posibilidad de continuar con la burla que llevan días manteniendo a don Quijote y Sancho Panza. Por eso, los consejos del hidalgo, como los del canónigo Quijano-Quijada, pierden mucho valor ante el lector, porque sabemos que el fin de los mismos no es lo que provoca su origen, sino otro bien diferente. Ambos consejos son certeros en la medida que obedecen a una serie de reglas para dirigirse con rectitud en dos actividades de la vida (como gobernador y como aristócrata), pero carecen de un trasfondo convincente donde desarrollarse: nos cuesta ver a Sancho y a Isidora desempeñando sendas actividades. Aun así, los consejos adquieren el valor de la provisionalidad. Sancho será gobernador y eso lo sabe el lector, quien valorará los consejos de don Quijote como consejos, no como lecciones para un futuro gobernador (porque Sancho, de entrada, no será un gobernador a la usanza). El lector que lee por vez primera El Quijote, con solo leer la tabla de contenidos, sabe que el gobierno de Sancho tendrá un límite: no sabe cuál es ni cómo será, pero sí que habrá un momento en el que el escudero ya no será gobernador. Con Isidora pasa algo parecido: los consejos del tío son válidos en tanto que han de ayudar a cualquier mujer de la pretendida posición de Isidora a desenvolverse de manera efectiva en la vida. La primera parte de la novela ha dejado sentenciada a Isidora ante los lectores. El esperado juicio será el único atisbo de esperanza que le resta a la protagonista para enmendar el paulatino descenso a las cavernas del decoro que inicia desde el capítulo 17 de la primera parte y que termina por recorrer en toda la Segunda parte. De todos los rasgos cervantinos de Galdós, hay uno que, según la crítica, es muy destacable: su extraordinario dominio de la técnica del retrato. Como apunta Montesinos: “retratos muy rápidos, centrados en alguna peculiaridad que caracteriza inconfundiblemente al personaje” (p. 24). Esto lo podemos comprobar en el personaje de Santiago Quijano-Quijada: “En La desheredada, el tío canónigo de Isidora se llama Santiago Quijano-Quijada, y por si no bastara la transparente alusión del apellido, cuando, al final, escribe a su sobrina la carta de despedida, lo hace en estilo quijotesco, con tono y palabras del Ingenioso Hidalgo” (Gullón: p. 58). El creador del sueño romancesco de Isidora es un ser excéntrico y quijotesco, un individuo tan absurdo y espurio que resulta todavía más humillante haberse dejado engañar por él, haber esperado, como quiso Galdós que esperáramos que pudieran ser VIII Congreso Galdosiano 276 auténticos los misteriosos documentos y que Isidora fuera abrazada por fin por su abuela fanática (Gilman: p. 120). Con este personaje, como apunta Miralles, “evidencia Galdós la deuda cervantina [...] al darle el apellido quijotesco (respetando la vacilación Quijano-Quijada) y la residencia manchega (Tomelloso)” (p. 245, nota 171). La descripción que de él nos hace Galdós es muy similar a la que Cervantes hace de don Quijote: “Cuando tuvo para vivir sin ayuda de nadie, se retiró a su pueblo, donde vivió célibe, entre primas y sobrinos, más de treinta años, dedicado a la caza, a la gastronomía y a la lectura de novelas” (Ibíd). El falso canónigo era de la misma condición hidalga que el personaje cervantino, sin vida marital conocida, conviviendo con parientes próximos como el hidalgo manchego con su sobrina y un ama y, por último, con tres características que están presentes en el capítulo relativo a la condición y ejercicio de don Quijote. Hasta aquí, creemos delimitada la figura del canónigo, cuya intervención más directa es la que tiene lugar en el citado capítulo 18 por medio de una carta que remite a Isidora. Galdós ha querido que Santiago Quijano-Quijada fuese una sombra, una vaga referencia que a veces aparecía pero de la que el lector ha carecido en todo momento de una idea completa sobre ella. Si la Sanguijelera, con su fugaz aparición, tuvo la importancia de ser el único personaje que “avisaba” al lector para que sospechase de Isidora; su tío, por contra, con la mencionada carta, parece que continúa instigándolo a que siga creyendo en los derechos que le asisten a su sobrina, la desheredada de la marquesa de Aransis: “La carta con que termina el primer volumen de la novela refuerza, explica, aclara el sentido de la locura de Rufete con que la obra comienza: españoles, hijos cada uno de su Rufete, descendientes todos de Quijano-Quijada. Y todavía al final de la novela una moraleja. El que no entienda será porque no quiera” (Casalduero: p. 79). La carta viene fechada en El Tomelloso, a 9 de febrero de 1873. Tras los preceptivos saludos y comentarios en torno al delicado estado de salud que declara tener el remitente y lo inminente que parece estar su muerte, el falso canónigo insiste a Isidora, la destinataria, que por nada del mundo debe abandonar la lucha por el marquesado de Aransis. Sabe, porque así se lo ha hecho saber su sobrina en una anterior carta, que está esperando un aviso de la marquesa para entrevistarse con ella y que en el plazo comprendido entre esta carta y la del tío la entrevista ya se ha debido producir. Este da por sentado que el reencuentro entre abuela y nieta ha tenido que dar sus frutos más fecundos y que la primera, ante la figura de la segunda, sólo ha podido recibirla con los brazos abiertos. Pero por si esto no hubiese sido así, el canónigo es tajante en lo que hay que hacer: acudir a los tribunales, ya que ambos poseen la suficiente documentación que avala sobradamente el origen aristocrático de Isidora y Mariano. Apela, como no podía ser de otro modo, a la fuerza de la sangre como forma de resolver la historia de la desheredada.5 La búsqueda que propone de cualquier indicio físico que sirva para el reconocimiento del origen sólo puede partir de una realidad, la que se gesta en los folletines: “[...] un ligero vellón o cosa así han bastado para que encarnizados enemigos se reconocieran como padre e hijo y como tales se abrazaran. De esto están llenas las historias”. En un momento de la carta, el tío de Isidora aconseja a su sobrina sobre una serie de cuestiones a tener muy presentes en el momento de ser reconocida como marquesa de Aransis: “Los consejos a la sobrina son como del propio Alonso Quijano y se refieren a temas Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 277 semejantes a alguno de los de Don Quijote a Sancho: cómo debe vestir, conducirse en sociedad y en la vida conyugal, etcétera” (Gullón: p. 58). 1. “No dejes que se te vaya la mano en el gastar”. 2. “Cásate con persona de tu condición o superior”. Don Quijote da el mismo consejo a su escudero: “Si acaso enviudares (cosa que puede suceder), y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla...”. 3. “No seas vanidosa ni excesivamente humilde. Da limosna. El término medio implica la virtud de la justicia”. Cuando el canónigo formula este consejo lo hace con la idea de que su sobrina se aleje de la soberbia que caracteriza a la aristocracia, pero esta huida no puede desembocar en la desaparición de clases: “Dicen que la sociedad camina a pasos de gigante a igualarse toda, a la desaparición de clases; dicen que esos tabique que separan a la Humanidad en compartimientos, caen a golpes de martillo. Yo no lo creo. Siempre habrá clases”. La igualdad no como fin de las clases sociales, sino como atención a los desfavorecidos y abandono de la tiranía propia de quienes tienen el poder. Por eso, como siempre habrá diferencias sociales, Isidora ha de cumplir con los cometidos que se han estipulado para quienes ostentan su estado. Uno de ellos es el de dar limosna porque “los pobres y necesitados tienen a los ricos por providencia intermedia entre la Providencia grande y su miseria”. Don Quijote también hace hincapié en la virtud de la igualdad. En este sentido, aconseja a su escudero que procure “descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre”. Y en lo tocante a la consideración hacia el desfavorecido, le dice a Sancho: “Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico”. 4. Oculta tus orígenes: “Que no se conozca nunca que has sido pobre, pues si descubres por entre tus sedas el paño burdo de tus primeros años, habrá tontos que se rían de ti”. Don Quijote también trata de los orígenes, pero con una opinión contraria a la del canónigo: aconseja a Sancho que haga gala de la humildad de su linaje, “y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguna se podrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. 5. Aprende aquello que no has podido y que es necesario para la gente de tu condición: “Muéstrate al principio circunspecta y callada […] Dedícate a observar lo que hacen los demás para aprenderlo”. Don Quijote dice a Sancho: “Si trujeres a tu mujer contigo [...] enséñala, doctrínala, y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta”. Este consejo es comparable al de Quijano-Quijada en la medida que este y el hidalgo consideran el dominio de ciertas destrezas como un elemento identificador de una condición. Don Quijote, cuando instruye a Sancho, le muestra una serie de conocimientos que por sus orígenes no ha podido adquirir, lo está, en palabras del hidalgo, “desbastando”. VIII Congreso Galdosiano 278 6. “Distínguete del resto pero no humilles a nadie”. 7. En el vestir, huye de la vulgaridad y de la singularidad: “Hay un término medio en el que tiene cabida algo personalísimo que no puedan imitar los demás”. En El Quijote, el hidalgo enseña a su escudero que no debe andar desceñido ni flojo: “que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería...” y le dicta qué debe llevar: “calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo; greguescos, ni por pienso; que no les está bien ni a los caballeros ni a los gobernadores”. Los consejos sobre el vestuario de uno y otro difieren por cuanto con Isidora partimos del conocimiento implícito que tiene ella sobre cómo ha de vestir una persona de su pretendida categoría. Este dominio proviene de la consideración que hacia sus orígenes tiene. Isidora no parte de la pobreza para adquirir el título de noble. Su camino (al menos el que traza en sus fantasías) no comienza en este estado, sino que parte de la aristocracia, sucumbe en la penuria por circunstancias del destino y ha de concluir nuevamente en la alta alcurnia. Sancho, por su parte, es consciente de su origen villano y necesita conocer mucho del nuevo entorno en el que va a vivir como gobernador. Los consejos tienen un perfil común en las cuestiones abordadas, aunque difieran en la naturaleza de los receptores: Sancho tiene una ligera noción de lo que hace un gobernador, pero nunca ha tenido medios ni capacidad para comprobarlo; Isidora, en cambio, tiene bien claro cómo se ha de desenvolver en su papel de marquesa y ha tenido, lo contrario que el escudero, la posibilidad de informarse de primera mano, aunque las fuentes no hayan sido las más adecuadas: la literatura de folletines. 8. Preocúpate por las cuestiones relativas al arte culinario ya que una “buena mesa es cosa que enaltezca al rico y pone, por decirlo así, el sello a su grandeza”. Vigila por los comensales que invitas. “Adopta la cocina francesa” y, de vez en cuando, en contadas ocasiones, la española. Los consejos de don Quijote a Sancho en el apartado culinario se refieren básicamente a normas de comportamiento: “No comas ajos y cebollas... Come poco y cena más poco... Sé templado en el beber... Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie...”. Al igual que en el consejo anterior, Sancho requiere de una formación básica que con Isidora no hace falta. Esta es de condición humilde pero actúa como si no lo fuese. A lo largo de toda la novela, la protagonista se ejercita en muchas industrias que luego, cuando sea marquesa, deberá poner en marcha. Cabe sostener, pues, que Isidora ya sabe cómo hay que comer. Esta circunstancia no se da en Sancho, quien, como todos los de su condición, carece de los modales imprescindibles para sentarse a una mesa. 9. Sé buena católica: “Cumple con los preceptos de la Iglesia sin el afán propio de los beatos. Cuídate de los señores de hábito negro”. Don Quijote también aconseja a su escudero sobre este tema. Así, el primer consejo que le da es que ha de temer a Dios “porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada”. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 279 En suma, los consejos de ambos personajes están destinados a quienes han de ocupar de forma inminente una posición social superior a la que tienen. Es en este sentido, como hemos podido comprobar, cuando se aprecia la similitud en los temas que tratan. Intertextualidad en segundo grado. 1. Sanguijelera: Representa, junto con personajes como doña Laura, la esposa de don José Relimpio, uno de los lados “cuerdos” de una historia protagonizada por alguien que no lo es del todo. La tía de Isidora es quien da al lector el primer aviso del problema que afecta a su sobrina. Sus advertencias la convierten en el Sancho Panza de la novela, sobre todo cuando hace uso de los refranes. En el capítulo III, por ejemplo, cuando le echa en cara a Isidora sus altos vuelos y ataca al padre de esta por ser el responsable de la actitud de su sobrina, sentencia la cuestión con un “de mala cepa no puede venir buen sarmiento”. Como el escudero de don Quijote, es analfabeta y su conocimiento del mundo proviene de su experiencia, que le hace ser pragmática donde otros (Isidora o el hidalgo manchego) son teóricos. Pero Sancho evoluciona en El Quijote y termina sosteniendo tesis propias de la caballería (cree a pies juntillas que lo que le ocurre con los duques, por ejemplo, es real y no una burla); a la Sanguijelera esto no le ocurrirá, por lo que, bien mirado, en realidad representa, con respecto al Quijote, todas las fuerzas opuestas al mundo caballeresco que encarna el hidalgo: la Sanguijelera es, a la vez, ama y sobrina, cura y barbero y, en buena medida, como ya hemos apuntado, el escudero Sancho Panza... 2. Augusto Miquis: Su padre es del Toboso, circunstancia que ya de por sí nos remite a la novela cervantina: “Nació en una aldea tan célebre en el mundo como Babilonia o Atenas, aunque en ella no ha pasado nunca nada: el Toboso” (capítulo 4). Las razones de la fama de la aldea están de más que las destaquemos. Augusto Miquis es, por decirlo de algún modo, el Sansón Carrasco de La desheredada. Estará presente en toda la novela (como el bachiller en toda la segunda parte) y su presencia quedará supeditada a la reconducción de Isidora por la vía adecuada. La relación que mantienen fluctúa entre el amor, al principio; la solidaridad, el afecto, la indiferencia... Son números estados de ánimo los que consolidan y disuelven la relación de estos personajes y sólo desde la distancia es desde donde se logra que haya cierta firmeza. Miquis intenta lograr el amor de Isidora, pero esta, más preocupada por otras cuestiones, entiende que no es el futuro doctor Miquis alguien propio para su condición. La separación que la indiferencia deja al amor queda suplida por la perpetua voluntad de Miquis por atender a Isidora. Cuando lo relacionamos con Sansón Carrasco lo hacemos bajo el parámetro de la noble voluntad que lo vincula a Isidora. Los mismo le ocurre al Bachiller, que se une al devenir de don Quijote desde el mismo comienzo de la segunda parte (una noble voluntad que se relaciona con la admiración que le inspira un personaje como su vecino) y del propósito benefactor que le mueve a vestirse de Caballero de los Espejos (capítulos XIII, XIV y XV) con el fin de redimir al hidalgo de sus propósitos caballerescos. Cierto es que es la venganza por verse humillado en el combate como Caballero de los Espejos lo que le mueve a planear un segundo intento, ahora como Caballero de la Blanca Luna (“Eso os cumple respondió Sansón, porque pensar que yo he de volver a la mía, hasta haber molido a palos a don Quijote, es pensar en lo escusado; y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos”, VIII Congreso Galdosiano 280 capítulo XV), pero no es menos cierto que su posterior victoria sobre don Quijote no se formaliza con crueldad, sino con el sostenimiento del principio inicial que le llevó a disfrazarse de homólogo de don Quijote. El fin del Caballero de los Espejos y del Caballero de la Blanca Luna es el mismo y es un fin que rezuma humanidad, aunque entre uno y otro haya habido por medio ciertos malos pensamientos: “Sabed, señor, que a mí me llaman el bachiller Sansón Carrasco; soy del mesmo lugar de don Quijote de la Mancha, cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima todos cuantos le conocemos, y entre los que más se la han tenido he sido yo; y, creyendo que está su salud en su reposo y en que se esté en su tierra y en su casa, di traza para hacerle estar en ella; y así, habrá tres meses que le salí al camino como caballero andante, llamándome el Caballero de los Espejos, con intención de pelear con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo por condición de nuestra pelea que el vencido quedase a discreción del vencedor; y lo que yo pensaba pedirle, porque ya le juzgaba por vencido, era que se volviese a su lugar y que no saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podría ser curado; pero la suerte lo ordenó de otra manera, porque él me venció a mí y me derribó del caballo, y así, no tuvo efecto mi pensamiento: él prosiguió su camino, y yo me volví, vencido, corrido y molido de la caída, que fue además peligrosa; pero no por esto se me quitó el deseo de volver a buscarle y a vencerle, como hoy se ha visto. Y como él es tan puntual en guardar las órdenes de la andante caballería, sin duda alguna guardará la que le he dado, en cumplimiento de su palabra. Esto es, señor, lo [que] pasa, sin que tenga que deciros otra cosa alguna; suplícoos no me descubráis ni le digáis a don Quijote quién soy, porque tengan efecto los buenos pensamientos míos y vuelva a cobrar su juicio un hombre que le tiene bonísimo, como le dejen las sandeces de la caballería” (capítulo LXV). Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 281 BIBLIOGRAFÍA CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós. 1974, Madrid, Gredos, 4ª ed. CERVANTES SAAVEDRA, M., El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. 1992, Madrid, Austral, 37ª edición. CHEVALIER, M., “La Diana de Montemayor y su público en la España del siglo XVI” en Creación y público en la Literatura española. Edición a cargo de Botrel, J. F., y Salaün, S., 1974, Madrid, Castalia. CORREA, G., Realidad, ficción y símbolo en las novelas de Pérez Galdós. Ensayo de estética realista. 1977, Madrid, Gredos. GILMAN, S., Galdós y el arte de la novela europea. 1867-1887. 1985, Madrid, Taurus. GULLÓN, R., Galdós, novelista moderno. 1973, Madrid, Gredos, 3ª edición. MONTESINOS, J., Galdós. 1980, Volumen 2, Madrid, Castalia. PÉREZ GALDÓS, B., La desheredada. Edición, introducción y notas de Miralles, E., 1992, Barcelona, Planeta. RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS, J., Introducción a la edición de El caballero encantado (Cuento real... inverosímil), de Pérez Galdós, B., 1977, Madrid, Cátedra, p. 21. SANTANA SANJURJO, V., “Galdós: cervantista en La desheredada” en el suplemento “El Cultural” de La Provincia. 6 de febrero de 1997. p. V/37. — “Relaciones intertextuales entre los consejos de don Quijote a Sancho y de Santiago Quijano-Quijada a su sobrina Isidora Rufete” en Cervantófila teldesiana. 1998, Telde, Ayuntamiento. pp. 143-165. — “El paratexto de Ninfas y pastores de Henares”, publicado en Humanismo y tradición clásica en España y América. Tomo II. Volumen editado por Nieto Ibáñez, J. Mª., 2004, León, Universidad-Servicio de Publicaciones, pp. 271-332. VIII Congreso Galdosiano 282 NOTAS 1 Hemos elaborado una pequeña lista de sugerencias bibliográficas sobre las relaciones entre Cervantes y Galdós que, aun cuando somos conscientes de su insuficiencia, valoramos como bastante representativa del tema: Benítez, Rubén: Cervantes en Galdós (Literatura e Intertextualidad). Murcia: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1990; Benítez, Rubén: "Génesis del cervantismo de Galdós (1865-1876)". En A Sesquicentennial Tribute to Galdós 1843-1993. Newark, DE: Juan de la Cuesta, 1993, pp. 344-360; Retortillo, Pilar: "Cervantes en Galdós: la primera serie de los Episodios Nacionales". Actas IIICIAC (1993), pp. 139-148; Caminals Heath, Roser: "The Madman in Spanish Literature: Cervantes and Pérez Galdós". MidHudson Language Studies, 8 (1985), pp. 53-62; Cardona, Rodolfo: "Cervantes y Galdós". Letras de Deusto, 4 [8] (1974), pp. 189-205; Correa, Gustavo: "Tradición mística y cervantismo en las novelas de Galdós, 1890-1897". Hispania, 53 (1970), pp. 842-851; Dolgin, Stacey L.: "Nazarín: A Tribute to Galdós' Indebtedness to Cervantes". Hispano, 33 (1989), pp. 17-22; Dolgin, Stacey L.: "Nazarín and Galdós's Point of View". South Atlantic Review, 55 [1] (1990), pp. 93-102; Dowdle, Harold L.: "Galdos' Use of Quijote Motifs in Ángel Guerra". Anales Galdosianos, 20 (1985), pp. 113-122; Goldman, Peter B. "Galdós and Cervantes: Two Articles and a Fragment". Anales Galdosianos, 6 (1971), pp. 99-106; Gómez Quintero, Ela R.: "Cervantismo en Galdós". En Actas del Tercer Congreso de Hispanistas de Asia (1993), Hiroto Ueda, ed., pp. 560-566; Green, Otis H.: "Two Deaths: Don Quijote and Marianela". Anales Galdosianos, 2 (1967), pp. 131-134; Herman, J. Chalmers: "Galdós' Expressed Appreciation for Don Quijote". MLJ, 36 [1] (1952), p. 3134; Herman, J. Chalmers: "Quotations and Locutions from Don Quijote in Galdós". Hispania, 36 (1953), pp. 177-181; Herman, J. Chalmers: "Don Quijote" and the Novels of Pérez Galdós. Ada: East Central Oklahoma State College, 1955, p. 66; Latorre, Mariano: "Cervantes y Galdós (anotaciones para un ensayo)". Atenea, 34 [268] (1947), pp. 11- 40; Obaid, Antonio H.: "La Mancha en los Episodios Nacionales de Galdós". Hispania, 41 (1958), pp. 42-47; Obaid, Antonio H.: "Galdós y Cervantes". Hispania, 41 (1958), pp. 269-273; Obaid, Antonio H.: "Sancho Panza en los Episodios Nacionales de Galdós". Hispania, 42 (1959), pp. 199-204; Pamp, Diana: "Cervantes en los Episodios Nacionales de Galdós: Resonancias y analogías". En Cervantes: Su obra y su mundo (1981), M. Criado de Val, ed., pp. 1043-1045; Pascual Pérez, Carolina: "Don Quijote y Don Juan en Tristana de Galdós". En Actas del Congreso sobre José Zorrilla: una nueva lectura (1995), Javier Blasco Pascual et alii, ed., pp. 453-460; Pedraz García, Margarita: La influencia del "Quijote" en la obra de Pérez Galdós. Madrid: Imp. Veloz, 1971, p. 166; Pérez de Ayala, Ramón: "Cervantes y Galdós". Lectura (Madrid), 20 (1920), pp. 67-68; Rodríguez Chicharro, César: "La huella del Quijote en las novelas de Galdós". La Palabra y el Hombre, n. 38 (1966), pp. 223-263; Smith, Alan: "La imaginación galdosiana y cervantina". En Textos y contextos de Galdós. Actas del Simposio Centenario de Fortunata y Jacinta. John W. Kronik y Harriet S. Turner, ed. Madrid: Castalia, 1994, pp. 163-167; Smith, Paul C.: "Cervantes and Galdós: The Duques and Ido del Sagrario". RomN, 8 (1966), pp. 47-50. 2 Sobre la ficcionalización de la historiografía de la conquista hay una interesante bibliografía compuesta por títulos como: Esteve Barba, Francisco: Historiografía indiana. Madrid: Gredos, 1992; Jaimes, Héctor: La reescritura de la historia en el ensayo hispanoamericano. Madrid: Fundamentos, 2001; Leonard, Irving: Los libros del Conquistador. México: Fondo de Cultura Económica, 1953; Lozano, Jorge: El discurso historiográfico. Madrid: Alianza, 1987; Morales Padrón, Francisco: Historia del Descubrimiento y Conquista de América. Madrid: Editora Nacional, 1981; O’Gorman, Edmundo: La invención de América. México: Fondo de Cultura Económica, 1958; Pupo-Walker, Enrique: La vocación literaria del pensamiento histórico en América. Madrid: Gredos, 1982; etc. En la actualidad estamos trabajando en esta cuestión, no con la intensidad que nos gustaría, y hemos podido constatar, al menos en lo que respecta al Reino de Chile, la Araucania, cómo los intereses militares (y por extensión los financieros y los políticos) de los conquistadores movieron a desfigurar los hechos objetivos por otros ficcionales cuya base libresca, en muchos casos y con diferente gradación, estaba en las novelas de caballería. Para Chevalier, las novelas de caballería eran las lecturas predilectas de los caballeros, de los que, según los inventarios de bibliotecas particulares de nuestro período, compraban y leían obras de entretenimiento. Recuérdese que son los caballeros quienes hacen la guerra, no los cortesanos (aficionados en el siglo XVI a las cuitas de las novelas pastoriles) [1974: 4243]. 3 Hemos decidido fijar con numeración arábiga los capítulos de La desheredada y con numeración romana los del Quijote con el fin de evitar cualquier atisbo de confusión. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 283 4 El concepto de paratextualidad, heredado del término de Genette, ha sido desarrollado en nuestro «El paratexto de Ninfas y pastores de Henares». Básicamente, la idea del término abarca todos aquellos aspectos no-textuales de una obra y que aportan una información adicional a su conocimiento: portada, distribución de la materia novelada, cuestiones de imprenta y edición del texto, etc. 5 Correa apunta la posibilidad de que Galdós tuviese presente, en esta intervención de Isidora, la novela de Cervantes La fuerza de la sangre [72, nota 1]. La “llamada del origen” como prueba de reconocimiento es una fórmula muy arraigada en la literatura universal. El reencuentro de lo perdido por el destino crea en el espectador, en este caso el lector, un sentimiento de purificación. El lector de La desheredada ha sido partícipe de una tensión argumental en la que Isidora era la heroína que debía luchar porque la fuerza de su sangre se impusiese a los dictámenes del destino. En el fondo, cabría esperar (porque así parece demandarlo la tradición literaria cuando trata este tema) que el final fuese el que suele tener este tipo de obras; pero Galdós, cuando decide que el desenlace de la novela no sea el previsto, hace que la utilización del tópico literario sucumba bajo otro tipo de intereses y con ellos las expectativas de los lectores. Si la utilización de un tema tradicional, con su correspondiente respuesta tradicional, se aleja de la línea marcada, la respuesta que cabe esperar necesariamente ha de ser otra. Esto sólo se produce por un hecho fundamental: las intenciones catárticas de la tradición no coinciden con las de Galdós: la primera busca eso, la liberación de una tensión acumulada; el autor canario, por su parte, busca el final desagradable, no como pretensión naturalista, sino como efecto propio de sus aspiraciones pedagógicas.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada |
Autor principal | Victoriano Santana Sanjurjo |
Entidad | Casa-Museo Pérez Galdós |
Publicación fuente | Actas del octavo congreso internacional de estudios Galdosianos |
Numeración | Congreso 08 |
Sección | Sección 1. Galdós y Cervantes |
Tipo de documento | Actas de congreso |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2005 |
Páginas | p. 268-283 |
Materias | Pérez Galdós, Benito (1843-1920) ; Crítica e interpretación |
Enlaces relacionados | Casa Museo Pérez Galdós: http://www.casamuseoperezgaldos.com Benito Pérez Galdós en la Biblioteca virtual de Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/galdos/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 89564 Bytes |
Texto | 268 UN GALDOSIANO ESPEJO CERVANTINO: LA DESHEREDADA Victoriano Santana Sanjurjo A Inma [M.C.] M.T. Galdós cervantisita Las constantes referencias que se perciben entre La desheredada galdosiana (1881) y El Quijote cervantino (1605-1615) se han resaltado siempre como una irrefutable prueba de la profunda vinculación literaria que hay entre la escritura del canario y la del alcalaíno. Esta cuestión ha sido objeto de estudio en numerosas ocasiones,1 por lo que, dadas las características de este trabajo, vamos a omitir cualquier incursión en este asunto salvo en lo tocante a las novelas sobre las que sustentamos nuestra comunicación. Nos permitiremos, eso sí, para ilustrar un poco la señalada relación, dos interesantes citas: una de Gullón y otra de Rodríguez-Puértolas. [...] El parentesco entre ambos escritores es incluso demasiado evidente; como si aquél hubiera querido declarar tácitamente, paradójicamente, su admiración por el autor del Quijote y, de modo concreto, por esta genial invención de la mente cervantina. La forma de narrar, la de concebir los personajes y la estructura de las novelas están, en buena parte, aprendidas en Cervantes [...] (Gullón: pp. 57-58). [...] Mas la narrativa galdosiana tiene mucho que ver, además, con Cervantes. Así, el humor y la ironía, el perspectivismo como forma de estudio de la realidad, la relación dialéctica entre Naturaleza y ser humano, el amor como fuerza vitalista y cósmica... Y también, la llamada doctrina del error cervantina, representada en unos personajes que son destruidos como consecuencia de haber infringido un orden natural no comprendido como tal hasta que ya es demasiado tarde (Rodríguez-Puértolas: p. 21). El tema En Cervantes y Galdós hay un principio de acción que justifica el fin de sus creaciones: la enmienda de aquellas actitudes que merman las expectativas futuras de una sociedad. El alcalaíno desea eliminar, “poner en aborrecimiento”, las disparatadas historias de los libros de caballerías. Así lo declara explícitamente en El Quijote en numerosas ocasiones y así hemos de aceptar su propósito, aunque luego intuyamos que hay otras intenciones. Esta declaración se formula bajo el convencimiento de que el día a día de una nación no puede verse influido por los falsos quehaceres de una literatura de masas cuyos estereotipos se están exportando en ocasiones a cuestiones tan decisivas como la administración del Estado, las campañas militares, etc. El primer siglo de vida americana a los ojos de Europa, el siglo XVI, fue un buen ejemplo de cómo algunos pasajes de las novelas de caballería han dejado de ser meros extractos literarios para convertirse en acontecimientos históricos.2 Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 269 A Galdós también le mueve un afán regenerador que, de alguna manera, tiene su sustento en un fallo generacional a la hora de percibir la realidad española. El carácter de transmisión genética de los desórdenes mentales (de Tomás Rufete, padre, a Isidora Rufete, hija), que es característico del Naturalismo, puede verse como una metáfora del error histórico que se pasa de generación en generación. El último capítulo de La desheredada, el 37,3 se titula “Moraleja”. Es el más breve del libro, el que da sentido a la obra en su conjunto y el que, de alguna manera, liga a esta novela con los propósitos de la cervantina: “Si sentís anhelo de llegar a una difícil y escabrosa altura, no os fiéis de las alas postizas. Procurad echarlas naturales, y en caso de que no lo consigáis, pues hay infinitos ejemplos que confirman la negativa, lo mejor, creedme, lo mejor será que toméis una escalera”. Con esta sugerencia, tiende el autor canario su mano a la Educación y a ella le confiere la misión de preparar al individuo para acceder (de manera simbólica, claro) a las más difíciles y escabrosas alturas con la debida seguridad. Los pedestales de una sociedad sólo pueden construirse con la firmeza de la ciencia y la experiencia de la historia. Se avanza cuando se crea sobre la razón; lo que se recrea, la invención, la apariencia… sólo son escalones falsos que terminan por hacer caer a quien por ellos transita. Elementos paratextuales Dentro de lo que puede ser un estudio comparativo entre La desheredada y El Quijote, hay unas primeras marcas que conviene que no pasemos por alto: son aquellas que denominamos bajo el nombre genérico de paratextualidad.4 De entrada, tenemos que ambas novelas se dividen en dos partes: en el caso de la cervantina, la trama se divide en dos tomos y diez años de distancia entre uno y otro; en la novela galdosiana, ambas partes aparecen en el mismo volumen. Sea de una u otra manera, ambas disposiciones conllevan un fin común: las dos primeras partes reflejan la exaltación y exposición del conflicto que genera la distorsión de la realidad y las dos segundas partes muestran cómo paulatinamente los momentos de ofuscación de la primera se van disipando y el sustento del idealismo inicial no proviene tanto de la percepción de los personajes principales como de la influencia del entorno. Los personajes que actúan de manera irracional en la primera parte se van haciendo más racionales hasta terminar por alejarse de la noción completa que les ha guiado a lo largo de su devenir literario: don Quijote recupera la cordura (lo contrario de lo que hasta ahora era su estado normal) e Isidora Rufete termina prostituyéndose (lo contrario de lo que se suponía estaba destinado a ser su vida como heredera del Marquesado de Aransis). En las primeras partes de las dos novelas, las acciones de sus personajes poseen el sustento de sus creencias (la base libresca de su locura, las justificaciones de las consecuencias que conllevan sus actos, la apelación al destino que les ha tocado vivir como razón de su estado, etc.); en las segundas partes, las creencias no se diluyen, sino que se transforman y la realidad pasa a ser un complemento adicional a la fantasía que les mantiene (en las primeras partes no era una adición, sino una sustitución). El título, otro aspecto paratextual, también nos permite establecer ciertas relaciones semánticas entre ambas obras. Dos vocablos presiden el nombre de las novelas: “hidalgo” y “desheredada”. Don Quijote es un hidalgo, un “hijodealgo”, un cristiano viejo que conserva ciertas posesiones que con toda probabilidad han sido heredadas de sus antecesores. Como hidalgo y cristiano viejo, el trabajo físico le está socialmente vetado y su locura proviene de la abundancia de horas de ocio en las que se entrega a la lectura desproporcionada de obras adscritas al género caballeresca. Isidora, en toda la novela, se mantiene como la “heredera”, VIII Congreso Galdosiano 270 la que posee unos derechos dinásticos que las circunstancias vitales le han privado momentáneamente. Posee ficticiamente unos antecesores conocidos (la marquesa de Aransis y su familia) que justifican su convicción de heredera. En ambos personajes, la transmisión patrimonial se convierte en eje de una condición de vida que reflejan en sus acciones: don Quijote e Isidora se consideran nobles y ello les mueve a actuar de una manera determinada. Recuérdese que Isidora nunca llegará a tener la noción plena de haber sido “desheredada”; cierto es que perderá parámetros morales que pueden afear su futuro marquesado (ser hermana de un asesino, pedir dinero o ser mantenida por otro hombre, terminar prostituyéndose…), pero sabe que el acceso a la condición de noble le permitirá taparlos. Elementos intertextuales Intertextualidad en primer grado La relación entre La desheredada y El Quijote queda establecida a partir de dos niveles de vinculación: uno directo, que nosotros hemos denominado de “primer grado” y otro indirecto o de “segundo grado”. El primero se aprecia con la reproducción de anécdotas y circunstancias en la obra galdosiana que recuerdan sin titubeos de ninguna clase a otras aparecidas en el texto cervantino: las características que afecta a Tomás e Isidora Rufete o los consejos del tío canónigo sobre los que nos ocuparemos más adelante. El segundo grado es más difuso porque aparece en un sin fin de pequeños aspectos diluidos en la mayoría de los casos dentro de la trama novelesca. 1. Tomás e Isidora Rufete: Tomás Rufete, el padre de Isidora y Pecado, es el primer gran personaje quijotesco de la novela y el que, al menos a nuestro juicio, más concentra, en un pequeño espacio narrativo, las particularidades del hidalgo manchego. Como don Quijote, la lectura de decretos, discursos, documentos administrativos… durante su vida laboral como empleado de imprenta termina enloqueciéndolo cuando lo dejan cesante y le llevan a tomar la personalidad de un hombre entregado al bien ajeno. Rufete posee delirios de gobernante, es un hombre de leyes que vela por el bien de la nación. Cierto es que está loco y que sus actos así lo delatan, pero ello no excluye el propósito benefactor que encierra su locura. Lo mismo le ocurre a don Quijote: el afán de hacer justicia, de deshacer agravios, velar por las viudas y doncellas, proteger a los más necesitados, es el que le mueve a emprender su vida caballeresca. Se pasa las noches, como el hidalgo, de turbio en turbio, hablando con el chorro del agua, discutiendo con él sobre cuestiones de Estado. Su muerte lo vincula nuevamente con el personaje principal del Quijote. Si el hidalgo recupera la cordura hacia el final del libro, Rufete, antes de morir, se da cuenta de que está en el manicomio de Leganés. Tratan de hacerle desistir de la idea aunque sin resultado (trasunto similar a los ánimos del escudero cuando dice a su señor que no se deje morir —capítulo LXXIV). La momentánea lucidez de Tomás le lleva a besar la mano del cura en un ejercicio de confesión y, en un último esfuerzo, llama la atención sobre tres personas: “mis hijos… la marquesa…”. Los últimos trazos de cordura son para sus hijos y para quien, según él y el tío canónigo, debía reconocerlos. Tomás sabe que va a morir, es consciente del lugar donde está, ha recibido indirectamente la extremaunción con el beso al cura (su adhesión a Dios) y le resta algo muy importante en ese momento de tránsito: aclarar lo de la marquesa… Creemos que su intención era contarlo, pero se cruzó por medio el último suspiro de vida y la verdad se disipó Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 271 para siempre. Galdós deja en alto esta explicación porque es consciente de que su exposición conllevaría el fin de la novela. El fin de ambos personajes (Tomás y don Quijote) es similar: vuelven de la locura instantáneamente, son conscientes de su final y expresan su voluntad de acceder a Dios, pero mientras uno tiene tiempo de hacer testamento, al otro se le ha vetado la posibilidad de poner luz sobre el asunto de la marquesa. Isidora Rufete es el segundo gran personaje de la novela donde más se percibe la influencia del hidalgo manchego. El primer atisbo del pie que cojea nos lo da su tía en el capítulo III. Isidora cuenta a la Sanguijelera que su tío le ha contado “todo”: “Usted se hace de nuevas, tía; usted me oculta lo que sabe... No se haga usted la tonta. ¿Es la primera vez que una señora principal tiene un hijo, dos, tres, y viéndose en la precisión de ocultarlos por motivos de familia, les da a criar a cualquier pobre, y ellos se crían y crecen y viven inocentes de su buen nacimiento, hasta que de repente un día, el día que menos se piensa, se acaban las farsas, se presentan los verdaderos padres?... Eso, ¿no se está viendo todos los días?”. La tía responde: “En sesenta y ocho años no lo he visto nunca... Me parece que tú te has hartado de leer esos librotes que llaman novelas. ¡Cuánto mejor es no saber leer! Mírate en mi espejo. No conozco una letra... ni falta. Para mentiras, bastantes entran por las orejas... Pero acábame el cuento. Salimos con que sois hijos del Nuncio, con que una señorita principal os dio a criar, y desapareció...”. Esta referencia explícita a la lectura como causante de una percepción distinta de la realidad es lo más próximo al Quijote que se puede estar. La propia Isidora, en el capítulo 7, confirmará esta circunstancia: “No es caso nuevo ni mucho menos decía. Los libros están llenos de casos semejantes. ¡Yo he leído mi propia historia tantas veces...! ¿Y qué cosa hay más linda que cuando nos pintan una joven pobrecita, muy pobrecita, que vive en una buhardilla y trabaja para mantenerse; y esa joven, que es bonita como los ángeles y, por supuesto, honrada, más honrada que los ángeles, llora mucho y padece, porque unos pícaros la quieren infamar; y luego, en cierto día, se para una gran carretela en la puerta, y sube una señora marquesa muy guapa, y ve a la joven, y hablan, y se explican, y lloran mucho las dos, viniendo a resultar que la muchacha es hija de la marquesa, que la tuvo de un cierto conde calavera? Por lo cual de repente cambia de posición la niña, y habita palacios, y se casa con un joven que ya, en los tiempos de su pobreza, la pretendía, y ella le amaba... Pero ha concluido la misa. ¿Pies, para qué os quiero?”. La relación con la novela cervantina adquiere en estos pasajes uno de sus puntos más álgidos, aunque hay un matiz que, con ser importante, no desmerece nunca esta base intertextual: a don Quijote le vuelve loco la lectura de novelas de caballería; a Isidora, en cambio, la lectura no se convierte para ella en el elemento causante de su transformación de la realidad (de eso ya se han encargado su padre y el canónigo), sino que es el instrumento que le permite confirmar esa realidad infundida. Don Quijote e Isidora ven en los libros de ficción auténticos documentos históricos, testimonios veraces… y depositan en ellos toda su confianza. A Isidora, como a su padre y a don Quijote, le afecta el insomnio. Este le hace fantasear en la vigilia y recrear de forma imaginativa acontecimientos que podían llegar a ocurrir. Se trata de la segunda vida a la que alude el propio narrador de La desheredada en el capítulo 4: “Salvo algunas ligeras neuralgias de cabeza, Isidora gozaba de excelente salud. Tan sólo era molestada de frecuentes y penosos insomnios, que a veces la hacían pasar de claro en claro las noches. La causa de esto parecía ser como una sed de su espíritu, que se fomentaba, sin VIII Congreso Galdosiano 272 aplacarse, de audaces previsiones de lo futuro, de un perpetuo imaginar hechos que pasarían, que tendrían que pasar, que no podían menos de tomar su puesto en las infalibles series de la realidad. Era una segunda vida encajada en la vida fisiológica y que se desarrollaba potente, construida por la imaginación, sin que faltase una pieza, ni un cabo, ni un accesorio. En aquella segunda vida, Isidora se lo encontraba todo completo, sucesos y personas. Intervenía en aquellos, hablaba con estas. Las funciones diversas de la vida se cumplían detalladamente, y había maternidad, amistades, sociedad, viajes, todo ello destacándose sobre un fondo de bienestar, opulencia y lujo. Pasar de esta vida apócrifa a la primera auténtica, érale menos fácil de lo que parece. Era necesario que las de Relimpio, con quienes vivía, le hablasen de cosas comunes, que fuese muy grande el trabajo y empezase muy temprano el ruido de la maquina de coser, o que su padrino, el bondadosísimo don José de Relimpio, le contase algo de su vida pasada. Como estuviera sola, Isidora se entregaba maquinalmente, sin notarlo, sin quererlo, sin pensar siquiera en la posibilidad de evitarlo, al enfermizo trabajo de la fabricación mental de su segunda vida”. En el capítulo siguiente, también hay una referencia a esta circunstancia: “Se acostó, no para dormir, sino para seguir dando vida ficticia en el horno siempre encendido de su imaginación a la visita del día siguiente y a las consecuencias de la visita. El marqués de Saldeoro entraba; ella le recibía medio muerta de emoción, le hablaba temblando; él le respondía finísimo. ¡Y qué claramente le veía! Ella rebuscaba las palabras más propias, cuidando mucho de no decir un disparate por donde se viniera a conocer que acababa de llegar de un pueblo de la Mancha... Él era el más cumplido caballero del mundo... Ella se mostraba muy agradecida... Él dejaría su sombrero en un sillón... Ella tendría cuidado de ver si alguna silla estaba derrengada, no fuera que en lo mejor de la visita hubiera una catástrofe... Él había de dirigirle alguna galantería discreta... Ella tenía que prever todas las frases de él para prepararse y tener dispuestas ingeniosas contestaciones... ¡Cielo santo!, y aún faltaba una larga noche y la mitad de un larguísimo día para que aquel desvarío fuera realidad...”. Isidora recrea mentalmente lo que va a pasar. Eso también es muy quijotesco. El hidalgo, por ejemplo, se considera a sí mismo “grande” porque en su imaginación se ha visto vencedor de batallas y gigantes (capítulo I de la primera parte). Isidora y don Quijote construyen una realidad paralela a la que viven y en ella se acomodan. Sólo así son capaces de dar sentido al personaje que representan. La locura en Isidora, la deformación de la realidad, es ante todo un hecho que se justifica desde una predisposición biológica a ello. Y eso, que es un rasgo propio del Naturalismo, lo es también de un personaje como don Alonso Quijano, el bueno. Aunque esto, en lo que se refiere a Isidora, tiene ciertos matices que viene a desbrozar. Don Quijote podía no haber enloquecido nunca después de leer sus libros, sólo una predisposición biológica al desvarío y la confluencia de una circunstancia (el exceso de lecturas) bastaron para que su trastorno se exteriorizara en determinadas acciones. Es cierto que Cervantes deja bien claro que las lecturas lo enloquecieron, pero esto sólo es válido en parte: muchos lectores de novelas de caballería no se volvían locos por su lectura, por muy aficionados que fuesen (Cervantes era un ejemplo). A Isidora le ocurre más o menos lo mismo: la lectura de folletines le permite solidificar una visión equivocada de la realidad impuesta en su entorno familiar. Su locura difiere sustancialmente de la de su padre, el auténtico desequilibrado: Tomás se vuelve un maniático (de estar cuerdo pasa a loco); a Isidora, en cambio, sólo le han deformado la realidad desde su más tierna infancia. Le han hecho creer verdades folletinescas. Su circunstancia biológica le impide adquirir la debida perspectiva sobre su situación real, he ahí el principio de su “locura”. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 273 Hay una serie de aspectos sobre Isidora en La desheredada que, como los apuntados, nos vuelven a remitir al Quijote y que nosotros hemos simplificado en la siguiente enumeración: Impertinencia: En el capítulo III, por ejemplo, Isidora, que parece no ser consciente del entorno en el que vive su hermano Mariano y su tía y las dificultades económicas que atraviesan todos, incluida ella, le pide a la Sanguijelera que su hermano vaya a la escuela. “Aquel trabajo es para mulos, no para criaturas. Yo quiero que mi hermano vaya a la escuela. / Y al colegio. / Eso es, al colegio replicó Isidora marcando sus afirmaciones con el puño sobre la endeble mesa. Yo lo quiero así..., y nada más”. Esta falta de sentido común recuerda a salidas de tono como la de don Quijote como la del capítulo IV de la primera parte, cuando detiene a una comitiva que transita por su mismo camino: “Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso”. Ambas acciones, improcedentes, traen consigo en sus actores una consecuencia no prevista. Bautizo del Marquesdo: En el capítulo IV, Isidora pasea con Miquis por Madrid y queda abrumada de la ciudad y, sobre todo, de la zona pudiente: la Castellana. El verse rodeada de personas tan principales le hace a ella asumir su condición de heredera con más vehemencia: “Pero Isidora, para quien aquel espectáculo, además de ser enteramente nuevo, tenía particulares seducciones, vio algo más de lo que vemos todos. Era la realización súbita de un presentimiento. Tanta grandeza no le era desconocida. Habíala soñado, la había visto, como ven los místicos el Cielo antes de morirse. Así la realidad se fantaseaba a sus ojos maravillados, tomando dimensiones y formas propias de la fiebre y del arte. La hermosura de los caballos y su grave paso y gallardas cabezadas, eran a sus ojos como a los del artista la inverosímil figura del hipogrifo. Los bustos de las damas, apareciendo entre el desfilar de cocheros tiesos y entre tanta cabeza de caballos, los variados matices de las sombrillas, las libreas, las pieles, producían ante su vista un efecto igual al que en cualquiera de nosotros produciría la contemplación de un magnífico fresco de apoteosis, donde hay ninfas, pegasos, nubes, carros triunfales y flotantes paños. ¡Qué gente aquella tan feliz! ¡Qué envidiable cosa aquel ir y venir en carruaje, viéndose, saludándose y comentándose! Era una gran recepción dentro de una sala de árboles, o un rigodón sobre ruedas. ¡Qué bonito mareo el que producían las dos filas encontradas, y el cruzamiento de perfiles marchando en dirección distinta! Los jinetes y las amazonas alegraban con su rápida aparición el hermoso tumulto; pero de cuando en cuando la presencia de un ridículo simón lo descomponía”. Como don Quijote cuando es armado caballero andante, Isidora siente en ese momento que ya forma parte de la aristocracia. Locura inveterada: Del mismo modo que don Quijote se agitaba cuando oía cualquier cosa relacionada con los libros de caballería, a Isidora, la sola mención de la casa de Aransis, la perturba: “Este bravo manchego se llamaba Matías Alonso y era conserje de la casa de Aransis. Al oír este nombre Isidora palideció, y el corazón saltó en el pecho. Su espontaneidad quiso decir algo; pero se contuvo asustada de las indiscreciones que podría cometer” (capítulo 4). Desamparo: Don Quijote atribuye a encantadores los males que le acontecen cuando lleva a cabo alguna aventura, Isidora apelará al desamparo de Dios: “¡Qué triste vida! decía para sí. La deshonra que ha echado Mariano sobre mí me impide reclamar por ahora nuestros derechos... Parece que Dios me desampara... […]” (capítulo 8). VIII Congreso Galdosiano 274 2. Santiago Quijano-Quijada: En los capítulos 18 de La desheredada (“Últimos consejos de mi tío el canónigo”, último capítulo de la primera parte de la novela) y XLII y XLIII de la Segunda parte del Quijote (centrados en los consejos que don Quijote da a Sancho Panza antes de que éste fuese gobernador de la Ínsula Barataria) se aprecia la intertextualidad más relevante entre la novela cervantina y la galdosiana. Como apunta Montesinos: “[...] La primera parte termina con una cruel ironía que hubiera hecho las delicias de Cervantes, no ajeno a la invención del capítulo: la aparición en espíritu de aquel don Santiago Quijano- Quijada, gran promotor de la tramoya de que es víctima la infeliz sobrina, pues él fomenta las ilusiones de la joven [...] La carta de éste a Isidora, evidente parodia de los consejos de don Quijote a Sancho para que se conduzca como debe en el gobierno de su ínsula, son una amarga ironía, que en aquéllos ocurre, pues conocemos ese documento después de la caída de la joven, cuando a todo lector se le alcanza que su ínsula va a ser el deshonor y la prostitución. Creo interesante mencionar este detalle que tan claro permite ver cómo al comenzar su segunda manera, Galdós se pone sin disimulo bajo el patrocinio de Cervantes” (p. 26). Galdós decide poner punto y final al crédito de Isidora ante los lectores en el capítulo 16, “Anagnórisis”. En este capítulo, cuando la verdadera marquesa de Aransis la rechaza y con ello desaparecen sus esperanzas de ser reconocida inmediatamente por la que durante toda su vida había sido considerada, al menos por ella, como su verdadera familia, Isidora Rufete ha quedado verdaderamente “desheredada” ante los lectores, pero no ante ella misma. Ha sido desposeída de forma instantánea de un derecho que, según ella, le era legítimo, pero no va a dejar de luchar por ellos. Cierto es que se ha llevado un golpe muy duro, pero no es menos cierto que seguirá con un proceso judicial que abarcará toda la segunda parte. Los ataques de su tía, la Sanguijelera (capítulo 2) vuelven a la memoria de los lectores y, recobrando toda su vigencia, terminan por inclinar la balanza hacia el descrédito del personaje. No creemos en la idea de una “muerte” de Isidora en los capítulos 16 y 18. Quien “muere” es la buena fe del lector ante la protagonista y quien asienta esta muerte es Galdós en el capítulo de los consejos del tío: “Y luego, cuando el lector se ha casi convencido de que la desalmada marquesa de Aransis [...] ha despedido injustamente a su nieta con el fanatismo y orgullo aristocrático, Galdós le desengaña con la chocante conclusión cervantina: “Últimos consejos de mi tío el canónigo”. Como la misma Isidora, el lector descubre que es víctima de una broma elaborada y cruel. Isidora ha sido educada en estos sueños de grandeza por su excéntrico tío, mientras que el autor provoca al lector (o al menos se lo permite) a identificarse sentimentalmente con una existencia perturbada” (Gilman: p. 116). De entrada, no estamos de acuerdo en la visión de la marquesa como una persona desalmada y no vemos que la despedida de su pretendida nieta haya sido injusta o provocada por el fanatismo y orgullo aristocrático. La marquesa de Aransis hace lo mismo que haríamos cualquiera de nosotros si alguien tratase de usurpar la identidad de algún ser querido nuestro del que tenemos la absoluta certeza de su muerte. Es humana su reacción y, por eso, no imprime Galdós, al menos a nuestro juicio, ningún tinte de crueldad a su personalidad. Al contrario, es la impertinencia de Isidora la que termina por hacer que los lectores pierdan el último atisbo de credibilidad hacia ella: las advertencias de su tía; la actitud despótica y clasista que muestra en su paseo por Madrid con Augusto Miquis o ante la familia que le acoge (exceptuando a don José Relimpio); la incapacidad de administrar los fondos económicos que recibe, de actuar con un mínimo de sentido común ante su situación… van dejando en el lector un poso de cierta aversión hacia Isidora. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 275 “Anagnórisis” es el tránsito definitivo hacia una confirmación absoluta de la falta de cordura de la hija de Tomás Rufete y Galdós, con los consejos del tío, no hace más que (a imagen de los epílogos de los académicos de la Argamasilla) burlarse de la situación que padece su personaje. El tío desconoce lo que le ha pasado a su sobrina; por eso, la lectura de la carta no es más que un sarcasmo que Isidora recibirá con el dolor aún latente de lo ocurrido con la marquesa. Su metafórico suicidio no es más que una consecuencia que el lector observa con el afecto ya distante hacia el personaje: “Una vez que Santiago Quijano-Quijada [...] ha asestado el golpe de gracia a nuestras esperanzas de un final feliz, parece que ya no hay ninguna razón para que siga la novela. De hecho, como ha descubierto Ana Fernández Seín en el manuscrito, una idea preliminar para el final de la primera parte fue el salto suicida de Isidora desde el recién construido Viaducto de la calle de Segovia. Semejante final había sido psicológicamente convincente, eminentemente naturalista y familiar a los lectores habituales de la prensa” (Gilman: p. 122). En la Segunda parte del Quijote, cuando el hidalgo da los consejos al inminente gobernador de la Ínsula Barataria, su escudero, el lector sabe que Sancho va a ser gobernador por escarnio de los duques, quienes ven en él la posibilidad de continuar con la burla que llevan días manteniendo a don Quijote y Sancho Panza. Por eso, los consejos del hidalgo, como los del canónigo Quijano-Quijada, pierden mucho valor ante el lector, porque sabemos que el fin de los mismos no es lo que provoca su origen, sino otro bien diferente. Ambos consejos son certeros en la medida que obedecen a una serie de reglas para dirigirse con rectitud en dos actividades de la vida (como gobernador y como aristócrata), pero carecen de un trasfondo convincente donde desarrollarse: nos cuesta ver a Sancho y a Isidora desempeñando sendas actividades. Aun así, los consejos adquieren el valor de la provisionalidad. Sancho será gobernador y eso lo sabe el lector, quien valorará los consejos de don Quijote como consejos, no como lecciones para un futuro gobernador (porque Sancho, de entrada, no será un gobernador a la usanza). El lector que lee por vez primera El Quijote, con solo leer la tabla de contenidos, sabe que el gobierno de Sancho tendrá un límite: no sabe cuál es ni cómo será, pero sí que habrá un momento en el que el escudero ya no será gobernador. Con Isidora pasa algo parecido: los consejos del tío son válidos en tanto que han de ayudar a cualquier mujer de la pretendida posición de Isidora a desenvolverse de manera efectiva en la vida. La primera parte de la novela ha dejado sentenciada a Isidora ante los lectores. El esperado juicio será el único atisbo de esperanza que le resta a la protagonista para enmendar el paulatino descenso a las cavernas del decoro que inicia desde el capítulo 17 de la primera parte y que termina por recorrer en toda la Segunda parte. De todos los rasgos cervantinos de Galdós, hay uno que, según la crítica, es muy destacable: su extraordinario dominio de la técnica del retrato. Como apunta Montesinos: “retratos muy rápidos, centrados en alguna peculiaridad que caracteriza inconfundiblemente al personaje” (p. 24). Esto lo podemos comprobar en el personaje de Santiago Quijano-Quijada: “En La desheredada, el tío canónigo de Isidora se llama Santiago Quijano-Quijada, y por si no bastara la transparente alusión del apellido, cuando, al final, escribe a su sobrina la carta de despedida, lo hace en estilo quijotesco, con tono y palabras del Ingenioso Hidalgo” (Gullón: p. 58). El creador del sueño romancesco de Isidora es un ser excéntrico y quijotesco, un individuo tan absurdo y espurio que resulta todavía más humillante haberse dejado engañar por él, haber esperado, como quiso Galdós que esperáramos que pudieran ser VIII Congreso Galdosiano 276 auténticos los misteriosos documentos y que Isidora fuera abrazada por fin por su abuela fanática (Gilman: p. 120). Con este personaje, como apunta Miralles, “evidencia Galdós la deuda cervantina [...] al darle el apellido quijotesco (respetando la vacilación Quijano-Quijada) y la residencia manchega (Tomelloso)” (p. 245, nota 171). La descripción que de él nos hace Galdós es muy similar a la que Cervantes hace de don Quijote: “Cuando tuvo para vivir sin ayuda de nadie, se retiró a su pueblo, donde vivió célibe, entre primas y sobrinos, más de treinta años, dedicado a la caza, a la gastronomía y a la lectura de novelas” (Ibíd). El falso canónigo era de la misma condición hidalga que el personaje cervantino, sin vida marital conocida, conviviendo con parientes próximos como el hidalgo manchego con su sobrina y un ama y, por último, con tres características que están presentes en el capítulo relativo a la condición y ejercicio de don Quijote. Hasta aquí, creemos delimitada la figura del canónigo, cuya intervención más directa es la que tiene lugar en el citado capítulo 18 por medio de una carta que remite a Isidora. Galdós ha querido que Santiago Quijano-Quijada fuese una sombra, una vaga referencia que a veces aparecía pero de la que el lector ha carecido en todo momento de una idea completa sobre ella. Si la Sanguijelera, con su fugaz aparición, tuvo la importancia de ser el único personaje que “avisaba” al lector para que sospechase de Isidora; su tío, por contra, con la mencionada carta, parece que continúa instigándolo a que siga creyendo en los derechos que le asisten a su sobrina, la desheredada de la marquesa de Aransis: “La carta con que termina el primer volumen de la novela refuerza, explica, aclara el sentido de la locura de Rufete con que la obra comienza: españoles, hijos cada uno de su Rufete, descendientes todos de Quijano-Quijada. Y todavía al final de la novela una moraleja. El que no entienda será porque no quiera” (Casalduero: p. 79). La carta viene fechada en El Tomelloso, a 9 de febrero de 1873. Tras los preceptivos saludos y comentarios en torno al delicado estado de salud que declara tener el remitente y lo inminente que parece estar su muerte, el falso canónigo insiste a Isidora, la destinataria, que por nada del mundo debe abandonar la lucha por el marquesado de Aransis. Sabe, porque así se lo ha hecho saber su sobrina en una anterior carta, que está esperando un aviso de la marquesa para entrevistarse con ella y que en el plazo comprendido entre esta carta y la del tío la entrevista ya se ha debido producir. Este da por sentado que el reencuentro entre abuela y nieta ha tenido que dar sus frutos más fecundos y que la primera, ante la figura de la segunda, sólo ha podido recibirla con los brazos abiertos. Pero por si esto no hubiese sido así, el canónigo es tajante en lo que hay que hacer: acudir a los tribunales, ya que ambos poseen la suficiente documentación que avala sobradamente el origen aristocrático de Isidora y Mariano. Apela, como no podía ser de otro modo, a la fuerza de la sangre como forma de resolver la historia de la desheredada.5 La búsqueda que propone de cualquier indicio físico que sirva para el reconocimiento del origen sólo puede partir de una realidad, la que se gesta en los folletines: “[...] un ligero vellón o cosa así han bastado para que encarnizados enemigos se reconocieran como padre e hijo y como tales se abrazaran. De esto están llenas las historias”. En un momento de la carta, el tío de Isidora aconseja a su sobrina sobre una serie de cuestiones a tener muy presentes en el momento de ser reconocida como marquesa de Aransis: “Los consejos a la sobrina son como del propio Alonso Quijano y se refieren a temas Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 277 semejantes a alguno de los de Don Quijote a Sancho: cómo debe vestir, conducirse en sociedad y en la vida conyugal, etcétera” (Gullón: p. 58). 1. “No dejes que se te vaya la mano en el gastar”. 2. “Cásate con persona de tu condición o superior”. Don Quijote da el mismo consejo a su escudero: “Si acaso enviudares (cosa que puede suceder), y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla...”. 3. “No seas vanidosa ni excesivamente humilde. Da limosna. El término medio implica la virtud de la justicia”. Cuando el canónigo formula este consejo lo hace con la idea de que su sobrina se aleje de la soberbia que caracteriza a la aristocracia, pero esta huida no puede desembocar en la desaparición de clases: “Dicen que la sociedad camina a pasos de gigante a igualarse toda, a la desaparición de clases; dicen que esos tabique que separan a la Humanidad en compartimientos, caen a golpes de martillo. Yo no lo creo. Siempre habrá clases”. La igualdad no como fin de las clases sociales, sino como atención a los desfavorecidos y abandono de la tiranía propia de quienes tienen el poder. Por eso, como siempre habrá diferencias sociales, Isidora ha de cumplir con los cometidos que se han estipulado para quienes ostentan su estado. Uno de ellos es el de dar limosna porque “los pobres y necesitados tienen a los ricos por providencia intermedia entre la Providencia grande y su miseria”. Don Quijote también hace hincapié en la virtud de la igualdad. En este sentido, aconseja a su escudero que procure “descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre”. Y en lo tocante a la consideración hacia el desfavorecido, le dice a Sancho: “Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico”. 4. Oculta tus orígenes: “Que no se conozca nunca que has sido pobre, pues si descubres por entre tus sedas el paño burdo de tus primeros años, habrá tontos que se rían de ti”. Don Quijote también trata de los orígenes, pero con una opinión contraria a la del canónigo: aconseja a Sancho que haga gala de la humildad de su linaje, “y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguna se podrá a correrte, y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio”. 5. Aprende aquello que no has podido y que es necesario para la gente de tu condición: “Muéstrate al principio circunspecta y callada […] Dedícate a observar lo que hacen los demás para aprenderlo”. Don Quijote dice a Sancho: “Si trujeres a tu mujer contigo [...] enséñala, doctrínala, y desbástala de su natural rudeza; porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta”. Este consejo es comparable al de Quijano-Quijada en la medida que este y el hidalgo consideran el dominio de ciertas destrezas como un elemento identificador de una condición. Don Quijote, cuando instruye a Sancho, le muestra una serie de conocimientos que por sus orígenes no ha podido adquirir, lo está, en palabras del hidalgo, “desbastando”. VIII Congreso Galdosiano 278 6. “Distínguete del resto pero no humilles a nadie”. 7. En el vestir, huye de la vulgaridad y de la singularidad: “Hay un término medio en el que tiene cabida algo personalísimo que no puedan imitar los demás”. En El Quijote, el hidalgo enseña a su escudero que no debe andar desceñido ni flojo: “que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería...” y le dicta qué debe llevar: “calza entera, ropilla larga, herreruelo un poco más largo; greguescos, ni por pienso; que no les está bien ni a los caballeros ni a los gobernadores”. Los consejos sobre el vestuario de uno y otro difieren por cuanto con Isidora partimos del conocimiento implícito que tiene ella sobre cómo ha de vestir una persona de su pretendida categoría. Este dominio proviene de la consideración que hacia sus orígenes tiene. Isidora no parte de la pobreza para adquirir el título de noble. Su camino (al menos el que traza en sus fantasías) no comienza en este estado, sino que parte de la aristocracia, sucumbe en la penuria por circunstancias del destino y ha de concluir nuevamente en la alta alcurnia. Sancho, por su parte, es consciente de su origen villano y necesita conocer mucho del nuevo entorno en el que va a vivir como gobernador. Los consejos tienen un perfil común en las cuestiones abordadas, aunque difieran en la naturaleza de los receptores: Sancho tiene una ligera noción de lo que hace un gobernador, pero nunca ha tenido medios ni capacidad para comprobarlo; Isidora, en cambio, tiene bien claro cómo se ha de desenvolver en su papel de marquesa y ha tenido, lo contrario que el escudero, la posibilidad de informarse de primera mano, aunque las fuentes no hayan sido las más adecuadas: la literatura de folletines. 8. Preocúpate por las cuestiones relativas al arte culinario ya que una “buena mesa es cosa que enaltezca al rico y pone, por decirlo así, el sello a su grandeza”. Vigila por los comensales que invitas. “Adopta la cocina francesa” y, de vez en cuando, en contadas ocasiones, la española. Los consejos de don Quijote a Sancho en el apartado culinario se refieren básicamente a normas de comportamiento: “No comas ajos y cebollas... Come poco y cena más poco... Sé templado en el beber... Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie...”. Al igual que en el consejo anterior, Sancho requiere de una formación básica que con Isidora no hace falta. Esta es de condición humilde pero actúa como si no lo fuese. A lo largo de toda la novela, la protagonista se ejercita en muchas industrias que luego, cuando sea marquesa, deberá poner en marcha. Cabe sostener, pues, que Isidora ya sabe cómo hay que comer. Esta circunstancia no se da en Sancho, quien, como todos los de su condición, carece de los modales imprescindibles para sentarse a una mesa. 9. Sé buena católica: “Cumple con los preceptos de la Iglesia sin el afán propio de los beatos. Cuídate de los señores de hábito negro”. Don Quijote también aconseja a su escudero sobre este tema. Así, el primer consejo que le da es que ha de temer a Dios “porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada”. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 279 En suma, los consejos de ambos personajes están destinados a quienes han de ocupar de forma inminente una posición social superior a la que tienen. Es en este sentido, como hemos podido comprobar, cuando se aprecia la similitud en los temas que tratan. Intertextualidad en segundo grado. 1. Sanguijelera: Representa, junto con personajes como doña Laura, la esposa de don José Relimpio, uno de los lados “cuerdos” de una historia protagonizada por alguien que no lo es del todo. La tía de Isidora es quien da al lector el primer aviso del problema que afecta a su sobrina. Sus advertencias la convierten en el Sancho Panza de la novela, sobre todo cuando hace uso de los refranes. En el capítulo III, por ejemplo, cuando le echa en cara a Isidora sus altos vuelos y ataca al padre de esta por ser el responsable de la actitud de su sobrina, sentencia la cuestión con un “de mala cepa no puede venir buen sarmiento”. Como el escudero de don Quijote, es analfabeta y su conocimiento del mundo proviene de su experiencia, que le hace ser pragmática donde otros (Isidora o el hidalgo manchego) son teóricos. Pero Sancho evoluciona en El Quijote y termina sosteniendo tesis propias de la caballería (cree a pies juntillas que lo que le ocurre con los duques, por ejemplo, es real y no una burla); a la Sanguijelera esto no le ocurrirá, por lo que, bien mirado, en realidad representa, con respecto al Quijote, todas las fuerzas opuestas al mundo caballeresco que encarna el hidalgo: la Sanguijelera es, a la vez, ama y sobrina, cura y barbero y, en buena medida, como ya hemos apuntado, el escudero Sancho Panza... 2. Augusto Miquis: Su padre es del Toboso, circunstancia que ya de por sí nos remite a la novela cervantina: “Nació en una aldea tan célebre en el mundo como Babilonia o Atenas, aunque en ella no ha pasado nunca nada: el Toboso” (capítulo 4). Las razones de la fama de la aldea están de más que las destaquemos. Augusto Miquis es, por decirlo de algún modo, el Sansón Carrasco de La desheredada. Estará presente en toda la novela (como el bachiller en toda la segunda parte) y su presencia quedará supeditada a la reconducción de Isidora por la vía adecuada. La relación que mantienen fluctúa entre el amor, al principio; la solidaridad, el afecto, la indiferencia... Son números estados de ánimo los que consolidan y disuelven la relación de estos personajes y sólo desde la distancia es desde donde se logra que haya cierta firmeza. Miquis intenta lograr el amor de Isidora, pero esta, más preocupada por otras cuestiones, entiende que no es el futuro doctor Miquis alguien propio para su condición. La separación que la indiferencia deja al amor queda suplida por la perpetua voluntad de Miquis por atender a Isidora. Cuando lo relacionamos con Sansón Carrasco lo hacemos bajo el parámetro de la noble voluntad que lo vincula a Isidora. Los mismo le ocurre al Bachiller, que se une al devenir de don Quijote desde el mismo comienzo de la segunda parte (una noble voluntad que se relaciona con la admiración que le inspira un personaje como su vecino) y del propósito benefactor que le mueve a vestirse de Caballero de los Espejos (capítulos XIII, XIV y XV) con el fin de redimir al hidalgo de sus propósitos caballerescos. Cierto es que es la venganza por verse humillado en el combate como Caballero de los Espejos lo que le mueve a planear un segundo intento, ahora como Caballero de la Blanca Luna (“Eso os cumple respondió Sansón, porque pensar que yo he de volver a la mía, hasta haber molido a palos a don Quijote, es pensar en lo escusado; y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos”, VIII Congreso Galdosiano 280 capítulo XV), pero no es menos cierto que su posterior victoria sobre don Quijote no se formaliza con crueldad, sino con el sostenimiento del principio inicial que le llevó a disfrazarse de homólogo de don Quijote. El fin del Caballero de los Espejos y del Caballero de la Blanca Luna es el mismo y es un fin que rezuma humanidad, aunque entre uno y otro haya habido por medio ciertos malos pensamientos: “Sabed, señor, que a mí me llaman el bachiller Sansón Carrasco; soy del mesmo lugar de don Quijote de la Mancha, cuya locura y sandez mueve a que le tengamos lástima todos cuantos le conocemos, y entre los que más se la han tenido he sido yo; y, creyendo que está su salud en su reposo y en que se esté en su tierra y en su casa, di traza para hacerle estar en ella; y así, habrá tres meses que le salí al camino como caballero andante, llamándome el Caballero de los Espejos, con intención de pelear con él y vencerle, sin hacerle daño, poniendo por condición de nuestra pelea que el vencido quedase a discreción del vencedor; y lo que yo pensaba pedirle, porque ya le juzgaba por vencido, era que se volviese a su lugar y que no saliese dél en todo un año, en el cual tiempo podría ser curado; pero la suerte lo ordenó de otra manera, porque él me venció a mí y me derribó del caballo, y así, no tuvo efecto mi pensamiento: él prosiguió su camino, y yo me volví, vencido, corrido y molido de la caída, que fue además peligrosa; pero no por esto se me quitó el deseo de volver a buscarle y a vencerle, como hoy se ha visto. Y como él es tan puntual en guardar las órdenes de la andante caballería, sin duda alguna guardará la que le he dado, en cumplimiento de su palabra. Esto es, señor, lo [que] pasa, sin que tenga que deciros otra cosa alguna; suplícoos no me descubráis ni le digáis a don Quijote quién soy, porque tengan efecto los buenos pensamientos míos y vuelva a cobrar su juicio un hombre que le tiene bonísimo, como le dejen las sandeces de la caballería” (capítulo LXV). Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 281 BIBLIOGRAFÍA CASALDUERO, J., Vida y obra de Galdós. 1974, Madrid, Gredos, 4ª ed. CERVANTES SAAVEDRA, M., El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. 1992, Madrid, Austral, 37ª edición. CHEVALIER, M., “La Diana de Montemayor y su público en la España del siglo XVI” en Creación y público en la Literatura española. Edición a cargo de Botrel, J. F., y Salaün, S., 1974, Madrid, Castalia. CORREA, G., Realidad, ficción y símbolo en las novelas de Pérez Galdós. Ensayo de estética realista. 1977, Madrid, Gredos. GILMAN, S., Galdós y el arte de la novela europea. 1867-1887. 1985, Madrid, Taurus. GULLÓN, R., Galdós, novelista moderno. 1973, Madrid, Gredos, 3ª edición. MONTESINOS, J., Galdós. 1980, Volumen 2, Madrid, Castalia. PÉREZ GALDÓS, B., La desheredada. Edición, introducción y notas de Miralles, E., 1992, Barcelona, Planeta. RODRÍGUEZ-PUÉRTOLAS, J., Introducción a la edición de El caballero encantado (Cuento real... inverosímil), de Pérez Galdós, B., 1977, Madrid, Cátedra, p. 21. SANTANA SANJURJO, V., “Galdós: cervantista en La desheredada” en el suplemento “El Cultural” de La Provincia. 6 de febrero de 1997. p. V/37. — “Relaciones intertextuales entre los consejos de don Quijote a Sancho y de Santiago Quijano-Quijada a su sobrina Isidora Rufete” en Cervantófila teldesiana. 1998, Telde, Ayuntamiento. pp. 143-165. — “El paratexto de Ninfas y pastores de Henares”, publicado en Humanismo y tradición clásica en España y América. Tomo II. Volumen editado por Nieto Ibáñez, J. Mª., 2004, León, Universidad-Servicio de Publicaciones, pp. 271-332. VIII Congreso Galdosiano 282 NOTAS 1 Hemos elaborado una pequeña lista de sugerencias bibliográficas sobre las relaciones entre Cervantes y Galdós que, aun cuando somos conscientes de su insuficiencia, valoramos como bastante representativa del tema: Benítez, Rubén: Cervantes en Galdós (Literatura e Intertextualidad). Murcia: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1990; Benítez, Rubén: "Génesis del cervantismo de Galdós (1865-1876)". En A Sesquicentennial Tribute to Galdós 1843-1993. Newark, DE: Juan de la Cuesta, 1993, pp. 344-360; Retortillo, Pilar: "Cervantes en Galdós: la primera serie de los Episodios Nacionales". Actas IIICIAC (1993), pp. 139-148; Caminals Heath, Roser: "The Madman in Spanish Literature: Cervantes and Pérez Galdós". MidHudson Language Studies, 8 (1985), pp. 53-62; Cardona, Rodolfo: "Cervantes y Galdós". Letras de Deusto, 4 [8] (1974), pp. 189-205; Correa, Gustavo: "Tradición mística y cervantismo en las novelas de Galdós, 1890-1897". Hispania, 53 (1970), pp. 842-851; Dolgin, Stacey L.: "Nazarín: A Tribute to Galdós' Indebtedness to Cervantes". Hispano, 33 (1989), pp. 17-22; Dolgin, Stacey L.: "Nazarín and Galdós's Point of View". South Atlantic Review, 55 [1] (1990), pp. 93-102; Dowdle, Harold L.: "Galdos' Use of Quijote Motifs in Ángel Guerra". Anales Galdosianos, 20 (1985), pp. 113-122; Goldman, Peter B. "Galdós and Cervantes: Two Articles and a Fragment". Anales Galdosianos, 6 (1971), pp. 99-106; Gómez Quintero, Ela R.: "Cervantismo en Galdós". En Actas del Tercer Congreso de Hispanistas de Asia (1993), Hiroto Ueda, ed., pp. 560-566; Green, Otis H.: "Two Deaths: Don Quijote and Marianela". Anales Galdosianos, 2 (1967), pp. 131-134; Herman, J. Chalmers: "Galdós' Expressed Appreciation for Don Quijote". MLJ, 36 [1] (1952), p. 3134; Herman, J. Chalmers: "Quotations and Locutions from Don Quijote in Galdós". Hispania, 36 (1953), pp. 177-181; Herman, J. Chalmers: "Don Quijote" and the Novels of Pérez Galdós. Ada: East Central Oklahoma State College, 1955, p. 66; Latorre, Mariano: "Cervantes y Galdós (anotaciones para un ensayo)". Atenea, 34 [268] (1947), pp. 11- 40; Obaid, Antonio H.: "La Mancha en los Episodios Nacionales de Galdós". Hispania, 41 (1958), pp. 42-47; Obaid, Antonio H.: "Galdós y Cervantes". Hispania, 41 (1958), pp. 269-273; Obaid, Antonio H.: "Sancho Panza en los Episodios Nacionales de Galdós". Hispania, 42 (1959), pp. 199-204; Pamp, Diana: "Cervantes en los Episodios Nacionales de Galdós: Resonancias y analogías". En Cervantes: Su obra y su mundo (1981), M. Criado de Val, ed., pp. 1043-1045; Pascual Pérez, Carolina: "Don Quijote y Don Juan en Tristana de Galdós". En Actas del Congreso sobre José Zorrilla: una nueva lectura (1995), Javier Blasco Pascual et alii, ed., pp. 453-460; Pedraz García, Margarita: La influencia del "Quijote" en la obra de Pérez Galdós. Madrid: Imp. Veloz, 1971, p. 166; Pérez de Ayala, Ramón: "Cervantes y Galdós". Lectura (Madrid), 20 (1920), pp. 67-68; Rodríguez Chicharro, César: "La huella del Quijote en las novelas de Galdós". La Palabra y el Hombre, n. 38 (1966), pp. 223-263; Smith, Alan: "La imaginación galdosiana y cervantina". En Textos y contextos de Galdós. Actas del Simposio Centenario de Fortunata y Jacinta. John W. Kronik y Harriet S. Turner, ed. Madrid: Castalia, 1994, pp. 163-167; Smith, Paul C.: "Cervantes and Galdós: The Duques and Ido del Sagrario". RomN, 8 (1966), pp. 47-50. 2 Sobre la ficcionalización de la historiografía de la conquista hay una interesante bibliografía compuesta por títulos como: Esteve Barba, Francisco: Historiografía indiana. Madrid: Gredos, 1992; Jaimes, Héctor: La reescritura de la historia en el ensayo hispanoamericano. Madrid: Fundamentos, 2001; Leonard, Irving: Los libros del Conquistador. México: Fondo de Cultura Económica, 1953; Lozano, Jorge: El discurso historiográfico. Madrid: Alianza, 1987; Morales Padrón, Francisco: Historia del Descubrimiento y Conquista de América. Madrid: Editora Nacional, 1981; O’Gorman, Edmundo: La invención de América. México: Fondo de Cultura Económica, 1958; Pupo-Walker, Enrique: La vocación literaria del pensamiento histórico en América. Madrid: Gredos, 1982; etc. En la actualidad estamos trabajando en esta cuestión, no con la intensidad que nos gustaría, y hemos podido constatar, al menos en lo que respecta al Reino de Chile, la Araucania, cómo los intereses militares (y por extensión los financieros y los políticos) de los conquistadores movieron a desfigurar los hechos objetivos por otros ficcionales cuya base libresca, en muchos casos y con diferente gradación, estaba en las novelas de caballería. Para Chevalier, las novelas de caballería eran las lecturas predilectas de los caballeros, de los que, según los inventarios de bibliotecas particulares de nuestro período, compraban y leían obras de entretenimiento. Recuérdese que son los caballeros quienes hacen la guerra, no los cortesanos (aficionados en el siglo XVI a las cuitas de las novelas pastoriles) [1974: 4243]. 3 Hemos decidido fijar con numeración arábiga los capítulos de La desheredada y con numeración romana los del Quijote con el fin de evitar cualquier atisbo de confusión. Un galdosiano espejo cervantino: La desheredada 283 4 El concepto de paratextualidad, heredado del término de Genette, ha sido desarrollado en nuestro «El paratexto de Ninfas y pastores de Henares». Básicamente, la idea del término abarca todos aquellos aspectos no-textuales de una obra y que aportan una información adicional a su conocimiento: portada, distribución de la materia novelada, cuestiones de imprenta y edición del texto, etc. 5 Correa apunta la posibilidad de que Galdós tuviese presente, en esta intervención de Isidora, la novela de Cervantes La fuerza de la sangre [72, nota 1]. La “llamada del origen” como prueba de reconocimiento es una fórmula muy arraigada en la literatura universal. El reencuentro de lo perdido por el destino crea en el espectador, en este caso el lector, un sentimiento de purificación. El lector de La desheredada ha sido partícipe de una tensión argumental en la que Isidora era la heroína que debía luchar porque la fuerza de su sangre se impusiese a los dictámenes del destino. En el fondo, cabría esperar (porque así parece demandarlo la tradición literaria cuando trata este tema) que el final fuese el que suele tener este tipo de obras; pero Galdós, cuando decide que el desenlace de la novela no sea el previsto, hace que la utilización del tópico literario sucumba bajo otro tipo de intereses y con ellos las expectativas de los lectores. Si la utilización de un tema tradicional, con su correspondiente respuesta tradicional, se aleja de la línea marcada, la respuesta que cabe esperar necesariamente ha de ser otra. Esto sólo se produce por un hecho fundamental: las intenciones catárticas de la tradición no coinciden con las de Galdós: la primera busca eso, la liberación de una tensión acumulada; el autor canario, por su parte, busca el final desagradable, no como pretensión naturalista, sino como efecto propio de sus aspiraciones pedagógicas. |
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