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LAS EXPEDICIONES DE EMIGRADOS CANARIOS
A BUENOS AIRES DE 1833 y 1836
MIGUEL ANGEL DE MARCO
El 28 de agosto de 1833, el presidente de la Junta de Representantes de
la provincia de Buenos Aires, don Manuel G. Pintos, interrumpió el debate
sobre reformas a la ley electoral, para dar entrada «a un asunto urgente que
es preciso que lo resuelva la Salm. Se trataba de una comunicación del go-bernador,
general Juan Ramón Balcarce, en la que solicitaba autorización
para permitir el desembarco «de más de cuatrocientas personas de ambos se-xos,
labradores en su mayor parte)), provenientes de las Islas Canarias, que
aguardaban, enfermos y famélicos, a bordo del bergantín nacional Gloria. El
mandatario explicaba que habría dedicido sin más t r h i t e su traslado a la
ciudad, de no haber mediado el decreto del gobierno revolucionario del ge-neral
Juan Lavalle del 2 de enero de 1829, que declaraba nulos «los contra-tos
ceiebrados hasta aquella época para introducir emigrados»l. A la vez ur-gía
una respuesta, dadas las agentes condiciones en que se encontraban las
familias embarcadas.
Desde la asunción del general Martin Rodriguez, en 1821, a la primera
~hagkíraíura'b onaerense, su ministro de Gbierno y Reiaciones Exteriores
don Bernardino Rivadavia, puso en ejecución diversas medidas tendentes a
fomentar la inmigración extranjera. Este se había ocupado de estudiar, du-rante
su permanencia en Europa, el modo de atraer familias industriosas que
1. Diarzo de Sesiones de la H. Junta de Representantes. Buenos Aires, Imprenta de la Independen-cia,
1833, pág. 24; add. El Amigo del Pais, Buenos Aires, 31 de agosto de 1833, aiIo 1, N' 33,
pág. 3, col. 1. Carecemos de referencias sobre los lugares de procedencia de los emigrantes, a
quienes invariablemente se nombra como emigrados, colonos o Irlen^ós canarios, sin expresar los sitios
de donde eran naturales.
Las expediciones de emigrados canarios 4
aumentaran la población de la provincia, dedicándose, sobre todo, a la ex-plotación
agrfcola. Asi, previos distintos y empeñosos trámites, en febrero
de 1825 partieron desde Glasgow los primeros colonos británicos, quienes se
radicaron en San Pedro, formando una colonia que alcanzó corta vida. El
mismo año, llegó un contingente de 220 escoceses, que fueron ubicados en
un paraje denominado Santa Catalina. La colonia prosperó hasta 1829, en
que los sucesos político-militares a los que nos referiremos sucintamente lue-go,
impulsaron la dispersión de sus integrantes. El 15 de agosto de 1826,
arribaron a Buenos Aires 163 colonos alemanes, contratados por don Carlos '
Heine. Sufrieron múltiples peripecias, y a pesar del apoyo del gobierno, que
los ubicó en la Chacarita de los Colegiales, donde menos de un año después
se erigi6 e! peh!v dc Chmmar!~, tzqxxn DLVG f~minze! intemo: hacia
1830 la colonia dejó de existir2.
Contemporáneamente, el 15 de junio de 1827, don Francisco Morales,
natural de las Islas Canarias, propuso al gobierno el asentamiento en Buenos
Aires de familias de ese origen, no para formar un núcleo de población sino
para emplearse individualmente en quintas y otros establecimientos particu-lares.
El Contrato suscripto entre ambas partes fijaba para el empresario una
prima de cien pesos en moneda sonante de plata u oro por cada persona
mayor de quince años que introdujese, y de cien por cada dos personas me-nores
de esa edad hasta un año. Las cantidades referidas debfan hacerse efec-tivas
a los ocho días de presentado cada individuo3. Adicionalmente se con-vino
que en caso de no hallar los inmigrantes ubicación en la ciudad, se les
proporcionaría un terreno en los aledaños, juntamente con útiles de labran-za.
Los colonos debfan pagar al gobiemo su pasaje, mas si por razones aten-dible~
no podían hacerlo en tiempo y forma, se les extenderla el plazo de
cancelación de la deuda. Ya se verá el tiempo que demandó a muchos hacer-lo.
En cuanto al pago del transporte de los inrnigrantes, que el gobiemo de-bfa
reintegrar a Morales, tenía que concretarse ocho días después que estos
llegasen a cualquier puesto de la margen occidental dei Nata4.
Satisfecho con lo estipulado, Morales partió hacia las Canarias y comen-zó
una eficaz tarea de captación, favorecida por las perspectivas halagüefias
2. Cfr. CUCCORESE, Horacio Juan y PAIVETTIERI, José: Aqentina, Manual de Historia
Economicay S o d . Buenos Aires, ediciones Macchi, 1971, pág. 248; PICCIRILLI, Ricardo: &va-dauiay
s# tiempo. Buenos Aires, Peuser, 1960, TomoII, págs: 263 y siguientes.
3. Archivo General de la Nación (AGN), Gobierno. X.23.5.9
4. Ibidem. X. 14.5.7.
5 Miguel Angel de Marco
que pintó a los interesados, hablándoles de una tierra feraz donde sin mayor
riesgo, era dable labrar una gran fortuna.
Sin embargo, no le fue fácil conducirlos a destino:
<En la ejecución de su compromiso tocó con grandes dificultades, siendo
una principalmente la necesidad de ocultar el punto de América a que debia
dirigirse la emigración, pues las autoridades espafiolas de aquellas islas la ha-brian
impedido desde que hubiesen traslucido el destino de los emigrados; era
tambikn preciso conceder a éstos un tiempo bastante para enajenar sus propie-dades
que, aunque pequeiias, la simultaneidad de sus ventas habria excitado
cuidadosn5.
Mientras se preparaba la expedición,'ocurrieron en Buenos Aires suce-sos
que dieron por tierra con la poiítica inmigratoria de Rivadavia, por en-tonces
elevado al rango de presidente de la República. La deshonrosa Con-vención
Preliminar de Paz suscripta con el Imperio del Brasil, después de
una guerra en la que la Argentina habfa obtenido importantes triunfos mili-tares
y navales, originó la renuncia de Rivadavia; su sustitución por el doc-tor
Vicente López y Planes, con el titulo de presidente provisional, y el pos-terior
traspaso al gobernador de Buenos Aires, coronel Manuel Dorrego, de
las facultades de dirección de la guerra y de las relaciones exteriores por par-te
del Congreso Nacional, que aceptó la renuncia de L6pez y se declaró di-suelto.
Cupo a éste, imposibilitado de continuar la guerra por la creciente lu-cha
entre los partidos, firmar la paz definitiva, que significó la pérdida de la
Banda Oriental, convertida en República Oriental del Uruguay. Poco des-pués
regresaron las tropas victoriosas en los campos de batalla pero cruel-mente
desilusionadas frente a lo ocurrido. A las órdenes del general Juan La-valle
se sublevaron el 1" de diciembe de 1828, y el jefe militar fue declarado
gobernador.
No hesitaria el nuevo mandatario, pronto rodeado de un impenetrable
circulo, en anular los contratos de colonización, sin considerar las conse-cuencias
que tal medida acarrearfa a los inrnigrantes ya instalados en las co-lonias
mencionadas más arriba, o a punto de viajar al Plata.
En los considerandos del decreto se expresaba que después de haber
examinado cuidadosamente los contratos existentes «para transprtar a este
5. Diario de S~tiones..., cit., pág. 26. De Bdcarce a la Junta de Representantes. Buenos Aires,
28 de agosto de 1833.
Lar expediciones de emigrados canarios 6
país trabajadores europeos o del Brasil», el gobierno llegó a la conclusión de
que no se habfa guardado dorma ni trámite alguno de los establecidos en se-mejantes
casos para asegurar al pafs las mayores ventajas)); que la cantidad
asignada por la ley para gastos de esa naturaleza, no sólo era insuficiente
para cubrir los compromisos en que había entrado el gobierno, «sino que ha-bfa
sido invertida en otros objetos a que la llamaron con preferencia las ne-cesidades
de la guerra, no podía ya disponer de ella sin nueva autorización».
Por otra parte, se estimaba que las sumas que debía pagar el gobierno por el
sólo transporte de los emigrados eran de tal importancia, que no podían ser
cubiertas por las rentas ordinarias de la provincia, y que sería necesario, para
atender a ese objeto, el aumento considerable de la deuda (hasta un punto
&OSO)).
«En caso de realizarse dichos contratos, habria que invertir además igua-les
o mayores sumas en el establecimiento o mantención de los emigrados, y
considerando que el gobierno no tiene autorización alguna para cumplir por
su parte aquellos empefios, a fui de salvar su crédito indebidamente compro-metido
y evitar a los particulares interesados los perjuicios que podría irrogár-seles,
ha acordado y decreta:
(&-t. 1'. Los contratos celebrados entre el gobierno y los individuos D.
Francisco Morales, D. Enrique Picolet, D. Francisco Joaquín Mudoz, D. Mi-guel
Riglós, D. Miguel F. de Azcuénagarn, D. Mauricio Reyes y D. Carlos
Heine, o cualquier otro que se hubiese concluido por autorizacidn del gobier-no
anterior para traer emigrados a la provincia, serán desde esta fecha consi-derados
como nulos, y las partes contratantes quedarán enteramente libres del
cumplimiento de las estipulaciones contenidas en ellos»'.
Desconociendo el decreto, Morales siguió adelante con su empresa, y
firmó los respectivos contratos con los que iban a emigrar, antes de salir de
las Canarias. Asf, se lanzó en demanda del Plata en el referido buque, que se
convertiría en receptáculo de los sufrimientos de tantas personas. La nave
tocó puerto en Rfo de Janeiro el 24 de julio de 1833. Allí se quedaron varios
colonos, mientras el resto optaba por seguir zarandeándose en el océano, en
demanda del puerto de Buenos Aires.
A él llegaron el 24 de agosto del referido año, siendo visitados por el
capitán del Puerto, quien los halló en estado de «extrema desnudez y con el
6. Regisfro O j d del Gobierno de Buenos Aires. Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1829, pág.
4.
7 Mignef Angel de Marco
semblante macilento)). Creyó que estaban enfermos, y aunque los viajeros le
manifestaron que su aspecto sólo se debía a la falta de alimentos que habian
padecido, estimó indispensable que los visitara un facultativo, quien no en-contró
nada anormal en ellos7.
Transmitida la noticia del arribo al gobernador Balcarce, éste mandó
pedir el contrato y lo ha116 en debida forma. En seguida, reunido con su mi-nistro
de Relaciones Exteriores, don José de Ugarteche, llegó a la conclusión
de que debia pedirse autorización a la Junta de Representantes porque,
((aunque es manifiesta la ineficacia del precitado decreto por cuanto se ex-pidió
sin audiencia e indispensable intervenci6n de la parte contratante, que se
h&ba aüüecte, y :mbiCi. pm !SS decretes dc Ipd d?c~de ! 2 de e~?e.-!
de 1829, no han sido reconocidos como de legítima autoridad, el gobierno,
f i c en su propósito de consultar siempre el mejor acierto en todo aquello
que ofrezca dificultad, ha creído de su deber transmitir este negocio al conoci-miento
de V.H. para que se sirva autorizarlo a recibir a los emigrados de las
Islas Canarias [...] y para pagar los gastos que fuesen precisos hasta el reparto y
distribuci6n de dichos colonos, que se efectuará en muy pocos dias, en razón
de que cerca de trescientos cuarenta individuos nada adeudan por su transpor-te
».
El gobernador manifestaba que entonces «más que nunca se hace sentir
ia grande utilidad que reportará la provincia con la adquisición de un núme-ro
considerable de brazos industriosos, y expertos para el trabajo de la agri-cultura
», y dejaba librado a la Junta «valorar los motivos de política en la ad-misión
de estos emigrados, por la identidad de su religión, idioma y costum-bres,
al tiempo que la utilidad y ventajas que debe recibir nuestra agricultu-ra8.
El mensaje de Balcarce pasó a la Comisión de Hacienda, cuyo integran-te
don Nicolás de Anchorena, dijo que por más pronto que se expidiese ésta,
no podrfa hacerlo hasta el día siguiente, y que el tratamiento por parte de la
Junta demandaría otros cuatro o cinco días. Por lo tanto, y para evitar que
«esos hombres a brdo corran riesgos de temporales y de enfermedades)),
contra los imperativos de la humanidad, que ((exigía tomar alguna medida
por su salud y bienestar, venía a proponer que se facdtase al gobierno a de-sembarcarlos,
dándoles alimentos y todo lo que precisasen para curarse)).
7. AGN. X.16.2.8. Buenos Aires, 31 de julio de 1833.
8. Diario de Sesiones ..., cit., pág. 27.
. Lar expdiicioes de emigrados canarios 8
A continuación tomó la palabra el representante doctor Justo Garcia
Valdez, miembro también del Tribunal de Medicina, para decir que ese orga-nismo
habia aconsejado al gobernador el desembarco, pues «no tienen enfer-medad
ninguna pestilencial, más que aquellas afecciones de los que vienen a
bordo». Y agregaba, dando detalles de las dramáticas condiciones del trayec-to:
«Lo único que tienen es una erupción de sama: más que cada momento
que permanezcan a bordo se pondrán de peor condición estas gentes, y es de
la mayor necesidad que se transponen y pongan en buen lugar, donde disfru-tando
de buenos alimentos y respirando un aire libre, se mejorarán muy pron-to
».
Da
Según Garcfa Valdez, para el Tribunal el lugar más apto era el Conven- E
to de la Recoleta, desocupado desde la reforma rivadaviana, donde los islefios O
n
podrían ser atendidos bajo la dirección de un médico. «El Tribunal está se- -- m
guro que dentro de un mes estarán todos buen os^^. O
E
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Exagerando quizá el interés que el arribo despertara entre propietarios 2
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deseosos de aumentar el número de sus empleados en chacras y otros esta- -
blecimientos, el diputado Pedro Pablo Vida1 a£irmó que poda asegurar que 3
«un número grande de esos individuos están ya contratados, y que sólo espe- O-ran
el desembarco para llevarlos los patrones)). Esto reduciria, según el legis- m
E
lador, el monto que el gobierno tenia que gastarlo. O
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EN LA CHACARITA aE
Sin embargo, en lugar de ubicarlos en la Recoleta, el gobierno dispuso
el 31 de agosto que los inmigrantes fuesen trasladados transitoriamente a la
Chacarita de los Colegiales, antiguo establecimiento del Real Conviaorio Ca-rolino
de Buenos Aires, donde se habían instalado los colonos alemanes con
el fin de fundar el pueblo de Chorroarin. Es de seaalar que no se preveia que
los canarios formasen aiü una colonia, sino que aguardasen a ser contratados
los que aún no posefan ubicación, para contar con manutención y techo se-guros.
9. Ibidem. pág. 28.
10. Ibídem. pág. 29.
9 MigueI Angel de Marco
Fueron alojados por el administrador del lugar, don Anselrno Farias,
quien los ubicó de acuerdo con sus posibilidades. Mientras tanto, el gobierno
nombró «administrador de los canarios)) a don Plácido Viera, quien procuró
cumplir del mejor modo posible su cometido, acelerando la colocación de los
colonos y el pago de los pasajes por parte de los que lo adeudaban.
Lentamente fueron encontrando acomodo algunas familias en quintas
ubicadas en distintos puntos de la ciudad, mediante contratos en los que se
obligaban a realizar todos los trabajos de tales establecimientos.
Resulta ilustrativo transcribir uno de tales convenios, para apreciar el
modo como se concertaba la relación laboral:
(D. Rafaela Arechaga, como duefia de la quinta sita en el Hueco de D?
Gracia, y el emigrado Domingo Mayato, por si, su mujer Beatriz Cabrera, sus
hijos José, de ocho años y Andrés, de 9 meses, hemos convenido lo siguiente:
«lo. Yo, Domingo Mayato, por mi y mi mujer Beatriz Cabrera, me com-prometo
a servir a Da. Rafaela Arechaga en la quinta citada, obligándome a
cultivarla y hacer toda clase de trabajos que sea necesario para su mejora y que
demande dicha sefiora en ella.
«T. Yo, Da. Rafael5 Arechaga, me comprometo a pagar a Mayato y su
mujer Beatriz, por sia trabajo, cincuenta pesos mes corrido, pagándole a mas la
mantención para ellos y sus dos hijos que corresponde a su clase, asi como
también la habitación.
«Y. La duracidn de este contrato es de seis meses, al cabo de cuyo plazo
me obligo a interesar en la mitad de los productos de dicha quinta al citado
Mayato, para lo cual, llegado ese caso, se hará un nuevo contrato.
((4". Debiendo satisfacer Da. Rafaela por disposici6n del Superior Gobier-no
lo que dicho Mayato adeuda por su pasaje a ésta y el de su familia, que sera
lo que la superioridad determine, se les descontad una tercera parte de su
sueldo y el de su mujer para amortizar esta deuda»''.
A medida que transcurrieron los días, la situación fue tornándose dificil
para el administrador Viera quien, el 20 de septiembre, habfa consumido los
2.000 pesos que le entregara el gobierno, y tenido que adelantar dinero pro-pio,
con el fin de evitar que las privaciones se acrecentasen entre los isle-iíos12.
Por otra parte, la falta de ganado en la zona, la inexistencia de otros
medios y la carencia de personal disponible, tornaba dificil el suministro de
Las expediciones de emigrados canarios 10
víveres. Todo esto hizo que el 18 de octubre de 1833, el ministro Ugarteche
decidiese el traslado de las familias al Convento de los Recoletos, lo que iba
a facilitar, según e1 gobiemo, la obtención de trabajo para los emigrados. Es
de creer que esos pobres isleños sentirfan por entonces naufragar para siem-pre
sus esperanzas, agregado a ello la frustración de haber dejado sus escasas
pertenencias en pos de un bienestar que se mostraba esquivo.
Por otra parte, se los apremiaba a pagar la deuda del pasaje en un plazo
mfnimo de 30 y máximo de 120 días, en moneda metálica o su equivalente,
cosa que no podían hacer sin primero trabajar. Además, aun los que lo ha-bfan
logrado, apreciaban la renuencia de sus patronos por cumplir con la
obligación adquirida ante el pbiemoI3.
Erntre de !e +e p&=!,as ~utnr!&&r, jaqueadas por una fuerte opo- am - sición interna, seguían ocupándose de los inmigrantes, pero el 11 de octubre
de 1833 se produjo la ReyoIutión de ¿os Resfamadores, que dio por tierra con O
Balcarce y sus ministros. La Junta de Representantes aceptó su renuncia el 3
de noviembre, designando en su reemplazo al general Juan José Viamonte,
quien, apenas nueve días más tarde, se abocó a la ubicación de los isleños y
del consecuente pago de sus deudas con el Estado. Asf, el 12 de noviembre,
nombró una Comisión de Emigtados Canarios, compuesta por don Mariano Sa-rratea,
don Manuel Obligado y don Faustino Leziea, quienes sustituyeron a
Viera en su delicada comisión. Este obtuvo del gobierno que se le abonase
un saldo a su favor de 200 pesos y 7 1/2 reales, correspondientes a gastos
efectuados desde el 6 de octubre hasta que hizo entrega de la administra-ción14.
Al día siguiente, el ministro de Relaciones Exteriores, general Tomás
Guido, comunicó a su colega de Gobierno y Hacienda, que Viamonte habfa
decidido extender el plazo de pago a seis, diez y catorce meses, por conside-rar
demasiado corto el acordado poco antes15.
El 28 del mismo mes, 'el general Viamonte, con la rúbrica de Giiido, -
acordó lo siguiente; «a fin de activar ia coiocación de 10s emigrados proce-dentes
de las Islas Canarias)), «adoptando los arbitrios más equitativos para
realizar en el erario las cantidades avanzadas para su pasaporte hacia este
13. El ministro José de Ugarteche encarecid con fecha 3 de oaubre a su colega de Hacienda
que ordenase a la Colechirfa General que actuara con e1 mayor celo para obtener dichos pagos.
Ibídem. C Y ~le,ga jo citado.
14. Ibídem. X.16.28. Rendición de mentas del 28 de noviembre de 1833.
15. Ibi&m.
Miguel Angel de Marco
«lo. Todo emigrado que haya pagado su pasaje, es libre para contratarse
dentro o fuera del país, sin que se le oponga el menor obstáculo.
«T. Los que adeudasen el todo o parte de su pasaje, no podrán contratar-se
fuera del país, sin haber antes satisfecho su deuda; mas, considerando las di-ficultades
que podiía ofrecer el encontrar patronos que respondan de lo que
deben al Estado, por la diferencia que se advierte en la moneda circulante,
creo conveniente, en beneficio de las familias emigradas, que si se presentase
algún vecino del estado limítrofe o de las provincias interiores que quisiesen
contratar alguno o algunos de los expresados emigrados, tomando sobre sí el
pago de las obligaciones que han reconocido, no se les ponga obstáculo algu-no,
con la calidad de que la comisión nombrada en 12 del corriente, interven-.
ga y autorice los contratos, facultándola, con el objeto de facilitar a los colo-nos
su colocaci6n y disminuir el gravamen de íos patronos, para que puedan
extender los plazos hasta ocho, dieciseis y veinticuatro meses contados desde
el día en que se celebre el contrato, dejando igualmente al arbitrio de los seiio-res
de la comisión estipular el reembolso de las cantidades que adeudan, siem-pre
que las fracciones más convenientes para los patronos no pasen del último
termino».
Se encarecia, por último, a la comisión, que «consultara en lo posible el
bien de los colonos, y lo que demandan los intereses del ~stado»l~.
Pocos dias más tarde, en respuesta a la comunicación de la comisión
que consideraba breve el plazo sefialado para que los patronos llenasen «el
compromiso de enterar lo que adeudan los colonos por la clase de moneda
en que deben hacerlo y la imposibilidad de salir de ellas por la repugnancia
que oponen los que los solicitan, a tomar sobre si la pesada carga de sus obli-gaciones
al erario», el gobierno ordenó prorrogarlo a urio, dos y tres aiiosl7.
Referiase al dinero metálico, notablemente escaso en la provincia.
Es de sefialar que, por otra parte, para hacer más confusa y grave la si-tuación
de los inmigrantes, quedó en evidencia, por denuncia de Viera, que
e! eíiipreszri~ hkxdes &moraba efi devdver e! &ner~ cpe qx!!es !e 1.s
bian entregado en custodia, y se negaba a reintegrar útiles de labranza que
habfan traldo consigo. Finalmente, el empresario restituyó ambas cosas, pero
reclamó el pago de 6.978 pesos que el gobierno le adeudaba y que se efectivi-
26 el 22 de noviembre de 1833, previo dictamen fiscal.
16. Registro Oficial ... cit., Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1833, páginas 49-50.
17. AGN. X. Culto, legajo citado. Del ministro de Relaciones Exteriores, Tomás Guido, al
de Hacienda, Manuel J. Garcfa. Buenos Aires, 7 de diciembre de 1833.
Las expediciones de em&rados canarios 12
Paulatinamente fue registrándose la dispersión del contingente canario
hacia distintos puntos de la provincia, y sólo un grupo volvió a la Chacarita,
donde hombres y mujeres desempefiaron diversas tareas bajo la dirección de
Viera. Algunos isleiios fueron empleados, bajo custodia del jefe de Policía,
en la reparación de ~aminos'~F.i nalmente, de un modo u otro, casi todos
hallaron empleo, aunque en condiciones generalmente desventajosas, sin li-brarse
del servicio de las armas a que eran sometidos los extranjeros, con ex-cepción
de los súbditos británicos, protegidos por el Tratado de Amistad, Co-mern'oy
Navegmün con Gran Bretaña de 1825.
En cuanto al pago de la deuda en concepto de pasajes, fue arrastrándose
penosamente hasta fines de noviembre de 1836, último plazo fijado por el
decreto del 10 de diciembre de 1833, sin que se lograse recu-perar las s u r
adelantadas por el gobierno. Para sintetizar el estado de ánimo de los em-pleados
que trataban de obtener sin resultado que se saldara el compromiso,
el cdector general de la Receptoría de Hacienda se dirigió el 22 de enero de
ese año al ministro del ramo, en los siguientes términos:
«Tal es la historia y el ser actual de la expedición de los emigrados canarios;
y en vista de eila, el colector se permitirá decir al señor ministro que según su
entender el cobro de la deuda que resta, en su mayor parte es irrecuperable;
que no es conveniente distraer su muy limitada capacidad de otras atenciones
que tiene a su cargo, de mucha mayor importancia y de más utilidad pública, y
que cuanto ha hecho a este respecto ha sido s610 por obedecimiento a lo que
se le ordenm19
No obstante el penoso fui de la expedición canaria de 1833, el gobierno
de Buenos Aires, ejercido a la sazón por el dictador Juan Manuel de Rosas,
autorizó la venida de inmigrantes de ese origen. Así, a principios de julio de
1836, iiegaron 423 entre hombres, mujeres y niños, embarcados en el ber-gantfn-
goleta Lucren'a (o Isabel IT), que por su capacidad no podía albergar
más de doscientos. IHabían sido contratados por don Antonio Morales,
quien, al producirse el arribo, se hallaba seriamente enfermo. Ello acrecentó
18. AGN. X.2.1.2. Nota del 29 de plio de 1833. Cfr. PUENTES, Gabnel A.: Elgobierno de
Balwrcc. EivUirh dcl Parii& -Fea7erd íi832- 7833). Bucnus Aircs, Editorid; i;uupb, 1346, F>&.
146.
19. Ibidem. X Cdto, legajo citado.
13 Mkuei Angel de Marco
las preocupaciones del comerciante don Juan José de Udaondo, que se habfa
comprometido con Morales a realizar los trámites necesarios para el desem-barco
y atender mientras este se producia, a las necesidades de las familias
que se hallaban a ardo. Compadecido de su estado, manifestó al entonces
jefe de Policfa, don Bernardo Victorica, que seguiría proporcionándoles «los
auxilios de primera necesidad para su curación y manutención.))
«Pero por mi desgracia, la continuación de la enfermedad mental que afii-ge
al mencionado empresario, el mal estado de salud o robustez de los pasaje-ros
y otras varias circunstancias desfavorables, al paso que prolongan extraor-dinariamente
los gastos por la dificultad de contratarse aquellos con las perso-nas
que necesitan de sus servicios, han aumentado también los mismos gastos
para la manutención y asistencia de los propios pasajeros a un punto de serme
imposible atender a ellos aunque pudiese resolverme a contraer sobre el parti-cular
nuevos compromisos sobre los muchos que iievo contrafd~s»~~.
El gobernador, en vista de lo expresado, eximid a Udaondo de proveer
a la subsistencia y curación de los emigrados que, a partir de entonces, que-daron
a cargo del Estado, a través del ministro de Gobierno y jefe de Poli-cfa21.
No habfa sido ajeno a la determinación de Rosas el doctor Justo Garcfa
Valdez, quien con su condición de presidente del Tribunal de Medicina, visi-t6
a los emigrados y concretó luego un amplio informe sobre su estado sani-tario.
«Dos clases hay que considerar en estos colonos: los enfermos y los sa-nos.
Los enfermos ascienden a noventa, poco más o menos. Entre éstos hay
como unos cincuenta que merecen particular atención: cinco están atacados de
un tifus peligroso, y el resto sufriendo diarreas, disenterfas, hinchaaón de pier-nas
y p d e s contusiones en las nalgas. Los que se llaman sanos están muy
débiles, de id cuh y qiiestos z ser ptii:ips de firDrcs y demás doien-cias
que han sido endémicas durante la larga navegaci6n, y todos los padeci-
+entos que necesariamente ha debido producir el hambre y la imprudente
acumulación de 423 individuos en un recinto solamente capaz de contener
200 personas».
20. El Diario de la Tmde, Buenos Aires, 12 de julio de 1836, N" 1516, pág. 1, vol. 4.cDocu-mento5
o f i a k s ~ ,D e Udaondo a Rosas, 10 de julio de 1836.
21. Ibidem. Buenos Aires, 11 de luho de 1836.
La expediciones de ePnigados canarios 14
Expresaba el galeno que, de acuerdo con el jefe de Polida, se habian
elegido las dependencias del Noviciado para acomodar a los enfermos «que
necesitan 100 camas completas, un caldero grande, otro chico y alguna loza
ordinaria», elementos que proveería dicho funcionario.
,
«Los sanos deben quedarse abajo donde están hacikndose en las puertas y
ventanas las mismas reformas del momento que han comenzado a hacer en el
Noviciado. A pesar de las mejoras que se han verificado por el jefe de Policía
en bien de estos desgraciados, en los pocos días que han transcurrido desde su
desembarco, y de los esfuerzos del profesor encarga& de su asistencia, resta
aún mucho que hacer para formar el hospital y arreglar metódicamente el plan
higiénico».
Deda luego Garcia Valdez que la guardia militar existente en el con-vento
debía ser reforzada y comandada por un oficial, para impedir el acceso
a otros que no fuesen los empleados, y obstaculizar la salida de los imigran-tes,
aunque estuviesen sanos, para evitar contagios. En cuanto a la comida,
si bien se habían ordenado dos por da, en la jornada del 10 de julio pudo
proporcionárseles sólo una, debido a la mala organización de referencia:
«El puchero que se les da es bueno y abundante, y el pan es de buena ca-lidad.
Hoy el jefe de Policia ha hecho distribuir camisas y mantas a los más ne-cesitados.
Mafiana se arreglarán las fumigaciones para precaver los males que
puede ocasionar una atmósfera donde se reúnen tantas personas y tan sudas a
causa de usar los mas el único vestuarjo miserable que sacaron de su pais».
Por último, la nota trágica de tanta desolación:
((Maiiana se amputar6 el muslo a una chica de 14 a f i o s ~ ~ ~ .
Dos días más tarde, ei presidenre del Tri'iunai &o cueñía del modo
como habian comenzado a realizarse las tareas de acondicionamiento del
convento, donde la guardia fue aumentada a veinte hombres al mando de un
oficial. Refirió el doctor Garcia Valdez que se habian limpiado las piezas del
noviciado y que «la falta de ventanas se ha suplido con telas. Con grandes
22. Ibidem. Buenos Aires, 13 de julio de 1836, N' 1517, pág. 1, col. 2. La carta es del 11 de
julio de 1836.
15 Miguel Angel de Marco
pieles de carnero se han preparado las camas, hasta mañana en que vendrá
parte de los 100 colchones que mandó hacer el jefe de Policía». En el men-cionado
recinto fueron colocados los enfermos de mayor gravedad:
«Probablemente en todo el día de maíiana quedará concluida esta doloro-sísima
operación, porque el padre que tiene dos, tres o más hijos chicos, se re-siste
a separarse de ellos, y es preciso emplear la severidad para no permitir
que estos seres inocentes que están sanos, reciban en el funesto halago de su
padre la enfermedad o tal vez la muerte. Se va saliendo de este apuro obligan-do
a las mujeres sanas sin hijos a que hagan las veces de madres con estas des-graciadas
criaturas.»
Los afectados por el tifus no mejoraban, pero quienes sufrfan otras do-lencias
daban ostensibles signos de Así lo manifestaban también
el médico encargado del hospital, doctor Francisco P. Mier, y el jefe de Poli-da
Vi6torica.
Para aumentar la preocupación de las autoridades y la desolación de los
colonos, el mismo 13 se declaró la escarlatina, que amenazaba propagarse
como el tifus, porque «el espantoso deterioro de su constitución los dispone
favorablemente a
El 14 de julio se notaban ya en la Recoleta los efectos del «orden y poli-cía
». Algunos colonos fueron designados para atender a los enfermos; las
medicinas y alimentos comenzaron a ser suministrados con bastante puntua-lidad,
y todos los inmigrantes contaron con los medios necesarios para una
relativa comodidad. Sin embargo, ese mismo día, el número de enfermos se
vio incrementado por la llegada de doce marineros del buque que condujera
a los colonos, lo que obligó a nuevas medidas de ac~modamiento~~.
Al día siguiente, «un gnipo de señoras británicas)) encabezado por doña
Eiisa Armstrong, esposa del reverendo John Armstrong, hizo entrega de al-giiiüs
efectos y &iierv para socorrer a ias famiiias, mientras ei doctor ~ i e r
puntualizaba que la salud de los enfermos entraba en franca me j ~ r f aE~s~ta.
se acentuó en días sucesivos, según se ve en los partes del facultativo, quien
23. Ibidem, col. 4. Buenos Aires, 13 de julio de 1836.
24. Ibtaem. Buenos Aires, 15 de julio de 1836, N"1519, pág. 2, col. 3. De Mier a Rosas, 13
d &ej & 1y 36.
25. Ibidem. De Mier A Rosas, 14 de julio de 1836..
26. Ibidem. Buenos Aires, 16 de julio de 1836, No 1.520, pág. 2, col. 3 4..
27. Ibidem. Buenos Aires, 18 de Julio de 1836, N" 1521, pág. 2 col. 3.
Las expediinans de emigrdo~c anarios 16
el 18 de julio informó al gobernador que los isleños sanos iban tonificando
su organismo y viendo desaparecer «el entumecimiento de sus miembros»,
ocasionado por una larga y penosa navegación y por la inercia de sus órga-n0~
2~.
Una corriente de sirnpatfa hacia los inrnigrantes canalizó nuevas dona-ciones.
De ese modo, Un amigo de /a humanidad entregó al farmacéutico Felipe
Larrosa cincuenta pesos, que fueron empleados en la compra de camisas de
liencillo para los más necesitado^^^, y la ya citada señora Armstrong, hizo
llegar tres sacos de arroz que contenfan catorce arrobas; uno de azúcar, de
seis arrobas, otro de cacao, de tres arrobas; veinte cajones de jabón y un ata-do
de ropa usada29. Además, «una señora que no quiere que se sepa su nom-bre,
ha entregado dos pares de sábanas y dos fundas de almohadas para los
dos sacerdotes que se hallan enfermos en la ~ e c o l e tm~Es~ d. e mencionar
que los religiosos a que se hace referencia, se hallaban en el convento para
brindar auxilio espiritual a los inmigrantes y contrajeron su misma enferme-dad.
El jefe de Policfa, siguiendo precisas instrucciones del gobernador Ro-sas,
continuaba entregado a la tarea de combatir el tifus y la escarlatina, pro-curando
retirar del hospital a los ya recuperados. Asf, podía decir el British
Packet and Argentine NWI, al sintetizar lo realizado desde la llegada del Lame-tin
o Isabel II:
«El gobierno es infatigable en promover el confort de estos emigrantes
[...l. Parece que los enfermos se están recuperando rápidamente; muchos ya
están convalecientes, y aquellos que gozan de buena salud caminan diariamen-te
a la costa del río y otros lugares, aprovechando la extrema benignidad del
ciimm3 l.
Asf era, en efecto, y el mismo Rosas intervenía en la adopción de medi-das,
participando incluso en la taera de agradecer por decreto donativos
como el de doiia Margarita Ortega de Lago, quien entregó «dos bolsas de ga-lletas
de dieta con peso de 2 1/2 arrobas para distribuir entre los enfer-
28. Ibi&m. Buenos Aires, 20 de julio de 1836, N'1523, pág. 2, COL 3 y 4.
29. IbKinn.
30. Ibi&. De Justo Garda Valdez a Rosas. Buenos Aires, 19 de julio de 1836.
31. Buenos Aires, 23 de julio de 1836, vol. X, N" 518, pág. 1, col. 1 y 2.
17 Miguel Angel de Marco
m o ~ ) )e~l d~e; « una señora que no quiere que se sepa su nombre, que ha deja-do
cuatro sábanas, dos fundas de almohada, dos camisas, dos calzoncillos,
dos pares de medias de hilo para los sacerdotes», y el de un clérigo que remi-tió
a sus hermanos de religión «dos sábanas y una
El 28 de julio hubo nuevos enfermos. Si bien fueron dados de alta los
sacerdotes y el pilotfn del Ltmen'a, cayeron enfermos los practicantes Angel
Donado y Facundo Larrosa y dos soldados de la guardia34. El Presidente del
Tribunal de Medicina propuso en reemplazo de aquellos al alumno de Medi-cina
y Cimgfa Pedro Heredia. Aqui la nota polftica: «Es idóneo y federal co-nocido~.
Rosas lo acepto de inmediato35.
Los profesores del Tribunal de Medicina comprobaban que ((aquellas
persoiias que por su ministerio han tenido o tienen que esmr más inrnedia~as
a los enfermos son atacadas a su vez de la misma fiebre tifoidea que afectó a
algunos de los canarios, habiendo tenido la fortuna de curar todos, a excep
ción del piloto N. Tal convicción indujo al presidente del orga-nismo
y al doctor Mier a pedir al gobernador que los colonos sanos fuesen
alejados de la Recoleta:
«Ya es tiempo que sean transportados a otro lugar más salubre y más ex-tenso.
La proximidad en que se hallan del cementerio, del mismo modo que
del foco de infección, hace creer que si apareciese nuevamente en ellos la in-fección,
será más dificil remediarla».
Apenas quedaban cinco isleííos enfermos; cuatro padecfan dolencias
crónicas y un niño estaba atacado de viruela:
«De los sanos ya puede V.E. servirse disponer, porque es conveniente
hacerlos variar de domicilio, y que un moderado trabajo robustezca sus cuer-pos.
Muy funesto seria acumularlos a todos en un punto. A juicio del que fir-
32. ElDiano de ¿a Tarde. Buenos Aires, 24 de julio de 1836, N" 1527, pág. 2, col. 4.
33. Ibidem. Buenos Aires, 26 de julio de 1836, N" 1528, &. 2, COL 4.
34. Ibidem. Buenos Aires, 29 de julio de 1836, W 1530, p6g. 2, col. 2 y 3.
35. Ibidem.
36. Ibídm. Buenos Aires, 4 de agosto de 1836, N' 1536, pág. 1, col. 2 y 3. De Garcfa Vaidez
a Rosas. Buenos Aires, 1' de agosto de 1836.
37. Ibiím.Buenos Aires, 5 de agosto de 1836, No 1537, pág. 2, coi. 2 y 3. A Rosas, Buenos
Aires, 4 de agosto de 1836.
38. Ibídem.
39. Ibidem.
331
Lar expediciones de emigrados canarios 1 8
El mismo facultativo, concurrentemente con otro miembro del Tribu-nal
de Medicina, el catalán doctor Silvio Gaffarot, recomendaba «sacar cuac-to
antes del depásito a los canarios sanos» y distribuirlos en cuatro seccio-nes,
en otros tantos puntos separados donde gozasen del aire libre del cam-po.
Con respecto a los demás enfermos, debían ser conducidos a los hospita-les,
previo lavado de sus cuerpos con agua caliente y vinagre; vestido con ro-pas
nuevas, y dejado en la Recoleta las que entonces habían usado, como
también sus camas38.
El gobernador resolvió el mismo día según lo re~ornendado~~.
Mientras tanto, en la Recoleta volvió a recibirse una donación de la se-ñora
de Armstrong, en su nombre y en el de las demás damas inglesas: «seis
docenas de vestidos para los emigrados varones y cinco para miijeres y ni-ños
», como producto de una suscripción realizada entre ellas40. También se
aceptaron dieciocho piezas de liencillo de 577 yardas, para ser distribuidas
entre las familias canarias, «de una señora del pais que no quiere que se pu-blique
su nombre»41.
Parecían concluir los padecimientos de los inmigranies, si bien comen-zaba
la odisea de hallar trabajo. Asi, e! 9 de agosto, el doctor García Valdez
se dirigía a Rosas mediante un largo informe que no vacilamos en transcribir
por los detalles que contiene:
«El que suscribe tiene el honor y la satisfacción de asegurar a V.E. que
los 437 canarios que existen en este depósito, están en la mejor disposición de
salud y robustez, para ser inmediatamente empleados en el servicio a que se
les destine. Ellos saldrán de este depósito, enteramente libres de las enferme-dades,
que les habia ocasionado la funesta acumulación de 460 personas, en
un buque que apenas tenia capacidad para la tercera parte. Estos hombres, sin
son sensibles a.la gratitud, donde quiera que se hallen deben confesar que ex-clusivamente
deben a V.E. sus vidas, por la poderosa protección que les ha
dispensado.
E: yue jlljcnbe se ci, debe= de iíiibüiai a la justicia su debido
homenaje, dando a V.E. cuenta exacta de la conduda que han observado los
empleados en este degsito. El Dr. D. Francisco Mier, encargado del hospital,
desplegando un celo infatigable, y arrostrando los inminentes riesgos a que ex-
40. íbidem. Buenos Aires, 7 de agosto de 1836, N" 1539, pág. 2, col. 3 y 4. De Eiisa Arms-trong
al Jefe de Policia Vitorica. Buenos Aires, 6 de agosto de 1836.
41. Ibidem. Buenos Aires, 9 de agmsto de 1836, N' 1540, pág. 3, co!. 3 p 3. De Wctoricn a
Rosas, Buenos Aires 8 de agosto de 1836. Cfr. también British Packet ..., vol. XI, h." 521. Buenos
Aires, 13 de agosto de 1836.
Miguel Angel de Marco
pone la asistencia de enfermos de esta naturaleza, ha correspondido a la con-fianza
que V. E. le ha dispensado. El practicante mayor D. Angel Donado fue
el primero que al lado del doctor Mier vio en sus principios el horroroso y
afligente cuadro que ofrecían esos esqueletos ambulantes. No contento con
desempeñar satisfactoriamente su ministerio, él descendía en el de enfermero,
siempre que la necesidad lo exigí;, que puede afirmarse era muy menguado.
Su segundo, D. Facundo Larrosa, que vino después, ha servido con entusias-mo.
D. N. Heredia, que fue empleado cuando empezaban a bajar al depósito
los enfermos, también se ha conducido con celo.
Esta conducta del médico y practicantes, no hubiera tenido tan ventajo-sos
resultados, si el señor jefe de Policía (que en todo ha estado de acuerdo
con el que suscribe) y su segundo el comisario D. Lorenzo Laguna, no hubie-sen
prestado incesantemente la más activa cooperación, corriendo ambos igua-les
riesgos, por el roce o inmediación que han tenido con los enfermos. El far-macéutico
D. Felipe Larrosa, ha suministrado las medicinas oportunamente, y
a más ha desempeñado con actividad la comisión de hacer los colchones con
sus sábanas y almohadas competentes. El teniente D. N. Medina, comandante
del destacamento, ha sido exacto en el desempeño de su delicada comisión.
En los primeros partes que se dieron a V.E. hizo el que suscribe, una
mención honorable del señor Cura; este virtuoso pastor, ha continuado imper-tubable,
prodigando auxilios y consuelos a los enfermos. Esta ejemplar con-ducta
no ha sido estéril entre los demás sacerdotes de la caa. La alegría que
ha debido llenar el coraz6n de los que han prestado su cooperación en esta fi-lantrópica
idea empresa, ha venido a perturbarse al considerar y compadecer
al capellán D. José Acosta, y a los practicantes Donado y Larrosa, postrados
en cama sufriendo la misma fiebre que trajeron los canarios colonos. Debe
servir de consuelo saber los esfuerzos que se están haciendo a fin de salvar a
estos fieles servidores, que han sido víctimas de su celo caritativo.
A más de la asistencia de los empieados, la scñora hennana del cape114n
no se mueve de su cabecera. Los practicantes son asistidos por un hermano,
por el practicante Heredia y, por una feliz casualidad, par una parda Martina,
criada de Da. Cataiina Figueredo, que vive en la misma casa. Esta mujer singu-lar
se desvela en hacer con ellos las veces de una buena madre. El vigilante
Pérez, el cabo y los siete hombres de la guardia, también han sido atacados
por la fiebre, y son cuidadosamente asistidos. Tal vez parecerán minuciosos
los detalles de este informe, pero los que hemos tenido la fortuna de tocar de
cerca los grandes bienes que han reportado a los enfermos, mereceríamos-la
nota de indolentes si condenásemos al silencio y al olvido servicios de tanta
importancia y que tanto honran esta tierra»42.
42. El Diario de la Tarde, Buenos Aires, 11 de agosto de 1836, N' 1542, pág. 2, COL 2 y 3.
Las expedin'ones de emigrados canarios 20
Exceptuando los doce argentinos que pertenecían al cuerpo médico y a
la guardia, quienes marchaban hacia una lenta recupración y el capellán
Acosta, cuyo estado empeoraba, los colonos podían ser considerados fuera
de peligro y llevados cuanto antes fuera del convento recoleto.
Los partes diarios del doctor Mier iban siendo cada día más tranquiliza-dores,
sugiriendo que la dramática situación vivida iba siendo recuerdo.
El 20 de agosto, el jefe de Policía informó a Rosas lo dificultoso que le
resultaba obtener lugares apropiados para los colonos ((porque todas las casas
de las chacras o estancias están ocupadas por sus legítimos dueños, y las po-sesiones
del Estado arrendadas con contratas)). Este dispuso que se librasen
las órdenes necesarias a Victorica, al capitán del Puerto y al presidente del
lri'iunai de Medicina, «para que ai primer viento hvorabie madien los ¿a-narios
todos a la Isla Martfn Garcfa, quedando solamente en el Convento de
Recoletos, los enfermos y los que tengan sintomas de tales»43. En el referido
lugar existía una guarnición militar y un presidio, y pse a los elogios que de
su nuevo aspecto hizo Rosas en su Memoria a la legislatura de 1837, era bas-tante
incómodo y hasta tétrico44
Infortunadamente, el mismo 20, se desató una epidemia de viruela,
cayendo enfermos cuatro niños canarios, que quedaron en la Recoleta.
Apenas enterado de la orden del gobernador, el contratista Morales,
que vio como escapaba su negocio de sus manos, le dirigió una larga nota en
la que aducía que el traslado de los inmigrantes lo dejaría en la ruina, pues
no sería posible encontrar quien los contratara, y proponía como solución
ubicar a todas las familias en la chacra de Fidel Casati, a legua y media al no-roeste
de Buenos Aires, «con once piezas cómodas de
A Rosas no le pareció apropiada la sugerencia, y mandó archivar el pe-dido
expresando:
&!ahimdo sido &rt& !a providencia del 20 del corriente relativa a los
canarios, no sólo para evitar la infección, sino también para proporcionarles
amplia extensión libre y pura en que puedan conseguir su completo restableci-miento
y vigor, pues qiie en el punto en que se hallan, y en cualquiera otro se-
43. Ibídem. Buenos Aires. 22 de agosto de 1836, N" 1550, pág. 2, col. 3 y 4.
44. FITTE, Ernesto J.: Martin Garná H^rtoria de una isla argentina. Buenos nires, Emecé,
1971, pág. 113.
45. ElDiario de la Tarde, Buenos Aires, 23 de agosto de 1836, N" 1551, pág. 2, col. 3 y pág.
3, col. 1.
Miguel Angel de Marco
mejante como el que propone el exponente, a que se los trasidase, no podrían
conciliarse aquellos objetos, que el gobierno no debe' perder de vista, ni preve-nirse
su dispersión por más puntual que fuese la vigilancia de la guardia que
los custodiase, como ha sucedido en el punto en que se hallan actualmente,
donde no se les ha podido franquear esa libertad y extensión para recibir aires
puros diariamente, porque al menor descuido se fugarian, desparramhdose en
la población; por esas consideraciones y otras que el gobierno tiene a la vista,
cúmplase lo dispuesto en la mencionada orden»46.
El 23 de agosto los colonos fueron embarcados y llevados a Martfn
Garcfa, donde quedaron al cuidado del doctor Luis Tamini. Permanecieron
en la Recoleta seis niños, uno de los cuales falleció al dfa siguiente.
Los canarios fueron acomodados en las no muy confortables instalacio- m
D
nes de la isla, donde siguieron recibiendo auxilios, entre ellos «diez docenas E
de piezas de vestidos), enviados por la señora Elisa ~ r m s t r o ne~n ~ta~nt,o O n -
aguardaban una decisión sobre su futuro destino. - m
O
Mientras, el 17 de septiembre de 1836, el gobernador Rosas decretaba E
honores «a los encargados de la asistencia de los canarios infestados»:
E
2
-E
«¡Viva la Federación! 3
Buenos Aires, setiembre 17. Año 27 de la Libertad, 21 de la Indepen- O-m
dencia y 7 de la Confederación Argentma. E
En consideración al celo, valor, caridad y demás virtudes con que han O
desempeiíado sus deberes todos los encargados por el gobierno para la asisten-n
cia de los canarios infestados de una fiebre contagiosa, de la que ha muerto E
uno de los empleados al efecto, y otros han estado gravemente enfermos, ha a
acordado y decreta: n
n
Art. 1". Al jefe interino de Policía D. Bernardo Victorica, presidente del n
Tribunal de Medicina Dr. D. Justo García Valdez, médico encargado de la 3
O
asistencia D. Francisco Mier, cura D. Pedro Antonio Martfnez, capellán D.
?,$&T&~! cUestes, =f&! de ir par&r, reriiei.te E. PriErce Cmnrm6- A-P- MJ i -
na, comisario D. Lorenzo Laguna, practicante mayor D. Angel Donado, idem
menores D. Facundo Larrosa y D. N. Heredia, y vigilante D. Alejandro Pérez,
se les entregará por el departamento del Gobierno una medalla de oro a los
dos primeros, y de plata a los demás, con la inscripción siguiente en el anver-so:
«Salvó a sm semqanfes con riesgo de su vida>,, y en el reverso: ~ 1 8 3 6- C anarios a
punto de perecer)).
46. Ibíam. Bumos Aires, 22 de agosto de 1836.
47. Ibídem. Buenos Aires, 14 de septiembre de 1836, N' 1568, pág. 2. col. 4.
Las expedibones de emigrados canarios 22
2. Al capellán D. José Acosta, que murió del contagio, se le grabarán so-bre
la lápida del sepulcro, las mismas inscripciones con su nombre y apellido,
variando las palabras con riesgo, por las sipientes: a costa.
3. A la tropa que hizo la guardia, a ios tres vigilantes y a la parda Marga-rita
Figueredo, se les dará un documento en el que conste el importante servi-cio
que han rendido, entregándoseles además una gratificación equivalente a
tres meses de sueldo, debiendo el de la parda arreglarse al de un sargento.
4. A todas y cada una de las personas comprendidas en el presente decre-to,
se les dará una copia de él, firmada por el gobierno de la provincia».
Firman Rosas y su ministro Apstín ~ a r r i g ó s ~ ~ .
Los agraciados aprovecharon para hacer gala de adhesión federal al
«Gran Rosas)). Si Victorica adoptó un tono mesurado, el doctor Garcia Val-dez
pagó tributo a la grandilocuencia:
((Cuando en la pavorosa lobreguez de las bóvedas del Convento de la Re-coleta,
rodeados de más de cuatrocientos canarios, que eran otros tantos es-pectros,
luchábamos con la epidemia y con la muerte, entonces sostenía y vi-gorizaba
nuestros esfuerzos el poderoso agente de llenar tan sagrado deber, y
la esperanza de que vendría el día en que nuestro ilustre Restaurador de las
Leyes nos dijese que estaba satisfecho y complacido de nuestra conducta».
El decreto y el premio que se le acordaba, decia luego, llenaban sus 2s-piraciones
más caras y le hacían abrigar la certeza de que no era digno de se-mejante
recompensa49.
Pero la viruela comenzó a causar víctimas en la isla, y en los partes dia-rios
del doctor Tamini se evidencia el doloroso recrudecimiento de los males
de tan castigados inmigrantes: el 20 de septiembre murieron tres niños; el
21, otro más, amén de un joven de 19 años, atacado de apoplegia. Si bien se
concedieron dgunas altas, fueron más los ingresantes al
Nuevos casos se registraron el 7 y el 9 de octubre, aunque mejoraban
otros internados51. El 12 enfermaron de escarlatina, dando razones para te-mer
por su vida, el comandante y un soldado de la parnición; el 14 cayó
48. Registro Ojn'al del Gobierno de Buenos Aires. Buenos Aires, Imprenta del Estado, 1836,
e.94 .
49. El Diario de la Tarde. Buenos Aires, 27 de septiembre de 1836, N' 1579, pág. 2, col. 4.
50. ibidem. Buenos Aires, 4 de octubre de 1836, W 1585, pág. 2, coi. 3.y 4.
51. Lo Gaceta Mercanti(, Buenos Eres, 15 de octubre de 1836, N" 4005, pág. 2, col. 2. Bue-nos
Aires, 17 de octubre de 1836, W 4006, pág. 2. col. 3. De Tarnini a Rosas.
23 Miguel Angel de Marco
otro soldado y il 16 resultó atacado un colono5'. Pero, finalmente, el 23 de
octubre, el doctor Tamini, tras solicitar al gobernador Rosas que fueran dis-persados
y alojados los canar'ios para evitar nuevas pérdidas, expresó que
«han desaparecido la desolación y la muerte, y reina el bienestar y la ale-grían53.
En su ya citado mensaje a la Legislatura, el dictador dedicó un extenso
párrafo a la «expedición» canaria, elogiando la actuación de todos los que en
la Recoieta o en Martin García les habían prestado auxilio. Enfatizaba:
«Los gastos que ha originado este acto de beneficencia son tales, que se
han hecho sentir en el apuro de las rentas. Pero al mismo tiempo el gobierno
viu con ei mayor piacer, ponerse en ejercicio esa inciinación magnhnima de
nuestros conciudadanos a todo lo que es grande y generoso»54.
m
E
Comenzaba una nueva odisea para los colonos canarios: la de su inser- O
n
ción en la tierra en la que habían puesto todas sus esperanzas. Sin embargo
- m
O
E de las múltiples dificultades sufridas, algunas familias hallaron acomodo, E
2 mientras los solteros u hombres solos (a veces, incluso, los que tenían ho- E
gar), pasaban compulsivamente a formar parte de los ejércitos de la provin-cia,
en cruenta t interminable lucha por distintos puntos del país, dentro del 3
rudo enfrentamiento entrefederales y uniturios, «destinados» por no poder pa- -
0
m
gar sus pasajes. Pese a esto, otros comerciantes porteños contrataron nuevas E
«expediciones», a sabiendas del destino final de los inrnigrantes. En 1844, El O
Nacional de Montevideo, acusó a la casa comercial de Llavallol, de introducir n
E colonos en una suerte de «tráfico de esclavos)). La Gacefa Mercantil le respon- a
di6 que esa firma no habia celebrado contrato alguno «con el gobierno, ni n
con el general Rosas para entregarle seis mil espaiioles o canarios. Si se hu- n
n
biese estipulado la inmigración de alguna población extranjera de &do que 3
frecuentemente sucede en todas partes, eso no seria traFco de edavos ni nunca O
lo fuenS5.
52. Ibidem, Buenos Aires, 19 de octubre de 1836, N' 4008, pág. 2, col. 4.
53. Ibidem. Buenos Aires, 28 de octubre de 1836, N" 4016, pág. 3 coi. 1.
54. Cfr.Mm~(liedse los gobmradores de la Prmtinn'a de Bumos Aires. 1822- 1849. La Plata. Archi-vo
Histórico de ia Provincia de Buenos Aires, 1976, vol. 1, pág. 278.
55. Cfr. DIAZ, Benito: Dafos sobn la inmigan'án m laprwinn'a de Bumos Aires (1820- 1854),
en i%rnanidadcs, La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1960, tomo
XXXVI, pag. 102.
Las expediciones de emigrados canarios 24
No opinaba lo mismo el general Tomás de Iriarte, exiliado en Montevi-deo
quien al referirse a las expediciones diría:
«Si los canarios vienen atenidos, como es natural, a los recursos que aquf
deben encontrar, tendrán que arrepentirse muy pronto de haber abandonado
tan extemporáneamente sus lares».
Y con referencia a los gallegos que habia introducido la casa Llavallol a
Buenos Aires:
«Sabemos que Rosas los trata como esclavos; por ahora los emplea en los -i -i i-á ~-i- uAu- -u s *ti-r-ruLelr:j-u-b i u d ~ ys c ii ünpdr;ir ;as ralirs, y ies hace menudear sen-dos
palos; más adelante hará de ellos soldados, que es el principal objeto que el
tirano se ha propuesto al celebrar su contrato con la casa de ~lavallol»~b
Similar era la situación dentro de la ciudad sitiada de Montevideo, don-de
batallones enteros estaban compuestos por inmigrantes españoles. De ahí
que cuando el 20 de octubre de 1845 llegó la fragata de guerra espafiola Per-la,
escoltada por el bergantin Héroe, para traer al primer encargado de nego-cios
ante el gobierno uruguayo, don Carlos Creus, y constituir la primera Es-tación
Naval Espafiola, los súbditos de Isabel 11 se entregasen a ~demostra-ciones
delirantes de júbilo [...], no pudiendo menos de conmovernos todos al
ver unos actos que eran fieles intérpretes de los padecimientos y opresiones
por las que habfan pasado estos infelices»57.
El diplomático escribirfa dos meses después a su gobierno:
d o puedo menos que llamar la atención sobre el comercio inicuo e in-moral
de trasladar a centenares de individuos de Galicia y Canarias al Rio de
la Plata, los cuales creen venir como colonos y son pasados de mano en mano
así como esclavos, hasta que hayan podido pagar el precio subido que se les
exige por su pasaje, pasándose años enteros sin recobrar su
56. Memm'a. JYM MmxcI de Rosary L intcncncih de Francia e Ingidfma. Buenos Aires, Edi-ciones
Argentinas S.I.A., 1957, tomo X, págs. 184 y 189.
57. Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Espaíia Corr~~pndencdiea Las Embajadas
y Lcgm'm~U. mg~ayL. egajo 1.787. De Geus a la Primera Secretaria de Estado. Cfr. DE MAR-CO,
Miguel Angel: La Amada ni cl Pida (1845-1900). Rosario, Facultad de Derecho y Cien-cias
Sociales de la Pontifcia Universidad Católica Argentina, 1981, parsim.
58. Ibúicm. Montevideo, 25 de diciembre de 1845.
25 M&eI Angel de Marco
Durante un viaje del Héroe a Buenos Aires, en cuyo trzrlscurso el co-mandante
de la nave, teniente del navío José Dueñas, debía presentar una
nota confidencial de Creus al ministro de Relaciones Exteriores argentino
doctor Felipe Arana -no existían relaciones oficiales entre ambos paises y de-morarían
casi dos décadas en quedar definitivamente establecidas-, solicitan-do
la eximición de los españoles del servicio de las armas, casi un centenar
de peninsulares e islefios, procuraron por los más diversos medios, desde
lanzarse al rfo a nado para llegar a la ballenera al servicio del buque, hasta
disfrazarse de marineros y embarcarse, con la aquiescencia de los oficiales de
la Marina Española en el I ~ r ~ a n t fEns~to~ d.a ría lugar a un serio intercam-bio
de notas entre el ministro y el encargado de negocios español.
Apenas ocurrida la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852), y a pedido
del nuevo encargado de negocios don Jacinto Albistur, el general vencedor
don Justo José de Urquiza, exoneraría definitivamente a los súbditos de su
Majestad Católica de prestar servicio militar en las filas argentinas. Comen-zaba
una nueva etapa en que la valoración del aporte inmigratorio y la san-ción
de medidas adecuadas, abrió un cauce generoso y digno a'la inmigra-ción
española de la peninsula y de las Canarias.
59. DE MARCO, op. cit., pág. 26.