VI
COLOQUIO DE HISTORIA
CANARIO -AMERICANA
(1 984)
Coordinación y Prólogo de:
FRANCISCO MORALES PADRON
TOMO 1
(PRIMERA PARTE)
&=
INSULAR CONSKpRIA DE
CULTURA Y DEPORTES
DE CiiAbi CANiuüA GOBIERNO DECANARIAS
LAS PALMAS, 1987
Fotomecánica,
fotocomposición
e impresión: L~TOGRAF~AA. ROMERO, S. A.
C/ Ángel Guimei-a, I
Santa Cruz de Tenerife
iSBN 84-505-3955-2 (Obra Compietaj
ISBN 84-505-3956-0 (Tomo 1)
D. L. TF. 1.765- 1987
PROLOGO
No andamos muy descaminados si suponemos que más de una
persona ai contempiar h portada de los tomos del Vi C O ~ O ~deU ~ O
Historia Canario-Americana piense, de inmediato, en América, y
que esta acción intelectual la haga creyendo que se encuentra ante
una pieza del barroco virreinal. Pero esta singular portada no perte-nece
al patrimonio artístico del Nuevo Mundo, ni se alza en tierras
peninsulares. Es canaria, de la isla de Fuerteventura. Es la Casa del
Capellán, en La Oliva.
Ortega y Gasset en su día dio vida a un sugerente ensayo en tor-no
a un marco. Si algo tan simple, y hasta si se nos permite nada
exótico, como un marco de madera sin retrato o paisaje alguno, pudo
inspirar a una mente privilegiada como la del pensador español,
unas clarividentes y bellas consideraciones, ¿qué nos hubiera dicho
sobre este bellísimo dintel y jambas majoreras?
Recuerda la portada de Fuerteventura las fachadas planas, cual
tapiz de algunas iglesias del altiplano boliviano. Hay en sus motivos
resabios indígenas sobre los que campea la cruz cristiana, un her-manamiento
o simbiosis de lo que fue la nueva planta cultural ame-
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cilla arquitectura majorera se alza cerca de la Casa de Los Corone-les
-una mansión que reclama una Historia-, en un extraño lugar
que nos hace pensar en cosas también extrañas. Por ejemplo, que la
pieza fue arrancada de un lugar andino y traída a la isla por un ena-morado
indiano que deseaba seguir transitando bajo su dintel cami-no
de la paz del santuario. Una ajhnación o elucubracidn como ésta
puede resultar herética a más de uno que no se explica cómo quien
tiene el oficio de historiador se permite la libertad de fantasear. Cier-to.
Tan cierto, como que por muy historiador que se sea, nadie puede
erradicar de la mente humana la posibilidad de imaginar, de supo-ner,
de caer en la ficción. Y es lo que, también más de uno, está en
condiciones de hacer contemplando esta hermosa portada.
Las Islas Canarias fueron en el siglo XVI, en la concepción del
cronista López de Gómara, ((camino para la Indias)), como Sevilla
fue, para Lope de Vega, ((puerto y puerta de América)). Un camino
que bien pudiera abrirse con un arco-portada como ésta. En la mito-logia
y en los textos historiográjicos de la Antigüedad se habla de co-lumnas
en el estrecho de Gibraltar. Un autor árabe, mucho antes que
Colón, alude a una serie de columnas, hasta siete, dispuestas a partir
de Cadiz y hacia el oeste. Son como un incitación, son como el amojo-namiento
de una ruta, tal como los padraos que los portugueses eleva-ron
en el litoral africano. En el mapa medieval de los hermanos Pizi-gani
no se ven columnas, sino una extraña ,figura alzada sobre un
conjunto de islas y señalando con una mano el rumbo del oeste: el
misterioso y temido rumbo, cuyas puertas estaban en Canarias, Ma-dera,
Azores y Cabo Verde. Sobre todo en Canarias y Cabo Verde por
circunstancias atmosféricas y marinas favorables a la navegación
transversal. Imitando a las columnas y a la inexplicable figura kme-nina,
cabe alzar una puerta o toda una arquería apilastrada con basa-mento
en cada una de las Islas Canarias. Porque el Archipiélago, al
igual que Sevilla, fue camino, puerto y puerta de América.
Bajo el dintel de esta portada cruzaron las naos colombinas, y
luego, toda la teoría de expediciones portadoras de hombres, elemen-tos
culturales, mercancías e ilusiones.
Las columnas de Hércules cayeron; la misteriosa mujer de los
Pizigani desapareció de la cartografla como tantos mitos y delirantes
geografías que plagaban la cartografa medieval. La portada Cana-ria
aparece y desaparece, igual que la isla de San Borondón, cada
vez que brota el arco iris en el Atlántico insular. Empero, continúa
enhiesta la portada de ia lsia del Rubicon. Un Rubicon que muchísi-mos
canarios cruzaron para lanzarse a la aventura americana, una
portada person~cación de la que han traspasado quienes han pene-trado
en los Coloquios. Es decir, los historiadores, que, atendiendo a
la invitación de la Casa de Colón de Las Palmas, vienen a ella desde
1976, para avivar y animar unas reuniones ejemplares y modélicas.
Lo son por la atmósfera de amistad y cordialidad que siempre se ha
respirado en ellas. Quien vino una vez no ha dudado en repetir la fe-
licidad de cruzar bajo el dintel de la Casa de los Coloquios. Lo son.
también -ejemplares y modélicas- por la calidad y número de tra-bajos
expuestos, debatidos y publicados. La Historiografia Canaria ha
visto acrecentado su caudal con doce volúmenei, preciosa herencia de
estos Coloquios inspiradores de similares reuniones en otras latitudes.
Este año -1984- a punto de cumplirse los quinientos años de
la llegada de Colón a Castilla y del nacimiento de Hernán Cortés
(1485) y doscientos años después de la creación del Archivo General
de Indias, nuestros Coloquios, cumplen, casi una década, ¿qué son
diez años al lado del medio milenio de América? Nada. Nada y mu-cho
si realizamos un balance de lo obtenido esclareciendo esa histo-ria
de las relaciones Canarias- América, que inició el marino ligur y
que, en parte, se conserva en el citado repositorio. Nada y mucho.
Mas no seremos nosotros, los encargados de explicar este mucho. Lo
cierto es que el resultado no es para estar satisfechos; pero sí conten-tos.
Alegres y más dispuestos que nunca a seguir trabajando porque
la Casa de Colón, siga siendo una puerta de acceso, un lugar de en-cuentro
para historiadores consagrados y noveles, extranjeros, nacio-nales
e insulares que han sabido -estos últimos- patentizar una
madurez y categoría sorprendentes.
En este VI Coloquio a las habituales sesiones sobre sociedad,
economía, instituciones, arte, etc., se unió un aula especial dedica-da
a examinar las vinculaciones del Archipiélago con el Noroeste de
Africa en los siglos XV- XZX. El tema había brotado ya en anteriores
Coloquios, demostrando que exigía una sesión especial. El éxito lo-grado
ha llevado al acertado acuerdo de individualizar esta Aula
Canarias- Africa, con total independencia de los ya tradicionales Co-loquios,
que persistirán en sus indagaciones de las conexiones Cana-rias-
América como una aportación de la Casa de Colón a la cada
vez más cercana fecha de 1992. Tal como se patentizó en la última
jornada del VI Coloquio, la constancia de una gratitud, cierran estos
renglones de presentación. Desde nuestra responsabilidad damos las
gracias a las instituciones patrocinadoras; hacemos llegar nuestra
gratitud a los participantes; y mostramos también nuestro agradeci-miento
a decenas de personas que no figuran bajo ninguna etiqueta
especial, o bajo ningún cargo o responsabilidad y que, sin embargo,
son claves en la organización y desarrollo de los Coloquios de Histo-
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