LA ARQUEOLOGIA PREHISTORICA DE GRAN CANARIA
SOMETIDA AL ANALISIS ESTRUCTURAL
Celso Martín de Guzmán
Cuando introducimos la idea de estructura (Martín de Guzmán, 1977)
en el análisis de la arqueología prehistórica de Canarias, éramos conscien-tes
de la dificultad de compre,nnsión de su significado dentro de un ideario
arqueográflco, de pura estirpe tipologista que quien más quien menos ha
venido practicando influenciado por la tratlición disciplinar y por la
debida obediencia al magisterio académico. Sin proponer una ruptura
metodológica radical abríamos un panorama teórico, pues entendíamos
que no hay nada más perverso que cerrase al ejercicio de la lógica, y por
compensación, repetirse en la pobreza del aparato erudito al uso, legitima-dor
de tópicos. En esto -y que sirva de mea culpa- ha incurrido la joven
investigación que se ensaya en las islas cuyos defectos estratégicos pasan
por el aislamiento ideológico y la desconexión con los centros científicos
extra-insulares, salvando esas evidentes excepciones que todos admiramob
Sin embargo, creo que estamos a tiempo de replantear ya no solo los
procedimientos técnicos, que todos conocemos, sino de corregir actitudes
mentales esquemáticas y simplistas, y en el marco de una teoría de la
culturas insulares, romper el ((efecto barrera)) de los perjuicios heredados
superando la interposición, muchas veces insalvable, que se levanta entre
la excavación y la interpretación de los datos.
Pero tampoco ignoramos que las teorías mueren, y los materiales
siguen ahí, en su «otredad», ensimismados, siendo siempre los mismos. Y
que cada época, y tanto cuanto más se empeñe en ocultarlo, en negarlo o
disminuirlo, está instalada en su ideología dominante a la que no escapa ni
el científico presuntamente puro. Pues, ya esa misma «pureza» es la
proyección de un modelo ideológico.
Qmdv hah!mvs de 12 cnncepciSr?r ~x&n..ticdee! x x , 9 Udpcsltivls-mo
de principios del Xx, o del culturalismo de entre guerras, sabemos a
qué nos estamos refiriendo. A movimientos ideológicos que han incidido
en los métodos de análisis e interpretación de la cultura. En igual medida,
somos conscientes que el estructuralismo, ha sido también una «moda», o
mejor, un modo de análisis e interpretación y que, si bien en otras
disciplinas ha sido superado, supuso para las ciéncias histiricas tina
importante mejora de la perspectiva de los hechos y las ((duraciones)).
Lamentablemente, en Prehistoria su incidencia fue menor, debido en gran
parte al lastre de la tradición disciplinar antes aludida y a esos «celos»,
incomprensibles, que han ido creciendo entre la antropología y la
arqueología, entre los profesores españoles, sin otra razón de fondo que la
mútua ignorancia.
El desprecio por la teoría de la ciencia, ha sido, y sigue siendo, otra de
las lacras que impiden la comprensión cabal de los fenómenos arqueo-históricos
y arqueo-etnológicos. Quedan éstos mutilados, reducidos a
mecanismos restringidos, o explicados desde una tautología disciplinar
que más que arrojar luz añade nuevas sombras. En éste, y en otros tantos
aspectos, la arqueología prehistórica, practicada con presunción de
ciencia en la universidad española, se ha limitado a justificarse a si misma
-sin conseguirlo- recurriendo a un nivel estrictamente arqueográfico,
sin preocuparse por explorar o incorporar los ingredientes teóricos que
demanda cualquier investigación, que confía en la lógica para resolver los
problemas que tiene planteados.
A esta reductio ab absurdum a que se ha condenado la arqueología
prehistórica, no ha escapado el tratamiento del fenómeno insular, a pesar
de las buenas intenciones (y lamentaciones) de muchos estudiosos de
aquellas comunidades que, a la llegada de los europeos (Siglo XIV),
seguían inmersas en un nivei, iécnicurnenre prehisrórico.
Si cada isla es «un mundo aparte», Gran Canaria lo es más debido al
alto desarrollo de sus instituciones y donde -una vez más- la separación
gratuita entre historia y pre-historia, por el hecho de poseer o no la
escritura, ha vuelto a demostrar su improcedencia. En este sentido, nos
adelantamos a indicar que Gran Canaria, en el universo arqueológico del
A n r h ; n ; & l n n n e c Iin n l ~ n p t gr nn 1 x 1 7 nrnnica nerfe~tgmenteA ; f o r ~ n r ; ~ Ar, ~
-'C"'t."V'U6V, V Y U11 y l u l l v c u "V.. IYLi y A " y . U > y Y I I ~ V C U I I I V I I c VU l l r l l l l U I U u V , J
que se despega de la tendencia al arcaismo en que se asienta el resto de las
unidades insulares, cada una con sus peculiaridades. Esta diferenciación
interinsular no pretende negar las resonancias, los préstamos, los influjos,
los parentescos u orígenes compartidos -fraguados extra-islas- o
resultado de contactos esporádicos, estos últimos no descartables entre las
unidades insulares del Archipiélago Oriental.
Los repertorios de la cultura material, que a su vez son la proyección
del universo institucional, bajo un enfoque estructural, devienen en
representaciones (en el sentido de representación del mundo) y, en
definitiva, en representación de las sociedades. Sociedades que en la
proyección diacrónica se ofrecen como cálidas, sometidas a un proceso
dinámico, a un funcionamiento. Aun cuando su ritmo sea lento, o con
tendencia a la estabilidad.
Lo «estructural» abarca ya no solo la noción de secuencia, sino la de
conjuntos artefactuales, valorados tanto en el plano horizontal (sincró-nico)
como en su plano vertical (diacrónico). Tales parámetros posibilitan
la lectura del discurso de los objetos, no como mera traducción ideográ-fica
sino a partir de un grado inicial (y progresivo) de inteligibilidad.
La ((opción estructural)) se expresa como una amplificación de los
modelos nemotéticodeductivos, que son propios de la ciencia, y al tiempo
que introduce la noción de gramaticalidad de la cultura, no renuncia a sus
características generativas (en el sentido de la gramática generativa de
Chomsky, capaz de generar situaciones). Este aspecto gramatical de los
objetos culturales (cuyo sujeto es el hombre-sociedad), se entiende como
un «discurson que observa sus reglas sintácticas, o lo que se ha denomina-do
((sintaxis objetual)), que no es otra cosa que la red de relaciones
(manifiestas o subyacentes) que contienen los objetos.
Los objetos, a su vez, se pueden imbricar de acuerdo a dos posibilida-des
principales:
1. Como redes endógenas: Que agrupan y ponen en relación de carácter
sintagmático a conjuntos sémcos de objetos: armamento, aperos de
labranza, utiles de pesca etc.
2. Como redes exógenas: Que conecta con puntos, elementos y situacio-nes
externas al objeto pero que forman una prolongación (o «cadena
invisible))) que va de lo singular (u objetual) a lo general (o estructural). A
partir de un tipo de cerámica acceder al: proceso de fabricación, distribu-ción,
adscripción territorial, contextualización, marco institucional etc.
artici?!ución de estus redes cmf~rrr.un!a ::rstmctUru c~mp!eja»a !a
que debe enfilarse cualquier actividad investigadora, y no solo conforman-dose
con transitar (de puntillas) por el callejón diacrónico de la secuencia,
ignorando las con-secuencias del proceso en profundidad.
Dentro del conjunto sintagmático de los artefactos se puede determi-nar,
operacionalmente, la tasa de funcionamiento, es decir, el cuadro de
funcionamiento de los elementos activos, pasivos, intermediarios, multi-usos
etc. La primera cadena, de carácter lineal, se articula de acuerdo con
el principio de la implicación, del tipo que sigue:
A ..... B ..... C ..... D .....
Esta sintáxis sintagmática presume que A se relaciona con B y B con C y C
con D etc. etc., admitiendo ((desvios laterales)), o relaciones secundarias. A
partir de estas cadenas (y redes) habrá que aproximarse al «perfiI de
funcionamiento)), no como la suma de la funcionalidad de cada uno de 10s
artefactos sino como una operación global que intenta definir el índice de
rendimiento de los conjuntos. No un anzuelo o arpón aislada (o toda su
tipología), sino el ((sistema de la pesca)) con su «perfil de funcionamiento)),
y su ((índice de rendimiento)) (incidencia en la dieta alimentaria, patrón
de asentamiento etc. etc.)
F! proh!ema de! pnh!arr?ientn esta e s t r e ch~~ner~et!aec ienud= ccn e! de
la navegación primitiva (pre y protohistórica) en la ribera atlántico
occidental de Africa, a partir de la boca del Estrecho hasta Bojador.
Es un tópico, pero inevitable: Sólo por mar se pueden alcanzar las
playas canarias. En el estado presente de los conocimientos:
l. No existe ningún tipo de inconveniente para situar un poblamiento
inicial a partir del 11 milenio B.C., momento en que, está documentada, a
ambos lados del Estrecho, la navegación como actividad conocida.
2. A partir de la Edad del Bronce, la navegación en torno a Gibraltar
cobra una relativa importancia. No es ya simple cabotaje, tal y como lo
demuestra el poblamiento de las islas del Mediterráneo, ocupación que
desde el continente (Europeo o Africano), sólo puede hacerse practicando
una navegación pelágica y cubriendo recorridos superiores a los 100 Km.
Esta distancia es la que separa a Canarias de la fachada atlántico-sahariana.
3. Los grabados del Alto-Atlas marroquí, dados a conocer por Malhom-me,
están indicando la presencia de personajes ((extranjeros)) en el área,
tal y como se deduce del armamento (con cascos, hachas y alabardas), sin
antecedentes en la zona.
4. El problema de la navegación entre los primitivos canarios hay que
enmarcarlo dentro de las tradiciones naúticas de los pueblos costeros
norteafricanos. (Remitimos a nuestro trabajo sobre el tema).
A la espera de nuevos hallazgos -que no dudamos se sucederán- la
presencia del hombre en el Archipiélago ha quedado documentada en
Barranco Hondo (Tenerife), desde el siglo vi B.C. Para Gran Canaria, la
fecha más antigua procede de Los Caserones, donde la Dra. Jimenez,
Gómez, en un contexto de estructuras domésticas de piedra seca, ha
obtenido una fecha del 60 de la Era. (Creo que ya sean pocos los que
duden que cuando la expedición de Juba visita la isla ésta ya estaba
poblada). Para un enterramiento colectivo, el Prof. Navarro Mederos
obtuvo en El Hormiguero, Firgas, contexto de lo que hemos denominado
«Cultura de las Cuevas)) el 210 de Ia Era. En El Pajar (San Bartolomé de '
Tirajana), el Dr. Mauro Hernandez, en una casa artificial pudo fechar
restos de maderas carbonizadas en el 480 de la Era. (Vid. Arco Aguilar et
elii, 1977-79). Estas fechas, en parte, rompen con la ((antigüedad)) de la
(Cultura de las Cuevas)) que, en Acusa o en Tejeda, parecía ser anterior a
los complejos de casas de la costa de Gálgar. Más adelante insistiremos en
estos detalles y los explicaremos en base a nuestra noción de ((horizonte
cultural)).
Los estudios antopológicos se han encargado de superar el mito racial
guanche, e introducir concepciones más actuales, sustituyendo la raciolo-gía
por las «étnias» . Las recientes investigaciones impiden hablar de una
unidad racial y menos aún cultural para el Archipiélago. Ni tan siquiera,
como en el caso de Gran Canaria, pues dentro de una misma isla si bien
en algunos de sus horizontes tardíos se puede hablar de un «ideal
compaitkion y poi :o iaiiio üm homo!ogaciSii Sinice, q&iii por explicar
ciertas dicotomias tipológicas.
En Gran Canaria se han podido aislar hasta 4 variantes o tipos,
relacionados con grandes troncos raciales, al menos con dos principales:
cromañokb y mediterranoides leptosomáticos. Estos cuatro tipos somá-ticQo
m eWi&u a pensar en cuatro «oledas cuIturales» sucesivas pero
tampoco se @e perder dc: vista ia evidei~kid U;~ütüiiiibii~ecri iiie el
Ambiente de los Túmulos (cuyo portador es un mediterránido leptosomá-tico
que nada tiene que ver con el «guanche» que momifica y entierra en
cuevas), con referencia al resto de los ingredientes culturales que, al filo de
la Conquista europea, aparecen ya mezclados por el sincretismo. Otro
'hecho singular es el de la Cultura de la Cueva Pintada, cuya imbricación
y/o dependencia de la de los túmulos está aun por perfilar.
Para Vallois (1934) el primer indivíduo que arriba a las islas es un
pariente próximo del conocido tipo norteafricano de Mechta-el-Arbi,
portador de un neolítico de tradición capsiense y que, con anterioridad, se
había establecido a lo largo del litoral noroccidental africano. Con la
revisión de los límites territoriales del capsiense (hace 20 años todo el
neolítico norteafricano o era «capsiense» o no era nada), y la redifinición
misma de su cultura, esta visión simplista y globalizadora ha dado paso a
otros encuadres de la cuestion en consideración a la concurrencia de
distintas tradiciones que frecuentan el área y que perviven, con posterio-ridad
a la romanización e islaminación, en todos sus elementos sustancia-les
y estructurales, tales como el Neolítico Mauritano, o las distintas líneas
del Neolítico de tradición sudanesa.
En un determinado momento, aún sin precisar, pero que tuvo una
coyuntura favorable a partir del 11 Milenio, debido a los movimientos que
se generan tanto en el corazón del Sahara como en el Mediterráneo
Occidental, se pudo asistir a una antropodinamia que ajcanzard al
Archipiélago.
Pérez de Barradas (1939), estimó que la ((primera oleada)) había que
situarla en el Neolítico pleno, y dentro del contexto de lo que en el '
Mediterráneo se denominaba «Cultura de las cuevas)) (Para nosotros con
esta denominación se expresa una noción muy distinta, se trata de un
«horizonte» que se localiza en el patrón residencial de la isla).
Para el ((poblamiento inicial)) se han ensayado distintas denominacio-nes
a falta de un registro arqueológico que lo determine y lo situe
cronológicamente. Se ha hablado de «pan-canario)) (Tarradell, 1970), idea
que se ha ido desdibujando a pesar de su gran sugerencia, pues, en el
momento de las valoraciones, son más las diferencias que distinguen que
las semejanzas que unen a las distintas islas. El término acuñado por
Cuscoy, y aceptado por la mayoría de los arqueólogos, (pues no ofrece
ninguna controversia) de cultura de substrato, ha sido útil hasta la fecha
pero tampoco explica satisfactoriamente el problema, pues, este sustrato,
no sabemos si es el mismo para todas las islas (mas bien no), aun cuando
será más lógico pensar que ese sedimento cultural ya venía fijando desde
ailies. LO irasil cada üiia de las coiiiüliidades, denvadas de un ambiente
cultural próximo como lo es, en líneas generales, el Norte de Africa. No
pareciera que hubiese un momento inicial donde todo se hiciera sobre el
sustrato común. El problema nos parece más complejo. La idea de
«sustrato» puede hacer pensar que, en el momento inicial, los primeros
pobladores (pongamos «los guanches))), participan en un mismo modelo
cultural que luego se va diferenciando bien por el aislamiento o por
aportes posteriores, independientes, que alcanzan a unas islas y a otras no.
Para nosotros, las diferencias ya vienen fijadas desde el continente, y, en
las islas, inician su propio ((proceso insular)).
Esta ((primera oleada)) no sabemos si alcanza o no a todo el Archipie-lago.
Ante tal situación, tan sólo se puede esperar a tener la secuencia de
cada isla, de esos 2.000 o 3.000 años de permanencia del hombre en las
islas antes de la llegada de los europeos en el xiv.
No era otra nuestra intención cuando hablamos de Canariense (al
igual que se habla de Cretense 1, 11, o de Heládico Antiguo). Ni
inventabamos nada nuevo ni pretendíamos otra cosa (como ahora) que
poner orden en el «caos arqueológico canario)). Efectivamente, nos
referíamos a un ((tiempo general y real para todas las islas, cualquiera que
sea su ritmo de evolución y proceso cultural interno)) (Martín de
Guzmán, 1977: 14). Para el tratamiento por islas acudíamos a la noción de
((horizonte cultural)), que no tienen porqué ser sucesivos y diacrónicos.
Pueden coexistir, incluso en los sincretismos, bajo distintas fórmulas.
Por Horizonte Cultural entendemos el complejo de bienes materiales e
institucionales de una cultura que se desarrolla en varios tiempos y varios
espacios, pero cuya adscripción cultural es inconfundible. Son horizontes
~ l ! t ~ r z ! ~er! :u ~ ~ ~ p ~ n i f e(ers mdec~ir\, >((L a Cg!igra de! &mpanif~rme!?
del elemento definidor, identificador, que la arqueología estime oportuno).
Se puede participar en un horizonte cultural y no pertenecer a él. Esto es
frecuente en las sociedades multi-étnicas, y da orígen a combinaciones y
variables muy diversas, de acuerdo al grado de integración y respuesta de
los distintos grupos que comparten algun tipo de ideal:
En nuestro estudio de los patrones de asentamiento en el Valle de
Guayedra (1977), diseñamos un modelo en base a la combinación del
horizonte cultural y el módulo residencial. En nuestro intento no hacía-mos
sino seguir pautas ensayadas por Steward y Spaulding, o por el
mismo K.C. Chang (Chang, 1976), con el propósito de determinar las
irregularidades y/o continuidades de los asentamientos, distinguiendo
entre ((unidad arqueológica» y ((estructura arqueológica)). En el caso del
complejo de h Costa de GáMar, entendido como recinto proto-urbano, se
reunen t d a s los indicios para llegar a la inferencia de que estamos ante un
conjunto resideneidp~enecientea una aristocracia instalada en el poder,
en contraste con los asentaniientos secundarios en manos de un incipiente
«campesinado» y qgente del común» (como hablan las crónicas), y que
habitan en módulos dispersos, suburbios y aledaños. En Guayedra, por el
contrario, veíamos un núcleo autóctono secundario.
Los atributos de cada uno de los asentamientos arqueológicos derivan
de los datos obtenidos en la excavación e incorporados al modelo. La
idea de ((asentamiento)) no solo agrupa artefacto, contextos, sino que es
simultánea a la noción de ((unidad dornéstica»/«unidad de producción)).
En definitiva, detrás del asentamiento hay un ((grupo humano de produc-ción
y consumo)). El principio y el final del asentamiento coincide, a su ..,- ",,-1 ,,, ...P..+- +a,..,,"l A, .,;"ano;0 P,, O",,P1 ,,,,,.,lo"Om;Pn+n ,+P
VGL, LUll G l Z 4 I E > l l l b l l L U L U l l l p V I C b I U U V 1 6 C l l U I U ) U 1 1 U Y U U l UlllplU-IIIIUIILV, U U
unos portadores culturales determinados. El sitio puede abandonarse
definitiva o temporalmente. Volver a ser ocupado, de nuevo, por un grupo
humano de la misma cultura (con lo que continúa vigente el ((horizonte
cultural))), o por un nuevo componente humano que introduce novedades
desconocidas anteriormente aun cuando participe o herede elementos
anteriores.
En este mismo sentido ya Osgood (1951) y el mismo Chang (1976) se
preguntaban que cómo era posible que los arqueólogos sigan insistiendo
en la cultura material, o en .la tecnicultura, y se despreocupen de las
estructuras generales. En el asentamiento, y correspondiente manipulación
vemos una posibilidad para acceder a unidades arqueológicas que poseen
pruebas directas e indirectas de ocupación humana, donde, a partir de la
realidad arqueológica, se puede reconstruir la dimensión social y econó-mica,
tanto en su estado estacionario (sincrónico) como dinámico, en el
desarrollo de la secuencia.
Resumiendo, articulamos los horizontes culturales en:
-Arcaico
-Formativo
-Tardío
En esta visión, se apuesta por un desarrollo, en la isla, de una cultura
insular predominante, donde pueden converger y participar otros legados
llegados con posterioridad, o no, como la Cultura de los Túmulos y la
Cultura de la Cueva Pintada. En los 2000 -como mínimo- años de
prehistoria insular, evidentemente, hubo de registrarse fenómenos de
cambio en la secuencia cultural.
HORIZONTE ARCAICO: En él; entrarían los elementos primigenios.
Son los ((primeros tiempos)) y las ((primeras gentes» que llegan a la isla.
Ahora bien, como quiera que la isla fue «invadida» por un grupo cultural
ya hecho, el inicio de la secuencia, y de este horizonte arcaico insular, no
tiene porqué coincidir con un estadio de primitivismo absoluto. En teoría,
este nivel sería el equivalente a un neolítico pre-cerámico que habría que
aislar y demostrar arqueológicamente. Ya en Guayedra apuntamos a su
reconocimiento en un contexto que definíamos como:
-Enterramiento en cuevas.
-Ausencia de cerámica (?) (o no).
-Tipo racial cromañoide.
El problema principal deriva que no siempre arcaismo coincide con
aat;gUedad por otra parte, tarnbiSíi en;steii iii&iusr azolia"v:es
estimar que el poblamiento inicial de Gran Canaria fuese adjudicado a las
gentes portadoras de la que hemos denominado ((Cultura de la Cueva
Pintada», precisamente por estar, en condiciones ventajosas para alcanzar
el archipiélago desde el 11 milenio.
HORIZONTE FORMATIVO: En él pueden participar además de la
herencia arcaica, las dos culturas preponderantes, ya bien sea después del
sincretismo, o manteniendo sus dicotomías. Así Cultura de los Túmulos y
Cultura de la Cueva Pintada, pueden estar, independientemente, en la
base de este horizonte. Hay dos rasgos innegables:
-Enterrarnientos en cuevas, y/o túmulos.
-Uso de la cerámica.
-Tipo racial cromañoide, y/ o mediterranoide.
Por formativo, como su nombre indica, se entiende que se asiste a la
formación de una cultura con acento y personalidad insular. Ya hay una
asociedad canaria)).
HORIZONTE TARDIO: Con plenitud de las.instituciones y desarrollo de
fórmulas propias de un proto-estado, de base agro-alfarera. En él son
vigentes los centros urbanos adscritos a la Cultura de los Túmulos. Es el
horizonte que encuentran los europeos en el XV.
-Centros proto-urbanos,
-Cerámica decorada.
-Economía agrícola-pastoril.
-Instituciones proto-estatales.
Aunque sin precisar, en Gran Canaria, como hemos dicho, la existen-cia
del horizonte arcaico no tiene porqué coincidir con la cultura de
sustrato de Tenerife. Así sí se toman en consideración las ((cuentas
segmentarias)), como propias de la primera oleada, habría que reconocer
que ésta solo alcanzó, a Tenerife. En el extremo opuesto estarían los
sellos-pintaderas, exclusivos de Gran Canaria. Indudablemente, cada isla
tuvo su cultura primigenia, pero en el estado presente de los conocimien-tos
no se puede afirmar que fuese la misma para las siete islas.
De cualquier modo, frente a la Cultura de las Cuevas, en Gran
Canaria, se desarrolla un horizonte cultural de clara inspiración medite-rránea,
y tipificado en la Cueva Pintada de Gáldar. Esta Cultura queda
perfectamente definida por:
1. Patrones de asentamiento próximos a la costa, en el segundo escalón,
no en la orilla del mar.
2. Hábitat en cuevas, labradas artificialmente, con cámaras decoradas
con pinturas parietales de temas geométricos.
3. Florecimiento de una cerámica pintada, de decoración geométrica,
similar a las pinturas parietales (o víceversa), y que ofrece los siguientes
rasgos: asas cuadrangulares, asas pitorros, carenas, sellos-pintaderas,
idolillos de arcilla cocida. Todos estos elementos están ~erfectamente
documentados en el Mediterráneo:
-En torno al 1.500 B.C.: Irradiación de los vasos carenados, presen-tes
en la ((cultura argárica)).
-En torno al 800 B.C.: Talasocracia fenicia con divulgación de los
tipos mediterráneos, principalmente ídolos y cerámicas.
Estos elementos de estirpe o resonancia mediterránea, que pud'i eron
asentarse también en la ribera africana, alcanzaron de lleno Gran Canaria
y no están presentes en ninguna otra isla.
piegun;a qüe sa:;a a laija :es;ra es: <<¿Cómoe s posible qUe
esta cultura, técnica e institucionalmente más avanzada, con un reper-torio
material mucho más sofisticado se quedase en Gran Canaria sin
intentar penetrar en el resto del Archipiélago?)). Por el momento, la
arqueología no puede dar una respuesta satisfactoria.
Entrelazado al problema cultural, aun cuando no siempre coincidente
con él, el registro antropológico ha confirmado la presencia, en Gran
Canaria, de dos tipos principales y dos tipos secundarios:
Tipos principales:
1. El tipo cromañoide: De cara ancha y robusta y que se ha querido hacer
coincidir con la capa más antigua de la población, ubicada preferente-mente
en el interior montañoso de robustez parecido al poblador actual.
2. Tipo mediterranoide: De cara estrecha y alta, huesos delicados, gran
estatura. Supondría un aporte diferenciado, asentado en los núcleos
protourbanos de la costa (Costa de Gáldar).
Frente a esta bipolaridad primaria conviven otros subtipos secundarios:
Tipo secundario:
1. Tipo orientálido: O semita de Verneau. Presente en Guayadeque y en el
litoral Sur. Prácticamente inexistente en el Norte. Probablemente relacio-nado
con la difusión de los elementos mediterráneos: Cultura de la Cueva
Pintada.
2. Tipo negroide: Este elemento pudiera explicarse, más satisfactoria-mente,
a partir del porcentaje de sangre incorporada desde antiguo
d e s d e finales del Paleolítico- a las étnias norteafricanas. Este antiguo
sustrato negroide está bien representado en los ((harati)), que eligen sus
asentamientos en los oasis y en las zonas de contacto racial entre el norte y
el sur. También el denominado hombre de Asselar, del neolítico saharia-no,
es un tipo negroide que, por otra parte, guarda muchas similitudes con
el Mechta-el-Arbi, de donde también se ha querido ver la procedencia de
la rama canaria del ((guanche)).
Si se compara la población de Gáldar con la del sector de Guayadeque
se detecta cómo el elemento cromañoide está fijado a un ambiente de
cuevas, frente a un mediterranoide que lo hace en estructuras artificiales.
Las observaciones del Dr. Fuste (1962), nos parece no deben darse por
superadas. Si se compara la ((serie de Gáldar)) con otras del interior
(Tejeda, Tirajana y Acusa) surgen notorias diferencias entre la dentición
de ambos grupos, con una mayor presencia de caries y reabsorciones en
los individuos del interior, hecho que denuncia una diferencia en la dieta
alimentaria, que aun no ha podido arqueologicamente demostrarse, pero
que puede inferirse de los dos tipos de ambientes y de economías. Frente a
un litoral más urbanizado y agrícola, un interior más serrano y subsidiario
del pastoreo. Estas dicotomias, aun cuando no absolutas, pueden arrojar
-tal y como sucede en la actualidad- datos para comprender la
diferencia de comportamiento entre la costa y el interior, además del
imper&i..r= territsriu!, que rr.isp.2 ~ r ~ g ~i z~pf ~i u~!u ep a ~ t 2re sidenz
cial.
Otros investigadores, como Camps y Balout, han reflejado su perpleji-dad
en el momento de intentar los paralelismos con el Africa próxima al
archipiélago. La ausencia de avulsión (típica entre los iberomauritanos y
capsienses), la posición del cadáver decubito dorsal extendido (frente a
decúbito lateral flexionado), y otros detalles como el «rojo funerario)) no
presente, hasta el momento, en los enterramientos insulares, no conside-ramos
que sean factores determinantes ni para establecer paralelismos y
presuntas conexiones ni para negarlas. Es un procedimiento metodológico
(el análisis comparativo) que tantos quebraderos de cabeza y falsos
problemas ha incorporado al de por sí difícil y enmarañado panorama de
las culturas indígenas canarias.
EL DISCURSO DE LOS OBJETOS ARQUEQLOGICOS:
Los repertorios artefactuales, dentro de la teoría del ((discurso de los
objetos)) pueden ser comprendidos (y explicados) a partir de su red de
relaciones y donde se postulan las siguientes variantes:
1. La posibilidad de construir, de acuerdo con la lógica, una teoría de los
objetos, entendidos éstos en su dimensión cultural (dentro de la Teoría
General de la Cultura). El artefacto pasa a ser una «representación»
cultural y no un mero objeto, restringido a su registro primario y físico,
como un ((cuerpo gravitatorio)), medible, pesable, visible, calculable, tal y
como lo manipula la arqueología y la estadística.
2. La «Teoría de los Objetos)) (en Arqueología prehistórica) se ocuparía
exclusivamente de los repertorios fuera de circulación, no vigentes, pero
cuya recuperación real los vuelve a incorporar al patrimonio de los bienes
culturales (museística, monumentos, publicaciones etc.)
3. Desde unos presupuestos lógicos (razonados y razonables) el discurso
de los objetos queda contenido en una esfera o ámbito más amplio y
totalizado que es la estructura cultural.
4. El discurso objetual, entendiendo desde sus enunciados-sintaxis (la
sintaxis cultural o redes de relaciones endógenas y/o exógenas), es factible
de ser traducido. La transcripción semiótica de los significados cultura-les
posibilita la aproximación al significado cultural, particularmente en
los niveles estructurales del discurso. Hay en este sentido una «semiología
complementaria del objeto arqueológico», a nivel de contexto. El yaci-miento
(o mejor el asentamiento) es el soporte material del «discurso»,
elemento del que no se puede prescindir en el momento de atribuir
significados. No se trata sólo de leer. Hay que traducir y localizar las
redundancias. Esras úitimas pueden convertirse en ias consiantes y j o en
las representaciones de las invariables (singulares y generales, locales y
universales). Pues, toda cultura es, en cierta medida, una acumulación de
repeticiones. En base a ese comportamiento se logra el tipo, el estilo, y la
identidad (de los grupos que participan de una misma cultura).
El ((modelo cerrado)) o insular se ofrece como un contexto limitado
que va a condicionar la tipnlogía del discurso dentro de unos pocos
parámetros bien concretos y definidos. El ((soporte insular)), como geogra-fía
escueta, frontera sin vecinos, juega como ((imperativo territorial)) e
impone una alta dosis de determinismo. El imponderable insular que está
debajo de todo el proceso cultural y donde el factor espacio, con posibili-dades
de un control vertical, va a imponer sus reglas del juego. El mar
como cobertura protectora como aislante pacífico, pero tambien como
responsable de la tragedia de la soledad cultural y el ensimismamiento.
Para la comprensión, en general, de la arqueología prehistórica
insular, pasamos a describir los atributos materiales de su cultura,
entendidos como segmentos, o morfemas, de un discurso más amplio y
que juega en varios niveles y tiempos. Sin determinar su posición en la
secuencia, se han podido aislar los siguientes repertorios objetuales:
INDUSTRIA LITICA:
En su conjunto, la industria lítica de Gran Canaria, ofrece un aspecto
tosco y arcaizante, acentuados estos rasgos primitivos por las característi-cas
precarias de la materia prima. Los basaltos y fonolitas insulares
apenas admiten una talla rudimentaria y limitan las posibilidades del gusto
técnico. No obstante, el vidrio volcánico, la obsidiana, ofrece mayores posi-bilidades
de manipulación, de talla y retoque pero, estasventajas, debido a la
blandura de la materia prima, no fueron investigadas ni aprovechadas por
los fabricantes isleños. En estos vidrios, tallados, de pequeñas dimensio-nes,
formando pequeñas lascas y hojitas, apenas retocados, se han querido
ver uno de los elementos del pancanarismo de la cultura de sustrato. Las
denominadas «tahonas», o cortadores atípicos de obsidiana, están docu-mentados
en los repertorios líticos de las siete islas. Explicable, por otra
parte, debido al carácter volcánico y a la obtención de esta materia prima,
presente en todas las islas.
De 600 artefactos líticos procesados en El Museo Canario, tan sólo el
16% tiene consignada su procedencia y,corresponde a 7 series de distintos
yacimientos de superficie, sin precisar su contexto arqueológico. Dos de
estas series proceden de Gáldar (Barrio Hospital y El Agujero), 2 de Las
Palmas (Guanarteme, Tenoya y Angostura), 1 de Telde, y 1 de Aguimes
(El Carrizal). En un sólo caso, se puede aislar una serie perteneciente al
horizonte de la Cultura de las Cuevas, en Barrio Hospital (Gáldar), pero
con el inconveniente de tratarse de cuevas artificiales y en un contexto
próximo al de la Cueva Pintada, circunstancia que no se puede pasar por
alto. Esta discriminación no aportó ninguna nueva valoración,pues tanto
eíi ü r i c~o iiio eli Giro coíiiaio la iiidüsirki participa de ivs mismos tipos y
materiales.
Las series de artefactos tallados, con un total de 117 piezas, represen-tan
en el conjunto un 30% de la actividad industrial. Es evidente la
preponderancia de la piedra pulimentada, aspecto que viene a reforzar el
carácter de neolítico avanzado, de los distintos horizontes culturales
insulares.
, Por su parte, los cantos trabajados, que apenas han sido detectados y
valorados por los arqueólogos, e ignorados, por fortuna, por los afidona-dos,
suponen más de un 30%. Los que hemos entendido como instrumen-tos
especializados alcanzan un 15%. Dentro de ellos las tallas unifaciales y
bifaciales, que apenas llegan al 2%. Unifaces y bifaces son siempre
raros, pero no estan ausentes (tal y como se ha comprobado en Valle de
Guayedra).
No faltan ejemplos de hachas de mano, de talla bifacial abrupta
(15414) que muy bien podrían compararse con sus similares africanos.
Dentro de este mismo repertorio arcaizante, se registran grandes
hachas triangulares (NQi32 y 135), y una serie de picos (No 86 y 88),
probablemente relacionados con las actividades de recolección del maris-co
y los asentamientos ribereños.
La industria sobre lasca, es poco representativa si exceptuamos las
mencionadas «tahonas», por otra parte en hojas atípicas. Se ofrece sin
gran especialización. Excepcionalmente se ha ubicado (Guayedra y Ba-rranco
de Agaete) algún útil en material silíceo, extraño en la isla y donde
se ha podido determinar el conocimiento del retoque marginal de las
piezas, e incluso tipos próximos a los clásicos raspadores, que se inician en
el paleolítico medio y perduran toda la prehistoria. Se puede hablar de
«micolitos», con referencia a las «tahonas». Estos utiies de obsidiana, en
las series sometidas a control significan el 12%.
La piedra pulida alcanza el 70% del total con lo cual observa carácter
de indiscutible preponderancia, aun cuando no sepamos en que horizonte
incide con más porcentaje. Entre los útiles pulimentados, los alisadores
representan el 40%, siguiéndoles a más distancia los esferoides, con un
13%. Otras piezas marginales, como las tapas y los cierres de pomerita,
representan el 10%.
Mención especial merecen las controvertidas «hachas de jadeita)) que
han supuesto otro de los tantos quebraderos de cabeza de la arqueología
insular y que, a primera vista, tienen el aire de un dote de importación))
(Pero, ¿Quién y cuándo se importaron? ¿Estaremos ante una superchería
debida a algun coleccionista romántico de los que frecuentaron los museos
y colecciones europeas en la época de la fundación de El Museo Canario?
¿NO trajo, acaso, Verneau réplicas de Francia de piezas de la prehistoria
gala?). De la serie, dos de ellas proceden de Gáldar y otras, ambiguamente,
se hacen originarias de Arucas. De cualquier modo, son artefactos
excepcionales y cuyo contexto arqueológico y circunstancias del hallazgo se
desconocen, con la particularidad de estar hechas en una materia prima
que iiü es propia de !a ida.
La serie de molinos circulares contabilizada un total de 32 piezas, de
las cuales 22 corresponden a artefactos completos, con sus dos muelas: la
superior, o giratoria, y la inferior, o durmiente. Ambas piezas están
dotadas de un orificio o perforación central, en algunos casos bicónica o
troncocónica, y donde se colocaría el eje de madera. La muela superior, en su
s ~ p e r f i ~eixet erna, esta provista de dos ho;vuelos marginales, enfrentados
(en algunos ejemplos en número de cuatro, y equidistantes). De estas
piezas, 10 están dotadas de un gollete o cuello en torno al orificio central.
En otras, como en la NQ 5 11, la superficie ofrece una decoración radiada
con surcos grabados en la misma materia prima, que suele variar desde el
basalto cavernoso, más bien compacto, a tobas volcánicas, más blandas y
menos resistentes al pulimento.
Los molinos naviformes suman un total de 37 ejemplares, con
predominio de los elipsoidales o navetiformes (con 22 piezas), y en menor
proporción los de paredes rectas y diseño rectangular o paralepipédico
(con 11 piezas).
Los recipientes y morteros, de diseño más o menos circular o globular
son, en líneas generales, de aspecto rudimentario y, en este sentido, no
debe hablarse de «vasos de piedra)). Su falta de contexto arqueológico
obliga a las reservas propias del caso pues, muchos de estos recipientes,
siguen siendo vigentes entre los corrales actuales, siendo difícil determinar
si estamos ante un objeto arqueológico prehistórico o ante un objeto
etnográfico del medio rural isleño. Tan sólo un fragmento (V. 11 /459),
presenta un acabado, y esmerado pulimento, con un asa de perforación
Lu:l,c.A..u.:u,.-l La.
Un total de 25 morteros elipsoidales aparecen tanto en el contexto de
las Cuevas como de los Túmulos. De estos, 16 fueron hallados en la
Comarca de Gáldar, aun cuando se trata de un elemento ampliamente
distribuido por la geografía insular. En Guyedra ha sido contextualizado,
dentro de una unidad doméstica, de piedra seca, un hermoso ejemplar de
molino naviforme. En otra estructura del mismo yacimiento, apareció un
fragmento embutido entre las piedras de uno de los paramentos, utiliza-ción
que se le dió en el momento en que la vivienda aún era ocupada.
Tanto los molinos circulares (cuya datación es histórica, y concreta-mente
romana, en torno a la Era), como los naviformes, más arcaicos en
su modelo y tipología, no en su cronología real, y supervivencia en
distintos contextos u horizontes, son otros de los elementos pancanarios.
En la Cueva de Barranco Hondo, en Tenerife, fueron localizados, en
posición estratigráfica, y dentro de una secuencia que se inicia con un
inseguro pre-cerámico, en el Siglo VI B.C.
La madera:
La relativa abundancia de bosques en la isla (factor poco valorado por
la arqueología) fue una de las fuentes de materia prima con que pudo
contar el aborígen canario, y cuyo aprovechamiento ha quedado reflejado
en sus distintos usos. En cierto grado, estamos ante una «edad de la
madera)) que viene a compensar la ausencia de metales. Los cronistas
describen el armamento indígena (sus espadas y jabalinas) confeccionadas
en duras maderas tratadas al fuego y tan cortantes y resistentes como las
de metal. La industria maderera cubre varios capítulos de la producción:
1. Para la construcción: Cubiertas de casas, revestirnientos de grutas
(Palacio de los Guanatemes), puertas, dinteles, etc.
2. En túmulos y enterrarnientos: Tablones aislantes del suelo (Túmulos de
La Guancha), tapas de cistas (Mogán), o sarcófagos rnonóxilos, como el
cajón funerario individual de Cascajo de las Nieves (Agaete).
3. Industria doméstica: Platos, tapas, cucharas. En algunos casos se
reproducen 10s mismos modelos cerámicas. Micro tapa de Mogán (1307).
4. Elementos de utilidad diversa: Agujas (Valsendero, Valleseco), ejes
(Agüimes) punzones (Guayadeque), peines, tapones etc. y hasta quizá una
muñequera (5641 14).
5. Idolos: Representación antropomorfa procedente de Juan Grande
(SRC 11, s.n.) con sexo femenino indicado. Hay testimonio en crónicas de
esculturas en madera relacionadas con los cultos religiosos (cápridos y
antropomorfos divinizados).
6. Bastones: Una pieza excepcional ofrece problemas y dudas en el
momento de su adscripción cultural al desconocerse su exacto contexto
arqueológico. Se acepta su caracter aborígen y su procedencia de Guaya-deque.
Empuñadura y tramo de caña decorados con temas geométricos.
No nos ~ronunciamos sobre su autenticidad.
7. Armas: La arqueología, hasta el momento, no ha proporcionado
ningún ejemplar. Las crónicas de la Conquista hacen expresa mención a
las mismas con lujo de detalles. Se sabe de la existencia de jabalinas,
dardos, espadas, y de unos bastones, con uno de sus extremos ensancna-dos,
y que los aborígenes denominaban «magados». Por el contrario, en
Tenerife, y en el Museo Arqueológico, se conservan en buen estado
algunas de estas armas. Aun cuando no está documentado el uso del arco
y la flecha, la caza menor fué practicada por los aborígenes canarios
(cazadores de lagartos, de aves, incluso de cápridos y suidos cimarrones).
Las Crónicas hablan de unas varas p~ntadas y de escudos o rodales,
igualmente decorados y hechos con corteza de drago. La arqueología,
hasta el momento, no ha podido rescatar ninguno de estos ajuares
guerreros. Ausencia comprensible por el carácter deleznable y combusti-ble
de la madera.
Las principales maderas empleadas en la fabricación de estos artefac-tos
eran: pinus canariensis, el juniperus phoenicea (sabina), el cneorum
pulverulentum (leña buena) y la olea europea (acebuche).
Los maderos y tablones están, por lo general, bien cepillados, raspados
en sentido longitudinal, presumiblemente con azules de piedra, pues,
como se repite, desconocían los útiles de metal, o herramientas. En tal
dirección, no hay que descontar la importación de herramientas de metal
como consecuencia de los contactos con los europeos a finales de la Edad
Media. La presencia de los mallorquines en la isla, hacia la mitad del xiv,
y s ~ irs?t er?tes de ev~nge!izaciSn h i ? h de ser un hecho triscendenta! en
este sentido. El mismo revestimiento del Palacio de los Guanartemes, con
tablones perfectamente labrados y sellados, pareciera denunciar unas
técnicas mucho más evolucionadas. (¿No estarán los frailes mallorquines
detrás de este «renacimiento insular)), que coincide con lafundación de la
corte en Gáldar, siglo y medio antes de que la isla se incorporase a la
Corona de Castilla?)
81 total de piezas, procesadas y conservadas en Ei Museo Canario,
sumaron, en nuestro análisis, 114. Guayadeque se constituye como el
yacimiento con más madera, con unas 89 unidades. Acusa es otro de los
centros con más instrumental de madera. Las maderas del Palacio de
Gáldar fueron reutilizadas en la carpintería del templo de Santiago, en el
Siglo XViIi.
El hueso:
Las piezas procesadas se agupaban en las siguientes series de instru-mentos:
- Punzones ............ 57
- Espátulas ............ 11 - Agujas ............... 1
De todos estos útiles tan sólo el punzón de Agüimes tiene consignada su
procedencia (8í 14). Se desconocen las circunstancias del hallazgo.
La serie de «huesos trabajados)) (parcial y someramente) ha elegido los
metacarpios de cápridos ejecutando en ellos, de manera simple, un corte m
distal, en sentido transversal al eje de la caña ósea, cuyos bordes internos E
ofrecen un pulimento debido al acondicionamiento y al mismos uso de la
pieza. La cabeza de la articulación (o parte próxima) sirve de agarre del O
n úti!. Fn otras piezas, sin seccionar, s6!o se procede E nn a g u z a ~ i e n t ~
-
m
O
cónico del extremo dista1 formando punzones, los cuales pueden ejecutar- E
se en media caña, o en fragmentos de hueso. Las espátulas, están
E
2
ejecutadas en hueso de cáprido o de suido, y presentan un corte en bisel, -E
generalmente más agudo.
Las agujas en hueso son escasas a pesar del gran desarrollo y
perfección en el cosido de las pieles. Sólo se conserva un ejemplar (No
1056) y que está incompleto.
Dentro de este capítulo, y como elementos osteodontoqueráticos,
indicamos el cuerno de cáprido, procedente de Bizbique (Agaete), y en el
que se ha querido ver un regatón o reja de los rudimentarios arados de
mano que, según los cronistas, utilizaban los islefíos en sus labores
agrícolas. En La Restinga (Telde) se ha documentado un anzuelo, como
hallazgo de superficie, dado a conocer por Cantero y Navarro, de cuya
existencia los cronistas igualmente aportan datos. -
Las Jibras vegetales: O
De un total de casi 140 unidades tejidas en fibra vegetal, el 34% desco-noce
su procedencia. El lote más abundante lo ha proporcionado el
Complejo de Guayadeque, con unas 40 piezas, lo que representa un 70%
del total. Le sigue Acusa, con un 2096, y Tejada, con un 12%. Hay que
advertir que estos porcentajes, como tantos otros, son el resultado de la
incidencia del hallazgo pero, de cualquier manera, los tres yacimientos
aludidos están dentro de un ambiente de cuevas, hecho que contrasta con
la casi inexistencia de estos tejidos en 10s hallazgos de la Costa de Gáldar,
a pesar de la categoría y riqueza de sus monumentos funerarios y sus
viviendas de piedra seca. De tialdar, ambiente de los túmulos, solo se
conoce un fragmento.
Generalmente, la fibra vegetal utilizada es el junquillo, Holoschoenus
vulgaris, y en menor proporción la fibra de hoja de palmera (Phoenix
canariense) y la anea (Typha latifolia). La materia prima se prepara
sometiéndose a machaque0 y ablandamiento, pero no faltan ejemplos de
su utilización directa, con sólo el secado (esteras de Guayadeque).
Las esteras, pueden estar confeccionadas con simples varillas (macha-cadas
o no), entrelazadas con pasadores de hilo, a modo de carreras
paralelas. Los entramados observan distintos recursos, simples y más
complejos, donde los bordes pueden estar reforzados con una especie de
trenzado muy denso. Hay piezas con tejeduria mas tupida, en cruz, o
recurriendo a modalidades de urdimbre más cerrada (13641 17).
Los tejidos, propiamente Gichos, tienen su mejor representación en lo
faldellines o "toneletes". Estos se hacen acompañar de flecos en la parte
inferior. Como parte del atuendo se ha querido ver unas "flequeras" (de
posible uso femenino), o especie de collares caídos sobre los hombros,
dato que no está documentado arqueológicamente (S.N. 18 y 19). Entre
los recipientes vegetales, hay que señalar las pequeñas bolsas, primorosa-mente
acabadas, y que los indígenas denominan atehuetesn (S.N., 20).
Estan documeniados bolsitos coiiio pi-ocedeiiies de üuayadeqrie,
La cestería (localizada preferentemente en las zonas montañosas de
Acusa, Tejeda y Temisas) ofrece variedad de tipos y urdimbres, con
fondos, tapas, espuertas y cestones, algunos de estos en relación con el
almacenamiento de alimentos y en un contexto de Cuevas-silos (Temisas,
Agüimes).
No faltan los sudarios vegetales entre las envolturas de losfardos
funerarios, lo cual explicaría su abundancia en Guayadeque.
Se completa este panorama con cordeles y trenzados, sogas y símiles
elaborados con fibra vegetal y que se han recogido en contextos diversos.
Pieles:
El trabajo de la piel o cueros, según testimonios etnohistóricos alcanzó
un gran desarrollo y llamó la atención por el perfecto conocimiento de las
artes e industria curtiembre. Las 23 piezas de El Museo Canario han
servido, en efecto, para valorar esta pericia aborígen y corrobora el
perfecto dominio de las artes de la peletería (N9043 y No 1035). No sólo
en el tratamiento estricto de los cueros sino en su im Iementación con
ojales, costuras finísimas, parches (Na 1039, 1038, 1042E donde se llega a
una cierta sofisticación, en particular, en aquellas piezas destinadas a la
indumentaria.
A pesar de io perecedero de los maieiiaks @iciiíria; de la hümedad y
de los roedores), los yacimientos de Guayadeque y Tejeda han vuelto a
proporcionar, juntamente con Mogán, valiosos fragmentos (N9045 y
1046). Al igual que en los tejidos de fibra vegetal, la ausencia de trabajos
de piel en las zonas nucleares costeras (Costa de Gáldar, Aldea, Arguine-guín),
ofrece un nuevo dato en la dualidad de comportamiento o
dicotomía detectada entre el ambiente de las cuevas o de serranía y el
ambienre de ios rúmuios o ri'oererio.
cntre los productos en piel hay que hacer un aparte los Fardos
funerarios: O envolturas de los cadáveres, parcialmente embalsamados, o
semi-momificados (la momificación insular no es perfecta, es decir,
totalmente acabada). Los cadaveres son protegidos en envolturas de
cueros de cápridos u ovinos, perfectamente tratados y cosidos con gran
esmero. Estas pieles, con las que se amortaja al ilustre finado, en algunos
casos, se puede elevar hasta el número de 15 sudarios superpuestos, hecho
que, indudablemente, está en relación directa con la categoría social del
individuo. Con pieles y difunto se hace un paquete con cuerdas y correas
de cuero, que recorren en sentido transversal el fardo que, así, queda
totalmente cerrado, conteniendo el cuerpo protegido del exterior y
previamente semi-momificado.
En algunos de estos fardos se aprecian marcas parciales de fuego y
exudaciones de carácter resinoso. Su procedencia, en la totalidad del
registro, corresponde al ambiente de las cuevas, desconociéndose, hastu el
presente, su existencia en el ambiente de los túmulos.
Cerámica:
Por su riqueza tipoijgica y aita tecnologia, la cerámica grancanaria se
despega del resto de los repertorios insulares. Quien primero se aproxima
a su valoración es Hooton (1925) y, años despues, Pérez de Barradas
(1944), que elabora un primer catálogo, sin gráficos ni fotos y que, por
estas mismas carencias, se ha vuelto poco menos que imposible de
entender y aprovechar. En 1958, Jiménez Sánchez, aborda el tema con
criterios intuitivos y sin una metodología adecuada. Tan solo González-
Antón (1973) es quien, bajo la dirección del Dr. Pellicer, se ocupa
seriamente del tema y logra un excelente catálogo que se recoje en una
monografía con criterios racionales y empíricos.
Nuestro estudio no ha desconocido los antecedentes y ha valorado,
donde los hay, los aspectos positivos. Pero hemos preferido la revisión
directa y detallada de cada una de las 725 piezas (que en el año 1977) se
exhibían en las vitrinas de El Museo Canario, así como las 257 de la Cueva
Pintada de Gáldar (en su mayoría fragmentos de bordes, asas y asas-pitorros).
En el registro exhaustivo -pues el tema de la cerámica lo
merece por lo definidor de los ambientes culturales- pudimos determinar
la procedencia territorial (no siempre del yacimiento concreto, y mucho
menos aún de las características y circunstancias del hallazgo, contexto
etc.) de más de 600 piezas, lo que supera al 80% de las mismas.
Procediims a fijar SU adsciipcióii ieiiiio,iai, en cada. una de ias i2
comarcas arqueológicas de la isla, y abordamos, por separado, el estudio y
valoración de cada serie.
La tabla tipológica comprendió unos 10 tipos principales que se
denominaron: [globular, esferoidal, ovoide, cónico, cilíndrico, tronco-cónico,
bitroncocónico], globular-tronco-cónico, circulr, elipsoidat. El
registro ha dado cuenta de otros elementos que se estimaroii'significativos,
como asas, tapas, pitorros y fragmentos con atributos definidores como
los bordes, las carenas, la decoración etc. Esta última ha merecido un
tratamiento aparte. La denominada micro o mini-cerámica ha sido
valorada debido a su peculiaridad.
En el estudio por demarcaciones territoriales, y en el sentido de las
agujas del reloj, se pudo reconstruir los siguientes contextos, en base a
unidades geográficas naturales, ordenadas de acuerdo a su red de drenaje
y ejes estructurales desde el interior al mar:
I. AGAETE: Las piezas, en su mayoría, proceden del ambiente de las
cuevas, pero, sin embargo, se nota la ausencia de los tipos primitivos (T. I
y T. 2), así como de elementos evolucionados (vasos carenados). Uno de
10s ejemplares ofrece un particularismo en el tratamiento de su superficie
externa como lo es el esgrafiado (SRC 7 (6)). En Guayedra, por el
contrario, se ha ampliado este registro con dos tipos cerámicas bien
diferenciados. Una cerámica más burda y con decoración impresa (en
algunos casos), y series de vasos carenados con decoración pintada
similares a los que informan la Cultura de la Cueva Pintada.
II. GALDAR: De la Comarca arqueológica de Gáldar, proceden 268
piezas (lo que representa el 35% del total de la isla). A excepción de los
tipos esferoides (T. 2 y T. 4) están presentes, en abundancia, todas las
demás familias tipológicas. La ausencia de esos dos tipos -hasta cierto
punto primitivos- se ve compensada con la presencia de tipos globulares
que alcanzan el 18%. Los pitorros, casi siempre adheridos a vasos
globulares, significan el 9%.
Pero el fósil-director del «Taller de Gáldarn es el vaso troncocónico, con
asa trapezoidal (T. 6). Registra un total de 124 piezas lo que supone casi el
50% del lote de Gáldar. No obstante, la nota dominante en su cerámica es
la decoración pintada y su geomerricismo temático. Con una coloración
de tonos rojos, recurre a técnicas bicromáticas (rojo sobre negro, rojo
sobre naranja, rojo sobre rojo, y el procedimiento del «negativo» donde la
coloración natural de la pasta juega como activo cromático).
Por su diseño y acabado destacan los vasos funerarios, o anforetas de
la Necrópolis de El Agujero (Costa de Gáldar), sigladas como SRC 1 / 38 1,
382 y 379). Son las únicas piezas documentadas, sin lugar a dudas, en
enterramiento tumular. Destacan sus asas-pitorros, muy desarrolladas, y
de posibles connotaciones falo-apotropaicos.
Uno de los problemas no resueltos es determinar en qué momento la
cerámica pintada, asociada a la Cultura de la Cueva Pintada, pasa a
formar parte del ajuar del ambienze de los túmulos, pues, en ambos
contextos, está documentada la misma cerámica, más en las unidades
domésticas que en las estructuras funerarias, donde siempre es excep-cional.
Mención aparte, y que conecta con los hallazgos de Valle de Guayedra,
es el de las asas con decoración impresa procedentes del Barrio Hospital, y
en un ambiente de cuevas artificiales próximas al complejo ceremonial de
Cueva Pintada. Estas piezas, que se alejan del conjunto, pertenecen,
eri&mtemente, u ctra tradición cerámica difercntc a !a de !a cerámica
pintada. Las ungulaciones y los dígitos recuerdan a contextos más
arcaicos (SRC 304, 360, 683).
De las 257 piezas de la Cueva Pintada, el 3 1% corresponde a vasos con
asas de tipo trapezoidal. Los pitorros representan un 1 l%, y las carenas
tan sólo un 4%. Los temas decorativos, de caracter geométrico, están
presentes en un 30% de las piezas, y las técnicas, que usan del
bicromatismo, representan el 12947, porcentaje relativamente significativo si
se compara con otras series insulares.
El contexto arqueológico de la Cueva Pintada, se ofrece con una
fuerza y personalidad artística muy vigorosa y en un ambiente cultural, e
institucional muy evolucionado. Sus materiales arqueológicos, como ya se
ha dicho, hacen inevitable el recuerdo de parentescos mediterráneos, aun
cuando estos hayan elegido el camino de Norte de Africa y, por medio de
lo beréber, llegado hasta las islas. No obstante, estas resonancias clavan
sus orígenes en las mismas raíces del Neolítico del Egeo y primeras
culturas metalúrgicas del Mediterráneo, sin prejuzgar las supervivencias a
lo largo de los milenios y su relativa ((modernidad)) en Canarias. En
síntesis, la cerámica de Gáldar, y en particular de !a Cueva Pintada, está
perfectamente contextuada en un ambiente que definimos así:
cg!!gra & háhitat pr, CE~XJYS~ ytifi&!e~, dr c~ruda sc on i;in:ü;as,
que irradia hacia toda la isla, ligada a un proyecto político (el guanarte-mato)
y a un ideal compartido (carácter mágico-religioso, el mundo de las
creencias). En consecuencia, es un producto de élite, relacionado con la
clase social más influyente, próxima a los controles del poder religioso y
proto-estatal. Son santuarios, panteones, cuevas-palacios, en cualquier
caso, cámaras destinadas a una función específica y destacada.
En tal dirección, el «Taller de Gáldar)) se ofrece como un centro
productor de variadas formas cerámicas, caracterizadas por su riqueza
formal y decorativa. Sus rasgos sobresalientes serían: 1) Diseños tipológi-cos
troncocónicos. 2) Asas trapezoidales y 3) Profusión del rojo almagra.
La valoración de este núcleo ceramista, no puede ser entendido sino en
relación con el modelo territorial, en particular en el Horizonte Tardío,
cuando la isla decide su modelo político y se asiste a la configuración de
estructuras institucionales de carácter protoestatal.
" ZII. FZRGAS: De un total de 17 piezas sólo una se conserva completa
(SRC 5D-3), y pertenece al tipo globular. El resto son fragmentos de
pared, con bordes o con asas. Un 20% de las piezas aparecen decoradas
con rojo almagra, pero sin ningún tipo de geometricismo. Dos fragmentos
ofrecen la s i~per fkktr atada c m t kcnicu de eupat~!a& (SRC 6E-5; SR^
6D-9). Otros fragmentos aparecen con técnica de negro sobre rojo (SRC
6D-8 y 4) y rojo sobre rojo (SRC 6D-11).
Todas estas piezas proceden de La Montañeta (actual termino munici-pal
de Moya), típico hábitat de cuevas, ya dentro del ámbito ecológico del
sotobosque de la laurisilva (célebre Bosque de Doramas). El yacimiento
había sido explorado en 1933 y, posreriormenre, en i947, jiménez
Sánchez, volvió a encontrar en él fragmentos de cerámica asociada a
morteros y molinos circulares, en un contexto de cueva-habitación con
silos. Por su emplazamiento, y cota sobre el nivel del mar, es un típico sitio
de medianía, intermedio entre los asentamientos nucleares de la costa y los
puestos de serranía.
IV. ARUCAS: La escasez de hallazgos no ha permitido una correcta
valoración de los materiales. No obstante están presentes tres de los
elementos clásicos de la Cultura de la Cueva Pintada: asa pitorro (SRC
3D-l), vaso troncocónico, con un asa cuadrangular (SRC 11-284) y la
microcerámica (Cer 151s.n. 10 bis). El yacimiento que ha proporcionado
estos materiales, junto a terracotas y sellos pintaderas, es Hoya de San
Juan.
V. LAS PALMAS: La cerámica de la comarca arqueológica de Las
Palmas (o cuenca del Guiniguada y aledaños), procede de sitios diversos,
muchos de ellos sin claro contexto arqueológico. Aquí integramos emplaza-mientos
como Tenoya, San Lorenzo, La Laja, Santa Brígida etc. De las 32
piezas procesadas, la serie troncocónica tiene 12 ejemplares, y la globular
1 l. Del yacimiento de Las Huesas (V LP/5), proceden tres piezas de
tipología arcaica. Dos de ellas son recipientes esferoidales (Cer 131592 y
Cer V 21 1) y el tercero ovoide (Cer V 21 18). Están confeccionadas en
pasta marrón-parda, cocción baja y observan un modelado poco esmerado.
El 40% de las piezas de las Palmas están decoradas con rojo almagra.
Tan sólo 4 ejemplares ofrecen temas geométricos. En un hábitat de cuevas
con silos, como La Angostura (V LP/ 7), se recolectaron asas pitorros (Cer
V 2,:482) y un asa cuadrangular (SRC 111-290), lo cual pareciera estar
indicando que el hábitat de cuevas no siempre viene asociado a una
cerámica más burda o primitiva. En particular las cuevas artificiales que
siguen siendo un hábitat incluso, en ciertas zonas, preferencial en el
Horizonte Tardío, y complementario de las estructuras domésticas arqui-tecturales.
VI. TELDE: Dio un total de 29 ejemplares, con clara preponderancia de
los vasos troncocónicos (T. 6) que representan el 50%. En esta orientación
tipológica pareciera que las series teldenses se aproximan a las series del
Taller de Gáldar. La decoración, igualmente rojo-almagra, en un 50%. La
decoración con geometricismos sólo está presente en 4 ejemplares. Y el
bicromatismo tan sólo en uno (S.C. 151s.n. 4)., con aplicación de la
técnica de rojo sobre naranja. Las asas trapezoidales representan el 40% y
los pitorros un 15%. Tan sólo se documenta una microcerámica, de diseño
ironcocóri;co (S. ter 15/:691. "1-11 q"JcYm0 uA c !es mílteiiales procedeí; de!
poblado de Tara (VI T/ 14).
VIL AGUIMES: Sin Guayadeque suma un total de 61 ejemplares. Los
tipos dominantes son el T. 6 y T. 7; es decir, los vasos troncocónicos y
bitroncocónicos, con un 14%. Las microcerámicas, en particular las bi-troncocónicas,
(T. 16.6), representan casi un 14%.
Sin lugar a dudas, el rasgo más destacado de ias cerárriicas de Agiiiiiies
es el índice de sus vasos carenados, situado en el 15%, lo cual si se compara
con Gáldar (con sólo el 4%), es un porcentaje a estimar y valorar.
La decoración es casi siempre profusa, y bien ejecutada, con rojo
almagra, y que se registra en el 40% de sus piezas. Hay vasos de gran
belleza decorativa, entre los primeros de la isla, con motivos solares, como
el ejemplar NQ 366. Otro 40%, en contraste, no ofrece decoración alguna.
En las superficies decoradas se recurre tanto a la técnica del negativo
como a los tratamientos bicromáticos, que alcanzan el 20%, en los vasos
con decoración. Los tonos de las pastas son, en general, beiges, tirando a
rojizos, y muy cercanos a los de Gáldar. Uno de los yacimientos que ha
proporcionado un buen repertorio de materiales es Temisas (Cuevas del
Pósito: VII/AGU/S) que comparte con otros hallazgos procedentes de
Roque Aguayro, El Carrizal y otras localidades de la comarca sin
consignar arqueológicamente.
El complejo de Guayadeque: Dentro de la Comarca arqueológica de
Agüimes, por su importancia y personalidaa, merece un apartado especial.
Es un típico ambito del denominado «ambiente de las cuevas)). No
cbstunte, s~ C P T ~ X ~ C Ync purrrirru cer?firxar!c ex e! sentid= de xhoiizoil:e
culturab arcaizante, con cerámica burda, dentro de la Cultura de las
Cuevas. Aquí se pone de manifiesto, una vez más, una de las interesantes
dicotomías de las culturas insulares, y la correspondencia o no, entre
cerámica y tipo de hábitat. Tal que la cerámica de la Cultura de la Cueva
Pintada (que aparece en Guayadeque, y que procede del «Taller de
Agüimes))) se hace acompañar de enterramientos con momificación, y
en un típico ambiente de cuevas, y con grupo antropológico cromañoide.
Los tipos troncocónicos (T.6), representan el 19%. Le siguen los
recipientes circulares, con un 15%, y los tipos globulares (T. l), con un
14%. La microcerámica está presente con 5 ejemplares y a pesar de tratarse
de uno de los centros funerarios más importantes de la isla no ha podido
determinarse con seguridad si estas piezas pequeñas hay que relacionarlas
con el ajuar funerario.
La decoración recurre, principalmente, al rojo almagra, con temas
geométricos que alcanzan un 37%. Sólo un 16% de las piezas no ofrece
decoración alguna. Se ejecuta el bicromatismo, rojo sobre naranja, y las
técnicas en negativo, en porcentajes mínimos. No faltan los ejemplos de
cordón con un,qulac~ones( Cer 1619) e impresiones con estilete romo (Cer
16/'452). Las carenas, como es característico de la Comarca de Agüimes;
alcanzan el 2196, índice que junto al de Arguineguín, representa el más
elevado de las islas. Los pitorros, igualmente, sobrepasan el 20%. Ambos
elementos, rasgos de una tipología evolucionada, están presentes en
Guayadeque en mayor proporción que en Gáldar, donde, por ejemplo, los
pitorros sólo llegan al 9% y las carenas al 4%.
En síntesis, los rasgos característicos de la cerámica de Guayadeque se
podrían resumir en:
-Carenas
-Pitorros.
-Geometricismo decorativo.
VIII. TIRAJANA: La cerámica de la comarca de Tirajana observa una
preferencia por el tipo globular (T. l), que alcanza un índice del 35%.
Otros le siguen a mayor distancia: los troncocónicos (con un 13%), y los
bitroncocónicos (con un 12%). El 50% de las piezas no ofrecen decoración
alguna. Las superficies decoradas, en su mayoría, lo hacen con rojo
almagra, y, en casos excepcionales, recurre al espatulado y al bicromatis-mo
(Cer 181332).
IX. MOGAN: La comarca arqueológica de Mogan, como la de Tirajana,
comprende dos zonas bien diferenciadas: la costa y la montaña. Lo escaso
de su registro, con 24 ejemplares, a pesar de la riqueza de sus yacimientos
de superficie, no ha servido para proyectar la diferencia entre los dos
ambientes (ribera y serranía).
El tipo globular (T. 1) representa un 50% del total, con una evidencia
negativa como lo es la ausencia de geometricismo en su decoración. La
misma queda reducida a engobes y reservas de engobe. El 51% de las
piezas no ofrece decoración alguna, sus superficies desprovistas de
coioración o tratamientos especiaies. Tan solo alg~iios ejcqlas de
espatulado (SRC 5D/462). Los pitorros están representados con un 25%
(uno de los más elevados porcentajes de la isla), pero, por el contrario, las
carenas están totalmente ausentes.
Los paralelismos tipológicos con las piezas de los repertorios del
((Taller de Caldar» son tan cercanos que no pueden silenciarse. Tal sucede
con la tinaja u orza elipsoidal (Cer 1 1 / 37 l), tipológicamente similar al
Núm 369, documentada como de la cueva de la Furnia (Costa de Gáldar).
Otro rasgo particular es la presencia de un asa en la base del recipiente,
tambien registrada en otros ejemplares del área sureña, como el núm 359
(de Tirajana) y el núm 370 (de Guayadeque). En un típico ambiente de
serranía, como es Tauro Alto (IX/M,20) está certificada la presencia de
un vasto troncocónico con asa trapezoidal.
En el Sector de Arguineguin (a mitad de camino entre Tirajana y
Mogán, pero que incluimos más próximo a este último), el tipo dominan-te
es el globular troncocónico (T.8), que representa un 24%, seguido del
bitroncocónico (T.7), con un 20%, y el globular, con un 16%. Uno de los
rasgos definidores es el de sus carenas, con un 16%, atributo que le
aproxima y hace gravitar más hacia el «Taller de Agüimes)) que hacia el
«Taller de Gáldar)). En este sentido, Arguineguín estaría dentro del
Faykanato del Sur (Agüimes-Telde). Las carenas tienen su máximos
índices en el triángulo comprendido entre Guayadeque, Agüimes y
Arguineguín, siendo el ((Taller de Agüimes)), con toda probabilidad, el
centro difusor local. No deja de ser curioso como Mogán, por ejemplo, no
registra ninguna carena y, sin embargo, tipológicamente su cerámica tiene
un parentesco muy próxiriio a Ias series de GáIdar. Todas estos picenta-jes,
como es lógico y natural, pueden (y hasta deben) ser modificados. Pero,
de cualquier manera, aun cuando nuevos descubrimientos aporten correc-ciones
en los índices, lo que aquí se ofrece, en el estado presente del
registro arqueológico, es la tendencia de los índices que, en líneas
g- enerales, ya está inicialmente dibujada.
Las asas trapezoidales (en relación con los vasos carenados), suponen
un 20%, y los pitorros (en relación con los globulares), representan un
10%. La decoración es, en su mayoría, rojo almagra (con un 40%). Las
piezas sin decorar suponen el 27%, mientras que la decoración en negativo
llega al 13%, lo que, si se tiene en cuenta su carácter excepcional en las
restantes series de la isla, no deja de ser un valor estimable: el más elevado
de todas las series. Como contraste, el bicromatismo sólo está presente en
un ejemplar. Otros recursos 'aislados son el puntillado y el modelo
decorativo.
El tono dominante de las pastas es el rojizo, como resultado de la
acción de un fuego predominante oxidante. Los rasgos definidores de la
cerámica de Arguineguín podrían resumirse así:
-Proporcionalidad numérica entre los tipos.
-Empleo de la decoración con técnica en negativo.
-Significativo porcentaje de vasos carenados.
X. ALDEA SAN NICOLAS: El registro cerámico de la Aldea se nos
muestra insuficiente si se repara en la abundancia de los poblados de la
costa, con centenares de estructuras domésticas, dentro de un ambiente
similar al de la Costa de Gáldar o ((ambiente de los túmulos)). Los tipos
cerámicos están dentro de los modelos propios de la Cultura de la Cueva
Pintada (((Taller de Gáldar))). De particular interés es un vaso funerario
(SRC IV-2), tipológicamente igual a los vasos funerarios de la Costa de
Gáldar (El Agujero).
En general, la cerámica está pintada en rojo almagra. Hay ejemplos
aislados de cerámica impresa (Cer 15lS.n. (12)). El bicromatismo tiene tan
sólo un ejemplo, con blanco sobre rojo (SRC V-4). Es decir, pasta blanca
rellenando una incisión. Procedimiento decorativo extraño en la isla.
XI. TEJEDA: La comarca arqueológica de Tejeda, en el corazón del
sistema central isleño, no ha proporcionado, hasta el momento, en
contexto arqueológico, piezas cerámicas (Estamos a la espera de la
publicación del Dr. Mauro Hernández). Sin embargo ya eran conocidas
estructuras arquitecturales de piedra seca, propias de ((ambiente de los
T . ' . l , . l , " -..- A:,.-,. -..- ---- 6 --.A- & - - 1 ----- 1 U~ I ILUUWy q u U~WG aua aa~i i~ai i iki i~iiuusu caics eii ia costa. A pesar de
ser un ámbito de montaña, pareciera ser un enclave o colonización interior
de las gentes de la costa (dentro de la teoría del «control vertical)) del
espacio y del modelo «archipiClago»). En efecto, la antropodinamia hace
gravitar esta comarca serrana de los núcleos costeros de Gáldar y la Aldea,
conformando un triángulo Norte-Centro-Oeste, bien definido. Las estruc-turas
domésticas de piedra están documentadas al pie de la Montaña del
Humo (XI,TE/5), o en los enterramientos de la Degollada del Gigante y
en la cistas de El Toscón (XI,TE/7), o en los Llanos de Juan Martín (XI
TE/8). En estos paralelismos con la costa hay que situar la presencia de
cuevas decoradas con pinturas. Una con un simple embadurnado, como la
Cueva del Guayre (VI TE/' 1) y otra con esquematismos antropomorfos
(Majada Alta, XI TE/9). Otros yacimientos, ya en un claro «ámbito de
cuevas)), han proporcionado juncos y pieles (Risco Gonzalo, X1 TE14).
XII. ARTENARA: En un típico ((ambiente de las cuevas)), el sector de
Acusa tampoco ha sido pródigo en cerámicas. Tan sólo una pintadera
(S,N. 12-4-1936), hallada en un taller de cestería y tejeduría, y una pieza
microcerámica (SCR 8(9)), son los Únicos testimonios, excepcioriales,
ubicados en este contexto.
En el gran complejo ceremonial de Tirma (que evidentemente gravita
sobre el eje Gáldar-Agaete-Guayedra), se han documentado fragmentos
cerámicas diversos, al igual que en los importantes asentamientos costeros
de El Risco. En el Llano de la Pimienta (X11 AR/2) y en El Lomo de
Casas Canarias (XII AR/3) se han localizado distintas estructuras
arquitecturales de piedra seca, con restos de cerámica al almagra. Jiménez
Sánchez dio a conocer (Faycan 7, Lám XII, 1960) unos interesantes «ex
VC)~^S!) rpyáEi~ns,n r n r ~ r i ~ n td~e re sta ~ ~ f i i . r- ----------
Recapitulación:
En líneas generales, en Gran Canaria, se reconocen dos grandes
talleres o alfares. Uno situado en el Norte y que coincide con la cabeza del
guanartemato, y que gravita en el contexto de la Cultura de la Cueva
Pintada, y que hemos denominado ((Taller de Gáldarn, y otro en el Sur, el
((Taller de Agüimes)) y cuya influencia es visible en el triangulo compren-dido
entre las cuencas de Guayadeque y Arguineguín. La influencia del
Taller de Gáldar, por la costa occidental parece llegar hasta la Cuenca de
Mogán, y hacia el interior hasta Tejeda (especialmente en base a los
«enclaves» del modelo «archipiélago» de utilización del espacio). Ei centro
de la isla, y las zonas de serranía, sobre 10s 500 metros s.n.m. quedan más
diluidas e inmersas en un ambiente más rural. Los núcleos protourbanos
están, evidentemente, en la costa, y desde ellos se organiza la economía y la
antropodinamia insular (Gáldar, Aldea, Mogan, Arguineguín, Agüimes,
Telde). Existen zonas intermedias, con asentamientos más dispersos,
como el territorio que va desde el Barranco de Moya al de Telde.
Los vasos carenados, que estimamos un fósil director de primera
magnitud, son un elemento típicamente sureño y generado a partir del
((Taller de Agüimes)). Por su parte, la decoracion pintada y geometricismo
parece ser la preocupación primordial del ((Taller de Gáldar)).
La microcerámica:
En el total del catálogo cerámico solo representa el 6,5%. El centro con
mayor número de ejemplares ha sido Agüimes-Guayadeque, con 14piezas.
nu~, , r - ó l ~ ~ .y+.r.,r.U\, .,P,,r,,l nr, 12, y de! serte: M~gin-Arg~inegisun:: utros !O
ejemplares. En Guayedra se ha documentado, en el interior de las unidades
domésticas de piedra seca, con lo cual el uso como elementos exclusiva-mente
votivos, ligados al mundo funerario, habría que compartirlo con
otros destinos cotidianos, tal como recipientes para ungüentos, o, como
surgirió el Dr. Serra, especie de «juguetes» para los entretenimientos
infantiles ((jugar a las casitas))).
Los sellos-pintaderas:
De las 177 piezas conservadas en El Museo Canario (sin contar los
ejemplares de colecciones particulares y los hallazgos de los últimos años.
En Valle de Guayedra se contabilizan 6 ejemplares, y en la Cueva Pintada
9 piezas) sólo 82 tienen consignada su procedencia territorial, lo que
significa un 40% de las pintaderas procesadas.
El yacimiento que más piezas ha proporcionado ha sido Los Casero-nes
(Aldea de San Nicolás). La serie de madera de Gáldar, en algunos
ejemplares -particularmente el núm 802- ofrece dudas sobre su identifi-cación
como pieza aborígen.
Ni Tirajana, ni Mogán se muestran como centros con abundancia de
estos sellos insignias (descubrimientos posteriores pueden corregir esta
apreciación). No obstante, la ausencia de estas singulares piezas en
deferniiriados eiiciaues iciiiiüi-iaies puede ser con rigor
habida cuenta que e; 60% carece de documentación y no consta el lugar
del hallazgo.
Los tipos rectangulares representan el 36%, seguidos a más distancia
de los cuadrangulares, con algo más del 15%. Otros diseños, como los
circulares romboidales, triangulares etc. no alcanzan el 15%.
La técnica decorativa dominante es la impresa, a base de rehundidos a
modo de celdillas y otros geometricismos seriados, quizá excisos. Los
motivos excisos pueden también ofrecerse combinados con impresiones
(en un 30%), siendo muchas veces difícil precisar la técnica. Los temas
exclusivamente incisos apenas representan el 4%. Más de la mitad de las
piezas tienen un pedúnculo en su parte posterior; en el 30% de ellos ha sido
practicado un orificio transversal. Evidentemente, este detalle, puede
indicar el carácter de adorno, de objeto mágico o emblemático, o bien su
uso como distintivo para llevar colgado al cuello o en la frente.
La finalidad de estas curiosas piezas ha motivado un caudal de
literatura y de opiniones y ha sido piedra de toque inexcusable para
teorizar y buscar diversos paralelismos que, en algunos casos, han
pretendido cruzar el Atlántico en una ruta que se iniciaría en Oriente y
terminaría en los reinos mesoamericanos. Tal hiperdifusionismo nos
parece, senciiiamente, inaceptabie.
Idolos:
De las 59 piezas compulsadas, 44 tienen documentada su procedencia,
es decir, un 75%.
La comarca que mayor número ha proporcionado ha sido Aldea de
San Nicolás, en partic?i!ar, Lis Czsermes, dentr~ de ur! centextc de
estructuras arquitecturales de piedra seca que equivaldría a nuestro
((Ambiente de los Túmulos». Además de estas terracotas hay que consig-nar,
del mismo yacimiento, el denominado «Ido10 de los Caserones)),
figura de tronco antropomorfo, labrada en un basalto volcánico muy
cavernoso.
En lo que se refiere a los ídolos procedentes de Gáldar, y después de los
hallazgos de la Cueva Pintada (1970), estos han quedado perfectamente
contextuados en un ambiente tipicamente ceremonial y de .fuertes reso-nancias
mediterráneas. Frente al insistente geometricismo de su arte
rupestre, de sus cerámicas pintadas, de sus pintaderas, contrastan los
rasgos fuertemente naturalistas de algunas figuritas que rompen con la
tradición esquemática y abstractizante de sus «venus» y «andróginos)>,y
que tienen su expresión itifálica en «El bailarín)) o en «El sátiro)), donde la
idea de la fecundidad es asumida ahora no por las ((diosas-madres» sino
por personajes masculinos con el sexo ostensiblemente indicado.
La serie de las «tibicenas» o figurillas zoomorfas e indeterminadas
(pero con rasgos semibestiales), está documentada en los puntos más
distantes de la isla, tanto al Norte como al Sur (ArucasIArguineguín),
tanto al Este como al Oeste (TeldeIAldea).
Conviene llamar la atención sobre las presuntas «Damas)>c on tocado
(o trenzados?), cuyos prototipos serían las encontradas en Cenobio
Valerón (Agadir de Lairaga) y Arucas. Se trata de cabezas con cuellos
alargados, correspondientes a figurillas sedentes, y en los ejemplares
compietos, con rasgos esteapigios o pigocóxicos. Su modeio o arquetipo
está magníficamente representado en el ejemplar NQ 622 (erróneamente
repetido como «Idolo de Tara)), no sabemos porqué caprichosa atribu-ción).
Este ejemplar ha sido objeto de múltiples referencias pues no en
vano es la más bella pieza de la plástica prehistórica canaria. En nuestra
opinión, más que una «Venus» (rasgos que evidentemente se expresan en
sus atributos esteatogígicos o pigocóxicos) se trata de una Divinidad
Andrógina, pues no sabemos tampoco porqué no se ha reparado en el falo
que descansa entre sus muslos, en la entrepierna. Ejemplos de estas
representaciones bisexuadas se han documentado en hallazgos de superfi-cie
en Los Caserones, en una prospección de 1975, pieza en la actualidad
en posesión de Don Francisco A. Ossorio Acevedo y que es un valioso
testimonio de esta hipótesis.
«Venus» de estilo esquemático han sido igualmente certificadas en los
hallazgos de Cueva Pintada, y con rasgos más toscos en Tirajana (Idolo de
la Fortaleza). Se aleja de esta concepción estereotipada para volver a un
naturalismo orientalizante.la figura de un personaje obeso «Buda o Dama
de Jinámarn (no hay indicación manifiesta del sexo), concebida como
divinidad sedente y dentro de criterios estéticos y formales que tienen sus
antecedentes en el Mediterráneo Oriental varios miles de años antes, en
pleno neolítico e inicios de la metalurgia.
Cuse apxte, per singii!lr, e! rrhnrz si bien dennminadn I&!Q de Tnrn
(dado a conocer por Néstor ,Alamo). Aunque incompleto, muestra una
decoración pintada, geométrica, que, evidentemente, vuelve a obligar a
recordar a los arquetipos egeos vigentes en el mediterráneo desde el V
milenio.
Las figuritas de diseño fálico, y cuyo extremo se antropomorfiza, con
rostro indicado, estan igualmente documentadas en Aldea San Nicolás
per:= ign:=rurnes si si? cmtexte pertenece a! de !es enterramientes, en CEJC
caso habría que interpretarlos como apotropaicos.
Otra serie, pero en piedra, está formada por las ((piedras horadadas))
con perforaciones u «ojos» intencionales, aprovechando la textura de la
materia prima y ampliando y retocando estos orificios. Son un conjunto
de piezas que merecen un estudio aparte y que además de las existentes en
El Museo Canario y que han pasado desapercibidas han sido, igualmente,
documentadas en las excavaciones de Valle de Guayedra.
El discurso artístico: El Arte rupestre.
Los estudios del Dr. Beltrán(1975) han servido para jerarquizar los
dos yacimientos con Arte Rupestre más importantes de Gran Canaria:
Cueva Pintada de Gáldar y Barranco de Balos. Uno de pinturas y otro de
grabados. La valoración del conjunto del «arte prehistórico)) del Archipié-lago
Canario está a punto de sufrir un vuelco espectacular. Los recientes
hallazgos de manifestaciones en Tenerife (estudios de los profesores
Balbín y Tejera), aun cuando ofrezcan, como es natural, problemas de
adscripción cronológica, han servido para romper uno de los tópicos de
carencia del «arte» en Tenerife. En otrossentido puede decirse del reciente
hallazgo, en la isla de La Palma, de un interesante panel donde, según las
nrigeras apreciacionesi se nueden encontrar e!ementns y2 ci,ncumpnta-aos
en otras islas (como en &loS,(iran Canaria). Los descubrimientos de
Tindaya (Fuerteventura), y otra serie de yacimientos y estaciones en
estudio, en Lanzarote y Fuerteventura, y que aún no han visto la luz (al
igual que los semidiscretos hallazgos que distintos montañeros afirman
haber localizado en Gran Canaria) muestran un registro enriquecido en la
última década y que espera un estudio especializado y detenido de cada
una y del conjunto de las estaciones con arte rupestre.
El principal problema, por el carácter de yacimientos al aire libre, y
hasta que no podamos contar con un procedimiento de datación con
((sello arqueológico)), sigue siendo el de su cronología. Pues, ni todo tiene
porqué ser pre-hispánico, ni de la misma época prehistórica, ni de las
mismas étnias. Hay que estar atento a los problemas de supervivencias, a
las minorías supérstites indígenas y a la incorporación de estas tradiciones
dentro del mundo pastoril, ya «cristianizado» pero que sigue (o puede
seguir fiel) a sus costumbres estéticas o mágicas. Para un pastor que vive
sobre los 500 m.s.n.m., con la Conquista poco es lo que cambia. Los
cambios se han producido en el litoral. En el interior, el rebaño es el
mismo, el paisaje es el mismo, las cuevas. para pasar la noche las mismas,
el hambre y la sed la misma, los manantiales los mismos, los caminos los
mismos. las horas de ocio las mismas ¿Y porqué no iban a seguir siendo
los mismos los hábitos de entretenerse con «graffiti» grabando las paredes
de los afloramientos fonolíticos o basalticos? El mundo del pastor
permanece, en lo esencial, inamovible hasta el siglo xx. Desde una
perspectiva aneropológica, no se puede obviar esta evidencia, tras la cual
poariamos encontrar la clave a mucho de los Ialsos problemas y enigmas
con que solemos complicarnos la vida los arqueólogos.
Para Gran Canaria, las estaciones estudiadas son ocho:
-ñvíiUc Ber,iayga; Paredes eiii~a~uíiiadasQ e ocre.
-Cuatro Puertas: Grabados.
-Cueva del Rey: Grabados.
-Cueva Pintada: Pinturas geométricas.
-Majada Alta: Pinturas esquemáticas antropomorfas.
-Cueva del Moro: Esquematismo atropomorfo.
-Barranco de Silva: Grabados.
--Barranco de Balos: Grabados.
La Cueva Pintada: Descubierta casualmente, en 1873, ofrece una cámara
de planta elipsoidal-trapezoidal, cuya cabecera mide 5 metros, con una
altura de 3,22 metros y una longitud (de la cámara con pinturas), de 7
metros. Las pinturas corren en un friso que dista del suelo de 1,75 a 1,95
metros. Se trata de un complejo de cuevas artificiales y espacios diversos
que giran en torno a! «abside» decorado, con temas geométricos (cfrculos,
cuadrados, triángulos eic.). Las pinturas, tricolores, fueron obtenidas con
los colores básicos: roio, negro y blanco.
Ea restauración de 1970 di^ por resultado el descubrimiento d, nuevas
dependencias, igualmente excavadas en la roca (toba volcánica), que en su
orígen pudo ser un «hipogeo real» y, posteriormente, «centro ceremonial)),
según se deduce de las noticias de sus descubridores en el siglo pasado, y
donde ias cazoletas del suelo podrían haber servido para custodiar los
restos desareicuiados de los antepasados. Es decir, que estaríamos ante un
((enterraniento secundario». La fuerza de un c.e n.t ro ceremonial o religio-so,
o de una «a~diencia»do nde se viencii a dirimir las grandes cüestiones,
sobre la guerra o 12 paz, sobre la vida o !a muerte, sobre el honor o la
ofensa, emanando de los muertos sobre los que se jura. Como en las iglesias,
hasta e! XIX, los cadáveres son sepultados en el interior de los templos, y
vivos y muertos «comulgan» en unas mismas creencias. Esta idea que es
muy antigua. podría explicar ei carácter a la vez de «mausoleo» regio y de
cámara político-reiigiosa ligada a h administración institucional del
guanarfema!o.
Pellicer (1974) orientó las explicaciones hacia el mundo africano,
teniendo en cuenta los parentescos con el vecino repertorio geométrico de
los beréberes. Es verdad que no faltan los ejemplos. Entre los indígenas
deynat)) (los buenos), de las Montañas del Diablo (Río de Oro), Jordá
(1955) certifica representaciones de la lluvia (con lineas de espina o en zig-zag),
aoemás de !a existencia, en ei suelo, de «pocillos de ofrenda)).
Ambos elementos están presentes en ia Cueva Pintada. En este sentido,
tampoco debe olvidarse la importancia de la lluvia en las ceremonias y
rogativas indígenas canarias. Si se estiman los diversos criterios, la Cueva
de Gáldar pudo ser en su orígen un panteón y, posteriormente, un
santuario eE manos de la clase sacerdotal donde, corno en las catedraies
medievales, también se ((administraba justicia)) y sc dirimian los grandes
litigios.
Tan sólo una excavaciór. sistemática, y controlada, del entorno de este
importante compleLjo zryueológico, donde se obtengan contextos precisos
y fechas absolutas, pluede disipar interrogantes y determinar ia perdura-ción
(y el orígen o punto de llegada) de este potente foco cultural que
irradia sobre toda la isla.
Barranco de D"cii'us.
El estudio exhaustivo del Prof. Beltrán (1974), recogió la totalidad de
los grabados y corrigió supercherías y errores desiizados en anteriores
publicaciones debidas a los eruditos locales, Mernández Benítez (1945) y
Jiménez Sánchez (1962). No puede hablarse, como quería ingenuamente
Wolfel, de «carros» y de «naves)) en aquellos grabados. En síntesis, y
siguiendo a Beltrán, en Balos se documentan los siguientes repertorios:
a) Representaciones antropomorfbs:
1. De tipo itifálico.
2. De diseño esquemático, cuadranguiar con brazos cortos.
3. Esqüematismos diversos, asexuados y acéfaios.
b) Geometricismos: Circulos, cruces, laberintos.
c) Estilizaciones: En forma de saurios, arborescenates, etc.
d) Signos alfaher(forrnes: iíbico-berebér y otros.
Hay que llamar la atención sobre las siguientes evidencias negativas:
1. Ausencia de aves y peces tan abundantes en la isla.
2. Ausencia de la fauna doméstica: cabras, ovejas, cerdos, perros.
Con relación a la cronología tentativa, soio se puede decir:
1. Que, en ningún caso puedeq considerarse anteriores al Neolitico
Mediterrá~e~.
2. Tipológicamente podrían adscribirse al Bronce Medio.
3. Las inscripciones tifinags y árabes tardías, son porteriores al 11 D.C.
-4, Las-representaciones de jinetes son, evidentemente, posteriores a la
presencia.de -los--europeos7
Para completar el marco de las sign~ficaciones-ylasm oti\iaciones, el
referente psicológico, que pudo impulsar a la realización de estos graba-dos,
en una zona alejada de los asentamientos nucleares, habría que
ponerlos en conexión con el mundo de los pastores. Quizá, para clarificar
esta pespectiva, sirva la noticia transmitida por Anaii: Los beduinos de
Arabia central en su adolescencia, entretienen sus largos ocios, grabando
rocas con personajes itifálicos. Llegados la mayoría de edad abandonan
estas prácticas.
El panel de Balos es la suma de varias épocas, y de varios estilos, que
concluyen con el reciente «Yo estuve aquí, 1980», o en un «eterno devenir»
con representaciones obscenas sobre el sexo (invariable universal de todos
los tiempos y de todas las culturas). En la gran ?cartelera», que es el
afloramiento basáltico de Balos, se han sucedido, por lo menos a lo largo
de 2000 años, una serie de «indicaciones», de «marcas», de «señales», de
<reijiesentacioiiejii caí; distintos sigi,i$ca&)s y qUc nv hay q.;e
.- -atr_ibu ir al carácter mágico, sino simplemente a esa tendencia y ((horror al
vacío?>qne etl-un-ámbito cho!ado y pastoril, como aquél, tiene su
justificación psicológica y cu!tural.--- - - - .
Funebriu:
Más que una clara sucesibn cronológica (aún por determinar) las
tumbas en mevas y las tumbas en tiímulos/cistas, están indicando la
- superposición de dos tradiciones culturales, en su orígen diferenciadas y
que, quizá ya en el Horizonte Tardío, pueden ser sincrónicos habida
cuenta que !a organización social grancanaria opta- por un modelo de
tamización y jerarquización.
Si se atiende a las sepulturas en cuevas habría que establecer dos tipos:
l. Sepulturas (individuales o colectivas), en cuevas naturales, apenas
acondicionadas.
2. Sepulturas (individuales o colectivas) en cuevas artificiales.
El edificio geológico de la isla es abundante en tubos y covachas
volcánicas, circunstancia que facilita, especialmente en las ((rnedináw y
zonas del interior, su aprovechamiento como sepulturas. Una reconsiruc-ción
del «itinerario de los muertos)) parece coincidir con las rutas
tradicionales del pastoreo. El interior de estas cuevas, a veces de escasas
dimensiones (en particular en los enterrarnientos unipersonales) se suelen
preparar bien con «yacijas» o ramas vegetales, o con losas o maderas, con
el deliberado propósito de aislar el cadáver del contacto con el suelo. En
algunos casos (como en Hoyo del Paso) el cadáver puede tener apoyada su
cabeza sobre una piedra.
Las cuevas artificiales son menos numerosas. Estan certificadas en
algunos enterramientos de Barrio Hospital (Gáldar), y en la misma Cueva
D:-r+nAo n n t n r r o m ; n m t r \ r a o i i n A o r ; n
1 L L I L ( I C I U , \rUIIIU b I I L b L I LIIIIIbIIW O b C U I I U U I A V i
De los 35 enterramientos en cuevas que hemos estudiado, 17 son
sepulcros colectivos. E! más sobresaliente es la desaparecida Cueva de San
Lorenzo, donde en el siglo pasado (1887), Verneau extrajo 50 cadáveres.
En los barrancos sureños, especialmente en Guayadeque, son frecuentes
las sepulturas colectivas, con vestigios de momificación de los cadáveres.
En cuanto a la posición de los cadáveres, estos pueden observar dos
variantes principales:
l. Sobre tablones o yacijas, en posición decúbito supino.
2. En vertical, contra las paredes (Cueva de Silva. Telde).
Enterrarnientos en túmulos: Se localizan, preferentemente, en las «zonas
nucleares)) de la costa, y en relación con los cantos protourbanos, en
emplazamientos más o menos llanos. Una variante son los enterramientos
en malpaís, pues estimamos que han de diferenciarse ambos típos de
necrópolis. Evidentemente, los túmulos de la Costa de Gáldar, de Aldea
(Los Caserones) o de Aguineguín o Tufia, responden a otra organización
que las necrópolis del malpaís de Agaete o Arteara. Quizá volvamos a
estar ante el reflejo de la dualidad social grancanaria o ante la presencia de
minorías étnicas distintas. Los túmulos de Gáldar son estructuras monu-mentales
mientras que las cistas de Arteara apenas se distinguen y quedan
mimetizadas en el campo de lava.
A pesar de los centenares de cadáveres que han sido extraidos (casi
siempre por saqueo o expolio), apenas se conoce la posición exacta en que
eran colocados, pues los cronistas no coinciden en sus apreciaciones aun
cuando algunos insisten en que la cabeza era orientada al Norte. La
arqueologia no ha podido corroborar este extremo. Los informes, cuando
hablan y hacen referencias a algun detalle, indican su posición decúbito
supino, desconociéndose la postura lateral flexionada, propia de los
pueblos neolíticos hasta bien entrada la metalurgia.
Nadie duda, y en esto consideramos acertadas Ias apereciaciones de
Schwidtezky (1963) y de Fusté (1966) de que esta <~cuIturao» si se quiere
matizar «ambiente» de los túmulos está denunciando una clara diferencia-ción
social, por otra parte nada extraña y comprensible a la tuz de las
estructuras institucionales que se recogen en Ias crónicas. Ya Fuste marcó
la diferencia entre la población de los túmulos y la de las cuevas afirmando
que mientras en los túmulos de la costa (Serie de @aldar] Ia poblii.czi.ón era
leptosomática y mediterránida, en el «ambiente» de cuevas, los cadáveres
procedentes de Guayadeque contenían rasgos orientálidos. No todos los
arqueólogos han aceptado esta dicotomía «racial» y han opuesto a ella el
carácter uniforme de la cultura material en ambos contextos. De cualquier
manera, consideramos que dentro de un análisis estructural, esta duali-dad,
o está manifiesta o subyacente. Son dos tradiciones que en sus
orígenes responden a dos comportamientos diferentes (enterrar en cuevas
con momificación de cadáveres o enterrar en túmulos sin ninguna
preparación del cadáver). Si las estructuras grancanarias se mantuvieron a
lo largo de 2.000 o 3.000 años inamovibles no lo sabremos hasta estar en u
posesión de la secuencia, donde se recojan las inflexiones y cambios
culturales, tal el hecho de cuando, por primera vez, se documenta en la islael
enterramiento en túmulos y el enterramiento con momificación en cuevas,
o si, y todo es posible, ambas tradiciones (con ambos grupos) vienen ya
desde el continente y saltan a la isla simultánemente, y aquí coexisten. A
un hecho tan denonativo no se le puede restar importancia, pues proyecta
claves de la organización institucional. La dualidad formal es comproba-ble
en el simple registro arqueológico. La social la transmiten las crónicas.
Se precisa, ahora, la articulación cronológica y la reconstrucción de la
secuencia.
Los ajuares funerarios no han sido lo suficientemente explícitos. Sólo
algunos instrumentos, toscamente labrados, fueron hallados en el Cascajo
de Belen (Telde). Berthelot hace referencia a ciertas hachas de piedra,
encontradas en los túmulos de La Isleta. En cuanto a las ((anforas
funerarias)) de los túmulos de Gáldar, siguen siendo piezas excepcionales
dentro de aquel contexto de panteones señoriales. En otras tumbas, de la
misma Costa de Gáldar o en La Gabia (Telde), aparecen ofrendas
comestibles, con recipientes conteniendo patelas.
Ei registro arqueoiógico da cuenta (en 1975) de unas 70 unidades
tumulares que futuras excavaciones podrán ir aumentando, distribuidas
en toda la superficie de la isla pero, con mayor densidad y concentración
en el cordón litoral. Se distinguen dos tipos principales:
1. Túmulos simples: Sepultura individual que puede conformar una
necrbpolis de centenares de cistas como el Malpaís de Agaete o Arteara.
3, T&ml~/cmo /~r!ivns.:C epfiltura mú!tip!e, con t c r r~t zcp gtrz! trngccc&
nica y cistas dispuestas circularmente. El ejemplo más espectacular es el
conocido Gran Túmulo de la Guancha (Costa de Galdar).
3. Cistas pétieas: Cubiertas con lajas. Enterramiento individual.
Pocos son los que relacionan, en el estado actual de las cuestiones,
estos túmulos con el horizonte megalitico mediterráneo (como se empefiu-ba
Wolfel). Sus paralelismos más cercanos estarían en la cba7inas~y otras
sepultura pre-islámicas documentadas en todo en Norte de Africa. Ya
Hooton (1925) llamaba la atención acerca de la semejanza entre los
túmulos canarios y sus sin-iilares beréberes. Los posteriores estudios de
-Camps, Hugot y otros arqueólogos del área berberófona han vuelto a
confirmar estos parentescos.
Otro problema, estrechamente conectado con el de los enterramientos,
es el de la preparación o semi momificación de los cadáveres (se trata de
una momificación rudimentaria e incompleta y que nada tiene que ver con
el embalsamiento egipcio). Este hecho, fuertemente connotativo y difere-cial,
como el momificar o el no momificar, está señalando no solo una
adjetivación étnica del grupo que la practica sino, y es lo más importante,
una pauta en el comportamiento religioso ligado a las creencias de
ultratumba.
-FI - registro ~rq~-o!ógichoa permitido ~stah]~c.!-ors siguienter pi int~s :
1. La existencia de cuevas, naturales, con cadáveres protegidos en sus
fardos funerarios, con rudimentos de momificación, tipos de enterramien-tos
emplazados, perfectamente, en la vertiente sur-este y área de montaña.
2. Sepulturas en estructuras tumulares, más o menos complejas, y
asociadas a construcciones de piedra seca, de configuración proto-urbana,
con cadáveres sin preparar, no momificados.
La hipótesis lógica apuntaba a relacionar a los indivíduos momifica-dos
(en comparación con los ({guanches de Tenerife))) con la primera
«oleada» y que correspondería a los. portadores de la «cultura de sustrato))
de Cuscoy. Así quedaba aparentemente explicada la correlación de ritmos
funerarios similares, en ese nivel anterior a la presencia de los túmulos,
entre Tenerife y Gran Canaria, en un estadio cultural de rasgos pan-canarios.
Pero desde que se abordaron con seriedad los estudios de
antropología física se hacia, bajo esta perspectiva, difícil de subscribir esta
relación sin entrar en contradicción con un hecho: mientras que los
momificados en Tenerife son, generalmente, de tipo mediterranoide, en
Gran .Canaria están más cercanos al polo cromañoide.
La posición de los cadáveres, en ambos, en momificados y sin
liioiiiific es la ir,isiIia, &c-hbiio supiiio. Los i-noIiiificab se hacen acom-pañar
de un ostentoso fardo funerario que puede llegar hasta 15 lienzos de
piel y tejidos vegetales que, como ya hemos señalado, deberán estar en pro-porción
directa con la categoría social del finado.
Entre las evidencias negativas, para los enterramientos grancanarios,
se pueden enumerar las siguientes:
1 A . i l r o m A o r l o ; n a t r i i m o n t o l I : t ; r n ,401 t;nn n t ~ h n n o ~t -\n nnm.:r< --+,-o 1-0
1 . ~ U J C I I C I L Iu c I I I J L I U ~ ~ L - Z L I L I ~ U L L U V UCI C I ~ V \ \CUUVIILIII, LLLLI C V L L J U ~ L C ~ ~ L LiCa j
tumbas de Tenerife.
2. Ausencia de adornos personales. Tan solo una diadema con patellas,
procedente Guayadeque (N-55). No hay collares ni brazaletes.
3. Ausencia de cualquier otro elemento cultural que ayude a fechar o
relacionar, cronológicamente, estos enterramientos. A no ser por los
tablones de madera, las semillas de orijama, o las escasas ofrendas
alimenticias de mariscos. El carácter singular de los vasos funerarios
puede ser, más que un dato arqueológico, resultado del saqueo a que han
podido estar sometidas las tumbas.
En síntesis, el enterramiento en Gran Canaria apunta a dos orientacio-nes:
1. Al de una diversidad cultural (no necesariamente cronológica), entre
los ((centros nucleares» de la costa (y sus «colonias» del interior), y un
ambiente secundario más apegado al medio rural y de montaña o en la
«ruta de barrancos)). Mientras el primero se asienta en las proximidades de
las tierras más idóneas para los cultivos (de ahí su connotación agro-alfarera,
evidente en el Horizonte Tardío), el segundo, por ((imperativo
territorial)) gravita en el «mundo de los pastores)). En una sociedad
compleja, como en la Gran Canaria que encuentran los europeos, ambos
niveles se complementan y estan articulados en Ia organización proto-estatal
del guanartemato, pero, sus ámbitos y ambientes son distintos
(incluso sus intereses). Los dos modos de enterrar pueden estar proyec-tando
dos mentalidades.
2. Al de una jerarquización de la sociedad impuesta por la organización
&..-:--A- A-1 -.-.A-.. -, ,,,.--.-,1 A,., -1, -1 ,..,,.-.- &, A:+- :,A,-. iauLuaua UGI ~ U U G L GUII, al ILIGIIUJ, uu3 u a a m u a 1 a l u G m C ; Uuc~tzmLauab.
señores y siervos.
Correlacio~es en el marco de ((10 mediterráneo)):
Al abordar el Prof. Beltrán (1974) las cronologías de la Cueva Pintada
de Gáldar, reconoció parentescos mediterráneos orientales que podrían, si
nos guiamos por las formas, remontarse a un período comprendido entre
el Neolítico del Mediterráneo Oriental y el Bronce Medio. En números
redondos, entre el 5.000 y el 2.000 B.C. Tres mil largos años sin precisar.
Estas equivalencias, como es natural, solo se sustentan en paralelismos y
criterios tipológicos pero que, en ningún caso, pretenden reclamar para
Gran Canaria una cronología similar. Es algo así como buscar los
antecedentes, las «ralces» del problema.
Si probiemático resuita encuadrar ias ((figuriiias)) y ei «ambiente» de ia
Cueva Pintada en sus paralelismos mediterráneos, no menos difícil es
admitir sin más el hecho espontáneo de que este «clima cultural)), tan
diferente del resto de las «culturas» insulares, con cámaras decoradas,
cerámica pintada, sellos pintaderas, se generara por movimiento espontá-neo
en la isla y fuese un producto del siglo XIV o xv de nuestra era. A
nudie se !e escax!e ql,x e! prok!rmu es más coq!ejo y mn cuar?do se
pretenda solventar con sus ((equivalencias beréberesn nada hay de tanta
fuerza y personalidad en toda la costa de la fachada atlántico-africana,
que va desde Gibraltar a las bocas del Senegal, que tenga que ver con esta
cultura tan definida. Sus antecedentes hay que rastrearlos Mediterráneo
adentro (más allá de las Columnas de Hércules en sentido inverso). Pero
tampoco hay que olvidar que !a ribera sur del Mediterráneo es Africa y las
islas son (directa o indirectamente) ocupadas desde su «soporte continen-tal
» más próximo.
Otra pregunta: A la llegada de los europeos, y si le concedemos a la
permanencia humana en la isla una continuidad de 2.000 o 3.000 años (al
menos desde el 1 Milenio B.C.), &cuál era entonces la cultura arqueológica?
¿Era la Cueva Pintada desconocda~porlo s Últimos guanartemos o seguían
celebrando allí sus ceremonias?.' Como se comprenderá son datos muy
significativos. Por ejemplo: ¿La fecha del 60 de nuestra Era en que se ha
podido datar una estructura doméstica de Los Caserones (Dra. M.C.
Jiménez Gómez, 1979), pertenece a su momento inicial de ocupación o a
su momento final? En Guayedra, estructuras similares son «vigentes»
hasta bien entrado el xvr de nuestra era con incorporación al ajuar de
cerámica europea. Si estas estructuras habitacionales, de piedra seca,
corresponden a Ia Cultura de 10s Túmulos, como aparecen asociados en
Gáldar, Arguinengin, Tufia, La Aldea etc. su continuidad en la isla
los i.j@-j " -:--'---. n . . L a-.-- 2- I iiiiciiuas, ¿yuc s u u x i a coii :as geiites
portadoras de otras prácticas funerarias? En todo esto ¿cuál es el papel
aglutinador de la Cultura de la Cueva Pintada?
Cada época, y cada investigador, ha visto el problema desde la
perspectiva de sus conocimientos y de sus ideologías (y que nadie las
niegue). Ya el Prof. Pérez de Barradas (1940), llamó la atención entre el
«aire» o parecido de la cultura canaria (y en particular lo «guanche» de
Tenerife) con la «cultura de los Murciélagos», entendidas ambas como
partes de la entonces cultura neolítica del círculo hispano-marroquí
(ideologías aparte). Pérez de Barradas entendía la ((cultura canaria)) como
un todo compacto, idea que hubo de influenciar a Jiménez Sánchez y que
es aceptada, en la actualidad, por algunos investigadores, al menos dentro
de cada isla, pues ya nadie mantiene con seriedad que el Archipiélago
ofrezca una prehistoria unitaria y homologable.
Si se observan los tejidos y la cestería el recuerdo de Canarias surge
inmediatamente ante las colecciones de Murciélagos. Estas mismas apre-ciaciones
han sido comprobadas en nuestras conversaciones en el Museo
Arqueológico Nacional con la Dra. Pilar López, a la vista de las
colecciones allí exhibidas. No así la cerámica, y menos aún el «ambiente»
de !a Curva pintad^. a q ~ die nde Cafizria se a!~J -i nd- -e tndn !a
prehistoria insular y peninsular conocida. Pero si se comparan los rasgos
dominantes de la cultura de Stentinello con la Cueva Pintada las
coincidencias son más significativas que las diferencias. En ambas se
documentan: idolillos, figuras plásticas, ausencia de puntas de flecha,
molinos de piedra, orificios practicados en rocas. Ambas, a su vez,
envueltas en un ambiente común y compartido en el mundo del Egeo y en
el Mediterráneo Oriental. Este «orientalismo» que ya en Canarias parecie-ra
un dislate, es , sin embargo, de todos los paralelismos el más evidente.
No siempre la proximidad geográfica es garantía de parentesco y relación,
al contario, puede serlo de rivalidad y hostigamiento. Tipológicamente, lo
más próximo a Cueva Pintada está no en la vecina costa de Africa, sino a
miles de kilómetros. No es que se pretenda un hiperfusionismo ciego pero,
menos aceptable resulta la idea de resolver el problema o bien, no
planteándolo (como sucede casi siempre, ya no por ignorar la solución,
sino por si siquiera molestarse en plantearlo), o sancionarlo como un
fenómeno de tonvergencia cultural, solución menos aceptable aún.
Estas resonancias tardías, que en Gran Canaria quedan «congeladas»
cuando en el Mediterráneo (con el N. de Africa incluído) han sido
superadas por otros ensayos y experiencias culturales, cobran particular
relieve cuando, igualmente, se nos muestran como un «hecho singular)) en
el universo de las culturas prehistóricas del Archipiélago. En este sentido,
cuando hacemos referencia a lo mediterráneo es para distinguir las ramas
de un vigoroso tronco cultural, que se desarrolla aguas adentro del mar
latino, y que clava sus raíces en el área del Egeo.
Cómo, cuándo y quiénes trajeron estas tradiciones culturales sigue sin
resolver, pero pocos dudan que en nada se asemeja al mundo pastoril y
arcaizante de los «embalsamadores».
La revisión dei neoiitrco medrterraneo ha aportado nuevas fechas que
se remontan al VI milenio. En esta presunta marcha de Oriente a
Occidente, el litoral norteafricano es alcanzado por una corriente cultural,
totalmente independiente del neolítico sahariano, que, igualmente, va a
incidir en el capsiense.
En Caf-that-el-Gar la secuencia se inicia con cerámica cardial, y sigue
con cerámica pintada que tiene, sin lugar a dudas, un carácter extra-africano,
llegada esporádicamente por vía marítima.
Los paralelismos podrán encontrarse en las cerámicas sicilianas ante-riores
a la llegada del vaso companiforrne. Los estudios de Tarradell, en la
Cueva de Gar Kahal, han puesto de relieve la presencia de cerámicas
impresas e incisas en los niveles más antiguos. A este se le superpone la
cerámica cardial, acanalada y companiforrne. Y, por último, la cerámica a
la almagra. Esta última pareciera proceder de la península ibérica pues,
tantos los ídolos ceramicos de la Cueva de Achacar como los objetos
metálicos, corresponden al Bronce I Hispánico. Esta corriente no penetra
tierra adentro, se desliza por el litoral hasta la región de Casablanca donde
la cerámica de Kiffen es, hasta el momento, el más significativo de los
testimonios arqueológicos de este nuevo horizonte cultural, que opera en
e! litoral africano a! mirgeri de !as tradicimes indigecus.
En líneas generales, el Marruecos Atlántico funciona con cierta
rémora, como un área receptora de las distintas corrientes tardías que
incorporan algunos de sus elementos neolitizadores. Aquí se encuentran
casi todos los caminos. Del Sur (el foco sahariano), del Este (focos
egipcios, saharianos y siciliano) del Norte (distintas influencias mediterrá-nas,
e ibéricas en particular).
Para la comprensión de «lo mediterráneo)) conviene recordar la
diferencia entre el Mediterráneo septentrional y el Mediterráneo meridio-nal,
explicada a partir de dos hechos:
1" La segunda oleada neolítica que alcanza las costas europeas y se
superpone al fondo común pan-mediterráneo, no llega a las costas de
Magreb, con lo que se da la curiosa paradoja de que, a pesar de ser
africana, las influencias egipcias en Marruecos están ausentes.
20 ) Lo mismo sucede al iniciarse la Edad del Bronce (en torno al 2.000
B.C.), donde Marruecos queda un tanto marginado de los grandes focos
difusores, itálico e ibérico (cultura de Almería).
Esto puede explicar, en parte, que cuando se inicia la colonización
fenicia (portadora de viejas tradiciones orientales) las diferencias entre
ambas orillas del mediterráheo sigan tan acentuadas. Africa estaba,
inexplicablemente, y a pesar del esplendor de los imperios egipcios,
sumida en un ambiente neolítico y arcaizante.
Este panorama vecino, creemos, puede ayudar a comprender la
posición del Archipiélago Canario en la retaguardia de este proceso tan
peculiar.
Correlaciones en el marco de «lo africano)):
El Dr. Almagro en el 11 Congreso Nacional de Arqueología comenta-ba
una ponencia del Sr. Jiménez Sánchez y llamaba la atención sobre e¡
desenfoque aplicado a la arqueología canaria, empeñada en rastrear oríge-nes
remotos cuando, en realidad, muchas de las claves estaban en la vecina
costa africana. Con estas apreciaciones se invitaba a corregir el rumbo
impuesto por el «megalitismo» de Wolfel y orientar la prehistoria de las
islas dentro de un marco más real y certero. Si se extrae el particularismo
de la «Cueva Pintada)), los parentescos africanos (del Africa del Norte,
ribera atlántica y ribera mediterránea) emergen con carácter preponde-rante.
No obstante, estas correlaciones y como muy bien indicara Balout
(1971), hay que matizarlas:
1. Aun cuando se trata de relaciones evidentes, hay que considerarlas
tardías y fragmentarias.
2. El carácter tardío, entre otras cosas, se pone de manifiesto en la
imposibilidad de establecer relaciones más allá del epipaleolítico, o incluso
del neolítico de tradición capsiense.
3. Ausencia de huellas de los primeros navegantes de Occidente, difusores
del campaniforme.
4. No obstante Canarias es una especie de saco donde pueden rastrearse
tradiciones arcaicas, especialmente en sus cantos trabajados que han
sobrevivido en contextos neoliticos o neolitizados.
Para quienes aceptan que e! hombre de Mechta-el Arbi es el antepasa-do
común de los ((guanches)),l as relaciones y conexiones con el continente
quedan más que garantizadas. Tarradell (1956) había precisado que e1
hombre de Mechta-el-Arbi era cronológicamente anterior al mediterrá-
.-:A, ,,,*,A,, A01 P " " P ; PA~m~h n~r Gn,,c rrnmañ',;Ap ,, mprl;tprr~nn;c4p iiiuv, yv1,auvi u,,, ,,uyai"iiar. 2 %lii""L..y..U .7, ...V...U..V.YI, YI.-..IU.IV.UI)
están presentes en Gran Canaria.
Los reajustes de muchos conceptos de la prehistoria reciente en Africa
del Norte (como ei mismo capsiense)) y los complejos epipaleolíticos)
obligan a no pronunciarnos con decisión sobre muchos aspectos aún en
estudio. En la literatura clásica (hasta los años 50) se estimaba que en el
denominado ibero-mauritano (no aceptado por todos los especialistas)
concurrían distintas tradiciones, con un Ibero-mauritano 111 o evolucio-nado,
caracterizado por los microlitos. El «mechta» sería el portador de
ese estadio que sobrevive hasta el neolítico y que conformaría el sustrato
de la población beréber y canaria en general («guanches» y no guanches,
aborígenes todos).
Si en determinados yacimientos norteafricanos queda evidenciado cual
ha sido el proceso que desemboca en una neotilización parcial o sui
generis, el paso del iberomauritano al neolítico, en la mayoría de los
yacimientos, no está convincentemente explicado.
La progresiva y lenta neolitización parcial en el Norte de Africa, va a
operar sobre dos grandes grupos raciales. Por un lado, sobre el territorio
de los «mechtoides» (iberomauritanos), y por otra parte sobre los medite-rranoides
(o ~apsierise~j.
Esta presunta neolitización, que no siempre cala en las poblaciones
arraigadas en las tradiciones epipaleolíticas, tiene su expresión más que en
un cambio de conducta en la incorporación de dos novedades: los rebaños
y los recipientes. El resto queda, prácticamente, intacto. No obstante, en el
proceso que impone la misma sucesión cronológica se llegan a dibujar dos
grandes ramas:
1. El neolítico de tradición capsiense: Cuyo ámbito territorial ha sido
revisado pero que es portador de una tradición lítica que se va transfor-mando
paulatinamente. Aparece sobre concheros antiguos.
11. El neolítico de las cuevas: Que se adentra en Marruecos, con gran
riqueza de cerámica. Ausencia de arte rupestre, hecho que parece conectar
más con la precariedad de éste en la isla de Tenerife.
Ambos neolíticos, decimos, están por redefinirse.
Si seguimos, provisionalmente, la nomenclatura clásica (pues a algo
tenemos que referirnos) el neolítico de tradición capsiense (N.T.C.) quedó
documentado desde finales del IV milenio. Se desarrollan en el NW.
africano y se propaga por todo el Atlas, y recorre el litoral Atlántico
(hasta el Senegal para algunos autores). El relativo retraso con que la
, . ceramica !!ega a !a zma habria ytie re!acionar!u con el üso, como
recipiente, del huevo de avestruz. Por su parte, la agricultura hace su
aparición con anterioridad a la domesticación de animales (en muchos
casos).
De ser cierta la existencia de un horizonte pre-cerámica en Tenerife
(Pellicer-Acosta, Barranco Hondo), habría que configurar un nuevo
marco de la arqueología canaria. No obstante, podría ser interpretado
como un asentamiento local sin cerámica (no un «horizonte»). No
obstante, en nuestra teoría, hemos previsto la posibilidad de un ((horizon-te
arcaico)) que podría ser pre-cerámica. En tal sentido, recordamos que
Aumassip, en sus estudios en el bajo Sahara, localizó en Oued de Mya la
existencia, en el V milenio, de un ((horizonte)) neolitico sin cerámica, lo
que en parte contradice la hipótesis sustentada por Balout para la
implantación del neolitico en el NW. africano como una invasión o
penetracibn con todos sus elementos constituidos.
Aun cuando se contemple en el marco teórico y haya indicios
arqueológicos para ello, en el estado presente de las investigaciones, en
Gran Canaria no se puede hablar de un neolítico sin cerámica, pues la
ausencia de la misma en algunos contextos de cuevas (Valle de Guayedra)
no puede generalizarse al conjunto de la isla. Es una posibilidad teórica
que necesita confrontación. De cualquier manera, las dos o tres «culturas»
que llegan a la isla pareciera que ya vienen neotilizadas desde sus hogares
de orígen.
Quiza resulte precipitado hablar de una «colonización orientalizante))
que llega a la isla y queda aisiada en ella. Fuera como fuere, lo cierto es
que el portador originario de los idolillos, sellos y cerámica pintada es un
elemento extra-atlántico y de raigambre oriental. Quizá -y seguimos en
las suposiciones teóricas- su correspondencia étnica podría situarse con
el «elemento semitico~de tectado por Verneau en las etnias insulares. Estos
orientálidos quedarían «endosados» entre unos presuntos cromañoides (los
primeros pobladores, portadores de la «cultura de sustrato))) y los
mediterranoides (introductores de la «cultura de los túmulos»). Es decir,
que la ((Cultura de la Cueva Pintada)) sirve de ensamble -por su
superioridad cultural- entre estos dos grupos. En Gáldar estarían
presentes estos dos elementos que actúan sobre el Horizonte Arcaico (o
primitivo, con el que se inicia la ocupación humana y cultural de la isla),
desplazándolo, progresivamente, como es lógico hacia los suelos impro-ductivos
y hacia el interior de la isla, donde también se dispone de
((enclaves)) del control y vigilancia de todo el proceso productivo. En la
Colina de Gáldar, se situa el centro de poder político, en un complejo de
cuevas decoradas y palacios subterráneos (Cultura de la Cueva Pintada),
mientras que en la costa, en la misma orilla del mar, las construcciones
artificiales en piedra, con los panteones principescos propios de la
((Cultura de los Túmulosn, más coincidentes con una élite, o capa militar,
de ((señores de la guerra». Al final, ambas «culturas» están interinfluencia-das
y llegan, en un estado de simbiosis y sincretismo a conformar el
Horizonte Tardío, donde es más adecuado hablar de «ambientes» pues las
viejas culturas formativas se han alutinado en torno al guanartemato y
han dado paso a un apogeo agro-alfarero.
La influencia de la Cultura de la Cueva Pintada sobre la Cultura de los
Túmulos se hace evidente en el trasvase de elementos de un grupo a otro.
No es de extrañar, entonces, que las viviendas y tumbas de la costa
contengan idoiiiios y cerámica simiiar a ia de la Cueva Tiritada. Pareciera
que el grupo orientálido, que se ejemplifica en la Cueva Pintada, estuviese
en posesión de unos recursos culturales más evolucionados (dinastía,
religión etc.) y que a pesar de la preponderancia guerrera de los
mediterranoides, a la postre, lograra seguir con el control político de la
isla, hasta su reunificación bajo un sistema monárquico-matriarcalista.
No obstante, no todos los problemas quedan resueltos en esta hipótesis.
Entre otras cuestiones pendientes estaría ésta: Si los mediterranoides son
los portadores de los túmulos, no se explica la ausencia de estos en
Tenerife. Por el contrario, ya hemos visto como en Tenerife son los
mediterranoides los que entierran en cuevas y momifican, a diferencia de
Gran Canaria que inhuman en túmulos y no momifican. Por otra parte,
tampoco se hace obligado extender algrupo orientálido la introducción de
estructuras tumulares cuando éstas están perfectamente certificadas entre
los beréberes de la vecina costa africana, no así entre ellos los idolos de
arcilla, los sellos y la cerámica propia de la Cueva Pintada.
Los pretendidos parentescos con el cmegalitismo europeo)) no están en
la actual perspectiva de la investigación que ha renunciado, en gran
medida, a las dosis de ((atlantisrnon y extrañas conexiones. En favor de las ...--..,--:--^- ,,, -1 m.,,,4ri mnnol:+;pr\ '.* mpnr,nn.,n
v ~ I I G u ~ c .LV~H~ L~1~ L~u U u u " uxr8LIIICIUV iiiriiv;viAuii, rii.ir !UI
siguientes evidencias:
1. Ausencia de avulsión dentaria.
2. Posición generalmente decúbito supino en los cadáveres.
3. Desconocimiento del ((rojo funerario)).
4. Cerámica modelada y pintada.
Volviendo al continente africano, otro de los contextos que por
vecino obliga a su mención es el neolitico sahariano, que en sus
repertorios industriales no guarda ninguna sinonimia con los ajuares
isleños, aun cuando la antropología física ha visto semejanzas somaticas
entre ambos portadores. Una vez más, antropología física y arqueología
emiten sus conclusiones por separado.
Schwidetzky y Fusté observaron que la composición racial de la
población del Sahara se caracteriza por la presencia de un elemento de
gran talla, mediterranoide, generalmente dolicocéfalo y leptosomático.
Este tipo sería similar a la ((serie de Gáldar)), de los túmulos de la costa.
Por su parte, el neolítico de la fachada atlántico-sahariana se nos
muestra empobrecido aun cuando en ia runa concurren varias tradiciones,
siempre de paso, y que no logran arraigar por imperativos territoriales.
Así, desde Río de Oro a la Aguera, aparecen los huevos de avestruz
grabados que están recordando la tradición capsiense. En lo que hace a los
repertorios cerámicos y a los vasos en piedra, segun bajamos en latitud, se
hace más evidente la influencia del Neolítico de tradición capsiense. En lo
que hace a los repertorios rer~miros y a !m varcs en piedra,
bajamos en latitud, se hace más evidente la influencia del Neolítico de
tradición sudanesa (N.T.S.). Pero su arte, rico en temas naturalistas, nada
tiene que ver, o muy poco, con sus paralelos canarios donde el geometri-cismo
o el esquematismo abstractizante lo protagoniza todo.
En la franja costera que va desde el paralelo 17Q al 280 (prácticamente
frente ai Archipiélago) la mayoría de los monumentos funerarios son
simples fosas excavadas en el suelo, sin protección alguna. No obstante los
trabajos reaiizados en el Sahara Occidental por Santa-Olalla (1940) y
Almagro (1946) y más recientemente por e! Dr. Balbín (1974) dan cuenta
de los parecidos entre las «bazinas» africanas y las tumbas grancanarias. Sin
embargo, creemos que habría que matizar en las correlaciones, pues, las
ripologias son diversas y, aun cuando se trate de estructuras de piedra, en
ambos casos, los ambientes culturales responden a motivaciones diferen-tes,
amén del problema de las cronoiogías. Empero, nadie niega su
vinculación africana.
Los recientes estudios de los arqueólogos franceses (Petit-Maire y
otros) en la fachada atlántico-sahariana han ido completando el panora-ma.
Pero nada de lo allí registrado recuerda a las islas, aun cuando desde
criterios raciológicos (que hay que tomar con reservas), los individuos de
" aquellas pobres tumbas sean ejemplares de gran talla, mediterranoides y,
en general, dolicocéfalos. En el borde meridional, Chamla (1968), localizó
más de 50 de estos.
La t~adición sudanesa: La comprensión de algunos fenómenos ae la
arqueología cznaria pasa por el conocimiento de las grandes líneas que se
generan, milenios atrás, en el corazón del Sahara y que perviven,
transformadas pero reconocibies, en las etnias subactuales.
En Hoggar, desde el 0.100 B.C. (Mugot, 1974) está ya documentado un
neolítico de estirpe sudanesa que contrasta, fuertemente, con el otro
tronco que ha venido a denominarse de tradición capsiense. El área
sudanesa (al Sur del Trópico de Cáncer) o Bajo Sahara, se caracteriza por
una gran variedad y riqueza en sus manifestaciones de Arte Rupestre
(grabados y pinturas) además de una cuidada y hermosa cerámica, a
mano, de tendencia globular y bocas anchas. Los implementos secunda-rios
(como las asas y los vertederos) son raros, y sus motivos decorativos,
que se instalan en las proximidades del borde, o en zonas concretas de su
superficie externa, recurren a las incisiones e impresiones, destacando la
técnica «pivoteante» que le dota de una personalidad inconfundible. Nada
de esto hay en Gran Canaria. No obstante, en la cerámica de La Palma se
podrían rastrear símiles, incluso en su arte rupestre. De cualquier modo,
parece más lógico conectar lo benauarita con los epígonoes de la tradición
sudanesa antes que recurrir a un Bronce Atlántico, fuera de contexto y
distante (distinto y distante, tambien en este caso).
La ausencia de metalurgia propia: Una «edad del Bronce)) (cultural), sin
metales:
La ausencia de una auténtica «Edad del Bronce)) en ei frica Occiden-tal,
paralela a los grandes centros metalúrgicos del Mediterráneo es un
hecho a considerar por las pecualiridades de la introducción de los metales
en el área. De más de 250 yacimientos prospeccionados por Santa-Olalla en
el borde atlántico sahariano, los objetos en metal no sobrepasaron la
docena y su valoración se ha inscrito en las corrientes foraneas, en
cualquier caso como intrusiones procedentes de la otra orilla del Estrecho
y, posiblemente, salidos de las fraguas del Sur de la Península Ibérica.
Pero, a pesar de no contar con una Edad del Bronce propia, indígena,
Marruecos recibirá sus aportes y se beneficiará, siempre tangencialmente,
de algunas de sus innovaciones. La nota más destacada sigue siendo esta
evidencia negativa: la ausencia de elementos metálicos durante el II
milenio. Sin embargo, su cerámica puede ir referida a este estadio cultural,
de tal modo que puede hablarse de un «Bronce sin metales)).
En lo que se refiere a Gran Canaria, este aire del Bronce podría
recabarse de los diseños carenados de sus vasos que, en cierto sentido,
evocan Ios prototipos argáricos aun cuando estos últimos sin decoración
pintada. En cuanto a tratamiento decorativo los vasos canarios estarían
más cercanos a los tipos homólogos cicládicos y danubianos, e inciuso
sicilianos.
Otra evidencia negativa es ei campaniforme. Documentado en Ma-rruecos
(Bar el Soltan), no se ha certificado en las islas, con lo cual la
vinculación con el megalitismo europeo resulta a toda luces (e.n el caso de
Gran Canaria) improcedente.
Las hipótesis difusionistas inscritas en e/ «Africa Blanca)):
r - -- -. - - -
Se debe a Wolfel la inclusiórd de ia prehistoria de Canarias dentro de
ios programas de investigación interdisciplinar y «culturológicos~d~e lo
que-se definió come «Africa Blaxa», entendida como una unidad de
estudio y «área cultural» contrapuesfZaFkAfrica Negra)). Es fácil obser-var
la ideología que subyace en este planteamiento epigonal de la Escuela
de Viena.
Frente a los antecedentes mediterráneos, Africa del Norte contiene
elementos de recepción que luego, de segunda mano, pudieron pasar a las
islas, pues bien, o ambos proceden de un foco común o es a través de
Africa como llegan al Archipiélago.
El geometricismo de las pinturas beréberes, que suelen decorar los
dinteles de las casas y los frisos de sus cjrabos, las tramas de los mismos
tejidos y OS adornos de sus cueros, recuerdan muy de cerca el geometricis-mo
grancanario. Pero nada mas. Ei contexto cuiturai es bien diferente.
Tambien figuritas zoomorfas que podrían emparentarse con las «tibi-cenas))
canarias han sido documentadas en el Alto Volta y Mali, dentro de
SU prehistoria reciente, en un ámbito fuertemente influenciado por las
tradiciones del neolítico sudanés. Pero no hay que caer en el tópico de que
por ser africano está mas cerca de las islas. En este sentido, queremos
rpccrdar ",e !a ci,istancia que hay de! Estrechv Gibra!tar a! cabo Bon,
en Tunicia, es mayor que la del Estrecho al Archipiélago. Lo mismo para
las zonas saharianas y del interior del continente, separadas por miles de
kilómetros de las islas, además de la barrera marítima, más difícil de
vencer por pueblos que desconocen el mar y cuya cultura se ha organizado
en otros parámetros. Pareciera entonces más cabal postular orígenes
remotos comunes, desarrollos paralelos, más que cadenas sucesivas de
difusión cultural lineal y simplista.
Pero tampoco pueden negarse que las últimas aportaciones culturales
llegadas a Gran Canaria (y a otras islas) pertenecen, indudablemente, al
ámbito del Africa Blanca. Muy concretamente al círculo líbico-beréber
que en las fases post-neolíticas actuó como poderoso aglutinante cultural
en el Norte de Africa, no sólo desde el vunto de vista racial sino tambien
lingüistico, religioso y cultural, en el sentido más amplio del término.
Las primeras inscripciones t'ifinagh corresponden al siglo V B.C. (fecha
que coincide con la aparición de los pueblos camelleros). Ya en el siglo vrii
D. de C. cubren el espacio que va desde Hoggar a la fachada atlintica. Es
interesante recordar como en los grabados rupestre del Sahara, asociados
a escritura tifinagh, aparecen personajes con escudos redondos, jabalinas
y plumas en la cabeza. Estos elementos pueden asimilarse al armamento
aborigen canario asi como con el «guapil», o especie de bonete con
plumas, documentado etnohistóricamente entre los indígenas de Lanza-rote.
La oleada beréber aicanzará, con mayor intensidad, el flanco oriental
del Archipiélago; es dzri:, c1 más próximo a Africa. Entrará de lleno en
Fuerteventura y Gran Cemria y tocará de refilón El Hierro (y al parecer,
si valoramos en este sentido ciertos grabados, de La Palma). Los nuevos
descubrimientos rupestres (incluso en Tenerife) pueden ir corrigiendo esta
versión, pero, indudablemente, hay islas que, como Tenerife, siguen
inmersas en su arcaismo y no acceden a las estructuras artificiales que
aporta la gente de la Cultura de los Túmulos.
Es a esta «oleada», que actúa sobre los horizontes anteriores (Arcaico y
«Cultura de la Cueva Pintada))), a la que se debe la configuración del
«Formativo» insular y su posterior evolución en el estadio final del proceso
prehistórico interrumpido con la invasión europea.
La llegada de estos ((mediterráneos robustos)), de cultura berberófona
a Gran Canaria (y tambien a Fuerteventura) debe estar relacionada con
los movimientos de pueblos, ya en épocas protohistóricas, que se originan
en el Norte de Africa con las colonizaciones, la romanización y, posterior-mente,
con la presencia de los árabes, estos últimos a partir del siglo vi de
la Era. Esta influencia beréber, además de los aportes estrictamente
físicos, es visible en la toponimia antroponimia de las voces aborígenes
canarias. Wolfel, Marcy y Alvarez Delgado han insistido en este particu-lar.
No obstante, queremos llamar la atención sobre el peligro de deducir
de la iingüistica hechos que sólo la arqueología está en condiciones de
aceptar o rechazar. Con relación a la documentación que excepcional-mente
ha permitido aproximarnos a ia estructura de las lenguas aboríge-nes
insulares, hay que precisar:
1. El carácter disperso de los testimonios lingüísticos insertos en la
documentación contemporánea de la Conquista, pero sin particular
interés por transmitir aquellos datos. Es una documentación movida por
otros intereses e influencias.
2. El carácter de copia (y adulteración) de la mayor parte de la documen-tación,
pasada de m