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1911 LOS AÑOS FEBRILES: CANARIAS EN CRISIS (1808-1812) Agustín Millares Cantero El trienio largo que discurrió entre el verano de 1808 y el invierno de 1812 fue uno de los períodos más convulsos del Ochocientos en Canarias. Una buena parte del mismo estuvo marcado por la fiebre amarilla que afectó a sus tres principales puertos, epidemia que intermitentemente los azotó desde octubre de 1810 a febrero de 1812. Junto a las importantes pérdidas humanas, la atroz enfermedad trajo consigo repercusiones devastadoras que por varios meses dañaron la vida urbana en diversos órdenes. Los asientos de la Comandancia General y de la Real Audiencia, dos de los tres núcleos más poblados de las Islas, permanecieron durante año y medio incursos en una situación harto peliaguda. El vómito prieto vino precedido, no obstante, por otras “fiebres” que agravaron los problemas de una etapa donde hubo abundantes tensiones. La irrupción del problema canario en su vertiente contemporánea, el mal llamado pleito insular, provocó una serie de crisis políticas que van a incidir sobre el futuro a través de las pugnas de capitalidad, desatándose las luchas por la hegemonía en la nueva provincia. Los conflictos sociales por tierras y aguas o por el control de una isla o sobre todas ellas revelaron tanto el malestar campesino al amanecer la quiebra del Antiguo Régimen como las segmentaciones entre las élites dominantes. Y todos estos fenómenos tuvieron lugar en medio de ciertas dificultades económicas, singularizadas ante todo por los apuros de la agricultura policultivista y un curso no tan boyante del subsector de exportación, que contradice la visión de efímera prosperidad descrita por algunos.1 Si el archipiélago pudo considerarse una retaguardia eventual para las fuerzas patrióticas en los instantes más dramáticos de la Guerra de Independencia, sin duda representó una zona conflictiva, relativamente insegura y mal avenida. FIEBRE AMARILLA EN LOS PUERTOS CENTRALES La fiebre amarilla de 1810-1812 fue el primero de estos ataques que sufrió el archipiélago durante el siglo XIX, pero también el más grave y el único que ocurrió en un trecho marcado por circunstancias harto problemáticas. El contagio llegó a Santa Cruz de Tenerife en los primeros días de octubre de 1810, procedente de Gibraltar y a partir del foco de Cádiz, traída desde este último emporio por uno o dos de los buques correos.2 Álvarez Rixo, sin embargo, consideró que “la opinión más válida” atribuyó las culpas a una fragata venida de Veracruz y La Habana a la consignación de la empresa Cólogan, la cual había arribado el 21 de septiembre.3 En su tesis doctoral escrita en latín e impresa en Edimburgo, el médico tinerfeño Nicolás Béthencourt comentó empero “que el agente transmisor fue un niño de diez años infectado al salir de Cádiz y desembarcado en el puerto de Santa Cruz”.4 Sea como fuere, existió coincidencia en admitir que hubo casos de esta enfermedad desde un par de meses antes de tal fecha, aunque el primero reconocido por los médicos dató del 12 de octubre. Las autoridades sanitarias perdieron un tiempo precioso sin adoptar las iniciales medidas de protección, haciéndolo cuando ya el llamado vómito prieto alcanzaba un nivel imparable.5 Las fumigaciones se realizaron a deshora y con múltiples ataduras.6 Es muy revelador que el III vizconde de Buen Paso negara al principio la existencia del mal y únicamente lo admitiese al producir cientos de víctimas, convirtiéndose él mismo en una de las tempraneras.7 El Cabildo de La Laguna ordenó establecer un cordón sanitario, provisto de sus oportunos resguardos castrenses, desde el 18 de octubre de 1810. Los puntos de vigilancia fueron XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1912 situados en El Molino y El Bufadero, respectivamente en el camino que subía hasta La Laguna y por el lado de San Andrés. La incomunicación forzosa generó tensiones con la capital insular y, como afirman León y Cioranescu, produjo entre los santacruceros una impresión de claustrofobia y la escasez y carestía de los víveres.8 Casi un 55 por 100 de la población abandonó la villa al declararse el mal, y de los 3.142 habitantes que oficialmente permanecieron en ella enfermaron hasta 2.642 a raíz del primitivo brote, es decir, el 84 por 100.9 Los fallecimientos alcanzaron las 1.332 personas, la mitad de los dolientes y el 42 por 100 de los que no pudieron salir por motivos disímiles.10 En el Puerto de La Orotava, expuesto por norma a las infecciones santacruceras, hubo apenas unos pocos contagiados entre finales de noviembre y principios de diciembre de 1810.11 Si bien la Junta de Sanidad de Santa Cruz dio por extinguido el primer embate de la epidemia desde el 26 de enero de 1811, el cordón se mantuvo hasta el 1 de abril, suprimiéndolo una orden del comandante general. Las disposiciones preventivas que adoptó la Junta de Sanidad en Las Palmas para evitar la infección resultaron a la postre inútiles.12 Antes de dos semanas la fiebre había invadido la capital de la isla redonda, por mediación de dos barcos de cabotaje que partieron de Santa Cruz el 18 de octubre de 1810 y anclaron en el sitio de Las Caletas de Gáldar. A los pocos días falleció uno de los pasajeros en la Cuesta de Silva y otro llevó la dolencia hasta el distrito urbano de Triana, donde hubo una mortalidad del 30 por 100 entre los primeros 70 afectados. Cuando la expresada Junta certificó el reconocimiento oficial de la enfermedad, a partir del diagnóstico de cuatro de los cinco médicos en ejercicio, estallaron protestas populares que muy pronto tuvieron el sostén de los círculos rectores. Los personajes de la Junta y los facultativos fueron objeto de una campaña adversa, a través de coplas satíricas y otras expresiones iracundas que envolvieron amenazas de muerte.13 Dicho instituto se vio forzado a permitir el derribo terminante de la empalizada de la calle de Travieso, ya demolida previamente por un sector del vecindario, al conocer la alocución tranquilizadora del comandante general. Varios de los galenos que lo integraban presentaron incluso su dimisión.14 Los testimonios disponibles apuntan a que Las Palmas fue el núcleo poblacional donde la fiebre provocó una mortandad proporcionalmente más crecida. El azote mórbido siguió en la ciudad un curso distinto al de la villa de Santa Cruz y todo sugiere que llegó a ser más intenso y dejó peores secuelas. Si arrancó con enorme malignidad en la segunda quincena de octubre de 1810, cuando la Junta de Sanidad certificó que sucumbieron hasta la mitad de los atacados, decreció a partir de febrero de 1811 y en esta situación persistiría hasta junio. El drástico descenso de la mortalidad espoleó al “partido” que negaba la existencia del vómito negro y propició el abandono de los cuidados preventivos. A bajar la guardia contribuyó, además, el informe evacuado por dos médicos santacruceros a quienes comisionó el comandante general al registrarse, en dicho mes, el óbito de un relojero ginebrino en la calle de Triana.15 Así las cosas, irrumpió la segunda y más devastadora embestida a mediados de julio, escribiendo el capitán Romero y Ceballos que “en fin de septiembre de 1811 ya estava toda la ciudad epidemiada con lamentable estado de muchísimos vesinos”.16 Por no haberse aislado los focos de aquel barrio y del de San Nicolás, desde ellos se propagó la calamidad con enorme saña, favorecida por los bochornos estivales. Las autoridades y un gran número de moradores emprendieron el éxodo hacia otros puntos de la isla.17 A instancias del Cabildo secular y en contra de las recomendaciones médicas, señalando el peligro que representaban las aglomeraciones, el 29 de agosto llegó desde Teror la imagen de la Virgen del Pino. El recurso espiritual sirvió de muy poco.18 Los años febriles: Canarias en crisis… 1913 La cuantía de los fallecimientos diarios en Las Palmas osciló de 20 a 25 entre finales de agosto y principios de septiembre, conforme a las estimaciones del doctor Chil que consigna Bosch Millares.19 A su vez, Romero y Ceballos asegura que en un solo día llegaron a reunirse “hasta secenta cadáveres”. En las barriadas más humildes, de peores condiciones profilácticas, se registró la mayor siniestralidad, pero la devastación alcanzó igualmente a Vegueta. Afirma el propio Chil que más de la mitad del vecindario abandonaría la demarcación, estimando en 3.000 las personas que no lo hicieron. El autor de los Estudios, basándose en la nota elaborada por el presbítero colector Juan de Castro, anotó igualmente un total de 2.055 defunciones entre el 10 de agosto de 1811 y el 22 de febrero de 1812, lo que supone una cuarta parte del contingente demográfico de la ciudad.20 Los meses de septiembre y octubre concentraron el 75,8 por 100 de los fallecimientos y la tasa bruta de mortalidad sería de ¡216,7 por 100!21 Dentro de las víctimas figuraron unos 300 prisioneros franceses capturados en la batalla de Bailén, que según Chil habían tenido un relevante papel en la lucha contra la grave patología, ocupándose en atender las viviendas de muchos de los que huyeron. No parece aventurado afirmar que los decesos globales, desde la inicial acometida de octubre de 1810, rondaran al menos un tercio de los palmenses.22 El impacto de la epidemia en las demás jurisdicciones grancanarias quedó muy reducido, a pesar de la temeraria política que impusieron los mandos de la capital insular. Donde único parece que revistió especial gravedad fue en el término de Santa María de Guía, contaminado por una mujer que salió de Las Palmas provista de su correspondiente pasaporte.23 La ausencia de tempranas y drásticas medidas de contención en el verano de 1811, sin embargo, estuvo a punto de generar una catástrofe. A solicitud del síndico personero de Telde, la alcaldía convocó una junta el 21 de agosto que decidió el establecimiento de un cordón sanitario, mas se levantó al punto por mandato expreso del corregidor y del gobernador de las armas capitalino. Hasta el 2 de septiembre no autorizó el comandante general el acordonamiento de Agaete y del resto de las poblaciones norteñas, disposición generalizada enseguida a todo el territorio insular y que no llegó a materializarse, fuera de las comarcas septentrionales, por faltar las oportunas notificaciones. La libertad de movimientos extendió la fiebre por casi todos los pueblos de la isla, y solo entonces la movilización popular impuso en Telde la reapertura del cordón. Al implantarse idéntica medida en la totalidad de las circunscripciones, en Las Palmas se hizo notar la escasez de alimentos y hasta los rigores del hambre.24 El 16 de diciembre, por fin, el Cabildo aprobó y difundió un reglamento con enérgicas instrucciones para combatir la extensión del virus, que muy tardíamente implantó las puntuales observancias propias de toda cuarentena.25 La calentura reapareció en Santa Cruz de Tenerife al mediar septiembre de 1811 y el día 18 se contaban ya 38 enfermos, procediéndose a su traslado fuera de la localidad y a la desinfección de sus residencias. Una mujer procedente de Gran Canaria, en opinión de Chil, la reimplantó en la villa después de siete meses y medio de práctica normalidad, volviendo al punto originario en un efecto de búmeran.26 El acordonamiento quedó restablecido a partir del 21 de septiembre y la Junta de Sanidad, prudentemente cobijada en Geneto, determinó el cierre portuario frente a las quejas de la municipalidad y de los comerciantes.27 En esta ocasión, el ataque de la plaga será bastante más benigno. A pesar de contaminar a 4.000 de los 5.000 pobladores que seguían en la villa, apenas dejó entre 225 y 290 óbitos según las fuentes disponibles.28 Los peores resultados se los llevó ahora el Puerto de La Orotava, pues a pesar de haberse restablecido los cordones de Santa Cruz desde el 21 de septiembre, no tuvieron la misma efectividad que en la fase anterior.29 En dicho enclave septentrional, la fiebre provocó un total de 680 bajas desde el 4 de octubre de 1811 hasta el 3 de febrero de 1812, conforme a las noticias recopiladas por Álvarez Rixo.30 Del padrón vecinal extractado por este autor, XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1914 resulta que de las 3.142 personas que estuvieron allí acordonadas, padecieron el vómito 2.642, el 84 por 100. El patético cuadro que se nos presenta es muy indicativo de las angustias imperantes.31 Aunque los datos sobre el número de víctimas no son completos, en Las Palmas se ha hablado con plena legitimidad de “catástrofe” demográfica por el número y gravedad de los contagios padecidos.32 La fiebre amarilla no deparó una crisis de mortalidad general en todo el archipiélago, mas en Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de La Orotava puede también calificarse de epidemia “negra”. El primer emporio mercantil de Canarias y su centro militar perdió, en poco más de un año, alrededor de 1.600 efectivos, más de una quinta parte de los vecinos y residentes o transeúntes; en el otro centro mercantil de la isla picuda, el quebranto poblacional fue ligeramente inferior en términos relativos. Los mayores enclaves marítimos de Canarias se vieron expuestos, durante casi un año y medio, a un estado de absoluta anormalidad que repercutió muy negativamente en el tráfico naval y en las actividades comerciales.33 El exterminio de unas 4.300-5.000 almas en los tres puertos, sobre una población conjunta que giró en torno a los 20.000 habitantes, ya constituyó un fuerte golpe de trágicas consecuencias.34 La huida circunstancial de una estimable porción de sus vecindarios las agravó mucho, desarbolando buena parte de las estructuras mercantiles y repercutiendo muy negativamente sobre los dispositivos militares.35 Las cuarentenas que afectaron a las naves de origen tinerfeño o grancanario produjeron, claro está, estorbos en el abastecimiento de las demás islas.36 Y los embates de la fiebre coincidieron con dificultades para uno de los subsectores de nuestra economía agraria. EL CANTO DEL CISNE DE UN MODELO ECONÓMICO El paréntesis de la Guerra de Independencia supuso para algunas voces un intervalo esplendoroso en las exportaciones de vino y de barrilla y el comercio exterior en general. Una Memoria de 1831 señaló que el Bloqueo Continental napoleónico había sido muy próspero para esos cultivos dominantes, al impedir el acceso al mercado británico de nuestros grandes competidores, los caldos lusitanos y andaluces y las barrillas sicilianas y levantinas.37 Esta visión tan amable hizo posible la alusión al canto del cisne que experimentó por entonces la economía insular del Antiguo Régimen. Los años de la coyuntura bélica fueron interpretados como una etapa de felicidad para las Islas, dando pie a una efímera recuperación económica. La marina británica, inmersa en un extraordinario crecimiento para contrarrestar la política de Napoleón, se transformó en consumidora notable de los vinos isleños, afectados por una profunda decadencia a lo largo de la centuria ilustrada.38 El VI marqués de Villanueva del Prado, en un informe de 1815, asegura que los comerciantes firmaron por aquí contratos ventajosísimos con el gobierno londinense. Los precios aumentaron de forma considerable gracias al suministro de tales escuadras: si la pipa se abonaba a 555 rvon. en 1799, en 1811 alcanzó los 1.100 y al año siguiente osciló entre los 1.200-1.500.39 En cuanto a la barrilla, las dificultades de los centros productores de Europa para cubrir la demanda británica favorecieron enormemente su laboreo y exportación.40 A mi entender, es preciso introducir ciertas matizaciones en tal esquema al interponer otros factores de signo contrario.41 La etapa no representó un todo homogéneo desde el ángulo económico. En su transcurso se alternaron momentos de bonanzas con crisis transitorias, coexistencia que le dio una fisonomía abigarrada y harto singular. Aparte del negativo impacto de la fiebre amarilla sobre el entramado mercantil, las dificultades procedieron de varios frentes: el corte de las relaciones comerciales con la Península y en especial con las plazas del litoral mediterráneo; la contracción de los intercambios con las colonias americanas al estallar los Los años febriles: Canarias en crisis… 1915 pronunciamientos independentistas de 1810, que al propagarse y ganar envergadura acabaron por imponer una merma del numerario circulante; los tradicionales agobios de la agricultura policultivista en los graneros isleños, con las exiguas cosechas de cebada y de trigo que hubo entre 1811-1812 en Lanzarote y en Fuerteventura, obligando a masivas importaciones de granos oriundas sobre todo de los Estados Unidos; o el cierre momentáneo de los puertos de las Indias occidentales británicas en 1812 y la subsiguiente atonía exportadora que trajo consigo la guerra anglo-norteamericana de 1812-1814.42 Si valoramos en su justa medida todas estas circunstancias, la imagen que obtenemos del período ya no resulta tan ventajosa. Los elementos negativos gravitaron incluso sobre la agricultura exportadora, a despecho de las valoraciones optimistas que adujo la expresada Memoria de 1831. En propiedad, la coyuntura bélica no reportó tan pingües ganancias para nuestros cultivos dominantes, o al menos distó de aportar tanto provecho como suele admitirse. La depreciación vitícola dio señales mucho antes de ser firmada la Segunda Paz de París en noviembre de 1815. De nuevo es el VI marqués de Villanueva del Prado quien nos advierte de que, desde tiempo atrás, las manipulaciones y el monopolio de facto ejercido por dos o tres firmas del Puerto de La Orotava bastaron para producir la drástica baja de las cotizaciones que se apreció en 1814 (“a la mitad y aún menos”), tendencia que al año siguiente devino en “escandalosa reducción”.43 A lo que parece, de 1813 en adelante, el precio de nuestros vinos estuvo inmerso en una línea descendente que será de larga duración, sin que las culpas deban atribuirse en exclusiva a las draconianas prácticas de los exportadores orotavenses o a otros factores internos. Es sabido que el Bloqueo Continental hizo aguas por múltiples flancos y que por ellos se coló la oferta vitícola lusitana en Londres o en Liverpool. La extraordinaria cosecha de aquel año en Tenerife generó aprietos a la hora de darle salida y hubo que recurrir a los despachos hacia La Habana.44 Por lo que concierne a la barrilla, los supuestos beneficios extraordinarios de la etapa parecen localizarse fundamentalmente en el bienio 1808-1809, cuando los precios londinenses experimentaron una notable progresión.45 En el verano de 1810, según todos los indicios, conquistaron su cota más alta. Y a partir de entonces sufrieron una baja sustancial que reportó serios quebrantos y sinsabores. Si en aquellos meses el quintal llegó a pagarse a 40 libras esterlinas, cayó a 26-27 en el otoño de 1814, después de pasar por 30 un año atrás. Durante el segundo semestre de 1811, los tratantes de los buques que traían regularmente millo a Tenerife desde las Antillas británicas se negaban a permutarlo por barrilla y solo aceptaban vino o dinero.46 A su depreciación inicial coadyuvaron poderosamente los negociantes estadounidenses interesados en la piedra, quienes hasta la beligerancia por el Canadá reexportaban al Reino Unido una parte de la que adquirían en Canarias. Los apuros del exportador santacrucero Escolar y Serrano, a la hora de colocar diversas partidas en la capital británica, son demostrativos de las contrariedades propias a la acumulación de stoks en tal mercado. La penosa suerte que corrieron los 5.309 quintales transportados en agosto de 1810 a bordo de la fragata española Los Tres Amigos, vendidos en Londres tres años más tarde a un precio muy inferior al calculado por los especuladores incursos en la operación, dista de ser un episodio aislado y está debidamente contrastado como exponente de una tendencia general.47 El origen fundamental de todo ello estribó en las repulsas napoleónicas a conceder nuevas licencias de importación a los británicos en el continente. Las fábricas inglesas de jabones, velas o vidrios, que eran las que al fin se interesaban por la barrilla, vendían parte de su producción en Francia, Holanda u otros países europeos. Al recortárseles esta posibilidad frenaron las compras, y el acumulo de grandes existencias condujo a una baja de las cotizaciones. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1916 Fuente: véase nota 47. El temprano reflujo de la demanda británica de barrilla entre 1810-1812, al que se sumarían la contracción de los intercambios con los Estados Unidos en 1812-1814 y la depreciación de los vinos durante casi el mismo trecho, no iban a ser sin embargo los únicos reveses de la supuesta época dorada. Ya indicamos que el circunstancial triunfo de los movimientos secesionistas en la América española a partir de 1810, hasta que la metrópoli logró restaurar parcialmente en régimen colonial en 1815-1817, arrojó para las Islas un saldo muy desfavorable. Nava y Grimón es terminante en este punto.48 El cuatrienio 1811-1815 coincidió con una atonía del comercio canario-americano y con algo mucho más pernicioso, avizorado desde que España se convirtió en aliada del Reino Unido: la relación comercial directa de los británicos con las referidas colonias, dispuesta antes por los españoles y extendida después a otros países por los criollos insurrectos.49 Es de presumir que la función de Canarias como estación de tránsito para las manufacturas textiles y las harinas del extranjero, tan sobresaliente a lo largo de nuestra historia, haya dado muestras de resquebrajarse sin esperar a la llamada Emancipación. El tráfico con la Península y la circulación de productos coloniales se interrumpieron prácticamente y el contrabando perdió así muchas de sus apoyaturas. Una vez bloqueadas las remesas indianas, la escasez de numerario circulante impuso su ley. Las sequías aportaron sus típicos aprietos para el subsector policultivista de nuestra agricultura entre 1811-1812, aunque hicieron acto de presencia en determinadas regiones con antelación. El otoño de 1808 y el invierno de 1809 fue extremadamente seco en las costas de Gran Canaria y la cosecha de este año en la isla resultó “una de las más escasas que se han esperimentado mucho tiempo ha”; el panorama se repitió en 1810-1811, “por lo que se retardó más de lo regular” la extinción de la fiebre amarilla.50 La falta de cereales se experimentó en el Puerto de la Cruz a lo largo de 1809 al decir de Álvarez Rixo.51 Incluso el ilustre orotavense, quien al hablar de la bonanza vitícola de los años iniciales señaló que Tenerife “debiera estar empedrada de oro y plata”, tuvo que admitir un punto negro en aquella esplendorosa coyuntura: la escasez de granos, que obligó a verificar considerables Los años febriles: Canarias en crisis… 1917 importaciones desde Madeira en dicho bienio. Más de sesenta buques foráneos anclarían en el Puerto de La Orotava durante 1811, a despecho de la fiebre amarilla; pues “los intereses superaban el riezgo”, anota el ocurrente escritor. En particular se trató de embarcaciones estadounidenses con harinas, millos y otros comestibles, “que a no haber sido por este ausilio habría perecido gran parte de la población de la ysla”.52 Sin embargo, tales suministros no tardaron en perder alcance, cuando la contienda de 1812-1814 redujo el trato con Londres y Boston. El encarecimiento de los artículos de primera necesidad alcanzó antes cotas muy encumbradas y a ello contribuyó otra desventura que llevaba casi tres décadas sin aparecer. Como las desgracias nunca vienen solas, en octubre de 1811 sobrevino una plaga de cigarra berberisca que abarcó todo el archipiélago y no pudo extinguirse hasta inicios de la primavera siguiente.53 El azote arrasó las tierras “con enjambres tan espesos y dilatados que ocultaban el sol”.54 En Gran Canaria ocasionó daños “tan grandes, qual jamás avían esperimentado los que están vibos y avían visto en otras ocasiones este insepto berverisco, ni tanta porción, así en ésta como en todas siete yslas”.55 La ruina de los pastizales redujo la cabaña ganadera a la mitad.56 Tanto Millares Torres como Chil indican que, al avanzar aquel fatídico año, las fanegas de trigo y de millo, cuyos precios ordinarios no llegaban en la isla redonda a los 40 rvon., oscilaban entre los 180-200 rvon.; el primero señaló que “el hambre empezaba ya a enseñorearse de la provincia”, refiriendo el segundo que los pobres apenas se alimentaban con hierbas y raíces.57 Y el coetáneo Romero aún asentó una carestía más encumbrada, subrayando que la fanega de trigo llegó hasta los 300 rvon. y la de millo a 210 rvon.58 En el mercado del Puerto de la Cruz, el precio medio de la fanega de trigo, que entre 1808-1810 se situó en 150 rvon., subió hasta los 210-225 entre 1811-1814; la libra de pan, por debajo de los 7 cuartos en condiciones normales, en enero de 1809 estaba en los 11 y en mayo de 1811 tocó los 14 cuartos.59 El fantasma de la hambruna planeó sobre los estómagos de muchos isleños en 1812 y para bastantes supuso una terrible realidad. A muchos majoreros y conejeros los forzó, de forma acostumbrada, a escapar hacia las islas centrales. Al Puerto de la Cruz arribaron “varios barcos” cargados de majoreros “huyendo de la escasez” del estío; la alcaldía ofició a la comandancia general para que no se les permitiera desembarcar, “por cuanto gravitaban sobre este pueblo únicamente, bastante fatigado ya en cuanto había sufrido por la epidemia y acordonamientos”.60 Familias enteras de Lanzarote y Fuerteventura vinieron a Gran Canaria “y se derramaron por los pueblos, porque la cosecha generalmente en todas siete yslas fue de las más escasas que se han visto, aviendo sido necesario para sembrar las tierras en el hi(n)bierno siguiente traer granos a mucha costa de fuera”. Cuando había fallado la recolección de trigo “y demás semillas menudas” por culpa de la langosta, tal afluencia agravó el infortunio de los grancanarios. En calles y plazas de “todos los diferentes pueblos” murieron algunos a causa “de enfermedades contraídas de la necesidad”.61 Desde el 12 de marzo, los ediles palmenses Isidoro Romero y Patricio Russell se habían dirigido al Cabildo de Lanzarote en busca de unos desesperados socorros para la isla, proclamando que de no venir en pocos días “casi será preciso, o el abandonarla, o morir todos a impulso de el hambre”.62 Los recuerdos de niñez del doctor Navarro y Pastrana guardaron las trágicas escenas de aquellos meses terribles.63 A principios de 1812 fue el Cabildo lanzaroteño el que apeló a las autoridades de Funchal para que les remitiesen algunas partidas de millo “con que mitigar en alguna parte la funesta escacés que estamos esperimentando”, y envió al ex alcalde Manuel José Álvarez con una goleta a este fin.64 La producción de granos en la isla durante el decenio 1806-1815 pone de relieve los expresados apuros del policultivo. Los cálculos que verificó su hacedor de rentas XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1918 decimales, el citado Francisco Cabrera y Ayala, proponen que hubo malas cosechas de granos (cebada, trigo y centeno) en tres años de la Guerra de Independencia: en 1809 y, sobre todo, en el bienio 1811-1812. Semejante contabilidad viene a sugerir que no exageraba mucho una Exposición de 1818, donde leemos que en un lustro era habitual encontrarse con una recolección buena, dos mediocres y otras dos tan insuficientes que se malograban incluso las semillas.65 Algo parecido aconteció, como puede verse, en el quinquenio 1808-1812, durante el cual las medias anuales de los tres productos fueron bastante inferiores a las que Escolar asignó al de 1800-1804.66 La dependencia del irregular régimen de lluvias prolongó en el siglo XIX las grandes crisis carenciales del XVIII: 1721, 1748-1749, 1762, 1771. El propio hacedor, escribiendo en septiembre de 1812, relacionaba la carestía de los cereales con la depreciación de la barrilla, mostrando con enorme lucidez el dilema ante el que se hallaban los agricultores conejeros.67 En una isla eminentemente de cebadales, este cereal servía tanto de pienso como de ingrediente para un gofio de pésima calidad con el que se alimentaba la mayoría de la población. CUADRO I: PRODUCCIÓN Y PRECIOS DE GRANOS EN LANZAROTE (1806-1815) AÑOS CEBADA TRIGO CENTENO Producción (fanegas) Precios (rvon.) Producción (fanegas) Precios (rvon.) Producción (fanegas) Precios (rvon.) 1806 73.215 42 13.963 84 4.904 60 1807 46.425 45 11.061 90 3.209 60 1808 152.546 30 26.747 60 5.715 45 1809 36.968 33 7.237 75 5.326 50 1810 168.362 33 32.615 75 5.858 50 1811 16.910 52 2.067 105 2.056 75 1812 34.108 65 6.435 150 2.024 120 1813 111.721 22 25.408 50 3.501 36 1814 140.285 15 27.358 40 10.796 22 1815 8.293 40 948 80 1.206 60 Fuente: Cuaderno de cuentas de Francisco Cabrera y Ayala, JAMC. El alza de los precios que se dio en Lanzarote durante el aciago bienio de 1811-1812 (con unas cotizaciones medias de 58,50 rvon. para la fanega de cebada, 127,50 para la de trigo y 97,50 para la de centeno), benefició exclusivamente a los pocos propietarios que disponían de grandes cantidades para vender, siendo muy perjudicial para los minifundistas y medianeros que distaron de cosechar lo suficiente para su mismo sostén, así como para los jornaleros y los consumidores urbanos de las capas populares. Amasar el gofio de cebada con el que alimentarse, aunque fuera a través de una nutrición de pésima calidad, tuvo que ser para el grueso de las familias lanzaroteñas un auténtico via crucis mientras el fantasma de la fiebre amarilla planeaba sobre sus cabezas. Por otra parte, la tendencia hacia la baja en los años de buenas cosechas no permitía una óptima capitalización entre aquellos campesinos con pocas tierras en propiedad, en arriendo o “a medias”, dejándolos sin recursos para afrontar los trances cíclicos. Este mismo fenómeno pesó incluso sobre la burguesía comercial o agraria, ya que los elevados importes de 1811-1812 no se impusieron en 1815, a pesar de las prácticas acaparadoras y especulativas. Los años febriles: Canarias en crisis… 1919 Índices de producción y precios de la cebada en Lanzarote (1806-1815). 1806: base 100. Fuente: véase cuadro I. Es seguro que el escenario de Lanzarote reflejó con bastante exactitud lo ocurrido en Fuerteventura, donde ya sabemos que también hubo en 1812 una importante emigración a Tenerife y Gran Canaria para huir del infortunio. Los meses de la fiebre amarilla en los grandes puertos insulares, así pues, coincidieron con uno de los mayores quebrantos de la producción cerealera entre 1806-1820.68 La situación de los tradicionales graneros de Canarias pasaría durante la Guerra de Independencia por las bruscas oscilaciones de siempre. Y las importaciones de choque, procedentes en su mayoría de los Estados Unidos, se vieron sin duda obstaculizadas por los efectos de la recurrente epidemia, diga lo que diga uno de nuestros más reputados cronistas decimonónicos. El vómito prieto, acompañado por la sequía y la langosta, transformaron en un infierno el tramo que discurrió entre finales de 1810 y principios de 1812. Las otras “fiebres” propagadas desde el verano de 1808 iban a recrudecer los malestares colectivos. No se equivocaba en su diagnóstico el tinerfeño que acudió a los castigos divinos para explicarse tanta fatalidad. DISPUTAS POR LA HEGEMONÍA POLÍTICA La invasión napoleónica de la Península Ibérica trajo consigo el orto del problema canario en la contemporaneidad.69 Los choques sobre la supremacía política en el archipiélago enfrentaron a las clases dominantes de Tenerife y Gran Canaria con un vigor hasta entonces ignoto. Bajo el pleito por la capitalidad entre La Laguna y Las Palmas, sin embargo, lo que estuvo ventilándose no fue más que la pugna entre dos formas distintas de asumir la fidelidad a Fernando VII y la defensa de la causa nacional frente al invasor. La gestada en la ciudad tinerfeña respondió en sustancia a los patrones comunes del movimiento juntero; la que tuvo por escenario a la grancanaria se reclamó respetuosa con los antiguos poderes antiguorregimentales. En ningún caso fue planteada abiertamente la doctrina de la reversión de la soberanía al pueblo. Sugerir en estas coordenadas una oposición entre absolutismo y liberalismo carece de soporte real, pues ambas opciones estaban al servicio de los intereses insulares en liza. Veamos las diferentes etapas por las que pasaron tales disensiones. Julio de 1808-julio de 1809: Junta Suprema de La Laguna vs Cabildo General Permanente de Gran Canaria El 8 de julio de 1808 tuvo lugar en Santa Cruz de Tenerife lo que Rumeu denominó “una pacífica cuartelada”, por la cual el teniente de rey Carlos O’Donnell y Anethan depuso al comandante general Fernando Cagigal de la Vega y Mac Swing, marqués de Casa Cagigal, quien había previsto la celebración de un cabildo único de todas las Islas en Las Palmas, al 0 50 100 150 200 250 1806 1808 1810 1812 1814 Producción Precios XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1920 calor de la Audiencia. Los espadones de la villa se brindaron gustosos a secundar las preces dominadoras de los privilegiados laguneros y de sus apéndices de la burguesía comercial de Santa Cruz y La Orotava, invocando la indecisión o el afrancesamiento de Cagigal. Un cabildo abierto verificado el día 11 en La Laguna acomodó la Junta Suprema que presidió el terrateniente jovellanista Alonso de Nava Grimón y Benítez de Lugo, VI marqués de Villanueva del Prado, imponiendo un “irritante desequilibrio” (Rumeu): 18 portavoces para Tenerife y apenas 5 para Gran Canaria, limitados a 2 en rigor porque los reservados al Cabildo eclesiástico y a la Audiencia eran strictu sensu “regionales”. Esta entidad de factura eminentemente tinerfeña envió a Gran Canaria al vocal y teniente coronel Juan Creagh y Plowes para que arrestara y sustituyese al gobernador de las armas Juan Verdugo y Albiturría Da-Pelo, hermano del obispo. La Audiencia limitó las atribuciones juntistas a Tenerife por auto del 1 de agosto, y el comandante general interino O’Donnell respondió haciendo detener y encarcelar en Santa Cruz al regente Juan Benito Hermosilla y al fiscal Juan Ramón Osés.70 La insurrección grancanaria contra los jerarcas tinerfeños, de la que hablaremos en el próximo apartado, se desarrolló el 1 de septiembre de 1808 durante un Cabildo general en Las Palmas. Tras declararse permanente, la entidad selló una alianza con la Audiencia, distribuyó cargos públicos entre sus leales y negó toda potestad a la Junta lagunera. El aislamiento de los impugnadores era, no obstante, casi total a esas alturas y será completo a partir del 10 de octubre. Al reprimir al Real Acuerdo y anular por casi mes y medio la reacción de la isla redonda, Nava y O’Donnell ganaron antes o después el sometimiento de las otras islas, no sin arrestar y/o deportar al gobernador de las armas de La Gomera y a los alcaldes mayores de Lanzarote y de La Palma. Salvo en El Hierro, en todas hubo juntas subalternas representadas en La Laguna, si bien el poderío nivariense fue más precario en las orientales, con importantes facciones pro-grancanarias.71 En el marco local, ninguna institución había reunido tantas prerrogativas como las que se adjudicó la Junta de 1808-1809, pero hemos de advertir que se trataron de atribuciones delegadas al convertirse esta en una de las tantas “provinciales” con subordinación a la Suprema de Sevilla.72 Las Instrucciones hispalenses del 19 de septiembre corroboran la total sujeción en que quedaron los tinerfeños en los ámbitos militar, jurídico, religioso, etc. Los forcejeos desatados entre octubre de 1808 y julio de 1809 por la Junta lagunera y el permanente grancanario, a fin de obtener el reconocimiento de la Central, terminaron en un impasse. En Sevilla y en Aranjuez compitieron José Murphy y Meade por aquella y los embajadores de este, el prebendado José Romero de Franchy y Luis de la Encina, obispo de Arequipa.73 Las pautas unificadoras de la Central supusieron un obstáculo para Tenerife. El reglamento del 1 de enero de 1809 redujo los atributos de los organismos locales, dejándolos en inferioridad respecto de las Audiencias. Frente a la indocilidad de los junteros, el Cabildo grancanario se autodisolvió el 22 de febrero en un ambiente de euforia. Un decreto del 6 de junio suprimió formalmente nuestra “Suprema”, prolongándose sus estertores hasta tener garantizada su reaparición. La cualidad del archipiélago como retaguardia y potencial refugio de los patriotas aconsejaba primar a la isla más poblada y asiento de la comandancia general.74 Julio de 1809-septiembre de 1810: las Juntas Provincial y de Presidencia La aplicación del referido decreto fue sectaria y muy provechosa para Tenerife. Nueve electores tenían que escoger al diputado isleño en la Central (dos por la Junta, dos por el permanente y uno por cada isla de las otras cinco), mas sería la “Suprema”, antes de separarse el 22 de julio, la que nominó a todos los últimos sacándolos de su plantel. El 5 de octubre de Los años febriles: Canarias en crisis… 1921 1809, con protestas grancanarias, resultó designado Alonso de Nava Grimón por semejante colegio electoral, dominado por los siete agentes de la entidad que presidió. Sin que se arbitraran entonces los canales de representación decretados, este fraude dio pie seguidamente a la circunstancial recuperación de la primacía tinerfeña. Por reales órdenes del 30 y 31 de enero de 1810, la Central instituyó una Junta Provincial con los hombres que votaron al marqués y presidida por él mismo; ratificada por la Regencia el 4 de febrero, su constitución quedó señalada para el mes de junio.75 Un nuevo órgano de poder político-administrativo iba a tener su sede en La Laguna, reiterando la estela dominadora del verano de 1808. El 5 y el 27 de abril de 1810 se cruzaron antagónicas Exposiciones entre los síndicos personeros de Gran Canaria y Tenerife. Los Cabildos generales grancanarios del 30 de mayo y del 6 de septiembre, en los que Rumeu apreció por error inclinaciones separatistas de cepa americana, no persiguieron otra cosa que repeler esta flamante Junta non nata, auténtica “Suprema” bis, según los iguales parámetros que dieron vida al permanente. Con ellos se encararon el comandante general Ramón de Carvajal y Castañeda y la Real Audiencia.76 Sin el apoyo del tribunal, la causa grancanaria quedó ahora en una posición mucho más frágil. La principal cuestión en litigio por entonces era la elección de nuestros representantes en las próximas Cortes generales y extraordinarias, y la actitud de los grancanarios tuvo por objeto impedir una presumible exclusión de esta cámara, gemela a la que habían sufrido en la Central. El desiderátum de Villanueva del Prado radicó en establecer una Junta de Observación y Defensa en Tenerife, entre otras razones por sus incumbencias electorales. La Instrucción del 1 de enero de 1810, que atribuyó a Canarias tres diputados y un suplente, reguló para acometer los comicios unas Juntas de Presidencia de índole provincial, integradas aquí por el comandante general, el intendente, el regente, el obispo y los miembros de esa Junta de Observación y Defensa. Igual que había ocurrido con la Junta Provincial, para los jerarcas tinerfeños significaba un imperativo garantizarse el control de la Junta de Presidencia e instalarla en su isla a toda costa. Los resquemores de las fuerzas vivas grancanarias se manifestaron paladinamente en el señalado Cabildo abierto del 30 de mayo, que enfiló hacia las elecciones. De inmediato recomendó Nava y Grimón que la Junta de Presidencia radicase en Tenerife como signo de capitalidad y que la de Observación y Defensa se reclutara entre los vocales de la Provincial, abrazando su rectoría. Las seis islas representadas en ambas Juntas habrían de elegir dos diputados titulares y el auxiliar, lo cual equivalía a entregarlos a Tenerife, cediéndose a Gran Canaria el otro legislador. Las recomendaciones en firme del vocal isleño en la Junta Central, por último, pasaron a la Instrucción específica de febrero que modificó las reglas electorales, estableciéndose dos Juntas de Presidencia, un cuarto representante y un segundo suplente. La Junta de Tenerife, reunida en La Laguna, debía elegir los dos diputados del corregimiento de Tenerife-La Palma y el titular y el sustituto de las cuatro islas menores; la de Gran Canaria, desde Las Palmas, haría lo propio con el diputado y el suplente de esta isla, la cual persistió en la clausura que buscaba el marqués.77 El Cabildo ordinario de Gran Canaria, enfrentándose a Carvajal y a la Audiencia, puso en marcha el 19 de septiembre los mecanismos irregulares que dieron el acta efectiva al guiense Pedro José Gordillo y Ramos, rector del Sagrario de la Catedral, y la otra al abogado José Vázquez de Figueroa, ambos destacadas celebridades del permanente. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1922 Septiembre de 1810-noviembre de 1811: los debates en las Cortes de Cádiz y la segunda Junta Provincial La entrada de Gordillo en las Cortes desde el 4 de diciembre de 1810, estando incomunicada Santa Cruz de Tenerife por la epidemia de fiebre amarilla, sembró enorme inquietud en La Laguna. Desde mayo hubo juntas de parroquia y de partido en Tenerife y en La Palma, pero las elecciones se retrasaron hasta el 5 de enero de 1811. La Junta de Presidencia de La Laguna, en primera instancia, aupó por el corregimiento de aquellas islas al icodense y canónigo de la Colegiata del Salvador de Sevilla Santiago Key y Muñoz y al lagunero y capitán de fragata Pedro de Mesa Baulén, residentes en la Península. Los Ayuntamientos de Santa Cruz de Tenerife y de La Orotava rechazaron tajantemente esta nominación y consiguieron anularla.78 Tornó a repetirse la votación el 9 de junio y las actas pasaron esta vez al citado Key y al lagunero y funcionario del Crédito Público Fernando de Llarena y Franchi, ahijado de Nava y Grimón, quienes serían admitidos por las Cortes el 8 de septiembre. Desde el 2 de julio había culminado el proceso interior con la investidura de los congresistas por las islas menores: el gomero Antonio Ruiz de Padrón, abad de San Jorge de Villamartín de Valdeorras (Orense), llevando en la suplencia al majorero Agustín de Campos, abogado del Colegio de Las Palmas. Sin voz permanecieron en las Cortes de Cádiz, durante nueve meses, las islas que se habían plegado ante La Laguna en 1808. El lapso era suficiente como para que el religioso Gordillo, apodado el pájaro canario, intentara arrebatar a Tenerife el rango de “Isla Metrópoli”.79 El 15 de enero de 1811 obtuvo la aprobación de una Junta Provincial compuesta exclusivamente por vecinos grancanarios, demostración cabal de un sectarismo idéntico al de sus oponentes tinerfeños.80 Las Cortes tuvieron que retractarse y Gordillo volvió a la carga, alcanzando al menos la paridad de Gran Canaria con Tenerife según los términos del decreto de 6 de junio de 1809. A raíz del homónimo del 18 de marzo de 1811, con el reglamento provisional para el gobierno de las Juntas Provinciales, se dictó el de 7 de julio sobre la configuración del organismo correspondiente al archipiélago, fijando la elección de siete vocales en siete partidos y a razón de dos para Tenerife, dos para Gran Canaria y otros cinco repartidos en las demás islas.81 Aunque las actuaciones de los doceañistas canarios no tuvieron precisamente sus más importantes muestras en el pleito de capitalidad, las pujas asociadas al mismo llegaron a exhibirse en torno a la trilogía de una Sala de la Audiencia Territorial en Tenerife, una Universidad Literaria en La Laguna y un Obispado Nivariense para los occidentales.82 La segunda Junta Provincial corrió peor suerte que la primera: no pasó del papel, aunque contribuyó a que el último cuatrimestre de 1811 fuera muy enervante en Tenerife. Por real orden del 3 de mayo de 1810, reiterada por un real decreto del 7 de octubre, el Consejo de Regencia invistió de capitán general en comisión al teniente general Vicente de Cañas Portocarrero, duque del Parque Castrillo, para que reasumiera “en sí todas las jurisdicciones” y arreglara “algunas desavenencias”. La epidemia que sufría Santa Cruz de Tenerife le forzó a venir a Las Palmas, donde permaneció durante siete meses y medio, desde el 19 de diciembre de 1810 hasta el 3 de agosto de 1811, cuando la fiebre infectó esta ciudad. Hacía ya siglo y medio que los grancanarios no disfrutaban de la compañía tan larga de un “virrey” y sacaron tajada de ella al iniciarse las obras del muelle en la caleta de San Telmo. Los círculos dirigentes de la isla redonda creyeron haber conquistado a Cañas, sin intuir su proclividad tinerfeña.83 Más en concreto, se trataba de un alineamiento con La Laguna, una vez superados los malentendidos iniciales. El duque tenía que conectar mejor con los aristócratas de Villanueva del Prado que con los burgueses de la villa, y desdeñó las petitorias de esta para Los años febriles: Canarias en crisis… 1923 ser cabeza de partido, uno de los problemas que habían retrasado las elecciones a Cortes en Tenerife.84 El confuso affaire tinerfeño de Vicente de Cañas carece de explicación al margen del jollín capitalino. Las resoluciones que adoptó no pudieron ser simplemente las medidas extravagantes de un déspota alucinado, el cual, según León, “dicen que ya venía mal predispuesto para con los intereses santacruceros”. El duque tenía que instaurar la segunda Junta Provincial de Canarias; quiso reunirla en Tenerife, pero no en el sitial de la Comandancia sino en su capitalidad histórica. Los reajustes administrativos y hacendísticos que se le habían encomendado, poniendo énfasis en el azote de los contrabandistas, promovían inevitablemente una colisión con el funcionariado santacrucero, saldada con varias deportaciones a El Hierro antes incluso de afincarse en La Laguna el 19 de septiembre de 1811 al reaparecer la fiebre.85 Su remoción oficial a principios de agosto, dos meses después de pedirla él mismo, contentó a la asamblea santacrucera tanto como disgustó a los Cabildos de Tenerife y de Gran Canaria.86 Apremiado por una provisión de la Audiencia del 6 de noviembre, la corporación tinerfeña dejó en la estacada al duque antes de las demostraciones de fuerza que veremos en los disturbios públicos. Ya desde el día 17, aquella entidad había tomado juramento al teniente general Pedro Rodríguez de la Buria, nombrado por la Regencia desde el 6 de agosto y que llevaba mes y medio vagando por la isla con el indiviso cuidado de las burguesías de Santa Cruz y La Orotava. Noviembre de 1811-mayo de 1813: Juntas Electorales y primera Diputación Provincial El hecho de que Santa Cruz de Tenerife contara con un comandante general amigo, sin olvidarnos del restablecimiento autónomo de la Intendencia por real orden de 16 de enero de 1812, a petición del diputado Llarena, sería la razón determinante por la que se le dio la capitalidad provisional de Canarias desde el mes de diciembre de este año. La Constitución de Cádiz reguló en el capítulo II del título VI el régimen de las provincias y las diputaciones provinciales, dejando pendiente la división territorial, lo cual significó para Canarias la configuración de un único centro de poder capitalino en torno al jefe político, la reducción de la Comandancia y de la Audiencia a sus respectivas jurisdicciones, y la fragmentación de la unidad isla-municipio en numerosos ayuntamientos, diseñados a partir de las juntas vecinales procedentes del siglo XVIII y de los límites de las parroquias. Por decreto de 23 de mayo de 1812 se convocaron Cortes ordinarias para el 1 de octubre de 1813, cuya Instrucción para las elecciones de diputados preveía la erección de una Junta Preparatoria electoral que iba a condicionar la posterior sede de la Diputación y de la capitalidad de la provincia. La enconada porfía de Gordillo con los doceañistas tinerfeños se saldó inicialmente a favor suyo, ya que las Cortes desestimaron el dictamen de la comisión constitucional y decidieron instalar dicho cuerpo provisionalmente en la ciudad de Las Palmas. Sin embargo, el comandante general La Buria, interinamente gobernador superior político por real orden de 6 de octubre de 1812, lo congregó de forma arbitraria el 5 de diciembre en Santa Cruz de Tenerife, espoleado por “personas influyentes” al decir de Millares Torres.87 La Junta Preparatoria de finales de 1812 prosiguió, en la percepción de los grancanarios, la estela trazada por la “Suprema” de 1808 y las abortadas Provinciales de 1810 y 1811, siempre en la dirección hegemónica de la isla picuda. El 8 de diciembre comisionó a José Martinón y a Juan Bautista de Antequera para que, auxiliados por las estadísticas poblacionales de 1805 confeccionadas por Francisco Escolar y Serrano, propusieran el número de partidos en que convendría dividir las islas centrales, antes realengas. Con el informe del día 22, asumido plenamente el 24 por la Junta, se otorgó una clara ventaja a los tinerfeños, en línea con las XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1924 propuestas del diputado Llarena. Tenerife acaparó cuatro de los siete partidos insulares, el doble que Gran Canaria, quedando completamente arrinconada la relativa paridad de 1811.88 La manipulación de las cifras demográficas permitió favorecer en extremo a la isla más poblada (70.067 tinerfeños frente a 55.093 grancanarios en 1802), y la distribución de las localidades por partidos acrecentó sobre todo el peso de la villa exenta. Por otro lado, la Secretaría de Estado y Gobernación recabó por oficio del 23 de diciembre anterior los informes de los Ayuntamientos, preceptuados por las Cortes, acerca del trono palmario de la Diputación, desplegándose en el primer cuatrimestre de 1813 todo un juego de privanzas desde las tres localidades aspirantes.89 La municipalidad de Santa Cruz de La Palma propugnó el 14 de mayo que arraigara en Tenerife, mas en la ciudad de La Laguna y no en la plaza de Santa Cruz, “por la circunstancia de que ésta había hecho constantemente un monopolio de la libertad de comercio a América, a pesar de las Reales órdenes obtenidas en otro tiempo por esta isla y la de Canaria, y había enervado posteriormente el Soberano Decreto de 16 de Junio de 1811, que habilitaba en cada isla un puerto para el expresado comercio”.90 El ingrediente innovador que ahora se agudiza fue el desplazamiento de la vieja capital tinerfeña por Santa Cruz, que hasta mediados de 1810 había sido un valioso auxiliar de los apetitos de La Laguna.91 Los desencuentros presentes desde la segunda Junta Provincial trajeron consigo la quiebra circunstancial del eje político entre las dos poblaciones, en una dinámica próxima a un cisma nobiliario-burgués sin encaje fuera de Tenerife. Los servicios recíprocos entre los burgueses santacruceros y los comandantes generales presentaron un soporte triangular con la llegada a la villa, al arrancar el año 1813, del primer jefe político, el santanderino Ángel José de Soverón, ex secretario del Real Consulado Marítimo de Cádiz. Las elecciones a Cortes y provinciales que esta novel autoridad dirigió al frente de la Junta Preparatoria de Santa Cruz de Tenerife resultaron un modelo de parcialidad manifiesta y hasta el propio Villanueva del Prado llamó a la abstención. El Ayuntamiento de Las Palmas reclamó que Tenerife volviera a los tres compromisarios anteriores (La Laguna, Taoro y Daute), o que Gran Canaria tuviese otros cuatro. Las protestas de aquel municipio y las de Gáldar pasaron el 20 de abril a la comisión constitucional, que todavía el 31 de julio recibió las de los apoderados de los partidos de Daute y La Laguna.92 Los electores parroquiales de Gran Canaria, por los partidos de Las Palmas y de Telde, tomaron el 22 de febrero la decisión de no acudir a Santa Cruz de Tenerife hasta que las Cortes resolvieran sobre el recurso contrario al dictamen de Martinón-Antequera. El 13 de abril respondía el consistorio palmense a un oficio de Soverón identificándose con lo dispuesto por su junta de partido. La resistencia grancanaria y la de varias jurisdicciones de la isla picuda, singularmente notoria en La Laguna, no impidió que el jefe superior político y sus monitores santacruceros culminaran los propósitos que incubaron, amparándose en el decreto de las Cortes del 24 de diciembre de 1812. El 22 de mayo de 1813 se aposentó en Santa Cruz una Junta Electoral “provincial” sin los compromisarios de Gran Canaria y faltando también algunos de Tenerife. Las dos actas de diputados en las Cortes ordinarias fueron a parar al tinerfeño José Domingo de Lugo y Molina y al gomero Manuel Echeverría y Domenech, entregándose la de suplente al lanzaroteño Antonio Cabrera y Ayala, hermano del hacedor de rentas decimales de aquella isla, personas que en opinión de Millares Torres eran “adictas incondicionalmente al grupo occidental”. Los diputados provinciales arrojaron por supuesto una abrumadora mayoría “también adicta a los intereses de Tenerife”.93 Las candidaturas entronizadas fueron una especie de homenaje a la Junta Suprema y a las subalternas de 1808, con cuatro vocales de Los años febriles: Canarias en crisis… 1925 aquella entre los siete titulares: el regidor lagunero Juan Próspero de Torres Chirino, el síndico santacrucero José Murphy, el ex regidor y alguacil mayor gomero Antonio Morales Salazar y el regidor decano de Santa Cruz de La Palma David O´Daly, a quienes podríamos agregar al presbítero conejero Pedro Pascual Ginory, uno de los vocales por el estado eclesiástico de la Junta subalterna de Lanzarote.94 La presencia de otro tinerfeño, Juan Suárez Aguilar, redujo la de los solidarios con el Cabildo General Permanente de Gran Canaria al abogado y ex procurador síndico José Vázquez de Figueroa, una especie de imposible convidado de piedra.95 LOS DESÓRDENES PÚBLICOS La conflictividad social y política menudeó en Canarias durante los primeros años de la Guerra de Independencia. Una variedad de motines y tumultos sacudió el archipiélago desde que las derivaciones de la invasión napoleónica se hicieron sentir. Al menos en tres islas hubo disturbios de variada índole desde septiembre de 1808 hasta noviembre de 1811, dando origen a un “trienio tumultuario” de parecida intensidad al de 1718-1720.96 El amor por el orden propio de la burguesía dominante, aunque se trate de la paz social dentro del absolutismo, indujo a Millares Torres a sugerir el imperio en 1808 de “un espíritu de insubordinación y anarquía”, fruto de la impresión del vacío de poder.97 En los tramos iniciales de la dictadura franquista, la llamada “visión paranoica de la historia” estuvo detrás de los enfoques que realizó Bonnet y Reverón, para quien el Cabildo General Permanente de Gran Canaria provocó un “movimiento subversivo” donde se apoyaban “sus directores en el populacho, alentando a las masas en sus excesos”.98 La mirada tenía precedentes de signo contrario en la época. El III vizconde de Buen Paso, que sufrió dos arrestos por sus afinidades con los Casa- Cagigal, no dudó en proponer que fue la Junta lagunera la que sembró “el espíritu de rebelión y de perfidia” que apreciaba en abril de 1810.99 A continuación trazaremos una síntesis global de todos esos desórdenes públicos, agrupando por epígrafes genéricos sus contenidos fundamentales. Las causas: luchas por la tierra y el poder La problemática asociada al hambre de tierras constituyó el único móvil de varias sacudidas y representará un ingrediente muy significativo en otras. En particular, las agitaciones grancanarias del último cuatrimestre de 1808 iban a descubrir el malestar de una estimable porción del campesinado respecto de la injusta distribución de la propiedad agrícola. Es indiscutible que los factores exógenos, emanados de la crisis política, cumplieron una valiosa función como precipitantes de los trastornos campesinos, pero los de mayor entidad contaban desde luego con profundas raíces. La dinámica de los meses iniciales de la Guerra de Independencia reanimó algunos focos de tensión preexistentes y les dio especial envergadura, ya fueran de pequeño o gran calado. Sin transcurrir una semana desde la entronización del Cabildo General Permanente, las contradicciones acumuladas estallaron en dos zonas muy sensibles y dieron pie a un otoño de inquietudes rurales. Hubo en la isla un auténtico septiembre negro. El día 8 penetraron con frenesí en la Montaña de Doramas gentes de Guía y de Moya; al siguiente arrancó el proceso contra partes de la hacienda del VI marqués de Villanueva del Prado en La Aldea de San Nicolás. Los estrechos límites de la política real de repartimientos de tierras realengas en la Montaña de Doramas no colmaron las demandas existentes en Guía y Moya. Las roturaciones clandestinas proliferaron en el último tercio del siglo XVIII, y la insatisfacción por quedar sin repartirse todos los baldíos deslindados en 1764 y 1787 dio lugar a expedientes judiciales.100 XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1926 En 1804-1807, cuando salieron a la luz nuevas usurpaciones, fueron adjudicadas en esos distritos y en Firgas un total de 137 suertes con una superficie de 335 fanegadas, que beneficiaron solo a 149 personas.101 Si prosiguieron las ocupaciones ilegítimas, la tensión en la comarca aumentó sobremanera al perseguir el hacendado Cristóbal Vicente Mújica completar en 1807 la data de 200 fanegadas que se le había concedido en 1796, aspirando a las 170 aún pendientes tras adjudicársele el resto por las faldas de la Montaña en 1801.102 El corregidor señaló que la culminación de la gracia se realizase entre Maspalomas y Arguineguín, pero al menos en Guía cundió el temor de que afectara a los realengos disputados. Ya el 20 de abril de 1807, 26 vecinos dieron poderes para suplicar a la Audiencia la repartición de los baldíos de su orilla, al entender que Mújica “pretende tomar, además de los muchos terrenos que se le han dado, los más confinantes pertenecientes a esta Jurisdicción”.103 Entre sus signatarios aparecen algunos de los líderes de las invasiones de septiembre de 1808. Las multas que el tribunal impuso dos años después nos revelan un alto número de ocupantes en este término.104 CUADRO II: CONDENA DE LOS OCUPANTES DE LA MONTAÑA DE DORAMAS (3 DE SEPTIEMBRE DE 1810) CONDENAS GUÍA MOYA TOTAL Liberados de la prisión de Santa Cruz de Tenerife y forzados a satisfacer mancomunadamente los gastos de manutención y las costas 7 2 9 Multados con 50 ducados cada uno y en costas mancomunadamente por no haber comparecido 8 7 15 Multados con 30 ducados cada uno y en costas mancomunadamente 114 7 121 TOTAL 129 16 145 Fuente: véase nota 104. Los iniciales compases de la usurpación de la data de Mújica por los de Moya, y de otros campos de la Montaña por los de Guía, fueron el portal que franqueó el despojo sufrido por Alonso de Nava y Grimón en su hacienda de La Aldea de San Nicolás. El mismo presidente de la Junta “Suprema” garantizó que era el mayorazgo más importante de su patrimonio, reportándole “cuando menos” unas rentas anuales de 120.000 rvon.105 A finales del siglo XVIII tenía una extensión de 1.950 hectáreas y abarcaba “un pueblo entero”.106 Este gran cortijo pasó a ser escenario de múltiples confrontaciones entre los colonos y el noble a partir de la posesión judicial de 1646. La histórica causa aldeana contra el marquesado se reabrió en 1779 y dio lugar a una primera fase del pleito nuevo que duraría hasta 1797, en el transcurso de la cual sobrevino un tumulto en agosto de 1786.107 Desde 1807 arrancó la segunda etapa y en sus prolegómenos ocurrió el más célebre motín. Los acuerdos de la asamblea vecinal desarrollada en la noche del domingo 9 de diciembre de 1808 plantearon la distribución de las tierras que no fuesen de pleno señorío de la Casa Nueva, aunque el principal artífice de la rebelión aspirase también a repartir entre los medianeros estas últimas.108 Otra decisión común afectó al “despojo del dominio de propiedad y gobierno del agua”, cortándose enseguida la mitad del riego del cercado de la hacienda.109 Por último serían incautados el molino de agua de Arriba (San Clemente), que pasó a un hijo de su constructor, y el de Abajo que recayó en la fábrica parroquial. La asonada nocturna del 11 de enero de 1810 en Güímar, que expulsó al corregidor José María Valdivia y Legobien y su pequeño séquito, exhibió una génesis anclada en las seculares Los años febriles: Canarias en crisis… 1927 reivindicaciones de muchos avecindados sobre partes de las tierras y las aguas del Heredamiento del Valle.110 Se ha señalado que, fundamentalmente, las pugnas por los caudales del Barranco del Río desataron una confrontación entre los grandes propietarios y el resto de la comunidad.111 Desde finales del siglo XVIII, los dueños del Heredamiento apelaron al corregidor para que frenase las extracciones del acuífero y las obras de canalización llegaron a ser vedadas, produciéndose ciertas tensiones. Las semillas del contencioso legal permitieron que germinasen dos facciones antagónicas. De un lado, la adscrita al Heredamiento en torno a Miguel Baulén y Lercaro-Justiniani, que integró a determinados burgueses de postín y a la mayoría del clero;112 del otro, la articulada alrededor de los litigantes contra la Heredad, miembros también de la burguesía agraria, que con el patrocinio de algunos titulares de la alcaldía arrastró a sectores de extracción popular. La elección de los “oficios de república” para 1810 dio la victoria a uno de los paladines del segundo cotarro y motivó el recurso de nulidad que interpuso el primero. El sectarismo de la pesquisa del corregidor, faltándole autorización especial de la Audiencia, se convirtió en detonante del tumulto.113 Bajo la capa de una rivalidad en apariencia meramente política, subyace pues el repudio hacia la injusta propiedad de los medios de producción. Por otro lado, alguien que arremetió bastantes años después contra “el delirante movimiento comunista de 1810 en La Orotava”, adjudicó un significado especial a las reclamaciones populares sobre el Heredamiento de Aguas.114 Si la tierra y el agua aportaron los condicionantes de tres agitaciones, aquella suministró combustible al incendio de otras dos. La batalla inicial de la “Guerra Chica” en Lanzarote arrancó al difundirse que Francisco de la Cruz Guerra Ferrer, primo carnal y cuñado de los Guerra y Perdomo, intentaba comprar a la Real Hacienda el islote de La Graciosa. Ante el albur de perder unos terrenos considerados de propios desde dos siglos atrás, se promovió el 27 de diciembre de 1809 un Cabildo General en defensa de aquellos pastizales que concluyó en pronunciamiento tumultuario, expulsándose de la isla al brigadier Rafael Clavijo y Socas, jefe de Escuadra de la Real Armada y primo segundo de aquel poderoso clan.115 El comandante general tuvo que anular el acto de la posesión otorgado por Real Orden e instar al Cabildo a representar en su contra.116 Durante los sangrientos motines del Valle de La Orotava a principios de marzo de 1810, el cuestionamiento de los repartos de las Dehesas comunales en 1769 a exclusivo beneficio de las clases dominantes, que ya suscitara diversas perturbaciones, operó todavía como factor auxiliar de la movilización en la cabecera del territorio. El asunto salió a relucir durante la junta popular reunida el 3 de marzo en la ermita de San Roque, a instancias del síndico personero Pedro Benítez de Lugo. En la taberna de Lorenzo Cala “se habían meditado los planes del repartimiento de tierras y nueva conversión de una ley agraria”.117 Las tensiones rurales llegaron igualmente hasta el señorío de La Gomera y El Hierro, pese a confinarse en la esfera legal. A partir de 1810, los vecinos del lugar de Agulo se negaron a pagar los cánones en frutos o en dinero que por sus tierras en cultivo debían satisfacer al noble madrileño Juan de la Cruz Bellvís de Moncada y Pizarro Mendoza Herrera y Ponte, conde de La Gomera y marqués de Bélgida, de Mondéjar, de San Juan de Piedras Albas y de Adeje, dos veces Grande de España de primera clase.118 Un veredicto de la Audiencia de junio de 1811, ratificado en noviembre tras un recurso del aristócrata, determinó que el vecindario satisficiera a su administrador los tributos de ese año y del precedente, ajustándose a los convenios últimos que hubieran celebrado.119 La abolición del régimen señorial alentó la desobediencia de los naturales, a pesar de ser “obstigados y oprimidos” con providencias del juzgado ordinario de la isla, a petición del arrendatario de los tributos Pablo Ascanio. El 27 de agosto de 1814, Luis Rodríguez Casanova y Antonio Osorio, en nombre de toda la vecindad, XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1928 otorgaron poderes a procuradores para que el Tribunal Superior los eximiera de tales censos, argumentando que los fundos en cuestión habían sido dehesas y baldíos de “utilidad común”.120 Si el conde de La Gomera perdió algunos de sus terrenos, el homónimo de la Vega Grande se vio forzado a contrarrestar en 1812 los despojos de aguas de cinco labradores en su hacienda de la costa de Lairaga y a los cortes practicados por los alcaldes del Heredamiento de la Vega Mayor de Telde en su molino del mayorazgo del Valle de los Nueve.121 Los seis levantamientos de la parroquia de Teror organizados desde el 27 de septiembre hasta el 14 de diciembre de 1808, a consecuencia de la clausura por ruina del santuario de la Virgen del Pino y del traslado de todos sus enseres en 1803 a un oratorio provisional, no tuvieron en mi opinión nexo alguno con la problemática agrícola.122 Un estudioso ha señalado que la contribución de la vecindad de Valleseco encubrió un fenómeno de índole religiosa bajo otro de carácter socio-económico, producto de los disputados repartos en la Montaña de Doramas.123 Pero el expediente de la causa en nada abona semejante conexión. Las únicas raíces documentadas son de naturaleza religioso-administrativa.124 El contencioso sobre el cierre del templo “viejo” reveló, en definitiva, una oposición campo-ciudad de muy larga ejecutoria, que adoptó tintes sediciosos al contravenir disposiciones eclesiásticas y seculares en una coyuntura dramática. Sus bases radicaron en una defensa de las potestades campesinas para decidir sobre temas del culto, y por lo tanto incumben también a cuestiones afectas a la administración clerical y a las mentalidades. Del localismo brotó ese impulso de reacción frente a las injerencias palmenses, amparado en una devoción hacia la Virgen del Pino con rasgos patrimonialistas. Los soportes de la religiosidad popular, muy próximos al fanatismo especialmente en los medios rurales, mantuvieron en pie la brega por resolver quién establecía dónde y cómo adorar las sagradas imágenes. Al fin, la exaltación iconográfica de la Virgen de Teror fue proyectada como símbolo de la autonomía comunal en el plano de la fe.125 Las determinaciones de factura política reinaron desde luego en la sublevación grancanaria contra la Junta de La Laguna del 1 de septiembre de 1808, al socaire de la convocatoria de un Cabildo General enmascarado con ficticias sumisiones a las noveles autoridades. El motín por diversos puntos del barrio de Vegueta acabó con las destituciones y encarcelamientos del corregidor Antonio Aguirre, del gobernador militar Juan Creagh y Plowes, del gobernador del castillo del Risco Juan de Megliorini y del ayudante de la plaza Francisco Aguilar Martínez.126 Al mes y medio de instalado, el “despotismo” militar nivariense terminó en Gran Canaria sin efusión de sangre e inició su andadura el Cabildo General Permanente. Lo que se disputaron esta institución y la Junta “Suprema” fue la dominación sobre la totalidad del archipiélago o una parte del mismo. En la “Guerra Chica” de Lanzarote, sin embargo, estuvo en juego el control de toda la isla por dos parcialidades adversas, tradicionalmente agrupadas la una en torno a los coroneles del Regimiento y gobernadores de las armas y la otra alrededor de los alcaldes mayores. La enemiga hacia el círculo de los Guerra fue capitalizada por un corro del Antiguo Régimen de semejante factura nepótica, que no obstante ganó el mayoritario concurso popular desplegando recursos menos opresivos.127 Escolar nos dio otra prueba de su acreditada capacidad analítica al explicarnos “que hasta el más infelis pastor del campo llegó a conocer que todas las intrigas y recursos que ambos partidos seguían el uno contra el otro, era no con el fin de proporcionar la felicidad a la Ysla, sino con el de ver quién havía de robar, vexar y estafar a sus habitantes”.128 Los orígenes de las fieras rebeliones que iban a sacudir la Villa y el Puerto de La Orotava entre el 4 y el 7 de marzo de 1810 fueron múltiples. A la carestía de artículos de primera necesidad se agregaron las secuelas del momento político, singularizadas por el avance francés sobre Andalucía y el cerco de Cádiz un mes atrás. Desde el 28 de febrero, el Los años febriles: Canarias en crisis… 1929 comandante general Luján alentó la reunión de un Cabildo de toda la provincia, donde pudiera definirse su régimen de gobierno interino gasta distinguir el rumbo de las ocurrencias peninsulares.129 Los informes acerca de los reveses bélicos y la hipotética desaparición de las estructuras gubernativas, que tanto preocuparon a los responsables de mantener “el orden social”, desataron una histeria colectiva de índole patriótica que alcanzó sus mayores niveles en el Valle de Taoro. El odio hacia los franceses tuvo marcas xenófobas y a su amplitud cooperó la fuga de 15 ó 20 prisioneros desde Santa Cruz de Tenerife el 11 de febrero, tras hacerse con un navío mercante inglés.130 El exacerbado patriotismo llegó a fundirse con el desprecio por las clases dominantes, a las que se acusó de simpatías afrancesadas y hasta de propiciar la claudicación ante los invasores.131 En este clima de exaltación dinástica y de fidelidad a Fernando VII, la junta popular del 3 de marzo desbordó las previsiones de los convocantes al incluir la cuestión de las Dehesas y de las aguas como asuntos a examinar por el Cabildo General proyectado. La dinámica reivindicativa prosiguió exitosamente contra la imposición extraordinaria del medio diezmo que, para atender los gastos militares y sus propios costes, había establecido la Junta “Suprema” y siguió cobrándose tras su disolución. Una concentración vecinal exigió, “en son de amenaza”, la supresión de la onerosa gabela al alcalde mayor, licenciado José Díaz Bermudo, y el “ayuntamiento” satisfizo al punto la demanda sin grandes objeciones.132 La persecución de los súbditos galos, espoleada por los excesos etílicos propios de los Carnavales, afectó el 4 de marzo al maestro de baile Pedro Clavellina, quien trabajaba en el domicilio del terrateniente Lorenzo Machado Valcárcel Spínola y Lugo, noble con una renta anual de 66.000 rvon.133 Este primer hostigado terminó detenido en la Villa sin sufrir daño alguno, mas no corrieron igual fortuna al día siguiente sus dos compatriotas José Bressant, escribiente de la firma comercial del síndico personero Bernardo Cólogan y Fallon, y el maestro de Letras y Música Luis Beltrán Brual, que regentaba una escuela instituida por el propio Cólogan en una casa de su propiedad sita en la plaza de la iglesia o de la Pila. A Bressant lo sacaron de la residencia de Cólogan, bajo la excusa de llevarlo preso a la Villa, y “un andaluz” (Francisco Rubín de Celis) le asestó una puñalada mortífera en las inmediaciones del templo parroquial. En cuanto a Brual, protegido inicialmente por el ex síndico Domingo Nieves Ravelo y por Jacobo Reco, logró refugiarse en la batería de Santa Bárbara hasta que su gobernador, el teniente coronel José de Medranda, temeroso de un asalto lo entregó a “la chusma” con la promesa de conducirlo al Depósito de La Orotava, aunque apenas salir del rastrillo lo agredió y asesinó de manera inmisericorde la “canalla medio ébrea”.134 La residencia-escuela del músico y maestro fue atacada con piedras y palos y sus enseres arrojados a la calle. Sobre los cadáveres de ambas víctimas se cometieron “mil vilezas”, siendo colgados de los andamios de popa de una embarcación que estaba construyéndose en la plaza del Charco.135 El anciano médico francés Juan Emeric, casado en el Puerto igual que Brual, tuvo que disfrazarse de mujer y huir de sus perseguidores por algunas estancias. Sin atender los exhortos del alcalde mayor y del fraile franciscano Agustín Navarro, los insumisos cometieron “otros excesos” e incluso planearon subir a la Villa para asesinar a los más de 200 prisioneros del Depósito.136 La “ojeriza” del “populacho” contra “los magnates” o “los caballeros” nos es conocida a través de las ópticas burguesas de León y Álvarez Rixo o de los testimonios de similar corte insertos en la sumaria, por lo que debería tomarse con enormes cautelas.137 Álvarez consignó el rumor que atribuía a la plebe el designio de “tomar para mujeres a las señoritas más guapas del pueblo”, sin duda con el norte de escarnecerla mediante imputaciones libertinas. El gobierno del “Parlamento bajo”, por encima del “Parlamento alto”, significó entre otras cosas un alcalde “de calzón de lana”, una justicia excluyente de “los pobres”, una redistribución del XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1930 consumo de carnes que acabase con la privanza de los ricos y unos mandos sobre la salida de las naves, a través del manejo de los cañones.138 Ya que a las clases dirigentes se las suponía aliadas con el invasor, la única legalidad admitida era la suya. Los odios contra las élites menudearon en todas las protestas, y de ahí que se gritase “no sólo viva Fernando VII y mueran los franceses, pues se añadía mueran los traidores, mueran los caballeros y otros nombraban algunos sujetos del pueblo de los más visibles”.139 Es obvio que resulta imposible estimar cuántas de las 400 personas involucradas en los inicios de la “conmoción” participaron de tales criterios. Sea como fuere, el carácter “patriótico” de los desmanes de La Orotava procedió de haber sido la caza del francés su principal expresión y el polo donde confluyeron todas las apelaciones derivadas: la redistribución de tierras y aguas, el repudio de otra Junta “Suprema” y de la fiscalidad abusiva y el cuestionamiento de los poderes oligárquicos por un sector de las capas populares. Los amotinamientos contra el duque del Parque de noviembre de 1811 en Santa Cruz de Tenerife y en La Laguna nos reintegran al pleno ámbito de la política. Ya hemos sintetizado las razones de los desafíos entre el comandante general y las autoridades y empleados públicos de Santa Cruz, con el telón de fondo de la instalación de la segunda Junta Provincial. El duque llegó a Canarias “rodeado de un brillante séquito de palaciegos y de militares”, mas su voluntad de “ganarse la opinión pública” y de “crearse un partido poderoso” no resultó fundamentalmente de su avidez por sostenerse en el mando a toda costa.140 La preferencia por La Laguna como sede de aquella institución lo encaró con los rectores santacruceros y la reposición del cordón sanitario, a partir del 21 de septiembre, le sirvió de magnífica excusa para aislar y reducir a los oponentes portuarios. Su “incendiaria alocución” en La Cuesta el 10 de noviembre entrañó todo un catálogo antiburgués, dirigido a menoscabar el crédito de los potentados de la villa ante los “pobres infelices del pueblo”.141 El Cabildo de Tenerife, hegemonizado por la oligarquía lagunera, le otorgó en un principio el más cabal apoyo, compartido por el grueso de las juntas vecinales, al suplicar que se le mantuviera en el cargo.142 Junto al teniente general Rodríguez de la Buria, el sustituto al frente de la comandancia general que arribó el 1 de octubre al Puerto de La Orotava, vía Arrecife, solo permanecieron inicialmente sin ambages las ”municipalidades” de Santa Cruz y La Orotava.143 La eventualidad de una confrontación territorial, más intensa incluso que la ocurrida en Lanzarote durante el año anterior, pudo evitarse al ceder los dirigentes laguneros ante las presiones de Santa Cruz. Las efervescencias en la villa portuaria fueron aumentando con las negativas del duque a verificar el relevo y por la dureza del cordón.144 Es muy posible que aquel exagerase al propalar que Santa Cruz vivía convulsionada “por las intransigencias de algunos facciosos”, si bien hay que admitir síntomas de una clara turbación desde finales de octubre.145 El día 28 exigió Cañas el envío a La Laguna de toda la pólvora y las balas de sus castillos, suspendiéndolo el teniente de rey y el comandante de Artillería a instancias del “ayuntamiento”.146 Empeñado en prorrogar su mandato hasta constituir la Junta, el comandante general saliente temió la firmeza santacrucera a favor del entrante y su posible ascendiente sobre otros puntos. A los oficiales de la plaza les ordenó el 16 de noviembre que pusieran a disposición del capitán Simón de Lara todas las tropas que requiriese, mandándole a este último que se concentrara con ellas en La Cuesta para una “comisión secreta”. La medida desató el nerviosismo entre los capitulares de Santa Cruz, quienes pusieron al pueblo en armas y nombraron gobernador militar al ingeniero Luis Marqueli, el jefe de más alta graduación, encargándole que procediera a detener al teniente de rey.147 Esta movilización hizo que el duque reclamara del Cabildo insular todos los cañones y municionamientos, además de las campanas de las iglesias, “y que el coronel del regimiento de la Laguna hiciese Los años febriles: Canarias en crisis… 1931 tocar la generala”. Las peticiones fueron eludidas por el cuerpo y un selecto plantel de consultores, que consideraron improcedente la aplicación de la fuerza bruta.148 Al día siguiente recibió el duque un nuevo golpe, tras comprobar que varios de los militares concentrados en La Cuesta habían desertado durante la noche y que los ánimos de los demás estaban muy fríos.149 Las malogradas negociaciones in extremis con Santa Cruz vinieron seguidas por el reconocimiento del teniente general La Buria a cargo del Cabildo, declarado en sesión permanente, cuya institución logró vencer los reparos que interponían para hacer lo propio los coroneles de los Regimientos de La Laguna y de Güímar.150 Un apremiante oficio de la corporación santacrucera terminó con las vacilaciones de los próceres laguneros ante lo proveído por la Audiencia el 4 de noviembre.151 Lo que León llamaría “simulacro de revolución” en Santa Cruz presentó su cénit en la multitudinaria expedición hacia el cordón de La Cuesta del día 18, cuando aún se ignoraban las mutaciones acontecidas en La Laguna.152 Esa exhibición de poderío resultó innecesaria, a pesar de servir de molde sobre la firme determinación de los mandatarios santacruceros en su cruzada contra el duque. En el propio cordón pudieron reconciliarse los de la ciudad y la villa, apiñados junto a La Buria.153 De todas maneras, la derrota de Cañas no supuso la cabal extinción de sus acólitos a pesar de las importantes defecciones. Los más leales continuaron en faena, procurando retrasar su salida. El día 26 dio el “ayuntamiento” de Santa Cruz al Cabildo abierto y al teniente general un plazo de 24 horas en que tomar “las disposiciones convenientes para el embarque”, amenazando con una incursión armada en la capital.154 Las drásticas advertencias de los mandamases de la villa produjeron un efecto inmediato. El nuevo comandante general envió al coronel del Provincial de La Laguna para que trajese 250 hombres del Regimiento de La Orotava, a fin de reforzar a los 500 ó 600 ya acuartelados en la población y poder dar “el golpe con mayor seguridad”.155 Como última tentativa, los parciales del duque elaboraron una representación firmada por “algunos de los principales” en solicitud de que fuera tratado “con el decoro y miramiento correspondiente a su clase y buen nombre del pueblo de que salía”. La artimaña colmó la paciencia del bando contrario. En la noche del día 29 una aglomeración vociferante llegó hasta la residencia del teniente general a exigir “las más prontas y eficaces providencias” para embarcar al coloso, “si no quería ver el pueblo, la isla y la provincia despedazada por la discordia y abandona[da] a los horrores de la anarquía”. A continuación se repitió la misma escena frente a las casas capitulares, en la plaza del Adelantado. La Buria dispuso que la mansión del duque fuese rodeada al instante por 60 mílites a las órdenes de “un oficial de confianza” y resolvió que una goleta zarpase de Santa Cruz a esperarlo en el embarcadero de Guadamojete. La reacción del noble ante el “movimiento popular” fue colérica e incluso sugirió hacer fuego sobre los congregados.156 Como el gentío no cesaba de pedir a gritos su partida esa misma noche, La Buria marchó hacia la plaza e intentó inútilmente “aplacar los ánimos” y disolverlo. Al fracasar subió a entrevistarse con su antagonista y, “después de una larga conferencia”, regresó prometiendo que al día siguiente estaría solventada la cuestión. Solo entonces “quedó la ciudad en la más perfecta calma”. Y conforme a lo arreglado, el duque marchó el 30 de noviembre sin hacer entrega oficial del empleo y dejando tras de sí dos semanas de intensas “trapisondas”. En aquel trienio tan crispado hubo otras turbulencias de diferente cariz, unas con escasa entidad y otras de cierta magnitud. De poca monta fue el jaleo organizado en el señorío episcopal de Agüimes durante la noche del 25 al 26 de septiembre de 1808 contra el escribano José Cristóbal de Quintana, quien tuvo que abandonar la villa e irse a Las Palmas tras ser obligado a “rezar tres Salves”.157 Si la expulsión no fue promovida por el “ayuntamiento”, contó desde luego con sus parabienes. Una vez planteado el pleito judicial, la Sala decretó que XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1932 el receptor pasara a la localidad y evacuase dos informes, uno acerca de los intervinientes y otro sobre “los defectos” atribuidos al funcionario. Las demoras en las tramitaciones de los negocios públicos forzaron por último un ajuste el 4 de marzo de 1809, renunciando el consejo a cualquier acción y perdonando Quintana las ofensas recibidas.158 Otro cisco menor se localizó en Tacoronte en junio de 1811 y consistió en el derribo de unas casas lindantes con la plaza de la iglesia que eran propiedad del presbítero José Martel. Tres o cuatro individuos con barras principiaron la demolición de los muros de la cerca y unos veinte consumaron el estrago de noche, valiéndose de palos, rozaderas y escopetas. Según parece, la finalidad era agregar el patio de una de las fincas a la plaza.159 El incidente involucró a miembros del clero secular, ya que se acusó como autores al beneficiado José Antúnez y a los presbíteros Antonio Abad, Cristóbal Andueza y Salvador Domínguez. Más calibre tuvieron otras “fiebres”, de las que poco sabemos aún. En la noche del 5 de marzo de 1809 se registró en Las Palmas un motín en tres compañías del Batallón de Granaderos de Canaria, la tercera y cuarta de Telde y una de las de Guía. Los incursos abandonaron el cuartel “con el ánimo de retirarse a sus pueblos”, negándose a intervenir en la campaña peninsular. El “sedicioso intento” fue resistido por las compañías primera y segunda del Regimiento de Las Palmas y apaciguado “por algunos oficiales de lealtad y valor”, quienes afearon el proceder de los insubordinados y les persuadieron a reintegrarse al fuerte. Con un día de paga doble premió el Cabildo General a los granaderos que no habían querido amotinarse, sin que conozcamos si hubo represalias contra los que no expusieron iguales sentimientos patrios.160 Entre las reclutas para la Guerra de Independencia no floreció, a lo que parece, un ánimo guerrero tan general como para romper el apego a los hogares campesinos. Y no puede decirse que entre estos faltasen bríos cuando la ocasión lo demandaba. El lazareto provisional que la Junta de Sanidad del Puerto de la Cruz hizo construir en Punta Brava terminó destrozado en noviembre de 1810 por los vecinos del Realejo.161 Los temas concernientes a la salud pública y a los abastos, en un sentido u otro, alteraron igualmente el orden, por no mentar las algarabías que ocasionaron algunas de las elecciones para los empleos de república.162 Las cuitas ocasionadas por los acordonamientos de la fiebre dieron lugar a ciertas embestidas violentas, de las cuales se dispone también de escasa información todavía. A finales de noviembre y principios de diciembre de 1810, las primeras instrucciones que adoptaron las autoridades de Las Palmas fueron objeto de repulsas vecinales. En su transcurso se destruyeron los tablados y vallas que habían sido levantados en la calle Travieso, uno de los focos del contagio, hasta que la Junta de Sanidad acordó desmantelarlos a impulsos de un manifiesto del comandante general.163 Los agobios que trajo consigo la escasez de manutenciones tal vez provocaran tempranas broncas, ya por parte de pequeños grupos o de colectivos numerosos. Al menos consta la generalización de estos últimos en los tramos finales de la epidemia. En febrero de 1812, cuando aún persistían los cordones sanitarios en Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de La Orotava, los campesinos quebrantaron este último “impelidos por el hambre”; más de 200 bajaron a comprar el millo estadounidense introducido a fines del año anterior. Hacia mediados de mes y en dos oportunidades, unos 50 y 600, respectivamente, amenazaron con interrumpir el suministro de agua si no se les vendía grano. Y el día 22 entraron hasta 1.500 personas, profiriendo “que más querían morir del vómito que no del hambre”.164 Los años febriles: Canarias en crisis… 1933 Los dirigentes y el papel de los sectores populares El aserto de Escolar sobre que “el pueblo no se mueve sin que lo muevan” campa a sus anchas en los desórdenes públicos de 1808-1811. La insurrección del 1 de septiembre de 1808 en Las Palmas contó en primer término con la participación de campesinos teldenses encabezados por los labradores Matías Zurita, Diego Jiménez y Pedro Henríquez, responsables de las partidas que protagonizaron los jaleos en los alrededores de la Catedral. Mas el encuadramiento de esta “fuerza de choque”, en opinión del doctor Chil, había sido obra de dos influyentes beneficiados de la localidad sureña, Adrián de Cubas y Cristóbal de Morales, quienes “pusieron en campaña” a todos sus allegados.165 En la sombra movieron los hilos el oidor decano de la Audiencia, Francisco Alfonso de Tuero, y el III conde de la Vega Grande y alférez mayor, Fernando del Castillo y Béthencourt.166 El papel de las “masas” rurales y urbanas se redujo al de simples ejecutoras del plan diseñado por selectas figuras de las clases dominantes. Los “amotinados campestres”, retribuidos con monedas por el conde y el oidor, liberarían a los reos no condenados a la pena capital y saquearían la Recoba, en favor de aquellos y de los asilados del Hospital de San Martín. La función protagonista de los burgueses rurales prevaleció en todos los furores por hambre de tierras. Al frente del movimiento en Guía y Moya de septiembre de 1808 estuvo Cristóbal Galindo Mendoza, hijo del alférez Alonso Galindo, quien había encabezado la petición guiense de abril de 1807 ante la justicia.167 Entre los inculpados por el motín de Guía del 7 de noviembre de 1810, en contra de las exacciones impuestas dos meses atrás, figuraban junto a Cristóbal Galindo el alcalde interino Rafael Bento y Travieso, el presbítero Bartolomé de Sosa y varios labradores acomodados.168 Los edecanes de la rebelión aldeana eran todos campesinos influyentes, medianeros con una buena posición económica y monopolizadores de cargos públicos, con una larga tradición opositora frente a los Nava y Grimón. El diputado del Permanente Antonio Cabral resultó encartado tras el tumulto de 1786, por el que sufrió cárcel en Ceuta el padre de Vicente Carbajal, otro de los conductores de la lidia a 22 años de distancia.169 Igual que estas estirpes, la de los Valencia presentó también una amplia ejecutoria contraria al mayorazgo. Y estos anclajes pretéritos rigen asimismo entre los curas de la parroquia. En cuanto a la jefatura de la algarada de Güímar, nos encontramos también en ella con individuos de la burguesía agraria, del tipo del alcalde y subteniente José Delgado- Trinidad, el síndico personero Juan Manuel de Campos, el diputado del común José Antonio Leandro, Domingo Elías, Cristóbal Rodríguez de Mesa y otros.170 CUADRO III: ALGUNOS JEFES DE LOS AMOTINAMIENTOS DE TEROR EN SEPTIEMBRE-DICIEMBRE DE 1808 NOMBRES VECINDAD OCUPACIONES Y CARGOS EDAD GRADO DE INSTRUCCIÓN Francisco Ignacio de Cárdenes Teror Propietario y teniente de Milicias 88 Instruido Agustín Guerra Teror Lanero y agricultor 55 Instruido Antonio Herrera Valleseco Labrador-jornalero 25 Analfabeto José Antonio Herrera Valleseco Labrador-jornalero 26 Analfabeto Andrés Ramírez Teror Albardero y labrador 30 Instruido Francisco Javier Quevedo (Francisco Clemente) Teror Labrador y cabo de Milicias 34 Instruido Bartolomé Sarmiento Valleseco Labrador 27 Analfabeto Juan Sarmiento Valleseco Labrador 32 Analfabeto XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1934 Antonio Henríquez del Toro Teror Amanuense 35 Instruido José Antonio Lantigua Valleseco Labrador 49 Analfabeto Juan Antonio Pérez Valleseco Mayordomo 24 Analfabeto Salvador Molina Valleseco Labrador 57 Analfabeto Francisco Pérez Teror (Los Llanos) Labrador 45 Analfabeto Fuente: elaboración personal a partir del expediente recopilado por Millares Torres. Los cabecillas de las zarabandas religiosas de Teror mostraron iguales extracciones. Al margen del típico hálito de fuenteovejunización, deduciendo que el causante “era todo el Pueblo a una voz”,171 la mayoría de los alegatos coinciden en los “motores” o “capataces” del cuadro adjunto, donde omitimos al posible fugado José Rodríguez Monagas, (a) Calceta. No hay la menor duda respecto del caudillaje del teniente Francisco Ignacio de Cárdenes, que “siempre ha andado con los lebantamientos y [fue] el principal motor, pues ha ofrecido sus haciendas para la reedificación del Templo, y la defensa del Pueblo”.172 Sobre él y su sobrino Antonio Herrera recaerán los primeros golpes de la autoridad. El lanero Agustín Guerra, cuñado del párroco Juan Gabriel González, instigó con sus tres hijos la insubordinación primitiva. Esta pequeña tanda muy unida fue capaz de atraer a más de medio centenar de hombres y una docena de mujeres, que apostaron por conculcar los preceptos oficiales sobre “su” iglesia y “su” Virgen. Algunos religiosos, con el teniente de cura Vicente Pérez en vanguardia, apoyaron las protestas y les dieron un toque de santidad. Es preciso advertir, por último, que los “concursos del populacho”, como los llamó Cárdenes, no parecen envolver estímulos exteriores. Las sospechas que despertó a propósito el terrateniente Pedro Manrique de Lara y del Castillo fueron desmentidas. La imagen coetánea de las masas levantiscas se distinguió por los prejuicios burgueses acerca del “populacho” y sus tópicos desenfrenos, como ya hemos observado en La Orotava. Para Álvarez Rixo, los teóricos caudillos de “la chusma” antiguerrista en Lanzarote fueron un par de “mentecatos”: el “medio Procurador” al que llamaban Andresito, “flaco y macilento, con su levita parda y un hacha ferrugienta en las manos”, y Nicolás Cabrera, hermano del cura de Tías. A ellos añadió al “borracho pinta puertas nominado Cachupín”, quien “gobernaba” los cuatro cañones de la Villa llevados hasta Arrecife el 6 de junio de 1810, durante la segunda jornada del cerco a los castillos de San Gabriel y San José.173 Estas siluetas tan peyorativas contrastan con la aureola de respetabilidad que caracterizó el “retrato de los Gefes”, el entonces coronel y gobernador de las armas legítimo Bartolomé Lorenzo Guerra y su rival el ayudante mayor José Feo de Armas, quien espoleado por el Cabildo se negó a cederle aquel empleo.174 Los bandos nobiliario-burgueses explotaron las desavenencias de la capitalidad histórica con el puerto principal y su distrito aliado de San Bartolomé, cuna de los Guerra y otro de sus bastiones. El triunfo del “partido de la Villa” en los comicios de marzo de 1810 azuzó un movimiento secesionista en ambas parroquias, que tras ser apagado militarmente ocasionó encarcelamientos y nuevas evasiones guerristas a Santa Cruz de Tenerife.175 En el cuadro anexo incluimos a los personajes de ambas camarillas, los verdaderos artífices de las peloteras que arrancaron en septiembre de 1808 y quienes las condujeron hasta el final. Los años febriles: Canarias en crisis… 1935 CUADRO IV: PRINCIPALES DIRIGENTES DE LOS BANDOS EN LANZAROTE (1808-1810) GUERRISTAS NOMBRES CARGOS Y PARENTELAS Bartolomé Lorenzo Guerra y Perdomo Segundo ayudante y capitán interino del Regimiento de Lanzarote. Coronel y gobernador de las armas interino hasta septiembre de 1808, sustituyendo a su padre el Mayor Guerra; repuesto en el cargo en mayo de 1810. Cayetano Guerra y Perdomo Presbítero y párroco de San Bartolomé. Hermano del anterior. Rafael Clavijo y Socas Ex capitán de Milicias, ex regidor del Cabildo y alguacil mayor, alcaide del Castillo de San José. Brigadier y jefe de Escuadra de la Real Armada (1807). Primo segundo de los Guerra Perdomo. Manuel García del Corral Capitán y ex alférez mayor del Regimiento de Lanzarote. Ex alcalde real de Femés. Regidor del Cabildo y alcalde mayor hasta septiembre de 1808. Regidor primero del Cabildo entre septiembre de 1808 y febrero de 1810. Primo político de los Guerra Perdomo. Francisco de la Cruz Guerra Ferrer Ex capitán de Milicias y juez militar. Ex alcalde pedáneo de San Bartolomé (1809). Primo y cuñado de los Guerra Perdomo (casado con su prima Sebastiana Guerra y Perdomo). Nicolás Salazar Carrasco y Ferrer Ex subteniente y teniente de Milicias. Regidor segundo del Cabildo en 1808 y diputado del común en 1809. Cuñado de los Guerra Perdomo (casado con Teresa Guerra y Perdomo). José Luis de Béthencourt y Brito Regidor tercero del Cabildo en 1808 y vocal por la nobleza y los propietarios de la Junta Subalterna de Lanzarote (septiembre de 1808-septiembre de 1809). Cuñado de María Eulalia Guerra y Perdomo. Francisco Acosta Espinosa Cura párroco de Arrecife. Natural de San Bartolomé, igual que los Guerra. Ginés de Castro Estévez (El Viejo) Capitán de Milicias y ex alcalde segundo de Arrecife (1800 y 1807). Comandante militar del Puerto de Arrecife. Padre de Ginés de Castro Álvarez. Rafael María Navarro Beneficiado de Haría. Matías Rancel Ex teniente de Guerra, ex regidor del Cabildo y ex castellano de San Marcial y Santa Bárbara. Escribano público, de guerra y del Cabildo en 1808- 1809. Compadre de Manuel García del Corral. Luis Cabrera Rodríguez Capitán de Milicias. Ex alcalde mayor, ex gobernador militar y ex castellano de San José. Vocal por el Cabildo de la Junta Subalterna y regidor del Cabildo en 1808-1810. Padre de Lorenzo Cabrera López, alcalde de Arrecife en 1799, 1804 y 1809. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1936 ALCALDISTAS O CABILDISTAS NOMBRES CARGOS Y PARENTELAS Pablo Rodríguez Peraza Alcalde mayor y juez ordinario hasta septiembre de 1808 y entre febrero-marzo de 1810. Ignacio de la Torre Regidor provisional del Cabildo hasta septiembre de 1808. Tío político del anterior. José Feo de Armas Capitán y sargento o ayudante mayor del Regimiento de Lanzarote. Vocal por el estamento militar de la Junta Subalterna y uno de los dos vocales de la Junta “Suprema” de La Laguna en representación de la isla. Gobernador interino de las armas en febrero de 1810. José Feo Presbítero y comisario del Santo Oficio. Tío del anterior. Juan Valenciano Curbelo Capitán de Milicias. Uno de los dos vocales por el público y el comercio de la Junta Subalterna. Alcalde mayor en marzo de 1810. Carlos Mateo Monfort (o Monforte) Escribano público. Secretario segundo de la Junta Subalterna. Escribano del Cabildo en febrero y síndico personero en abril de 1810. Cuñado de María Rosa Betancourt Viñoly. Tomás Rodríguez Dumpiérrez Cabrera Escribano de guerra y ex síndico personero del Cabildo. Tío político de Pablo Rodríguez Peraza y concuño de Carlos Mateo Monfort. Fray Bernardino Acosta Prior de los Dominicos. Diego Silva Viñoly Diputado del común del Cabildo (1808-1810). Pariente en cuarto grado de María Rosa Betancourt Viñoly. Manuel Cabrera Teniente de Milicias y ayudante mayor del Regimiento en abril de 1810. Pedro Pascual Ginory Presbítero y párroco de Tías. Uno de los dos vocales eclesiásticos de la Junta Subalterna. Marcelo Carrillo Subteniente de Milicias. Vocal por el público y el comercio de la Junta Subalterna. Sobrino del anterior. Fuente: elaboración propia. El papel directivo de las clases dominantes del Antiguo Régimen prevaleció por completo en las jaranas contra el duque del Parque. Los aliados del comandante general radicaron preferentemente en La Laguna, llamada a ser el asiento de la prescrita y nonata Junta Provincial de 1811. La capitalidad histórica de la isla se encontró con la enemiga del puerto principal y albergue de la comandancia militar, en anticipo de contradicciones futuras. Es palpable que la mayoría de los regidores del Cabildo lagunero abrazó de entrada el partido del duque, acorde con los apetitos de nobles plutócratas como el teniente coronel Juan Bernardino Tabares de Róo Vargas y Fonte, Cayetano Peraza de Ayala y Viña, Miguel Baulén y Lercaro- Justiniani o Ventura Salazar de Frías y Porlier, quien disputó a su hermano menor el título de VI conde del Valle de Salazar.176 Frente a ellos, la corporación de Santa Cruz de Tenerife presidida por el alcalde Domingo Madan integró, según costumbre, a representantes de la burguesía comercial con una destacada ejecutoria en la villa, aún después de las pérdidas Los años febriles: Canarias en crisis… 1937 ocasionadas por la epidemia y de las renuncias de los regidores suplentes del mes de abril.177 Su propio delegado cabildicio, Domingo Calzadilla, perteneció a una estirpe burguesa que tendrá gran predicamento en la política local. Los trastornos tinerfeños de noviembre comportan así ese contencioso nobiliario-burgués que faltó en Lanzarote. Desde las instituciones fueron movilizadas las fuerzas militares e incitada la aportación del pueblo, siempre en calidad de comparsa. Donde único tuvieron los sectores populares algún protagonismo destacado fue en la Villa y Puerto de La Orotava. Es allí donde no se limitaron a oficiar de meros comparsas o a servir como tropel a las órdenes de las clases pudientes. La excepcionalidad, de todas formas, parece relativa. El influjo de los franciscanos del convento de San Lorenzo, particularmente en el barrio del Farrobo, fue estimado por León al señalar que allí “se tramó el movimiento” y dar relieve a los últimos sermones de cuaresma de uno de sus frailes, amalgamando en el más “imprudente” la caridad cristiana con la guerra y las invectivas contra los invasores y “la conducta de los magnates”. En cuanto “los agraviados” pidieron que el “tumultuario predicador” fuera proscrito, sus leales cercaron el monasterio “en gruesas partidas por algunas noches” para defender al “tribuno”.178 Aparte de esta inicial tutela religiosa, Álvarez Rixo aludió a los chismes que apuntaron hacia la responsabilidad del síndico personero Cólogan, “apasionado de la nación y la literatura francesa”, sin conferirles credibilidad alguna.179 Ambos cronistas, no obstante, coinciden en que los cálculos de los reales o hipotéticos instigadores se vieron corridos al ser desbordados por “la masa”, pues “la mira no era que la plebe tomase el mando absoluto”. De entrada lo asió esta a través de las jefaturas que en la Villa ostentaron los dirigentes campesinos Narciso Quintero y Luis López, natural de la Montañeta, junto al tabernero Lorenzo Cala y los estudiantes del convento de San Benito Domingo Curras y Domingo de Lugo. Entre los líderes del “populacho” del Puerto, “compuesto de marineros, pescadores, alzadores y gente ruin”, destacaron el carnicero Nicolás del Rosario, el tabernero Francisco Rubín de Celis, (a) Curro, Luis Aday, (a) El Palmero, el oficial de albañilería Domingo Abreu y el oficial de tonelero José Narciso, (a) Lagaña.180 La proliferación de apodos, presentes en más de un tercio de los inculpados, nos remite al mundo de la marginalidad social, pese a tener oficios la mayoría y encuadrar a varios milicianos. La organización y los métodos de lucha Ninguno de los conflictos de la Guerra de Independencia en Canarias se singularizó por la espontaneidad. Todos estuvieron más o menos programados por los círculos directivos, y en muy raras oportunidades los desbordó el ímpetu de los grupos populares que se habían sumado a su causa. Los pleitos judiciales antecedieron a las dinámicas agrícolas, accediéndose desde la vía legal a la acción directa al crecer la frustración y presentarse las condiciones oportunas. Los vínculos familiares y amistosos favorecieron la permanente comunicación entre la minoría rectora, que a menudo poseyó ataduras laborales entre sí y con los meros intervinientes. Este entorno propicio operó sin duda entre los usurpadores de la Montaña de Doramas y de la hacienda de La Aldea de San Nicolás. Por encima de tales rasgos, la Guerra Chica de Lanzarote exhibió aparejos institucionales por los que transitaron las reyertas entre las dos taifas hostiles. Tanto la Junta Subalterna de 1808-1809 como el Cabildo fueron aquí las plataformas con las que dirimieron sus cuitas, siempre subordinadas al control de la gobernación militar. Si los de Guerra dominaron el Cabildo hasta febrero de 1810, la mitad de los componentes de la Junta militaron en las filas contrarias.181 XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1938 Los cabildos generales fueron en Lanzarote los mecanismos propios de los antiguerristas durante el primer semestre de ese año, pudiendo apelar al vacío de poder a la hora de justificar el autogobierno transitorio, zócalo de sus afanes opositores.182 También esta apoyatura institucional rigió en las disputas contra el duque del Parque, con el Cabildo de La Laguna en sesión permanente y el “ayuntamiento” de Santa Cruz actuando como entidad autónoma en el perímetro del cordón sanitario. Los aldeanos recurrieron a las asambleas vecinales para materializar sus aspiraciones, siendo estrictamente domingueras para no interferir en los trajines campestres, y una junta popular disparó los luctuosos sucesos de La Orotava. En la preparación de los disturbios, claro está, los pequeños cenáculos debieron ser la pauta a seguir y hay constancia de ellos en Güímar y en aquella Villa, donde la celda de fray José de Vasconcelos en el convento de San Lorenzo acogió las sesiones nocturnas de los “hombres más influyentes” del barrio del Farrobo.183 A raíz del tercer levantamiento de Teror consta la existencia de una junta que dirigía la brega, integrada entre otros por Francisco Ignacio de Cárdenes y Andrés Ramírez.184 Este organismo solía convocar a los más directos implicados en el Lomo de La Laguna antes de bajar en tromba desde Valleseco a la Villa mariana. La cuantía de los participantes en los desórdenes resultó amplia en términos relativos y absolutos. Una alta proporción de tinerfeños tomó parte en las lidias de noviembre de 1811 o las vivió de cerca: alrededor de 800 militares de los Regimientos de La Laguna, La Orotava y Güímar se concentraron en aquella ciudad, y los casi 650 entre oficiales y soldados que componían la guarnición de Santa Cruz quedaron envueltos en aquellas tramas, donde el paisanaje tuvo una considerable tercería, ya fuera en la marcha sobre el cordón de La Cuesta del 18 de noviembre o en el motín del día 29 en la plaza de Adelantado y alrededores. Al Cabildo General del 15 de abril de 1810 en Teguise concurrieron, según Escolar, muchos más habitantes que a la invocación previa del 27 de diciembre sobre La Graciosa, dándonos una cifra de más de 1.500 hombres e indicándonos que “fue la mayor [reunión] que hasta allí se havía visto”;185 de ellos procederán los atacantes de Arrecife a principios de junio. Una aglomeración de tal calibre entrañó algo anómalo. Las importantes concentraciones de la Villa y Puerto de La Orotava sumaron en torno a los 400 individuos, una cantidad de por sí muy respetable.186 Pero lo habitual será que ocuparan calles o plazas entre las 40 ó 50 personas que iniciaron el amotinamiento en La Aldea y las 200 que presionaron al capitán y alcalde real de Guía, José Pineda Betancurt, el 7 de noviembre de 1810.187 El localismo no prevaleció en estas inquietudes sociales, ni descartó las tentativas para superarlo de regir su ley. Por supuesto faltó en Las Palmas el 1 de septiembre de 1808, ya que la prescrita intervención del campesinado teldense era útil para darle un tinte insular al desafío hacia Tenerife. La Guerra Chica de Lanzarote envolvió a casi toda la isla y la adhesión entre varias poblaciones tinerfeñas, ante todo Santa Cruz y el Puerto de La Orotava, fomentó los amotinamientos frente al duque del Parque. Además es muy posible que los casi 150 invasores de la Montaña de Doramas hayan expresado su solidaridad activa con los medianeros de La Aldea, con quienes tuvieron quizás alguna relación. El Cabildo General Permanente encargó al alférez Galindo que apartase de allí al administrador de Alonso de Nava, un cometido que debió sustentarse en los asesoramientos del diputado aldeano Cabral. Sea como fuere, cuando Juan Pedro Domínguez solicitó en persona al oidor decano y al receptor de la Audiencia que tomasen declaración en Gáldar a los vecinos expulsados del lugar, el último le manifestó que los trajese por su cuenta, “que él no se pone en camino porque le salen los de otros pueblos”.188 En cuanto a los soliviantados de Teror, pidieron ayudas en Telde durante los preparativos del alzamiento terminal, basado en una conjura para ir a Las Palmas y obtener la liberación de Antonio Herrera de modo violento o pacífico.189 Los años febriles: Canarias en crisis… 1939 Muy poca sangre se derramó durante las agitaciones de entonces, aunque la vertida impresionase a un público no habituado a las noticias cruentas. Solo registramos tres muertos y dos heridos en los lances más feroces de 1810: los dos franceses pasados a cuchillo en el Puerto de la Cruz el 5 de marzo y las tres víctimas de los disparos de cañón y las descargas de fusilería desde el castillo de San Gabriel, durante la intrusión en Arrecife del 5 de junio. Los amagos de “guerra civil” de 1811 en Tenerife fueron del todo incruentos y el “simulacro de revolución” dejó tras de sí mayormente humo de pajas, al tener que desertar casi todos los oligarcas laguneros de la caterva del duque del Parque, dejándolo en la estacada por la coerción legal de la Audiencia y la licenciosa de Santa Cruz. Las agrupaciones cívico-militares, ya por las calles de La Laguna o ante el cordón de La Cuesta, respondieron ante todo a finalidades disuasorias. El Cabildo sólo estuvo dispuesto a valerse de “la fuerza moral” y apenas recurrió a la simple exhibición de la física frente al empecinamiento del duque. Por el otro lado, los fusiles y los “seis cañones violentos” de las tres columnas que la mancomunidad de Santa Cruz envió al cordón significaron un puro alarde, casi como una parada militar con acompañamiento civil. La violencia contra las personas quedó principalmente circunscrita a las coacciones físicas o mentales que sufrieron algunos destinatarios de la ira popular. Las de aquella índole recayeron sobre las autoridades pro-tinerfeñas de Las Palmas y el cura de Teror, acosado con brusquedad durante el segundo y tercer alborotos; en el primero tuvo que repeler, mientras la sacristía de la iglesia nueva, “los manoteos, gritos y bulla” con un expeditivo garrote, y en el segundo fueron derribadas las puertas de la casa parroquial antes de exigirle que abandonase en tres días la jurisdicción.190 En la mayoría de las ocasiones bastó con la intimidación escandalosa y las amenazas verbales para conseguir los objetivos, ya estuvieran ante el escribano de Agüimes, el corregidor en Güímar, el alcalde mayor de La Orotava, el alcalde real de Guía o el mariscal de campo José Tomás de Armiaga en Teguise, que resultó desobedecido multitudinaria y ruidosamente el 25 de junio de 1810 al exigir de Feo la entrega del mando militar.191 Lo mismo cabría decir de las baraúndas cívico-militares en La Laguna del 27 y 29 de noviembre de 1811, donde nadie vilipendió siquiera al duque del Parque y mucho menos atentó contra su persona. De ser cierto lo que revela Escolar, el único que pensó realmente en hacer sangre fue el comandante general saliente, enrabietado al ver cómo la masa exigía la entronización de La Buria. El respeto hacia la propiedad determinó que no hubiesen estragos, aun tratándose de propiedades rebatidas, y la violencia sobre las cosas quedó confinada dentro de unos límites muy estrictos. Los asaltantes de la Montaña de Doramas apenas ejercieron la imprescindible en la data de Mújica, pues según la reseña del propio afectado sólo “rompieron puertas del granero y se apoderaron de quanto havía en ella, dando posesión de las suertes a aquellos más infelices”.192 De cualquier forma, tal vez todo habría sido diferente de haber pillado a uno de sus detractores tempraneros. Cristóbal Galindo y los suyos marcharon el 10 de septiembre de 1808 a Guía con intención de ajustarle las cuentas al poeta Rafael Bento y Travieso, ayudante mayor del Regimiento Provincial, ya que según el administrador Domínguez “parece había dicho que si la audiencia hiciera un exemplar de colgar a seis”.193 Los revoltosos tocaron las campanas y la caja de guerra y lanzaron vivas al alférez Galindo y mueras a Bento, al cual buscaron inútilmente hasta en el interior de la iglesia.194 Quizás el procesamiento de cinco galdenses en marzo de 1809 haya tenido que ver con estas alteraciones.195 Pero la nota común de casi todas ellas, con las lógicas salvedades antedichas del Puerto de La Orotava y Arrecife, será la salvaguardia de la vida y también de los bienes muebles e inmuebles. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1940 La moderación y la prudencia podrían ser los signos distintivos de la rebeldía aldeana de 1808, pese a las comprensibles exageraciones de Nava y Grimón al equipararla con la Revolución Francesa.196 Dos largas semanas esperaron sus promotores antes de ultimar todo el proceso, sin barruntos de exaltación desordenada ni soplos irascibles.197 Los avances paulatinos y básicamente dominicales se ajustaron a un guión de enorme templanza, orientado a doblegar las reservas que avivaba la represión del tumulto de 1786. El requisito de hacerse con las llaves de la Casa Nueva no supone desde luego un atributo de radicalidad, y las convocatorias sucesivas por grupos sugieren la propensión a eludir aglomeraciones incontroladas.198 También la apropiación exclusiva de la mitad del agua atañe a esta línea de mesura. Los ingredientes sediciosos vinieron neutralizados de manera eficaz por la cobertura atribuida al Permanente, bajo cuyos auspicios (reales o imaginarios) actuaban en todo momento.199 Al pasar los días sin que la Audiencia o el gobernador de las armas dieran señales, aumentó la sensación de impunidad y el brío de los colonos soliviantados. Aquí la violencia sobre las cosas prácticamente se limitó a los cuidadosos saqueos y al derribo del escudo de armas del marquesado, con inequívoco valor simbólico.200 Y la ejercitada sobre las personas apenas tocó a los apremios sobre el caporal Antonio Almeida y al despido verbal del molinero de Arriba y sus dos ayudantes de Agaete; el alcalde no tuvo otra solución que contribuir a disgusto para no ser aislado de la comunidad. El adminículo ofensivo por antonomasia de algunos motines fue el garrote, casi siempre en calidad de instrumento persuasivo. Menos en la primera de sus revueltas, los amotinados en Teror se valieron invariablemente de los palos gruesos y fuertes; otro tanto hicieron los de Las Palmas, los de Güímar y a buen seguro también los de Guía en la búsqueda de Bento. Las armas blancas solo entraron en escena durante los asesinatos del Puerto de La Orotava y las de fuego en los momentos cenitales de la Guerra Chica y de las sacudidas con el duque del Parque, disparándose únicamente en Lanzarote. Los encubrimientos están registrados apenas en el cuarto levantamiento de Teror, cuando los revoltosos entraron en la Villa “disfrazados con montera calada” y entre el estrépito de caracoles.201 Las citaciones auriculares, como era costumbre, se efectuaron mediante estas conchas, que en todo momento atronaron en los alrededores y en el interior de esta localidad. En ella también sería de uso común la caja o tambor en manos de la alcaldía real, el método rutinario de emplazar a las Milicias Provinciales que prevaleció en la Guerra Chica y en los trajines del duque del Parque. Sin embargo, el arbitrio oficial pesó por norma bastante menos que el no autorizado, y los caracoles disfrutaron de una clara predilección. De los otros instrumentos más corrientes en los reclamos populares, las campanas, apenas se descubren en La Aldea y en Teror indicios menores.202 Una represión muy dispar En ningún otro lapso del Ochocientos, aunque fuera de más duración, la justicia procesó en Canarias a tanta gente por conflictividad social y política como en el de 1808-1811. La proporción de los encausados, empero, habría sido muchísimo más alta si los jueces hubieran sido más estrictos y las autoridades superiores no tan magnánimas. Que sepamos, la insurrección de la isla redonda contra la Junta “Suprema” y los motines contra el duque del Parque en la picuda quedaron sin consecuencias penales de tipo alguno. En plena apoteosis absolutista, con la real orden de 28 de agosto de 1816 perdonó Fernando VII a los naturales de Lanzarote “por los excesos cometidos, esperando de su lealtad que no se volverán a repetir bajo ningún pretexto”;203 el rey pudo ser generoso frente a unos súbditos que jamás impugnaron ni uno de los fundamentos del Antiguo Régimen. Los magistrados no aplicaron igual rasero a las usurpaciones de tierras en Gran Canaria, pues la benignidad en La Aldea de Los años febriles: Canarias en crisis… 1941 San Nicolás contrastó con el rigor proporcional en Guía y Moya. Las repetidas alteraciones del orden en Teror, única oportunidad en que se aplicó en la isla el uso de fuerza armada, terminaron en condenas relativamente suaves. A Tenerife le correspondió el trago más amargo, imponiéndose durísimas penas de cárcel a los procesados de Güímar y del Puerto de la Cruz; pero no a los de la Villa de La Orotava, que salieron indemnes. El liberalismo castigó con previsible severidad a los segundos y el absolutismo haría lo propio y de manera igualmente imaginable con los primeros. Los ocupantes de la hacienda de La Aldea de San Nicolás disfrutaron muy poco tiempo de sus conquistas. La Audiencia resolvió, por decreto de 15 de noviembre de 1808, que fuesen devueltas todas las fincas al marqués de Villanueva del Prado, “absteniéndose sus vecinos de cometer las tropelías, vejaciones y perjuicios que han causado y resultan ya de las diligencias practicadas”, con apercibimiento de imponer “graves penas” en caso de reincidir. La fuerte invectiva no llevó parejos efectos punitivos, y los magistrados tuvieron a bien recomendar “los medios legales” a quienes aducían derechos sobre aquellas tierras.204 Cabe proponer que la solidaridad frente al mortal enemigo de las élites grancanarias favoreció entre los jueces un trato muy benigno. Al año siguiente se reanudará el pleito que ventiló en contra de los aldeanos la sentencia definitiva de 16 de octubre de 1817, tras paralizarse los autos un trienio.205 El 9 de septiembre de 1818 fue desestimada la apelación interpuesta por el concejo y la vecindad ante la Real Audiencia de Sevilla.206 Muy distinto resultó el proceder del Tribunal Superior ante los usurpadores de la Montaña de Doramas, ya condenados de mancomún en costas desde el 27 de febrero de 1809.207 A siete de los invasores de Guía los detuvo en Las Palmas el alcalde mayor Juan Bayle Obregón, enviándolos al presidio de Santa Cruz de Tenerife.208 Y pese al abandono de las suertes ocupadas por sus compañeros de Moya, que en junta imploraron el perdón del tribunal, en febrero y marzo de 1810 estaban tres de ellos en la cárcel real de Las Palmas y otros tantos retenidos en la ciudad y sus arrabales;209 dos de ellos acabaron también en la prisión santacrucera.210 La causa de oficio contra 145 súbditos de ambas demarcaciones, por roturar y plantar en aquellos baldíos “con reincidencia, desacato y desprecio a las autoridades lexítimas”, culminó por fin el 3 de septiembre de aquel año.211 A la vista de los autos remitidos en consulta por la alcaldía mayor, la Sala rebajó las multas impuestas a los tres conjuntos de procesados (véase supra, cuadro II). Prescindiendo de los nueve que sufrieron cárcel, las sanciones pecuniarias de 136 individuos ascendieron a un valor global de 48.180 rvon. Entre los de Guía del último y más numeroso sector, penados con 30 ducados cada uno y en costas mancomunadamente, se encuentran 13 de los firmantes del mencionado poder del 20 de abril de 1807; en Moya registramos al menos los nombres de tres personas ya condenadas el 22 de enero de 1808. El sumario por el “tumulto y asonada de caracoles” de Guía contra la exacción de las multas se puso en marcha el 1 de diciembre de 1810 y quedó sentenciado por la Audiencia entre el 15 de julio y el 22 de agosto de 1812. Uno de los multados de septiembre de 1810, Felipe Suárez, sufrió una larga temporada de prisión en Las Palmas, pero el tribunal acogió el pronunciamiento del alcalde mayor y lo puso en libertad con restitución de sus bienes decomisados. La judicatura refrendó además las condenas por falsedad de siete testigos: José González Costero fue sentenciado a cumplir seis años de cárcel en los presidios de África, a disposición del gobernador de Cádiz, en tanto a otros seis se les destinó a trabajos durante un año en el muelle de San Telmo.212 Todos debían indemnizar mancomunadamente por daños y perjuicios a Suárez, además de cubrir las costas. Si bien esta última pena sería la única que contempló la alcaldía mayor para el alcalde real interino Bento y sus “acompañados”, la XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1942 Audiencia decidió primero trasladar a la fiscalía la vindicta pública y después castigó a los siete reos en costas y multa de 1.500 ducados (16.500 rvon.) en mancomún.213 De los 14 penados en definitiva, ocho al menos eran reincidentes por los procesos de las ocupaciones de la Montaña.214 Acabar con los levantamientos de Teror iba a requerir un despliegue militar y civil por parte del Cabildo General Permanente. A la medianoche del 15 de diciembre de 1808 se puso en camino una expedición encabezada por el alcalde mayor y cinco cabildantes de la ciudad.215 La integraron dos compañías de granaderos con sus oficialidades respectivas, al mando del capitán y regidor Juan María de León y Romero, en funciones de comandante. Junto al contingente militar iban paisanos de Arucas dirigidos por la alcaldía y otros civiles de Las Palmas y de Telde.216 Aquel cuerpo de ejército, con casi medio millar de hombres, extinguió el espíritu levantisco que reinó en buena parte de la comarca desde septiembre. Después de algunas peripecias, Bayle Obregón retornó a Las Palmas el día 19 con 34 apresados, 19 hombres y ocho mujeres de Teror y siete hombres de Valleseco, agregándose a éstos dos hermanos que se entregarían antes de las 24 horas. A este colectivo de 36 prójimos tendríamos que añadir el par de dirigentes ya recluidos en Las Palmas: Antonio Herrera y su tío el teniente Cárdenes. La nómina de los interrogados por Bayle hasta el 28 de febrero abarcó 14 hombres y una mujer de Teror y ocho hombres de Valleseco, además de otro cuyo nombre y vecindad no figuran y que estaba encarcelado. Este grupo de 24 personas implica que bastantes de los aprehendidos por el comandante León en Teror y Valleseco quedaron en libertad muy pronto.217 Los autores que nos han precedido en el estudio de estos amotinamientos aseguran, sin más, que a todos los capturados en la parroquia se los liberó al poco con la exclusiva obligación de satisfacer los gastos de la tropa y del paisanaje que subieron a Teror.218 La cuenta aprobada el 19 de enero de 1809 por el Cabildo General Permanente ascendió a 7.500 rvon., acordando el instituto que tal débito fuera exigido a quienes resultasen reos en la causa.219 El movimiento campesino más prolongado del período en la isla no llegó hasta la Audiencia, agotándose en el estadio de la alcaldía mayor y extinguiéndose con la tolerancia cabildista, proyectada en el exclusivo abono de los costes de la expedición. Como las indagatorias con el segmento realmente encausado no concluirán hasta el 28 de febrero, el período de retención tuvo que ser más largo, aunque el sumario de Teror siguió su curso. El 11 de mayo sobrevino el encarcelamiento de Agustín Guerra y tres de sus hijos. Es muy curioso que el cuñado del párroco y su prole escaparan de la correría cívico-militar. Los Guerra dispusieron obviamente de notables protectores, como se deduce con solo atender a quien terció de fiador.220 La represión de los brutales episodios del Puerto de La Orotava dejó un saldo mucho más duro de lo que se ha sugerido. El 8 de marzo de 1810 reaccionó la “gente visible y honrada”, que fue “armada secretamente” bajo las directrices del alcalde real Rafael Pereira. Con el pretexto de publicar un bando, se convocó a la vecindad en la plaza del Charco y allí pasó a prenderse a varios de los hipotéticos responsables. A las pocas horas llegaron los 80 militares que el comandante general Luján envió a las órdenes del mariscal de campo José Tomás de Armiaga, futura víctima de la fiebre amarilla.221 En la Villa hubo también algunas detenciones, involucrando entre otros a los adalides campesinos Narciso Quintero y Luis López.222 Mas la justicia no procesó a ninguno de estos últimos dirigentes, como tampoco al fraile José Vasconcelos o al sargento Agustín Hernández.223 Los únicos encartados en la cabecera del distrito serían los estudiantes Domingo Curras y Domingo de Lugo. Todos los demás eran habitantes del Puerto y el conjunto sufrió reclusión en el Castillo de Paso Alto y Los años febriles: Canarias en crisis… 1943 otras fortalezas de Santa Cruz. Allí fallecieron a consecuencia de la fiebre cuatro de los primeros involucrados según todas las acotaciones: el carnicero Nicolás del Rosario, el tabernero Francisco Rubín de Celis, el oficial de albañil Domingo Abreu y el palmero Luis Aday. Es muy probable que dentro del cuarteto estuviesen los culpables de los crímenes y candidatos a la horca, patíbulo que tanto echó de menos el comentarista Álvarez Rixo.224 Los autos criminales de oficio contra los principales reos por “los alborotos, asecinatos, desovediencias y falta de respeto a las Autoridades” entre el 5 y el 8 de marzo de 1810, traídos a la Audiencia el 27 de diciembre de 1811, concluyeron en las sentencias del 1 de junio de 1812 y del 16 de marzo de 1813.225 La Sala condenó por ellas a 55 hombres y una mujer a penas variopintas. Los cinco penados con cárcel, cuatro en el presidio de Ceuta y uno en la plaza de Santa Cruz, sumaron 46 años de prisión, mientras la exclusiva fémina fue sentenciada a cumplir un lustro de reclusión en la Casa de Recogidas de Cádiz. Hasta 35 serían condenados a un total de 314 años de servicios en los Ejércitos de Su Majestad o en los bajeles de la Real Armada, milicianos y marineros en buena medida. El número de estos 41 máximos inculpados habría sido evidentemente mayor de no haber muerto entre rejas los cuatro referidos, cuyas sanciones en la cuarta parte de las costas debieron abonar sus familiares directos. A otros tantos se les dejó libres tras el primer fallo, por estimarse suficiente el castigo de los dos años y tres meses que tuvieron de cautividad. Por último, siete no sufrieron más que destierros a cinco leguas del Puerto de La Orotava. CUADRO V: CONDENADOS POR LOS MOTINES DEL PUERTO DE LA OROTAVA (1812 Y 1813) CONDENAS NOMBRES Diez años de cárcel en el presidio de Ceuta José Narciso, (a) Lagaña, oficial de tonelero José Carrera, (a) Maraña Pedro Rodríguez, artillero Ocho años de cárcel en el presidio de Ceuta Jacinto Padrón, (a) Cafur Diez años de servicio en los Ejércitos de Su Majestad Domingo Antonio de la Cruz, (a) El Guindo Domingo Curras, estudiante Juan Padrón Espinosa, cabo de Milicias Andrés Abreu Rafael Abreu, albañil Domingo Hernández, (a) El Jayo Domingo Barbusano Gregorio Delgado, (a) El Tanguero Antonio Álvarez Antonio González, (a) San Juan Dormido Domingo Ferrais, cabo de Milicias Felipe Bienes Domingo Abreu Camino Cristóbal Abreu, miliciano Antonio de Fuentes Diez años de servicio en los bajeles de la Real Armada Benito Rodríguez Pedro González, El Herrero XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1944 Ocho años de servicio en los Ejércitos de Su Majestad Juan García, (a) Correa Nicolás Hernández Santos Cristóbal González Guanche Ramón Cordobés, artillero Francisco Gómez Pimienta Antonio Pérez, (a) Buchito Marcial Eugenio José Ramos de Ocampo, (a) El Canario José de León Andrés Lorenzo Barreto, (a) Gato de Bodega Cristóbal Delgado Manuel Báez, (a) Ambuja Juan Nepomuceno Torres Juan Antonio Carrillo José Perera, (a) Tranquita Ocho años de servicio de los bajeles de la Real Armada Nicolás Padrón, (a) Sorrocloco Francisco González, (a) Picado Antonio Hernández, (a) El Blanco Ocho años de cárcel en la plaza de Santa Cruz de Tenerife Juan Martín Español Cinco años de reclusión en la Casa de Recogidas de Cádiz Rosa Betancourt, (a) La Bubango Destierro a cinco leguas del Puerto de La Orotava Domingo de Lugo, estudiante Mateo Méndez, (a) El Manco Juan de Orta Marcelino de Diego, marinero Francisco Miranda, arquero Juan Medina Pascual Delcas Reos difuntos, condenados mancomunadamente a pagar la cuarta parte de las costas hasta el 1 de junio de 1812 Nicolás del Rosario, carnicero Domingo Abreu, oficial de albañil Francisco Rubín de Celis, (a) El Curro, tabernero Luis Aday, (a) El Palmero Declarados el 1 de junio de 1812 con pena suficiente por la prisión sufrida José Abreu Patricio de Abreu Camino, albañil Manuel A
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Título y subtítulo | Los años febriles: Canarias en crisis (1808-1812) |
Autor principal | Millares Cantero, Agustín |
Publicación fuente | XVIII Coloquio Historia canario - americana |
Numeración | Coloquio 18 |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2008 |
Páginas | pp. 1911-1964 |
Materias | Congreso ; Historia ; Canarias ; América ; Epidemia ; Siglo 19 |
Enlaces relacionados | http://coloquioscanariasamerica.casadecolon.com/ |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Texto | 1911 LOS AÑOS FEBRILES: CANARIAS EN CRISIS (1808-1812) Agustín Millares Cantero El trienio largo que discurrió entre el verano de 1808 y el invierno de 1812 fue uno de los períodos más convulsos del Ochocientos en Canarias. Una buena parte del mismo estuvo marcado por la fiebre amarilla que afectó a sus tres principales puertos, epidemia que intermitentemente los azotó desde octubre de 1810 a febrero de 1812. Junto a las importantes pérdidas humanas, la atroz enfermedad trajo consigo repercusiones devastadoras que por varios meses dañaron la vida urbana en diversos órdenes. Los asientos de la Comandancia General y de la Real Audiencia, dos de los tres núcleos más poblados de las Islas, permanecieron durante año y medio incursos en una situación harto peliaguda. El vómito prieto vino precedido, no obstante, por otras “fiebres” que agravaron los problemas de una etapa donde hubo abundantes tensiones. La irrupción del problema canario en su vertiente contemporánea, el mal llamado pleito insular, provocó una serie de crisis políticas que van a incidir sobre el futuro a través de las pugnas de capitalidad, desatándose las luchas por la hegemonía en la nueva provincia. Los conflictos sociales por tierras y aguas o por el control de una isla o sobre todas ellas revelaron tanto el malestar campesino al amanecer la quiebra del Antiguo Régimen como las segmentaciones entre las élites dominantes. Y todos estos fenómenos tuvieron lugar en medio de ciertas dificultades económicas, singularizadas ante todo por los apuros de la agricultura policultivista y un curso no tan boyante del subsector de exportación, que contradice la visión de efímera prosperidad descrita por algunos.1 Si el archipiélago pudo considerarse una retaguardia eventual para las fuerzas patrióticas en los instantes más dramáticos de la Guerra de Independencia, sin duda representó una zona conflictiva, relativamente insegura y mal avenida. FIEBRE AMARILLA EN LOS PUERTOS CENTRALES La fiebre amarilla de 1810-1812 fue el primero de estos ataques que sufrió el archipiélago durante el siglo XIX, pero también el más grave y el único que ocurrió en un trecho marcado por circunstancias harto problemáticas. El contagio llegó a Santa Cruz de Tenerife en los primeros días de octubre de 1810, procedente de Gibraltar y a partir del foco de Cádiz, traída desde este último emporio por uno o dos de los buques correos.2 Álvarez Rixo, sin embargo, consideró que “la opinión más válida” atribuyó las culpas a una fragata venida de Veracruz y La Habana a la consignación de la empresa Cólogan, la cual había arribado el 21 de septiembre.3 En su tesis doctoral escrita en latín e impresa en Edimburgo, el médico tinerfeño Nicolás Béthencourt comentó empero “que el agente transmisor fue un niño de diez años infectado al salir de Cádiz y desembarcado en el puerto de Santa Cruz”.4 Sea como fuere, existió coincidencia en admitir que hubo casos de esta enfermedad desde un par de meses antes de tal fecha, aunque el primero reconocido por los médicos dató del 12 de octubre. Las autoridades sanitarias perdieron un tiempo precioso sin adoptar las iniciales medidas de protección, haciéndolo cuando ya el llamado vómito prieto alcanzaba un nivel imparable.5 Las fumigaciones se realizaron a deshora y con múltiples ataduras.6 Es muy revelador que el III vizconde de Buen Paso negara al principio la existencia del mal y únicamente lo admitiese al producir cientos de víctimas, convirtiéndose él mismo en una de las tempraneras.7 El Cabildo de La Laguna ordenó establecer un cordón sanitario, provisto de sus oportunos resguardos castrenses, desde el 18 de octubre de 1810. Los puntos de vigilancia fueron XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1912 situados en El Molino y El Bufadero, respectivamente en el camino que subía hasta La Laguna y por el lado de San Andrés. La incomunicación forzosa generó tensiones con la capital insular y, como afirman León y Cioranescu, produjo entre los santacruceros una impresión de claustrofobia y la escasez y carestía de los víveres.8 Casi un 55 por 100 de la población abandonó la villa al declararse el mal, y de los 3.142 habitantes que oficialmente permanecieron en ella enfermaron hasta 2.642 a raíz del primitivo brote, es decir, el 84 por 100.9 Los fallecimientos alcanzaron las 1.332 personas, la mitad de los dolientes y el 42 por 100 de los que no pudieron salir por motivos disímiles.10 En el Puerto de La Orotava, expuesto por norma a las infecciones santacruceras, hubo apenas unos pocos contagiados entre finales de noviembre y principios de diciembre de 1810.11 Si bien la Junta de Sanidad de Santa Cruz dio por extinguido el primer embate de la epidemia desde el 26 de enero de 1811, el cordón se mantuvo hasta el 1 de abril, suprimiéndolo una orden del comandante general. Las disposiciones preventivas que adoptó la Junta de Sanidad en Las Palmas para evitar la infección resultaron a la postre inútiles.12 Antes de dos semanas la fiebre había invadido la capital de la isla redonda, por mediación de dos barcos de cabotaje que partieron de Santa Cruz el 18 de octubre de 1810 y anclaron en el sitio de Las Caletas de Gáldar. A los pocos días falleció uno de los pasajeros en la Cuesta de Silva y otro llevó la dolencia hasta el distrito urbano de Triana, donde hubo una mortalidad del 30 por 100 entre los primeros 70 afectados. Cuando la expresada Junta certificó el reconocimiento oficial de la enfermedad, a partir del diagnóstico de cuatro de los cinco médicos en ejercicio, estallaron protestas populares que muy pronto tuvieron el sostén de los círculos rectores. Los personajes de la Junta y los facultativos fueron objeto de una campaña adversa, a través de coplas satíricas y otras expresiones iracundas que envolvieron amenazas de muerte.13 Dicho instituto se vio forzado a permitir el derribo terminante de la empalizada de la calle de Travieso, ya demolida previamente por un sector del vecindario, al conocer la alocución tranquilizadora del comandante general. Varios de los galenos que lo integraban presentaron incluso su dimisión.14 Los testimonios disponibles apuntan a que Las Palmas fue el núcleo poblacional donde la fiebre provocó una mortandad proporcionalmente más crecida. El azote mórbido siguió en la ciudad un curso distinto al de la villa de Santa Cruz y todo sugiere que llegó a ser más intenso y dejó peores secuelas. Si arrancó con enorme malignidad en la segunda quincena de octubre de 1810, cuando la Junta de Sanidad certificó que sucumbieron hasta la mitad de los atacados, decreció a partir de febrero de 1811 y en esta situación persistiría hasta junio. El drástico descenso de la mortalidad espoleó al “partido” que negaba la existencia del vómito negro y propició el abandono de los cuidados preventivos. A bajar la guardia contribuyó, además, el informe evacuado por dos médicos santacruceros a quienes comisionó el comandante general al registrarse, en dicho mes, el óbito de un relojero ginebrino en la calle de Triana.15 Así las cosas, irrumpió la segunda y más devastadora embestida a mediados de julio, escribiendo el capitán Romero y Ceballos que “en fin de septiembre de 1811 ya estava toda la ciudad epidemiada con lamentable estado de muchísimos vesinos”.16 Por no haberse aislado los focos de aquel barrio y del de San Nicolás, desde ellos se propagó la calamidad con enorme saña, favorecida por los bochornos estivales. Las autoridades y un gran número de moradores emprendieron el éxodo hacia otros puntos de la isla.17 A instancias del Cabildo secular y en contra de las recomendaciones médicas, señalando el peligro que representaban las aglomeraciones, el 29 de agosto llegó desde Teror la imagen de la Virgen del Pino. El recurso espiritual sirvió de muy poco.18 Los años febriles: Canarias en crisis… 1913 La cuantía de los fallecimientos diarios en Las Palmas osciló de 20 a 25 entre finales de agosto y principios de septiembre, conforme a las estimaciones del doctor Chil que consigna Bosch Millares.19 A su vez, Romero y Ceballos asegura que en un solo día llegaron a reunirse “hasta secenta cadáveres”. En las barriadas más humildes, de peores condiciones profilácticas, se registró la mayor siniestralidad, pero la devastación alcanzó igualmente a Vegueta. Afirma el propio Chil que más de la mitad del vecindario abandonaría la demarcación, estimando en 3.000 las personas que no lo hicieron. El autor de los Estudios, basándose en la nota elaborada por el presbítero colector Juan de Castro, anotó igualmente un total de 2.055 defunciones entre el 10 de agosto de 1811 y el 22 de febrero de 1812, lo que supone una cuarta parte del contingente demográfico de la ciudad.20 Los meses de septiembre y octubre concentraron el 75,8 por 100 de los fallecimientos y la tasa bruta de mortalidad sería de ¡216,7 por 100!21 Dentro de las víctimas figuraron unos 300 prisioneros franceses capturados en la batalla de Bailén, que según Chil habían tenido un relevante papel en la lucha contra la grave patología, ocupándose en atender las viviendas de muchos de los que huyeron. No parece aventurado afirmar que los decesos globales, desde la inicial acometida de octubre de 1810, rondaran al menos un tercio de los palmenses.22 El impacto de la epidemia en las demás jurisdicciones grancanarias quedó muy reducido, a pesar de la temeraria política que impusieron los mandos de la capital insular. Donde único parece que revistió especial gravedad fue en el término de Santa María de Guía, contaminado por una mujer que salió de Las Palmas provista de su correspondiente pasaporte.23 La ausencia de tempranas y drásticas medidas de contención en el verano de 1811, sin embargo, estuvo a punto de generar una catástrofe. A solicitud del síndico personero de Telde, la alcaldía convocó una junta el 21 de agosto que decidió el establecimiento de un cordón sanitario, mas se levantó al punto por mandato expreso del corregidor y del gobernador de las armas capitalino. Hasta el 2 de septiembre no autorizó el comandante general el acordonamiento de Agaete y del resto de las poblaciones norteñas, disposición generalizada enseguida a todo el territorio insular y que no llegó a materializarse, fuera de las comarcas septentrionales, por faltar las oportunas notificaciones. La libertad de movimientos extendió la fiebre por casi todos los pueblos de la isla, y solo entonces la movilización popular impuso en Telde la reapertura del cordón. Al implantarse idéntica medida en la totalidad de las circunscripciones, en Las Palmas se hizo notar la escasez de alimentos y hasta los rigores del hambre.24 El 16 de diciembre, por fin, el Cabildo aprobó y difundió un reglamento con enérgicas instrucciones para combatir la extensión del virus, que muy tardíamente implantó las puntuales observancias propias de toda cuarentena.25 La calentura reapareció en Santa Cruz de Tenerife al mediar septiembre de 1811 y el día 18 se contaban ya 38 enfermos, procediéndose a su traslado fuera de la localidad y a la desinfección de sus residencias. Una mujer procedente de Gran Canaria, en opinión de Chil, la reimplantó en la villa después de siete meses y medio de práctica normalidad, volviendo al punto originario en un efecto de búmeran.26 El acordonamiento quedó restablecido a partir del 21 de septiembre y la Junta de Sanidad, prudentemente cobijada en Geneto, determinó el cierre portuario frente a las quejas de la municipalidad y de los comerciantes.27 En esta ocasión, el ataque de la plaga será bastante más benigno. A pesar de contaminar a 4.000 de los 5.000 pobladores que seguían en la villa, apenas dejó entre 225 y 290 óbitos según las fuentes disponibles.28 Los peores resultados se los llevó ahora el Puerto de La Orotava, pues a pesar de haberse restablecido los cordones de Santa Cruz desde el 21 de septiembre, no tuvieron la misma efectividad que en la fase anterior.29 En dicho enclave septentrional, la fiebre provocó un total de 680 bajas desde el 4 de octubre de 1811 hasta el 3 de febrero de 1812, conforme a las noticias recopiladas por Álvarez Rixo.30 Del padrón vecinal extractado por este autor, XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1914 resulta que de las 3.142 personas que estuvieron allí acordonadas, padecieron el vómito 2.642, el 84 por 100. El patético cuadro que se nos presenta es muy indicativo de las angustias imperantes.31 Aunque los datos sobre el número de víctimas no son completos, en Las Palmas se ha hablado con plena legitimidad de “catástrofe” demográfica por el número y gravedad de los contagios padecidos.32 La fiebre amarilla no deparó una crisis de mortalidad general en todo el archipiélago, mas en Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de La Orotava puede también calificarse de epidemia “negra”. El primer emporio mercantil de Canarias y su centro militar perdió, en poco más de un año, alrededor de 1.600 efectivos, más de una quinta parte de los vecinos y residentes o transeúntes; en el otro centro mercantil de la isla picuda, el quebranto poblacional fue ligeramente inferior en términos relativos. Los mayores enclaves marítimos de Canarias se vieron expuestos, durante casi un año y medio, a un estado de absoluta anormalidad que repercutió muy negativamente en el tráfico naval y en las actividades comerciales.33 El exterminio de unas 4.300-5.000 almas en los tres puertos, sobre una población conjunta que giró en torno a los 20.000 habitantes, ya constituyó un fuerte golpe de trágicas consecuencias.34 La huida circunstancial de una estimable porción de sus vecindarios las agravó mucho, desarbolando buena parte de las estructuras mercantiles y repercutiendo muy negativamente sobre los dispositivos militares.35 Las cuarentenas que afectaron a las naves de origen tinerfeño o grancanario produjeron, claro está, estorbos en el abastecimiento de las demás islas.36 Y los embates de la fiebre coincidieron con dificultades para uno de los subsectores de nuestra economía agraria. EL CANTO DEL CISNE DE UN MODELO ECONÓMICO El paréntesis de la Guerra de Independencia supuso para algunas voces un intervalo esplendoroso en las exportaciones de vino y de barrilla y el comercio exterior en general. Una Memoria de 1831 señaló que el Bloqueo Continental napoleónico había sido muy próspero para esos cultivos dominantes, al impedir el acceso al mercado británico de nuestros grandes competidores, los caldos lusitanos y andaluces y las barrillas sicilianas y levantinas.37 Esta visión tan amable hizo posible la alusión al canto del cisne que experimentó por entonces la economía insular del Antiguo Régimen. Los años de la coyuntura bélica fueron interpretados como una etapa de felicidad para las Islas, dando pie a una efímera recuperación económica. La marina británica, inmersa en un extraordinario crecimiento para contrarrestar la política de Napoleón, se transformó en consumidora notable de los vinos isleños, afectados por una profunda decadencia a lo largo de la centuria ilustrada.38 El VI marqués de Villanueva del Prado, en un informe de 1815, asegura que los comerciantes firmaron por aquí contratos ventajosísimos con el gobierno londinense. Los precios aumentaron de forma considerable gracias al suministro de tales escuadras: si la pipa se abonaba a 555 rvon. en 1799, en 1811 alcanzó los 1.100 y al año siguiente osciló entre los 1.200-1.500.39 En cuanto a la barrilla, las dificultades de los centros productores de Europa para cubrir la demanda británica favorecieron enormemente su laboreo y exportación.40 A mi entender, es preciso introducir ciertas matizaciones en tal esquema al interponer otros factores de signo contrario.41 La etapa no representó un todo homogéneo desde el ángulo económico. En su transcurso se alternaron momentos de bonanzas con crisis transitorias, coexistencia que le dio una fisonomía abigarrada y harto singular. Aparte del negativo impacto de la fiebre amarilla sobre el entramado mercantil, las dificultades procedieron de varios frentes: el corte de las relaciones comerciales con la Península y en especial con las plazas del litoral mediterráneo; la contracción de los intercambios con las colonias americanas al estallar los Los años febriles: Canarias en crisis… 1915 pronunciamientos independentistas de 1810, que al propagarse y ganar envergadura acabaron por imponer una merma del numerario circulante; los tradicionales agobios de la agricultura policultivista en los graneros isleños, con las exiguas cosechas de cebada y de trigo que hubo entre 1811-1812 en Lanzarote y en Fuerteventura, obligando a masivas importaciones de granos oriundas sobre todo de los Estados Unidos; o el cierre momentáneo de los puertos de las Indias occidentales británicas en 1812 y la subsiguiente atonía exportadora que trajo consigo la guerra anglo-norteamericana de 1812-1814.42 Si valoramos en su justa medida todas estas circunstancias, la imagen que obtenemos del período ya no resulta tan ventajosa. Los elementos negativos gravitaron incluso sobre la agricultura exportadora, a despecho de las valoraciones optimistas que adujo la expresada Memoria de 1831. En propiedad, la coyuntura bélica no reportó tan pingües ganancias para nuestros cultivos dominantes, o al menos distó de aportar tanto provecho como suele admitirse. La depreciación vitícola dio señales mucho antes de ser firmada la Segunda Paz de París en noviembre de 1815. De nuevo es el VI marqués de Villanueva del Prado quien nos advierte de que, desde tiempo atrás, las manipulaciones y el monopolio de facto ejercido por dos o tres firmas del Puerto de La Orotava bastaron para producir la drástica baja de las cotizaciones que se apreció en 1814 (“a la mitad y aún menos”), tendencia que al año siguiente devino en “escandalosa reducción”.43 A lo que parece, de 1813 en adelante, el precio de nuestros vinos estuvo inmerso en una línea descendente que será de larga duración, sin que las culpas deban atribuirse en exclusiva a las draconianas prácticas de los exportadores orotavenses o a otros factores internos. Es sabido que el Bloqueo Continental hizo aguas por múltiples flancos y que por ellos se coló la oferta vitícola lusitana en Londres o en Liverpool. La extraordinaria cosecha de aquel año en Tenerife generó aprietos a la hora de darle salida y hubo que recurrir a los despachos hacia La Habana.44 Por lo que concierne a la barrilla, los supuestos beneficios extraordinarios de la etapa parecen localizarse fundamentalmente en el bienio 1808-1809, cuando los precios londinenses experimentaron una notable progresión.45 En el verano de 1810, según todos los indicios, conquistaron su cota más alta. Y a partir de entonces sufrieron una baja sustancial que reportó serios quebrantos y sinsabores. Si en aquellos meses el quintal llegó a pagarse a 40 libras esterlinas, cayó a 26-27 en el otoño de 1814, después de pasar por 30 un año atrás. Durante el segundo semestre de 1811, los tratantes de los buques que traían regularmente millo a Tenerife desde las Antillas británicas se negaban a permutarlo por barrilla y solo aceptaban vino o dinero.46 A su depreciación inicial coadyuvaron poderosamente los negociantes estadounidenses interesados en la piedra, quienes hasta la beligerancia por el Canadá reexportaban al Reino Unido una parte de la que adquirían en Canarias. Los apuros del exportador santacrucero Escolar y Serrano, a la hora de colocar diversas partidas en la capital británica, son demostrativos de las contrariedades propias a la acumulación de stoks en tal mercado. La penosa suerte que corrieron los 5.309 quintales transportados en agosto de 1810 a bordo de la fragata española Los Tres Amigos, vendidos en Londres tres años más tarde a un precio muy inferior al calculado por los especuladores incursos en la operación, dista de ser un episodio aislado y está debidamente contrastado como exponente de una tendencia general.47 El origen fundamental de todo ello estribó en las repulsas napoleónicas a conceder nuevas licencias de importación a los británicos en el continente. Las fábricas inglesas de jabones, velas o vidrios, que eran las que al fin se interesaban por la barrilla, vendían parte de su producción en Francia, Holanda u otros países europeos. Al recortárseles esta posibilidad frenaron las compras, y el acumulo de grandes existencias condujo a una baja de las cotizaciones. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1916 Fuente: véase nota 47. El temprano reflujo de la demanda británica de barrilla entre 1810-1812, al que se sumarían la contracción de los intercambios con los Estados Unidos en 1812-1814 y la depreciación de los vinos durante casi el mismo trecho, no iban a ser sin embargo los únicos reveses de la supuesta época dorada. Ya indicamos que el circunstancial triunfo de los movimientos secesionistas en la América española a partir de 1810, hasta que la metrópoli logró restaurar parcialmente en régimen colonial en 1815-1817, arrojó para las Islas un saldo muy desfavorable. Nava y Grimón es terminante en este punto.48 El cuatrienio 1811-1815 coincidió con una atonía del comercio canario-americano y con algo mucho más pernicioso, avizorado desde que España se convirtió en aliada del Reino Unido: la relación comercial directa de los británicos con las referidas colonias, dispuesta antes por los españoles y extendida después a otros países por los criollos insurrectos.49 Es de presumir que la función de Canarias como estación de tránsito para las manufacturas textiles y las harinas del extranjero, tan sobresaliente a lo largo de nuestra historia, haya dado muestras de resquebrajarse sin esperar a la llamada Emancipación. El tráfico con la Península y la circulación de productos coloniales se interrumpieron prácticamente y el contrabando perdió así muchas de sus apoyaturas. Una vez bloqueadas las remesas indianas, la escasez de numerario circulante impuso su ley. Las sequías aportaron sus típicos aprietos para el subsector policultivista de nuestra agricultura entre 1811-1812, aunque hicieron acto de presencia en determinadas regiones con antelación. El otoño de 1808 y el invierno de 1809 fue extremadamente seco en las costas de Gran Canaria y la cosecha de este año en la isla resultó “una de las más escasas que se han esperimentado mucho tiempo ha”; el panorama se repitió en 1810-1811, “por lo que se retardó más de lo regular” la extinción de la fiebre amarilla.50 La falta de cereales se experimentó en el Puerto de la Cruz a lo largo de 1809 al decir de Álvarez Rixo.51 Incluso el ilustre orotavense, quien al hablar de la bonanza vitícola de los años iniciales señaló que Tenerife “debiera estar empedrada de oro y plata”, tuvo que admitir un punto negro en aquella esplendorosa coyuntura: la escasez de granos, que obligó a verificar considerables Los años febriles: Canarias en crisis… 1917 importaciones desde Madeira en dicho bienio. Más de sesenta buques foráneos anclarían en el Puerto de La Orotava durante 1811, a despecho de la fiebre amarilla; pues “los intereses superaban el riezgo”, anota el ocurrente escritor. En particular se trató de embarcaciones estadounidenses con harinas, millos y otros comestibles, “que a no haber sido por este ausilio habría perecido gran parte de la población de la ysla”.52 Sin embargo, tales suministros no tardaron en perder alcance, cuando la contienda de 1812-1814 redujo el trato con Londres y Boston. El encarecimiento de los artículos de primera necesidad alcanzó antes cotas muy encumbradas y a ello contribuyó otra desventura que llevaba casi tres décadas sin aparecer. Como las desgracias nunca vienen solas, en octubre de 1811 sobrevino una plaga de cigarra berberisca que abarcó todo el archipiélago y no pudo extinguirse hasta inicios de la primavera siguiente.53 El azote arrasó las tierras “con enjambres tan espesos y dilatados que ocultaban el sol”.54 En Gran Canaria ocasionó daños “tan grandes, qual jamás avían esperimentado los que están vibos y avían visto en otras ocasiones este insepto berverisco, ni tanta porción, así en ésta como en todas siete yslas”.55 La ruina de los pastizales redujo la cabaña ganadera a la mitad.56 Tanto Millares Torres como Chil indican que, al avanzar aquel fatídico año, las fanegas de trigo y de millo, cuyos precios ordinarios no llegaban en la isla redonda a los 40 rvon., oscilaban entre los 180-200 rvon.; el primero señaló que “el hambre empezaba ya a enseñorearse de la provincia”, refiriendo el segundo que los pobres apenas se alimentaban con hierbas y raíces.57 Y el coetáneo Romero aún asentó una carestía más encumbrada, subrayando que la fanega de trigo llegó hasta los 300 rvon. y la de millo a 210 rvon.58 En el mercado del Puerto de la Cruz, el precio medio de la fanega de trigo, que entre 1808-1810 se situó en 150 rvon., subió hasta los 210-225 entre 1811-1814; la libra de pan, por debajo de los 7 cuartos en condiciones normales, en enero de 1809 estaba en los 11 y en mayo de 1811 tocó los 14 cuartos.59 El fantasma de la hambruna planeó sobre los estómagos de muchos isleños en 1812 y para bastantes supuso una terrible realidad. A muchos majoreros y conejeros los forzó, de forma acostumbrada, a escapar hacia las islas centrales. Al Puerto de la Cruz arribaron “varios barcos” cargados de majoreros “huyendo de la escasez” del estío; la alcaldía ofició a la comandancia general para que no se les permitiera desembarcar, “por cuanto gravitaban sobre este pueblo únicamente, bastante fatigado ya en cuanto había sufrido por la epidemia y acordonamientos”.60 Familias enteras de Lanzarote y Fuerteventura vinieron a Gran Canaria “y se derramaron por los pueblos, porque la cosecha generalmente en todas siete yslas fue de las más escasas que se han visto, aviendo sido necesario para sembrar las tierras en el hi(n)bierno siguiente traer granos a mucha costa de fuera”. Cuando había fallado la recolección de trigo “y demás semillas menudas” por culpa de la langosta, tal afluencia agravó el infortunio de los grancanarios. En calles y plazas de “todos los diferentes pueblos” murieron algunos a causa “de enfermedades contraídas de la necesidad”.61 Desde el 12 de marzo, los ediles palmenses Isidoro Romero y Patricio Russell se habían dirigido al Cabildo de Lanzarote en busca de unos desesperados socorros para la isla, proclamando que de no venir en pocos días “casi será preciso, o el abandonarla, o morir todos a impulso de el hambre”.62 Los recuerdos de niñez del doctor Navarro y Pastrana guardaron las trágicas escenas de aquellos meses terribles.63 A principios de 1812 fue el Cabildo lanzaroteño el que apeló a las autoridades de Funchal para que les remitiesen algunas partidas de millo “con que mitigar en alguna parte la funesta escacés que estamos esperimentando”, y envió al ex alcalde Manuel José Álvarez con una goleta a este fin.64 La producción de granos en la isla durante el decenio 1806-1815 pone de relieve los expresados apuros del policultivo. Los cálculos que verificó su hacedor de rentas XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1918 decimales, el citado Francisco Cabrera y Ayala, proponen que hubo malas cosechas de granos (cebada, trigo y centeno) en tres años de la Guerra de Independencia: en 1809 y, sobre todo, en el bienio 1811-1812. Semejante contabilidad viene a sugerir que no exageraba mucho una Exposición de 1818, donde leemos que en un lustro era habitual encontrarse con una recolección buena, dos mediocres y otras dos tan insuficientes que se malograban incluso las semillas.65 Algo parecido aconteció, como puede verse, en el quinquenio 1808-1812, durante el cual las medias anuales de los tres productos fueron bastante inferiores a las que Escolar asignó al de 1800-1804.66 La dependencia del irregular régimen de lluvias prolongó en el siglo XIX las grandes crisis carenciales del XVIII: 1721, 1748-1749, 1762, 1771. El propio hacedor, escribiendo en septiembre de 1812, relacionaba la carestía de los cereales con la depreciación de la barrilla, mostrando con enorme lucidez el dilema ante el que se hallaban los agricultores conejeros.67 En una isla eminentemente de cebadales, este cereal servía tanto de pienso como de ingrediente para un gofio de pésima calidad con el que se alimentaba la mayoría de la población. CUADRO I: PRODUCCIÓN Y PRECIOS DE GRANOS EN LANZAROTE (1806-1815) AÑOS CEBADA TRIGO CENTENO Producción (fanegas) Precios (rvon.) Producción (fanegas) Precios (rvon.) Producción (fanegas) Precios (rvon.) 1806 73.215 42 13.963 84 4.904 60 1807 46.425 45 11.061 90 3.209 60 1808 152.546 30 26.747 60 5.715 45 1809 36.968 33 7.237 75 5.326 50 1810 168.362 33 32.615 75 5.858 50 1811 16.910 52 2.067 105 2.056 75 1812 34.108 65 6.435 150 2.024 120 1813 111.721 22 25.408 50 3.501 36 1814 140.285 15 27.358 40 10.796 22 1815 8.293 40 948 80 1.206 60 Fuente: Cuaderno de cuentas de Francisco Cabrera y Ayala, JAMC. El alza de los precios que se dio en Lanzarote durante el aciago bienio de 1811-1812 (con unas cotizaciones medias de 58,50 rvon. para la fanega de cebada, 127,50 para la de trigo y 97,50 para la de centeno), benefició exclusivamente a los pocos propietarios que disponían de grandes cantidades para vender, siendo muy perjudicial para los minifundistas y medianeros que distaron de cosechar lo suficiente para su mismo sostén, así como para los jornaleros y los consumidores urbanos de las capas populares. Amasar el gofio de cebada con el que alimentarse, aunque fuera a través de una nutrición de pésima calidad, tuvo que ser para el grueso de las familias lanzaroteñas un auténtico via crucis mientras el fantasma de la fiebre amarilla planeaba sobre sus cabezas. Por otra parte, la tendencia hacia la baja en los años de buenas cosechas no permitía una óptima capitalización entre aquellos campesinos con pocas tierras en propiedad, en arriendo o “a medias”, dejándolos sin recursos para afrontar los trances cíclicos. Este mismo fenómeno pesó incluso sobre la burguesía comercial o agraria, ya que los elevados importes de 1811-1812 no se impusieron en 1815, a pesar de las prácticas acaparadoras y especulativas. Los años febriles: Canarias en crisis… 1919 Índices de producción y precios de la cebada en Lanzarote (1806-1815). 1806: base 100. Fuente: véase cuadro I. Es seguro que el escenario de Lanzarote reflejó con bastante exactitud lo ocurrido en Fuerteventura, donde ya sabemos que también hubo en 1812 una importante emigración a Tenerife y Gran Canaria para huir del infortunio. Los meses de la fiebre amarilla en los grandes puertos insulares, así pues, coincidieron con uno de los mayores quebrantos de la producción cerealera entre 1806-1820.68 La situación de los tradicionales graneros de Canarias pasaría durante la Guerra de Independencia por las bruscas oscilaciones de siempre. Y las importaciones de choque, procedentes en su mayoría de los Estados Unidos, se vieron sin duda obstaculizadas por los efectos de la recurrente epidemia, diga lo que diga uno de nuestros más reputados cronistas decimonónicos. El vómito prieto, acompañado por la sequía y la langosta, transformaron en un infierno el tramo que discurrió entre finales de 1810 y principios de 1812. Las otras “fiebres” propagadas desde el verano de 1808 iban a recrudecer los malestares colectivos. No se equivocaba en su diagnóstico el tinerfeño que acudió a los castigos divinos para explicarse tanta fatalidad. DISPUTAS POR LA HEGEMONÍA POLÍTICA La invasión napoleónica de la Península Ibérica trajo consigo el orto del problema canario en la contemporaneidad.69 Los choques sobre la supremacía política en el archipiélago enfrentaron a las clases dominantes de Tenerife y Gran Canaria con un vigor hasta entonces ignoto. Bajo el pleito por la capitalidad entre La Laguna y Las Palmas, sin embargo, lo que estuvo ventilándose no fue más que la pugna entre dos formas distintas de asumir la fidelidad a Fernando VII y la defensa de la causa nacional frente al invasor. La gestada en la ciudad tinerfeña respondió en sustancia a los patrones comunes del movimiento juntero; la que tuvo por escenario a la grancanaria se reclamó respetuosa con los antiguos poderes antiguorregimentales. En ningún caso fue planteada abiertamente la doctrina de la reversión de la soberanía al pueblo. Sugerir en estas coordenadas una oposición entre absolutismo y liberalismo carece de soporte real, pues ambas opciones estaban al servicio de los intereses insulares en liza. Veamos las diferentes etapas por las que pasaron tales disensiones. Julio de 1808-julio de 1809: Junta Suprema de La Laguna vs Cabildo General Permanente de Gran Canaria El 8 de julio de 1808 tuvo lugar en Santa Cruz de Tenerife lo que Rumeu denominó “una pacífica cuartelada”, por la cual el teniente de rey Carlos O’Donnell y Anethan depuso al comandante general Fernando Cagigal de la Vega y Mac Swing, marqués de Casa Cagigal, quien había previsto la celebración de un cabildo único de todas las Islas en Las Palmas, al 0 50 100 150 200 250 1806 1808 1810 1812 1814 Producción Precios XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1920 calor de la Audiencia. Los espadones de la villa se brindaron gustosos a secundar las preces dominadoras de los privilegiados laguneros y de sus apéndices de la burguesía comercial de Santa Cruz y La Orotava, invocando la indecisión o el afrancesamiento de Cagigal. Un cabildo abierto verificado el día 11 en La Laguna acomodó la Junta Suprema que presidió el terrateniente jovellanista Alonso de Nava Grimón y Benítez de Lugo, VI marqués de Villanueva del Prado, imponiendo un “irritante desequilibrio” (Rumeu): 18 portavoces para Tenerife y apenas 5 para Gran Canaria, limitados a 2 en rigor porque los reservados al Cabildo eclesiástico y a la Audiencia eran strictu sensu “regionales”. Esta entidad de factura eminentemente tinerfeña envió a Gran Canaria al vocal y teniente coronel Juan Creagh y Plowes para que arrestara y sustituyese al gobernador de las armas Juan Verdugo y Albiturría Da-Pelo, hermano del obispo. La Audiencia limitó las atribuciones juntistas a Tenerife por auto del 1 de agosto, y el comandante general interino O’Donnell respondió haciendo detener y encarcelar en Santa Cruz al regente Juan Benito Hermosilla y al fiscal Juan Ramón Osés.70 La insurrección grancanaria contra los jerarcas tinerfeños, de la que hablaremos en el próximo apartado, se desarrolló el 1 de septiembre de 1808 durante un Cabildo general en Las Palmas. Tras declararse permanente, la entidad selló una alianza con la Audiencia, distribuyó cargos públicos entre sus leales y negó toda potestad a la Junta lagunera. El aislamiento de los impugnadores era, no obstante, casi total a esas alturas y será completo a partir del 10 de octubre. Al reprimir al Real Acuerdo y anular por casi mes y medio la reacción de la isla redonda, Nava y O’Donnell ganaron antes o después el sometimiento de las otras islas, no sin arrestar y/o deportar al gobernador de las armas de La Gomera y a los alcaldes mayores de Lanzarote y de La Palma. Salvo en El Hierro, en todas hubo juntas subalternas representadas en La Laguna, si bien el poderío nivariense fue más precario en las orientales, con importantes facciones pro-grancanarias.71 En el marco local, ninguna institución había reunido tantas prerrogativas como las que se adjudicó la Junta de 1808-1809, pero hemos de advertir que se trataron de atribuciones delegadas al convertirse esta en una de las tantas “provinciales” con subordinación a la Suprema de Sevilla.72 Las Instrucciones hispalenses del 19 de septiembre corroboran la total sujeción en que quedaron los tinerfeños en los ámbitos militar, jurídico, religioso, etc. Los forcejeos desatados entre octubre de 1808 y julio de 1809 por la Junta lagunera y el permanente grancanario, a fin de obtener el reconocimiento de la Central, terminaron en un impasse. En Sevilla y en Aranjuez compitieron José Murphy y Meade por aquella y los embajadores de este, el prebendado José Romero de Franchy y Luis de la Encina, obispo de Arequipa.73 Las pautas unificadoras de la Central supusieron un obstáculo para Tenerife. El reglamento del 1 de enero de 1809 redujo los atributos de los organismos locales, dejándolos en inferioridad respecto de las Audiencias. Frente a la indocilidad de los junteros, el Cabildo grancanario se autodisolvió el 22 de febrero en un ambiente de euforia. Un decreto del 6 de junio suprimió formalmente nuestra “Suprema”, prolongándose sus estertores hasta tener garantizada su reaparición. La cualidad del archipiélago como retaguardia y potencial refugio de los patriotas aconsejaba primar a la isla más poblada y asiento de la comandancia general.74 Julio de 1809-septiembre de 1810: las Juntas Provincial y de Presidencia La aplicación del referido decreto fue sectaria y muy provechosa para Tenerife. Nueve electores tenían que escoger al diputado isleño en la Central (dos por la Junta, dos por el permanente y uno por cada isla de las otras cinco), mas sería la “Suprema”, antes de separarse el 22 de julio, la que nominó a todos los últimos sacándolos de su plantel. El 5 de octubre de Los años febriles: Canarias en crisis… 1921 1809, con protestas grancanarias, resultó designado Alonso de Nava Grimón por semejante colegio electoral, dominado por los siete agentes de la entidad que presidió. Sin que se arbitraran entonces los canales de representación decretados, este fraude dio pie seguidamente a la circunstancial recuperación de la primacía tinerfeña. Por reales órdenes del 30 y 31 de enero de 1810, la Central instituyó una Junta Provincial con los hombres que votaron al marqués y presidida por él mismo; ratificada por la Regencia el 4 de febrero, su constitución quedó señalada para el mes de junio.75 Un nuevo órgano de poder político-administrativo iba a tener su sede en La Laguna, reiterando la estela dominadora del verano de 1808. El 5 y el 27 de abril de 1810 se cruzaron antagónicas Exposiciones entre los síndicos personeros de Gran Canaria y Tenerife. Los Cabildos generales grancanarios del 30 de mayo y del 6 de septiembre, en los que Rumeu apreció por error inclinaciones separatistas de cepa americana, no persiguieron otra cosa que repeler esta flamante Junta non nata, auténtica “Suprema” bis, según los iguales parámetros que dieron vida al permanente. Con ellos se encararon el comandante general Ramón de Carvajal y Castañeda y la Real Audiencia.76 Sin el apoyo del tribunal, la causa grancanaria quedó ahora en una posición mucho más frágil. La principal cuestión en litigio por entonces era la elección de nuestros representantes en las próximas Cortes generales y extraordinarias, y la actitud de los grancanarios tuvo por objeto impedir una presumible exclusión de esta cámara, gemela a la que habían sufrido en la Central. El desiderátum de Villanueva del Prado radicó en establecer una Junta de Observación y Defensa en Tenerife, entre otras razones por sus incumbencias electorales. La Instrucción del 1 de enero de 1810, que atribuyó a Canarias tres diputados y un suplente, reguló para acometer los comicios unas Juntas de Presidencia de índole provincial, integradas aquí por el comandante general, el intendente, el regente, el obispo y los miembros de esa Junta de Observación y Defensa. Igual que había ocurrido con la Junta Provincial, para los jerarcas tinerfeños significaba un imperativo garantizarse el control de la Junta de Presidencia e instalarla en su isla a toda costa. Los resquemores de las fuerzas vivas grancanarias se manifestaron paladinamente en el señalado Cabildo abierto del 30 de mayo, que enfiló hacia las elecciones. De inmediato recomendó Nava y Grimón que la Junta de Presidencia radicase en Tenerife como signo de capitalidad y que la de Observación y Defensa se reclutara entre los vocales de la Provincial, abrazando su rectoría. Las seis islas representadas en ambas Juntas habrían de elegir dos diputados titulares y el auxiliar, lo cual equivalía a entregarlos a Tenerife, cediéndose a Gran Canaria el otro legislador. Las recomendaciones en firme del vocal isleño en la Junta Central, por último, pasaron a la Instrucción específica de febrero que modificó las reglas electorales, estableciéndose dos Juntas de Presidencia, un cuarto representante y un segundo suplente. La Junta de Tenerife, reunida en La Laguna, debía elegir los dos diputados del corregimiento de Tenerife-La Palma y el titular y el sustituto de las cuatro islas menores; la de Gran Canaria, desde Las Palmas, haría lo propio con el diputado y el suplente de esta isla, la cual persistió en la clausura que buscaba el marqués.77 El Cabildo ordinario de Gran Canaria, enfrentándose a Carvajal y a la Audiencia, puso en marcha el 19 de septiembre los mecanismos irregulares que dieron el acta efectiva al guiense Pedro José Gordillo y Ramos, rector del Sagrario de la Catedral, y la otra al abogado José Vázquez de Figueroa, ambos destacadas celebridades del permanente. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1922 Septiembre de 1810-noviembre de 1811: los debates en las Cortes de Cádiz y la segunda Junta Provincial La entrada de Gordillo en las Cortes desde el 4 de diciembre de 1810, estando incomunicada Santa Cruz de Tenerife por la epidemia de fiebre amarilla, sembró enorme inquietud en La Laguna. Desde mayo hubo juntas de parroquia y de partido en Tenerife y en La Palma, pero las elecciones se retrasaron hasta el 5 de enero de 1811. La Junta de Presidencia de La Laguna, en primera instancia, aupó por el corregimiento de aquellas islas al icodense y canónigo de la Colegiata del Salvador de Sevilla Santiago Key y Muñoz y al lagunero y capitán de fragata Pedro de Mesa Baulén, residentes en la Península. Los Ayuntamientos de Santa Cruz de Tenerife y de La Orotava rechazaron tajantemente esta nominación y consiguieron anularla.78 Tornó a repetirse la votación el 9 de junio y las actas pasaron esta vez al citado Key y al lagunero y funcionario del Crédito Público Fernando de Llarena y Franchi, ahijado de Nava y Grimón, quienes serían admitidos por las Cortes el 8 de septiembre. Desde el 2 de julio había culminado el proceso interior con la investidura de los congresistas por las islas menores: el gomero Antonio Ruiz de Padrón, abad de San Jorge de Villamartín de Valdeorras (Orense), llevando en la suplencia al majorero Agustín de Campos, abogado del Colegio de Las Palmas. Sin voz permanecieron en las Cortes de Cádiz, durante nueve meses, las islas que se habían plegado ante La Laguna en 1808. El lapso era suficiente como para que el religioso Gordillo, apodado el pájaro canario, intentara arrebatar a Tenerife el rango de “Isla Metrópoli”.79 El 15 de enero de 1811 obtuvo la aprobación de una Junta Provincial compuesta exclusivamente por vecinos grancanarios, demostración cabal de un sectarismo idéntico al de sus oponentes tinerfeños.80 Las Cortes tuvieron que retractarse y Gordillo volvió a la carga, alcanzando al menos la paridad de Gran Canaria con Tenerife según los términos del decreto de 6 de junio de 1809. A raíz del homónimo del 18 de marzo de 1811, con el reglamento provisional para el gobierno de las Juntas Provinciales, se dictó el de 7 de julio sobre la configuración del organismo correspondiente al archipiélago, fijando la elección de siete vocales en siete partidos y a razón de dos para Tenerife, dos para Gran Canaria y otros cinco repartidos en las demás islas.81 Aunque las actuaciones de los doceañistas canarios no tuvieron precisamente sus más importantes muestras en el pleito de capitalidad, las pujas asociadas al mismo llegaron a exhibirse en torno a la trilogía de una Sala de la Audiencia Territorial en Tenerife, una Universidad Literaria en La Laguna y un Obispado Nivariense para los occidentales.82 La segunda Junta Provincial corrió peor suerte que la primera: no pasó del papel, aunque contribuyó a que el último cuatrimestre de 1811 fuera muy enervante en Tenerife. Por real orden del 3 de mayo de 1810, reiterada por un real decreto del 7 de octubre, el Consejo de Regencia invistió de capitán general en comisión al teniente general Vicente de Cañas Portocarrero, duque del Parque Castrillo, para que reasumiera “en sí todas las jurisdicciones” y arreglara “algunas desavenencias”. La epidemia que sufría Santa Cruz de Tenerife le forzó a venir a Las Palmas, donde permaneció durante siete meses y medio, desde el 19 de diciembre de 1810 hasta el 3 de agosto de 1811, cuando la fiebre infectó esta ciudad. Hacía ya siglo y medio que los grancanarios no disfrutaban de la compañía tan larga de un “virrey” y sacaron tajada de ella al iniciarse las obras del muelle en la caleta de San Telmo. Los círculos dirigentes de la isla redonda creyeron haber conquistado a Cañas, sin intuir su proclividad tinerfeña.83 Más en concreto, se trataba de un alineamiento con La Laguna, una vez superados los malentendidos iniciales. El duque tenía que conectar mejor con los aristócratas de Villanueva del Prado que con los burgueses de la villa, y desdeñó las petitorias de esta para Los años febriles: Canarias en crisis… 1923 ser cabeza de partido, uno de los problemas que habían retrasado las elecciones a Cortes en Tenerife.84 El confuso affaire tinerfeño de Vicente de Cañas carece de explicación al margen del jollín capitalino. Las resoluciones que adoptó no pudieron ser simplemente las medidas extravagantes de un déspota alucinado, el cual, según León, “dicen que ya venía mal predispuesto para con los intereses santacruceros”. El duque tenía que instaurar la segunda Junta Provincial de Canarias; quiso reunirla en Tenerife, pero no en el sitial de la Comandancia sino en su capitalidad histórica. Los reajustes administrativos y hacendísticos que se le habían encomendado, poniendo énfasis en el azote de los contrabandistas, promovían inevitablemente una colisión con el funcionariado santacrucero, saldada con varias deportaciones a El Hierro antes incluso de afincarse en La Laguna el 19 de septiembre de 1811 al reaparecer la fiebre.85 Su remoción oficial a principios de agosto, dos meses después de pedirla él mismo, contentó a la asamblea santacrucera tanto como disgustó a los Cabildos de Tenerife y de Gran Canaria.86 Apremiado por una provisión de la Audiencia del 6 de noviembre, la corporación tinerfeña dejó en la estacada al duque antes de las demostraciones de fuerza que veremos en los disturbios públicos. Ya desde el día 17, aquella entidad había tomado juramento al teniente general Pedro Rodríguez de la Buria, nombrado por la Regencia desde el 6 de agosto y que llevaba mes y medio vagando por la isla con el indiviso cuidado de las burguesías de Santa Cruz y La Orotava. Noviembre de 1811-mayo de 1813: Juntas Electorales y primera Diputación Provincial El hecho de que Santa Cruz de Tenerife contara con un comandante general amigo, sin olvidarnos del restablecimiento autónomo de la Intendencia por real orden de 16 de enero de 1812, a petición del diputado Llarena, sería la razón determinante por la que se le dio la capitalidad provisional de Canarias desde el mes de diciembre de este año. La Constitución de Cádiz reguló en el capítulo II del título VI el régimen de las provincias y las diputaciones provinciales, dejando pendiente la división territorial, lo cual significó para Canarias la configuración de un único centro de poder capitalino en torno al jefe político, la reducción de la Comandancia y de la Audiencia a sus respectivas jurisdicciones, y la fragmentación de la unidad isla-municipio en numerosos ayuntamientos, diseñados a partir de las juntas vecinales procedentes del siglo XVIII y de los límites de las parroquias. Por decreto de 23 de mayo de 1812 se convocaron Cortes ordinarias para el 1 de octubre de 1813, cuya Instrucción para las elecciones de diputados preveía la erección de una Junta Preparatoria electoral que iba a condicionar la posterior sede de la Diputación y de la capitalidad de la provincia. La enconada porfía de Gordillo con los doceañistas tinerfeños se saldó inicialmente a favor suyo, ya que las Cortes desestimaron el dictamen de la comisión constitucional y decidieron instalar dicho cuerpo provisionalmente en la ciudad de Las Palmas. Sin embargo, el comandante general La Buria, interinamente gobernador superior político por real orden de 6 de octubre de 1812, lo congregó de forma arbitraria el 5 de diciembre en Santa Cruz de Tenerife, espoleado por “personas influyentes” al decir de Millares Torres.87 La Junta Preparatoria de finales de 1812 prosiguió, en la percepción de los grancanarios, la estela trazada por la “Suprema” de 1808 y las abortadas Provinciales de 1810 y 1811, siempre en la dirección hegemónica de la isla picuda. El 8 de diciembre comisionó a José Martinón y a Juan Bautista de Antequera para que, auxiliados por las estadísticas poblacionales de 1805 confeccionadas por Francisco Escolar y Serrano, propusieran el número de partidos en que convendría dividir las islas centrales, antes realengas. Con el informe del día 22, asumido plenamente el 24 por la Junta, se otorgó una clara ventaja a los tinerfeños, en línea con las XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1924 propuestas del diputado Llarena. Tenerife acaparó cuatro de los siete partidos insulares, el doble que Gran Canaria, quedando completamente arrinconada la relativa paridad de 1811.88 La manipulación de las cifras demográficas permitió favorecer en extremo a la isla más poblada (70.067 tinerfeños frente a 55.093 grancanarios en 1802), y la distribución de las localidades por partidos acrecentó sobre todo el peso de la villa exenta. Por otro lado, la Secretaría de Estado y Gobernación recabó por oficio del 23 de diciembre anterior los informes de los Ayuntamientos, preceptuados por las Cortes, acerca del trono palmario de la Diputación, desplegándose en el primer cuatrimestre de 1813 todo un juego de privanzas desde las tres localidades aspirantes.89 La municipalidad de Santa Cruz de La Palma propugnó el 14 de mayo que arraigara en Tenerife, mas en la ciudad de La Laguna y no en la plaza de Santa Cruz, “por la circunstancia de que ésta había hecho constantemente un monopolio de la libertad de comercio a América, a pesar de las Reales órdenes obtenidas en otro tiempo por esta isla y la de Canaria, y había enervado posteriormente el Soberano Decreto de 16 de Junio de 1811, que habilitaba en cada isla un puerto para el expresado comercio”.90 El ingrediente innovador que ahora se agudiza fue el desplazamiento de la vieja capital tinerfeña por Santa Cruz, que hasta mediados de 1810 había sido un valioso auxiliar de los apetitos de La Laguna.91 Los desencuentros presentes desde la segunda Junta Provincial trajeron consigo la quiebra circunstancial del eje político entre las dos poblaciones, en una dinámica próxima a un cisma nobiliario-burgués sin encaje fuera de Tenerife. Los servicios recíprocos entre los burgueses santacruceros y los comandantes generales presentaron un soporte triangular con la llegada a la villa, al arrancar el año 1813, del primer jefe político, el santanderino Ángel José de Soverón, ex secretario del Real Consulado Marítimo de Cádiz. Las elecciones a Cortes y provinciales que esta novel autoridad dirigió al frente de la Junta Preparatoria de Santa Cruz de Tenerife resultaron un modelo de parcialidad manifiesta y hasta el propio Villanueva del Prado llamó a la abstención. El Ayuntamiento de Las Palmas reclamó que Tenerife volviera a los tres compromisarios anteriores (La Laguna, Taoro y Daute), o que Gran Canaria tuviese otros cuatro. Las protestas de aquel municipio y las de Gáldar pasaron el 20 de abril a la comisión constitucional, que todavía el 31 de julio recibió las de los apoderados de los partidos de Daute y La Laguna.92 Los electores parroquiales de Gran Canaria, por los partidos de Las Palmas y de Telde, tomaron el 22 de febrero la decisión de no acudir a Santa Cruz de Tenerife hasta que las Cortes resolvieran sobre el recurso contrario al dictamen de Martinón-Antequera. El 13 de abril respondía el consistorio palmense a un oficio de Soverón identificándose con lo dispuesto por su junta de partido. La resistencia grancanaria y la de varias jurisdicciones de la isla picuda, singularmente notoria en La Laguna, no impidió que el jefe superior político y sus monitores santacruceros culminaran los propósitos que incubaron, amparándose en el decreto de las Cortes del 24 de diciembre de 1812. El 22 de mayo de 1813 se aposentó en Santa Cruz una Junta Electoral “provincial” sin los compromisarios de Gran Canaria y faltando también algunos de Tenerife. Las dos actas de diputados en las Cortes ordinarias fueron a parar al tinerfeño José Domingo de Lugo y Molina y al gomero Manuel Echeverría y Domenech, entregándose la de suplente al lanzaroteño Antonio Cabrera y Ayala, hermano del hacedor de rentas decimales de aquella isla, personas que en opinión de Millares Torres eran “adictas incondicionalmente al grupo occidental”. Los diputados provinciales arrojaron por supuesto una abrumadora mayoría “también adicta a los intereses de Tenerife”.93 Las candidaturas entronizadas fueron una especie de homenaje a la Junta Suprema y a las subalternas de 1808, con cuatro vocales de Los años febriles: Canarias en crisis… 1925 aquella entre los siete titulares: el regidor lagunero Juan Próspero de Torres Chirino, el síndico santacrucero José Murphy, el ex regidor y alguacil mayor gomero Antonio Morales Salazar y el regidor decano de Santa Cruz de La Palma David O´Daly, a quienes podríamos agregar al presbítero conejero Pedro Pascual Ginory, uno de los vocales por el estado eclesiástico de la Junta subalterna de Lanzarote.94 La presencia de otro tinerfeño, Juan Suárez Aguilar, redujo la de los solidarios con el Cabildo General Permanente de Gran Canaria al abogado y ex procurador síndico José Vázquez de Figueroa, una especie de imposible convidado de piedra.95 LOS DESÓRDENES PÚBLICOS La conflictividad social y política menudeó en Canarias durante los primeros años de la Guerra de Independencia. Una variedad de motines y tumultos sacudió el archipiélago desde que las derivaciones de la invasión napoleónica se hicieron sentir. Al menos en tres islas hubo disturbios de variada índole desde septiembre de 1808 hasta noviembre de 1811, dando origen a un “trienio tumultuario” de parecida intensidad al de 1718-1720.96 El amor por el orden propio de la burguesía dominante, aunque se trate de la paz social dentro del absolutismo, indujo a Millares Torres a sugerir el imperio en 1808 de “un espíritu de insubordinación y anarquía”, fruto de la impresión del vacío de poder.97 En los tramos iniciales de la dictadura franquista, la llamada “visión paranoica de la historia” estuvo detrás de los enfoques que realizó Bonnet y Reverón, para quien el Cabildo General Permanente de Gran Canaria provocó un “movimiento subversivo” donde se apoyaban “sus directores en el populacho, alentando a las masas en sus excesos”.98 La mirada tenía precedentes de signo contrario en la época. El III vizconde de Buen Paso, que sufrió dos arrestos por sus afinidades con los Casa- Cagigal, no dudó en proponer que fue la Junta lagunera la que sembró “el espíritu de rebelión y de perfidia” que apreciaba en abril de 1810.99 A continuación trazaremos una síntesis global de todos esos desórdenes públicos, agrupando por epígrafes genéricos sus contenidos fundamentales. Las causas: luchas por la tierra y el poder La problemática asociada al hambre de tierras constituyó el único móvil de varias sacudidas y representará un ingrediente muy significativo en otras. En particular, las agitaciones grancanarias del último cuatrimestre de 1808 iban a descubrir el malestar de una estimable porción del campesinado respecto de la injusta distribución de la propiedad agrícola. Es indiscutible que los factores exógenos, emanados de la crisis política, cumplieron una valiosa función como precipitantes de los trastornos campesinos, pero los de mayor entidad contaban desde luego con profundas raíces. La dinámica de los meses iniciales de la Guerra de Independencia reanimó algunos focos de tensión preexistentes y les dio especial envergadura, ya fueran de pequeño o gran calado. Sin transcurrir una semana desde la entronización del Cabildo General Permanente, las contradicciones acumuladas estallaron en dos zonas muy sensibles y dieron pie a un otoño de inquietudes rurales. Hubo en la isla un auténtico septiembre negro. El día 8 penetraron con frenesí en la Montaña de Doramas gentes de Guía y de Moya; al siguiente arrancó el proceso contra partes de la hacienda del VI marqués de Villanueva del Prado en La Aldea de San Nicolás. Los estrechos límites de la política real de repartimientos de tierras realengas en la Montaña de Doramas no colmaron las demandas existentes en Guía y Moya. Las roturaciones clandestinas proliferaron en el último tercio del siglo XVIII, y la insatisfacción por quedar sin repartirse todos los baldíos deslindados en 1764 y 1787 dio lugar a expedientes judiciales.100 XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1926 En 1804-1807, cuando salieron a la luz nuevas usurpaciones, fueron adjudicadas en esos distritos y en Firgas un total de 137 suertes con una superficie de 335 fanegadas, que beneficiaron solo a 149 personas.101 Si prosiguieron las ocupaciones ilegítimas, la tensión en la comarca aumentó sobremanera al perseguir el hacendado Cristóbal Vicente Mújica completar en 1807 la data de 200 fanegadas que se le había concedido en 1796, aspirando a las 170 aún pendientes tras adjudicársele el resto por las faldas de la Montaña en 1801.102 El corregidor señaló que la culminación de la gracia se realizase entre Maspalomas y Arguineguín, pero al menos en Guía cundió el temor de que afectara a los realengos disputados. Ya el 20 de abril de 1807, 26 vecinos dieron poderes para suplicar a la Audiencia la repartición de los baldíos de su orilla, al entender que Mújica “pretende tomar, además de los muchos terrenos que se le han dado, los más confinantes pertenecientes a esta Jurisdicción”.103 Entre sus signatarios aparecen algunos de los líderes de las invasiones de septiembre de 1808. Las multas que el tribunal impuso dos años después nos revelan un alto número de ocupantes en este término.104 CUADRO II: CONDENA DE LOS OCUPANTES DE LA MONTAÑA DE DORAMAS (3 DE SEPTIEMBRE DE 1810) CONDENAS GUÍA MOYA TOTAL Liberados de la prisión de Santa Cruz de Tenerife y forzados a satisfacer mancomunadamente los gastos de manutención y las costas 7 2 9 Multados con 50 ducados cada uno y en costas mancomunadamente por no haber comparecido 8 7 15 Multados con 30 ducados cada uno y en costas mancomunadamente 114 7 121 TOTAL 129 16 145 Fuente: véase nota 104. Los iniciales compases de la usurpación de la data de Mújica por los de Moya, y de otros campos de la Montaña por los de Guía, fueron el portal que franqueó el despojo sufrido por Alonso de Nava y Grimón en su hacienda de La Aldea de San Nicolás. El mismo presidente de la Junta “Suprema” garantizó que era el mayorazgo más importante de su patrimonio, reportándole “cuando menos” unas rentas anuales de 120.000 rvon.105 A finales del siglo XVIII tenía una extensión de 1.950 hectáreas y abarcaba “un pueblo entero”.106 Este gran cortijo pasó a ser escenario de múltiples confrontaciones entre los colonos y el noble a partir de la posesión judicial de 1646. La histórica causa aldeana contra el marquesado se reabrió en 1779 y dio lugar a una primera fase del pleito nuevo que duraría hasta 1797, en el transcurso de la cual sobrevino un tumulto en agosto de 1786.107 Desde 1807 arrancó la segunda etapa y en sus prolegómenos ocurrió el más célebre motín. Los acuerdos de la asamblea vecinal desarrollada en la noche del domingo 9 de diciembre de 1808 plantearon la distribución de las tierras que no fuesen de pleno señorío de la Casa Nueva, aunque el principal artífice de la rebelión aspirase también a repartir entre los medianeros estas últimas.108 Otra decisión común afectó al “despojo del dominio de propiedad y gobierno del agua”, cortándose enseguida la mitad del riego del cercado de la hacienda.109 Por último serían incautados el molino de agua de Arriba (San Clemente), que pasó a un hijo de su constructor, y el de Abajo que recayó en la fábrica parroquial. La asonada nocturna del 11 de enero de 1810 en Güímar, que expulsó al corregidor José María Valdivia y Legobien y su pequeño séquito, exhibió una génesis anclada en las seculares Los años febriles: Canarias en crisis… 1927 reivindicaciones de muchos avecindados sobre partes de las tierras y las aguas del Heredamiento del Valle.110 Se ha señalado que, fundamentalmente, las pugnas por los caudales del Barranco del Río desataron una confrontación entre los grandes propietarios y el resto de la comunidad.111 Desde finales del siglo XVIII, los dueños del Heredamiento apelaron al corregidor para que frenase las extracciones del acuífero y las obras de canalización llegaron a ser vedadas, produciéndose ciertas tensiones. Las semillas del contencioso legal permitieron que germinasen dos facciones antagónicas. De un lado, la adscrita al Heredamiento en torno a Miguel Baulén y Lercaro-Justiniani, que integró a determinados burgueses de postín y a la mayoría del clero;112 del otro, la articulada alrededor de los litigantes contra la Heredad, miembros también de la burguesía agraria, que con el patrocinio de algunos titulares de la alcaldía arrastró a sectores de extracción popular. La elección de los “oficios de república” para 1810 dio la victoria a uno de los paladines del segundo cotarro y motivó el recurso de nulidad que interpuso el primero. El sectarismo de la pesquisa del corregidor, faltándole autorización especial de la Audiencia, se convirtió en detonante del tumulto.113 Bajo la capa de una rivalidad en apariencia meramente política, subyace pues el repudio hacia la injusta propiedad de los medios de producción. Por otro lado, alguien que arremetió bastantes años después contra “el delirante movimiento comunista de 1810 en La Orotava”, adjudicó un significado especial a las reclamaciones populares sobre el Heredamiento de Aguas.114 Si la tierra y el agua aportaron los condicionantes de tres agitaciones, aquella suministró combustible al incendio de otras dos. La batalla inicial de la “Guerra Chica” en Lanzarote arrancó al difundirse que Francisco de la Cruz Guerra Ferrer, primo carnal y cuñado de los Guerra y Perdomo, intentaba comprar a la Real Hacienda el islote de La Graciosa. Ante el albur de perder unos terrenos considerados de propios desde dos siglos atrás, se promovió el 27 de diciembre de 1809 un Cabildo General en defensa de aquellos pastizales que concluyó en pronunciamiento tumultuario, expulsándose de la isla al brigadier Rafael Clavijo y Socas, jefe de Escuadra de la Real Armada y primo segundo de aquel poderoso clan.115 El comandante general tuvo que anular el acto de la posesión otorgado por Real Orden e instar al Cabildo a representar en su contra.116 Durante los sangrientos motines del Valle de La Orotava a principios de marzo de 1810, el cuestionamiento de los repartos de las Dehesas comunales en 1769 a exclusivo beneficio de las clases dominantes, que ya suscitara diversas perturbaciones, operó todavía como factor auxiliar de la movilización en la cabecera del territorio. El asunto salió a relucir durante la junta popular reunida el 3 de marzo en la ermita de San Roque, a instancias del síndico personero Pedro Benítez de Lugo. En la taberna de Lorenzo Cala “se habían meditado los planes del repartimiento de tierras y nueva conversión de una ley agraria”.117 Las tensiones rurales llegaron igualmente hasta el señorío de La Gomera y El Hierro, pese a confinarse en la esfera legal. A partir de 1810, los vecinos del lugar de Agulo se negaron a pagar los cánones en frutos o en dinero que por sus tierras en cultivo debían satisfacer al noble madrileño Juan de la Cruz Bellvís de Moncada y Pizarro Mendoza Herrera y Ponte, conde de La Gomera y marqués de Bélgida, de Mondéjar, de San Juan de Piedras Albas y de Adeje, dos veces Grande de España de primera clase.118 Un veredicto de la Audiencia de junio de 1811, ratificado en noviembre tras un recurso del aristócrata, determinó que el vecindario satisficiera a su administrador los tributos de ese año y del precedente, ajustándose a los convenios últimos que hubieran celebrado.119 La abolición del régimen señorial alentó la desobediencia de los naturales, a pesar de ser “obstigados y oprimidos” con providencias del juzgado ordinario de la isla, a petición del arrendatario de los tributos Pablo Ascanio. El 27 de agosto de 1814, Luis Rodríguez Casanova y Antonio Osorio, en nombre de toda la vecindad, XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1928 otorgaron poderes a procuradores para que el Tribunal Superior los eximiera de tales censos, argumentando que los fundos en cuestión habían sido dehesas y baldíos de “utilidad común”.120 Si el conde de La Gomera perdió algunos de sus terrenos, el homónimo de la Vega Grande se vio forzado a contrarrestar en 1812 los despojos de aguas de cinco labradores en su hacienda de la costa de Lairaga y a los cortes practicados por los alcaldes del Heredamiento de la Vega Mayor de Telde en su molino del mayorazgo del Valle de los Nueve.121 Los seis levantamientos de la parroquia de Teror organizados desde el 27 de septiembre hasta el 14 de diciembre de 1808, a consecuencia de la clausura por ruina del santuario de la Virgen del Pino y del traslado de todos sus enseres en 1803 a un oratorio provisional, no tuvieron en mi opinión nexo alguno con la problemática agrícola.122 Un estudioso ha señalado que la contribución de la vecindad de Valleseco encubrió un fenómeno de índole religiosa bajo otro de carácter socio-económico, producto de los disputados repartos en la Montaña de Doramas.123 Pero el expediente de la causa en nada abona semejante conexión. Las únicas raíces documentadas son de naturaleza religioso-administrativa.124 El contencioso sobre el cierre del templo “viejo” reveló, en definitiva, una oposición campo-ciudad de muy larga ejecutoria, que adoptó tintes sediciosos al contravenir disposiciones eclesiásticas y seculares en una coyuntura dramática. Sus bases radicaron en una defensa de las potestades campesinas para decidir sobre temas del culto, y por lo tanto incumben también a cuestiones afectas a la administración clerical y a las mentalidades. Del localismo brotó ese impulso de reacción frente a las injerencias palmenses, amparado en una devoción hacia la Virgen del Pino con rasgos patrimonialistas. Los soportes de la religiosidad popular, muy próximos al fanatismo especialmente en los medios rurales, mantuvieron en pie la brega por resolver quién establecía dónde y cómo adorar las sagradas imágenes. Al fin, la exaltación iconográfica de la Virgen de Teror fue proyectada como símbolo de la autonomía comunal en el plano de la fe.125 Las determinaciones de factura política reinaron desde luego en la sublevación grancanaria contra la Junta de La Laguna del 1 de septiembre de 1808, al socaire de la convocatoria de un Cabildo General enmascarado con ficticias sumisiones a las noveles autoridades. El motín por diversos puntos del barrio de Vegueta acabó con las destituciones y encarcelamientos del corregidor Antonio Aguirre, del gobernador militar Juan Creagh y Plowes, del gobernador del castillo del Risco Juan de Megliorini y del ayudante de la plaza Francisco Aguilar Martínez.126 Al mes y medio de instalado, el “despotismo” militar nivariense terminó en Gran Canaria sin efusión de sangre e inició su andadura el Cabildo General Permanente. Lo que se disputaron esta institución y la Junta “Suprema” fue la dominación sobre la totalidad del archipiélago o una parte del mismo. En la “Guerra Chica” de Lanzarote, sin embargo, estuvo en juego el control de toda la isla por dos parcialidades adversas, tradicionalmente agrupadas la una en torno a los coroneles del Regimiento y gobernadores de las armas y la otra alrededor de los alcaldes mayores. La enemiga hacia el círculo de los Guerra fue capitalizada por un corro del Antiguo Régimen de semejante factura nepótica, que no obstante ganó el mayoritario concurso popular desplegando recursos menos opresivos.127 Escolar nos dio otra prueba de su acreditada capacidad analítica al explicarnos “que hasta el más infelis pastor del campo llegó a conocer que todas las intrigas y recursos que ambos partidos seguían el uno contra el otro, era no con el fin de proporcionar la felicidad a la Ysla, sino con el de ver quién havía de robar, vexar y estafar a sus habitantes”.128 Los orígenes de las fieras rebeliones que iban a sacudir la Villa y el Puerto de La Orotava entre el 4 y el 7 de marzo de 1810 fueron múltiples. A la carestía de artículos de primera necesidad se agregaron las secuelas del momento político, singularizadas por el avance francés sobre Andalucía y el cerco de Cádiz un mes atrás. Desde el 28 de febrero, el Los años febriles: Canarias en crisis… 1929 comandante general Luján alentó la reunión de un Cabildo de toda la provincia, donde pudiera definirse su régimen de gobierno interino gasta distinguir el rumbo de las ocurrencias peninsulares.129 Los informes acerca de los reveses bélicos y la hipotética desaparición de las estructuras gubernativas, que tanto preocuparon a los responsables de mantener “el orden social”, desataron una histeria colectiva de índole patriótica que alcanzó sus mayores niveles en el Valle de Taoro. El odio hacia los franceses tuvo marcas xenófobas y a su amplitud cooperó la fuga de 15 ó 20 prisioneros desde Santa Cruz de Tenerife el 11 de febrero, tras hacerse con un navío mercante inglés.130 El exacerbado patriotismo llegó a fundirse con el desprecio por las clases dominantes, a las que se acusó de simpatías afrancesadas y hasta de propiciar la claudicación ante los invasores.131 En este clima de exaltación dinástica y de fidelidad a Fernando VII, la junta popular del 3 de marzo desbordó las previsiones de los convocantes al incluir la cuestión de las Dehesas y de las aguas como asuntos a examinar por el Cabildo General proyectado. La dinámica reivindicativa prosiguió exitosamente contra la imposición extraordinaria del medio diezmo que, para atender los gastos militares y sus propios costes, había establecido la Junta “Suprema” y siguió cobrándose tras su disolución. Una concentración vecinal exigió, “en son de amenaza”, la supresión de la onerosa gabela al alcalde mayor, licenciado José Díaz Bermudo, y el “ayuntamiento” satisfizo al punto la demanda sin grandes objeciones.132 La persecución de los súbditos galos, espoleada por los excesos etílicos propios de los Carnavales, afectó el 4 de marzo al maestro de baile Pedro Clavellina, quien trabajaba en el domicilio del terrateniente Lorenzo Machado Valcárcel Spínola y Lugo, noble con una renta anual de 66.000 rvon.133 Este primer hostigado terminó detenido en la Villa sin sufrir daño alguno, mas no corrieron igual fortuna al día siguiente sus dos compatriotas José Bressant, escribiente de la firma comercial del síndico personero Bernardo Cólogan y Fallon, y el maestro de Letras y Música Luis Beltrán Brual, que regentaba una escuela instituida por el propio Cólogan en una casa de su propiedad sita en la plaza de la iglesia o de la Pila. A Bressant lo sacaron de la residencia de Cólogan, bajo la excusa de llevarlo preso a la Villa, y “un andaluz” (Francisco Rubín de Celis) le asestó una puñalada mortífera en las inmediaciones del templo parroquial. En cuanto a Brual, protegido inicialmente por el ex síndico Domingo Nieves Ravelo y por Jacobo Reco, logró refugiarse en la batería de Santa Bárbara hasta que su gobernador, el teniente coronel José de Medranda, temeroso de un asalto lo entregó a “la chusma” con la promesa de conducirlo al Depósito de La Orotava, aunque apenas salir del rastrillo lo agredió y asesinó de manera inmisericorde la “canalla medio ébrea”.134 La residencia-escuela del músico y maestro fue atacada con piedras y palos y sus enseres arrojados a la calle. Sobre los cadáveres de ambas víctimas se cometieron “mil vilezas”, siendo colgados de los andamios de popa de una embarcación que estaba construyéndose en la plaza del Charco.135 El anciano médico francés Juan Emeric, casado en el Puerto igual que Brual, tuvo que disfrazarse de mujer y huir de sus perseguidores por algunas estancias. Sin atender los exhortos del alcalde mayor y del fraile franciscano Agustín Navarro, los insumisos cometieron “otros excesos” e incluso planearon subir a la Villa para asesinar a los más de 200 prisioneros del Depósito.136 La “ojeriza” del “populacho” contra “los magnates” o “los caballeros” nos es conocida a través de las ópticas burguesas de León y Álvarez Rixo o de los testimonios de similar corte insertos en la sumaria, por lo que debería tomarse con enormes cautelas.137 Álvarez consignó el rumor que atribuía a la plebe el designio de “tomar para mujeres a las señoritas más guapas del pueblo”, sin duda con el norte de escarnecerla mediante imputaciones libertinas. El gobierno del “Parlamento bajo”, por encima del “Parlamento alto”, significó entre otras cosas un alcalde “de calzón de lana”, una justicia excluyente de “los pobres”, una redistribución del XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1930 consumo de carnes que acabase con la privanza de los ricos y unos mandos sobre la salida de las naves, a través del manejo de los cañones.138 Ya que a las clases dirigentes se las suponía aliadas con el invasor, la única legalidad admitida era la suya. Los odios contra las élites menudearon en todas las protestas, y de ahí que se gritase “no sólo viva Fernando VII y mueran los franceses, pues se añadía mueran los traidores, mueran los caballeros y otros nombraban algunos sujetos del pueblo de los más visibles”.139 Es obvio que resulta imposible estimar cuántas de las 400 personas involucradas en los inicios de la “conmoción” participaron de tales criterios. Sea como fuere, el carácter “patriótico” de los desmanes de La Orotava procedió de haber sido la caza del francés su principal expresión y el polo donde confluyeron todas las apelaciones derivadas: la redistribución de tierras y aguas, el repudio de otra Junta “Suprema” y de la fiscalidad abusiva y el cuestionamiento de los poderes oligárquicos por un sector de las capas populares. Los amotinamientos contra el duque del Parque de noviembre de 1811 en Santa Cruz de Tenerife y en La Laguna nos reintegran al pleno ámbito de la política. Ya hemos sintetizado las razones de los desafíos entre el comandante general y las autoridades y empleados públicos de Santa Cruz, con el telón de fondo de la instalación de la segunda Junta Provincial. El duque llegó a Canarias “rodeado de un brillante séquito de palaciegos y de militares”, mas su voluntad de “ganarse la opinión pública” y de “crearse un partido poderoso” no resultó fundamentalmente de su avidez por sostenerse en el mando a toda costa.140 La preferencia por La Laguna como sede de aquella institución lo encaró con los rectores santacruceros y la reposición del cordón sanitario, a partir del 21 de septiembre, le sirvió de magnífica excusa para aislar y reducir a los oponentes portuarios. Su “incendiaria alocución” en La Cuesta el 10 de noviembre entrañó todo un catálogo antiburgués, dirigido a menoscabar el crédito de los potentados de la villa ante los “pobres infelices del pueblo”.141 El Cabildo de Tenerife, hegemonizado por la oligarquía lagunera, le otorgó en un principio el más cabal apoyo, compartido por el grueso de las juntas vecinales, al suplicar que se le mantuviera en el cargo.142 Junto al teniente general Rodríguez de la Buria, el sustituto al frente de la comandancia general que arribó el 1 de octubre al Puerto de La Orotava, vía Arrecife, solo permanecieron inicialmente sin ambages las ”municipalidades” de Santa Cruz y La Orotava.143 La eventualidad de una confrontación territorial, más intensa incluso que la ocurrida en Lanzarote durante el año anterior, pudo evitarse al ceder los dirigentes laguneros ante las presiones de Santa Cruz. Las efervescencias en la villa portuaria fueron aumentando con las negativas del duque a verificar el relevo y por la dureza del cordón.144 Es muy posible que aquel exagerase al propalar que Santa Cruz vivía convulsionada “por las intransigencias de algunos facciosos”, si bien hay que admitir síntomas de una clara turbación desde finales de octubre.145 El día 28 exigió Cañas el envío a La Laguna de toda la pólvora y las balas de sus castillos, suspendiéndolo el teniente de rey y el comandante de Artillería a instancias del “ayuntamiento”.146 Empeñado en prorrogar su mandato hasta constituir la Junta, el comandante general saliente temió la firmeza santacrucera a favor del entrante y su posible ascendiente sobre otros puntos. A los oficiales de la plaza les ordenó el 16 de noviembre que pusieran a disposición del capitán Simón de Lara todas las tropas que requiriese, mandándole a este último que se concentrara con ellas en La Cuesta para una “comisión secreta”. La medida desató el nerviosismo entre los capitulares de Santa Cruz, quienes pusieron al pueblo en armas y nombraron gobernador militar al ingeniero Luis Marqueli, el jefe de más alta graduación, encargándole que procediera a detener al teniente de rey.147 Esta movilización hizo que el duque reclamara del Cabildo insular todos los cañones y municionamientos, además de las campanas de las iglesias, “y que el coronel del regimiento de la Laguna hiciese Los años febriles: Canarias en crisis… 1931 tocar la generala”. Las peticiones fueron eludidas por el cuerpo y un selecto plantel de consultores, que consideraron improcedente la aplicación de la fuerza bruta.148 Al día siguiente recibió el duque un nuevo golpe, tras comprobar que varios de los militares concentrados en La Cuesta habían desertado durante la noche y que los ánimos de los demás estaban muy fríos.149 Las malogradas negociaciones in extremis con Santa Cruz vinieron seguidas por el reconocimiento del teniente general La Buria a cargo del Cabildo, declarado en sesión permanente, cuya institución logró vencer los reparos que interponían para hacer lo propio los coroneles de los Regimientos de La Laguna y de Güímar.150 Un apremiante oficio de la corporación santacrucera terminó con las vacilaciones de los próceres laguneros ante lo proveído por la Audiencia el 4 de noviembre.151 Lo que León llamaría “simulacro de revolución” en Santa Cruz presentó su cénit en la multitudinaria expedición hacia el cordón de La Cuesta del día 18, cuando aún se ignoraban las mutaciones acontecidas en La Laguna.152 Esa exhibición de poderío resultó innecesaria, a pesar de servir de molde sobre la firme determinación de los mandatarios santacruceros en su cruzada contra el duque. En el propio cordón pudieron reconciliarse los de la ciudad y la villa, apiñados junto a La Buria.153 De todas maneras, la derrota de Cañas no supuso la cabal extinción de sus acólitos a pesar de las importantes defecciones. Los más leales continuaron en faena, procurando retrasar su salida. El día 26 dio el “ayuntamiento” de Santa Cruz al Cabildo abierto y al teniente general un plazo de 24 horas en que tomar “las disposiciones convenientes para el embarque”, amenazando con una incursión armada en la capital.154 Las drásticas advertencias de los mandamases de la villa produjeron un efecto inmediato. El nuevo comandante general envió al coronel del Provincial de La Laguna para que trajese 250 hombres del Regimiento de La Orotava, a fin de reforzar a los 500 ó 600 ya acuartelados en la población y poder dar “el golpe con mayor seguridad”.155 Como última tentativa, los parciales del duque elaboraron una representación firmada por “algunos de los principales” en solicitud de que fuera tratado “con el decoro y miramiento correspondiente a su clase y buen nombre del pueblo de que salía”. La artimaña colmó la paciencia del bando contrario. En la noche del día 29 una aglomeración vociferante llegó hasta la residencia del teniente general a exigir “las más prontas y eficaces providencias” para embarcar al coloso, “si no quería ver el pueblo, la isla y la provincia despedazada por la discordia y abandona[da] a los horrores de la anarquía”. A continuación se repitió la misma escena frente a las casas capitulares, en la plaza del Adelantado. La Buria dispuso que la mansión del duque fuese rodeada al instante por 60 mílites a las órdenes de “un oficial de confianza” y resolvió que una goleta zarpase de Santa Cruz a esperarlo en el embarcadero de Guadamojete. La reacción del noble ante el “movimiento popular” fue colérica e incluso sugirió hacer fuego sobre los congregados.156 Como el gentío no cesaba de pedir a gritos su partida esa misma noche, La Buria marchó hacia la plaza e intentó inútilmente “aplacar los ánimos” y disolverlo. Al fracasar subió a entrevistarse con su antagonista y, “después de una larga conferencia”, regresó prometiendo que al día siguiente estaría solventada la cuestión. Solo entonces “quedó la ciudad en la más perfecta calma”. Y conforme a lo arreglado, el duque marchó el 30 de noviembre sin hacer entrega oficial del empleo y dejando tras de sí dos semanas de intensas “trapisondas”. En aquel trienio tan crispado hubo otras turbulencias de diferente cariz, unas con escasa entidad y otras de cierta magnitud. De poca monta fue el jaleo organizado en el señorío episcopal de Agüimes durante la noche del 25 al 26 de septiembre de 1808 contra el escribano José Cristóbal de Quintana, quien tuvo que abandonar la villa e irse a Las Palmas tras ser obligado a “rezar tres Salves”.157 Si la expulsión no fue promovida por el “ayuntamiento”, contó desde luego con sus parabienes. Una vez planteado el pleito judicial, la Sala decretó que XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1932 el receptor pasara a la localidad y evacuase dos informes, uno acerca de los intervinientes y otro sobre “los defectos” atribuidos al funcionario. Las demoras en las tramitaciones de los negocios públicos forzaron por último un ajuste el 4 de marzo de 1809, renunciando el consejo a cualquier acción y perdonando Quintana las ofensas recibidas.158 Otro cisco menor se localizó en Tacoronte en junio de 1811 y consistió en el derribo de unas casas lindantes con la plaza de la iglesia que eran propiedad del presbítero José Martel. Tres o cuatro individuos con barras principiaron la demolición de los muros de la cerca y unos veinte consumaron el estrago de noche, valiéndose de palos, rozaderas y escopetas. Según parece, la finalidad era agregar el patio de una de las fincas a la plaza.159 El incidente involucró a miembros del clero secular, ya que se acusó como autores al beneficiado José Antúnez y a los presbíteros Antonio Abad, Cristóbal Andueza y Salvador Domínguez. Más calibre tuvieron otras “fiebres”, de las que poco sabemos aún. En la noche del 5 de marzo de 1809 se registró en Las Palmas un motín en tres compañías del Batallón de Granaderos de Canaria, la tercera y cuarta de Telde y una de las de Guía. Los incursos abandonaron el cuartel “con el ánimo de retirarse a sus pueblos”, negándose a intervenir en la campaña peninsular. El “sedicioso intento” fue resistido por las compañías primera y segunda del Regimiento de Las Palmas y apaciguado “por algunos oficiales de lealtad y valor”, quienes afearon el proceder de los insubordinados y les persuadieron a reintegrarse al fuerte. Con un día de paga doble premió el Cabildo General a los granaderos que no habían querido amotinarse, sin que conozcamos si hubo represalias contra los que no expusieron iguales sentimientos patrios.160 Entre las reclutas para la Guerra de Independencia no floreció, a lo que parece, un ánimo guerrero tan general como para romper el apego a los hogares campesinos. Y no puede decirse que entre estos faltasen bríos cuando la ocasión lo demandaba. El lazareto provisional que la Junta de Sanidad del Puerto de la Cruz hizo construir en Punta Brava terminó destrozado en noviembre de 1810 por los vecinos del Realejo.161 Los temas concernientes a la salud pública y a los abastos, en un sentido u otro, alteraron igualmente el orden, por no mentar las algarabías que ocasionaron algunas de las elecciones para los empleos de república.162 Las cuitas ocasionadas por los acordonamientos de la fiebre dieron lugar a ciertas embestidas violentas, de las cuales se dispone también de escasa información todavía. A finales de noviembre y principios de diciembre de 1810, las primeras instrucciones que adoptaron las autoridades de Las Palmas fueron objeto de repulsas vecinales. En su transcurso se destruyeron los tablados y vallas que habían sido levantados en la calle Travieso, uno de los focos del contagio, hasta que la Junta de Sanidad acordó desmantelarlos a impulsos de un manifiesto del comandante general.163 Los agobios que trajo consigo la escasez de manutenciones tal vez provocaran tempranas broncas, ya por parte de pequeños grupos o de colectivos numerosos. Al menos consta la generalización de estos últimos en los tramos finales de la epidemia. En febrero de 1812, cuando aún persistían los cordones sanitarios en Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de La Orotava, los campesinos quebrantaron este último “impelidos por el hambre”; más de 200 bajaron a comprar el millo estadounidense introducido a fines del año anterior. Hacia mediados de mes y en dos oportunidades, unos 50 y 600, respectivamente, amenazaron con interrumpir el suministro de agua si no se les vendía grano. Y el día 22 entraron hasta 1.500 personas, profiriendo “que más querían morir del vómito que no del hambre”.164 Los años febriles: Canarias en crisis… 1933 Los dirigentes y el papel de los sectores populares El aserto de Escolar sobre que “el pueblo no se mueve sin que lo muevan” campa a sus anchas en los desórdenes públicos de 1808-1811. La insurrección del 1 de septiembre de 1808 en Las Palmas contó en primer término con la participación de campesinos teldenses encabezados por los labradores Matías Zurita, Diego Jiménez y Pedro Henríquez, responsables de las partidas que protagonizaron los jaleos en los alrededores de la Catedral. Mas el encuadramiento de esta “fuerza de choque”, en opinión del doctor Chil, había sido obra de dos influyentes beneficiados de la localidad sureña, Adrián de Cubas y Cristóbal de Morales, quienes “pusieron en campaña” a todos sus allegados.165 En la sombra movieron los hilos el oidor decano de la Audiencia, Francisco Alfonso de Tuero, y el III conde de la Vega Grande y alférez mayor, Fernando del Castillo y Béthencourt.166 El papel de las “masas” rurales y urbanas se redujo al de simples ejecutoras del plan diseñado por selectas figuras de las clases dominantes. Los “amotinados campestres”, retribuidos con monedas por el conde y el oidor, liberarían a los reos no condenados a la pena capital y saquearían la Recoba, en favor de aquellos y de los asilados del Hospital de San Martín. La función protagonista de los burgueses rurales prevaleció en todos los furores por hambre de tierras. Al frente del movimiento en Guía y Moya de septiembre de 1808 estuvo Cristóbal Galindo Mendoza, hijo del alférez Alonso Galindo, quien había encabezado la petición guiense de abril de 1807 ante la justicia.167 Entre los inculpados por el motín de Guía del 7 de noviembre de 1810, en contra de las exacciones impuestas dos meses atrás, figuraban junto a Cristóbal Galindo el alcalde interino Rafael Bento y Travieso, el presbítero Bartolomé de Sosa y varios labradores acomodados.168 Los edecanes de la rebelión aldeana eran todos campesinos influyentes, medianeros con una buena posición económica y monopolizadores de cargos públicos, con una larga tradición opositora frente a los Nava y Grimón. El diputado del Permanente Antonio Cabral resultó encartado tras el tumulto de 1786, por el que sufrió cárcel en Ceuta el padre de Vicente Carbajal, otro de los conductores de la lidia a 22 años de distancia.169 Igual que estas estirpes, la de los Valencia presentó también una amplia ejecutoria contraria al mayorazgo. Y estos anclajes pretéritos rigen asimismo entre los curas de la parroquia. En cuanto a la jefatura de la algarada de Güímar, nos encontramos también en ella con individuos de la burguesía agraria, del tipo del alcalde y subteniente José Delgado- Trinidad, el síndico personero Juan Manuel de Campos, el diputado del común José Antonio Leandro, Domingo Elías, Cristóbal Rodríguez de Mesa y otros.170 CUADRO III: ALGUNOS JEFES DE LOS AMOTINAMIENTOS DE TEROR EN SEPTIEMBRE-DICIEMBRE DE 1808 NOMBRES VECINDAD OCUPACIONES Y CARGOS EDAD GRADO DE INSTRUCCIÓN Francisco Ignacio de Cárdenes Teror Propietario y teniente de Milicias 88 Instruido Agustín Guerra Teror Lanero y agricultor 55 Instruido Antonio Herrera Valleseco Labrador-jornalero 25 Analfabeto José Antonio Herrera Valleseco Labrador-jornalero 26 Analfabeto Andrés Ramírez Teror Albardero y labrador 30 Instruido Francisco Javier Quevedo (Francisco Clemente) Teror Labrador y cabo de Milicias 34 Instruido Bartolomé Sarmiento Valleseco Labrador 27 Analfabeto Juan Sarmiento Valleseco Labrador 32 Analfabeto XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1934 Antonio Henríquez del Toro Teror Amanuense 35 Instruido José Antonio Lantigua Valleseco Labrador 49 Analfabeto Juan Antonio Pérez Valleseco Mayordomo 24 Analfabeto Salvador Molina Valleseco Labrador 57 Analfabeto Francisco Pérez Teror (Los Llanos) Labrador 45 Analfabeto Fuente: elaboración personal a partir del expediente recopilado por Millares Torres. Los cabecillas de las zarabandas religiosas de Teror mostraron iguales extracciones. Al margen del típico hálito de fuenteovejunización, deduciendo que el causante “era todo el Pueblo a una voz”,171 la mayoría de los alegatos coinciden en los “motores” o “capataces” del cuadro adjunto, donde omitimos al posible fugado José Rodríguez Monagas, (a) Calceta. No hay la menor duda respecto del caudillaje del teniente Francisco Ignacio de Cárdenes, que “siempre ha andado con los lebantamientos y [fue] el principal motor, pues ha ofrecido sus haciendas para la reedificación del Templo, y la defensa del Pueblo”.172 Sobre él y su sobrino Antonio Herrera recaerán los primeros golpes de la autoridad. El lanero Agustín Guerra, cuñado del párroco Juan Gabriel González, instigó con sus tres hijos la insubordinación primitiva. Esta pequeña tanda muy unida fue capaz de atraer a más de medio centenar de hombres y una docena de mujeres, que apostaron por conculcar los preceptos oficiales sobre “su” iglesia y “su” Virgen. Algunos religiosos, con el teniente de cura Vicente Pérez en vanguardia, apoyaron las protestas y les dieron un toque de santidad. Es preciso advertir, por último, que los “concursos del populacho”, como los llamó Cárdenes, no parecen envolver estímulos exteriores. Las sospechas que despertó a propósito el terrateniente Pedro Manrique de Lara y del Castillo fueron desmentidas. La imagen coetánea de las masas levantiscas se distinguió por los prejuicios burgueses acerca del “populacho” y sus tópicos desenfrenos, como ya hemos observado en La Orotava. Para Álvarez Rixo, los teóricos caudillos de “la chusma” antiguerrista en Lanzarote fueron un par de “mentecatos”: el “medio Procurador” al que llamaban Andresito, “flaco y macilento, con su levita parda y un hacha ferrugienta en las manos”, y Nicolás Cabrera, hermano del cura de Tías. A ellos añadió al “borracho pinta puertas nominado Cachupín”, quien “gobernaba” los cuatro cañones de la Villa llevados hasta Arrecife el 6 de junio de 1810, durante la segunda jornada del cerco a los castillos de San Gabriel y San José.173 Estas siluetas tan peyorativas contrastan con la aureola de respetabilidad que caracterizó el “retrato de los Gefes”, el entonces coronel y gobernador de las armas legítimo Bartolomé Lorenzo Guerra y su rival el ayudante mayor José Feo de Armas, quien espoleado por el Cabildo se negó a cederle aquel empleo.174 Los bandos nobiliario-burgueses explotaron las desavenencias de la capitalidad histórica con el puerto principal y su distrito aliado de San Bartolomé, cuna de los Guerra y otro de sus bastiones. El triunfo del “partido de la Villa” en los comicios de marzo de 1810 azuzó un movimiento secesionista en ambas parroquias, que tras ser apagado militarmente ocasionó encarcelamientos y nuevas evasiones guerristas a Santa Cruz de Tenerife.175 En el cuadro anexo incluimos a los personajes de ambas camarillas, los verdaderos artífices de las peloteras que arrancaron en septiembre de 1808 y quienes las condujeron hasta el final. Los años febriles: Canarias en crisis… 1935 CUADRO IV: PRINCIPALES DIRIGENTES DE LOS BANDOS EN LANZAROTE (1808-1810) GUERRISTAS NOMBRES CARGOS Y PARENTELAS Bartolomé Lorenzo Guerra y Perdomo Segundo ayudante y capitán interino del Regimiento de Lanzarote. Coronel y gobernador de las armas interino hasta septiembre de 1808, sustituyendo a su padre el Mayor Guerra; repuesto en el cargo en mayo de 1810. Cayetano Guerra y Perdomo Presbítero y párroco de San Bartolomé. Hermano del anterior. Rafael Clavijo y Socas Ex capitán de Milicias, ex regidor del Cabildo y alguacil mayor, alcaide del Castillo de San José. Brigadier y jefe de Escuadra de la Real Armada (1807). Primo segundo de los Guerra Perdomo. Manuel García del Corral Capitán y ex alférez mayor del Regimiento de Lanzarote. Ex alcalde real de Femés. Regidor del Cabildo y alcalde mayor hasta septiembre de 1808. Regidor primero del Cabildo entre septiembre de 1808 y febrero de 1810. Primo político de los Guerra Perdomo. Francisco de la Cruz Guerra Ferrer Ex capitán de Milicias y juez militar. Ex alcalde pedáneo de San Bartolomé (1809). Primo y cuñado de los Guerra Perdomo (casado con su prima Sebastiana Guerra y Perdomo). Nicolás Salazar Carrasco y Ferrer Ex subteniente y teniente de Milicias. Regidor segundo del Cabildo en 1808 y diputado del común en 1809. Cuñado de los Guerra Perdomo (casado con Teresa Guerra y Perdomo). José Luis de Béthencourt y Brito Regidor tercero del Cabildo en 1808 y vocal por la nobleza y los propietarios de la Junta Subalterna de Lanzarote (septiembre de 1808-septiembre de 1809). Cuñado de María Eulalia Guerra y Perdomo. Francisco Acosta Espinosa Cura párroco de Arrecife. Natural de San Bartolomé, igual que los Guerra. Ginés de Castro Estévez (El Viejo) Capitán de Milicias y ex alcalde segundo de Arrecife (1800 y 1807). Comandante militar del Puerto de Arrecife. Padre de Ginés de Castro Álvarez. Rafael María Navarro Beneficiado de Haría. Matías Rancel Ex teniente de Guerra, ex regidor del Cabildo y ex castellano de San Marcial y Santa Bárbara. Escribano público, de guerra y del Cabildo en 1808- 1809. Compadre de Manuel García del Corral. Luis Cabrera Rodríguez Capitán de Milicias. Ex alcalde mayor, ex gobernador militar y ex castellano de San José. Vocal por el Cabildo de la Junta Subalterna y regidor del Cabildo en 1808-1810. Padre de Lorenzo Cabrera López, alcalde de Arrecife en 1799, 1804 y 1809. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1936 ALCALDISTAS O CABILDISTAS NOMBRES CARGOS Y PARENTELAS Pablo Rodríguez Peraza Alcalde mayor y juez ordinario hasta septiembre de 1808 y entre febrero-marzo de 1810. Ignacio de la Torre Regidor provisional del Cabildo hasta septiembre de 1808. Tío político del anterior. José Feo de Armas Capitán y sargento o ayudante mayor del Regimiento de Lanzarote. Vocal por el estamento militar de la Junta Subalterna y uno de los dos vocales de la Junta “Suprema” de La Laguna en representación de la isla. Gobernador interino de las armas en febrero de 1810. José Feo Presbítero y comisario del Santo Oficio. Tío del anterior. Juan Valenciano Curbelo Capitán de Milicias. Uno de los dos vocales por el público y el comercio de la Junta Subalterna. Alcalde mayor en marzo de 1810. Carlos Mateo Monfort (o Monforte) Escribano público. Secretario segundo de la Junta Subalterna. Escribano del Cabildo en febrero y síndico personero en abril de 1810. Cuñado de María Rosa Betancourt Viñoly. Tomás Rodríguez Dumpiérrez Cabrera Escribano de guerra y ex síndico personero del Cabildo. Tío político de Pablo Rodríguez Peraza y concuño de Carlos Mateo Monfort. Fray Bernardino Acosta Prior de los Dominicos. Diego Silva Viñoly Diputado del común del Cabildo (1808-1810). Pariente en cuarto grado de María Rosa Betancourt Viñoly. Manuel Cabrera Teniente de Milicias y ayudante mayor del Regimiento en abril de 1810. Pedro Pascual Ginory Presbítero y párroco de Tías. Uno de los dos vocales eclesiásticos de la Junta Subalterna. Marcelo Carrillo Subteniente de Milicias. Vocal por el público y el comercio de la Junta Subalterna. Sobrino del anterior. Fuente: elaboración propia. El papel directivo de las clases dominantes del Antiguo Régimen prevaleció por completo en las jaranas contra el duque del Parque. Los aliados del comandante general radicaron preferentemente en La Laguna, llamada a ser el asiento de la prescrita y nonata Junta Provincial de 1811. La capitalidad histórica de la isla se encontró con la enemiga del puerto principal y albergue de la comandancia militar, en anticipo de contradicciones futuras. Es palpable que la mayoría de los regidores del Cabildo lagunero abrazó de entrada el partido del duque, acorde con los apetitos de nobles plutócratas como el teniente coronel Juan Bernardino Tabares de Róo Vargas y Fonte, Cayetano Peraza de Ayala y Viña, Miguel Baulén y Lercaro- Justiniani o Ventura Salazar de Frías y Porlier, quien disputó a su hermano menor el título de VI conde del Valle de Salazar.176 Frente a ellos, la corporación de Santa Cruz de Tenerife presidida por el alcalde Domingo Madan integró, según costumbre, a representantes de la burguesía comercial con una destacada ejecutoria en la villa, aún después de las pérdidas Los años febriles: Canarias en crisis… 1937 ocasionadas por la epidemia y de las renuncias de los regidores suplentes del mes de abril.177 Su propio delegado cabildicio, Domingo Calzadilla, perteneció a una estirpe burguesa que tendrá gran predicamento en la política local. Los trastornos tinerfeños de noviembre comportan así ese contencioso nobiliario-burgués que faltó en Lanzarote. Desde las instituciones fueron movilizadas las fuerzas militares e incitada la aportación del pueblo, siempre en calidad de comparsa. Donde único tuvieron los sectores populares algún protagonismo destacado fue en la Villa y Puerto de La Orotava. Es allí donde no se limitaron a oficiar de meros comparsas o a servir como tropel a las órdenes de las clases pudientes. La excepcionalidad, de todas formas, parece relativa. El influjo de los franciscanos del convento de San Lorenzo, particularmente en el barrio del Farrobo, fue estimado por León al señalar que allí “se tramó el movimiento” y dar relieve a los últimos sermones de cuaresma de uno de sus frailes, amalgamando en el más “imprudente” la caridad cristiana con la guerra y las invectivas contra los invasores y “la conducta de los magnates”. En cuanto “los agraviados” pidieron que el “tumultuario predicador” fuera proscrito, sus leales cercaron el monasterio “en gruesas partidas por algunas noches” para defender al “tribuno”.178 Aparte de esta inicial tutela religiosa, Álvarez Rixo aludió a los chismes que apuntaron hacia la responsabilidad del síndico personero Cólogan, “apasionado de la nación y la literatura francesa”, sin conferirles credibilidad alguna.179 Ambos cronistas, no obstante, coinciden en que los cálculos de los reales o hipotéticos instigadores se vieron corridos al ser desbordados por “la masa”, pues “la mira no era que la plebe tomase el mando absoluto”. De entrada lo asió esta a través de las jefaturas que en la Villa ostentaron los dirigentes campesinos Narciso Quintero y Luis López, natural de la Montañeta, junto al tabernero Lorenzo Cala y los estudiantes del convento de San Benito Domingo Curras y Domingo de Lugo. Entre los líderes del “populacho” del Puerto, “compuesto de marineros, pescadores, alzadores y gente ruin”, destacaron el carnicero Nicolás del Rosario, el tabernero Francisco Rubín de Celis, (a) Curro, Luis Aday, (a) El Palmero, el oficial de albañilería Domingo Abreu y el oficial de tonelero José Narciso, (a) Lagaña.180 La proliferación de apodos, presentes en más de un tercio de los inculpados, nos remite al mundo de la marginalidad social, pese a tener oficios la mayoría y encuadrar a varios milicianos. La organización y los métodos de lucha Ninguno de los conflictos de la Guerra de Independencia en Canarias se singularizó por la espontaneidad. Todos estuvieron más o menos programados por los círculos directivos, y en muy raras oportunidades los desbordó el ímpetu de los grupos populares que se habían sumado a su causa. Los pleitos judiciales antecedieron a las dinámicas agrícolas, accediéndose desde la vía legal a la acción directa al crecer la frustración y presentarse las condiciones oportunas. Los vínculos familiares y amistosos favorecieron la permanente comunicación entre la minoría rectora, que a menudo poseyó ataduras laborales entre sí y con los meros intervinientes. Este entorno propicio operó sin duda entre los usurpadores de la Montaña de Doramas y de la hacienda de La Aldea de San Nicolás. Por encima de tales rasgos, la Guerra Chica de Lanzarote exhibió aparejos institucionales por los que transitaron las reyertas entre las dos taifas hostiles. Tanto la Junta Subalterna de 1808-1809 como el Cabildo fueron aquí las plataformas con las que dirimieron sus cuitas, siempre subordinadas al control de la gobernación militar. Si los de Guerra dominaron el Cabildo hasta febrero de 1810, la mitad de los componentes de la Junta militaron en las filas contrarias.181 XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1938 Los cabildos generales fueron en Lanzarote los mecanismos propios de los antiguerristas durante el primer semestre de ese año, pudiendo apelar al vacío de poder a la hora de justificar el autogobierno transitorio, zócalo de sus afanes opositores.182 También esta apoyatura institucional rigió en las disputas contra el duque del Parque, con el Cabildo de La Laguna en sesión permanente y el “ayuntamiento” de Santa Cruz actuando como entidad autónoma en el perímetro del cordón sanitario. Los aldeanos recurrieron a las asambleas vecinales para materializar sus aspiraciones, siendo estrictamente domingueras para no interferir en los trajines campestres, y una junta popular disparó los luctuosos sucesos de La Orotava. En la preparación de los disturbios, claro está, los pequeños cenáculos debieron ser la pauta a seguir y hay constancia de ellos en Güímar y en aquella Villa, donde la celda de fray José de Vasconcelos en el convento de San Lorenzo acogió las sesiones nocturnas de los “hombres más influyentes” del barrio del Farrobo.183 A raíz del tercer levantamiento de Teror consta la existencia de una junta que dirigía la brega, integrada entre otros por Francisco Ignacio de Cárdenes y Andrés Ramírez.184 Este organismo solía convocar a los más directos implicados en el Lomo de La Laguna antes de bajar en tromba desde Valleseco a la Villa mariana. La cuantía de los participantes en los desórdenes resultó amplia en términos relativos y absolutos. Una alta proporción de tinerfeños tomó parte en las lidias de noviembre de 1811 o las vivió de cerca: alrededor de 800 militares de los Regimientos de La Laguna, La Orotava y Güímar se concentraron en aquella ciudad, y los casi 650 entre oficiales y soldados que componían la guarnición de Santa Cruz quedaron envueltos en aquellas tramas, donde el paisanaje tuvo una considerable tercería, ya fuera en la marcha sobre el cordón de La Cuesta del 18 de noviembre o en el motín del día 29 en la plaza de Adelantado y alrededores. Al Cabildo General del 15 de abril de 1810 en Teguise concurrieron, según Escolar, muchos más habitantes que a la invocación previa del 27 de diciembre sobre La Graciosa, dándonos una cifra de más de 1.500 hombres e indicándonos que “fue la mayor [reunión] que hasta allí se havía visto”;185 de ellos procederán los atacantes de Arrecife a principios de junio. Una aglomeración de tal calibre entrañó algo anómalo. Las importantes concentraciones de la Villa y Puerto de La Orotava sumaron en torno a los 400 individuos, una cantidad de por sí muy respetable.186 Pero lo habitual será que ocuparan calles o plazas entre las 40 ó 50 personas que iniciaron el amotinamiento en La Aldea y las 200 que presionaron al capitán y alcalde real de Guía, José Pineda Betancurt, el 7 de noviembre de 1810.187 El localismo no prevaleció en estas inquietudes sociales, ni descartó las tentativas para superarlo de regir su ley. Por supuesto faltó en Las Palmas el 1 de septiembre de 1808, ya que la prescrita intervención del campesinado teldense era útil para darle un tinte insular al desafío hacia Tenerife. La Guerra Chica de Lanzarote envolvió a casi toda la isla y la adhesión entre varias poblaciones tinerfeñas, ante todo Santa Cruz y el Puerto de La Orotava, fomentó los amotinamientos frente al duque del Parque. Además es muy posible que los casi 150 invasores de la Montaña de Doramas hayan expresado su solidaridad activa con los medianeros de La Aldea, con quienes tuvieron quizás alguna relación. El Cabildo General Permanente encargó al alférez Galindo que apartase de allí al administrador de Alonso de Nava, un cometido que debió sustentarse en los asesoramientos del diputado aldeano Cabral. Sea como fuere, cuando Juan Pedro Domínguez solicitó en persona al oidor decano y al receptor de la Audiencia que tomasen declaración en Gáldar a los vecinos expulsados del lugar, el último le manifestó que los trajese por su cuenta, “que él no se pone en camino porque le salen los de otros pueblos”.188 En cuanto a los soliviantados de Teror, pidieron ayudas en Telde durante los preparativos del alzamiento terminal, basado en una conjura para ir a Las Palmas y obtener la liberación de Antonio Herrera de modo violento o pacífico.189 Los años febriles: Canarias en crisis… 1939 Muy poca sangre se derramó durante las agitaciones de entonces, aunque la vertida impresionase a un público no habituado a las noticias cruentas. Solo registramos tres muertos y dos heridos en los lances más feroces de 1810: los dos franceses pasados a cuchillo en el Puerto de la Cruz el 5 de marzo y las tres víctimas de los disparos de cañón y las descargas de fusilería desde el castillo de San Gabriel, durante la intrusión en Arrecife del 5 de junio. Los amagos de “guerra civil” de 1811 en Tenerife fueron del todo incruentos y el “simulacro de revolución” dejó tras de sí mayormente humo de pajas, al tener que desertar casi todos los oligarcas laguneros de la caterva del duque del Parque, dejándolo en la estacada por la coerción legal de la Audiencia y la licenciosa de Santa Cruz. Las agrupaciones cívico-militares, ya por las calles de La Laguna o ante el cordón de La Cuesta, respondieron ante todo a finalidades disuasorias. El Cabildo sólo estuvo dispuesto a valerse de “la fuerza moral” y apenas recurrió a la simple exhibición de la física frente al empecinamiento del duque. Por el otro lado, los fusiles y los “seis cañones violentos” de las tres columnas que la mancomunidad de Santa Cruz envió al cordón significaron un puro alarde, casi como una parada militar con acompañamiento civil. La violencia contra las personas quedó principalmente circunscrita a las coacciones físicas o mentales que sufrieron algunos destinatarios de la ira popular. Las de aquella índole recayeron sobre las autoridades pro-tinerfeñas de Las Palmas y el cura de Teror, acosado con brusquedad durante el segundo y tercer alborotos; en el primero tuvo que repeler, mientras la sacristía de la iglesia nueva, “los manoteos, gritos y bulla” con un expeditivo garrote, y en el segundo fueron derribadas las puertas de la casa parroquial antes de exigirle que abandonase en tres días la jurisdicción.190 En la mayoría de las ocasiones bastó con la intimidación escandalosa y las amenazas verbales para conseguir los objetivos, ya estuvieran ante el escribano de Agüimes, el corregidor en Güímar, el alcalde mayor de La Orotava, el alcalde real de Guía o el mariscal de campo José Tomás de Armiaga en Teguise, que resultó desobedecido multitudinaria y ruidosamente el 25 de junio de 1810 al exigir de Feo la entrega del mando militar.191 Lo mismo cabría decir de las baraúndas cívico-militares en La Laguna del 27 y 29 de noviembre de 1811, donde nadie vilipendió siquiera al duque del Parque y mucho menos atentó contra su persona. De ser cierto lo que revela Escolar, el único que pensó realmente en hacer sangre fue el comandante general saliente, enrabietado al ver cómo la masa exigía la entronización de La Buria. El respeto hacia la propiedad determinó que no hubiesen estragos, aun tratándose de propiedades rebatidas, y la violencia sobre las cosas quedó confinada dentro de unos límites muy estrictos. Los asaltantes de la Montaña de Doramas apenas ejercieron la imprescindible en la data de Mújica, pues según la reseña del propio afectado sólo “rompieron puertas del granero y se apoderaron de quanto havía en ella, dando posesión de las suertes a aquellos más infelices”.192 De cualquier forma, tal vez todo habría sido diferente de haber pillado a uno de sus detractores tempraneros. Cristóbal Galindo y los suyos marcharon el 10 de septiembre de 1808 a Guía con intención de ajustarle las cuentas al poeta Rafael Bento y Travieso, ayudante mayor del Regimiento Provincial, ya que según el administrador Domínguez “parece había dicho que si la audiencia hiciera un exemplar de colgar a seis”.193 Los revoltosos tocaron las campanas y la caja de guerra y lanzaron vivas al alférez Galindo y mueras a Bento, al cual buscaron inútilmente hasta en el interior de la iglesia.194 Quizás el procesamiento de cinco galdenses en marzo de 1809 haya tenido que ver con estas alteraciones.195 Pero la nota común de casi todas ellas, con las lógicas salvedades antedichas del Puerto de La Orotava y Arrecife, será la salvaguardia de la vida y también de los bienes muebles e inmuebles. XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1940 La moderación y la prudencia podrían ser los signos distintivos de la rebeldía aldeana de 1808, pese a las comprensibles exageraciones de Nava y Grimón al equipararla con la Revolución Francesa.196 Dos largas semanas esperaron sus promotores antes de ultimar todo el proceso, sin barruntos de exaltación desordenada ni soplos irascibles.197 Los avances paulatinos y básicamente dominicales se ajustaron a un guión de enorme templanza, orientado a doblegar las reservas que avivaba la represión del tumulto de 1786. El requisito de hacerse con las llaves de la Casa Nueva no supone desde luego un atributo de radicalidad, y las convocatorias sucesivas por grupos sugieren la propensión a eludir aglomeraciones incontroladas.198 También la apropiación exclusiva de la mitad del agua atañe a esta línea de mesura. Los ingredientes sediciosos vinieron neutralizados de manera eficaz por la cobertura atribuida al Permanente, bajo cuyos auspicios (reales o imaginarios) actuaban en todo momento.199 Al pasar los días sin que la Audiencia o el gobernador de las armas dieran señales, aumentó la sensación de impunidad y el brío de los colonos soliviantados. Aquí la violencia sobre las cosas prácticamente se limitó a los cuidadosos saqueos y al derribo del escudo de armas del marquesado, con inequívoco valor simbólico.200 Y la ejercitada sobre las personas apenas tocó a los apremios sobre el caporal Antonio Almeida y al despido verbal del molinero de Arriba y sus dos ayudantes de Agaete; el alcalde no tuvo otra solución que contribuir a disgusto para no ser aislado de la comunidad. El adminículo ofensivo por antonomasia de algunos motines fue el garrote, casi siempre en calidad de instrumento persuasivo. Menos en la primera de sus revueltas, los amotinados en Teror se valieron invariablemente de los palos gruesos y fuertes; otro tanto hicieron los de Las Palmas, los de Güímar y a buen seguro también los de Guía en la búsqueda de Bento. Las armas blancas solo entraron en escena durante los asesinatos del Puerto de La Orotava y las de fuego en los momentos cenitales de la Guerra Chica y de las sacudidas con el duque del Parque, disparándose únicamente en Lanzarote. Los encubrimientos están registrados apenas en el cuarto levantamiento de Teror, cuando los revoltosos entraron en la Villa “disfrazados con montera calada” y entre el estrépito de caracoles.201 Las citaciones auriculares, como era costumbre, se efectuaron mediante estas conchas, que en todo momento atronaron en los alrededores y en el interior de esta localidad. En ella también sería de uso común la caja o tambor en manos de la alcaldía real, el método rutinario de emplazar a las Milicias Provinciales que prevaleció en la Guerra Chica y en los trajines del duque del Parque. Sin embargo, el arbitrio oficial pesó por norma bastante menos que el no autorizado, y los caracoles disfrutaron de una clara predilección. De los otros instrumentos más corrientes en los reclamos populares, las campanas, apenas se descubren en La Aldea y en Teror indicios menores.202 Una represión muy dispar En ningún otro lapso del Ochocientos, aunque fuera de más duración, la justicia procesó en Canarias a tanta gente por conflictividad social y política como en el de 1808-1811. La proporción de los encausados, empero, habría sido muchísimo más alta si los jueces hubieran sido más estrictos y las autoridades superiores no tan magnánimas. Que sepamos, la insurrección de la isla redonda contra la Junta “Suprema” y los motines contra el duque del Parque en la picuda quedaron sin consecuencias penales de tipo alguno. En plena apoteosis absolutista, con la real orden de 28 de agosto de 1816 perdonó Fernando VII a los naturales de Lanzarote “por los excesos cometidos, esperando de su lealtad que no se volverán a repetir bajo ningún pretexto”;203 el rey pudo ser generoso frente a unos súbditos que jamás impugnaron ni uno de los fundamentos del Antiguo Régimen. Los magistrados no aplicaron igual rasero a las usurpaciones de tierras en Gran Canaria, pues la benignidad en La Aldea de Los años febriles: Canarias en crisis… 1941 San Nicolás contrastó con el rigor proporcional en Guía y Moya. Las repetidas alteraciones del orden en Teror, única oportunidad en que se aplicó en la isla el uso de fuerza armada, terminaron en condenas relativamente suaves. A Tenerife le correspondió el trago más amargo, imponiéndose durísimas penas de cárcel a los procesados de Güímar y del Puerto de la Cruz; pero no a los de la Villa de La Orotava, que salieron indemnes. El liberalismo castigó con previsible severidad a los segundos y el absolutismo haría lo propio y de manera igualmente imaginable con los primeros. Los ocupantes de la hacienda de La Aldea de San Nicolás disfrutaron muy poco tiempo de sus conquistas. La Audiencia resolvió, por decreto de 15 de noviembre de 1808, que fuesen devueltas todas las fincas al marqués de Villanueva del Prado, “absteniéndose sus vecinos de cometer las tropelías, vejaciones y perjuicios que han causado y resultan ya de las diligencias practicadas”, con apercibimiento de imponer “graves penas” en caso de reincidir. La fuerte invectiva no llevó parejos efectos punitivos, y los magistrados tuvieron a bien recomendar “los medios legales” a quienes aducían derechos sobre aquellas tierras.204 Cabe proponer que la solidaridad frente al mortal enemigo de las élites grancanarias favoreció entre los jueces un trato muy benigno. Al año siguiente se reanudará el pleito que ventiló en contra de los aldeanos la sentencia definitiva de 16 de octubre de 1817, tras paralizarse los autos un trienio.205 El 9 de septiembre de 1818 fue desestimada la apelación interpuesta por el concejo y la vecindad ante la Real Audiencia de Sevilla.206 Muy distinto resultó el proceder del Tribunal Superior ante los usurpadores de la Montaña de Doramas, ya condenados de mancomún en costas desde el 27 de febrero de 1809.207 A siete de los invasores de Guía los detuvo en Las Palmas el alcalde mayor Juan Bayle Obregón, enviándolos al presidio de Santa Cruz de Tenerife.208 Y pese al abandono de las suertes ocupadas por sus compañeros de Moya, que en junta imploraron el perdón del tribunal, en febrero y marzo de 1810 estaban tres de ellos en la cárcel real de Las Palmas y otros tantos retenidos en la ciudad y sus arrabales;209 dos de ellos acabaron también en la prisión santacrucera.210 La causa de oficio contra 145 súbditos de ambas demarcaciones, por roturar y plantar en aquellos baldíos “con reincidencia, desacato y desprecio a las autoridades lexítimas”, culminó por fin el 3 de septiembre de aquel año.211 A la vista de los autos remitidos en consulta por la alcaldía mayor, la Sala rebajó las multas impuestas a los tres conjuntos de procesados (véase supra, cuadro II). Prescindiendo de los nueve que sufrieron cárcel, las sanciones pecuniarias de 136 individuos ascendieron a un valor global de 48.180 rvon. Entre los de Guía del último y más numeroso sector, penados con 30 ducados cada uno y en costas mancomunadamente, se encuentran 13 de los firmantes del mencionado poder del 20 de abril de 1807; en Moya registramos al menos los nombres de tres personas ya condenadas el 22 de enero de 1808. El sumario por el “tumulto y asonada de caracoles” de Guía contra la exacción de las multas se puso en marcha el 1 de diciembre de 1810 y quedó sentenciado por la Audiencia entre el 15 de julio y el 22 de agosto de 1812. Uno de los multados de septiembre de 1810, Felipe Suárez, sufrió una larga temporada de prisión en Las Palmas, pero el tribunal acogió el pronunciamiento del alcalde mayor y lo puso en libertad con restitución de sus bienes decomisados. La judicatura refrendó además las condenas por falsedad de siete testigos: José González Costero fue sentenciado a cumplir seis años de cárcel en los presidios de África, a disposición del gobernador de Cádiz, en tanto a otros seis se les destinó a trabajos durante un año en el muelle de San Telmo.212 Todos debían indemnizar mancomunadamente por daños y perjuicios a Suárez, además de cubrir las costas. Si bien esta última pena sería la única que contempló la alcaldía mayor para el alcalde real interino Bento y sus “acompañados”, la XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1942 Audiencia decidió primero trasladar a la fiscalía la vindicta pública y después castigó a los siete reos en costas y multa de 1.500 ducados (16.500 rvon.) en mancomún.213 De los 14 penados en definitiva, ocho al menos eran reincidentes por los procesos de las ocupaciones de la Montaña.214 Acabar con los levantamientos de Teror iba a requerir un despliegue militar y civil por parte del Cabildo General Permanente. A la medianoche del 15 de diciembre de 1808 se puso en camino una expedición encabezada por el alcalde mayor y cinco cabildantes de la ciudad.215 La integraron dos compañías de granaderos con sus oficialidades respectivas, al mando del capitán y regidor Juan María de León y Romero, en funciones de comandante. Junto al contingente militar iban paisanos de Arucas dirigidos por la alcaldía y otros civiles de Las Palmas y de Telde.216 Aquel cuerpo de ejército, con casi medio millar de hombres, extinguió el espíritu levantisco que reinó en buena parte de la comarca desde septiembre. Después de algunas peripecias, Bayle Obregón retornó a Las Palmas el día 19 con 34 apresados, 19 hombres y ocho mujeres de Teror y siete hombres de Valleseco, agregándose a éstos dos hermanos que se entregarían antes de las 24 horas. A este colectivo de 36 prójimos tendríamos que añadir el par de dirigentes ya recluidos en Las Palmas: Antonio Herrera y su tío el teniente Cárdenes. La nómina de los interrogados por Bayle hasta el 28 de febrero abarcó 14 hombres y una mujer de Teror y ocho hombres de Valleseco, además de otro cuyo nombre y vecindad no figuran y que estaba encarcelado. Este grupo de 24 personas implica que bastantes de los aprehendidos por el comandante León en Teror y Valleseco quedaron en libertad muy pronto.217 Los autores que nos han precedido en el estudio de estos amotinamientos aseguran, sin más, que a todos los capturados en la parroquia se los liberó al poco con la exclusiva obligación de satisfacer los gastos de la tropa y del paisanaje que subieron a Teror.218 La cuenta aprobada el 19 de enero de 1809 por el Cabildo General Permanente ascendió a 7.500 rvon., acordando el instituto que tal débito fuera exigido a quienes resultasen reos en la causa.219 El movimiento campesino más prolongado del período en la isla no llegó hasta la Audiencia, agotándose en el estadio de la alcaldía mayor y extinguiéndose con la tolerancia cabildista, proyectada en el exclusivo abono de los costes de la expedición. Como las indagatorias con el segmento realmente encausado no concluirán hasta el 28 de febrero, el período de retención tuvo que ser más largo, aunque el sumario de Teror siguió su curso. El 11 de mayo sobrevino el encarcelamiento de Agustín Guerra y tres de sus hijos. Es muy curioso que el cuñado del párroco y su prole escaparan de la correría cívico-militar. Los Guerra dispusieron obviamente de notables protectores, como se deduce con solo atender a quien terció de fiador.220 La represión de los brutales episodios del Puerto de La Orotava dejó un saldo mucho más duro de lo que se ha sugerido. El 8 de marzo de 1810 reaccionó la “gente visible y honrada”, que fue “armada secretamente” bajo las directrices del alcalde real Rafael Pereira. Con el pretexto de publicar un bando, se convocó a la vecindad en la plaza del Charco y allí pasó a prenderse a varios de los hipotéticos responsables. A las pocas horas llegaron los 80 militares que el comandante general Luján envió a las órdenes del mariscal de campo José Tomás de Armiaga, futura víctima de la fiebre amarilla.221 En la Villa hubo también algunas detenciones, involucrando entre otros a los adalides campesinos Narciso Quintero y Luis López.222 Mas la justicia no procesó a ninguno de estos últimos dirigentes, como tampoco al fraile José Vasconcelos o al sargento Agustín Hernández.223 Los únicos encartados en la cabecera del distrito serían los estudiantes Domingo Curras y Domingo de Lugo. Todos los demás eran habitantes del Puerto y el conjunto sufrió reclusión en el Castillo de Paso Alto y Los años febriles: Canarias en crisis… 1943 otras fortalezas de Santa Cruz. Allí fallecieron a consecuencia de la fiebre cuatro de los primeros involucrados según todas las acotaciones: el carnicero Nicolás del Rosario, el tabernero Francisco Rubín de Celis, el oficial de albañil Domingo Abreu y el palmero Luis Aday. Es muy probable que dentro del cuarteto estuviesen los culpables de los crímenes y candidatos a la horca, patíbulo que tanto echó de menos el comentarista Álvarez Rixo.224 Los autos criminales de oficio contra los principales reos por “los alborotos, asecinatos, desovediencias y falta de respeto a las Autoridades” entre el 5 y el 8 de marzo de 1810, traídos a la Audiencia el 27 de diciembre de 1811, concluyeron en las sentencias del 1 de junio de 1812 y del 16 de marzo de 1813.225 La Sala condenó por ellas a 55 hombres y una mujer a penas variopintas. Los cinco penados con cárcel, cuatro en el presidio de Ceuta y uno en la plaza de Santa Cruz, sumaron 46 años de prisión, mientras la exclusiva fémina fue sentenciada a cumplir un lustro de reclusión en la Casa de Recogidas de Cádiz. Hasta 35 serían condenados a un total de 314 años de servicios en los Ejércitos de Su Majestad o en los bajeles de la Real Armada, milicianos y marineros en buena medida. El número de estos 41 máximos inculpados habría sido evidentemente mayor de no haber muerto entre rejas los cuatro referidos, cuyas sanciones en la cuarta parte de las costas debieron abonar sus familiares directos. A otros tantos se les dejó libres tras el primer fallo, por estimarse suficiente el castigo de los dos años y tres meses que tuvieron de cautividad. Por último, siete no sufrieron más que destierros a cinco leguas del Puerto de La Orotava. CUADRO V: CONDENADOS POR LOS MOTINES DEL PUERTO DE LA OROTAVA (1812 Y 1813) CONDENAS NOMBRES Diez años de cárcel en el presidio de Ceuta José Narciso, (a) Lagaña, oficial de tonelero José Carrera, (a) Maraña Pedro Rodríguez, artillero Ocho años de cárcel en el presidio de Ceuta Jacinto Padrón, (a) Cafur Diez años de servicio en los Ejércitos de Su Majestad Domingo Antonio de la Cruz, (a) El Guindo Domingo Curras, estudiante Juan Padrón Espinosa, cabo de Milicias Andrés Abreu Rafael Abreu, albañil Domingo Hernández, (a) El Jayo Domingo Barbusano Gregorio Delgado, (a) El Tanguero Antonio Álvarez Antonio González, (a) San Juan Dormido Domingo Ferrais, cabo de Milicias Felipe Bienes Domingo Abreu Camino Cristóbal Abreu, miliciano Antonio de Fuentes Diez años de servicio en los bajeles de la Real Armada Benito Rodríguez Pedro González, El Herrero XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana 1944 Ocho años de servicio en los Ejércitos de Su Majestad Juan García, (a) Correa Nicolás Hernández Santos Cristóbal González Guanche Ramón Cordobés, artillero Francisco Gómez Pimienta Antonio Pérez, (a) Buchito Marcial Eugenio José Ramos de Ocampo, (a) El Canario José de León Andrés Lorenzo Barreto, (a) Gato de Bodega Cristóbal Delgado Manuel Báez, (a) Ambuja Juan Nepomuceno Torres Juan Antonio Carrillo José Perera, (a) Tranquita Ocho años de servicio de los bajeles de la Real Armada Nicolás Padrón, (a) Sorrocloco Francisco González, (a) Picado Antonio Hernández, (a) El Blanco Ocho años de cárcel en la plaza de Santa Cruz de Tenerife Juan Martín Español Cinco años de reclusión en la Casa de Recogidas de Cádiz Rosa Betancourt, (a) La Bubango Destierro a cinco leguas del Puerto de La Orotava Domingo de Lugo, estudiante Mateo Méndez, (a) El Manco Juan de Orta Marcelino de Diego, marinero Francisco Miranda, arquero Juan Medina Pascual Delcas Reos difuntos, condenados mancomunadamente a pagar la cuarta parte de las costas hasta el 1 de junio de 1812 Nicolás del Rosario, carnicero Domingo Abreu, oficial de albañil Francisco Rubín de Celis, (a) El Curro, tabernero Luis Aday, (a) El Palmero Declarados el 1 de junio de 1812 con pena suficiente por la prisión sufrida José Abreu Patricio de Abreu Camino, albañil Manuel A |
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