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767 HISTORIA DE LAS MUJERES E HISTORIA Isabel Morant Estas páginas pretenden ser un recorrido por la historia de las mujeres, a partir de un relato vivido sobre los orígenes de una práctica particular de interrogarse sobre la historia, que se ha consolidado en los últimos veinte años. En relación, a veces difícil, con los desarrollos de la historia más recientes. En ellas se trata de responder a la pregunta que hoy se hacen nuestros investigadores sobre lo que significa hacer historia a partir de pensar las diferencias sexuales y, si se hace, como parece que ha sucedido, qué relación existe entre la historia que la mayoría de los historiadores escriben y esta nueva historigrafía que ha activado la diferencia de sexos para la historia.1 En 1999, se han cumplido cincuenta años de la aparición del Segundo sexo de Simone de Beauvoir. Un libro pionero sobre la cuestión de la diferencia de los sexos, en el que se trataba de pensar el origen y las causas sociales que habían estado en la base de la formación de la identidad femenina. Beauvoir buscaba indagar cómo históricamente se había constituido para las mujeres, lo que ella consideraba, desde la filosofía existencialista, un segundo sexo, dependiente de aquel otro transcendente que era el de varón. El proyecto de Beauvoir suponía romper un silencio, generar dudas sobre la “naturalidad” de las identidades de los sexos. El libro, en términos generales, fue muy mal acogido en Francia. Casi nadie parecía entender por qué había escrito aquella obra, porqué había removido las aguas tranquilas de la identidad femenina. Muchos fueron los que resolvieron entonces que todo se debía a un "malestar" particular de la escritora que, como era sabido, no se decidía a vivir el matrimonio y la maternidad como era habitual en las demás mujeres. Ella conocía estos comentarios y no se sorprendía porque venían del lado conservador, aunque, según confiesa, no esperaba reacciones tan violentas. Más desconcertada la dejaba el hecho de que desde la vertiente progresista se comprendiese mal su proyecto intelectual de abordar críticamente una evidencia: la de que la mujer ha estado sometida a lo largo de los tiempos y la de que ha llevado adelante funciones específicas adjudicadas a su sexo, manteniendo con el otro sexo relaciones de sometimiento y de dependencia.2 Simone de Beauvoir había sacado a la luz un problema político. Un asunto que, aunque afectaba a las mujeres, debía de ser pensado por hombres y mujeres, igualmente, en el marco de una teoría progresista, y debía resolverse a partir de las prácticas políticas en las que estaban comprometidos ella y sus amigos de la izquierda. Pero pasado el escándalo, el libro fue olvidado mientras las mujeres parecían vivir tranquilas con su condición sexual o, al menos, nada se decía en voz alta sobre su problemática. Al menos hasta finales de los años sesenta, cuando la cuestión de las mujeres se vuelva a poner sobre el tapete. Las cosas entonces acabaron sucediendo de un modo distinto al que Simone de Beauvoir había planteado. Ni la teoría, ni la práctica política de la izquierda parecían entonces capaces de resolver los problemas que denunciaban las mujeres. La cuestión femenina era extraña a sus planteamientos, por lo que los intentos por resolver en común los problemas teóricos y prácticos acabaron en fracaso. Como resultado de este desencuentro, intelectual y político, fueron muchas las mujeres que, comenzaron a pensar por su cuenta y se alejaron de las formaciones políticas al uso. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 768 Éstas empezaron a actuar como colectivo independiente de los hombres y establecieron una relación nueva entre experiencia existencial, empeño político y reflexión intelectual. Estableciéndose entonces el separatismo teórico y político que, muchas mujeres, creían necesario para pensar con libertad, sin las coacciones y de las rigideces intelectuales que consideraban manifiestas en las formaciones sociales progresistas. Esta actitud las aislaba ciertamente de los debates intelectuales y políticos habituales, pero les ahorraba también el esfuerzo de combatir la resistencia que se daba en estos círculos y que crecían significativamente a medida que el feminismo levantaba su voz. En la dinámica impulsada por este proceso, la historiografía quedó interpelada, desde fuera, por las mujeres feministas y, desde dentro, por las feministas historiadoras. La marginación que denunciaban se reproducía en los textos de historia de los que estaban ausentes las mujeres. Éstas se decían no habían dejado su huella en los libros de historia, no tenían, ni siquiera, el relato de su marginación histórica, de sus orígenes y sus causas. El colectivo de mujeres demandaba una historia y, al decir aquello en voz alta, se tenía sólo una vaga conciencia de cuál debía de ser aquella historia. El voluntariado político e intelectual sería el ingrediente fundacional de aquella historia, que había comenzado de espaldas al mundo académico, indiferente a no ser por la presencia de historiadoras profesionales en los colectivos que empezaron a discutir respecto de cómo hacer aquella historia. En contra de lo que se ha dicho sobre el componente exclusivamente político de aquella historia, hay que matizar que, desde el inicio, sus practicantes más cualificadas quisieron que no fuera “cualquier historia”, por lo que las historiadoras académicas, en su mayor parte, buscaron trabajar competentemente los nuevos objetos que se abrían para la historia. El objetivo era producir una historia atenta también a formular preguntas nuevas y a las formas de resolver el trabajo, a los problemas continuamente planteados por las fuentes y los métodos. Como escribía entonces Arlette Fargue: En mettant à plat, avec un certain souci de distance comme de critique, tous les evénements qui ont influé sur les materiaux et les resultats de cette recherche. Il sera peut-être possible de formuler de nouvelles exigences, d'inventer de nouvelles orientations, de prévenir certaines formes de réponses ou de critiques, et d'obliger l'histoire a se determiner davantage par rapport à elle, ne serait-ce qu'en transformant parfois la structure même de ses enquêtes.3 En el camino recorrido hubo un desencuentro inicial con la historiografía establecida, un silencio indiferente y expectante por parte de los historiadores. Hubo también por parte de las historiadoras feministas una estrategia de repliege primero y de relación, después, con la historiografía más renovadora. EL DEBATE DEL FEMINISMO: HISTORIA Y GÉNERO El concepto de género (gender) se produjo en el seno del debate teórico del feminismo, sobre todo anglosajón durante los años setenta. Con él se interpelaba a las ciencias sociales cuyas teorías, en general era ciegas para pensar los problemas de las mujeres y se disponía de un concepto que parecía útil para categorizar a las mujeres como colectivo socio-cultural. Como ha dicho Joan Scott el género es un modo de pensar y analizar los sistemas de relaciones sociales como sistemas también “sexuales”, así como de señalar, “la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres”.4 El término género, en su uso © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 769 descriptivo y más usual, sustituye al de mujeres para indicar que se trata de considerar al sexo femenino en lo que éste tiene de cultural e histórico, de categoría social impuesta sobre el cuerpo sexuado de las mujeres. El feminismo detectaba un problema recurrente en las ciencias sociales, en cuyas teorías sobre las mujeres y su diferencia, subyacía siempre la imagen de una naturaleza inmutable o de cuerpo biológico fuertemente condicionante, que funcionaban como las instancias últimas a las que remitir lo que las mujeres eran y habían sido desde orígenes remotos que, se perdían en la noche de los tiempos y se perdían también para la historia. La propia Simone de Beauvoir, en su El segundo sexo, se dejaba influenciar por los determinismos al uso y señalaba que la posición subordinada de las mujeres se debía a los condicionantes de un cuerpo ineludiblemente “sometido” por la maternidad. Aunque ella proclamaba que, la modelización que la cultura y el poder de los hombres, eran la causa de la condición subalterna del sexo femenino, pensaba, también, que, “en última instancia”, era la biología de la mujer, significada en la maternidad, la que condicionaba la vida de las mujeres, en el pasado como en el presente. Entre el feminismo marxista de los años sesenta, se acuñaría esta idea: la “reproducción” era la causa de la sumisión de las mujeres y la explicación de su menor presencia y protagonismo en el mundo de la “producción”. El concepto de “reproducción” se utilizaría para indicar que la producción en la mujer estaba trabada por sus tareas reproductoras. El feminismo de la época, aceptaba que la reproducción deseada por las mujeres era, a la vez, su “trampa amarga”. 5 En la práctica, la historiografía feminista, se manejaba mal con estas teorías, excesivamente deterministas, a su juicio. Éstas, buscando los orígenes y las causas de las diferencias sexuales, remitían siempre al cuerpo sexuado de las mujeres y situaban a los hombres frente a ellas, como colectivo también sexual y detentado del poder. Escribir la historia desde estos planteamientos era poco interesante y productivo y no conducía a otra cosa que “naturalizar las diferencias” y “normalizar” el sentido común con que las gentes se representaban las diferencias. Apenas había una historia que contar que no revelase lo sabido y lo esperado: la inferioridad y la dependencia histórica de las mujeres de todas las épocas y de toda condición. Apenas se movilizaban los conocimientos habidos y, consecuentemente, se dejaban intactos y sin discusión lo que la ciencia moderna había dicho sobre las mujeres, lo cual el “sentido común” de los historiadores admitía sin plantearse mayores problemas. Estas cuestiones son las que están en la base de los esfuerzos teóricos de las historiadoras feministas en la elaboración de un concepto de género que por una parte, soslayase los determinismo subyacentes en las explicaciones proporcionadas sobre las mujeres y que, por otro lado, “revelase” el carácter cultural y social de las diferencias sexuales y que, por tanto, afirmase la condición histórica del género y permitiese a los historiadores hacer la historia del mismo y pensar el cambio. El objetivo para la historiografía feminista era romper la imagen de evidencia y necesidad que se daba a la Historia de las Mujeres, la imagen de permanencia en el pasado de las mujeres, la imagen en la que las habían colocado las ciencias sociales con sus explicaciones biológicamente deterministas y filosóficamente esencialistas. Para la historia de las mujeres el género se convertiría en una categoría útil para imaginar las relaciones sociales del pasado como relaciones desiguales entre los sexos y para pensar en los procesos por los cuales se había construido y se construye la diferencia sexual y las formas cambiantes que ésta adopta. El género es, para G. Bock, © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 770 “una imagen intelectual, un modo de pensar y de estudiar a las personas”, una herramienta analítica, en fin, que nos ayuda a descubrir áreas de la historia que habían sido olvidadas. La historia del género amplía las perspectivas de la historia al establecer, a partir del interés por las mujeres, una serie de preguntas sobre las relaciones entre los grupos humanos, que antes habían sido omitidas. Las mujeres, pensadas como género, permiten también, por ejemplo, pensar a los hombres como grupo cultural y social, del mismo modo que las mujeres pueden ser analizadas en su diferencia o en la relación que mantienen con otros grupos de edad o condición social. El objetivo final sería para Bock “un enfoque de la historia general que no sea neutro con respecto al género sino que lo incluya”.6 HISTORIA DE LAS MUJERES O HISTORIA DE LA DIFERENCIA DE SEXOS A finales de los años setenta parecería pertinente, a los historiadores, interrogarse sobre la posibilidad de la Historia de las mujeres. Une histoire des femmes est elle possible?, fue el título de un coloquio, organizado por las historiadoras feministas francesas, para dar cuenta de sus dudas, sus posibilidades y sus proyectos. La pregunta, en cambio hoy ya no parece pertinente. Diez años después, las historiadoras francesas han organizado un segundo coloquio con un título significativamente distinto: L’ histoire sans les femmes est-elle possible?7 Como ha indicado Michelle Perrot, en el último de estos coloquios, la historia de las mujeres es un hecho hoy manifiesto por la existencia de una epistemología y de una historiografía que surge desde el propósito de hacer historia de las mujeres. De esta historia producida son ejemplo los cinco tomos dedicados a hacer la Historia de las mujeres en Occidente, que la propia Perrot dirigió con Georges Duby. Las obras editadas primero en francés han sido traducidos a otras cinco lenguas, entre 1990 y 1992. Al finalizar las ediciones fueron presentadas en un acto intelectual que tuvo gran relevancia académica y mediática al que luego nos referiremos.8 Ciertamente estos volúmenes no son toda la historia de las mujeres producida en los últimos veinte años, pero se pueden tomar, como hace Perrot, como punto de referencia para comentar los desarrollos realizados por la Historia de las Mujeres. Ésta nacida de un proyecto común, sin embargo, dista mucho de ser una historia uniforme en sus planteamientos teóricos y en sus realizaciones. Una de las diferencias observables se relaciona con la geografía y con las tradiciones culturales de los países en que se origina. La otra gran diferencia viene dada por las formas que el feminismo, que en un principio inspiró esta historia de las mujeres, ha ido adoptando en unos y otros países. En este sentido la diferencia mayor se establece entre la historia de las mujeres que se produce en uno y otro lado del Atlántico. De la historia de Perrot-Duby se ha dicho, por ejemplo, que es un producto muy francés en el sentido de que se observa en ella el peso de las tradiciones historiográficas de este país (Annales y la Historia de las mentalidades, por citar sólo a las más reconocidas). En la obra se ha destacado la influencia americana, en los estudios de Scott, Walkowitz o Higonnet, inspirados en modelos narrativos y basados en las formas de trabajo de la crítica literaria y del análisis de textos. Por otra parte, se ha observado y criticado la escasa representación que en esta obra tiene la historia de las mujeres que se ha venido produciendo en Italia. La causa de ello, no está, como pudiera pensarse, en la cantidad y calidad de la historia de las mujeres producida en Italia, sino en el carácter “exterior” que en este país tiene dicha historia, por la relación, escasa e indiferente, de la mayoría de las historiadoras feministas con las corrientes historiográficas que dominan hoy la historia en Italia. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 771 Ciertamente, por lo que sabemos, las historiadoras italianas han sido sumamente activas y productivas en los últimos años. Como ejemplos están sus revistas: Memoria: rivista di storia delle donne, creada en 1980, sólo y recientemente sustituida por la Rivista della società italiana delle storiche, están también los numerosos debates periódicos dedicados a la Historia de las Mujeres y editados durante los años ochenta y noventa.9 Paola di Cori, que ha analizado las posiciones y las prácticas de la historiografía feminista italiana, opina que no siempre el feminismo italiano ha seguido las mejores estrategias para el interés de las mujeres profesionales, pero sitúa también el problema del lado de los historiadores. En su opinión, la historiografía académica italiana ha sido poco receptiva a la Historia de las Mujeres, a los debates y a los cambios que se han venido produciendo. Para ella, los historiadores italianos, salvo casos significados y bien conocidos, se han mantenido en sus posiciones convencionales, a resguardo de las crisis que han afectado, dice, a los “descendientes” de Annales, a los “discípulos” de Hobsbawn y de E. P.Thompson y a los “arrepentidos” de tanto historicismo marxista. Di Cori, ha analizado también el contraste entre las posiciones académicas que tienen las historiadoras feministas en Estados Unidos, en donde sus disciplinas están ampliamente reconocidas y forman parte de los curricula de las universidades, y en Europa en donde se ha señalado la escasa posición académica de las historiadoras italianas.10 La historiografía feminista, en cambio, se habría beneficiado de la libertad de pensar que le daba su escasa ubicación académica y, sobre todo, de la condición internacional de la Historia de las Mujeres, en la medida que ello ha permitido a las italianas ser copartícipes de las otras experiencias intelectuales, especialmente de las americanas, territorio en el que muchas de ellas han estudiado y han trabajado por un cierto tiempo. La denominada historia de las mujeres en su versión americana o italiana, ha privilegiado los aspectos llamados “específicos”, los temas y las preguntas que permitían comprender la “diferencia” femenina. En sus versiones más interesantes ha abordado aspectos más explicativos y menos descriptivos sobre las estrategias femeninas, la acción de las mujeres y el poder y el conflicto que derivan de las relaciones entre los sexos.11 La historiografía feminista francesa, por su parte, ha privilegiado el enfoque de las relaciones entre los sexos y de la interacción de las diferencias sexuales. Los argumentos para “mezclar” los temas y los textos que tratan de uno y otro sexo nos son conocidos. Para Michelle Perrot: “Ce choix se fonde sur l'hypothése qu'il n'existe pas deux sexes séparés,comme le seraient deux espèces, mais un processus de différenciation sexuelle, aux frontières souvent floues, dont la saisie est au centre de notre travail”.12 En cuanto al recurrente problema de utilizar el discurso masculino y de hacerlo sin quedar atrapadas en sus textos, estas historiadoras advierten que la experiencia las ha hecho, por una parte, conscientes de la pobreza de una historia confiada de los relatos de los hombres sobre las mujeres y, por otra, les ha proporcionado otros métodos de análisis de los textos de hombres y de mujeres. Métodos menos confiados en la “realidad” de los textos y más críticos con las ideas de todos los tiempos, con los discursos enmascaradores referidos a las mujeres. Desde esta apreciación, estas historiadoras precisan que adoptar el punto de vista de las relaciones de los sexos no es hacer entrar el discurso masculino para darle carta de naturaleza, sino que, por el contrario, es abrir un camino fértil para “reconstruir las representaciones, el lenguaje, la © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 772 propia mirada de los hombres”.13 Por otro lado, el hecho de privilegiar los discursos, masculinos o femeninos, como el lugar del análisis y la posición crítica adoptada ante las representaciones y las imágenes que los textos ofrecen sobre las mujeres, nos recuerda las posiciones adoptadas por las teóricas del género: “A l'opposé d'une définition biologique ou naturaliste du masculin et du femenin, la majeure partie des auteurs de cette histoire optent pour une définition culturelle et historique. A la manière anglo-saxonne, ils distinguent sexe (biologique) et genre (culturel) et privilégient la quête de ce dernier, seule catégorie visible dans l'histoire” precisando que “la construction du genre est issue de rapports de pouvoirs, à l'oeuvre jusque dans le déploiement des images et dans l'organisation symbolique de l'univers, la plus transcendant comme la plus familier”.14 La posición integradora adoptada por la historiografía feminista francesa ha sido calificada de ambigua, de poco comprometida con el feminismo. Las historiadoras francesas, sin embargo, han dicho que sus planteamientos responden a su posición de partida respecto a la igualdad de sexos que ellas reivindicarían. Del mismo modo sus estrategias de trabajo en común con los hombres y dentro de la historia responderían a una concepción unitaria de la comunidad científica cuyas teorías y métodos de trabajo, en general, comparten. Estas estrategias se han venido poniendo de manifiesto, tanto en la concepción de los cinco volúmenes de la Historia de las Mujeres, dirigidos por Duby- Perrot, como en los coloquios y demás actos académicos que tienen por objeto la historia de las mujeres, en los que han participado siempre los hombres, como más adelante comentaremos. Por último queremos referirnos a los planteamientos y a los resultados de la producción que sobre historia de las mujeres se vienen dando en España, en estos mismos años. En este sentido cabe recordar que la aportación española a la obra dirigida por Perrot-Duby, a la que nos venimos refiriendo, consistió en un suplemento, que, no formaba parte del proyecto original y que fue planteado por la editorial que contrató su traducción castellana. La lectura de las aportaciones españolas al conjunto de esta obra nos indica que éstas son muy diferentes y que su calidad es irregular. Se puede considerar que alguno de estos trabajos no hubieran desmerecido el conjunto de la obra por lo que la ausencia de representación española fue un olvido que sólo se justifica por el desconocimiento que la personas que planificaron la obra tenían entonces de la producción española. Sin embargo, la misma ausencia resulta preocupante cuando se repite en el Congreso de Rouen de 1987, al que me acabo de referir. Habrá pues que esperar a que las cosas lleguen a estar en su lugar, sobre todo si se prosigue adecuadamente en el empeño de producir una historia de las mujeres en España que sea equiparable y sobre todo visible en el exterior. En este sentido pienso que la preocupación de las historiadoras que practicamos la Historia de las mujeres debería intensificar, ahora, el análisis crítico de la historia de las mujeres que hemos producido en España. En la obra de Duby-Perrot, siguiendo la tónica de los volúmenes franceses los textos son de autoría femenina y masculina, son plurales en sus planteamientos. Lo cual podría indicar amplitud y buena predisposición de los historiadores en relación con la Historia de las Mujeres. Pero no es así a juzgar por los resultados que demuestran el desinterés de los historiadores e historiadoras por el debate teórico habido en el seno de la historia © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 773 de las mujeres. Pensamos que son muchos los que piensan que, en el hacer de la historia de las mujeres, se trata de un tema o de algunos temas que añadir, sin más problemas, a la historia. Con lo cual no encontraron ningún obstáculo en trabajarla con los presupuestos que les son habituales y en ignorar todo cuanto ha tenido que ser pensado y debatido para dar viabilidad al proyecto de escribir la historia de las mujeres. El panorama no me parece, en general, positivo, aunque sin duda, existe un importante dinamismo productivo. Pero si nos fijamos, en los contenidos de muchas de las ediciones castellanas sobre Historia de las mujeres, sus contenidos merecerán comentarios semejantes a los que hemos hecho, para los suplementos españoles que se contienen en la Historia de las mujeres en Occidente de Duby-Perrot. Pues, como podemos comprobar, buena parte de los textos producidos por nuestros historiadores se muestra poco exigente con el tipo de historia que hace. La mayor parte de ellos trabajan con las preguntas y los métodos habituales, ignorantes voluntarios de los debates teóricos y de los logros, habidos en la denominada historia de las mujeres. Lo cual pone en cuestión la actitud intelectual con la que bastantes de nuestras historiadoras y muchos de nuestros historiadores, que enfrentandos, a la cuestión de la historia de las mujeres, lo hacen desde sus propios prepuestos, ignorantes de que, si este fue un proyecto vago en un principio, hoy es un modo de hacer Historia que tiene sus exigencias. La historia de las mujeres es hoy una forma de hacer historia que, como otras tantas, tiene sus formas, como se reconocen en el reciente libro, editado por P.Burke y significativamente titulado Formas de hacer historia. En los últimos años el proceso se ha intensificado y mi opinión sobre lo que se produce ahora en España es más positiva. A juzgar por lo que se publica en la revista Arenal dedicada a historia de las mujeres, el nivel está mejorando sensiblemente.15 No obstante, mi impresión es que las mujeres, que somos mayoría en hacer esta historia, si bien mantenemos un fuerte espíritu militante, no somos suficientemente exigentes en lo que producimos. Pienso que no aprovechamos, como podríamos, las experiencias habidas en otros espacios intelectuales y que no hemos sabido exportar nuestras propias producciones. En este sentido hemos dejado de lado la comunicación con las historiadoras feministas latinoamericanas, con las que tenemos una asignatura pendiente. Aquí nos comportamos de manera muy distinta a las ávidas italianas o las francesas, que se mueven en todas direcciones con interés por las innovaciones que encuentran en otros ámbitos intelectuales. Aunque su grado de aceptación varíe desde el entusiasmo por lo que ocurre en América a un relativo grado de escepticismo a propósito de los nuevos planteamientos de Scott. En mi opinión, aquí nos comportamos con mayor indiferencia y perplejidad ante las cuestiones epistemológicas que nos resultan extrañas. ¿Quizás esa sea la actitud que predomina entre los historiadores españoles?, ¿es posible pensar que se descuida aquí más que en otros lugares el debate historiográfico? Si ello es así nos interesa participar en aquellos que se den. Del mismo modo que nos interesa aprovechar la experiencia internacional de la historia de las mujeres para contribuir positivamente a los debates de la historia que es también historia de las mujeres. EL DEBATE DE LA HISTORIA En 1992, Michelle Perrot y Georges Duby, junto con las otras directoras de la obra colectiva, Historia de las mujeres en Occidente, a la que nos venimos refiriendo: P. Schitt-Pantel, Christiane Klapisch-Zuber, Arlette Fargue, Natalie Zemon-Davis, Geneviève Fraisse y Françoise Thébaud, organizaron un Coloquio Internacional sobre © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 774 Femmes et Histoire, con motivo de la traducción de la obra a cinco idiomas, entre ellos el nuestro, que se celebró en la Sorbona. En él se pretendía hacer una lectura crítica de la obra producida que diera lugar a un debate sobre la historia de las mujeres, que se venía practicando en Europa y en América. A tenor de lo que había sido la obra, en la que había habido participación de los distintos países, femenina y masculina, se eligió que las intervenciones en el debate fueran también mixtas e interdisciplinares. En las sesiones del Coloquio estuvieron representadas las distintas corrientes de la historiografía feminista así como intelectuales que a su vez, mantenían posiciones propias, a menudo divergentes, sobre los métodos y teorías vigentes entre los historiadores, sociólogos o antropólogos.16 La misma estrategia de mixitée entre los sexos y de interdisciplinariedad conformó el coloquio de Rouen: L’ Histoire sans les femmes est elle posible, de 1997, al que nos hemos referido. Lo cual nos indica que en Francia, más que en otros países, las historiadoras feministas practican una política de integración académica, en las ediciones y en los debates intelectuales que se refieren a la historia de las mujeres. Ellas más que otras han hecho siempre la defensa de producir un debate abierto entre historiadores, sean o no especialistas en historia de las mujeres y con las ciencias sociales de cuyos instrumentos teóricos y metodológicos pretenden servirse. En este sentido en los debates habidos, en París como en Rouen, se puso de manifiesto que la historiografía feminista francesa, pero no sólo, ha sido sumamente ecléctica en el uso de métodos de trabajo y ha estado fuertemente impregnada por los problemas de la historia y los debates de los historiadores. A pesar de haber mantenido las distancias críticas con los colegas masculinos, en unos casos más que en otros, tal como referiremos en las páginas que siguen. La lectura de las actas habidas en estos dos encuentros manifiesta la existencia de problemas comunes, de retos epistemológicos que implican a un sector amplio y dinámico de las ciencias sociales. Indican también el papel activo que la Historia de las Mujeres tiene en estos debates, lejos de los objetivos limitados que ,a menudo, se le suponen y lejos también de las sumisiones metodológicas, también atribuida a la historia de las mujeres desde otros ángulos. Así lo pone de manifiesto la historiadora Gianna Pomata, italiana afincada en Minnesota, la cual, en el coloquio de París, abría el debate en dos frentes: con la historiografía feminista de corte americano, influenciada por los desafíos del giro lingüístico y con los historiadores europeos, que siguiendo las mismas influencias, privilegian una visión culturalista de la historia. Pomata, tomando como referencia los cinco volúmenes de la Historia de las Mujeres, entraba en el debate para señalar que: “On trouve d'un côté des essais sur la réprésentation de la femme (dans la littérature, l'iconographie, le discours médical, philosophique et scientifique) et de l'autre, des essais sur l'histoire social des femmes (famille, économie, démographie)”. La pregunta que para ella no se hacen los trabajos allí criticados es si esta avalancha de discursos realizados sobre las mujeres ha tenido alguna vez consecuencias prácticas sobre su vida propia.17 Gianna Pomata en su respuesta plantea, en primer lugar, una crítica a la separación tradicional entre historia intelectual e historia social; en segundo lugar, una crítica a la historia de las ideas de corte clásico y, finalmente, una defensa de la nueva historia social en la que ella se ha formado. Como consecuencia, la historia de las mujeres que ella critica es aquella que integrada en lo que normalmente se produce hoy en la historia, es dividida en compartimentos estancos: sociedad y cultura. La suya, por el contrario, pretende ser una historia a la búsqueda de las prácticas sociales, a la búsqueda de la relación entre lo “pensado” y lo “vivido”, interesada, por lo tanto, en la apropiación subjetiva de las ideas, en los efectos del discurso, en las estrategias de la subjetividad, que, para evitar © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 775 su definición a priori se ampara en la reconstrucción de las biografías femeninas.18 Su concepción de la historia como historia de lo social hacía disentir a Pomata de las orientaciones de aquellos colegas que privilegian los métodos de trabajo y de análisis provenientes de los ámbitos lingüísticos y que, abandonando el modo habitual de proceder con los archivos, transforman los objetivos de trabajo, desplazándolos hacia los textos y hacia la deconstrucción de los discursos. En Estados Unidos se ha dicho que éstas son posiciones defendidas desde el feminismo: On a présenté l'une des versions de cette histoire du genre comme une correction de l'empirisme naïf qui caractérisait, nous dit-on, l'histoire des femmes dans les années soixante-dix. Certaines universitaires sont même allées jusqu'à prétendre que l'histoire du genre allait supplanter l'histoire des femmes, puisque, d'un point de vue théorique, les femmes n'existent pas. Elles ne sont que la construction de discours convergents, philosophiques, religieux, medicaux, scientifiques, une construction que doit être déconstruite.19 Los comentarios de Pomata remiten a la polémica actual entre la historia como historia social o historia cultural. A los planteamientos de la crítica feminista americana, poco influyentes en la historiografía europea, que, plantea un desafío a los modos de proceder de la historia y de los historiadores, confiados en sus métodos, en el carácter “realista” de sus fuentes y en la verdad y objetividad de sus discursos. Como consecuencia de esta influencia la historiografía feminista americana, al menos una parte de la misma, ha desplazado su atención “de los hechos de las mujeres” a las “representaciones”, a los “símbolos”, a las “imágenes” que organizan lo real más que lo traducen. En el conocido artículo de Scott sobre el género como categoría útil a la historia se manifiestan ya sus posiciones cambiantes respecto de la práctica habitual de los historiadores que practican la historia social. Así se preguntaba ¿Qué deberían de hacer los historiadores que estaban viendo despreciada su disciplina por algunos teóricos que la tachaban de ser una reliquia del pensamiento? ¿Renunciar al archivo?, ¿renunciar a pensar sobre el pasado? Obviamente, no era esa la respuesta de Scott, su propuesta era, más bien, atender los retos y pensar de nuevo, en los métodos y en la forma de organizar el trabajo. Desde está problemática y por influencia de los desafíos epistemológicos planteados desde las ciencias del lenguaje, la historia del género, que Scott defiende, debería intentar explicar las prácticas y los contextos en los que se producen los significados de la diferencia sexual. Siempre a partir del análisis de los procesos discursivos del poder, que son los que organizan y legitiman las diferencias. Se debería de dar respuesta a cómo sucedieron las cosas para las mujeres, cómo se constituyeron las identidades y en función de qué, para poder responder después a la cuestión de por qué sucedieron así las cosas y no de otro modo. Para Joan Scott, al contrario que para Gianna Pomata, explicar a la mujer no sería tanto conocer lo que hizo en el pasado, sino llegar a comprender el significado “de las actividades de los sexos a través de la interacción social concreta”, lo que equivale a desplazar las preguntas, el interés de la historia de la mujer desde los hechos y las determinaciones materiales (temas que ella misma trabajaba en los años setenta) hacia el análisis del lenguaje y de la producción social de los significados. En un artículo más reciente, también publicado en España, en 1994, Scott pone de manifiesto la radicalización de sus posturas teóricas y cómo éstas han influido en la modificación de su teoría del género. En su actual planteamiento Scott busca “representar la actividad humana reconociendo, al mismo tiempo, sus determinantes © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 776 lingüísticos y culturales”.20 Su postura remite a la condición lingüística de las “identidades” y “realidades” sociales y a una noción abierta del lenguaje que: “asume una multiplicidad de referencias, una resonancia más allá de las palabras literales, un juego por encima de temas y esferas... Una noción de lenguaje que comprende la cualidad resbaladiza de todo significado, sus posibilidades de reinterpretación, reformulación y anulación, que lleva implícita, además, una teoría de cambio”.21 Si en el pasado, recuerda, por influencia de las ciencias sociales, el feminismo daba por supuesto la identidad y la experiencia de las mujeres, ahora el enfoque post-estructuralista relativiza la identidad y la despoja de su base en una “experiencia esencializada”. Así, al problematizar los conceptos de identidad y experiencia se han ofrecido, en opinión de J. Scott, interpretaciones dinámicas del género que hacen hincapié en la controversia, la contradicción ideológica y las complejidades de las relaciones cambiantes de poder. El empeño teórico de J. Scott y del feminismo americano descubre la doble cara de sus enemigos: los discursos que la modernidad ha construido sobre las mujeres y la incapacidad, en su opinión, de los métodos tradicionales para desvelar las “trampas” del lenguaje. A título de ejemplo se puede señalar su debate, éste conocido en España, con el también americano Stedman Jones a propósito del “tratamiento” que la historia del movimiento obrero ha tenido con los asuntos del género. En opinión de J. Scott, S. Jones no consigue llevar a cabo la “revolución” conceptual por la que aboga en su introducción: Porque no utilizan un método de análisis que demuestre cómo funciona el lenguaje en la construcción de la identidad social, y de qué ideas como las de clase se convierten a través del lenguaje en realidades sociales. Los hitoriadores no deben consideran el lenguaje únicamente como un instrumento para comunicar ideas, sino como algo que crea significados dentro de los procesos de significación.22 En relación con lo anterior, con el nuevo modo de proceder de las teóricas americanas, se ha dado un cambio de actitud de la teoría feminista hacia las ideas de razón, progreso y modernidad, defendidas desde las teorías afirmadas de las ciencias sociales y de la historia que sustentan el valor de estas ideas ilustradas. La historia de las mujeres ha extendido su “sospecha” hacia los dicursos fundadores de la verdad de las mujeres, incluso a los discursos de libertad y de progreso pronunciados por los hombres en su nombre. Las empatías del feminismo, se dice, no van en general en el mismo sentido de las ideas que se expresan y se afirman en los textos culturales en los que se ha fundado la modernidad, pensada y realizada como espacio exclusivo de los hombres, que excluye a las mujeres, las cuales, en consecuencia, se muestran más proclives a rechazar que a recibir los fundamentos que no les pertenecen. Para ella: Si en el pasado, por influencia de las ciencias sociales, el feminismo daba por supuestos la identidad y la experiencia de las mujeres, ahora los nuevos enfoques postestructuralistas relativizan esta identidad y la despojan de su base en una “experiencia esencializada”, con lo que se fomenta la controversia, la contradicción ideológica y se revelan las realidades en función de las relaciones cambiantes del poder. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 777 Las historiadoras feministas francesas, al otro lado del Atlántico, han hecho una lectura menos entusiasta de los desafíos de la lingüística post-estructuralista. Michelle Perrot lo indicaba en el coloquio de la Sorbonne: la investigación histórica en Francia parece menos “conmocionada” y menos “influenciada” por el giro semiótico o lingüístico: “Par attention au langage consideré comme l'instance où tout se joue, sur ce point, la recherche francaise est très en deca de l'actuel debat américain”.23 Lo cual no significa que la historia de las mujeres, en Europa, no haya recibido influencias post-estructuralistas, habiendo desplazando también sus orientaciones y contribuido a la polémica, que se viene produciendo entre los historiadores (una parte de Annales, por ejemplo, respecto de las categorías clásicas de la historia económica y social cuestionadas por los nuevos planteamientos de la historia que privilegia lo cultural y lo político.24 Sin embargo, en el feminismo europeo se mantienen las distancias respecto del desafío radical del feminismo americano, representado en la postura de Scott. M. Perrot, por ejemplo, ha manifestado sus dudas y sus interrogantes sobre la pretensión de producir desde la historia de las mujeres una ruptura epistemológica radical que ponga en jaque los planteamientos teóricos en que se apoyan hoy las ciencias sociales y la historia. Advierte a sus compañeras americanas que se trata de una ambición largo tiempo explicitada y nunca cumplida. Aunque ciertamente afirma que la historia de las mujeres ha abierto la posibilidad “de pensar de otro modo” la Historia. Lo cual no está exento de dificultades y de desencuentros con los historiadores y con sus procedimientos. En este sentido Michelle Perrot se pregunta por los efectos, que la historia de las mujeres escrita en los últimos tiempos, ha producido en los lectores del mundo y sobre todo en los universitarios, que no son sus especialistas. Respecto de sus colegas franceses, se teme lo peor, cree que bajo el elogio que se produce, debido al éxito de público que está teniendo la obra que ella misma ha dirigido, no exista otra cosa que una gran indiferencia. Una aceptación sin implicaciones intelectuales que significaría que la historia de las mujeres no produciría ninguna alteración en los modos habituales de hacer de estos historiadores. Salvando las excepciones, conocidas, de aquellos colegas cuyos textos últimos están siendo “afectados” por el feminismo.25 En cuanto a las mujeres, universitarias o no, la historia de las mujeres, que se publica las afecta de otro modo. En ellas dice Perrot hay una curiosidad y un deseo de saber más despierto que en los hombres, que produce una lectura interesada y quizás una mayor integración de los conocimientos que proporciona. También una decepción en la lectura de los textos, pues los problemas siguen existiendo entre los sexos, mientras que las páginas de los libros de esa historia escrita dan un relato que, a veces, parece contribuir a pacificar el conflicto. INNOVACIONES Y CONFRONTACIONES El camino recorrido por la historia de las mujeres, para crear su objeto de estudio, para formular las preguntas del modo pertinente, y para establecer un debate teórico, con el que movilizar el conocimiento sobre las mujeres y sobre la construcción histórica de las diferencias de sexo fue rápido e intenso, como lo demuestran los debates habidos al respecto. En su desarrollo se iban dejando atrás los primeros planteamientos: las consabidas ideas sobre las “causas originarias” y sobre las “determinaciones” de la diferencia histórica entre hombres y mujeres, en favor del estudio de los procesos culturales y de las acciones del poder por los cuales estas diferencias se construían y reconstruían históricamente. La mujer, se afirmaba, era lo que los lenguajes sociales © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 778 habían hecho de ella. Y la historia de las mujeres debía tomar como objeto de análisis el modo en que todo aquello “cultural” había sido dado a las mujeres y las había constituido como un género, impuesto a las mujeres desde instancias exteriores, que implicaban el ejercicio del poder social o del poder masculino. La historia de las mujeres, se resumía, debía ser la Historia del modo en que las imágenes culturales con que se representaba a las mujeres, habían sido dadas y habían llegado a ser colectivamente reconocidas como representaciones de su identidad y realidad. En esta construcción y reconocimiento se implicaba a los hombres y también a las mujeres. Estas constataciones inducían a las historiadoras feministas a dejarse influir por las disciplinas del lenguaje, que señalaban la complejidad de los textos culturales y criticaban el uso reductor que de ellos se hacía en la escritura de la Historia. En lo referente a las mujeres, más que en otros temas, los historiadores, parecen aún incapaces de desprenderse de la inmediatez de las imágenes convencionales que circulaban, ya sea en los discursos de la religión o en los discursos de la razón. Habituados a sus contenidos o fascinados por su estética, empatizaban y quedaban atrapados en la literalidad de las ideologías que, de un tiempo a otro, remiten a la diferencia esencial de las mujeres. Reales o no, se trata de imágenes familiares al historiador que, al repetirlas las afirma. Así, es evidente que la historia de las mujeres no puede reducirse a dar cuenta y credibilidad a unas ideas a las que con el soporte de la escritura y con los hábitos del tiempo parecen destinados a permanecer. Por el contrario, debe poner en evidencia que las palabras que se refieren a las mujeres y los discursos que las contienen son más que “verdades o realidades”, modelos, tipos ideales, conceptos cargados de significados creados por la imaginación discursiva de los autores. Lo cual implica pensar que las mujeres “reales” no siempre se ajustan a los discursos que las definen, como se observa críticamente desde la historia social que, atenta al “vivir” de las mujeres, se distancia del uso de los documentos normativos y narrativos, y apuesta por la búsqueda de los “hechos” de la vida “vivida”, más que por la indagación sobre las palabras “dichas”. En los últimos tiempos, la historia de las mujeres se ha ido separando de las formas habituales de considerar los textos, heredadas de la historia del pensamiento de raíces filosóficas, para producir un acercamiento a las nuevas formas de la historia cultural, con la que comparte la preocupación por establecer otro uso de los documentos. La historia de las mujeres ha marcado distancias con sus formas iniciales de enfrentarse a los discursos que se refieren a las mujeres y muestra ahora un interés particular en la comprensión de los fenómenos del lenguaje y sus imágenes. Como se ha señalado, en Europa y aún menos en España, el interés de los historiadores por estas cuestiones ha sido escaso y se ha conmocionado apenas el hacer de las ciencias sociales. Aquí se ha hecho una lectura menos entusiasta de Foucault, de Bajtin o de Barthes, pero se puede decir que, la historiografía feminista más visible se preocupa, ahora más que en el pasado, por conocer los métodos de análisis aportados por la crítica literaria feminista, que, en los EEUU, domina los estudios sobre las mujeres. En consecuencia, la Historia de las mujeres se muestra ahora más exigente en su trabajo; menos confiada en la “verdad” y la “realidad” de las palabras, se preocupa por establecer la relación que las palabras parecen tener con las cosas y el modo en que la significación histórica de las mujeres ha influido en sus conductas y formas de vida. En resumen, la historia de las mujeres tal como se practica hoy, en Europa y en América, se caracteriza por la diversidad de planteamientos que se generan por su relación, no exenta de conflicto, con el feminismo teórico y con las teorías que nutren © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 779 las corrientes actuales de Historia. En este sentido se ha significado que la historiografía feminista ha estado en el corazón de los debates que han afectado a la historia, en los últimos veinte años, por los que se ha dejado influir (aunque no siempre se quieran reconocer las deudas). Ciertamente hubo un tiempo en que la cuestión definitoria de la historia de las mujeres, eran los temas a privilegiar y los espacios intelectuales a preservar como propios. Hoy, en cambio, estos planteamientos están perdiendo vigencia a favor de una mayor interrelación entre la historia de las mujeres y las distintas formas de la Historia. Lo que define y, a la vez divide, a la historiografía feminista, son las posiciones que se adoptan en relación con los debates de la Historia. Por ejemplo, el modo en que la historia de las mujeres se posiciona, en Europa o en EEUU, frente a las crisis y los nuevos planteamientos que, en los últimos años, han cambiado sustancialmente las formas de hacer Historia. A partir de las rupturas habidas entre finales de los años sesenta y en los noventa, primero, en el seno de la historia social que buscaba su renovación y después a causa del debate abierto por los nuevos planteamientos de la historia cultural. En la práctica, las historiadoras feministas han tomado posiciones diversas, movidas por sus afinidades, sus relaciones y sus alianzas con uno u otro modo de hacer Historia. En Inglaterra y en parte en Italia, por ejemplo, la historia de las mujeres, ha adoptado los modos y planteamientos habituales de los historiadores que practican un marxismo renovado, al estilo de Thompson, o se han decantado por métodos microhistoricos. En Francia se decantan más bien por la historia cultural, al estilo de las últimas generaciones de Annales. En unos casos se privilegia una Historia fuertemente empírica, determinada por las fuentes que permiten centrarse en los hechos de la vida vivida. En otros, se insiste en el carácter literario de las fuentes y en la lectura significativa de los textos. Por un lado están los estudios que se dedican a hacer Historia de la representación de las mujeres en el tiempo, por otro lado, los que inciden sobre los hechos de la vida social. La historia de las mujeres comparte pues problemas y polémicas con los historiadores. Unos y otras se mezclan, por igual, en el debate actual entre los lectores de “textos” y los historiadores que privilegian “hechos”. En Europa, sobre todo en Francia, las historiadoras feministas, a menudo, han visto con recelo el decantamiento de la historiografía feminista americana por los modos de hacer de las disciplinas literarias. Éstas, de modo creciente, se interesan por las “representaciones” que producen las fuentes literarias y por las imágenes, creadas como instrumentos de dominio y de coacción de las mujeres. Como ha dicho Gianna Pomata, el giro lingüístico, dado por los estudios de género, ciertamente ha logrado corregir el uso ingenuo de los los documentos que normalmente hacen los historiadores, pero no tiene por qué significar una ruptura radical en los planteamientos clásicos de los historiadores que confían en producir un discurso verdadero sobre el pasado. No puede pretender que sus orientaciones anulen la preocupación de los historiadores por comprender los fenómenos y los hechos sociales. Del mismo modo que no se pueden desvalorizar las formas de hacer historia de las mujeres que se ocupa del territorio de la “existencia” y de la “experiencia” femenina. Como ocurre en el caso de la historiografía feminista francesa o italiana que se interesa por el análisis de la vida y del pensamiento femenino, por la razón de las mujeres contenida en los discursos y en las prácticas de vida femeninos y feministas de la historia de la modernidad.26 No obstante, por influencia de la historiografía americana, también en Europa, el hacer la historia de las mujeres, se encamina a explicar las prácticas culturales mediante las cuales se crean los significados de la diferencia sexual, a partir de los análisis de los procesos discursivos del poder, que son los que organizan y legitiman las diferencias. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 780 En su versión americana, los desacuerdos afectan también a la teoría. Se ha pretendido que podría constituirse un saber propio desde el feminismo que, habiendo roto con la “universalidad” pretendida por la ciencia, podría constituirse en un modo de pensar diferente, y opuesto a las posiciones teóricas afirmadas hoy, en las ciencias sociales y en la historia. En Europa, los planteamientos son menos radicales, o quizás menos sencillos al respecto, aunque, ciertamente, el feminismo teórico se ha visto obligado a marcar muchas distancias con las creencias afirmadas y con los modos de proceder de los sociólogos y de los historiadores, entre otros científicos sociales. A este lado del Atlántico, los puentes entre la historia de las mujeres y los historiadores de otros dominios parecen haber estado mejor tendidos, al menos en lo que al debate intelectual se refiere. Así, al menos, se ejemplifica en el caso francés, del cual se ha dicho que, la mixitée entre los sexos, es una larga tradición cultural del país. Del que se refiere la tradición de integración y de universalidad que ha caracterizado la teoría social francesa, al menos en los dos últimos siglos. Esto es diferente de lo que ocurre en otras culturas que como la anglosajona, han producido una mayor atomización de los colectivos y de las ideologías.27 Al margen de estas explicaciones, lo que sí puede comprobarse es que la diversidad de los planteamientos y de los procedimientos, están estrechamente relacionadas con el lugar y con las tradiciones feministas, intelectuales y culturales del país de origen. De ese modo hoy podemos hablar de una historiografía feminista americana y otra europea. Las cuales aunque mantienen sus diferencias, se comunican y se influencian, del mismo modo que se comunican los debates teóricos que se producen entre los historiadores de distintos países. Así pues la diversidad afecta a la historia de las mujeres, como afecta a la Historia. La diversidad parece ser el signo de los tiempos, pero en la historia de las mujeres ésta es una diversidad llena de semejanzas. Debidas, por un lado, a las teorías feministas que se comparten y, por otro lado, a las concomitancias que el feminismo viene manteniendo con el hacer, plural, de las Ciencias Sociales y de la Historia. La historia de las mujeres es hoy más compleja que en el pasado, más plural en sus orientaciones y en sus procedimientos. Las y los historiadores que la practican manejan ampliamente los debates actuales sobre su quehacer y se nutren de las orientaciones metódicas que han producido la renovación de la Historia y se encuentran hoy afirmadas entre los historiadores. No obstante, en algunos casos las historiadoras feministas siguen haciendo reserva de los temas y se refieren sólo a mujeres como tema y privilegian las cuestiones “específicas” en la llamada historia de las mujeres, o del género. En España, sin embargo, nos faltaría una reflexión sobre estas cuestiones, mientras la tendencia que domina entre los historiadores es el distanciamiento. De parte de las historiadoras feministas persiste la desconfianza inicial hacia la comunidad intelectual a la que pertenecen; de parte de los historiadores hay un gran desconocimiento y por tanto un distanciamiento lo que es la historia de las mujeres. Ésta es de las mujeres, pero no sólo es de ellas. La que aquí tenemos es, en mi opinión, una situación de indiferencia mutua que limita las posibilidades de desarrollo de la historia de las mujeres y de la Historia. Mi deseo es que esta escritura sobre el significado intelectual y político de la historia de las mujeres, sea un modo de producir la comunicación necesaria para que la Historia, y con ella la historia de las mujeres, cumpla la función social a la que aspira. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 781 NOTAS 1 Sobre la construcción de la Historia de las mujeres en Europa y en America ver Isabel Morant: “El sexo de la Historia”, Ayer, nº 17, Madrid, 1995. 2 Simone de Beauvoir: La plenitud de la vida. Barcelona, 1961. La versión original francesa es de 1960 (La force de l'age. París). 3 A.Fargue: “Practique et effets de l’ histoire des femmes”, en M. Perrot: Une histoire des femmes est-elle posible, París, 1984 , p. 19. 4 J.W.Scott: ”El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Amelang, J. y M. Nash, Historia y género, Valencia, 1990, p. 43. 5 Sobre este debate en los Estados Unidos de Norteamérica y en Europa puede verse la obra de Raquel Osborne: La construcción social de la sexualidad. Madrid, 1993. Véase también el último libro de K. Mackinnon: Hacia una teoría feminista del Estado, Madrid, 1995. 6 G. Bock: “La Historia de las mujeres y la Historia del género: aspectos de un debate internacional “, en Historia Social, nº 9, Valencia, 1991, p. 59. 7 M. Perrot: Une Historie des femmes est-elle posible?, París 1987. A. M. Sohn et F. Thélamon: L’ Histoire sans les femmes est-elle possible?, Rouan, 1997. 8 M.Perrot y G.Duby (eds): Historia de las Mujeres. Madrid, 1992-1993. 5 vols. 9 A título de ejemplos significativos ver La ricerca delle donne. Studi feministi in Italia, a cura di Maria Cristina Marcuzzo e Anna Rossi-Doria.Milán, 1987, ver también, V.V.A.A: Discutendo di storia. Soggettività, ricerca, biografia, Torino 1990. 10 P. di Cori: “Made in U.S.A. e made in Europe. La storia delle donne in una prospettiva di comparazione”. Texto inédito. 11 Sobre la historiografía feminista italiana ver Annarita Buttafuoco: “Historia y memoria de sí: feminismo e investigación histórica en Italia”, en G. Colaizzi (ed.): Feminismo y teoría del discurso. Madrid, 1990. 12 A.Farge et M.Perrot: Débat en “Femmes et Histoire”. Actes du colloque de la Sorbonne, novembre 1992. París, 1992, pp. 68-69. 13 A.Farge-M.Perrot, o.c., pp. 68-69. 14 A.Farge-M.Perrot, o.c., p. 69. 15 Arenal: revista de Historia de las mujeres, dirigida por Candida López Martinez, Mary Nash y Reyna Pastor, fue creada en 1995. Ver también la produción sobre teoría Feminista e Historia de las mujeres publicada en Feminismos de la Editorial Cátedra © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 782 16 Georges Duby-M. Perrot: Femmes et Histoire, Actes du Colloque organisé a la Sorbonne, novembre 1992. 17 G.Pomata: “Histoire des femmes, histoire du genre”, en Femmes et histoire, o.c. 18 La ponencia que Roger Chartier presentó en este coloquio precisamente destacaba la formación cultural de la diferencia de los sexos, al referirse a la violencia simbólica ejercida sobre los cuerpos sexuados de las mujeres. Chartier tomaba en su ponencia los temas y las preguntas planteadas por la historiografía feminista francesa, que él conoce bien, y trataba de entrar en ellos usando de sus propios presupuestos historiográficos (véase Femmes et histoire, o.c., pp. 39-47). 19 G. Pomata, o.c., p. 29. 20 J. Scott: “Historia de las mujeres”, en P. Burke, o.c., p. 83. 21 J. Scott: “Sobre el lenguaje, el género y la historia de la clase obrera”, en Historia Social, nº 4, 1989, p. 97. 22 J. Scott: “Sobre el lenguaje,...”, o.c., p. 88. La polémica entre historiadores es virulenta. A título de ejemplo ver la intervención de Lawrence Stone en Carlos Barros: Historia a Debate, vol 1, pp. 177- 190. A Coruña, 1995. 23 La historiografía feminista francesa conoce ciertamente a sus colegas Foucault, Derrida o Lacan. Pero, en mi opinión, las historiadoras francesas han hecho su lectura y su asimilación particular de aquellas propuestas.Véase A. Farge y M. Foucault: Les désordres des familles. Lettres de cachet des archives de la Bastille. París, 1982. Igualmente, Jacques Ranciére: Les noms de l'histoire. Essai de poétique du savoir. París, 1992. 24 Actualmente, una parte de Annales mantiene contactos fluidos y debates con el nuevo historicismo americano. Véase, Roger Chartier: L’Histoire aujourd‘hui: doutes, défis, propotitions, Utopías vol. 42, Valencia, 1994 . 25 A título de ejemplo se pueden citar las obras últimas de G. Duby, las intervenciones de: R. Chartier, M. Godelier, J. Ranciére y P. Rosanvallon, en el debate de París de 1992. Otro ejemplo interesante es el libro de Thomas Laqueur: La construcción del sexo. Sexo y género de los griegos a Freud, Feminismos, Cátedra-Universitat de València 1995. (El original americano editado en Harvard es de 1992). 26 POMATA, G. (1992): “Histoire des femmes, histoire du genre”, en Duby-Perrot : Femmes et Histoire. 27 M. Perrot. “Escribir la historia de las mujeres: una experiencia francesa”, en G. Gómez- Ferrer: Las relaciones de género, Ayer, nº 17, 1995, pp. 67-84. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
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Título y subtítulo | Historia de las mujeres e historia |
Autor principal | Morant, Isabel |
Publicación fuente | XV Coloquio de historia canario - americano |
Numeración | Coloquio 15 |
Sección | Mujeres e historia |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2002 |
Páginas | P. 0767-0782 |
Materias | Congresos ; Historia ; Canarias ; América |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 316911 Bytes |
Texto | 767 HISTORIA DE LAS MUJERES E HISTORIA Isabel Morant Estas páginas pretenden ser un recorrido por la historia de las mujeres, a partir de un relato vivido sobre los orígenes de una práctica particular de interrogarse sobre la historia, que se ha consolidado en los últimos veinte años. En relación, a veces difícil, con los desarrollos de la historia más recientes. En ellas se trata de responder a la pregunta que hoy se hacen nuestros investigadores sobre lo que significa hacer historia a partir de pensar las diferencias sexuales y, si se hace, como parece que ha sucedido, qué relación existe entre la historia que la mayoría de los historiadores escriben y esta nueva historigrafía que ha activado la diferencia de sexos para la historia.1 En 1999, se han cumplido cincuenta años de la aparición del Segundo sexo de Simone de Beauvoir. Un libro pionero sobre la cuestión de la diferencia de los sexos, en el que se trataba de pensar el origen y las causas sociales que habían estado en la base de la formación de la identidad femenina. Beauvoir buscaba indagar cómo históricamente se había constituido para las mujeres, lo que ella consideraba, desde la filosofía existencialista, un segundo sexo, dependiente de aquel otro transcendente que era el de varón. El proyecto de Beauvoir suponía romper un silencio, generar dudas sobre la “naturalidad” de las identidades de los sexos. El libro, en términos generales, fue muy mal acogido en Francia. Casi nadie parecía entender por qué había escrito aquella obra, porqué había removido las aguas tranquilas de la identidad femenina. Muchos fueron los que resolvieron entonces que todo se debía a un "malestar" particular de la escritora que, como era sabido, no se decidía a vivir el matrimonio y la maternidad como era habitual en las demás mujeres. Ella conocía estos comentarios y no se sorprendía porque venían del lado conservador, aunque, según confiesa, no esperaba reacciones tan violentas. Más desconcertada la dejaba el hecho de que desde la vertiente progresista se comprendiese mal su proyecto intelectual de abordar críticamente una evidencia: la de que la mujer ha estado sometida a lo largo de los tiempos y la de que ha llevado adelante funciones específicas adjudicadas a su sexo, manteniendo con el otro sexo relaciones de sometimiento y de dependencia.2 Simone de Beauvoir había sacado a la luz un problema político. Un asunto que, aunque afectaba a las mujeres, debía de ser pensado por hombres y mujeres, igualmente, en el marco de una teoría progresista, y debía resolverse a partir de las prácticas políticas en las que estaban comprometidos ella y sus amigos de la izquierda. Pero pasado el escándalo, el libro fue olvidado mientras las mujeres parecían vivir tranquilas con su condición sexual o, al menos, nada se decía en voz alta sobre su problemática. Al menos hasta finales de los años sesenta, cuando la cuestión de las mujeres se vuelva a poner sobre el tapete. Las cosas entonces acabaron sucediendo de un modo distinto al que Simone de Beauvoir había planteado. Ni la teoría, ni la práctica política de la izquierda parecían entonces capaces de resolver los problemas que denunciaban las mujeres. La cuestión femenina era extraña a sus planteamientos, por lo que los intentos por resolver en común los problemas teóricos y prácticos acabaron en fracaso. Como resultado de este desencuentro, intelectual y político, fueron muchas las mujeres que, comenzaron a pensar por su cuenta y se alejaron de las formaciones políticas al uso. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 768 Éstas empezaron a actuar como colectivo independiente de los hombres y establecieron una relación nueva entre experiencia existencial, empeño político y reflexión intelectual. Estableciéndose entonces el separatismo teórico y político que, muchas mujeres, creían necesario para pensar con libertad, sin las coacciones y de las rigideces intelectuales que consideraban manifiestas en las formaciones sociales progresistas. Esta actitud las aislaba ciertamente de los debates intelectuales y políticos habituales, pero les ahorraba también el esfuerzo de combatir la resistencia que se daba en estos círculos y que crecían significativamente a medida que el feminismo levantaba su voz. En la dinámica impulsada por este proceso, la historiografía quedó interpelada, desde fuera, por las mujeres feministas y, desde dentro, por las feministas historiadoras. La marginación que denunciaban se reproducía en los textos de historia de los que estaban ausentes las mujeres. Éstas se decían no habían dejado su huella en los libros de historia, no tenían, ni siquiera, el relato de su marginación histórica, de sus orígenes y sus causas. El colectivo de mujeres demandaba una historia y, al decir aquello en voz alta, se tenía sólo una vaga conciencia de cuál debía de ser aquella historia. El voluntariado político e intelectual sería el ingrediente fundacional de aquella historia, que había comenzado de espaldas al mundo académico, indiferente a no ser por la presencia de historiadoras profesionales en los colectivos que empezaron a discutir respecto de cómo hacer aquella historia. En contra de lo que se ha dicho sobre el componente exclusivamente político de aquella historia, hay que matizar que, desde el inicio, sus practicantes más cualificadas quisieron que no fuera “cualquier historia”, por lo que las historiadoras académicas, en su mayor parte, buscaron trabajar competentemente los nuevos objetos que se abrían para la historia. El objetivo era producir una historia atenta también a formular preguntas nuevas y a las formas de resolver el trabajo, a los problemas continuamente planteados por las fuentes y los métodos. Como escribía entonces Arlette Fargue: En mettant à plat, avec un certain souci de distance comme de critique, tous les evénements qui ont influé sur les materiaux et les resultats de cette recherche. Il sera peut-être possible de formuler de nouvelles exigences, d'inventer de nouvelles orientations, de prévenir certaines formes de réponses ou de critiques, et d'obliger l'histoire a se determiner davantage par rapport à elle, ne serait-ce qu'en transformant parfois la structure même de ses enquêtes.3 En el camino recorrido hubo un desencuentro inicial con la historiografía establecida, un silencio indiferente y expectante por parte de los historiadores. Hubo también por parte de las historiadoras feministas una estrategia de repliege primero y de relación, después, con la historiografía más renovadora. EL DEBATE DEL FEMINISMO: HISTORIA Y GÉNERO El concepto de género (gender) se produjo en el seno del debate teórico del feminismo, sobre todo anglosajón durante los años setenta. Con él se interpelaba a las ciencias sociales cuyas teorías, en general era ciegas para pensar los problemas de las mujeres y se disponía de un concepto que parecía útil para categorizar a las mujeres como colectivo socio-cultural. Como ha dicho Joan Scott el género es un modo de pensar y analizar los sistemas de relaciones sociales como sistemas también “sexuales”, así como de señalar, “la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres”.4 El término género, en su uso © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 769 descriptivo y más usual, sustituye al de mujeres para indicar que se trata de considerar al sexo femenino en lo que éste tiene de cultural e histórico, de categoría social impuesta sobre el cuerpo sexuado de las mujeres. El feminismo detectaba un problema recurrente en las ciencias sociales, en cuyas teorías sobre las mujeres y su diferencia, subyacía siempre la imagen de una naturaleza inmutable o de cuerpo biológico fuertemente condicionante, que funcionaban como las instancias últimas a las que remitir lo que las mujeres eran y habían sido desde orígenes remotos que, se perdían en la noche de los tiempos y se perdían también para la historia. La propia Simone de Beauvoir, en su El segundo sexo, se dejaba influenciar por los determinismos al uso y señalaba que la posición subordinada de las mujeres se debía a los condicionantes de un cuerpo ineludiblemente “sometido” por la maternidad. Aunque ella proclamaba que, la modelización que la cultura y el poder de los hombres, eran la causa de la condición subalterna del sexo femenino, pensaba, también, que, “en última instancia”, era la biología de la mujer, significada en la maternidad, la que condicionaba la vida de las mujeres, en el pasado como en el presente. Entre el feminismo marxista de los años sesenta, se acuñaría esta idea: la “reproducción” era la causa de la sumisión de las mujeres y la explicación de su menor presencia y protagonismo en el mundo de la “producción”. El concepto de “reproducción” se utilizaría para indicar que la producción en la mujer estaba trabada por sus tareas reproductoras. El feminismo de la época, aceptaba que la reproducción deseada por las mujeres era, a la vez, su “trampa amarga”. 5 En la práctica, la historiografía feminista, se manejaba mal con estas teorías, excesivamente deterministas, a su juicio. Éstas, buscando los orígenes y las causas de las diferencias sexuales, remitían siempre al cuerpo sexuado de las mujeres y situaban a los hombres frente a ellas, como colectivo también sexual y detentado del poder. Escribir la historia desde estos planteamientos era poco interesante y productivo y no conducía a otra cosa que “naturalizar las diferencias” y “normalizar” el sentido común con que las gentes se representaban las diferencias. Apenas había una historia que contar que no revelase lo sabido y lo esperado: la inferioridad y la dependencia histórica de las mujeres de todas las épocas y de toda condición. Apenas se movilizaban los conocimientos habidos y, consecuentemente, se dejaban intactos y sin discusión lo que la ciencia moderna había dicho sobre las mujeres, lo cual el “sentido común” de los historiadores admitía sin plantearse mayores problemas. Estas cuestiones son las que están en la base de los esfuerzos teóricos de las historiadoras feministas en la elaboración de un concepto de género que por una parte, soslayase los determinismo subyacentes en las explicaciones proporcionadas sobre las mujeres y que, por otro lado, “revelase” el carácter cultural y social de las diferencias sexuales y que, por tanto, afirmase la condición histórica del género y permitiese a los historiadores hacer la historia del mismo y pensar el cambio. El objetivo para la historiografía feminista era romper la imagen de evidencia y necesidad que se daba a la Historia de las Mujeres, la imagen de permanencia en el pasado de las mujeres, la imagen en la que las habían colocado las ciencias sociales con sus explicaciones biológicamente deterministas y filosóficamente esencialistas. Para la historia de las mujeres el género se convertiría en una categoría útil para imaginar las relaciones sociales del pasado como relaciones desiguales entre los sexos y para pensar en los procesos por los cuales se había construido y se construye la diferencia sexual y las formas cambiantes que ésta adopta. El género es, para G. Bock, © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 770 “una imagen intelectual, un modo de pensar y de estudiar a las personas”, una herramienta analítica, en fin, que nos ayuda a descubrir áreas de la historia que habían sido olvidadas. La historia del género amplía las perspectivas de la historia al establecer, a partir del interés por las mujeres, una serie de preguntas sobre las relaciones entre los grupos humanos, que antes habían sido omitidas. Las mujeres, pensadas como género, permiten también, por ejemplo, pensar a los hombres como grupo cultural y social, del mismo modo que las mujeres pueden ser analizadas en su diferencia o en la relación que mantienen con otros grupos de edad o condición social. El objetivo final sería para Bock “un enfoque de la historia general que no sea neutro con respecto al género sino que lo incluya”.6 HISTORIA DE LAS MUJERES O HISTORIA DE LA DIFERENCIA DE SEXOS A finales de los años setenta parecería pertinente, a los historiadores, interrogarse sobre la posibilidad de la Historia de las mujeres. Une histoire des femmes est elle possible?, fue el título de un coloquio, organizado por las historiadoras feministas francesas, para dar cuenta de sus dudas, sus posibilidades y sus proyectos. La pregunta, en cambio hoy ya no parece pertinente. Diez años después, las historiadoras francesas han organizado un segundo coloquio con un título significativamente distinto: L’ histoire sans les femmes est-elle possible?7 Como ha indicado Michelle Perrot, en el último de estos coloquios, la historia de las mujeres es un hecho hoy manifiesto por la existencia de una epistemología y de una historiografía que surge desde el propósito de hacer historia de las mujeres. De esta historia producida son ejemplo los cinco tomos dedicados a hacer la Historia de las mujeres en Occidente, que la propia Perrot dirigió con Georges Duby. Las obras editadas primero en francés han sido traducidos a otras cinco lenguas, entre 1990 y 1992. Al finalizar las ediciones fueron presentadas en un acto intelectual que tuvo gran relevancia académica y mediática al que luego nos referiremos.8 Ciertamente estos volúmenes no son toda la historia de las mujeres producida en los últimos veinte años, pero se pueden tomar, como hace Perrot, como punto de referencia para comentar los desarrollos realizados por la Historia de las Mujeres. Ésta nacida de un proyecto común, sin embargo, dista mucho de ser una historia uniforme en sus planteamientos teóricos y en sus realizaciones. Una de las diferencias observables se relaciona con la geografía y con las tradiciones culturales de los países en que se origina. La otra gran diferencia viene dada por las formas que el feminismo, que en un principio inspiró esta historia de las mujeres, ha ido adoptando en unos y otros países. En este sentido la diferencia mayor se establece entre la historia de las mujeres que se produce en uno y otro lado del Atlántico. De la historia de Perrot-Duby se ha dicho, por ejemplo, que es un producto muy francés en el sentido de que se observa en ella el peso de las tradiciones historiográficas de este país (Annales y la Historia de las mentalidades, por citar sólo a las más reconocidas). En la obra se ha destacado la influencia americana, en los estudios de Scott, Walkowitz o Higonnet, inspirados en modelos narrativos y basados en las formas de trabajo de la crítica literaria y del análisis de textos. Por otra parte, se ha observado y criticado la escasa representación que en esta obra tiene la historia de las mujeres que se ha venido produciendo en Italia. La causa de ello, no está, como pudiera pensarse, en la cantidad y calidad de la historia de las mujeres producida en Italia, sino en el carácter “exterior” que en este país tiene dicha historia, por la relación, escasa e indiferente, de la mayoría de las historiadoras feministas con las corrientes historiográficas que dominan hoy la historia en Italia. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 771 Ciertamente, por lo que sabemos, las historiadoras italianas han sido sumamente activas y productivas en los últimos años. Como ejemplos están sus revistas: Memoria: rivista di storia delle donne, creada en 1980, sólo y recientemente sustituida por la Rivista della società italiana delle storiche, están también los numerosos debates periódicos dedicados a la Historia de las Mujeres y editados durante los años ochenta y noventa.9 Paola di Cori, que ha analizado las posiciones y las prácticas de la historiografía feminista italiana, opina que no siempre el feminismo italiano ha seguido las mejores estrategias para el interés de las mujeres profesionales, pero sitúa también el problema del lado de los historiadores. En su opinión, la historiografía académica italiana ha sido poco receptiva a la Historia de las Mujeres, a los debates y a los cambios que se han venido produciendo. Para ella, los historiadores italianos, salvo casos significados y bien conocidos, se han mantenido en sus posiciones convencionales, a resguardo de las crisis que han afectado, dice, a los “descendientes” de Annales, a los “discípulos” de Hobsbawn y de E. P.Thompson y a los “arrepentidos” de tanto historicismo marxista. Di Cori, ha analizado también el contraste entre las posiciones académicas que tienen las historiadoras feministas en Estados Unidos, en donde sus disciplinas están ampliamente reconocidas y forman parte de los curricula de las universidades, y en Europa en donde se ha señalado la escasa posición académica de las historiadoras italianas.10 La historiografía feminista, en cambio, se habría beneficiado de la libertad de pensar que le daba su escasa ubicación académica y, sobre todo, de la condición internacional de la Historia de las Mujeres, en la medida que ello ha permitido a las italianas ser copartícipes de las otras experiencias intelectuales, especialmente de las americanas, territorio en el que muchas de ellas han estudiado y han trabajado por un cierto tiempo. La denominada historia de las mujeres en su versión americana o italiana, ha privilegiado los aspectos llamados “específicos”, los temas y las preguntas que permitían comprender la “diferencia” femenina. En sus versiones más interesantes ha abordado aspectos más explicativos y menos descriptivos sobre las estrategias femeninas, la acción de las mujeres y el poder y el conflicto que derivan de las relaciones entre los sexos.11 La historiografía feminista francesa, por su parte, ha privilegiado el enfoque de las relaciones entre los sexos y de la interacción de las diferencias sexuales. Los argumentos para “mezclar” los temas y los textos que tratan de uno y otro sexo nos son conocidos. Para Michelle Perrot: “Ce choix se fonde sur l'hypothése qu'il n'existe pas deux sexes séparés,comme le seraient deux espèces, mais un processus de différenciation sexuelle, aux frontières souvent floues, dont la saisie est au centre de notre travail”.12 En cuanto al recurrente problema de utilizar el discurso masculino y de hacerlo sin quedar atrapadas en sus textos, estas historiadoras advierten que la experiencia las ha hecho, por una parte, conscientes de la pobreza de una historia confiada de los relatos de los hombres sobre las mujeres y, por otra, les ha proporcionado otros métodos de análisis de los textos de hombres y de mujeres. Métodos menos confiados en la “realidad” de los textos y más críticos con las ideas de todos los tiempos, con los discursos enmascaradores referidos a las mujeres. Desde esta apreciación, estas historiadoras precisan que adoptar el punto de vista de las relaciones de los sexos no es hacer entrar el discurso masculino para darle carta de naturaleza, sino que, por el contrario, es abrir un camino fértil para “reconstruir las representaciones, el lenguaje, la © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 772 propia mirada de los hombres”.13 Por otro lado, el hecho de privilegiar los discursos, masculinos o femeninos, como el lugar del análisis y la posición crítica adoptada ante las representaciones y las imágenes que los textos ofrecen sobre las mujeres, nos recuerda las posiciones adoptadas por las teóricas del género: “A l'opposé d'une définition biologique ou naturaliste du masculin et du femenin, la majeure partie des auteurs de cette histoire optent pour une définition culturelle et historique. A la manière anglo-saxonne, ils distinguent sexe (biologique) et genre (culturel) et privilégient la quête de ce dernier, seule catégorie visible dans l'histoire” precisando que “la construction du genre est issue de rapports de pouvoirs, à l'oeuvre jusque dans le déploiement des images et dans l'organisation symbolique de l'univers, la plus transcendant comme la plus familier”.14 La posición integradora adoptada por la historiografía feminista francesa ha sido calificada de ambigua, de poco comprometida con el feminismo. Las historiadoras francesas, sin embargo, han dicho que sus planteamientos responden a su posición de partida respecto a la igualdad de sexos que ellas reivindicarían. Del mismo modo sus estrategias de trabajo en común con los hombres y dentro de la historia responderían a una concepción unitaria de la comunidad científica cuyas teorías y métodos de trabajo, en general, comparten. Estas estrategias se han venido poniendo de manifiesto, tanto en la concepción de los cinco volúmenes de la Historia de las Mujeres, dirigidos por Duby- Perrot, como en los coloquios y demás actos académicos que tienen por objeto la historia de las mujeres, en los que han participado siempre los hombres, como más adelante comentaremos. Por último queremos referirnos a los planteamientos y a los resultados de la producción que sobre historia de las mujeres se vienen dando en España, en estos mismos años. En este sentido cabe recordar que la aportación española a la obra dirigida por Perrot-Duby, a la que nos venimos refiriendo, consistió en un suplemento, que, no formaba parte del proyecto original y que fue planteado por la editorial que contrató su traducción castellana. La lectura de las aportaciones españolas al conjunto de esta obra nos indica que éstas son muy diferentes y que su calidad es irregular. Se puede considerar que alguno de estos trabajos no hubieran desmerecido el conjunto de la obra por lo que la ausencia de representación española fue un olvido que sólo se justifica por el desconocimiento que la personas que planificaron la obra tenían entonces de la producción española. Sin embargo, la misma ausencia resulta preocupante cuando se repite en el Congreso de Rouen de 1987, al que me acabo de referir. Habrá pues que esperar a que las cosas lleguen a estar en su lugar, sobre todo si se prosigue adecuadamente en el empeño de producir una historia de las mujeres en España que sea equiparable y sobre todo visible en el exterior. En este sentido pienso que la preocupación de las historiadoras que practicamos la Historia de las mujeres debería intensificar, ahora, el análisis crítico de la historia de las mujeres que hemos producido en España. En la obra de Duby-Perrot, siguiendo la tónica de los volúmenes franceses los textos son de autoría femenina y masculina, son plurales en sus planteamientos. Lo cual podría indicar amplitud y buena predisposición de los historiadores en relación con la Historia de las Mujeres. Pero no es así a juzgar por los resultados que demuestran el desinterés de los historiadores e historiadoras por el debate teórico habido en el seno de la historia © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 773 de las mujeres. Pensamos que son muchos los que piensan que, en el hacer de la historia de las mujeres, se trata de un tema o de algunos temas que añadir, sin más problemas, a la historia. Con lo cual no encontraron ningún obstáculo en trabajarla con los presupuestos que les son habituales y en ignorar todo cuanto ha tenido que ser pensado y debatido para dar viabilidad al proyecto de escribir la historia de las mujeres. El panorama no me parece, en general, positivo, aunque sin duda, existe un importante dinamismo productivo. Pero si nos fijamos, en los contenidos de muchas de las ediciones castellanas sobre Historia de las mujeres, sus contenidos merecerán comentarios semejantes a los que hemos hecho, para los suplementos españoles que se contienen en la Historia de las mujeres en Occidente de Duby-Perrot. Pues, como podemos comprobar, buena parte de los textos producidos por nuestros historiadores se muestra poco exigente con el tipo de historia que hace. La mayor parte de ellos trabajan con las preguntas y los métodos habituales, ignorantes voluntarios de los debates teóricos y de los logros, habidos en la denominada historia de las mujeres. Lo cual pone en cuestión la actitud intelectual con la que bastantes de nuestras historiadoras y muchos de nuestros historiadores, que enfrentandos, a la cuestión de la historia de las mujeres, lo hacen desde sus propios prepuestos, ignorantes de que, si este fue un proyecto vago en un principio, hoy es un modo de hacer Historia que tiene sus exigencias. La historia de las mujeres es hoy una forma de hacer historia que, como otras tantas, tiene sus formas, como se reconocen en el reciente libro, editado por P.Burke y significativamente titulado Formas de hacer historia. En los últimos años el proceso se ha intensificado y mi opinión sobre lo que se produce ahora en España es más positiva. A juzgar por lo que se publica en la revista Arenal dedicada a historia de las mujeres, el nivel está mejorando sensiblemente.15 No obstante, mi impresión es que las mujeres, que somos mayoría en hacer esta historia, si bien mantenemos un fuerte espíritu militante, no somos suficientemente exigentes en lo que producimos. Pienso que no aprovechamos, como podríamos, las experiencias habidas en otros espacios intelectuales y que no hemos sabido exportar nuestras propias producciones. En este sentido hemos dejado de lado la comunicación con las historiadoras feministas latinoamericanas, con las que tenemos una asignatura pendiente. Aquí nos comportamos de manera muy distinta a las ávidas italianas o las francesas, que se mueven en todas direcciones con interés por las innovaciones que encuentran en otros ámbitos intelectuales. Aunque su grado de aceptación varíe desde el entusiasmo por lo que ocurre en América a un relativo grado de escepticismo a propósito de los nuevos planteamientos de Scott. En mi opinión, aquí nos comportamos con mayor indiferencia y perplejidad ante las cuestiones epistemológicas que nos resultan extrañas. ¿Quizás esa sea la actitud que predomina entre los historiadores españoles?, ¿es posible pensar que se descuida aquí más que en otros lugares el debate historiográfico? Si ello es así nos interesa participar en aquellos que se den. Del mismo modo que nos interesa aprovechar la experiencia internacional de la historia de las mujeres para contribuir positivamente a los debates de la historia que es también historia de las mujeres. EL DEBATE DE LA HISTORIA En 1992, Michelle Perrot y Georges Duby, junto con las otras directoras de la obra colectiva, Historia de las mujeres en Occidente, a la que nos venimos refiriendo: P. Schitt-Pantel, Christiane Klapisch-Zuber, Arlette Fargue, Natalie Zemon-Davis, Geneviève Fraisse y Françoise Thébaud, organizaron un Coloquio Internacional sobre © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 774 Femmes et Histoire, con motivo de la traducción de la obra a cinco idiomas, entre ellos el nuestro, que se celebró en la Sorbona. En él se pretendía hacer una lectura crítica de la obra producida que diera lugar a un debate sobre la historia de las mujeres, que se venía practicando en Europa y en América. A tenor de lo que había sido la obra, en la que había habido participación de los distintos países, femenina y masculina, se eligió que las intervenciones en el debate fueran también mixtas e interdisciplinares. En las sesiones del Coloquio estuvieron representadas las distintas corrientes de la historiografía feminista así como intelectuales que a su vez, mantenían posiciones propias, a menudo divergentes, sobre los métodos y teorías vigentes entre los historiadores, sociólogos o antropólogos.16 La misma estrategia de mixitée entre los sexos y de interdisciplinariedad conformó el coloquio de Rouen: L’ Histoire sans les femmes est elle posible, de 1997, al que nos hemos referido. Lo cual nos indica que en Francia, más que en otros países, las historiadoras feministas practican una política de integración académica, en las ediciones y en los debates intelectuales que se refieren a la historia de las mujeres. Ellas más que otras han hecho siempre la defensa de producir un debate abierto entre historiadores, sean o no especialistas en historia de las mujeres y con las ciencias sociales de cuyos instrumentos teóricos y metodológicos pretenden servirse. En este sentido en los debates habidos, en París como en Rouen, se puso de manifiesto que la historiografía feminista francesa, pero no sólo, ha sido sumamente ecléctica en el uso de métodos de trabajo y ha estado fuertemente impregnada por los problemas de la historia y los debates de los historiadores. A pesar de haber mantenido las distancias críticas con los colegas masculinos, en unos casos más que en otros, tal como referiremos en las páginas que siguen. La lectura de las actas habidas en estos dos encuentros manifiesta la existencia de problemas comunes, de retos epistemológicos que implican a un sector amplio y dinámico de las ciencias sociales. Indican también el papel activo que la Historia de las Mujeres tiene en estos debates, lejos de los objetivos limitados que ,a menudo, se le suponen y lejos también de las sumisiones metodológicas, también atribuida a la historia de las mujeres desde otros ángulos. Así lo pone de manifiesto la historiadora Gianna Pomata, italiana afincada en Minnesota, la cual, en el coloquio de París, abría el debate en dos frentes: con la historiografía feminista de corte americano, influenciada por los desafíos del giro lingüístico y con los historiadores europeos, que siguiendo las mismas influencias, privilegian una visión culturalista de la historia. Pomata, tomando como referencia los cinco volúmenes de la Historia de las Mujeres, entraba en el debate para señalar que: “On trouve d'un côté des essais sur la réprésentation de la femme (dans la littérature, l'iconographie, le discours médical, philosophique et scientifique) et de l'autre, des essais sur l'histoire social des femmes (famille, économie, démographie)”. La pregunta que para ella no se hacen los trabajos allí criticados es si esta avalancha de discursos realizados sobre las mujeres ha tenido alguna vez consecuencias prácticas sobre su vida propia.17 Gianna Pomata en su respuesta plantea, en primer lugar, una crítica a la separación tradicional entre historia intelectual e historia social; en segundo lugar, una crítica a la historia de las ideas de corte clásico y, finalmente, una defensa de la nueva historia social en la que ella se ha formado. Como consecuencia, la historia de las mujeres que ella critica es aquella que integrada en lo que normalmente se produce hoy en la historia, es dividida en compartimentos estancos: sociedad y cultura. La suya, por el contrario, pretende ser una historia a la búsqueda de las prácticas sociales, a la búsqueda de la relación entre lo “pensado” y lo “vivido”, interesada, por lo tanto, en la apropiación subjetiva de las ideas, en los efectos del discurso, en las estrategias de la subjetividad, que, para evitar © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 775 su definición a priori se ampara en la reconstrucción de las biografías femeninas.18 Su concepción de la historia como historia de lo social hacía disentir a Pomata de las orientaciones de aquellos colegas que privilegian los métodos de trabajo y de análisis provenientes de los ámbitos lingüísticos y que, abandonando el modo habitual de proceder con los archivos, transforman los objetivos de trabajo, desplazándolos hacia los textos y hacia la deconstrucción de los discursos. En Estados Unidos se ha dicho que éstas son posiciones defendidas desde el feminismo: On a présenté l'une des versions de cette histoire du genre comme une correction de l'empirisme naïf qui caractérisait, nous dit-on, l'histoire des femmes dans les années soixante-dix. Certaines universitaires sont même allées jusqu'à prétendre que l'histoire du genre allait supplanter l'histoire des femmes, puisque, d'un point de vue théorique, les femmes n'existent pas. Elles ne sont que la construction de discours convergents, philosophiques, religieux, medicaux, scientifiques, une construction que doit être déconstruite.19 Los comentarios de Pomata remiten a la polémica actual entre la historia como historia social o historia cultural. A los planteamientos de la crítica feminista americana, poco influyentes en la historiografía europea, que, plantea un desafío a los modos de proceder de la historia y de los historiadores, confiados en sus métodos, en el carácter “realista” de sus fuentes y en la verdad y objetividad de sus discursos. Como consecuencia de esta influencia la historiografía feminista americana, al menos una parte de la misma, ha desplazado su atención “de los hechos de las mujeres” a las “representaciones”, a los “símbolos”, a las “imágenes” que organizan lo real más que lo traducen. En el conocido artículo de Scott sobre el género como categoría útil a la historia se manifiestan ya sus posiciones cambiantes respecto de la práctica habitual de los historiadores que practican la historia social. Así se preguntaba ¿Qué deberían de hacer los historiadores que estaban viendo despreciada su disciplina por algunos teóricos que la tachaban de ser una reliquia del pensamiento? ¿Renunciar al archivo?, ¿renunciar a pensar sobre el pasado? Obviamente, no era esa la respuesta de Scott, su propuesta era, más bien, atender los retos y pensar de nuevo, en los métodos y en la forma de organizar el trabajo. Desde está problemática y por influencia de los desafíos epistemológicos planteados desde las ciencias del lenguaje, la historia del género, que Scott defiende, debería intentar explicar las prácticas y los contextos en los que se producen los significados de la diferencia sexual. Siempre a partir del análisis de los procesos discursivos del poder, que son los que organizan y legitiman las diferencias. Se debería de dar respuesta a cómo sucedieron las cosas para las mujeres, cómo se constituyeron las identidades y en función de qué, para poder responder después a la cuestión de por qué sucedieron así las cosas y no de otro modo. Para Joan Scott, al contrario que para Gianna Pomata, explicar a la mujer no sería tanto conocer lo que hizo en el pasado, sino llegar a comprender el significado “de las actividades de los sexos a través de la interacción social concreta”, lo que equivale a desplazar las preguntas, el interés de la historia de la mujer desde los hechos y las determinaciones materiales (temas que ella misma trabajaba en los años setenta) hacia el análisis del lenguaje y de la producción social de los significados. En un artículo más reciente, también publicado en España, en 1994, Scott pone de manifiesto la radicalización de sus posturas teóricas y cómo éstas han influido en la modificación de su teoría del género. En su actual planteamiento Scott busca “representar la actividad humana reconociendo, al mismo tiempo, sus determinantes © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 776 lingüísticos y culturales”.20 Su postura remite a la condición lingüística de las “identidades” y “realidades” sociales y a una noción abierta del lenguaje que: “asume una multiplicidad de referencias, una resonancia más allá de las palabras literales, un juego por encima de temas y esferas... Una noción de lenguaje que comprende la cualidad resbaladiza de todo significado, sus posibilidades de reinterpretación, reformulación y anulación, que lleva implícita, además, una teoría de cambio”.21 Si en el pasado, recuerda, por influencia de las ciencias sociales, el feminismo daba por supuesto la identidad y la experiencia de las mujeres, ahora el enfoque post-estructuralista relativiza la identidad y la despoja de su base en una “experiencia esencializada”. Así, al problematizar los conceptos de identidad y experiencia se han ofrecido, en opinión de J. Scott, interpretaciones dinámicas del género que hacen hincapié en la controversia, la contradicción ideológica y las complejidades de las relaciones cambiantes de poder. El empeño teórico de J. Scott y del feminismo americano descubre la doble cara de sus enemigos: los discursos que la modernidad ha construido sobre las mujeres y la incapacidad, en su opinión, de los métodos tradicionales para desvelar las “trampas” del lenguaje. A título de ejemplo se puede señalar su debate, éste conocido en España, con el también americano Stedman Jones a propósito del “tratamiento” que la historia del movimiento obrero ha tenido con los asuntos del género. En opinión de J. Scott, S. Jones no consigue llevar a cabo la “revolución” conceptual por la que aboga en su introducción: Porque no utilizan un método de análisis que demuestre cómo funciona el lenguaje en la construcción de la identidad social, y de qué ideas como las de clase se convierten a través del lenguaje en realidades sociales. Los hitoriadores no deben consideran el lenguaje únicamente como un instrumento para comunicar ideas, sino como algo que crea significados dentro de los procesos de significación.22 En relación con lo anterior, con el nuevo modo de proceder de las teóricas americanas, se ha dado un cambio de actitud de la teoría feminista hacia las ideas de razón, progreso y modernidad, defendidas desde las teorías afirmadas de las ciencias sociales y de la historia que sustentan el valor de estas ideas ilustradas. La historia de las mujeres ha extendido su “sospecha” hacia los dicursos fundadores de la verdad de las mujeres, incluso a los discursos de libertad y de progreso pronunciados por los hombres en su nombre. Las empatías del feminismo, se dice, no van en general en el mismo sentido de las ideas que se expresan y se afirman en los textos culturales en los que se ha fundado la modernidad, pensada y realizada como espacio exclusivo de los hombres, que excluye a las mujeres, las cuales, en consecuencia, se muestran más proclives a rechazar que a recibir los fundamentos que no les pertenecen. Para ella: Si en el pasado, por influencia de las ciencias sociales, el feminismo daba por supuestos la identidad y la experiencia de las mujeres, ahora los nuevos enfoques postestructuralistas relativizan esta identidad y la despojan de su base en una “experiencia esencializada”, con lo que se fomenta la controversia, la contradicción ideológica y se revelan las realidades en función de las relaciones cambiantes del poder. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 777 Las historiadoras feministas francesas, al otro lado del Atlántico, han hecho una lectura menos entusiasta de los desafíos de la lingüística post-estructuralista. Michelle Perrot lo indicaba en el coloquio de la Sorbonne: la investigación histórica en Francia parece menos “conmocionada” y menos “influenciada” por el giro semiótico o lingüístico: “Par attention au langage consideré comme l'instance où tout se joue, sur ce point, la recherche francaise est très en deca de l'actuel debat américain”.23 Lo cual no significa que la historia de las mujeres, en Europa, no haya recibido influencias post-estructuralistas, habiendo desplazando también sus orientaciones y contribuido a la polémica, que se viene produciendo entre los historiadores (una parte de Annales, por ejemplo, respecto de las categorías clásicas de la historia económica y social cuestionadas por los nuevos planteamientos de la historia que privilegia lo cultural y lo político.24 Sin embargo, en el feminismo europeo se mantienen las distancias respecto del desafío radical del feminismo americano, representado en la postura de Scott. M. Perrot, por ejemplo, ha manifestado sus dudas y sus interrogantes sobre la pretensión de producir desde la historia de las mujeres una ruptura epistemológica radical que ponga en jaque los planteamientos teóricos en que se apoyan hoy las ciencias sociales y la historia. Advierte a sus compañeras americanas que se trata de una ambición largo tiempo explicitada y nunca cumplida. Aunque ciertamente afirma que la historia de las mujeres ha abierto la posibilidad “de pensar de otro modo” la Historia. Lo cual no está exento de dificultades y de desencuentros con los historiadores y con sus procedimientos. En este sentido Michelle Perrot se pregunta por los efectos, que la historia de las mujeres escrita en los últimos tiempos, ha producido en los lectores del mundo y sobre todo en los universitarios, que no son sus especialistas. Respecto de sus colegas franceses, se teme lo peor, cree que bajo el elogio que se produce, debido al éxito de público que está teniendo la obra que ella misma ha dirigido, no exista otra cosa que una gran indiferencia. Una aceptación sin implicaciones intelectuales que significaría que la historia de las mujeres no produciría ninguna alteración en los modos habituales de hacer de estos historiadores. Salvando las excepciones, conocidas, de aquellos colegas cuyos textos últimos están siendo “afectados” por el feminismo.25 En cuanto a las mujeres, universitarias o no, la historia de las mujeres, que se publica las afecta de otro modo. En ellas dice Perrot hay una curiosidad y un deseo de saber más despierto que en los hombres, que produce una lectura interesada y quizás una mayor integración de los conocimientos que proporciona. También una decepción en la lectura de los textos, pues los problemas siguen existiendo entre los sexos, mientras que las páginas de los libros de esa historia escrita dan un relato que, a veces, parece contribuir a pacificar el conflicto. INNOVACIONES Y CONFRONTACIONES El camino recorrido por la historia de las mujeres, para crear su objeto de estudio, para formular las preguntas del modo pertinente, y para establecer un debate teórico, con el que movilizar el conocimiento sobre las mujeres y sobre la construcción histórica de las diferencias de sexo fue rápido e intenso, como lo demuestran los debates habidos al respecto. En su desarrollo se iban dejando atrás los primeros planteamientos: las consabidas ideas sobre las “causas originarias” y sobre las “determinaciones” de la diferencia histórica entre hombres y mujeres, en favor del estudio de los procesos culturales y de las acciones del poder por los cuales estas diferencias se construían y reconstruían históricamente. La mujer, se afirmaba, era lo que los lenguajes sociales © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 778 habían hecho de ella. Y la historia de las mujeres debía tomar como objeto de análisis el modo en que todo aquello “cultural” había sido dado a las mujeres y las había constituido como un género, impuesto a las mujeres desde instancias exteriores, que implicaban el ejercicio del poder social o del poder masculino. La historia de las mujeres, se resumía, debía ser la Historia del modo en que las imágenes culturales con que se representaba a las mujeres, habían sido dadas y habían llegado a ser colectivamente reconocidas como representaciones de su identidad y realidad. En esta construcción y reconocimiento se implicaba a los hombres y también a las mujeres. Estas constataciones inducían a las historiadoras feministas a dejarse influir por las disciplinas del lenguaje, que señalaban la complejidad de los textos culturales y criticaban el uso reductor que de ellos se hacía en la escritura de la Historia. En lo referente a las mujeres, más que en otros temas, los historiadores, parecen aún incapaces de desprenderse de la inmediatez de las imágenes convencionales que circulaban, ya sea en los discursos de la religión o en los discursos de la razón. Habituados a sus contenidos o fascinados por su estética, empatizaban y quedaban atrapados en la literalidad de las ideologías que, de un tiempo a otro, remiten a la diferencia esencial de las mujeres. Reales o no, se trata de imágenes familiares al historiador que, al repetirlas las afirma. Así, es evidente que la historia de las mujeres no puede reducirse a dar cuenta y credibilidad a unas ideas a las que con el soporte de la escritura y con los hábitos del tiempo parecen destinados a permanecer. Por el contrario, debe poner en evidencia que las palabras que se refieren a las mujeres y los discursos que las contienen son más que “verdades o realidades”, modelos, tipos ideales, conceptos cargados de significados creados por la imaginación discursiva de los autores. Lo cual implica pensar que las mujeres “reales” no siempre se ajustan a los discursos que las definen, como se observa críticamente desde la historia social que, atenta al “vivir” de las mujeres, se distancia del uso de los documentos normativos y narrativos, y apuesta por la búsqueda de los “hechos” de la vida “vivida”, más que por la indagación sobre las palabras “dichas”. En los últimos tiempos, la historia de las mujeres se ha ido separando de las formas habituales de considerar los textos, heredadas de la historia del pensamiento de raíces filosóficas, para producir un acercamiento a las nuevas formas de la historia cultural, con la que comparte la preocupación por establecer otro uso de los documentos. La historia de las mujeres ha marcado distancias con sus formas iniciales de enfrentarse a los discursos que se refieren a las mujeres y muestra ahora un interés particular en la comprensión de los fenómenos del lenguaje y sus imágenes. Como se ha señalado, en Europa y aún menos en España, el interés de los historiadores por estas cuestiones ha sido escaso y se ha conmocionado apenas el hacer de las ciencias sociales. Aquí se ha hecho una lectura menos entusiasta de Foucault, de Bajtin o de Barthes, pero se puede decir que, la historiografía feminista más visible se preocupa, ahora más que en el pasado, por conocer los métodos de análisis aportados por la crítica literaria feminista, que, en los EEUU, domina los estudios sobre las mujeres. En consecuencia, la Historia de las mujeres se muestra ahora más exigente en su trabajo; menos confiada en la “verdad” y la “realidad” de las palabras, se preocupa por establecer la relación que las palabras parecen tener con las cosas y el modo en que la significación histórica de las mujeres ha influido en sus conductas y formas de vida. En resumen, la historia de las mujeres tal como se practica hoy, en Europa y en América, se caracteriza por la diversidad de planteamientos que se generan por su relación, no exenta de conflicto, con el feminismo teórico y con las teorías que nutren © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 779 las corrientes actuales de Historia. En este sentido se ha significado que la historiografía feminista ha estado en el corazón de los debates que han afectado a la historia, en los últimos veinte años, por los que se ha dejado influir (aunque no siempre se quieran reconocer las deudas). Ciertamente hubo un tiempo en que la cuestión definitoria de la historia de las mujeres, eran los temas a privilegiar y los espacios intelectuales a preservar como propios. Hoy, en cambio, estos planteamientos están perdiendo vigencia a favor de una mayor interrelación entre la historia de las mujeres y las distintas formas de la Historia. Lo que define y, a la vez divide, a la historiografía feminista, son las posiciones que se adoptan en relación con los debates de la Historia. Por ejemplo, el modo en que la historia de las mujeres se posiciona, en Europa o en EEUU, frente a las crisis y los nuevos planteamientos que, en los últimos años, han cambiado sustancialmente las formas de hacer Historia. A partir de las rupturas habidas entre finales de los años sesenta y en los noventa, primero, en el seno de la historia social que buscaba su renovación y después a causa del debate abierto por los nuevos planteamientos de la historia cultural. En la práctica, las historiadoras feministas han tomado posiciones diversas, movidas por sus afinidades, sus relaciones y sus alianzas con uno u otro modo de hacer Historia. En Inglaterra y en parte en Italia, por ejemplo, la historia de las mujeres, ha adoptado los modos y planteamientos habituales de los historiadores que practican un marxismo renovado, al estilo de Thompson, o se han decantado por métodos microhistoricos. En Francia se decantan más bien por la historia cultural, al estilo de las últimas generaciones de Annales. En unos casos se privilegia una Historia fuertemente empírica, determinada por las fuentes que permiten centrarse en los hechos de la vida vivida. En otros, se insiste en el carácter literario de las fuentes y en la lectura significativa de los textos. Por un lado están los estudios que se dedican a hacer Historia de la representación de las mujeres en el tiempo, por otro lado, los que inciden sobre los hechos de la vida social. La historia de las mujeres comparte pues problemas y polémicas con los historiadores. Unos y otras se mezclan, por igual, en el debate actual entre los lectores de “textos” y los historiadores que privilegian “hechos”. En Europa, sobre todo en Francia, las historiadoras feministas, a menudo, han visto con recelo el decantamiento de la historiografía feminista americana por los modos de hacer de las disciplinas literarias. Éstas, de modo creciente, se interesan por las “representaciones” que producen las fuentes literarias y por las imágenes, creadas como instrumentos de dominio y de coacción de las mujeres. Como ha dicho Gianna Pomata, el giro lingüístico, dado por los estudios de género, ciertamente ha logrado corregir el uso ingenuo de los los documentos que normalmente hacen los historiadores, pero no tiene por qué significar una ruptura radical en los planteamientos clásicos de los historiadores que confían en producir un discurso verdadero sobre el pasado. No puede pretender que sus orientaciones anulen la preocupación de los historiadores por comprender los fenómenos y los hechos sociales. Del mismo modo que no se pueden desvalorizar las formas de hacer historia de las mujeres que se ocupa del territorio de la “existencia” y de la “experiencia” femenina. Como ocurre en el caso de la historiografía feminista francesa o italiana que se interesa por el análisis de la vida y del pensamiento femenino, por la razón de las mujeres contenida en los discursos y en las prácticas de vida femeninos y feministas de la historia de la modernidad.26 No obstante, por influencia de la historiografía americana, también en Europa, el hacer la historia de las mujeres, se encamina a explicar las prácticas culturales mediante las cuales se crean los significados de la diferencia sexual, a partir de los análisis de los procesos discursivos del poder, que son los que organizan y legitiman las diferencias. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 780 En su versión americana, los desacuerdos afectan también a la teoría. Se ha pretendido que podría constituirse un saber propio desde el feminismo que, habiendo roto con la “universalidad” pretendida por la ciencia, podría constituirse en un modo de pensar diferente, y opuesto a las posiciones teóricas afirmadas hoy, en las ciencias sociales y en la historia. En Europa, los planteamientos son menos radicales, o quizás menos sencillos al respecto, aunque, ciertamente, el feminismo teórico se ha visto obligado a marcar muchas distancias con las creencias afirmadas y con los modos de proceder de los sociólogos y de los historiadores, entre otros científicos sociales. A este lado del Atlántico, los puentes entre la historia de las mujeres y los historiadores de otros dominios parecen haber estado mejor tendidos, al menos en lo que al debate intelectual se refiere. Así, al menos, se ejemplifica en el caso francés, del cual se ha dicho que, la mixitée entre los sexos, es una larga tradición cultural del país. Del que se refiere la tradición de integración y de universalidad que ha caracterizado la teoría social francesa, al menos en los dos últimos siglos. Esto es diferente de lo que ocurre en otras culturas que como la anglosajona, han producido una mayor atomización de los colectivos y de las ideologías.27 Al margen de estas explicaciones, lo que sí puede comprobarse es que la diversidad de los planteamientos y de los procedimientos, están estrechamente relacionadas con el lugar y con las tradiciones feministas, intelectuales y culturales del país de origen. De ese modo hoy podemos hablar de una historiografía feminista americana y otra europea. Las cuales aunque mantienen sus diferencias, se comunican y se influencian, del mismo modo que se comunican los debates teóricos que se producen entre los historiadores de distintos países. Así pues la diversidad afecta a la historia de las mujeres, como afecta a la Historia. La diversidad parece ser el signo de los tiempos, pero en la historia de las mujeres ésta es una diversidad llena de semejanzas. Debidas, por un lado, a las teorías feministas que se comparten y, por otro lado, a las concomitancias que el feminismo viene manteniendo con el hacer, plural, de las Ciencias Sociales y de la Historia. La historia de las mujeres es hoy más compleja que en el pasado, más plural en sus orientaciones y en sus procedimientos. Las y los historiadores que la practican manejan ampliamente los debates actuales sobre su quehacer y se nutren de las orientaciones metódicas que han producido la renovación de la Historia y se encuentran hoy afirmadas entre los historiadores. No obstante, en algunos casos las historiadoras feministas siguen haciendo reserva de los temas y se refieren sólo a mujeres como tema y privilegian las cuestiones “específicas” en la llamada historia de las mujeres, o del género. En España, sin embargo, nos faltaría una reflexión sobre estas cuestiones, mientras la tendencia que domina entre los historiadores es el distanciamiento. De parte de las historiadoras feministas persiste la desconfianza inicial hacia la comunidad intelectual a la que pertenecen; de parte de los historiadores hay un gran desconocimiento y por tanto un distanciamiento lo que es la historia de las mujeres. Ésta es de las mujeres, pero no sólo es de ellas. La que aquí tenemos es, en mi opinión, una situación de indiferencia mutua que limita las posibilidades de desarrollo de la historia de las mujeres y de la Historia. Mi deseo es que esta escritura sobre el significado intelectual y político de la historia de las mujeres, sea un modo de producir la comunicación necesaria para que la Historia, y con ella la historia de las mujeres, cumpla la función social a la que aspira. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 La historia de las mujeres en la Historia 781 NOTAS 1 Sobre la construcción de la Historia de las mujeres en Europa y en America ver Isabel Morant: “El sexo de la Historia”, Ayer, nº 17, Madrid, 1995. 2 Simone de Beauvoir: La plenitud de la vida. Barcelona, 1961. La versión original francesa es de 1960 (La force de l'age. París). 3 A.Fargue: “Practique et effets de l’ histoire des femmes”, en M. Perrot: Une histoire des femmes est-elle posible, París, 1984 , p. 19. 4 J.W.Scott: ”El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Amelang, J. y M. Nash, Historia y género, Valencia, 1990, p. 43. 5 Sobre este debate en los Estados Unidos de Norteamérica y en Europa puede verse la obra de Raquel Osborne: La construcción social de la sexualidad. Madrid, 1993. Véase también el último libro de K. Mackinnon: Hacia una teoría feminista del Estado, Madrid, 1995. 6 G. Bock: “La Historia de las mujeres y la Historia del género: aspectos de un debate internacional “, en Historia Social, nº 9, Valencia, 1991, p. 59. 7 M. Perrot: Une Historie des femmes est-elle posible?, París 1987. A. M. Sohn et F. Thélamon: L’ Histoire sans les femmes est-elle possible?, Rouan, 1997. 8 M.Perrot y G.Duby (eds): Historia de las Mujeres. Madrid, 1992-1993. 5 vols. 9 A título de ejemplos significativos ver La ricerca delle donne. Studi feministi in Italia, a cura di Maria Cristina Marcuzzo e Anna Rossi-Doria.Milán, 1987, ver también, V.V.A.A: Discutendo di storia. Soggettività, ricerca, biografia, Torino 1990. 10 P. di Cori: “Made in U.S.A. e made in Europe. La storia delle donne in una prospettiva di comparazione”. Texto inédito. 11 Sobre la historiografía feminista italiana ver Annarita Buttafuoco: “Historia y memoria de sí: feminismo e investigación histórica en Italia”, en G. Colaizzi (ed.): Feminismo y teoría del discurso. Madrid, 1990. 12 A.Farge et M.Perrot: Débat en “Femmes et Histoire”. Actes du colloque de la Sorbonne, novembre 1992. París, 1992, pp. 68-69. 13 A.Farge-M.Perrot, o.c., pp. 68-69. 14 A.Farge-M.Perrot, o.c., p. 69. 15 Arenal: revista de Historia de las mujeres, dirigida por Candida López Martinez, Mary Nash y Reyna Pastor, fue creada en 1995. Ver también la produción sobre teoría Feminista e Historia de las mujeres publicada en Feminismos de la Editorial Cátedra © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 XV Coloquio de Historia Canario-Americana 782 16 Georges Duby-M. Perrot: Femmes et Histoire, Actes du Colloque organisé a la Sorbonne, novembre 1992. 17 G.Pomata: “Histoire des femmes, histoire du genre”, en Femmes et histoire, o.c. 18 La ponencia que Roger Chartier presentó en este coloquio precisamente destacaba la formación cultural de la diferencia de los sexos, al referirse a la violencia simbólica ejercida sobre los cuerpos sexuados de las mujeres. Chartier tomaba en su ponencia los temas y las preguntas planteadas por la historiografía feminista francesa, que él conoce bien, y trataba de entrar en ellos usando de sus propios presupuestos historiográficos (véase Femmes et histoire, o.c., pp. 39-47). 19 G. Pomata, o.c., p. 29. 20 J. Scott: “Historia de las mujeres”, en P. Burke, o.c., p. 83. 21 J. Scott: “Sobre el lenguaje, el género y la historia de la clase obrera”, en Historia Social, nº 4, 1989, p. 97. 22 J. Scott: “Sobre el lenguaje,...”, o.c., p. 88. La polémica entre historiadores es virulenta. A título de ejemplo ver la intervención de Lawrence Stone en Carlos Barros: Historia a Debate, vol 1, pp. 177- 190. A Coruña, 1995. 23 La historiografía feminista francesa conoce ciertamente a sus colegas Foucault, Derrida o Lacan. Pero, en mi opinión, las historiadoras francesas han hecho su lectura y su asimilación particular de aquellas propuestas.Véase A. Farge y M. Foucault: Les désordres des familles. Lettres de cachet des archives de la Bastille. París, 1982. Igualmente, Jacques Ranciére: Les noms de l'histoire. Essai de poétique du savoir. París, 1992. 24 Actualmente, una parte de Annales mantiene contactos fluidos y debates con el nuevo historicismo americano. Véase, Roger Chartier: L’Histoire aujourd‘hui: doutes, défis, propotitions, Utopías vol. 42, Valencia, 1994 . 25 A título de ejemplo se pueden citar las obras últimas de G. Duby, las intervenciones de: R. Chartier, M. Godelier, J. Ranciére y P. Rosanvallon, en el debate de París de 1992. Otro ejemplo interesante es el libro de Thomas Laqueur: La construcción del sexo. Sexo y género de los griegos a Freud, Feminismos, Cátedra-Universitat de València 1995. (El original americano editado en Harvard es de 1992). 26 POMATA, G. (1992): “Histoire des femmes, histoire du genre”, en Duby-Perrot : Femmes et Histoire. 27 M. Perrot. “Escribir la historia de las mujeres: una experiencia francesa”, en G. Gómez- Ferrer: Las relaciones de género, Ayer, nº 17, 1995, pp. 67-84. © Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009 |
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