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184 ESPACIO DADO, ESPACIO IMAGINADO: EN TORNO A LA GLOBALIZACIÓN Y LAS IDENTIDADES PESQUERAS José Alberto Galván Tudela En la presente comunicación pretendo efectuar algunas reflexiones generales, desde una perspectiva antropológica, sobre las identidades en el mundo de la pesca. La he titulado en plural, “identidades”, consciente de que tienen un carácter altamente procesual, dinámico, si bien insistiré, asimismo, en algunas cuestiones estructurales, que le otorgan su diferencialidad, cuestiones que en último término se derivan de la naturaleza y cultura de ese dominio de las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales, que denominamos la pesca. Por otra parte, hablo de las identidades “pesqueras”, porque entiendo que la pesca no constituye sólo un tipo de actividad económica, sino que debe incluirse en ella, las formas específicas de su reproducción social y simbólica, lo cual nos conduce a hablar también no sólo de los productores directos, sino de todas aquellas personas que son decisivas para que aquélla pueda llevarse a cabo, y continuará y/o cambiará en el tiempo: mujeres de los grupos domésticos, hombres y mujeres que tienen una enorme importancia en el proceso de circulación del producto, o en otros sectores económicos de los que depende en cierta medida esta actividad. El problema de las identidades entra de lleno en un debate actual en las ciencias sociales, y en especial en la Antropología, cuyo objeto central de estudio es la diversidad cultural. Algunos planteamientos asocian la globalización, de un modo completamente unilineal, con la homogeneización cultural de las poblaciones humanas, con la desaparición de las identidades de la gente que transmigra, con la ineficacia de los denominados conocimientos locales, sustituidos progresivamente por la ciencia. Hoy en día, se afirma, la vida de la gente está dominada por los no lugares, por redes. Hoy, se dice, somos más ciudadanos del mundo que ciudadanos de un territorio. ¿Tenemos multiplicidad de identidades desarticuladas? ¿Somos ciudadanos de espacios sin fronteras, de naciones sin límites? De este modo, se supone que las poblaciones pierden su sentido del lugar, de la naturaleza que les ha rodeado, de las tradiciones que han construido. ¿Es esto cierto? ¿Estamos pasando de un mundo de lugares a un mundo de no lugares? O, admitiendo que estamos en un mundo más interrelacionado, ¿debemos repensar los modelos de naturaleza basados en los lugares, verdaderas creaciones históricas que se deben explicar, no asumir como esencias auténticas, y en los que la circulación global del capital, los conocimientos y medios de comunicación configuran incluso la experiencia de la localidad? Es en el contexto de este debate, en el que quiero ubicar el análisis del dominio o mundo de la pesca. La referencia al pasado constituye el nudo central de las construcciones de las identidades, de la fábrica de las tradiciones. ¿Qué entendemos por pasado? ¿Qué imágenes de él construimos? ¿Quiénes y para qué las construye y las usa? La pesca, una cultura del trabajo, una actividad económica tradicional en muchas regiones y nacionalidades del Estado, tales como Andalucía, Galicia o Canarias, ligadas al territorio, a nuestra naturaleza, a nuestros lugares, se encuentran imbricadas en el mundo global del turismo, de las transmigraciones, de Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 185 las redes de comunicación e información. ¿Cuál es el carácter de sus relaciones? ¿Qué elementos de aquellas, y por qué, los usamos en la construcción del patrimonio? ¿En qué medida, por quién y cómo el mundo de la pesca es utilizado en la denominada cultura global? ¿Qué entendemos por globalización? Los teóricos de la modernización, hace ya unas cuantas décadas, pronosticaron la progresiva desaparición de las identidades culturales, y en especial de los nacionalismos y de los movimientos étnicos. Su previsión se basaba en la premisa de que las identidades étnicas, consideradas un residuo de las sociedades tradicionales y premodernas, sucumbirían ante la fuerza de la sociedad moderna, con su marcada tendencia a la uniformización cultural. Ante todo, quisiera señalar que la globalización no es un fenómeno actual, sino una realidad de ahora y del pasado, aunque hoy el mundo está más interrelacionado. Fenómenos de la globalización del pasado fueron la conquista de América, las Cruzadas, el imperio Romano, las invasiones islámicas, fenómenos que tuvieron un gran desarrollo desde la revolución industrial. Podemos afirmar, incluso, que la mayor parte de las culturas y poblaciones del mundo de diversa manera y variada dimensión han estado de algún modo relacionadas, han cambiado y evolucionado. Cualquier región o nacionalidad del Estado, en su pasado y en su presente, se ha visto especialmente implicada por los procesos de internacionalización económica y cultural, lo que las hace incomprensibles sin aquellos. Pero es a partir de las últimas décadas, especialmente desde la crisis de 1973, cuando se ha producido una extraordinaria expansión y complejización de las interrelaciones entre los diferentes pueblos del mundo, sus instituciones y sus culturas, así como un desarrollo de una creciente conciencia de globalización. El proceso de globalización, por tanto, no puede ser visto sólo como un fenómeno meramente económico, tecnológico o comercial de carácter unilineal, universal y necesario, sino también como movimiento de bienes y personas, circulación y consumo de símbolos, imágenes e ideas. Es consecuencia de la transnacionalización económica, donde a través de un proceso tendencialmente planetario y omnicomprensivo la ecumene en su totalidad tiende a convertirse cada vez más en un espacio interconectado -y de este modo unificado- tendencialmente más continuo que discreto, en virtud de múltiples y complejas interrelaciones, no sólo desde el punto de vista económico sino también social, político (la desaparición de las fronteras entre naciones y la constitución de comunidades económico- políticas, por ejemplo, la UE) y cultural. Fenómenos como el aumento y diversificación de los flujos migratorios transnacionales, la difusión del uso de nuevas tecnologías de procesamiento de datos, imágenes visuales y sonido, la concentración de las redes de comunicación de datos y de los medios de difusión masiva de la información, la aparición de nuevas redes mundiales de relaciones gubernamentales y no-gubernamentales, el turismo, el proceso de mercantilización de símbolos étnicos y la politización global de las etnicidades y del ecosistema constituyen factores y manifestaciones del proceso de globalización. En ese sentido más que un mundo homogeneizado y uniforme podríamos denominarlo un mundo más interconectado por el correo electrónico e internet, los aviones y los viajes a larga distancia, la televisión, los teléfonos móviles y el cine. Todos estos medios hacen que las influencias culturales puedan extenderse por el planeta a una velocidad inédita. Los espacios cerrados, circunscritos, los territorios étnicos cada vez son más fluídos, porque los seres humanos se mueven. La discontinuidad espacial cada vez más se siente y percibe como reducida, pues las mercancías viajan a lugares antes recónditos, y gentes de culturas e XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 186 identidades diversas comparten espacios y territorios comunes. A pesar de todo ello, por el momento sólo es posible señalar la existencia de tendencias demasiado variadas y desiguales, y de relaciones demasiado complejas a la vez que de factores de cambio contrapuestos (Hannerz, 1996; Kearney, 1995; Robertson,1994). Algunos autores plantean que dominios de las culturas como la lengua es necesario uniformalizarlos, que es preciso la canonización de una lengua, por ejemplo, como medio de comunicación, aunque ello lleve consigo la desaparición de la enorme variedad y rica multiplicidad de lenguas y dialectos. En cierto modo, hacer desaparecer el pasado es calificado de inevitable, ya que no se puede esperar que culturas tan “atrasadas” sobrevivan en un mundo moderno. Pero por paradójico que parezca, los procesos de globalización desde una perspectiva cultural no consisten en la difusión exclusiva de costumbres, prácticas y creencias de las grandes religiones establecidas, ligadas a las sociedades más avanzadas. En el consumo global, muchos elementos culturales ligados a sociedades consideradas “más atrasadas” ocupan un lugar relevante. Difusión de ritmos como la salsa o el reggae, comidas como los tacos mexicanos, cultos como el candomblé brasileño y la santería cubana, se introducen en las naciones desarrolladas con enorme facilidad, generalizándose su consumo por doquier, y en el mundo de la moda, el tatuaje y el cuerpo se perciben temas y variaciones asiáticas u oceánicas. E incluso, en la creación de un mercado único, las empresas transnacionales por el momento han debido ceder a la multiplicidad lingüística para unificar todos los mercados. Es cierto que estos fenómenos constituyen reinvenciones elaboradas no en el lugar de las culturas locales sino en los centros estratégicos de construcción de las culturas globales, pero esta situación nos debe hablar más del papel de los emigrantes en dichos procesos, que de la pérdida de esencias culturales que nunca existieron, sino que se reelaboraron a través de procesos históricos similares, pero de menor alcance. En este sentido podemos afirmar que el proceso de globalización a la vez que estimula procesos de “homogeneización cultural” también estimula, de diferentes maneras, etnogénesis, revitalizaciones étnicas y particularismos e identidades de diversa índole. Esas identidades en ocasiones resultan “locales”, es decir vinculadas a una localidad o lugar, en otras ocasiones a varios. Se trata de identidades deslocalizadas o translocales que especialmente se desarrollan a través de las fronteras de los estados-nación. Este proceso, a la vez que no es unívoco, tampoco en gran medida es democratizador, como se le considera a menudo. Pues, el acceso a las redes de Internet no es el mismo en todos los lugares del mundo, ni en todas las clases sociales. Crece así la polarización, las jerarquías urbanas, la concentración y la centralización, aunque es bien cierto que progresivamente casi todos los sectores sociales, especialmente en los países no periféricos, acceden de hecho a algunas ventajas de la globalización. Por todo lo afirmado, hasta aquí, podemos avanzar que el pronóstico más arriba indicado no sólo no se ha cumplido sino que, por el contrario, la revitalización de las manifestaciones identitarias ha ido en aumento en todo el mundo. Es más, desde la perspectiva actual, se puede considerar que la globalización a escala mundial viene siendo la causa principal del resurgimiento y aparición de viejas y nuevas formas de afirmación de las identidades culturales locales. Por ello, diversidad cultural y homogeneización mundial no deben ser consideradas como dos visiones opuestas de lo que está sucediendo en el mundo de hoy, pues ambas constituyen rasgos de la realidad global. De algún modo, aquella está generando multiplicidad de diversidades en un mundo, eso sí, más interrelacionado (Arrighi, Hopkings, Wallerstein, 1999; King, 1991; Miller, 1997). Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 187 Dado que quizás sea casi imposible la existencia de un esquema de símbolos interculturales, y menos aún único, ya que todo sistema simbólico se desarrolla de forma relativamente autónoma y de acuerdo con sus propias normas, pienso que los condicionamientos culturales ahondarán las diferencias entre ellos, añadiendo las estructuras sociales específicas un elemento más de diversificación. No obstante, ello no quiere decir que no adoptemos referentes simbólicos globales, tales como la idea de salvar de la extinción conservándolas para un futuro especies naturales o vegetales. Pero siempre lo haremos eligiendo nuestros propios símbolos, específicos de la cultura local, y no de otra. En cierto modo, la globalización favorece la adopción de referentes simbólicos prestados, pero los símbolos con mayor potencialidad identitaria serán los propios de nuestro sistema simbólico, que se construye y reconstruye incesantemente a través del tiempo. En pocas palabras, el sistema mundial más que crear una masiva homogeneidad cultural a escala global, está sustituyendo una diversidad por otra, y esta nueva diversidad se basa comparativamente en una mayor interacción y una menor autonomía. Podríamos concluir este apartado afirmando que la globalización es una realidad, pero que no necesariamente debemos pensarla como la alternativa, pues las reacciones y formas de adaptación a la misma son múltiples, relativamente arbitrarias, y no vienen dadas de antemano. Globalización no debe suponer destrucción de los patrimonios culturales locales, y estos no se pueden reducir sólo a objetos muebles e inmuebles, sino que incluyen saberes, pensamientos, todo el mundo imaginario que sobre ellos y la realidad ecológica y humana hemos construido. Entre otras cosas, la globalización ha favorecido el conocimiento mutuo, ha acercado la relación con los que considerábamos como “los otros”, y ha abierto la puerta para encarar la variabilidad cultural y el sentido de la diferencia. Ha posibilitado tomar conciencia de que nuestro mundo no existe en sentido absoluto, no es el único, es en cierta medida un modelo, entre otros, de realidad. La globalización ha generalizado el encuentro cultural, la multiculturalidad. Con él aparecen problemas, pero se abre una gran perspectiva, la de enriquecernos culturalmente, sin por ello suponer la negación del otro. Las culturas no tienen por qué volverse más uniformes. Por el contrario, lo nuevo y lo viejo tienden a transformarse mutuamente. No se trata de estar de acuerdo sino de comprendernos. Se puede conservar la propia identidad a pesar de haber recibido mucho de otras culturas locales o globalizantes. Como han afirmado algunos autores, la cultura global no significa únicamente tener más objetos comunes en cada casa de cualquier rincón del mundo, pues los vínculos que nos ligan no deben ser meramente tecnológicos o comerciales. Una actitud frontal de rechazo de la globalización es sólo un movimiento negativo, mediante el que se lucha por no ser comido. La globalización provoca un déficit de identidad, de sentido de pertenencia, si y sólo si la aceptamos sin más, acríticamente. No se trata de rechazar la conexión sino la uniformización. Por otra parte, tomar conciencia de la globalización ha de suponer que debemos estar atentos a los ritmos del cambio, que puedan favorecer una desaparición tan rápida, que no dé tiempo a la readaptación cultural. Sólo así las culturas serán libres para cambiar a su propio ritmo, adoptando lo que les beneficie del mundo moderno y rechazando instrusiones que perciban como dañinas. Desde esta perspectiva, un discurso de la globalización que equipara lo global con el espacio, el capital, la historia y la capacidad de actuar, mientras que lo local se alinea con el lugar, el trabajo y la tradición, como ha escrito A. Escobar, no pueden mostrarse como XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 188 contradictorios, pues borrar el lugar en la red tiene profundas consecuencias en nuestra manera de entender la cultura, el conocimiento, la naturaleza y la economía (1999:170-171). Cada vez no sólo son más abundantes los movimientos sociales que mantienen una fuerte referencia al lugar -verdaderos movimientos de apego ecológico y cultural a los lugares y los territorios-, sino también lo hacen con la creciente conciencia de que cualquier acción alternativa debe tener en cuenta modelos de naturaleza basados en lugares, con sus correspondientes racionalidades y prácticas culturales, ecológicas y económicas. Los lugares, lo local, son un referente y una categoría de pensamiento, así como una realidad construída, que constituyen creaciones históricas, y en las que la circulación global del capital, el conocimiento y los medios de comunicación intervienen en la configuración de la experiencia de la localidad. Así, “la centralidad se desplaza a los lazos múltiples entre identidad, lugar y poder -entre la construcción del lugar y la construcción de la gente-, sin naturalizar los lugares ni construirlos como la fuente de identidades auténticas y esencializadas. Esa relación entre lugar, poder e identidad resulta más y más complicada en la medida en que los cambios en la economía política global se han abierto camino hasta unas concepciones de lugar e identidad a su vez cambiadas” (Escobar 1999: 173). Como han indicado Gupta & Ferguson (Eds, 1992) los lugares, por tanto, continúan siendo importantes tanto para la producción de la cultura como para su etnografía. Muchas comunidades, regiones, naciones...siguen manteniendo el sentido del terreno, las fronteras, la identidad, y el apego a los lugares. En términos de Escobar, “todo esto también constituye parte de la experiencia de la gente y de la construcción cultural...Por ello es preciso reconcebir y reconstruir el mundo encarnado, materializado, en múltiples prácticas basadas en los lugares...Por mucho que necesitemos superar las concepciones y categorías convencionales de lo local, el lugar y los conocimientos sobre él construídos continúan siendo fundamentales para tratar de un modo política y socialmente eficaz la globalización, el posdesarrollo y la sostenibilidad ecológica” (1999:174-175). La posición de A. Escobar, que comparto, es la posibilidad de defender a partir del concepto de lugar los modelos culturales y ecosistemas locales en contextos de globalización y de cambios rápidos. En este sentido, las poblaciones pesqueras gozan de una especificidad cultural enorme y variada, construída en torno a un lugar, a un territorio sujeto a una impresionante apropiación material y simbólica.. La pesca como actividad de caza y recolección acuáticas Propongo caracterizar la pesca como un verdadero modo de apropiación del recurso acuático (Collet, 1998). Una actividad humana estrictamente diferencial, especialmente de la actividad agrícola, caracterizada por la incertidumbre, donde el control de la información aparece como decisivo ante un recurso a menudo invisible y no domesticado. Me parece fundamental, por tanto, reflexionar sobre la actividad pesquera para indicar la cultura del trabajo que supone, a la vez que su incapacidad durante un amplio período histórico para la autoreproducción de las poblaciones que la practicaban, y la construcción de su propia identidad. O lo que es lo mismo, las identidades pesqueras han sido múltiples y variadas a través de la historia, y han estado marcadas en gran medida por el nivel de autonomía o dependencia de otros sistemas productivos. A su vez, mostraré cómo el territorio aparece a la vez como un mecanismo de defensa y como un espacio imaginario para definirse a sí mismas por parte de unas poblaciones costeras respecto a otras. Por último, analizaré la ritualización Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 189 del territorio como forma de dramatización de la identidad entre las poblaciones pesqueras, terminando con un análisis del lugar del pescado en el consumo global. Como hemos indicado en otro lugar (Galván 1988), la pesca en sus variadas formas tradicionales y modernas constituye básicamente una actividad de caza, acompañada a menudo de formas variadas de recolección (moluscos, crustáceos, sal, algas...). Como tal tiene un carácter cinegético que obliga a pescador y recurso a un constante movimiento de acecho, trampa ... Si bien en la actividad pesquera de recolección a veces está presente dicho carácter cinegético al capturar un recurso móvil (p. e. los cangrejos), se caracteriza por ser una actividad fundamentalmente manual, donde los instrumentos utilizados sirven primordialmente para extraer de las rocas o lechos intertidales un recurso a menudo fijo, de alta densidad. A pesar de que existen técnicas denominadas activas (red de arrastre, liña) y pasivas (nasa y palangre), y que éstas últimas puedan recordar un proceso de recolección, la pesca parece constituir una verdadera actividad, donde el carácter cinegético puede estar más o menos atenuado, pero donde la introducción de una tecnología entre recurso y pescador es esencial. En cualquier caso, movimiento e instrumental técnico son importantes en la actividad pesquera, pues el pescador en última instancia no tiene el control sobre la “reproducción del recurso”. Tanto el pescador como el cazador-recolector han sido incluídos en la categoría de foragers. Algunos autores, como Ingold (1987), han sugerido a partir de la tesis de que la esencia de la caza y recolección humanas es opuesta a la depredación y el forrageo de los animales, que es necesario incluir la “intencionalidad” previa que motiva al productor y no simplemente las características comportamentales asociadas a un tipo particular de tecnología o a un particular organismo, móvil o fijo, como criterio de clasificación de dichas actividades de subsistencia. Desde esta perspectiva, como afirma Pálsson (1989:8), tanto la pesca como el marisqueo pasan a ser una actividad de caza, ya que ambas actividades implican expectativa y búsqueda intencionada de los lugares. Entiendo que esta apreciación nos lleva más a la confusión que a la precisión conceptual, retrotrayendo a la distinción ontológica de las especies un problema de distinción conceptual de actividades de subsistencia. A partir de una distinción establecida por el arqueólogo L. Binford, pienso que en las economías de la pesca marítimo-costera domina la estrategia “logística”, no la del forager. Es decir, aquella en la que las unidades productivas se mueven y explotan diferentes lugares y recursos que son disponibles al mismo tiempo, siendo capturados y trasladados al campo base para su posterior consumo o comercialización. La estrategia “forager” es más propia de algunos cazadores recolectores terrestres que, dado que los recursos son disponibles en diferentes áreas y estaciones, se mueven de un lugar a otro en función de la disponibilidad de los recursos en diferentes áreas. La tesis de que la elasticidad, ante la abundancia, variedad, disponibilidad durante todo el año, y el carácter concentrado y fijo (en el caso de los moluscos) de los recursos costeros, es la causa de la permanencia de los asentamientos, parece improbable. La supuesta atracción del mar debe analizarse en el marco de la disponibilidad y facilidad de obtención de otros alimentos en situaciones concretas, en el sistema económico local. Si bien algunos autores conciben la actividad pesquera como una forma de caza-recolección con características propias, otros ampliamente la excluyen, existiendo, como ha indicado B. McCay (1981:2), un verdadero tour de force en la búsqueda de elementos comunes significativos entre los aborígenes, pescadores de salmones del Noroeste del XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 190 Pacífico, los arrastreros burgueses del norte del Atlántico y las bandas forrajeras que habitan entornos periféricos. Sin duda el problema taxonómico que se ha generado procede en gran medida del énfasis preferente en las fuerzas productivas materiales y las relaciones ecológicas (Faris 1977, Pálsson 1988), en los tipos de actividades de subsistencia, y en las especies capturadas o en ambas cosas a la vez. Algunos autores (Pálsson 1989) incluso, hablan de la existencia de una aproximación que privilegia un modelo natural de la producción, que pinta al individuo como un isolat autónomo, comprometido en el acto técnico de capturar el pescado. Contrariamente a lo que se afirma, la cuestión no se resuelve aduciendo que es mejor analizar el problema metodológico estudiando las implicaciones de la pesca como producción primaria de mercancías para la subsistencia y/o el mercado (McCay 1981), o estudiando las diferencias significativas en la organización social entre los cazadores recolectores de recursos acuáticos y de recursos terrestres (Pálsson 1988), o simplemente apreciando las diferencias entre las economías pesqueras y las relaciones sociales en las que la producción esta implicada (Pálsson 1989; Pascual 1997). Como indicamos más abajo, si analizamos la actividad pesquera en el contexto de su reproducción, el destino hacia el consumo local o la comercialización exterior depende en parte de entender aspectos propios de dicha actividad, entre las que destaca el que los pescadores son básicamente “productores de proteínas”, no de calorías (Yesner 1980). Asimismo, las relaciones sociales de producción existentes en las comunidades de pescadores no son esencialmente independientes del modo cómo se capturan los recursos pesqueros. Ello no quiere decir que no se encuentren entre los granjeros, los agricultores y los ganaderos. Es cierto que algunas características enunciadas como propias de los pescadores, tales como la rápida caducidad del producto, la escasa constricción a la movilidad, la inversión preferente en tecnología de desplazamiento y captura, la tenencia y derechos de propiedad comunal de los recursos, la inversión preferente por parte de los capitalistas en el procesado o la comercialización y no en la producción, la actitud conservadora ante los riesgos...(Firth 1946; Faris 1977; Breton 1977) existen en otras actividades económicas. Pero la intensidad de las mismas no es unívoca, presentando la actividad pesquera un patrón o configuración variable en cierto modo específico. La pesca ha sido considerada una categoría teorética marginal, dado que su actividad tiene lugar en contextos sociales ampliamente diferentes, y en combinación con multitud de actividades de subsistencia. No obstante, aunque no sea un fenómeno unitario, ni constituya una nueva categoría antropológica, si parece necesario establecer su especificidad. En la actividad pesquera, una característica sobresale: el hombre y su presa no ocupan el mismo entorno. Ello supone fuertes restricciones adicionales sobre los medios de ubicación y captura de los peces y sobre los medios de locomoción (Leap 1977). No obstante, a pesar de que los recursos sobre los que actúa se encuentran en multiplicidad de ecosistemas (los mares y océanos; los ríos, deltas y albuferas; lagos y lagunas, costas, estuarios y marismas), aquellos son fundamentalmente “objetos de trabajo” y no “medios de producción”, aunque el cangrejo, la pota, el erizo o algún pescado azul sean utilizados como medio para capturarlos. Los recursos, exceptuando los propios de las factorías o las denominadas granjas pesqueras, no presentan ningún nivel de domesticación. No se encuentran en un medio construido y regulado por el hombre, y no han sido sometidos a un proceso de hibridación para aumentar su productividad. De ahí que la dependencia del entorno sea mayor y la Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 191 aleatoriedad de las pescas apenas sea reducida a pesar de la tecnología empleada. Como toda caza, la pesca está funcionalmente determinada por la naturaleza del recurso, y no tanto por la gestión de los mismos. Por ello, el pescador se ajusta continuamente a las condiciones impuestas por los movimientos incontrolados de los recursos (R. Andersen (Ed), 1979). Desde esta perspectiva el desarrollo tecnológico en la pesca ha implicado básicamente un proceso de dominio del movimiento del pescador (en un medio no firme e inestable), un aumento del área de acción (barcos, motores, ...), y un control sobre el movimiento, distribución espacial y densidad de los peces (sonda, sonar, ...). Más aún, los factores hidrológicos, climáticos o topográficos del medio marino influyen sobre la manera de vivir, pensar y sentir de los hombres y las mujeres de la mar. Y, aunque los pescadores trazan su mapa imaginario del mar a través del que tienen sobre la tierra, aquel es mucho más complejo, dotado de seres inverosímiles, a la vez que a su abismal profundidad son enviados los males de los hombres en tierra a través de rezos y santiguados. Como afirma M. Mollat, “los ritmos humanos dependen del mar de manera variada. Si el pescador del Mediterráneo sin marea dispone de todo su tiempo para elegir la hora en que, a algunas millas de la costa, lanzará sus liñas o arrojará sus redes, el breton se inquieta en el momento de salir y finalizado su trabajo, al volver antes de la pleamar para no perder su venta. Por lo demás, aquellos que viajan lejos, sus ritmos demográficos (matrimonio y concepción) están dominados por las estaciones en que se navega...Los comportamientos psicológicos también tienen su originalidad. El medio de los marinos es el de la espera perpetua. La espera del tiempo conveniente para navegar, la espera del retorno compartida por el ausente y los que se quedan...Esperar es tener confianza, confianza del marino y de su mujer separados durante las zafras, confianza en sus santos y vírgenes, invocados en ocasión del peligro (1979:111). La información como factor clave de la actividad pesquera Aún en las pescas modernas, y a pesar de su desarrollo tecnológico, otro factor parece absolutamente decisivo. Se trata del manejo de la información sobre la actividad pesquera propia y de la de otros barcos, y el control de los conocimientos relativos a los elementos bióticos y abióticos del ecosistema marino (Florido 1999:197-198). En la pesca, aún de altura, ello es acaso más importante que los medios materiales, pues a veces es necesario tomar decisiones rápidas, poco planificadas sobre la base de información específica y cambiante, que imposibilita que la pesca pueda ser dirigida desde tierra. Los pescadores están dotados de un mapa mental del territorio de actuación y de la plataforma donde se ubica el pescado; posee conocimientos precisos sobre la etología de los peces y los diversos factores metereológicos (corrientes, mareas, vientos, lluvias, gradientes de luminosidad, calor, frio, humedad...) que inciden en el comportamiento de aquellos y en la actividad pesquera... Debe elaborar, asimismo, mapas descriptivos de un entorno a partir de la información obtenida de la observación indirecta (Pálsson 1982). Y, sobre todo, los pescadores han aprendido “un oficio”, un “saber hacer” práctico, no escrito, que se transmite por via oral, “que se aprende con los años, faenando”, y no se reduce a los conocimientos más o menos abstractos aprendidos en la escuela. Como afirma P. Jorion, “la tecnología es algo más que un conjunto de objetos materiales, es también el sistema de conocimientos que la hacen eficaz...La práctica de la pesca tradicional...es un saber que no se acomoda más que a un aprendizaje oral y visual. Es producto de intuición, de conocimientos no conceptualizados, no reconocidos...” (1983:10-11). XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 192 No obstante, si bien el pescador sitúa su actividad en un mapa espacial que indica dónde está el pescado, cuándo éste se acerca, etc..., la toma de decisiones diaria no puede ser llevada a cabo como si el pescado estuviera siempre ahí, y “sólo tengo que ir y cogerlo”...Por el contrario, el pescado cambia de lugar, su comportamiento es en gran medida imprevisible. Por ello, cualquier pescador estará presto a afirmar que “cada día que se sale al mar, se aprende algo nuevo de él”, “nunca se sabe todo de la mar”. La actividad pesquera diaria está en cierta medida relacionada con las capturas del día anterior, propias y ajenas, con su facilidad, abundancia y tamaño. Pero estas, al igual que la información y los conocimientos, varían ostensiblemente de una a otra unidad productiva. Como he indicado en otro lugar (Galván 1988), la actividad pesquera se ejerce sobre ecosistemas cuya cadena trófica es a la vez débil y poco conocida. Se sabe de productividad y densidad de la biomasa. En algunos casos, se conocen los desplazamientos, los procesos de cría y ciclo vital de los peces. Pero se desconocen con detalle las interrelaciones de los peces, la cadena alimentaria, y las implicaciones de la actividad pesquera y el desarrollo tecnológico sobre diversos eslabones de la misma. Los ecosistemas acuáticos son diversos. El carácter generalizado o especializado de los mismos supone una constricción fundamental al desarrollo tecnológico, ya que la industrialización de la pesca prácticamente sólo se puede establecer en torno a ecosistemas especializados o a bancos de pesca donde la tasa de reproducción sea alta, y donde los peces se presentan en cardúmenes, que a menudo tienen carácter pelágico y son migratorios, costeros u oceánicos. Es, por ello, que el avance tecnológico en la pesca puede, en ciertas circunstancias, incrementar la incertidumbre más que reducirla. La pesca como actividad no autorreproductora Podemos afirmar con M. Mollat que “las ocupaciones de los hombres (y las mujeres) de mar son múltiples y complejas. Sus géneros de vida mixtos son numerosos. La pesca y el cultivo a pequeña escala se alternan a menudo; las economías de los marinos mercantes tienen por objeto comprar una casa que ocuparán al jubilarse entre su jardín y la salida en barca. Mucha gente de la costa, sin navegar explotan polders y salinas...Incluso, en algunos países, la casa del marino no presenta la disposición de una granja campesina. Funcional a su manera, y a menudo blanca, está orientada y abrigada en función del sol y del viento, a la vez que busca la proximidad del mar”. (1979:111). ¿Por qué esta complejidad? En mi opinión, si bien las características indicadas más arriba determinan la esencial incertidumbre de la actividad pesquera (Acheson 1981), el componente proteínico dominante del pescado ha obligado a pescadores de diversas latitudes a buscar fuera de la pesca, en tierra, en otro sector económico, los componentes calóricos necesarios para su subsistencia y reproducción. Como indica Yesner (1980), sobre todo en latitudes bajas el componente esencial del pescado, excepto en los casos de pescado azul, pájaros y mamíferos marinos, es básicamente proteínico y vitamínico (calcio, yodo, electrolitos y otros minerales), pero bajo en calorías. Estas se pueden obtener compaginando otra actividad productiva de bienes de consumo, especialmente la horticultura y la recolección terrestre; por el intercambio o trueque; por la compra a través del dinero obtenido con el trabajo asalariado (en el sector portuario -cabotaje-, en el sector servicios -la construcción- o el turismo); o produciendo un fuerte excedente de pesca para el mercado o las conserveras. En síntesis, generando excedentes pesqueros u obteniendo ingresos derivados de una ocupación complementaria. Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 193 Si esto es así, nos encontramos que la actividad pesquera es “estructuralmente” dependiente; o dicho de otra manera, es esencialmente no autoreproductora o autosuficiente. Contrariamente, la horticultura y la agricultura son estructuralmente autosuficientes. Los productos derivados de su actividad domesticadora de plantas y animales pueden otorgar autonomía reproductiva a individuos y unidades domésticas, lo cual no quiere decir que haya existido alguna vez una agricultura cerrada, de pura subsistencia, pues por razones múltiples no necesariamente económicas se puede afirmar que los agricultores siempre han producido excedentes que hacen circular fuera de su grupo doméstico y vecindad. Mientras, en el caso de los pescadores, sólo cuando una población ha resuelto el problema de la obtención de calorías, se crean las condiciones de aparición de una población pesquera estable, con una actividad full-time dirigida hacia el mar. El pescador, por tanto, se ve abocado estructuralmente a ser un productor mercantil simple, que debe producir más allá de la subsistencia, con el objetivo de poder adquirir lo que no produce y garantizar tanto su reproducción simple como ampliada. Los campesinos pueden subsistir y reproducirse consumiendo lo que producen; los pescadores, no. Por todo ello, incertidumbre y dependencia obligan al pescador y sus unidades domésticas a establecer flexibles y elásticas estrategias de pluriempleo, las denominadas firmas o compañías familiares, o estrategias de pesca compuestas: pescadores-jornaleros sin tierras, pescadores-ciudadanos, pescadores-agricultores, pescadores de ultramar especializados... (Löfgren 1980). En unos casos, sobre la base de la ubicación espacial del asentamiento (norte/sur); en otros, por la proximidad de monocultivos, puertos o sector turístico, los pescadores y/o su unidad doméstica compatibilizan estacional o anualmente diversos oficios o empleos. Estas consideraciones nos llevan a concluir el carácter plural de la vida económica del pescador, lo cual implica la invalidez de modelos económicos monistas al analizar la actividad de los mismos, y especialmente su escasa eficacia para la planificación y política de las pesquerías. Existe un potencial de subsistencia múltiple, pues la explotación de tierra y mar está usualmente implícita en la base de subsistencia de lo que denominamos comunidad pesquera, seleccionando un patrón u otro o ambos en función de la edad y el sexo. Los pescadores, si bien constituyen muchas veces un segmento de la población marítima, su actividad debe ser analizada en el conjunto de actividades económicas de la unidad doméstica, aunque ésta no sea la misma que la unidad productiva pesquera. La mujer tiene allí un papel decisivo, pues su actividad en el marisqueo o en otros sectores económicos no sólo unas veces complementa los ingresos monetarios, sino que a menudo los suple especialmente en el caso de declive de la pesquería. Entre los pescadores de costa el fruto de la pesca o parte de los ingresos obtenidos por el hombre serán destinados a la alimentación de la unidad doméstica, y el dinero aportado por la esposa o los hijos desde otros sectores será objeto de ahorro o inversión en la vivienda, elevación del nivel de consumo o el pago de los intereses provenientes de la introducción de mejoras técnicas en los medios de producción. Sólo, desde esta perspectiva, las actividades productivas de los individuos pertenecientes a una familia de pescadores pasan a ser analizadas desde el punto de vista de la “reproducción” social y económica de toda la unidad doméstica. Ésta constituye la unidad adaptativa fundamental en las pescas actuales. Las estrategias de los pescadores dependerán, sin duda, del ciclo de desarrollo de la unidad doméstica, de los efectivos demográficos y la fuerza de trabajo activa, así como de la composición sexual y por edad de los miembros de la misma. Estos factores constituirán parte importante del contexto en que los pescadores toman decisiones relativas al reclutamiento de la tripulación. No obstante, salvando el análisis de las críticas al “individualismo metodológico”, deberá tenerse en cuenta que los grupos domésticos se integran en otras unidades adaptativas, como son las poblaciones o comunidades de XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 194 pescadores e incluso el Estado. En este sentido, un análisis de las estrategias pesqueras en las sociedades complejas a menudo tiende a convertirse en un problema de economía política, debiéndose tener en cuenta, por tanto, la inserción del sector pesquero en el conjunto del sistema económico y político global (Florido 1999). Parece necesario, a este respecto, abandonar una concepción normativa y uniforme de la actividad económica de los pescadores, incluyendo en este concepto a los que trabajan de cerco, al arrastre o con artes menores (enmalle, palangre, nasas, liña...)...y no sólo a los productores directos, sino también a los propietarios de los medios de producción, los armadores. Estos optan, de manera diferenciada, ante la aleatoriedad, fluctuación, declive e incertidumbre de la pesquería, por una estrategia elástica y flexible, como respuesta más adaptativa a los azares ambientales, pues el medio tanto natural como social no es tanto el escenario donde actúa, y se siente constreñido, cuanto un entorno activo, cambiante, y en muchas situaciones imprevisible. Tener en cuenta la diversidad intracultural en el análisis de las poblaciones pesqueras parece así un planteamiento fecundo tanto teórica como empíricamente. Hasta aquí, he intentado caracterizar la actividad pesquera. Con ello me reafirmo en la tesis de que existe una cultura pesquera, tal como han reiterado muchos autores (Andersen [Ed] 1979; Collet 1996,1998; Galván 1988; Gunda [1984]; E. A. Smith [Ed]1977; Thompson et alii 1993; Zulaika 1981). Pero ésta debe ser entendida no como una construcción puramente arbitraria y aislada, sino que se elabora a través de su relación con el medio ambiente natural y sociocultural que le rodea. En este sentido, a pesar de ser una actividad tan específica culturalmente, como hemos indicado más arriba, también históricamente fue muy dependiente, incluso estigmatizada. De ahí que, al menos mientras los productos de su trabajo fueron solamente objeto de trueque, su dependencia impidió una dedicación fulltime, y la aparición de una conciencia de identidad propia e independiente. Mientras duró esa situación la pesca se convirtió en una actividad de pobres (Vestergaard 1990; Magnússon 1989), de jornaleros sin tierra, que debían buscar en el mar parte de los productos de su subsistencia, que habían de complementarse con el trueque o intercambio por productos agrícolas de alto componente calórico (papas, trigo, frutos diversos...). En este sentido, eran definidos por otros, no por ellos mismos. Si bien es cierto, que podemos afirmar que las poblaciones humanas han sido fundamentalmente terrestres, refranes gallegos tales como “gaba o mar e vive a terra”, “falar do mar e estar na terra e nel non entrar”, “máis vale ser pobre na terra que rico no mar”, “máis vale fartura na terra que fartura no mar”, “do mar salen as bodas, e na terra celébranse todas”, “¿tomou o rico posesión do mar? Morreu o pobre”, expresan la percepción de la gente de la tierra sobre la gente de la mar. Se trataba de un medio compartido con los campesinos o jornaleros que bajaban al mar a pescar, o que se enrolaban en barcos estacionalmente. Algo que se concebía como una actividad complementaria, pero no indispensable. Incluso, en muchas regiones europeas, e insulares, la actividad pesquera apenas quedaba registrada, confundiéndose con la marinería de los puertos. En Dinamarca, por ejemplo, durante el siglo XVI, “los pescadores y la pesca raramente aparecían en las fuentes históricas, puesto que ellos estaban fuera del foco de una sociedad organizada en torno a la propiedad de la tierra”. No era un sector independiente de la economía global de un país, incluso los derechos de pesca podían ser parte de los derechos sobre las tierras costeras, dependiendo el acceso al mar del propietario de la costa. La identidad social de los pescadores ocasionales o estacionales estaba subordinada a su relación con gente que tenía propiedad de tierras y un estatus legal (Vestergaard 1990:16). En estas sociedades como en muchas otras, hasta que a finales del siglo XVIII no se especializó un pescador fulltime, éste no llegó a constituir un componente de la sociedad por derecho propio. Ello favoreció la creación y Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 195 estabilidad de verdaderos asentamientos costeros, con lo que la dependencia de los campesinos se redujo considerablemente, comprando los recursos agrícolas en el mercado con el salario o ingresos procedentes de la venta de sus capturas a la industria. La dependencia desapareció, y la identidad de los pescadores se desarrolló, ritualizando la misma a través de la defensa de sus territorios (Peace 1991) y en sus actividades festivas (Galván 1987, 1995; Bernabé, 1999; Cohen, 1987; Cohen (Ed) 1982). Si las romerías por tierra, son la expresión de agradecimiento al santo por los frutos recogidos y la bendición del ganado, las romerías por mar son rituales simbólicos “para que haya pesca en abundancia”. Como en muchos rincones del Mediterráneo, especialmente en Sicilia, los pescadores de Canarias, de Galicia y de muchas otras parte del mundo tienen un santuario tierra adentro, que desde una atalaya bien visible protege y fecunda simbólicamente el territorio de pesca, identificando una actividad incierta y azarosa y, a menudo trágica, como la de los pescadores de la Costa de la Muerte. ¿La territorialidad pesquera, una estrategia adaptativa, expresión de pertenencia e identidad de grupo? Según algunos autores, el factor o variable fundamental que determina selectivamente la diversidad de los sistemas territoriales son los recursos y dos cualidades del mismo: “su densidad” y “su predictibilidad”. La territorialidad es así una práctica puramente económica, de subsistencia, un sistema comportamental que sirve para ordenar o administrar los recursos. Por el contrario, para otros investigadores (Levine 1984; Galván 1992, Ed. 1989), la territorialidad tiene relación no sólo con la naturaleza del recurso sino también con las contradicciones entre la competencia y la cooperación en la organización social y de clase más amplia de las poblaciones pesqueras. Y así los territorios de pesca no son sólo “construcciones mentales” (Pálsson 1982) o espacios de prácticas simplemente económicas. Constituyen una realidad ecológica y técnica a la vez que y, sobre todo, una organización social y cultural del uso de los recursos y, por ello, también un mecanismo de afirmación simbólica de la pertenencia de un espacio, con el que se identifica una población pesquera. La naturaleza, el lugar, es así construído culturalmente y sus relaciones con él varían histórica y temporalmente, de tal modo que la territorialidad es más una estrategia cambiante que una cuestión ontológica de la naturaleza. En la pesca costera o de mar abierto nos encontramos con dos tipos de estrategia. En primer lugar, el almacenaje, que es utilizada cuando los recursos son abundantes pero impredecibles o estacionales. Éste es el caso de determinadas especies de aire (sardina, arenques, atunes...), cuyas capturas son estacionales pues están determinadas por el carácter migratorio y el tamaño importante pero variable del cardumen. En segundo lugar, una estrategia que está ligada a lo que se ha denominado defensa de “frontera del grupo social” en la que una población opta por no controlar directamente los recursos, sino el acceso a su grupo social, que explota el área de pesca. El acceso a los recursos se establece a través del control sobre el conocimiento de los lugares de pesca. Estos conocimientos se transmiten en cierta medida por lazos de parentesco u otros, y su carácter secreto limita el acceso a los pescadores, no sólo a los pescadores de fuera de la comunidad (competencia interespecífica) sino incluso a muchas unidades domésticas del interior de la misma (competencia intraespecífica). Por tanto, la distribución territorial de las poblaciones, sus áreas de actividad pesquera y la codificación de los recursos no se realiza mediante el establecimiento de fronteras espaciales, dado que el acceso al territorio está abierto, sino en XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 196 base a fronteras sociales de los grupos y unidades domésticas, y a la distribución desigual de la información sobre la geografía y los recursos mismos. Esta estrategia se agudiza cuando los recursos son percibidos como escasos, dispersos e impredecibles. Este tipo de problemas surgen en poblaciones ligadas a pescas costeras de diverso tipo y con variadas artes (nasas, liñas, ...). Por otra parte, en tercer lugar, nos encontramos con la estrategia de “defensa perimétrica”. En ella el grupo controla el acceso al territorio de pesca, las fronteras están bien marcadas y los límites son reconocidos por ciertos tipos de caracteres fijos. Según algunos autores, surge cuando los recursos son densos y predecibles, si bien es una territorialidad poco frecuente en espacios que contienen recursos de libre acceso. Está presente siempre y cuando por múltiples mecanismos se ofrezcan “concesiones” o “privilegios” de explotación de carácter exclusivo a una o varias poblaciones de pescadores. Suelen estar ligados a zonas costeras, tramos fluviales, lagunas e, incluso, bancos pesqueros alejados de la costa, donde ha quedado regulado el acceso, la prelación y la cantidad de barcos. Por último, cuando los recursos son predecibles, pero escasos, estamos ante estrategias de territorialidad ligadas a los “sistemas de veda”, tanto gubernamentales como locales. De estas estrategias territoriales, las tres últimas tienen una estrecha relación con mecanismos de identidad y, me atrevería a afirmar, con tres niveles de la misma. La estrategia de defensa de grupo social funciona tanto entre pescadores que utilizan un mismo arte como entre los que utilizan diversos artes de pesca. Entre estos últimos surgen a veces discusiones en torno a quién puede ser verdaderamente denominado como pescador. El verdadero pescador se “identifica” con aquél que utiliza un arte, que en cierta medida es prolongación de sí mismo, de su cuerpo, que tiene conocimientos acumulados de los peces y el mar, que pesca selectivamente, que tiene “xeito”, destreza adquirida en el día a día, no en la escuela. En una palabra, que no es un depredador. En este sentido, pescador se identifica con pescador de liña, y con artes como la traíña, por oposición al trampero que usa nasa o al barco de arrastre. Aquél que se considera como verdadero pescador percibe al nasero y arrastrero como individuos, que solamente depositan en el mar sus instrumentos y dejan que sean ellos, nasas y barcos, los que pesquen. Si esta estrategia está relacionada con los grupos domésticos o las unidades productivas individuales, de una o diversas poblaciones pesqueras, la estrategia de defensa perimétrica tiene estrecha conexión con conjuntos de unidades productivas de una localidad, aunque puede extenderse a una comarca o región, cuando hablamos de pesca en aguas territoriales. En este sentido, la identidad de las poblaciones pesqueras tienen una fuerte base territorial acuática (marítima, fluvial, lagunar...), que se refuerza simbólicamente a través de rituales durante sus fiestas patronales, y que se expresa a través de conflictos pesqueros. Los antropólogos gallegos Miguel Martínez en A Garda y Antonio García Allut (Galván [Ed] 1989, 1992) en Muxía han estudiado fenómenos de este tipo. En esta última villa, entre 1965 y 1983, a través de “A Compañía”, los palangreros habían controlado el acceso al perímetro de un gran banco, el Cantíl de Muxía, en unos momentos en que las pesquerías de bajura comenzaron a dar muestras de abatimiento. La organización social del trabajo incidió en gran medida sobre la actitud de defensa perimétrica del territorio. La alta densidad de los recursos se volvió progresivamente baja e impredecible a causa de la fuerte competencia por los mismos, especialmente si entraban en juego otras artes como la volanta. La organización de A Compañía constituyó no sólo una estrategia de gestión de los recursos, ante la reducción de la densidad y el aumento de la competencia, tanto interespecífica como intraespecífica. Fué también para los detentadores de los medios de producción un mecanismo para mantener Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 197 intactos sus intereses de clase, ante la exigencia de los marineros para no ver reducidos los ingresos derivados de su esfuerzo, y a la vez una forma ideal para unir a todos los pescadores cara a las comunidades limítrofes. Los pescadores “muxiáns´ reproducían a través de la Cooperativa una estrategia de territorialidad perimétrica, que habían anteriormente probado con éxito en los años 50 con los pescadores de las rías bajas, y en 1957 y 1964 con un grupo de bous franceses y vascos, que faenaban sus costas, invadiendo un territorio tradicionalmente explotado por embarcaciones de la localidad. En cierta medida, la identidad muxiana del territorio salía reforzada de cada conflicto desde la segunda mitad de este siglo. Por último, el sistema de veda no sólo sirve para impedir durante un periodo pescar en una zona determinada del territorio, sino también favorece la reproducción real e imaginaria del recurso y por extensión la reproducción biológica y social de la población de pescadores. Prohibir la pesca por un tiempo y con determinadas artes, es un forma de reducir la competitividad individual, y la acción descontrolada de foráneos (p.e. pesca submarina), afirmando la diferencia entre los de dentro y los de afuera. Veamos para terminar algunas consideraciones sobre lo que podíamos denominar el lugar del pescado en el pensamiento y consumo globales. El lugar del pescado en el consumo global Hemos indicado más arriba, cómo el mar aparece a la conciencia de muchas poblaciones, especialmente del interior continental, como una barrera. Todo lo contrario sucede para los ribereños o muchos isleños, entre los que el mar es un camino abierto, algo que incita al viaje, a acercarse a lo desconocido. Esta percepción no es inmutable en ambos casos, pues como es bien sabido en muchos periodos aún recientes, muchos isleños cuya economía giraba en torno a la agricultura han vivido de espaldas al mar, proyectando incluso tabúes, y prohibiciones de todo tipo sobre el mismo. Este fenómeno, según muchos autores, ha estado vinculado a la idea de que las poblaciones humanas son fundamentalmente terrestres, construyendo todo un complejo imaginario sobre el mar y los seres que viven en él, adentrándose en un medio que no controlan y que es concebido como algo extraño. Incluso, quizás las menos, han existido poblaciones y culturas de antaño en la América precolombina (Zuñi, Hopi, Navajos, Arapaho...), en Tasmania, en África (antiguos egipcios, Nubios, Bereberes, Cushitas y pueblos nativos del este y sudeste africano) y en Asia (especialmente en la India), como ha mostrado magistralmente F. Simmons (1974a, 1974b, 1979, 1994), que rechazaron el consumo de pescado, en unos casos por considerarlos criaturas impuras como las culebras, en otros por sacralizar las aguas donde habitaban, porque consideraban inconveniente para los humanos tomar la vida de criaturas vivientes y consumir su carne, o por constituir comida propia de poblaciones étnicamente enemigas. No obstante, la pesca y el consumo del pescado son característicos de la mayoría de los pueblos en la vieja Europa. En Portugal y Japón, así como en regiones o nacionalidades del Estado, tales como Andalucía, el pescado es tan importante en la dieta que se hace difícil imaginar que sobrevivan sin él. Se trata de países y regiones que han estado ligadas a una economía marítima expansiva, exportando desde hace siglos para el consumo global (ya sea en salazón, jareado en seco o ahumado) pescados tales como el atún, el bacalao, el arenque y otros pelágicos continentales (sardina, caballa...), capturados en sus costas como en el caso de las almadrabas para túnidos, o en los grandes bancos del norte de Europa y Terranova (bacalao), costa del Sáhara (cherne, curvina., sama)... XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 198 Es bien conocido a través de los interesantes análisis de W. J. Belasco (1987, 1989), cómo el consumo a partir de la cocina global caracterizada por las comidas rápidas, están muy ligadas originariamente a grupos étnicos de inmigrantes en EE.UU, tales como los italianos, los chinos y los mexicanos. Así los tacos mejicanos, versión Texas, las sopas chinas y las pizzas italianas son macdonalizadas dotándose de un verdadero carácter globalizante (Ritzer, 1993, 1998), sin duda perdiendo muchos de los ingredientes originales, especialmente los relacionados al sabor y el gusto. El consumo global está estrechamente ligado a una reducción de especies de platos, pero con apariencia de alto contraste. Así, por ejemplo, existen múltiples tipos de pizzas, es decir, pasta con combinaciones de variados ingredientes (Mennell, 1995). En último término, frente a la hamburguesa, las comidas étnicas se caracterizan por un alto nivel de calorías, esencialmente hidratos de carbono (harinas: pastas, fideos, tortas,...). En este sentido, el pescado no aparece como comida étnica ni como un ingrediente significativo en el consumo global, excepto cuando se ofrece, sin mucho éxito, molido o como harina. A ello coadjuva que el pescado fresco, excepto bajo forma de filetes, tacos o fritos los más pequeños (como en Andalucía), no es compatible con las comidas rápidas, reservándose preferentemente para comida de fiestas o conmemoraciones y para fines de semana. No obstante lo dicho hasta aquí, el mar, sin embargo, es concebido como una gran despensa de alimentos, especie de abundante reserva alimenticia para la humanidad. Sólo con las algas, tan apreciadas en Japón y China, se dice, la humanidad tendría para alimentarse. Es posible, que la ausencia del pescado en el consumo global, a pesar del alto consumo del pescado congelado durante los ochenta, esté relacionada con la idea de que pierde sus características propias. Es por eso que está cediendo en favor del pescado fresco, más ligado a una alimentación que se quiere más “natural” y equilibrada. A esto contribuye el descenso de los precios del pescado refrigerado ofrecidos por las grandes distribuidoras, el aumento de las especies a consumir (p. e. los túnidos percibidos como sanguinos, malos para la salud, ahora son buenos para la tensión), así como las campañas de publicidad organizadas para conocer mejor las diferentes especies y las maneras de cocinarlas. Por otra parte, los que compran el pescado a pie de playa y aprovisionan a los grandes vendedores, a las grandes superficies se esfuerzan en responder mejor a la demanda de sus clientes, confeccionando los filetes en sus depósitos. Incluso, algunos se han implicado en la búsqueda de “productos elaborados” a base de pescado fresco: steacks prestos a cocinar, asados...No obstante es muy significativo, como ha mostrado Jacqueline Matras-Guin (1998) para el caso de Francia la elección de los términos utilizados para designar estos nuevos productos, son tomados a menudo del vocabulario de la carnicería o charcutería, a fin de facilitar a los consumidores la asimilación entre el pescado y la carne. Indudablemente, en torno a la segunda mitad de los años 50 se produce un cambio de actitud fundamental con relación al mar. Las visitas de las playas para bañarse, tomar sol...dejan de ser exclusivas de las clases altas y medias o de los viajeros, y esporádicas entre los que tomaban los primeros baños medicinales por San Juan, pasando a generalizarse para amplios sectores de población y con el objetivo de permanecer largas temporadas cerca del mar. Durante los años 80, se ha constatado que los franceses han aumentado progresivamente el consumo de productos provenientes del mar, especialmente congelados, permaneciendo el consumo del pescado fresco estable, y bajando sobre todo el pescado vendido entero o en trozos, aunque aumentaba el consumo de los filetes. Poco después, se ha vuelto a consumir el pescado fresco bajo diversas formas, en detrimento del congelado. A partir de los noventa, los vendedores se dan cuenta de que el consumo del pescado fresco está relacionado con que Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 199 tiene escamas, es desagradable de preparar (hay que quitarle las vísceras, en algunos casos sacarle el cuero de la piel -p. e. los gallos...-), produce un fuerte olor en la cocina o incluso ciertas especies tienen un sabor fuerte y otras son algo insípidas. En cierto modo, el pescado evoca a la vez, “lo puro tomado directamente de la naturaleza” y “lo impuro”, a causa del olor penetrante y las visceras, de tal modo que el oficio del pescador y del pescadero es concebido como “un oficio sucio”. Estas valoraciones están fuertemente relacionadas con la procedencia del comprador. Mientras las gentes del interior insisten en estas percepciones, los que frecuentemente aprovechan la llegada de los barcos para comprar a pie de playa el pescado, aprecian enormemente el pescado fresco. Así los habitantes de las zonas litorales consumen preferentemente pescado, teniendo posibilidad de comprárselo a las mujeres de los pescadores, o a los detallistas que se aprovisionan directamente de los pescadores. A diferencia de la gente del interior conocen el pescado, saben elegir, son capaces de constatar la calidad y el estado fresco del pescado (brillo y color de la piel, viveza de los ojos y frescura de las agallas, olor y firmeza de la carne), y saben prepararlo. En este sentido, la expansión del mercado y la globalización del consumo del mismo parecen estar asociados a las características del mismo, y a la necesidad de “limpiarlos” y acondicionarlos para su consumo. Es por ello, que tanto los vendedores de las pescaderías de detallistas como de las grandes superficies deben escamar y limpiar el pescado tras ser pesados, situación que no tiene lugar cuando se compra el pescado directamente en la playa. La competencia de las medianas y grandes superficies ha disminuido en gran medida las pequeñas pescaderías de barrio. Aquellas han adoptado sus maneras de vender, reproduciendo algunas de las condiciones que ofrecen las pescaderías tradicionales, cuidando la disposición y presentación, instalando extractores de olores, y recurriendo cada vez más a personal especializado, capaz de acoger a los clientes y aconsejarles sobre el modo de preparar y cocinar el pescado. En el contexto actual de crisis en el consumo de carne de vaca u otro animal, el pescado tiene aún, excepto en los provenientes de piscifactorías, la posibilidad de ser presentados con una cierta “imagen ecológica”, cogido en el mar, producto “salvaje”, “natural” y, por tanto, sano, y en clara oposición a otros productos de consumo provenientes de animales domesticados (pollos y ganado), del que no se sabe cómo han sido alimentados ni qué elementos han sido añadidos en su engorde. Otro aspecto importante en la introducción del pescado en el consumo global procede de la generalización de las nociones dietéticas y de los consejos de médicos y nutricionistas, que conciben el pescado como bueno para la salud, al ser rico en proteínas y pobre en materias grasas y colesterol, por lo que puede sustituir ventajosamente a las carnes (Matras-Guin, 1998:77-78). Por último, retomando las consideraciones iniciales de esta conferencia sobre las identidades pesqueras, se constata como un fenómeno importante la vuelta a los productos locales, concebidos como formando parte del “patrimonio” de nuestras poblaciones, y la búsqueda de lo que algunos ideólogos denominan “la autenticidad y la simplicidad”, asociados a los pescados obtenidos por los pequeños barcos costeros. Todo ello se afirma, ocultando ciertas realidades tales como la polución marina en las costas, en los puertos recreativos del turismo, o que a menudo el pescado que se consume en la localidad ha sido obtenido en otros caladeros bien alejados. Los discursos ecológicos de los pescadores de las islas Faröe y de los ecologistas en torno a las capturas y la extinción de las ballenas son un ejemplo de la oposición que puede surgir entre los mensajes globales y las prácticas locales, que constituyen en cierta medida símbolos XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 200 étnicos o nacionales. Muchas poblaciones costeras ven como un crimen “que un padre mande un hijo a la mar, cuando en tierra rodeado de ofertas de trabajo en tierra”, a través de uno de las expresiones más claras de la globalización, el turismo. Otros pescadores reconvierten su barco en un medio para pasear y enseñar a los turistas la costa o las ballenas piloto que en ella habitan, mientras se recupera la fauna costera de la sobreexplotación por excesivas capturas destinadas al consumo. Por último, algunos locales montan su guachinche o su restaurante para comer el pescado fresco, por no disponer de la abundancia o las tallas homogéneas del tipo de pescado que el promotor hotelero ofrece al turista. A modo de conclusión 1. El sistema mundial más que crear una masiva homogeneidad cultural a escala global está sustituyendo una diversidad por otra, y esta nueva diversidad se basa comparativamente en una mayor interacción y una menor autonomía. En este contexto, la relación entre lo local y lo no local debe ser desplazada a los lazos múltiples entre identidad, lugar y poder, sin naturalizar los lugares ni construirlos como la fuente de identidades auténticas y esencializadas, pues esa relación resulta cada vez más complicada en la medida que los cambios en la economía política se han abierto hasta unas concepciones de lugar e identidad a su vez cambiadas. 2. Las poblaciones pesqueras gozan de una especificidad cultural enorme y variada, construída en torno al lugar, a un territorio sujeto a una impresionante apropiación material y simbólica. Las identidades pesqueras han variado históricamente en relación a su mayor o menor dependencia estructural, pasando de una estigmatización desde afuera, a la elaboración cambiante de identidades en base a un territorio, sus prácticas sociales, económicas y simbólicas. En este contexto, el turismo parece la institución global de mayor alcance, que está obligando a reformular las identidades pesqueras, y a construir nuevas percepciones sobre el territorio. 3. Si bien existen pocas investigaciones al respecto, el pescado no parece constituir un elemento central en el consumo global, basado en las carnes y los hidratos de carbono. No obstante, la inserción del turismo en las economías locales ha abierto la posibilidad para un sector del mismo de acceder a redes de pescado fresco, en pequeños restaurantes regentados por pescadores o parientes de los mismos. En el contexto actual de la crisis en el consumo de carne de vaca u otro animal, el pescado vuelve a recobrar una imagen ecológica, de producto de la naturaleza, aunque no se sepa dónde y en qué condiciones ha sido capturado. Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 201 BIBLIOGRAFÍA ACHESON, J. “Anthropology of Fishing”. Annual Review of Anthropology 10, 1981. pp. 275-316. 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Calificación | |
Título y subtítulo | Espacio dado, espacio imaginado: en torno a la globalización y las identidades pesqueras |
Autor principal | Galván Tudela, José Alberto |
Publicación fuente | XIV Coloquio de historia canario - americano |
Numeración | Coloquio 14 |
Sección | Geografía |
Tipo de documento | Congreso y conferencia |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2000 |
Páginas | P. 0184-0205 |
Materias | Congresos ; Historia ; Canarias ; América |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 109826 Bytes |
Texto | 184 ESPACIO DADO, ESPACIO IMAGINADO: EN TORNO A LA GLOBALIZACIÓN Y LAS IDENTIDADES PESQUERAS José Alberto Galván Tudela En la presente comunicación pretendo efectuar algunas reflexiones generales, desde una perspectiva antropológica, sobre las identidades en el mundo de la pesca. La he titulado en plural, “identidades”, consciente de que tienen un carácter altamente procesual, dinámico, si bien insistiré, asimismo, en algunas cuestiones estructurales, que le otorgan su diferencialidad, cuestiones que en último término se derivan de la naturaleza y cultura de ese dominio de las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales, que denominamos la pesca. Por otra parte, hablo de las identidades “pesqueras”, porque entiendo que la pesca no constituye sólo un tipo de actividad económica, sino que debe incluirse en ella, las formas específicas de su reproducción social y simbólica, lo cual nos conduce a hablar también no sólo de los productores directos, sino de todas aquellas personas que son decisivas para que aquélla pueda llevarse a cabo, y continuará y/o cambiará en el tiempo: mujeres de los grupos domésticos, hombres y mujeres que tienen una enorme importancia en el proceso de circulación del producto, o en otros sectores económicos de los que depende en cierta medida esta actividad. El problema de las identidades entra de lleno en un debate actual en las ciencias sociales, y en especial en la Antropología, cuyo objeto central de estudio es la diversidad cultural. Algunos planteamientos asocian la globalización, de un modo completamente unilineal, con la homogeneización cultural de las poblaciones humanas, con la desaparición de las identidades de la gente que transmigra, con la ineficacia de los denominados conocimientos locales, sustituidos progresivamente por la ciencia. Hoy en día, se afirma, la vida de la gente está dominada por los no lugares, por redes. Hoy, se dice, somos más ciudadanos del mundo que ciudadanos de un territorio. ¿Tenemos multiplicidad de identidades desarticuladas? ¿Somos ciudadanos de espacios sin fronteras, de naciones sin límites? De este modo, se supone que las poblaciones pierden su sentido del lugar, de la naturaleza que les ha rodeado, de las tradiciones que han construido. ¿Es esto cierto? ¿Estamos pasando de un mundo de lugares a un mundo de no lugares? O, admitiendo que estamos en un mundo más interrelacionado, ¿debemos repensar los modelos de naturaleza basados en los lugares, verdaderas creaciones históricas que se deben explicar, no asumir como esencias auténticas, y en los que la circulación global del capital, los conocimientos y medios de comunicación configuran incluso la experiencia de la localidad? Es en el contexto de este debate, en el que quiero ubicar el análisis del dominio o mundo de la pesca. La referencia al pasado constituye el nudo central de las construcciones de las identidades, de la fábrica de las tradiciones. ¿Qué entendemos por pasado? ¿Qué imágenes de él construimos? ¿Quiénes y para qué las construye y las usa? La pesca, una cultura del trabajo, una actividad económica tradicional en muchas regiones y nacionalidades del Estado, tales como Andalucía, Galicia o Canarias, ligadas al territorio, a nuestra naturaleza, a nuestros lugares, se encuentran imbricadas en el mundo global del turismo, de las transmigraciones, de Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 185 las redes de comunicación e información. ¿Cuál es el carácter de sus relaciones? ¿Qué elementos de aquellas, y por qué, los usamos en la construcción del patrimonio? ¿En qué medida, por quién y cómo el mundo de la pesca es utilizado en la denominada cultura global? ¿Qué entendemos por globalización? Los teóricos de la modernización, hace ya unas cuantas décadas, pronosticaron la progresiva desaparición de las identidades culturales, y en especial de los nacionalismos y de los movimientos étnicos. Su previsión se basaba en la premisa de que las identidades étnicas, consideradas un residuo de las sociedades tradicionales y premodernas, sucumbirían ante la fuerza de la sociedad moderna, con su marcada tendencia a la uniformización cultural. Ante todo, quisiera señalar que la globalización no es un fenómeno actual, sino una realidad de ahora y del pasado, aunque hoy el mundo está más interrelacionado. Fenómenos de la globalización del pasado fueron la conquista de América, las Cruzadas, el imperio Romano, las invasiones islámicas, fenómenos que tuvieron un gran desarrollo desde la revolución industrial. Podemos afirmar, incluso, que la mayor parte de las culturas y poblaciones del mundo de diversa manera y variada dimensión han estado de algún modo relacionadas, han cambiado y evolucionado. Cualquier región o nacionalidad del Estado, en su pasado y en su presente, se ha visto especialmente implicada por los procesos de internacionalización económica y cultural, lo que las hace incomprensibles sin aquellos. Pero es a partir de las últimas décadas, especialmente desde la crisis de 1973, cuando se ha producido una extraordinaria expansión y complejización de las interrelaciones entre los diferentes pueblos del mundo, sus instituciones y sus culturas, así como un desarrollo de una creciente conciencia de globalización. El proceso de globalización, por tanto, no puede ser visto sólo como un fenómeno meramente económico, tecnológico o comercial de carácter unilineal, universal y necesario, sino también como movimiento de bienes y personas, circulación y consumo de símbolos, imágenes e ideas. Es consecuencia de la transnacionalización económica, donde a través de un proceso tendencialmente planetario y omnicomprensivo la ecumene en su totalidad tiende a convertirse cada vez más en un espacio interconectado -y de este modo unificado- tendencialmente más continuo que discreto, en virtud de múltiples y complejas interrelaciones, no sólo desde el punto de vista económico sino también social, político (la desaparición de las fronteras entre naciones y la constitución de comunidades económico- políticas, por ejemplo, la UE) y cultural. Fenómenos como el aumento y diversificación de los flujos migratorios transnacionales, la difusión del uso de nuevas tecnologías de procesamiento de datos, imágenes visuales y sonido, la concentración de las redes de comunicación de datos y de los medios de difusión masiva de la información, la aparición de nuevas redes mundiales de relaciones gubernamentales y no-gubernamentales, el turismo, el proceso de mercantilización de símbolos étnicos y la politización global de las etnicidades y del ecosistema constituyen factores y manifestaciones del proceso de globalización. En ese sentido más que un mundo homogeneizado y uniforme podríamos denominarlo un mundo más interconectado por el correo electrónico e internet, los aviones y los viajes a larga distancia, la televisión, los teléfonos móviles y el cine. Todos estos medios hacen que las influencias culturales puedan extenderse por el planeta a una velocidad inédita. Los espacios cerrados, circunscritos, los territorios étnicos cada vez son más fluídos, porque los seres humanos se mueven. La discontinuidad espacial cada vez más se siente y percibe como reducida, pues las mercancías viajan a lugares antes recónditos, y gentes de culturas e XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 186 identidades diversas comparten espacios y territorios comunes. A pesar de todo ello, por el momento sólo es posible señalar la existencia de tendencias demasiado variadas y desiguales, y de relaciones demasiado complejas a la vez que de factores de cambio contrapuestos (Hannerz, 1996; Kearney, 1995; Robertson,1994). Algunos autores plantean que dominios de las culturas como la lengua es necesario uniformalizarlos, que es preciso la canonización de una lengua, por ejemplo, como medio de comunicación, aunque ello lleve consigo la desaparición de la enorme variedad y rica multiplicidad de lenguas y dialectos. En cierto modo, hacer desaparecer el pasado es calificado de inevitable, ya que no se puede esperar que culturas tan “atrasadas” sobrevivan en un mundo moderno. Pero por paradójico que parezca, los procesos de globalización desde una perspectiva cultural no consisten en la difusión exclusiva de costumbres, prácticas y creencias de las grandes religiones establecidas, ligadas a las sociedades más avanzadas. En el consumo global, muchos elementos culturales ligados a sociedades consideradas “más atrasadas” ocupan un lugar relevante. Difusión de ritmos como la salsa o el reggae, comidas como los tacos mexicanos, cultos como el candomblé brasileño y la santería cubana, se introducen en las naciones desarrolladas con enorme facilidad, generalizándose su consumo por doquier, y en el mundo de la moda, el tatuaje y el cuerpo se perciben temas y variaciones asiáticas u oceánicas. E incluso, en la creación de un mercado único, las empresas transnacionales por el momento han debido ceder a la multiplicidad lingüística para unificar todos los mercados. Es cierto que estos fenómenos constituyen reinvenciones elaboradas no en el lugar de las culturas locales sino en los centros estratégicos de construcción de las culturas globales, pero esta situación nos debe hablar más del papel de los emigrantes en dichos procesos, que de la pérdida de esencias culturales que nunca existieron, sino que se reelaboraron a través de procesos históricos similares, pero de menor alcance. En este sentido podemos afirmar que el proceso de globalización a la vez que estimula procesos de “homogeneización cultural” también estimula, de diferentes maneras, etnogénesis, revitalizaciones étnicas y particularismos e identidades de diversa índole. Esas identidades en ocasiones resultan “locales”, es decir vinculadas a una localidad o lugar, en otras ocasiones a varios. Se trata de identidades deslocalizadas o translocales que especialmente se desarrollan a través de las fronteras de los estados-nación. Este proceso, a la vez que no es unívoco, tampoco en gran medida es democratizador, como se le considera a menudo. Pues, el acceso a las redes de Internet no es el mismo en todos los lugares del mundo, ni en todas las clases sociales. Crece así la polarización, las jerarquías urbanas, la concentración y la centralización, aunque es bien cierto que progresivamente casi todos los sectores sociales, especialmente en los países no periféricos, acceden de hecho a algunas ventajas de la globalización. Por todo lo afirmado, hasta aquí, podemos avanzar que el pronóstico más arriba indicado no sólo no se ha cumplido sino que, por el contrario, la revitalización de las manifestaciones identitarias ha ido en aumento en todo el mundo. Es más, desde la perspectiva actual, se puede considerar que la globalización a escala mundial viene siendo la causa principal del resurgimiento y aparición de viejas y nuevas formas de afirmación de las identidades culturales locales. Por ello, diversidad cultural y homogeneización mundial no deben ser consideradas como dos visiones opuestas de lo que está sucediendo en el mundo de hoy, pues ambas constituyen rasgos de la realidad global. De algún modo, aquella está generando multiplicidad de diversidades en un mundo, eso sí, más interrelacionado (Arrighi, Hopkings, Wallerstein, 1999; King, 1991; Miller, 1997). Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 187 Dado que quizás sea casi imposible la existencia de un esquema de símbolos interculturales, y menos aún único, ya que todo sistema simbólico se desarrolla de forma relativamente autónoma y de acuerdo con sus propias normas, pienso que los condicionamientos culturales ahondarán las diferencias entre ellos, añadiendo las estructuras sociales específicas un elemento más de diversificación. No obstante, ello no quiere decir que no adoptemos referentes simbólicos globales, tales como la idea de salvar de la extinción conservándolas para un futuro especies naturales o vegetales. Pero siempre lo haremos eligiendo nuestros propios símbolos, específicos de la cultura local, y no de otra. En cierto modo, la globalización favorece la adopción de referentes simbólicos prestados, pero los símbolos con mayor potencialidad identitaria serán los propios de nuestro sistema simbólico, que se construye y reconstruye incesantemente a través del tiempo. En pocas palabras, el sistema mundial más que crear una masiva homogeneidad cultural a escala global, está sustituyendo una diversidad por otra, y esta nueva diversidad se basa comparativamente en una mayor interacción y una menor autonomía. Podríamos concluir este apartado afirmando que la globalización es una realidad, pero que no necesariamente debemos pensarla como la alternativa, pues las reacciones y formas de adaptación a la misma son múltiples, relativamente arbitrarias, y no vienen dadas de antemano. Globalización no debe suponer destrucción de los patrimonios culturales locales, y estos no se pueden reducir sólo a objetos muebles e inmuebles, sino que incluyen saberes, pensamientos, todo el mundo imaginario que sobre ellos y la realidad ecológica y humana hemos construido. Entre otras cosas, la globalización ha favorecido el conocimiento mutuo, ha acercado la relación con los que considerábamos como “los otros”, y ha abierto la puerta para encarar la variabilidad cultural y el sentido de la diferencia. Ha posibilitado tomar conciencia de que nuestro mundo no existe en sentido absoluto, no es el único, es en cierta medida un modelo, entre otros, de realidad. La globalización ha generalizado el encuentro cultural, la multiculturalidad. Con él aparecen problemas, pero se abre una gran perspectiva, la de enriquecernos culturalmente, sin por ello suponer la negación del otro. Las culturas no tienen por qué volverse más uniformes. Por el contrario, lo nuevo y lo viejo tienden a transformarse mutuamente. No se trata de estar de acuerdo sino de comprendernos. Se puede conservar la propia identidad a pesar de haber recibido mucho de otras culturas locales o globalizantes. Como han afirmado algunos autores, la cultura global no significa únicamente tener más objetos comunes en cada casa de cualquier rincón del mundo, pues los vínculos que nos ligan no deben ser meramente tecnológicos o comerciales. Una actitud frontal de rechazo de la globalización es sólo un movimiento negativo, mediante el que se lucha por no ser comido. La globalización provoca un déficit de identidad, de sentido de pertenencia, si y sólo si la aceptamos sin más, acríticamente. No se trata de rechazar la conexión sino la uniformización. Por otra parte, tomar conciencia de la globalización ha de suponer que debemos estar atentos a los ritmos del cambio, que puedan favorecer una desaparición tan rápida, que no dé tiempo a la readaptación cultural. Sólo así las culturas serán libres para cambiar a su propio ritmo, adoptando lo que les beneficie del mundo moderno y rechazando instrusiones que perciban como dañinas. Desde esta perspectiva, un discurso de la globalización que equipara lo global con el espacio, el capital, la historia y la capacidad de actuar, mientras que lo local se alinea con el lugar, el trabajo y la tradición, como ha escrito A. Escobar, no pueden mostrarse como XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 188 contradictorios, pues borrar el lugar en la red tiene profundas consecuencias en nuestra manera de entender la cultura, el conocimiento, la naturaleza y la economía (1999:170-171). Cada vez no sólo son más abundantes los movimientos sociales que mantienen una fuerte referencia al lugar -verdaderos movimientos de apego ecológico y cultural a los lugares y los territorios-, sino también lo hacen con la creciente conciencia de que cualquier acción alternativa debe tener en cuenta modelos de naturaleza basados en lugares, con sus correspondientes racionalidades y prácticas culturales, ecológicas y económicas. Los lugares, lo local, son un referente y una categoría de pensamiento, así como una realidad construída, que constituyen creaciones históricas, y en las que la circulación global del capital, el conocimiento y los medios de comunicación intervienen en la configuración de la experiencia de la localidad. Así, “la centralidad se desplaza a los lazos múltiples entre identidad, lugar y poder -entre la construcción del lugar y la construcción de la gente-, sin naturalizar los lugares ni construirlos como la fuente de identidades auténticas y esencializadas. Esa relación entre lugar, poder e identidad resulta más y más complicada en la medida en que los cambios en la economía política global se han abierto camino hasta unas concepciones de lugar e identidad a su vez cambiadas” (Escobar 1999: 173). Como han indicado Gupta & Ferguson (Eds, 1992) los lugares, por tanto, continúan siendo importantes tanto para la producción de la cultura como para su etnografía. Muchas comunidades, regiones, naciones...siguen manteniendo el sentido del terreno, las fronteras, la identidad, y el apego a los lugares. En términos de Escobar, “todo esto también constituye parte de la experiencia de la gente y de la construcción cultural...Por ello es preciso reconcebir y reconstruir el mundo encarnado, materializado, en múltiples prácticas basadas en los lugares...Por mucho que necesitemos superar las concepciones y categorías convencionales de lo local, el lugar y los conocimientos sobre él construídos continúan siendo fundamentales para tratar de un modo política y socialmente eficaz la globalización, el posdesarrollo y la sostenibilidad ecológica” (1999:174-175). La posición de A. Escobar, que comparto, es la posibilidad de defender a partir del concepto de lugar los modelos culturales y ecosistemas locales en contextos de globalización y de cambios rápidos. En este sentido, las poblaciones pesqueras gozan de una especificidad cultural enorme y variada, construída en torno a un lugar, a un territorio sujeto a una impresionante apropiación material y simbólica.. La pesca como actividad de caza y recolección acuáticas Propongo caracterizar la pesca como un verdadero modo de apropiación del recurso acuático (Collet, 1998). Una actividad humana estrictamente diferencial, especialmente de la actividad agrícola, caracterizada por la incertidumbre, donde el control de la información aparece como decisivo ante un recurso a menudo invisible y no domesticado. Me parece fundamental, por tanto, reflexionar sobre la actividad pesquera para indicar la cultura del trabajo que supone, a la vez que su incapacidad durante un amplio período histórico para la autoreproducción de las poblaciones que la practicaban, y la construcción de su propia identidad. O lo que es lo mismo, las identidades pesqueras han sido múltiples y variadas a través de la historia, y han estado marcadas en gran medida por el nivel de autonomía o dependencia de otros sistemas productivos. A su vez, mostraré cómo el territorio aparece a la vez como un mecanismo de defensa y como un espacio imaginario para definirse a sí mismas por parte de unas poblaciones costeras respecto a otras. Por último, analizaré la ritualización Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 189 del territorio como forma de dramatización de la identidad entre las poblaciones pesqueras, terminando con un análisis del lugar del pescado en el consumo global. Como hemos indicado en otro lugar (Galván 1988), la pesca en sus variadas formas tradicionales y modernas constituye básicamente una actividad de caza, acompañada a menudo de formas variadas de recolección (moluscos, crustáceos, sal, algas...). Como tal tiene un carácter cinegético que obliga a pescador y recurso a un constante movimiento de acecho, trampa ... Si bien en la actividad pesquera de recolección a veces está presente dicho carácter cinegético al capturar un recurso móvil (p. e. los cangrejos), se caracteriza por ser una actividad fundamentalmente manual, donde los instrumentos utilizados sirven primordialmente para extraer de las rocas o lechos intertidales un recurso a menudo fijo, de alta densidad. A pesar de que existen técnicas denominadas activas (red de arrastre, liña) y pasivas (nasa y palangre), y que éstas últimas puedan recordar un proceso de recolección, la pesca parece constituir una verdadera actividad, donde el carácter cinegético puede estar más o menos atenuado, pero donde la introducción de una tecnología entre recurso y pescador es esencial. En cualquier caso, movimiento e instrumental técnico son importantes en la actividad pesquera, pues el pescador en última instancia no tiene el control sobre la “reproducción del recurso”. Tanto el pescador como el cazador-recolector han sido incluídos en la categoría de foragers. Algunos autores, como Ingold (1987), han sugerido a partir de la tesis de que la esencia de la caza y recolección humanas es opuesta a la depredación y el forrageo de los animales, que es necesario incluir la “intencionalidad” previa que motiva al productor y no simplemente las características comportamentales asociadas a un tipo particular de tecnología o a un particular organismo, móvil o fijo, como criterio de clasificación de dichas actividades de subsistencia. Desde esta perspectiva, como afirma Pálsson (1989:8), tanto la pesca como el marisqueo pasan a ser una actividad de caza, ya que ambas actividades implican expectativa y búsqueda intencionada de los lugares. Entiendo que esta apreciación nos lleva más a la confusión que a la precisión conceptual, retrotrayendo a la distinción ontológica de las especies un problema de distinción conceptual de actividades de subsistencia. A partir de una distinción establecida por el arqueólogo L. Binford, pienso que en las economías de la pesca marítimo-costera domina la estrategia “logística”, no la del forager. Es decir, aquella en la que las unidades productivas se mueven y explotan diferentes lugares y recursos que son disponibles al mismo tiempo, siendo capturados y trasladados al campo base para su posterior consumo o comercialización. La estrategia “forager” es más propia de algunos cazadores recolectores terrestres que, dado que los recursos son disponibles en diferentes áreas y estaciones, se mueven de un lugar a otro en función de la disponibilidad de los recursos en diferentes áreas. La tesis de que la elasticidad, ante la abundancia, variedad, disponibilidad durante todo el año, y el carácter concentrado y fijo (en el caso de los moluscos) de los recursos costeros, es la causa de la permanencia de los asentamientos, parece improbable. La supuesta atracción del mar debe analizarse en el marco de la disponibilidad y facilidad de obtención de otros alimentos en situaciones concretas, en el sistema económico local. Si bien algunos autores conciben la actividad pesquera como una forma de caza-recolección con características propias, otros ampliamente la excluyen, existiendo, como ha indicado B. McCay (1981:2), un verdadero tour de force en la búsqueda de elementos comunes significativos entre los aborígenes, pescadores de salmones del Noroeste del XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 190 Pacífico, los arrastreros burgueses del norte del Atlántico y las bandas forrajeras que habitan entornos periféricos. Sin duda el problema taxonómico que se ha generado procede en gran medida del énfasis preferente en las fuerzas productivas materiales y las relaciones ecológicas (Faris 1977, Pálsson 1988), en los tipos de actividades de subsistencia, y en las especies capturadas o en ambas cosas a la vez. Algunos autores (Pálsson 1989) incluso, hablan de la existencia de una aproximación que privilegia un modelo natural de la producción, que pinta al individuo como un isolat autónomo, comprometido en el acto técnico de capturar el pescado. Contrariamente a lo que se afirma, la cuestión no se resuelve aduciendo que es mejor analizar el problema metodológico estudiando las implicaciones de la pesca como producción primaria de mercancías para la subsistencia y/o el mercado (McCay 1981), o estudiando las diferencias significativas en la organización social entre los cazadores recolectores de recursos acuáticos y de recursos terrestres (Pálsson 1988), o simplemente apreciando las diferencias entre las economías pesqueras y las relaciones sociales en las que la producción esta implicada (Pálsson 1989; Pascual 1997). Como indicamos más abajo, si analizamos la actividad pesquera en el contexto de su reproducción, el destino hacia el consumo local o la comercialización exterior depende en parte de entender aspectos propios de dicha actividad, entre las que destaca el que los pescadores son básicamente “productores de proteínas”, no de calorías (Yesner 1980). Asimismo, las relaciones sociales de producción existentes en las comunidades de pescadores no son esencialmente independientes del modo cómo se capturan los recursos pesqueros. Ello no quiere decir que no se encuentren entre los granjeros, los agricultores y los ganaderos. Es cierto que algunas características enunciadas como propias de los pescadores, tales como la rápida caducidad del producto, la escasa constricción a la movilidad, la inversión preferente en tecnología de desplazamiento y captura, la tenencia y derechos de propiedad comunal de los recursos, la inversión preferente por parte de los capitalistas en el procesado o la comercialización y no en la producción, la actitud conservadora ante los riesgos...(Firth 1946; Faris 1977; Breton 1977) existen en otras actividades económicas. Pero la intensidad de las mismas no es unívoca, presentando la actividad pesquera un patrón o configuración variable en cierto modo específico. La pesca ha sido considerada una categoría teorética marginal, dado que su actividad tiene lugar en contextos sociales ampliamente diferentes, y en combinación con multitud de actividades de subsistencia. No obstante, aunque no sea un fenómeno unitario, ni constituya una nueva categoría antropológica, si parece necesario establecer su especificidad. En la actividad pesquera, una característica sobresale: el hombre y su presa no ocupan el mismo entorno. Ello supone fuertes restricciones adicionales sobre los medios de ubicación y captura de los peces y sobre los medios de locomoción (Leap 1977). No obstante, a pesar de que los recursos sobre los que actúa se encuentran en multiplicidad de ecosistemas (los mares y océanos; los ríos, deltas y albuferas; lagos y lagunas, costas, estuarios y marismas), aquellos son fundamentalmente “objetos de trabajo” y no “medios de producción”, aunque el cangrejo, la pota, el erizo o algún pescado azul sean utilizados como medio para capturarlos. Los recursos, exceptuando los propios de las factorías o las denominadas granjas pesqueras, no presentan ningún nivel de domesticación. No se encuentran en un medio construido y regulado por el hombre, y no han sido sometidos a un proceso de hibridación para aumentar su productividad. De ahí que la dependencia del entorno sea mayor y la Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 191 aleatoriedad de las pescas apenas sea reducida a pesar de la tecnología empleada. Como toda caza, la pesca está funcionalmente determinada por la naturaleza del recurso, y no tanto por la gestión de los mismos. Por ello, el pescador se ajusta continuamente a las condiciones impuestas por los movimientos incontrolados de los recursos (R. Andersen (Ed), 1979). Desde esta perspectiva el desarrollo tecnológico en la pesca ha implicado básicamente un proceso de dominio del movimiento del pescador (en un medio no firme e inestable), un aumento del área de acción (barcos, motores, ...), y un control sobre el movimiento, distribución espacial y densidad de los peces (sonda, sonar, ...). Más aún, los factores hidrológicos, climáticos o topográficos del medio marino influyen sobre la manera de vivir, pensar y sentir de los hombres y las mujeres de la mar. Y, aunque los pescadores trazan su mapa imaginario del mar a través del que tienen sobre la tierra, aquel es mucho más complejo, dotado de seres inverosímiles, a la vez que a su abismal profundidad son enviados los males de los hombres en tierra a través de rezos y santiguados. Como afirma M. Mollat, “los ritmos humanos dependen del mar de manera variada. Si el pescador del Mediterráneo sin marea dispone de todo su tiempo para elegir la hora en que, a algunas millas de la costa, lanzará sus liñas o arrojará sus redes, el breton se inquieta en el momento de salir y finalizado su trabajo, al volver antes de la pleamar para no perder su venta. Por lo demás, aquellos que viajan lejos, sus ritmos demográficos (matrimonio y concepción) están dominados por las estaciones en que se navega...Los comportamientos psicológicos también tienen su originalidad. El medio de los marinos es el de la espera perpetua. La espera del tiempo conveniente para navegar, la espera del retorno compartida por el ausente y los que se quedan...Esperar es tener confianza, confianza del marino y de su mujer separados durante las zafras, confianza en sus santos y vírgenes, invocados en ocasión del peligro (1979:111). La información como factor clave de la actividad pesquera Aún en las pescas modernas, y a pesar de su desarrollo tecnológico, otro factor parece absolutamente decisivo. Se trata del manejo de la información sobre la actividad pesquera propia y de la de otros barcos, y el control de los conocimientos relativos a los elementos bióticos y abióticos del ecosistema marino (Florido 1999:197-198). En la pesca, aún de altura, ello es acaso más importante que los medios materiales, pues a veces es necesario tomar decisiones rápidas, poco planificadas sobre la base de información específica y cambiante, que imposibilita que la pesca pueda ser dirigida desde tierra. Los pescadores están dotados de un mapa mental del territorio de actuación y de la plataforma donde se ubica el pescado; posee conocimientos precisos sobre la etología de los peces y los diversos factores metereológicos (corrientes, mareas, vientos, lluvias, gradientes de luminosidad, calor, frio, humedad...) que inciden en el comportamiento de aquellos y en la actividad pesquera... Debe elaborar, asimismo, mapas descriptivos de un entorno a partir de la información obtenida de la observación indirecta (Pálsson 1982). Y, sobre todo, los pescadores han aprendido “un oficio”, un “saber hacer” práctico, no escrito, que se transmite por via oral, “que se aprende con los años, faenando”, y no se reduce a los conocimientos más o menos abstractos aprendidos en la escuela. Como afirma P. Jorion, “la tecnología es algo más que un conjunto de objetos materiales, es también el sistema de conocimientos que la hacen eficaz...La práctica de la pesca tradicional...es un saber que no se acomoda más que a un aprendizaje oral y visual. Es producto de intuición, de conocimientos no conceptualizados, no reconocidos...” (1983:10-11). XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 192 No obstante, si bien el pescador sitúa su actividad en un mapa espacial que indica dónde está el pescado, cuándo éste se acerca, etc..., la toma de decisiones diaria no puede ser llevada a cabo como si el pescado estuviera siempre ahí, y “sólo tengo que ir y cogerlo”...Por el contrario, el pescado cambia de lugar, su comportamiento es en gran medida imprevisible. Por ello, cualquier pescador estará presto a afirmar que “cada día que se sale al mar, se aprende algo nuevo de él”, “nunca se sabe todo de la mar”. La actividad pesquera diaria está en cierta medida relacionada con las capturas del día anterior, propias y ajenas, con su facilidad, abundancia y tamaño. Pero estas, al igual que la información y los conocimientos, varían ostensiblemente de una a otra unidad productiva. Como he indicado en otro lugar (Galván 1988), la actividad pesquera se ejerce sobre ecosistemas cuya cadena trófica es a la vez débil y poco conocida. Se sabe de productividad y densidad de la biomasa. En algunos casos, se conocen los desplazamientos, los procesos de cría y ciclo vital de los peces. Pero se desconocen con detalle las interrelaciones de los peces, la cadena alimentaria, y las implicaciones de la actividad pesquera y el desarrollo tecnológico sobre diversos eslabones de la misma. Los ecosistemas acuáticos son diversos. El carácter generalizado o especializado de los mismos supone una constricción fundamental al desarrollo tecnológico, ya que la industrialización de la pesca prácticamente sólo se puede establecer en torno a ecosistemas especializados o a bancos de pesca donde la tasa de reproducción sea alta, y donde los peces se presentan en cardúmenes, que a menudo tienen carácter pelágico y son migratorios, costeros u oceánicos. Es, por ello, que el avance tecnológico en la pesca puede, en ciertas circunstancias, incrementar la incertidumbre más que reducirla. La pesca como actividad no autorreproductora Podemos afirmar con M. Mollat que “las ocupaciones de los hombres (y las mujeres) de mar son múltiples y complejas. Sus géneros de vida mixtos son numerosos. La pesca y el cultivo a pequeña escala se alternan a menudo; las economías de los marinos mercantes tienen por objeto comprar una casa que ocuparán al jubilarse entre su jardín y la salida en barca. Mucha gente de la costa, sin navegar explotan polders y salinas...Incluso, en algunos países, la casa del marino no presenta la disposición de una granja campesina. Funcional a su manera, y a menudo blanca, está orientada y abrigada en función del sol y del viento, a la vez que busca la proximidad del mar”. (1979:111). ¿Por qué esta complejidad? En mi opinión, si bien las características indicadas más arriba determinan la esencial incertidumbre de la actividad pesquera (Acheson 1981), el componente proteínico dominante del pescado ha obligado a pescadores de diversas latitudes a buscar fuera de la pesca, en tierra, en otro sector económico, los componentes calóricos necesarios para su subsistencia y reproducción. Como indica Yesner (1980), sobre todo en latitudes bajas el componente esencial del pescado, excepto en los casos de pescado azul, pájaros y mamíferos marinos, es básicamente proteínico y vitamínico (calcio, yodo, electrolitos y otros minerales), pero bajo en calorías. Estas se pueden obtener compaginando otra actividad productiva de bienes de consumo, especialmente la horticultura y la recolección terrestre; por el intercambio o trueque; por la compra a través del dinero obtenido con el trabajo asalariado (en el sector portuario -cabotaje-, en el sector servicios -la construcción- o el turismo); o produciendo un fuerte excedente de pesca para el mercado o las conserveras. En síntesis, generando excedentes pesqueros u obteniendo ingresos derivados de una ocupación complementaria. Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 193 Si esto es así, nos encontramos que la actividad pesquera es “estructuralmente” dependiente; o dicho de otra manera, es esencialmente no autoreproductora o autosuficiente. Contrariamente, la horticultura y la agricultura son estructuralmente autosuficientes. Los productos derivados de su actividad domesticadora de plantas y animales pueden otorgar autonomía reproductiva a individuos y unidades domésticas, lo cual no quiere decir que haya existido alguna vez una agricultura cerrada, de pura subsistencia, pues por razones múltiples no necesariamente económicas se puede afirmar que los agricultores siempre han producido excedentes que hacen circular fuera de su grupo doméstico y vecindad. Mientras, en el caso de los pescadores, sólo cuando una población ha resuelto el problema de la obtención de calorías, se crean las condiciones de aparición de una población pesquera estable, con una actividad full-time dirigida hacia el mar. El pescador, por tanto, se ve abocado estructuralmente a ser un productor mercantil simple, que debe producir más allá de la subsistencia, con el objetivo de poder adquirir lo que no produce y garantizar tanto su reproducción simple como ampliada. Los campesinos pueden subsistir y reproducirse consumiendo lo que producen; los pescadores, no. Por todo ello, incertidumbre y dependencia obligan al pescador y sus unidades domésticas a establecer flexibles y elásticas estrategias de pluriempleo, las denominadas firmas o compañías familiares, o estrategias de pesca compuestas: pescadores-jornaleros sin tierras, pescadores-ciudadanos, pescadores-agricultores, pescadores de ultramar especializados... (Löfgren 1980). En unos casos, sobre la base de la ubicación espacial del asentamiento (norte/sur); en otros, por la proximidad de monocultivos, puertos o sector turístico, los pescadores y/o su unidad doméstica compatibilizan estacional o anualmente diversos oficios o empleos. Estas consideraciones nos llevan a concluir el carácter plural de la vida económica del pescador, lo cual implica la invalidez de modelos económicos monistas al analizar la actividad de los mismos, y especialmente su escasa eficacia para la planificación y política de las pesquerías. Existe un potencial de subsistencia múltiple, pues la explotación de tierra y mar está usualmente implícita en la base de subsistencia de lo que denominamos comunidad pesquera, seleccionando un patrón u otro o ambos en función de la edad y el sexo. Los pescadores, si bien constituyen muchas veces un segmento de la población marítima, su actividad debe ser analizada en el conjunto de actividades económicas de la unidad doméstica, aunque ésta no sea la misma que la unidad productiva pesquera. La mujer tiene allí un papel decisivo, pues su actividad en el marisqueo o en otros sectores económicos no sólo unas veces complementa los ingresos monetarios, sino que a menudo los suple especialmente en el caso de declive de la pesquería. Entre los pescadores de costa el fruto de la pesca o parte de los ingresos obtenidos por el hombre serán destinados a la alimentación de la unidad doméstica, y el dinero aportado por la esposa o los hijos desde otros sectores será objeto de ahorro o inversión en la vivienda, elevación del nivel de consumo o el pago de los intereses provenientes de la introducción de mejoras técnicas en los medios de producción. Sólo, desde esta perspectiva, las actividades productivas de los individuos pertenecientes a una familia de pescadores pasan a ser analizadas desde el punto de vista de la “reproducción” social y económica de toda la unidad doméstica. Ésta constituye la unidad adaptativa fundamental en las pescas actuales. Las estrategias de los pescadores dependerán, sin duda, del ciclo de desarrollo de la unidad doméstica, de los efectivos demográficos y la fuerza de trabajo activa, así como de la composición sexual y por edad de los miembros de la misma. Estos factores constituirán parte importante del contexto en que los pescadores toman decisiones relativas al reclutamiento de la tripulación. No obstante, salvando el análisis de las críticas al “individualismo metodológico”, deberá tenerse en cuenta que los grupos domésticos se integran en otras unidades adaptativas, como son las poblaciones o comunidades de XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 194 pescadores e incluso el Estado. En este sentido, un análisis de las estrategias pesqueras en las sociedades complejas a menudo tiende a convertirse en un problema de economía política, debiéndose tener en cuenta, por tanto, la inserción del sector pesquero en el conjunto del sistema económico y político global (Florido 1999). Parece necesario, a este respecto, abandonar una concepción normativa y uniforme de la actividad económica de los pescadores, incluyendo en este concepto a los que trabajan de cerco, al arrastre o con artes menores (enmalle, palangre, nasas, liña...)...y no sólo a los productores directos, sino también a los propietarios de los medios de producción, los armadores. Estos optan, de manera diferenciada, ante la aleatoriedad, fluctuación, declive e incertidumbre de la pesquería, por una estrategia elástica y flexible, como respuesta más adaptativa a los azares ambientales, pues el medio tanto natural como social no es tanto el escenario donde actúa, y se siente constreñido, cuanto un entorno activo, cambiante, y en muchas situaciones imprevisible. Tener en cuenta la diversidad intracultural en el análisis de las poblaciones pesqueras parece así un planteamiento fecundo tanto teórica como empíricamente. Hasta aquí, he intentado caracterizar la actividad pesquera. Con ello me reafirmo en la tesis de que existe una cultura pesquera, tal como han reiterado muchos autores (Andersen [Ed] 1979; Collet 1996,1998; Galván 1988; Gunda [1984]; E. A. Smith [Ed]1977; Thompson et alii 1993; Zulaika 1981). Pero ésta debe ser entendida no como una construcción puramente arbitraria y aislada, sino que se elabora a través de su relación con el medio ambiente natural y sociocultural que le rodea. En este sentido, a pesar de ser una actividad tan específica culturalmente, como hemos indicado más arriba, también históricamente fue muy dependiente, incluso estigmatizada. De ahí que, al menos mientras los productos de su trabajo fueron solamente objeto de trueque, su dependencia impidió una dedicación fulltime, y la aparición de una conciencia de identidad propia e independiente. Mientras duró esa situación la pesca se convirtió en una actividad de pobres (Vestergaard 1990; Magnússon 1989), de jornaleros sin tierra, que debían buscar en el mar parte de los productos de su subsistencia, que habían de complementarse con el trueque o intercambio por productos agrícolas de alto componente calórico (papas, trigo, frutos diversos...). En este sentido, eran definidos por otros, no por ellos mismos. Si bien es cierto, que podemos afirmar que las poblaciones humanas han sido fundamentalmente terrestres, refranes gallegos tales como “gaba o mar e vive a terra”, “falar do mar e estar na terra e nel non entrar”, “máis vale ser pobre na terra que rico no mar”, “máis vale fartura na terra que fartura no mar”, “do mar salen as bodas, e na terra celébranse todas”, “¿tomou o rico posesión do mar? Morreu o pobre”, expresan la percepción de la gente de la tierra sobre la gente de la mar. Se trataba de un medio compartido con los campesinos o jornaleros que bajaban al mar a pescar, o que se enrolaban en barcos estacionalmente. Algo que se concebía como una actividad complementaria, pero no indispensable. Incluso, en muchas regiones europeas, e insulares, la actividad pesquera apenas quedaba registrada, confundiéndose con la marinería de los puertos. En Dinamarca, por ejemplo, durante el siglo XVI, “los pescadores y la pesca raramente aparecían en las fuentes históricas, puesto que ellos estaban fuera del foco de una sociedad organizada en torno a la propiedad de la tierra”. No era un sector independiente de la economía global de un país, incluso los derechos de pesca podían ser parte de los derechos sobre las tierras costeras, dependiendo el acceso al mar del propietario de la costa. La identidad social de los pescadores ocasionales o estacionales estaba subordinada a su relación con gente que tenía propiedad de tierras y un estatus legal (Vestergaard 1990:16). En estas sociedades como en muchas otras, hasta que a finales del siglo XVIII no se especializó un pescador fulltime, éste no llegó a constituir un componente de la sociedad por derecho propio. Ello favoreció la creación y Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 195 estabilidad de verdaderos asentamientos costeros, con lo que la dependencia de los campesinos se redujo considerablemente, comprando los recursos agrícolas en el mercado con el salario o ingresos procedentes de la venta de sus capturas a la industria. La dependencia desapareció, y la identidad de los pescadores se desarrolló, ritualizando la misma a través de la defensa de sus territorios (Peace 1991) y en sus actividades festivas (Galván 1987, 1995; Bernabé, 1999; Cohen, 1987; Cohen (Ed) 1982). Si las romerías por tierra, son la expresión de agradecimiento al santo por los frutos recogidos y la bendición del ganado, las romerías por mar son rituales simbólicos “para que haya pesca en abundancia”. Como en muchos rincones del Mediterráneo, especialmente en Sicilia, los pescadores de Canarias, de Galicia y de muchas otras parte del mundo tienen un santuario tierra adentro, que desde una atalaya bien visible protege y fecunda simbólicamente el territorio de pesca, identificando una actividad incierta y azarosa y, a menudo trágica, como la de los pescadores de la Costa de la Muerte. ¿La territorialidad pesquera, una estrategia adaptativa, expresión de pertenencia e identidad de grupo? Según algunos autores, el factor o variable fundamental que determina selectivamente la diversidad de los sistemas territoriales son los recursos y dos cualidades del mismo: “su densidad” y “su predictibilidad”. La territorialidad es así una práctica puramente económica, de subsistencia, un sistema comportamental que sirve para ordenar o administrar los recursos. Por el contrario, para otros investigadores (Levine 1984; Galván 1992, Ed. 1989), la territorialidad tiene relación no sólo con la naturaleza del recurso sino también con las contradicciones entre la competencia y la cooperación en la organización social y de clase más amplia de las poblaciones pesqueras. Y así los territorios de pesca no son sólo “construcciones mentales” (Pálsson 1982) o espacios de prácticas simplemente económicas. Constituyen una realidad ecológica y técnica a la vez que y, sobre todo, una organización social y cultural del uso de los recursos y, por ello, también un mecanismo de afirmación simbólica de la pertenencia de un espacio, con el que se identifica una población pesquera. La naturaleza, el lugar, es así construído culturalmente y sus relaciones con él varían histórica y temporalmente, de tal modo que la territorialidad es más una estrategia cambiante que una cuestión ontológica de la naturaleza. En la pesca costera o de mar abierto nos encontramos con dos tipos de estrategia. En primer lugar, el almacenaje, que es utilizada cuando los recursos son abundantes pero impredecibles o estacionales. Éste es el caso de determinadas especies de aire (sardina, arenques, atunes...), cuyas capturas son estacionales pues están determinadas por el carácter migratorio y el tamaño importante pero variable del cardumen. En segundo lugar, una estrategia que está ligada a lo que se ha denominado defensa de “frontera del grupo social” en la que una población opta por no controlar directamente los recursos, sino el acceso a su grupo social, que explota el área de pesca. El acceso a los recursos se establece a través del control sobre el conocimiento de los lugares de pesca. Estos conocimientos se transmiten en cierta medida por lazos de parentesco u otros, y su carácter secreto limita el acceso a los pescadores, no sólo a los pescadores de fuera de la comunidad (competencia interespecífica) sino incluso a muchas unidades domésticas del interior de la misma (competencia intraespecífica). Por tanto, la distribución territorial de las poblaciones, sus áreas de actividad pesquera y la codificación de los recursos no se realiza mediante el establecimiento de fronteras espaciales, dado que el acceso al territorio está abierto, sino en XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 196 base a fronteras sociales de los grupos y unidades domésticas, y a la distribución desigual de la información sobre la geografía y los recursos mismos. Esta estrategia se agudiza cuando los recursos son percibidos como escasos, dispersos e impredecibles. Este tipo de problemas surgen en poblaciones ligadas a pescas costeras de diverso tipo y con variadas artes (nasas, liñas, ...). Por otra parte, en tercer lugar, nos encontramos con la estrategia de “defensa perimétrica”. En ella el grupo controla el acceso al territorio de pesca, las fronteras están bien marcadas y los límites son reconocidos por ciertos tipos de caracteres fijos. Según algunos autores, surge cuando los recursos son densos y predecibles, si bien es una territorialidad poco frecuente en espacios que contienen recursos de libre acceso. Está presente siempre y cuando por múltiples mecanismos se ofrezcan “concesiones” o “privilegios” de explotación de carácter exclusivo a una o varias poblaciones de pescadores. Suelen estar ligados a zonas costeras, tramos fluviales, lagunas e, incluso, bancos pesqueros alejados de la costa, donde ha quedado regulado el acceso, la prelación y la cantidad de barcos. Por último, cuando los recursos son predecibles, pero escasos, estamos ante estrategias de territorialidad ligadas a los “sistemas de veda”, tanto gubernamentales como locales. De estas estrategias territoriales, las tres últimas tienen una estrecha relación con mecanismos de identidad y, me atrevería a afirmar, con tres niveles de la misma. La estrategia de defensa de grupo social funciona tanto entre pescadores que utilizan un mismo arte como entre los que utilizan diversos artes de pesca. Entre estos últimos surgen a veces discusiones en torno a quién puede ser verdaderamente denominado como pescador. El verdadero pescador se “identifica” con aquél que utiliza un arte, que en cierta medida es prolongación de sí mismo, de su cuerpo, que tiene conocimientos acumulados de los peces y el mar, que pesca selectivamente, que tiene “xeito”, destreza adquirida en el día a día, no en la escuela. En una palabra, que no es un depredador. En este sentido, pescador se identifica con pescador de liña, y con artes como la traíña, por oposición al trampero que usa nasa o al barco de arrastre. Aquél que se considera como verdadero pescador percibe al nasero y arrastrero como individuos, que solamente depositan en el mar sus instrumentos y dejan que sean ellos, nasas y barcos, los que pesquen. Si esta estrategia está relacionada con los grupos domésticos o las unidades productivas individuales, de una o diversas poblaciones pesqueras, la estrategia de defensa perimétrica tiene estrecha conexión con conjuntos de unidades productivas de una localidad, aunque puede extenderse a una comarca o región, cuando hablamos de pesca en aguas territoriales. En este sentido, la identidad de las poblaciones pesqueras tienen una fuerte base territorial acuática (marítima, fluvial, lagunar...), que se refuerza simbólicamente a través de rituales durante sus fiestas patronales, y que se expresa a través de conflictos pesqueros. Los antropólogos gallegos Miguel Martínez en A Garda y Antonio García Allut (Galván [Ed] 1989, 1992) en Muxía han estudiado fenómenos de este tipo. En esta última villa, entre 1965 y 1983, a través de “A Compañía”, los palangreros habían controlado el acceso al perímetro de un gran banco, el Cantíl de Muxía, en unos momentos en que las pesquerías de bajura comenzaron a dar muestras de abatimiento. La organización social del trabajo incidió en gran medida sobre la actitud de defensa perimétrica del territorio. La alta densidad de los recursos se volvió progresivamente baja e impredecible a causa de la fuerte competencia por los mismos, especialmente si entraban en juego otras artes como la volanta. La organización de A Compañía constituyó no sólo una estrategia de gestión de los recursos, ante la reducción de la densidad y el aumento de la competencia, tanto interespecífica como intraespecífica. Fué también para los detentadores de los medios de producción un mecanismo para mantener Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 197 intactos sus intereses de clase, ante la exigencia de los marineros para no ver reducidos los ingresos derivados de su esfuerzo, y a la vez una forma ideal para unir a todos los pescadores cara a las comunidades limítrofes. Los pescadores “muxiáns´ reproducían a través de la Cooperativa una estrategia de territorialidad perimétrica, que habían anteriormente probado con éxito en los años 50 con los pescadores de las rías bajas, y en 1957 y 1964 con un grupo de bous franceses y vascos, que faenaban sus costas, invadiendo un territorio tradicionalmente explotado por embarcaciones de la localidad. En cierta medida, la identidad muxiana del territorio salía reforzada de cada conflicto desde la segunda mitad de este siglo. Por último, el sistema de veda no sólo sirve para impedir durante un periodo pescar en una zona determinada del territorio, sino también favorece la reproducción real e imaginaria del recurso y por extensión la reproducción biológica y social de la población de pescadores. Prohibir la pesca por un tiempo y con determinadas artes, es un forma de reducir la competitividad individual, y la acción descontrolada de foráneos (p.e. pesca submarina), afirmando la diferencia entre los de dentro y los de afuera. Veamos para terminar algunas consideraciones sobre lo que podíamos denominar el lugar del pescado en el pensamiento y consumo globales. El lugar del pescado en el consumo global Hemos indicado más arriba, cómo el mar aparece a la conciencia de muchas poblaciones, especialmente del interior continental, como una barrera. Todo lo contrario sucede para los ribereños o muchos isleños, entre los que el mar es un camino abierto, algo que incita al viaje, a acercarse a lo desconocido. Esta percepción no es inmutable en ambos casos, pues como es bien sabido en muchos periodos aún recientes, muchos isleños cuya economía giraba en torno a la agricultura han vivido de espaldas al mar, proyectando incluso tabúes, y prohibiciones de todo tipo sobre el mismo. Este fenómeno, según muchos autores, ha estado vinculado a la idea de que las poblaciones humanas son fundamentalmente terrestres, construyendo todo un complejo imaginario sobre el mar y los seres que viven en él, adentrándose en un medio que no controlan y que es concebido como algo extraño. Incluso, quizás las menos, han existido poblaciones y culturas de antaño en la América precolombina (Zuñi, Hopi, Navajos, Arapaho...), en Tasmania, en África (antiguos egipcios, Nubios, Bereberes, Cushitas y pueblos nativos del este y sudeste africano) y en Asia (especialmente en la India), como ha mostrado magistralmente F. Simmons (1974a, 1974b, 1979, 1994), que rechazaron el consumo de pescado, en unos casos por considerarlos criaturas impuras como las culebras, en otros por sacralizar las aguas donde habitaban, porque consideraban inconveniente para los humanos tomar la vida de criaturas vivientes y consumir su carne, o por constituir comida propia de poblaciones étnicamente enemigas. No obstante, la pesca y el consumo del pescado son característicos de la mayoría de los pueblos en la vieja Europa. En Portugal y Japón, así como en regiones o nacionalidades del Estado, tales como Andalucía, el pescado es tan importante en la dieta que se hace difícil imaginar que sobrevivan sin él. Se trata de países y regiones que han estado ligadas a una economía marítima expansiva, exportando desde hace siglos para el consumo global (ya sea en salazón, jareado en seco o ahumado) pescados tales como el atún, el bacalao, el arenque y otros pelágicos continentales (sardina, caballa...), capturados en sus costas como en el caso de las almadrabas para túnidos, o en los grandes bancos del norte de Europa y Terranova (bacalao), costa del Sáhara (cherne, curvina., sama)... XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 198 Es bien conocido a través de los interesantes análisis de W. J. Belasco (1987, 1989), cómo el consumo a partir de la cocina global caracterizada por las comidas rápidas, están muy ligadas originariamente a grupos étnicos de inmigrantes en EE.UU, tales como los italianos, los chinos y los mexicanos. Así los tacos mejicanos, versión Texas, las sopas chinas y las pizzas italianas son macdonalizadas dotándose de un verdadero carácter globalizante (Ritzer, 1993, 1998), sin duda perdiendo muchos de los ingredientes originales, especialmente los relacionados al sabor y el gusto. El consumo global está estrechamente ligado a una reducción de especies de platos, pero con apariencia de alto contraste. Así, por ejemplo, existen múltiples tipos de pizzas, es decir, pasta con combinaciones de variados ingredientes (Mennell, 1995). En último término, frente a la hamburguesa, las comidas étnicas se caracterizan por un alto nivel de calorías, esencialmente hidratos de carbono (harinas: pastas, fideos, tortas,...). En este sentido, el pescado no aparece como comida étnica ni como un ingrediente significativo en el consumo global, excepto cuando se ofrece, sin mucho éxito, molido o como harina. A ello coadjuva que el pescado fresco, excepto bajo forma de filetes, tacos o fritos los más pequeños (como en Andalucía), no es compatible con las comidas rápidas, reservándose preferentemente para comida de fiestas o conmemoraciones y para fines de semana. No obstante lo dicho hasta aquí, el mar, sin embargo, es concebido como una gran despensa de alimentos, especie de abundante reserva alimenticia para la humanidad. Sólo con las algas, tan apreciadas en Japón y China, se dice, la humanidad tendría para alimentarse. Es posible, que la ausencia del pescado en el consumo global, a pesar del alto consumo del pescado congelado durante los ochenta, esté relacionada con la idea de que pierde sus características propias. Es por eso que está cediendo en favor del pescado fresco, más ligado a una alimentación que se quiere más “natural” y equilibrada. A esto contribuye el descenso de los precios del pescado refrigerado ofrecidos por las grandes distribuidoras, el aumento de las especies a consumir (p. e. los túnidos percibidos como sanguinos, malos para la salud, ahora son buenos para la tensión), así como las campañas de publicidad organizadas para conocer mejor las diferentes especies y las maneras de cocinarlas. Por otra parte, los que compran el pescado a pie de playa y aprovisionan a los grandes vendedores, a las grandes superficies se esfuerzan en responder mejor a la demanda de sus clientes, confeccionando los filetes en sus depósitos. Incluso, algunos se han implicado en la búsqueda de “productos elaborados” a base de pescado fresco: steacks prestos a cocinar, asados...No obstante es muy significativo, como ha mostrado Jacqueline Matras-Guin (1998) para el caso de Francia la elección de los términos utilizados para designar estos nuevos productos, son tomados a menudo del vocabulario de la carnicería o charcutería, a fin de facilitar a los consumidores la asimilación entre el pescado y la carne. Indudablemente, en torno a la segunda mitad de los años 50 se produce un cambio de actitud fundamental con relación al mar. Las visitas de las playas para bañarse, tomar sol...dejan de ser exclusivas de las clases altas y medias o de los viajeros, y esporádicas entre los que tomaban los primeros baños medicinales por San Juan, pasando a generalizarse para amplios sectores de población y con el objetivo de permanecer largas temporadas cerca del mar. Durante los años 80, se ha constatado que los franceses han aumentado progresivamente el consumo de productos provenientes del mar, especialmente congelados, permaneciendo el consumo del pescado fresco estable, y bajando sobre todo el pescado vendido entero o en trozos, aunque aumentaba el consumo de los filetes. Poco después, se ha vuelto a consumir el pescado fresco bajo diversas formas, en detrimento del congelado. A partir de los noventa, los vendedores se dan cuenta de que el consumo del pescado fresco está relacionado con que Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 199 tiene escamas, es desagradable de preparar (hay que quitarle las vísceras, en algunos casos sacarle el cuero de la piel -p. e. los gallos...-), produce un fuerte olor en la cocina o incluso ciertas especies tienen un sabor fuerte y otras son algo insípidas. En cierto modo, el pescado evoca a la vez, “lo puro tomado directamente de la naturaleza” y “lo impuro”, a causa del olor penetrante y las visceras, de tal modo que el oficio del pescador y del pescadero es concebido como “un oficio sucio”. Estas valoraciones están fuertemente relacionadas con la procedencia del comprador. Mientras las gentes del interior insisten en estas percepciones, los que frecuentemente aprovechan la llegada de los barcos para comprar a pie de playa el pescado, aprecian enormemente el pescado fresco. Así los habitantes de las zonas litorales consumen preferentemente pescado, teniendo posibilidad de comprárselo a las mujeres de los pescadores, o a los detallistas que se aprovisionan directamente de los pescadores. A diferencia de la gente del interior conocen el pescado, saben elegir, son capaces de constatar la calidad y el estado fresco del pescado (brillo y color de la piel, viveza de los ojos y frescura de las agallas, olor y firmeza de la carne), y saben prepararlo. En este sentido, la expansión del mercado y la globalización del consumo del mismo parecen estar asociados a las características del mismo, y a la necesidad de “limpiarlos” y acondicionarlos para su consumo. Es por ello, que tanto los vendedores de las pescaderías de detallistas como de las grandes superficies deben escamar y limpiar el pescado tras ser pesados, situación que no tiene lugar cuando se compra el pescado directamente en la playa. La competencia de las medianas y grandes superficies ha disminuido en gran medida las pequeñas pescaderías de barrio. Aquellas han adoptado sus maneras de vender, reproduciendo algunas de las condiciones que ofrecen las pescaderías tradicionales, cuidando la disposición y presentación, instalando extractores de olores, y recurriendo cada vez más a personal especializado, capaz de acoger a los clientes y aconsejarles sobre el modo de preparar y cocinar el pescado. En el contexto actual de crisis en el consumo de carne de vaca u otro animal, el pescado tiene aún, excepto en los provenientes de piscifactorías, la posibilidad de ser presentados con una cierta “imagen ecológica”, cogido en el mar, producto “salvaje”, “natural” y, por tanto, sano, y en clara oposición a otros productos de consumo provenientes de animales domesticados (pollos y ganado), del que no se sabe cómo han sido alimentados ni qué elementos han sido añadidos en su engorde. Otro aspecto importante en la introducción del pescado en el consumo global procede de la generalización de las nociones dietéticas y de los consejos de médicos y nutricionistas, que conciben el pescado como bueno para la salud, al ser rico en proteínas y pobre en materias grasas y colesterol, por lo que puede sustituir ventajosamente a las carnes (Matras-Guin, 1998:77-78). Por último, retomando las consideraciones iniciales de esta conferencia sobre las identidades pesqueras, se constata como un fenómeno importante la vuelta a los productos locales, concebidos como formando parte del “patrimonio” de nuestras poblaciones, y la búsqueda de lo que algunos ideólogos denominan “la autenticidad y la simplicidad”, asociados a los pescados obtenidos por los pequeños barcos costeros. Todo ello se afirma, ocultando ciertas realidades tales como la polución marina en las costas, en los puertos recreativos del turismo, o que a menudo el pescado que se consume en la localidad ha sido obtenido en otros caladeros bien alejados. Los discursos ecológicos de los pescadores de las islas Faröe y de los ecologistas en torno a las capturas y la extinción de las ballenas son un ejemplo de la oposición que puede surgir entre los mensajes globales y las prácticas locales, que constituyen en cierta medida símbolos XIV Coloquio de Historia Canario-Americana 200 étnicos o nacionales. Muchas poblaciones costeras ven como un crimen “que un padre mande un hijo a la mar, cuando en tierra rodeado de ofertas de trabajo en tierra”, a través de uno de las expresiones más claras de la globalización, el turismo. Otros pescadores reconvierten su barco en un medio para pasear y enseñar a los turistas la costa o las ballenas piloto que en ella habitan, mientras se recupera la fauna costera de la sobreexplotación por excesivas capturas destinadas al consumo. Por último, algunos locales montan su guachinche o su restaurante para comer el pescado fresco, por no disponer de la abundancia o las tallas homogéneas del tipo de pescado que el promotor hotelero ofrece al turista. A modo de conclusión 1. El sistema mundial más que crear una masiva homogeneidad cultural a escala global está sustituyendo una diversidad por otra, y esta nueva diversidad se basa comparativamente en una mayor interacción y una menor autonomía. En este contexto, la relación entre lo local y lo no local debe ser desplazada a los lazos múltiples entre identidad, lugar y poder, sin naturalizar los lugares ni construirlos como la fuente de identidades auténticas y esencializadas, pues esa relación resulta cada vez más complicada en la medida que los cambios en la economía política se han abierto hasta unas concepciones de lugar e identidad a su vez cambiadas. 2. Las poblaciones pesqueras gozan de una especificidad cultural enorme y variada, construída en torno al lugar, a un territorio sujeto a una impresionante apropiación material y simbólica. Las identidades pesqueras han variado históricamente en relación a su mayor o menor dependencia estructural, pasando de una estigmatización desde afuera, a la elaboración cambiante de identidades en base a un territorio, sus prácticas sociales, económicas y simbólicas. En este contexto, el turismo parece la institución global de mayor alcance, que está obligando a reformular las identidades pesqueras, y a construir nuevas percepciones sobre el territorio. 3. Si bien existen pocas investigaciones al respecto, el pescado no parece constituir un elemento central en el consumo global, basado en las carnes y los hidratos de carbono. No obstante, la inserción del turismo en las economías locales ha abierto la posibilidad para un sector del mismo de acceder a redes de pescado fresco, en pequeños restaurantes regentados por pescadores o parientes de los mismos. En el contexto actual de la crisis en el consumo de carne de vaca u otro animal, el pescado vuelve a recobrar una imagen ecológica, de producto de la naturaleza, aunque no se sepa dónde y en qué condiciones ha sido capturado. Espacio dado, espacio imaginado. En torno a la globalización… 201 BIBLIOGRAFÍA ACHESON, J. “Anthropology of Fishing”. Annual Review of Anthropology 10, 1981. pp. 275-316. 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