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ANÁLISIS DE LOS ESCRITOS SOCIALISTAS DE
DOMINGO DORESTE (1925)
María del Carmen García Martín
Que las cosas puras no se contaminen;
que las cosas grandes no se empequeñezcan,
es lo menos que puede exigir la honradez humana,
innata hasta en los que según El Defensor,
estamos abocados a la apostasía.1
Introducción
Miguel de Unamuno dijo en una ocasión que no existían las opiniones sino los opinantes.
Domingo Doreste fue uno de los opinantes que formaron parte de la generación más
importante de la España moderna, generación que, debido al intenso flujo de escritos sociales,
políticos y culturales que vio la luz durante su presencia histórica, se autodenominó
“generación de intelectuales”. Fruto de la confluencia de la citada promoción de escritores,
literatos, eruditos y científicos, considerada nominalmente como “Generación de 1914” y de
la anterior, ahora conocida como “Generación de fin de siglo”, surgió en el panorama cultural
canario del primer tercio del siglo XX este licenciado en Derecho, ensayista, periodista,
orador, pedagogo a ratos, que publicó sus trabajos bajo el pseudónimo de “Fray Lesco”.
En la historia de la literatura canaria Domingo Doreste ha sido considerado uno de los
representantes generacionales más eruditos, pues “desde su pequeño rincón atlántico, leyó y
comentó, siempre con acertados juicios, todo aquello que llamase su atención, desde
cuestiones políticas hasta problemas educativos, sin olvidar, por supuesto, cualquier tipo de
expresión artística: pintura, arquitectura, literatura, etc.”.2 A través de su actividad pública
materializaba la actitud que, en España y bajo la influencia francesa, se conoció desde 1898
como intelectual. Su meta fue, como la de la mayoría de los intelectuales españoles, formar
hombres competentes mediante la educación y la cultura política, investigar los problemas
nacionales e insulares, alcanzar una suerte de “yo contemporáneo” que lo equiparase con el
resto de los intelectuales europeos, especialmente italianos en su caso. Aquel grupo fue la
fuerza anímica que dio nueva vida a la maltrecha nación.
Desde principios del siglo XX, cuando se asistió en España a la crisis espiritual motivada
por la pérdida de las últimas colonias, se dio la concatenación de circunstancias que
generaron una situación social y política, también crítica, que desembocó en la Dictadura de
Primo de Rivera primero, y en la Guerra Civil después: se abandonó el llamado positivismo
no-crítico o vulgar, se desarrolló la sociología y, paralelamente, la lucha de clases; estalló con
mayor virulencia la imagen de las dos Españas, una en el poder y la otra, la mayoritaria, al
margen del sistema político establecido. La segunda España era la del estudio, la ciencia y el
trabajo, la de la juventud y los intelectuales, de donde debía surgir la nueva elite gobernante.
Era la patria que aún estaba por crear a partir de la comprensión de nuestra propia historia y
de una conciencia crítica que aspirase a una vida de perfecta modernidad. En el lado opuesto,
impertérrita, la España oficial ajena al cambio histórico, la del turno de partidos, la
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monarquía y la dictadura, la de la iglesia y el ejército, la de la sacralización de las
instituciones y las estructuras sociales preestablecidas. Éstas eran las dos Españas,
incompatibles y contrapuestas. El brusco choque entre ambas fue el que generó el
desasosiego entre los intelectuales, la razón de su protesta, su anhelo de regeneración moral,
social, política. Y también de él brotó su pesimismo ético.
Nuestros gobernantes eran incapaces de resolver los conflictos que generaban los
acuciantes problemas nacionales, las nuevas corrientes políticas y el desarrollo del ingente
movimiento obrero. Así se llegó a la dictadura militar. Su lema fue “Patria, Religión y
Monarquía”, y estuvo amparada, en un principio, por el ejército, la burguesía, ávida de la
estabilidad y el orden que el nuevo régimen le proporcionaba, los grandes terratenientes y los
estamentos eclesiásticos. Durante este período se aseguró la paz social, la prosperidad
material acreditada por numerosas obras públicas, el entendimiento con la Unión General de
Trabajadores y con el Partido Socialista, pero falló la práctica política, motivo por el que se
buscó una nueva forma de gobierno que llegó en forma de república.
Éste fue el marco en que se desenvolvió la actividad pública de los intelectuales que, como
Doreste, se ocuparon de la política. Ortega y Gasset, uno de los espíritus nacionales más
activos de la época señaló, en 1927, que España era el único país donde los intelectuales se
ocupaban de la política inmediata. Al decir esto se refería a la intensa actividad política
desplegada por los universitarios y otros grupos intelectuales opuestos a la dictadura del
general primo de Rivera.
Ante la referida situación, la mayor parte de la clase culta se aproximó al socialismo como
única posibilidad de acabar con el atraso estructural y cultural que evidenciaba el país en un
momento en que Europa emprendía el camino hacia la modernidad. Para comprender el
itinerario intelectual del socialismo español, al que se sumó Doreste con la serie de artículos
que aquí analizamos, y que llevan por título “Frente al socialismo”, se hace necesario conocer
la postura de los dos pensadores más influyentes de las generaciones que transitaron juntas
durante el primer tercio del siglo XX en España: Miguel de Unamuno y Ortega y Gasset.
Unamuno se declaró en 1894 socialista convencido. Sostenía que el socialismo traería la
liberación del obrero, la transformación de las instituciones sociales y culturales, la
introducción de la humanización en las relaciones entre los hombres y la emancipación del
pensamiento y de la cultura en general a la vez que el auténtico desarrollo del cientifismo. A
partir de la confluencia de estas circunstancias propicias, llegaría el socialismo como
resultado de la evolución natural del capitalismo. Partidario de una teoría socialista que
sirviera como instrumento de concienciación del movimiento, afirmó que, en la práctica, era
el movimiento el que conducía a la idea. Ésta era la manera que tenían los explotados de
adquirir dignidad humana frente a la burguesía explotadora.
Ortega y Gasset se centró, entre 1907 y 1909, en la elaboración de la teoría del nuevo
liberalismo que, desde su óptica, debía ser de origen socialista, pues sólo con el socialismo
podría llegar la “europeización obrera” de España y la variación constitucional de un estado
sin violencia. Para él el socialismo impondría la cultura y la justicia social.
En Canarias, el período histórico que comenzó a partir de la I Guerra Mundial, fue uno de
los más críticos social y económicamente. La sociedad canaria era una sociedad atrasada y,
en su conjunto, se hallaba dividida en dos bloques abiertamente separados: los terratenientes
Análisis de los escritos socialistas de Domingo Doreste (1925)
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y los grupos dominados, que eran la mayoría y que fueron los que sufrieron el paro, el alza de
precios y la escasez de alimentos en la posguerra.
En Gran Canaria la muerte de León y Castillo en 1918 y la consiguiente desaparición del
Partido Liberal hicieron que se reprodujera tardíamente una configuración gubernativa
próxima a la nacional por medio de la fundación de partidos de todas las tendencias:
conservadores, regionalistas, republicanos y socialistas. Las organizaciones obreras
conocieron, igualmente, un grado de organización superior a partir de la Guerra Mundial, y
llegaron, en 1923, a la formación de la Federación Obrera de Gran Canaria. El cambio de
mentalidad que implantó el sufrimiento de la guerra generó un notable avance en la
conciencia social entre los trabajadores canarios, aunque al término de la Dictadura el
asociacionismo popular se ceñía a los núcleos capitalinos.
La Primera Federación Socialista no se fundó en Las Palmas hasta el 1 de enero de 1920 y
su función, hasta el triunfo de 1931, fue la de controlar y denunciar las irregularidades que
pudieran apreciarse en la corporación municipal. Durante la Dictadura, la actividad pública
de los socialistas disminuyó considerablemente. Como acertadamente señaló Pilar Mateos
Calvo,3 si la nula presencia socialista en las Corporaciones u Organismos Públicos se debe a
una decisión propia y no a una imposición de los políticos afines al nuevo régimen, nos
encontraríamos ante una posición opuesta a la que adoptó la Ejecutiva nacional. Esta actitud
quedó ratificada al caer el régimen militarista, cuando los socialistas declararon que se habían
alejado del Ayuntamiento porque no querían participar en un régimen anticonstitucional. Fue
durante la II República cuando la política, hasta entonces en poder de la oligarquía insular,
pasó teóricamente a la clase obrera.
Siguiendo la tesis defendida por Miguel Suárez Bossa,4 podemos afirmar que en Canarias
no existió el tipo de intelectual que, a la manera de los que en la Península se aproximaron al
PSOE, considerase vital su integración en otras fuerzas sociales. Sin embargo, alrededor de la
Federación Obrera de Gran Canaria pulularon personalidades como Rafael Ramírez,
Francisco González Díaz, José Rial y, por supuesto, Domingo Doreste.
Hemos visto cómo las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por la ebullición
de una serie de ideas y concepciones de toda índole que signaron la línea divisoria entre el
antiguo y el nuevo siglo. El sentido cultural y político que debía tutelar a la sociedad varió,
con mayor o menor fortuna y con mayor o menor velocidad, en los países europeos.
Cambiaron las ideologías, los dirigentes, los emblemas, las formas de pensar; sólo el
catolicismo, especialmente el español, cerraba los ojos ante el resplandor de novedad.
A la Iglesia se le reprochó la escasa densidad de su pensamiento católico, sus insuficientes
convicciones de fe y sus exiguas energías de virtud. Durante los siglos XIX y XX se preocupó
más por salvar su ideología y su posición, y se olvidó de sus tareas sociales; se replegó sobre
sí misma y organizó su vida al margen de la sociedad civil, laica e incrédula. Las masas
desertaron de la religión como respuesta a la indiferencia que ante su miseria evidenciaban la
Iglesia y sus representantes, y se aproximaron al socialismo, cuyos baluartes abogaban, ante
todo, por la justicia, la igualdad y la cultura. De todo lo dicho se deduce con facilidad que las
causas de la apostasía de los obreros son interiores al catolicismo, que no supo desarrollar una
labor correcta de socialización en la religiosidad verdadera y que incumplió el mensaje de
Jesucristo.
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En Las Palmas de Gran Canaria se dieron, como ya apuntó Agustín Millares Cantero,5
contados brotes de anticlericalismo hasta abril de 1931: uno en 1905, a causa de la visita a las
islas de la dirigente republicana Belén Sárraga y su marido, y otro en 1920, cuando se inició
en El Tribuno una campaña periodística de marca anticlerical y se comenzó a editar el
semanario El Clarín, de idéntico signo.
Capítulos de la polémica
En la descrita encrucijada histórica, social y cultural escribió Domingo Doreste “Frente al
socialismo”, una serie de cinco artículos publicados entre el 16 de enero y el 17 de febrero de
1925. Al tercero de ellos pertenecen las palabras con que hemos comenzado este texto,
porque consideramos que son expresión acabada de todo cuanto su autor defendió en el
comprometido campo de la religión y síntesis de las ideas que desgranó a lo largo de su
dilatada vida literaria. Revelan su ideario de hombre católico y honrado que invoca la vuelta a
la pureza del cristianismo originario.
La materia que da forma a cada uno de los artículos es la misma: la orientación del clero,
sobre todo local, ante el socialismo, al que teme y denigra, y ante el obrero, al que arrincona
en su desgracia, y el socialismo, al que consideró el único sistema que buscaba
constantemente la justicia social. En mitad del pesimismo ético que invade sus párrafos
encontramos, por último, un ápice de confianza puesto en lo que él designó como
“universalismo cristiano” y que podemos entender como punto culminante del renacimiento
espiritual que embargó al hombre durante el período de entreguerras. El propósito que los
guía es “sacudir los espíritus y promover una preocupación de orden trascendental”6 en una
sociedad adormecida en sus convencionalismos.
Al margen de estas pautas se vio obligado, a raíz del primer escrito, a contestar y comentar
la repercusión que sus palabras tenían en El Defensor de Canarias, desde donde se inició una
doble campaña en su contra. En primer lugar aparecieron seis artículos que, bajo el epígrafe
“En defensa de la verdad”, se dedicaron a explicar la postura de los verdaderos católicos ante
la nueva realidad social y política. Acusaron a Doreste de no escribir ni con el corazón ni con
la conciencia unas palabras sangrientas que tenían como único fin sembrar la cizaña y
presentar al sacerdote como enemigo del obrero. No entendían cómo un autor que presumía
de serenidad espiritual era capaz de hacer literatura barata subrayando, cada vez que se le
presentaba la ocasión, unas ideas subversivas que no justificaba de manera convincente.
En segundo lugar apareció otra serie de seis artículos firmada por Fray G. M. El primero
de ellos lleva por título “Del otro mundo”, porque su autor simula ser un fraile que, desde el
cielo, contempla la polémica entre Doreste y el diario católico. A partir del segundo toma el
encabezamiento “¿Es lícita o ilícita la huelga?”. No revisaremos esta etapa de la polémica en
el apartado siguiente, como sí haremos con la anterior, por no tener espacio material para
ello. Por esta razón haremos ahora una sinopsis. Fray G. M. consideraba que la cuestión
social era una cuestión moral y de conciencia, y que el cristianismo era la única fuerza capaz
de producir la paz social. Defendió la licitud jurídica de las huelgas siempre que no fuesen
originadas por el asco al trabajo, por móviles injustos, como la ambición desmedida de
aumento de salario, o por un fermento político revolucionario. Apostaba por la solución
pacífica de los problemas entre obreros y patronos a través de un Tribunal de Conciliación o,
en una última instancia, mediante el arbitraje. La huelga se podría evitar siempre que los
obreros trabajasen mucho y con una remuneración holgada, y los patronos no se opusieran a
los salarios justos. Lo que sí censuró fue la huelga general, como la que siguió al fusilamiento
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de “aquel traidor enemigo de España, de enana talla intelectual”7 que fue Ferrer, pues este
tipo de huelgas paralizaba la riqueza y la prosperidad de la nación entera.
Las respuestas que Doreste otorgó a estos artículos estaban cargadas de una alta dosis de
ironía. Los juzgó inofensivos, vacíos de contenido y mal escritos, hijos de la tontería y de la
mala fe.
Elementos significativos de “frente al socialismo”
Quintaesencia del socialismo
Doreste se definió, de forma taxativa, antimarxista. Partió de la idea de que el socialismo
era anterior a Marx, creador de una doctrina, el materialismo histórico, pero no del socialismo
en su conjunto. De ahí su rechazo a cualquier intento de sistematización en el que se
pretendiera atribuir un movimiento colosal, como era desde hacía décadas el socialismo, a la
doctrina marxista, pues históricamente se había demostrado que la doctrina vino a posteriori.
No obstante, reconoció la magnífica clarividencia que guardaba una parcela de la teoría de
Marx, secundada en parte, por una verdad incólume: la necesidad de renovar la sociedad.
El socialismo, a través de sus diferentes planteamientos teóricos, (socialismo moderado,
utópico y comunismo, entre otros), y sus variados métodos, entre los que Doreste destacó dos
tipos de revolución, la parcial a corto plazo y la revolución legalizada desde arriba,
preconizada por Stalin en el modelo soviético de transición al socialismo, y en España por
Maura, perseguía siempre la transformación del orden social. Y era el cariz regenerador del
programa socialista, independientemente de los medios que sus prosélitos empleasen para
lograrlo, lo que más temían los paladines del orden establecido.
El apoyo ideológico que “Fray Lesco” le prestó al socialismo se debió no tanto a sus
principios teóricos, como a los hechos prácticos que lo avalaban: el descanso dominical
obligatorio, la reducción de horas de trabajo, una ley que indemnizara al obrero en caso de
accidente, etc. La consecución de estos derechos, que debieron ser siempre inherentes a la
condición trabajadora, fue la causa de que Doreste alabara al socialismo que “nos ha dado
fuerza para resistir y para imponer justas reivindicaciones, nos ha libertado de aquella
vergonzosa tragedia de la miseria y del abandono en medio del arroyo”.8 Desde su punto de
vista ésta, y no otra, había sido en las últimas décadas la lógica, quizá demasiado “simplista”,
que había movido al obrero a autodenominarse socialista y a sorprenderse ante las diatribas
que el socialismo sufría desde el púlpito.
Otro de los puntos que Doreste expuso fue aquél que se refiere al tratamiento de la
propiedad privada. Lo más realista no era abolirla de cuajo, como pretendía el colectivismo
utópico, sino limitarla. Consideró que esta limitación debía estar tutelada por el Estado a
través de una serie de medidas legales. Así se salvaba el principio de Justicia.
Finalmente, Doreste citó a Pablo Iglesias y a Andrés Saborit, hombres de ciencia, como
definió a los socialistas,9 y principales valedores del Partido Socialista Obrero Español, y
encontró que no había en ellos un grado más alto de apostasía que el que existía en el resto de
la masa. Para el escritor canario era claro que el nivel demoledor de deserción de lo católico
se daba en todos los órdenes, tanto doctrinales como prácticos, de la vida.
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Mentalidad decrépita: ranciedades mentales
Con esta fórmula denominó el conjunto de creencias inamovibles que jalonaban el
pensamiento de aquellos “católicos tímidos como avecillas”10 que temían las consecuencias
del cambio estructural que recorría las entrañas del país desde 1875. En su argumentación
partió de los anatemas que a menudo oyó desde los púlpitos de las iglesias de Las Palmas, y
que lamentaba profundamente.
Los oradores canarios no cesaban de hablar de la “herejía del socialismo” al que le
añadían, a la manera de condimento, caracteres de anarquismo, masonería y satanismo.
Doreste no entendía cómo podían imaginar que “detrás de una doctrina no católica se oculta
un interés sectario (...) Sobre todo es muy fantástico eso de suponer una secta oculta, como
una especie de laboratorio en el que se inventan todos los errores y todas las revoluciones en
odio a la Iglesia”.11 De este tipo de cavilaciones surgió la relación que a menudo se establecía
entre los orígenes del socialismo, la rebelión de Lutero y los centros neurálgicos de la
Masonería, nexo imaginario que, según el propio Doreste, no merecía más gesto de desdén
que una sonrisa. La conclusión que extrajo a partir de todo cuanto oyó y leyó era que este
clero necesitaba la existencia de enemigos para sobrevivir, y cuando estos no tenían una
actividad real, terminaban por inventarla: se les juzgaba rápidamente y se consideraba que
todo lo que venía de ellos era intrínsecamente malo. Para ellos los enemigos eran siempre
adversarios y encarnaciones del demonio. Así definió la actitud de este “catolicismo a
machamartillo”
que anatemiza sin distingos, que condena sin discernimiento, que atribuye a
impiedad todo error, que prácticamente niega a la razón natural humana el honor que
merece, se me antoja hijo de una flaqueza, de una actitud de temor que se
compadece mal con una fe robusta. De pusilanimidad nace su actitud de fiereza, de
perenne lucha con un adversario, que se inventa cuando no existe. De aquí también
el amañar la Historia cuando se teme que no suministre las armas apetecidas; el
confiar demasiado en medios humanos para lograr el triunfo, el presuponer de un
modo genérico el odio contra el catolicismo.12
Lo que le enojaba profundamente era que debido a esta obsesión catastrofista se
consideraba al socialismo, como ya se ha dicho, un movimiento subversivo, y a los obreros,
unos pervertidos. Las organizaciones católicas imprecaban al obrero para que se apartase de
toda federación constituida, a través de la cual podría hacer política de clase como la que
ponían en ejercicio los capitalistas, y recomendaban la resignación. Ante esta orientación,
equivocada e injusta, de la cuestión social, Doreste se preguntó
con dolor de hombre y con dolor de cristiano: ¿qué piensa nuestro clero del
socialismo?- Hace meses también pregunté a un fraile estudioso: ¿qué debe pensar
un católico de la cuestión social? Y me contestó incontinente: que es una cuestión de
conciencia.- ¡De conciencia, sobre todo para los ricos! -Nada menos que una
cuestión moral.- ¿En qué quedamos? -¿Ha venido el socialismo sencillamente a
perturbar el orden social, como parece que creen los alarmistas de la cátedra sagrada
y del periodismo católico, o a plantear una cuestión moral?13
La Iglesia resolvía la cuestión social básicamente a través de la socialización de una
fraseología, que actuaba como una suerte de guardia civil del pensamiento, al que sustituía, y
de la caridad. Doreste citó, a modo de ejemplo, una de las frases lapidarias que más efecto
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causaban en la conciencia del obrero católico, “pan y hoja de catecismo”, entendidos como
símbolos de limosna, que debía saciar las necesidades materiales del obrero, y de
cristianización como fuente del espíritu. Doreste admitía que la frasesita podía tener fortuna
como fórmula oratoria, pero no como programa teórico de una política social, pues no
resolvía los problemas humanos más serios.
Doreste desaprobó la vacuidad del limosneo que cultivaban los católicos acaudalados en
sus ceremonias distinguidas en las que las señoras, ricas además de “tacañas”, rezaban y
recogían una colecta para los pobres que no solía sobrepasar las seis pesetas. Por añadidura,
temía que aquellas fiestas elegantes de caridad no fuesen “tan puras como nos las pintan los
tiernos cronistas”.14 Para “Fray Lesco” este tipo de limosna no era suficiente porque sólo se
buscaba el apostolado y la redención social. Así entendida, la caridad podía santificar al que
la practicaba, pero tenía escaso valor social, a no ser que el dinero se materializase en la
construcción de hospitales, asilos y universidades. Al mismo tiempo que señaló con dedo
acusador estas fiestas elegantes de caridad, que tanto proliferaron en la ciudad, especialmente
a raíz de la llegada de los jesuitas en 1917, denunció la práctica religiosa de algunos de los
sacerdotes que acudían a este tipo de reuniones y que trataban de fomentar la piedad en lo
que parecían oratorios privados.
En este punto recordó lo acaecido en 1922. Ante la penosa situación en que se encontraba
Rusia a causa de los efectos del bloqueo aliado, de la devastadora guerra civil, de la
disminución de la producción industrial y agrícola y de la consiguiente escasez de alimentos
y combustibles, Doreste promovió desde las páginas de La Jornada una colecta a favor de los
“hambrientos rusos”,15 siguiendo las pautas marcadas por Gregorio Martínez Sierra, iniciador
de las colectas pro-Rusia desde la prensa madrileña. La campaña fue acogida por otros
elementos valiosos de Las Palmas como Francisco González Díaz, Juan Sosa Suárez o
Claudio de la Torre, y algunas sociedades, como la del “1.º de mayo”, que realizó una
importante labor en los barrios obreros, la “Filarmónica”, “Fomento y Turismo” o el
“Gabinete Literario”. Se celebraron numerosas reuniones, fiestas, mítines para recaudar
dinero, y la prensa se llenó de escritos en los que se informaba de la situación en Rusia,16 se
llamaba a la colaboración ciudadana,17 se daba cuenta de los progresos de la colecta,18 y se
reseñaron los dicterios que, desde la prensa conservadora y católica, se alzaban en contra de
los que habían iniciado la campaña,19 aseverando mediante expresiones efectistas que el
dinero no iba a parar al pueblo, sino a los soviets y que mientras Lenin y sus camaradas
comían bien, el resto de la población se veía obligado a comer las ratas que vagaban por los
secos y destruidos campos.
Tres años después Doreste volvió a repasar con severidad cuál había sido la postura
adoptada desde la Iglesia ante aquella actividad calificada desde su órgano de expresión, El
Defensor de Canarias, como colecta laica, en oposición a la que se llevaba a cabo en los
templos, a beneficio de los niños austriacos y católicos. Aunque en su momento le alegró
profundamente saber que Benedicto XV había colaborado con una considerable cantidad de
dinero para aliviar las penurias de los rusos, lamentó que la Iglesia de Las Palmas no
respondiera con igual gesto. Aquí se había olvidado la parábola del buen samaritano y, en
consecuencia, se practicaba una caridad confesional, por mucho que desde diversos
estamentos eclesiásticos se impugnase este tipo de acusación.
A Doreste le afligía apreciar en el clero local posturas intransigentes como la citada,
porque así se exteriorizaba su nula capacidad de adaptación a los tiempos contemporáneos.
Sus reflexiones le llevaron a advertir que
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Si el clero no se da cuenta de la actualidad, me temo que no logre acabar de
desvanecer los recelos de las masas populares militantes, ávidas de justicia y de la
juventud consciente, ávida de verdad; me temo que sigan creyendo que la Iglesia es
una aliada del capitalismo y una gendarmería de los poderosos: que no es capaz de
sobreponerse a la mole de los intereses creados.20
A consecuencia de lo anteriormente expuesto Doreste identificó una parte del catolicismo
contemporáneo español con el anacrónico carlismo, ideología que había considerado
cualquier forma de liberalismo paradigma de herejía, o “hereje, o carlista: no había término
medio para un católico práctico en España”.21 Aclaró el autor que en su juventud dio con
algunos carlistas que dejaron honda huella en su espíritu; lo que menos le gustó de ellos era
su mentalidad, forjada a partir de la oposición de estas ideas. Casi medio siglo después del
final de la Tercera Guerra Carlista aquella dañosa mentalidad continuaba empañando la
conciencia de muchos católicos. En 1925 aún subsistía el consabido dilema, según el cual “o
se es católico, según una pauta, o se es anticatólico”.22 Este tipo de dogma de carácter
nacional había penetrado en la sociedad creando hábitos mentales también dogmáticos “y una
psicología más o menos castiza”.23 Éstas fueron, advierte finalmente Doreste, las propiedades
que llevaron a su término el período de las luchas carlistas.
La prensa de signo católico, ejemplificada en El Defensor de Canarias, también le
producía una triste impresión. Representaba una tendencia ultraconservadora e imperialista,
foco del nacionalismo católico a que nos hemos referido. Además, técnicamente era
imperfecta y, semánticamente se hallaba más próxima al devocionario que a la hoja de
información. Sus actitudes inequívocas eran el ataque y la defensa; nunca “de tranquilo
dique como sucede en otros países”.24
Universalismo cristiano
Bajo esta conceptualización ubicó la dirección que tomó el mundo después de la guerra.
Se había logrado pasar, proclamó con júbilo, del superhombrismo de F. Nietzsche al
universalismo cristiano concebido y entendido, según sus propias palabras, por encima de las
razas, de los pueblos, de los nacionalismos, de los intereses y de las clases sociales.
Este universalismo cristiano había sido el efecto más inexplicable y sorprendente del dolor
que provocó la guerra. Había despertado
en las almas la aspiración religiosa, y singularmente un nuevo sentimiento del
universalismo católico, con la tendencia a superar, no solo todo nacionalismo
religioso, sino también el humanitarismo falso. Hasta el socialismo declina en el
momento presente, para sumarse en el movimiento espiritualista, no ciertamente
como un fracasado, sino como un luchador que ha cumplido en parte su tarea y se
siente llamado a mejores destinos.25
Por este motivo, porque la humanidad tendía hacia un espiritualismo inherente a su propia
condición, consideró que la polémica que se empeñaba en mantener El Defensor contra sus
afirmaciones, era inactual. El hombre sentía, en aquel momento histórico, hambre de verdad
y empacho de sofisticaciones y dialécticas vanas que no debían alcanzar, bajo ningún
precepto, a la religiosidad. La reacción espiritualista se manifestó, estimulada por los
sufrimientos colectivos de los años de guerra y persecución, en la intensificación de las ideas
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y sentimientos religiosos, visibles, ante todo, en las nuevas tendencias de la filosofía
occidental, con autores como Unamuno o movimientos como el neoespiritualismo alemán.
Advirtió que en Italia el fascismo había surgido a causa de la mixtificación en todos los
órdenes de la vida; su tendencia “más simpática fue la de obligar a todo el mundo a
manifestarse tal cual era. Se comprende -continúa-. Italia estaba hastiada de hipocresías:
hipocresía socialista, católica, patriótica y demás”.26
Había llegado el momento de cumplir el evangelio, de seguir el precepto “Id y enseñad”.
La Iglesia estaba llamada a salir a la calle y enseñar al ignorante: los sacerdotes tenían que
acercarse al Puerto de la Luz a disertar y predicar entre los obreros en lugar de seguir
desempeñando el papel de capellanes de gente rica. Ésta debía haber sido siempre la función
de la Iglesia; no la de fundar agremiaciones, ni cooperativas de consumo, sino la de
impregnar todo ello de espíritu evangélico o alentar tales instituciones por su carácter
benéfico. Si esta labor se hubiese puesto en práctica con anterioridad, exclamó Doreste
acongojado, “¡Cuántos prejuicios contra el clero y contra la Iglesia se hubieran a tiempo
desvanecido!”.27
En este contexto se debía poner en práctica la caridad ideal y perfecta, la que acoge en su
seno un avasallador sentimiento de fraternidad, poderoso para romper todos los diques y
apoderarse de todos los resortes, incluso de la política: “esa caridad en potencia y en acto,
resolvería la cuestión social”.28 Si se lograse llegar al “pío comunismo de los primitivos
cristianos de Jerusalén”,29 principio de esta generosidad entendida como “universalismo de
caridad”, se podría renovar la sociedad moderna, de carácter tan complicado.
No obstante, estas meditaciones en alta voz no venían avaladas por un sentimiento
paralelo de esperanza. La cuestión social en el período de entreguerras era tan confusa que,
incluso para un espíritu cargado de fe en la humanidad como “Fray Lesco”, la concepción de
ese “universalismo” anhelado para dirigir el alma humana era, en extremo, una utopía, y
como tal podría madurar en las almas escogidas, pero difícilmente lo haría en la sociedad en
general.
En defensa de la verdad social católica
Al definir su postura frente al socialismo, los católicos de El Defensor de Canarias
partieron de un juicio tajante: el socialismo era “herético, masónico y diabólico, enemigo de
Dios y de la sociedad”30 porque pretendía exterminar la autoridad, la religión, la propiedad y
la familia. Lo consideraron herético porque no era un sistema exclusivamente económico,
sino que además pretendía ser, como propagaron Marx, Engels, Bebel y otros progenitores y
corifeos, un sistema religioso, moral y político; masónico porque arrancó desde la rebelión de
Lutero, que pronto encontró apoyo en la secta masónica, y diabólico porque negaba la
existencia de Dios, la verdadera felicidad, que era la celestial, y aceptaba sólo un concepto
material de la vida. Estaba a las órdenes de los enemigos de Dios, por mucho que Doreste se
empeñase en ubicarlo dentro de la corriente espiritualista que envolvió a Europa tras la
Primera Guerra Mundial. El mal seguía latente, “la fiera sólo está amordazada por
circunstancias de momento... Pero piensa, siente y quiere como antes”.31 Por eso no carecía
de actualidad aquella polémica.
Junto al socialismo se encontraban doctrinas como la acracia, el paganismo, el ateísmo,
etc. Estimaron que para ser lógico el socialismo debía ser necesariamente ateo y buscar la
destrucción completa de la sociedad, a la que consideraba mala por naturaleza. El primer paso
para instaurar la nueva sociedad consistía en incitar la lucha de clases y destruir el
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fundamento de la comunidad anterior, la religión. Por esto era ateo. Esta forma de pensar
quedó intensificada a través de la siguiente afirmación, según la cual, para ellos, “el
socialismo es la proclamación de la independencia del hombre y de la sociedad de Dios; en la
práctica es la lenta o violenta abolición de los organismos sociales que impiden esta
independencia sustituyéndolos con nuevas doctrinas e instituciones”.32
Los principios que conformaban la ideología socialista eran incompatibles en extremo con
el credo social-católico. Es más, los principios morales y religiosos que defendía el
socialismo eran precisamente aquellos que todo católico de verdad no debía acatar, bajo
peligro de ser acusado de apostasía.
Desde el periódico de la Diócesis se pidió que no se confundieran cuestión social y
socialismo, pues éste era sólo uno de los sistemas que ofrecía una solución, en este caso a
todas luces irrealizable, de la cuestión social. Frente al socialismo, la sociología católica
ofrecía otro tipo de remedios al problema social, remedios como las agremiaciones, que
habían nacido en el seno de la Iglesia católica, aunque luego tomasen el carácter laico que les
infundió el socialismo.
Las vilipendiadas “fiestas de la caridad”, en las que se practicaban buenas formas sociales,
sólo buscaban obtener una finalidad social-católica y demostrar que las damas aristocráticas
de la ciudad, a las que se había llamado “tacañas”, no temían las llagas de los pobres y
enfermos. La Conferencia de San Vicente de Paul, a la que pertenecían aquellas damas,
practicaban la limosna material,33 pero había sido en el campo espiritual donde obtenían sus
frutos más meritorios. Ésta era la verdadera caridad y no la que esbozaba “Fray Lesco”, quien
creía que el socialismo no era herejía porque le había hecho mucho bien material al obrero. A
diferencia de él, los católicos de El Defensor calificaban al sistema de herético y ateo a pesar
de sus ventajas materiales. Y así como el socialismo consideraba al clericalismo su enemigo,
ellos también lo denunciaban. La única caridad efectiva era la de salvar “al obrero del mal
temporal y eterno con justicia y caridad: con pan y catecismo”.34
A través de las páginas del diario católico también se reconstruyó lo sucedido en 1922. En
aquellos momentos de miseria la misión pontificia en Rusia había sido importante y eficaz, y
para avalar tal afirmación, aportaron ciertos datos numéricos que se referían a la labor de los
religiosos entre las familias rusas, el dinero invertido por las organizaciones de carácter
devoto en comida, ropa y medicamentos y las cantidades de dinero en metálico con que
contribuyeron tanto Pío XI como la Compañía de Jesús y otras diócesis europeas.35 Sólo
“Fray Lesco” no había sabido agradecer esta generosidad, por encima de razas y credos.
El cometido de la Iglesia era dar su paternal voz de alerta a los obreros para que no se
afiliaran a aquellas agremiaciones que fueran “positivamente irreligiosas”, porque lo que más
les convenía espiritualmente era el ingreso en las entidades confesionales que insuflaban
resignación y oración, tanto en el pobre como en el rico, además de pan, consuelo y cariño.
Con estas aseveraciones finales lo que pretendían afirmar era que la función social de los
sacerdotes no estaba circunscrita al ámbito de las sacristías, como pretendían los socialistas.
Al contrario, su más alta labor era la de servir y tutelar a los pobres, a los que se les debía
recordar que la felicidad se encontraba en el cielo y no en la tierra.
Análisis de los escritos socialistas de Domingo Doreste (1925)
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A modo de conclusión. continuidad de “frente al socialismo”: “cartas a un católico”
Ningún autor está al margen de su tiempo, de las polémicas que en su tiempo concreto se
cuecen. Esta afirmación, repetida en innumerables ocasiones por los historiadores, sirve de
arranque en cualquiera de las consideraciones que queramos establecer en torno a la actividad
pública de Domingo Doreste. Los artículos que publicó bajo la consabida fórmula de “Frente
al socialismo” son un ejemplo más de la exploración intelectual a la que sometió su período
histórico.
En 1925 Doreste retomó el difundido debate que, desde la primera década del siglo XX,
iniciaron autores como Unamuno u Ortega en el ámbito nacional y Baltasar Champsaur
Sicilia, entre otros, en el insular, sobre la conveniencia de elevar la política y la filosofía
socialistas, cargadas de justicia social y cultura, al poder de la maltrecha nación española. En
puertas de la II República sólo Doreste demostraba que no se había enfriado del todo su
afinidad al ideario socialista, como sí le había sucedido a algunos de los autores citados. Lo
podemos advertir si leemos sus “Cartas a un católico”, publicadas en el diario El País, de Las
Palmas de Gran Canaria, durante los meses de febrero y marzo de 1931 y reeditadas este año
2000 por el Instituto de Estudios Canarios, en la Universidad de La Laguna.36
En las “Cartas” volvió a denunciar la institucionalización en la que vivía la cristiandad
española, el miedo atroz que sentía ante cualquier alteración que amenazara con malograr el
orden social establecido y la ceguera voluntaria que padecía respecto al socialismo y que le
impedía ver el fondo de justicia social que encerraba su verdadera alma. Sin embargo, su
lealtad al socialismo no le impidió, como le sucedió asimismo a Unamuno, rechazar su falta
de contenido moral y religioso. Y todo esto porque, junto al socialismo y no frente a él,
Doreste defendió el universalismo cristiano.
XIV Coloquio de Historia Canario Americana
1290
NOTAS
1 DORESTE, D. “Frente al socialismo. Apuntando yerros”, Diario de Las Palmas, Las Palmas de Gran
Canaria, 27 de enero de 1925.
2 GARCÍA MARTÍN, M.C “Domingo Doreste y Claudio de la Torre: un diálogo crítico”, Estudios Canarios,
XLIII, 1998, p. 93.
3 MATEOS CALVO, P. “La presencia socialista en el Ayuntamiento de Las Palmas: 1920-1936”, XI Colquio
de Historia Canario-Americana (1994), T. I, Las Palmas de Gran Canaria, 1996. pp. 519-532.
4 SUÁREZ BOSSA, M. “La sociabilidad en Canarias en el primer tercio del siglo XX. Auge del
asociacionismo popular”, El Museo Canario, nº L, 1995, pp. 203-257.
5 MILLARES CANTERO, A. “Anticlericales, masones y librepensadores en Las Palmas de Gran Canaria
(1868-1931)”, Almogarén, nº 22 (98), pp. 105-141.
6 DORESTE, “Frente al socialismo. El órgano del clero. ¿Quedamos en algo?”, 26 de enero de 1925.
7 FRAY G. M., “¿Es lícita o ilícita la huelga? V”, El Defensor de Canarias, Las Palmas de Gran Canaria, 30
de enero de 1925.
8 “Frente al socialismo. El órgano del clero. ¿Quedamos en algo?”, art. cit.
9 “El epílogo de una polémica. Apostillas cortas a unos artículos largos”, 17 de febrero de 1925.
10 “Frente al socialismo. El órgano del clero. ¿Quedamos en algo?”, art. cit.
11 Íbid.
12 “El epílogo de una polémica. Apostillas cortas a unos artículos largos”, art. cit.
13 “Frente al socialismo. La actitud del clero. ¿En qué quedamos?”, 16 de enero de 1925.
14 Íbid.
15 DORESTE, “En auxilio de Rusia. Pronto, muy pronto”, La Jornada, Las Palmas de Gran Canaria, 20 de
febrero de 1922.
16 ORTEGA Y GASSET, E. “Piedad española. Causas del hambre en Rusia”, El Tribuno, Las Palmas de
Gran Canaria, 5 de marzo de 1922.
17 RIAL, J. “¡Caridad!”, La Provincia, Las Palmas de Gran Canaria, 22 de febrero de 1922; Francisco
González Díaz, “Hermano, llaman a tu puerta”, La Provincia, 15 de marzo de 1922.
18 “Para los rusos hambrientos. Fray Lesco recoge donativos por valor de 367 pesetas”. El Tribuno, 4 de abril
de 1922.
19 “De la campaña pro-Rusia. ¿Cómo se entiende?”, El Tribuno, 22 de marzo de 1922; “¡¡La verdad!! El
dinero para los hambrientos rusos”, La Crónica, Las Palmas de Gran Canaria, 25 de marzo de 1922.
20 “Frente al socialismo. La actitud del clero. ¿En qué quedamos?”, art. cit.
21 “Mentalidad decrépita. Renovémonos”, 28 de enero de 1925.
22 Íbid.
Análisis de los escritos socialistas de Domingo Doreste (1925)
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23 Íbid.
24 Íbid.
25 Íbid.
26 “Frente al socialismo. Apuntando yerros”, art. cit.
27 “El epílogo de una polémica. Apostillas cortas a unos artículos largos”, art. cit.
28 “Frente al socialismo. Apuntando yerros”, art. cit.
29 Íbid.
30 “En defensa de la verdad. Aclaremos conceptos”, El Defensor de Canarias, 22 de enero de 1925.
31 “Nuestra actitud. Aclaremos conceptos”, El Defensor de Canarias, 4 de febrero de 1925.
32 Íbid.
33 En el artículo del día 4 de febrero de 1925 se indicó que, en 1924, la Conferencia de San Vicente de Paul
había invertido en lismosna quince mil pesetas.
34 “Nuestra actitud. Aclaremos conceptos”, art. cit.
35 “La Secretaría de Estado de Su Santidad publicó en abril último informes de los que resultan que 13
religiosos con 1.700 empleados rusos, distribuían alimentación diaria en 124.400 personas en 275 cantinas,
instaladas en parajes estratégicos. En mayo aumentó el número a 131.935, y remitieron 2.000 fardos de
víveres a necesitados que residían en pueblo de difícil comunicación. La cantidad invertida en ropas y
calzado, pasó de dos millones de libras y en más de un millón la empleada en medicamentos. Su Santidad
Pío XI entregó una vez 2,500.000 liras. La Compañía de Jesús 300.000. Los centros del Apostolado de la
Oración, 200.000. Catorce diócesis de Italia contribuyeron con 400.000 y 18 de Francia con 500.000”.
(“En defensa de la verdad. Aclaremos conceptos. La caridad de la Iglesia”, 24 de enero de 1925)
36 DORESTE, D. Cartas a un católico, edición, introducción y notas de María del Carmen García Martín,
Instituto de Estudios Canarios en la Universidad de La Laguna, Tenerife, 2000.