UNA JORNADA ESCOLAR EN LAS PALMAS
DE GRAN CANARIA EN 1775
ANTONIOD E BETHENCOURMTA SSIEU
Catedrático de Historia Moderna
UNED
In memoriam de Juan Alvarez Delgado
No es este el lugar adecuado, ni ahora momento oportuno, para elucubrar
y subrayar la importancia de lo cotidiano en el pasado dentro del actual en-foque
de la ciencia histórica. Sin un conocimiento de lo cotidiano es imposible
comprender el comportamiento y la mentalidad de los grupos humanos en tiem-po
y en espacio determinados.
De otro lado, una reciente aportación mía me exime de pormenorizar sobre
la educación, su grado de eficacia y extensión, a nivel de enseñanza primaria
o básica en Canarias durante la modernidad '.
En estas dos coordenadas, precisamente, se encuadra el contenido de la
presente aportación. Trataré de relatar cómo era una escuela de primeras letras
en Las Palmas, cuál su organización pedagógica y qué tareas realizaban los
alumnos un día cualquiera del curso escolar. Más específicamente cómo trans-currió
la jornada del 26 de enero de 1775.
No podemos dudar que el centro más afamado en la capital Gran Canaria
fue el Colegio de la Compañía de Jesús desde la instalación de los discípulos
de San Ignacio aquí, como ha estudiado el doctor Escribano *. La expulsión
en 1767 acarreó que niños y jóvenes que allí cursaban su enseñanza básica, o
gramática y latinidad, quedaran desamparados y disfrutaran de unas prolonga-das
vacaciones 3.
La intervención del Comisionado en Las Palmas de las temporalidades de
los expulsos, don Fernando del Castillo y Ruiz de Vergara, cerca del fiscal del
1 Bethencourt Massieu, A. de, «La enseñanza en Tenerife en 1790: situación y plan
para financiar la dotación de escuelas públicas», R (evista de) H (istoria de) C(anarias),
174 (1984-86), 33-61, y La enseñanza primaria en Canarias durante el Antiguo Régimen
(conferencia), Las Palmas de Gran Canaria, UNEL), 1985.
2 Escribano Garrido, J., Los jesuitas y Canarias (1566-1767), Universidad de La La-guna,
1982. Tesis doctoral (inédita), 4 vols.
3 Ob. cit., tomo 11, cap. IX.
Consejo, Pedro Rodríguez Campomanes4, y del Ayuntamiento ante la Corte,
pusieron fin a tan lamentable situación. Las quejas recayeron sobre el Consejo
de Castilla ante la gravedad del problema planteado y porque, si bien los
jesuitas sc cstablccicron en Las Palmas gracias a la ccsión del patrimonio del
canónigo don Andrés Romero, en la donación impuso como contraprestaciijn
a la Compañía que impartiera docencia a los dos niveles mencionados '.
Es de iritsrks subrayar que, en cuniurrnidad cun la tradicih legislativa cah-tellana,
correspondía la instrucción al ámbito municipal y como las rentas de
los propios de nuestros Cabildos eran a todas luces insuficientes para cubrir
la demanda en educación, los núcleos de población más dinámicos, desde
fecha temprana, facilitaron la instalación de comunidades religiosas, de cori-ventas,
a cambio de que sus hijos recibieran enseñanza 6.
Gracias a la eficaz intervención de Campomanes cerca del Consejo y Junta
de temporalidades de jesuitas expulsas, se acuerda dedicar de los bienes de la
Compañía en Gran Canaria, que se encontraban en vías de reprivatización
mediante subastas al mejor postor, una pieza que produzca la cantidad nece-saria
para abrir en Las Palmas la cátedra de Gramática y dos escuelas, una
en Vegueta y la otra en Triana 7.
La escuela de Ntra. Sra. de la Concepción en Vegueta
Por lo que a primeras letras se refiere accede el Consejo a consignar 200 pe-sos
escudos anuales para cada maestro, más otros 80 para alquiler de una
casa, útil como escuela y habitación del titular, en Triana. La instalación de In
Vegueta continuaría en el Colegio de la Compañía, «en la Casa Real, que
sirvió antes de Colegio» ', donde poco más tarde se instalaría el Seminario
Conciliar Diocesano.
Convocadas las dos plazas a oposición, tras brillantes ejercicios obtuvo lu
escuela de Vegueta don Miguel Marcelino García. Comenzó de inmediato :t
ejercer sus funciones, el 11 de septiembre de 1769. Rápidamente adquiere gran
prestigio por la calidad de su magisterio y la aplicación de muchos de sus
discípulos. Estos se emplearon iápidamente y eian solicitados en oficinas Je
Contaduría y despachos de escribanos públicos. Tanto fue el éxito, que pronto
el número de aprendices rebasaba el centenar, «según lista o nómina que. .
tiene (dun Miguel) presentada en la Junta Municipal» '.
«Canaria», 18-10-1768, en Las Palmas. Cornisiorzado de temporalidades y junta Muni-cipal
de Enseñanza sobre organización de Escuelas y Estudios de Latinidad. Aírchivo)
H (istórico) N (acional) , Consejos, leg. 701122.
5 Loc. cit., y cap. cit. de 1 atesis de Escribano.
6 Bethencourt Massieu, Art. cit., 36 y 46.
Expedieníc cit. en nota 4.
8 Miguel Marcelino García al Rey. Gran Canaria, 25-2-1755. A.H.N. Consejos, Leg.
807115.
9 Memorial cit.
Un maestro ejemplar: don Miguel Marcelino García
Nuestro hombre era más que un buen pedagogo, era un maestro de cuerpo
entero. No se reducía a instruir al centenar de sus miichachos sino a la for-mación
de auténticos discípulos y a preparar otros docentes de alta estima.
Ante la falta de buenos profesionales, enseña lo que sabía, para poner al
frente de escuelas en diferentes localidades maestros capaces. Realizaba esta
labor magistral con su pasante, a quien retribuía con parte de su sueldo. Ya
se había colocado uno de ellos.
Será prccisamcntc cl númcro dc alumnos y la demanda dc profesores, las
causas que le obligan, mediante memorial dirigido a Carlos 111, a solicitar
un aumento de sueldo, que le permitiera vivir con decencia y sostener un se-gundv
ayudante. Lo dice con claridud; éstas sur1 sus propias palabras:
... la mejor enseñanza y más breve adelantamiento de sus muchos discí-pulos
de tener dos pasantes, en que también tiene utilidad la Isla, porque
ynstruidos ellos en la buena letra ... y en el modo de la enseñanza espiritual
y temporal para dar Escuela a los lugares desta Ysla, como actualmente lo
esta dando el primer pasante que tuvo el suplicante lo.
Consciente de la importancia del nivel del profesorado y de la inexistencia
-salvo la oposición a las dos plazas municipales- de un control sobre el
nivel pedagógico semejante al vigente en la Península, solicita que el Consejo
de Castilla le extienda título de Examinador para cuantos aspiren a abrir es-cuelas
o enseñar en las Islas,
... a fin de que sepan su obligación en la precisa enseñanza de los pár-vulos,
en lo espiritual como en lo temporal y buena letra, sin que ninguno
pueda exercer este empleo sin ser examinado 'l.
Pmblemas financieros
Pienso que sea de cierto interés detenernos con brevedad en la faceta
económica.
Nuestro hombre, muy de su tiempo, no pierde de vista la necesidad de
garantizar la continuidad de la labor educadora mediante una financiación
razonable, con el fin de asegurar sin sobresaltos la remuneración de los maes-tros
en el futuro. En ello radicaba la clave de su doble petición: aumento del
sueldo de los maestros para que perciban unos emolumentos dignos y, al
tiempo, garantizar el cobro de los mismos mediante la percepción de rentas
sobre tierras, las más seguras.
El aumento de emolumentos lo justifica y razona no sólo en función de
una mejor calidad de la docencia, sino y fundarncntalmente a causa de la
10 Doc. cit.
11 Doc. cit.
fuerte carrera inflaccionaria de precios que sufre Las Palmas. Subida de pre-cios,
especialmente notoria en los siete últimos años:
de forma que no alcanzan dichos doscientos pesns, pnr In srihida de precioi
con que se hallan ropas y comestibles, ni aun para precisar adquisición de
alimentos.
Pero nuestro hombre, a la vez, muestra su preocupación por garantizar la
pervivencia de la dotación de las escuelas. Procedía ésta, como acabamos de
exponer, de una de las propiedades de los jesuitas que habían sido rematadas.
Su importe ascendió a 20.000 pesos. Esta cantidad, este capital fue empleado
por el Comisionado de temporalidades en un censo redimible, que producía
600 pcsos anualcs, a un intcrés dcl 3 por 100. Con esta renta se sostenía la
cátedra y las dos escuelas. Temía, y con razón, don Miguel Marcelino que
antes o después el censalista lo redimiera y el principal fuera consumido por
las urgencias de la Hacienda Real. Con el firi de evitar semejante contingencia
y garantizar la enseñanza en la Ciudad a largo plazo, propone un remedio que
en ese momento estaba en pleno auge en toda España. Fijar la dotación sobre
el canon de roturaciones en realengo, pero no sobre los montes -precisa-,
sino sobre la falda de los mismos, pues
... como en dicha Ysla -escribe- se hallan muchas faldas de montes y
montañas realengas que actualmente parte de ellas se estan dando a particu-lares
de orden de V.R.M.; y siendo tan util y preciso el establecimiento de
dichas escuelas. Y quc para su perpetuidad el único y mejor medio es fo-mentar
su imposición sobre dichos realengos, en particular las faldas de las
montañas, donde no se hallan árboles algunos, ni se perjudica a los vasallos,
antes se les beneficia 12.
Finalmente, este habilidoso e inteligente profesor, que rogaba con sus
aluiiinos por la salud y acertada gestión del monarca 13, presenta como ava-lista
de su quehacer y persona a don Pedro Fernández de Villegas, regente que
había sido de la Audiencia de Canarias, ascendido a Consejero de Castilla.
Quizfi el mejor aval, sin embargo, fuera la caligrafía del Memurial que prc-sentó
a Carlos 11. Escrito de su mano, es de bella factura y pone en claro
sus dotes caligráficas.
Una jornada en la escuela de Vegueta
Para confirmación de sus dotes pedagógicas, por si en la Corte se suscitara
alguna duda, al bueno de don Miguel Marcelino se le ocurrió citar una ma-
12 Memorial cit. Es curiosa la coincidencia de esta propuesta con la que realiza en
1790 al corregidor de La Laguna, Joaquín Bernard, para dotar de escuela al pueblo de
Arico, en Tenerife. Bethencourt Massieu, art. cit., p. 55.
ñana al escribano público y del cabildo, don Juan Agustín de Herrera, para
que levantara acta notarial de cuanto contemplada en el Colegio y Aula 14.
Testimonio que acompaña al Memorial, como una prueba más de sus asertos.
Este docui~ieri~~ui r~unstanciadcoo, mo los de su género, me permite ahora ve-rificar
la reconstrucción de un hecho cotidiano, como es una jornada escolar
de hace dos centurias.
1. Apoyaturas docentes
Pero antes nos detendremos para señalar con brevedad cuál era la orga-nización
del trabajo en el aula y en qué apoyos humanos se sustentaba. El
papcl cstclar, como es lógico, recaía sobre el maestro, centro del sistciiia.
Se veía constantemente asistido por la colaboración de su ayudante o pasante.
Pero para el buen orden, vigilancia y labores complementarias, los profesores
se encontraban auxiliados por un grupo de alumnos, los más distinguidos, los
famosos celadores. Pero éstos no sólo actuaban en el aula, sino que tenían
misiones encomendadas en la vía pública.
Eran nombrados los sábados por la tarde. Rotaban semanalmente como
premio a la mayor aplicación en la caligrafía. En el sábado de la última se-mana
de mes encomendaba el maestro a cuatro celadores la responsabilidad
de que ningún escolar faltara a confesar y comulgar el primer domingo del
mes siguiente. Otros cuatro, los celadores de calle, velaban durante siete días
por un comportamiento correcto, urbano, de sus compañeros en calles y plazas.
Finalmente, los cuatro celadores de hora tenían encomendada la misión de in-formar
sobre «si havrian oydo la misa con devoción acostumbrada» 15.
En cuanto a las tareas en el aula, corresponde a los dos celadores de
escuela el encargo de controlar la asistencia diaria a clase. Otros cuatro de
repaso aseguraban a sus colegas en la certeza de una buena exposición de la
lección que llevaban, mientras los cuatro de doctrina pregiintahan y respondían
a coro con el resto de la clase la parte que iba señalando el maestro. Método
este muy útil y tradicional para memorizar el catecismo y que ha pervivido
hasta bien entrada la presente centuria.
Conocidas las apoyaturas del acto docente, pasamos a relatar, siguiendo el
reloj, lo que sucede en la clase, tal como nos testifica el notario público.
Quizá no esté de más señalar que en el setecientos interesaban tanto como
los contenidos del aprendizaje de lectura, escritura y las cuatro reglas, la for-mación
de buenos cristianos y súbditos útiles.
13 N.. . mañana y tarde.. . despues se hace conmemoracion, rezandose un padre nuestro
y avemaría, pidiendo a nuestro Dios y Señor y a su Santísima Madre mantenga a V.R.M.
dilatados años en ambas saludes para consuelo de vasallos.» Memorial de don Miguel
Marcelino.
14 Certificación testimoniada por el escribano público y de Cabildo Juan Agustín de
Herrera. Canaria, 26-1-1775. Leg. cit.
15 Loc. cit.
2. La priinera hora escolar
Cuando llega el escribano al edificio, actual del Seminario, se dirige a la
clase de primeras letras, situada en la planta baja. Encuentra que hay reunidos
en la misma algo más de un centenar de muchachos, con edades que oscilan
entre los cuatro y los dieciséis años 16.
Cuando el reloj de la cercana Catedral dada las ocho campanadas, penetra
en el aula el maestro don Miguel Marcelino García. Bajaba del piso superior
donde tenía su «casa-habitación)). Al son de una palmada, la muchachada
hincaba rodilla en tierra y entonaban el Alabado. Al tiempo, corrieron «un
bela azul y descubrieron una Ymajen mui hermosa de Ntra. Sra. de la Con-cepción,
titular de la clase». Re7an el acostumbrado padrenuestro y avemaríu.
Puestos en pie, se cruzan los buenos días y saludos entre maestro y escolares
y todos se sientan guardando silencio.
rezando a Dios y su Santa Madre que concedan a.. . Don Carlos 3." ambas
saludes y felicidad y asierto en su govierno; paz y concordia entre los
Principes Christianos.
A renglón seguido el profesor reclamó la presencia de los celadores (le
calle. Los cuatro se dirigen a la mesa y preguntados sobre si algún camarada
ehavia quebrado el modo y forma* de comportamiento en la vía pública; cada
uno da cuenta de lo «visto y observado». Se acercan los culpables para ser
severamente reprendidos. Vueltos a sus sitios, los cuatro celudores de hora
con «semejante ceremonial)) dan el parte de aquellos compañeros que no
havian oydo misa con devocion acostumbrada.. .; llamando (el maestro) a los
infractores, fueran castigados con palmeta.
y advertidos que cn caso de reincidencia serían sancionados con mayor rigor.
Por tanto, las faltas dentro del templo eran consideradas más graves que las
chiquilladas en la calle. El escribano pone hfasis en subrayar que todas
estas operaciones se realizaron con «premura».
El resto de la primera hora mañanera lo dedican al repaso de la lección
que tenían señalada. Abren los libros y se afanan, al tiempo que por orden
de asiento se adelantan para «cortar plumas». Entonces se usaban de ave y
era necesario darle un corte adecuado que permitiera tomar tinta del tintero y
realizar en el papel los trazos con claridad.
' 6 «... en que halle número crecido de Discipulos, que a mi parecer szran los ni&
chicos de hedad de quatro a diez y seis años, poco mas o menos ... y a mi parescer pasan
de ciento*. Loc. cit. Las próximas citas están tomadas del mismo documento, salvo ob-servación
en contra.
3. Clases de escritura y lectura
La siguiente hora, de nueve a diez, está dedicada a la caligrafía. Dando
aquclla hora, cl rnacstro ordcna
biniesen a dar la lección de Escrivir y observé -nos dice el escribano-que
conforme acababan de dar la lección se ponían a Escrivir.
En consecuencia, estimamos que esta hora comportaba lectura de láminas, algo
de teoría y ejercicios prácticos de escritura por el colectivo.
A partir de las diez, iba llamando alumnos salteados para corregirles las
planas escritas durante la hora anterior. Simultáneamente, los celadores de
cartilla «a quienes mando repasar la lección a todos los de cartilla)), comen-zaron
con gran afán su cometido. Terminado el repaso, el pasante tomaba la
lección a los párvulos, «dando primero el nombre)). Los que no demostraban
la suficiente soltura, se les separaba de lresto de la clase para que auxiliados
trataran de recuperar de alguna manera el descubierto. Una vez que don Mi-guel
Marcelino terminó de corregir las planas, impuso los castigos correspon-dientes
a quienes no habían alcanzado los niveles oportunos.
4. El remate de la sesión
La hora final, de once al mediodía, se iniciaba con un rato de descanso
para pasar lista. Los dos celadores de escuela se adelantaban con papel, pluma
y tintero en la mano. Mientras uno en alta voz va llamando por los nombrcs,
el interesado contesta con un «Ave María Purísima)), el otro anota el de los
ausentes. Finalizada la lista, comparecen ante el profesor quienes han faltado
con anterioridad. Si no satisfacía el descargu, eran castigados en público. A
renglón seguido eran llamados los que no supieron la lección, que permanecían
apartados intentando aprenderla y salvarse así del castigo, en esta última opor-tunidad.
Mientras éstos eran interrogados, el colectivo se dedicaba a la doctrina
cristiana. El método en el Colegio de Vegueta era el tradicional: el maestro
señala el pasaje, un celador recita las preguntas y el resto contestaba con son-sonete
y al unísono.
Cuando sonaban las doce campanadas, don Miguel Marcelino pone fin a
la sesión matinal. Una sonora palmada ordenaba postrarse para que entonen
«el alabado los Diputados, y toda la Escuela respondiendo, se cubre con el
belo» la imagen de Ntra. Sra. de la Concepción. Terminado, los despide con
cortesía para sus hogares y «haciéndole la venia, salen con prontitud y silencio»
para desperdigarse por calles y plazas del entrañable barrio de Vegueta.
En la calle del Estudio y sus circunvecinas jamás faltaron las risas y voces
gozosas de la muchachada escolar. Al menos desde la instalación de la Com-pañía.
En el último tercio del setecientos las de los alumnos de don Miguel
Marcelino y matriculados en la cátedra de Gramática; pocos años después, de
los externos del Seminario Conciliar. Con el tiempo los estudiantes de los
Colegios de San Agustín, San Ignacio de Loyola, Viera y Clavijo, San Antonio
y el Instituto de Bachillerato durante la 11 República, entre los que vienen
a mi memoria. Vegueta pierde un poco su silencio, carácter y reposo a las
horas centrales del día con el diveriidu ~rárisitu de los escolai-es, que ponen
una nota peculiar.
5. La tarde y la jornada sabatina
La sesión vespertina, según aseguraba el maestro al escribano, se desarro-llaba
con un estilo semejante y conforme al mismo método. En esta sesión se
dedicaba el tiempo a la aritmética, números, las cuatro reglas y cuentas.
El único día diferente era el sábado, pues la asistencia era obligatoria ma-ñana
y tarde. La sesión matinal estaba dedicada íntegramente a la formación
cristiana. El catecismo se remachaba hasta conocerlo al dedillo y alternaban
los alumnos en preguntas y respuestas. A la tarde se iniciaba la sesión con
el rezo de La Corona de la Virgen, que realizan con cuatro velas de cera
ardiendo en honor de su Patrona. Terminada la oración, el maestro empleaba
un buen rato en ((explicar moralmente algún punto de Doctrina».
Por último, los alumnos iban presentando sus mejores planas de escritura
y «aquellas mejores escritas llenavan los empleos de zeladores para la si-guiente
semana».
Algunas consideraciones
De esta manera discurren, horas y jornadas, las clases donde aprenden y
se forman muchachos de Las Palmas en 1775. Es una estampa, cotidiana y
real, verificada por un notario de la época. Así, un centenar de chicos, nú-mero
de no excesiva importancia cuantitativa pero si cualitativa, se aprestan
llegar a ser hombres útiles a sí mismos y a la comunidad. Algunos alcanzarán
destacado nivel intelectual y profesional, en el seno de la generación del
Seminario Conciliar. El espléndido estudio de Alfonso de Armas me ahorra la
cita de nombres y títulos 17.
De otro lado, al llegar a estas alturas es natural que el lector se interese
por el nivel educativo impartido en el Colegio de Ntra. Sra. de la Concepción
y la eficacia del método de don Miguel MarceIino.
Don Miguel Marcelino ante la Corte
A mí, como historiador, me queda en este tema narrar e interpretar el final
del expediente, que en Madrid pasó del Rey al Consejo de Castilla. Lo intentaré
'7 Armas Ayala, A. de., ~Gracialiano Afonso, un prerromántico español», R.H.C..
números 119-20 (1957), 1-64; 121-22 (1978), 47-ññ4; 123-24 (1958), 258-92; 126-6 (1959),
24-55 y 134-40 (1962), 52-182.
sin entrar en juicios de valor sobre la eficacia del sistema burocrático entonces
imperante en la dinámica Consejo de Castilla-Islas Canarias la. Sin embargo,
estimo que negocio de esta trascendencia y rezumante de humanidad, mereció
si no una pronta, al menos alguna solución. Y ello porque en aquella coyuntura
ni la nación ni el Consejo se encontraban tan agobiados como años más tarde
con motivo de la crisis del Antiguo Régimen, porque los temas educativos
eran pur entonces predominantes para el grupo de gobierno carlostercerista.
En nombre del Soberano el Conde de Floridablanca encargó con interés
el asunto al Gobernador del Consejo, el 1 de octubre de 1775. Estaba la Corte
a la sazón en la Granja de San Ildefonso. Sin embargo, constatamos no sin
extrañeza, que hasta seis años después no se ocupó la Sala de Gobierno del
tema, ordenando pasara el expediente al Fiscal para que lo dictaminara 19.
Para el sefior Fiscal resulta «muy recomendable la persona de don Miguel
Marcelino». Muestra su positiva sorpresa al adquirir conciencia de las condi-ciones
personales y pedagógicas que le adornan. Por esta razón considera
de justicia que sea auxiliado «en proporción a su trabajo, hauilidad y con-ducta,
que constantemente hace constar». Mientras llega el caso, el Consejo
debería instruir al Corregidor para que le facilite cuanto le sea necesario en
su labor. Si educa, como educa, a un número tan considerable de discípulos,
estima el fiscal que no le parece nada extraordinaria la pretensión a ser
asistido por dos pasantes «con la dotación correspondientea.
Sin embargo -aquí el pero-, estima complicada la propuesta y, por esta
razón, recomienda que el Consejo antes de decidirse recabe de la Audiencia
«con capa de representación» un informe con la evaluación de lo que supon-dría
el aumento de salario y dotación de las dos plazas de ayudantes, así como
la conveniencia o no de asegurar la financiación de la enseñanza «en tierras
realengas ,inmediatas a la ciudad», o sea en el Monte Lcntiscal.
Desconocemos la solución al problema, si es que tuvo alguna. Cinco años
eran muchos para que la situación planteada hubiera evolucionado, incluso por
otros deiroteros. De Iiater Lorriado algu~ia cüri La~itu relraw, la medida habría
resultado, al menos, extemporánea.
Viera y Clavijo, pedagogo
En cuanto ai nivel y modernidad de los métodos pedagógicos de don Miguel
Marcelino García se nos han conservado valiosas opiniones, nada menos que
de Viera y Clavijo.
'8 Algunas consideraciones sobre el tema, en Bethencourt Massieu, A. de, «Salvamento
y restauración del Archivo de la Real Audiencia de Canarias (1769-1788)», Boletín Milla-res
Carlo, 11 (1981), 357-378.
19 Floridablanca al gobernador del Consejo. S. Ildefonso, 1-10-1775. Acuerdo de Sala
de Gobierno: Al final, Md. 6-10-780. Dictamen del Fiscal, Md. 15-3-781. Parecer del Con-sejo.
Md. 22-3-781. A.H.N. Consejos. Leg. 807/5.
Opinión valiosa, pues nuestro historiador como sacerdote con celo apostó-lico
e ilustrado decidido, estuvo, como no podía ser menos, profundamente
preocupado por el tema de la educación. He aquí una muestra de su pensa-miento
sobre el tema:
Las escuelas públicas son el taller de la juventud.
Leer corrcctamcntc, cscribir con bucn caráctcr y ortografía, aprender con
inteligencia el catecismo y los rudimentos de doctrina cristiana hablar con
propiedad, acostumbrarse a buenos modales e inclinaciones, tales deben ser
frutos de la enseñanza política y religiosa, que si se ignoran o malean decidcn
para siempre la suerte en los hombres y de los pueblos 20.
La cducación para Vicra y Clavijo no sc rcducc a mcro objcto dc atcnción
intelectual y sociológica, sino materia profesional que emana de su compleja
personalidad. Muchas son las pruebas que se derivan de su biografía. Ya en
1770 entra al servicio del marques de Santa C r u ~ ,cu rrio ayo de su váslagu
el marqués del Viso. Magisterio que aprovechará para acompañarles en los
viajes por La Mancha y Andalucía (1774), y Francia y Flandes (1777-78) 2 ' .
Instalado en Las Palmas como canónigo, su vocación, su vocación de magis-terio,
le llevará a desempeñar la dirección del Colegio de San Marcial, depen-diente
de la Catedral, para la formación de los muchachos que asistían al
Culto y Coro de la CapillaU.
Como no podía ser de otra manera no escapó a la pluma del polígrafo los
tratados educativos, como Advertencia a los maestros sobre el modo de enseñar
a los niños 23, O el Librito de la doctrina rural para que se aficionen los jóvenes
al estudio de la agricu!tura 24 y el Catecismo de don Fulano 25, pasando por
obras divulgadoras mediante el entretenimiento, tan de su siglo, como Las
bodas de las plantas 26 O Cuentos de niños que instruyen divirtiendo 27.
La vocación del arcediano por la educación de la niñez -pues la de nivel
superior y difusión de los conocimientos científicos, amén de ser más conocida,
no es ahora objeto de nuestra atención- es incontrastable desde sus años
20 Extracto de las Actas de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las
Palmas (1777-1790), Las Palmas de Gran Canaria, 1981, p. 22.
21 Cioranescu, A., Dos viajes por España (La Mancha, 1774-La Alcarria, 17811, Santa
Cruz de Tenerife, 1976, 12. E1 viaje por La Mancha cstá rcdactado por Vicra y Cla-vijo,
y el de la Alcarria por Tomás Iriarte. El historiador canario, una vez muerto su
discípulo, acompañó al Marqués de Santa Cruz en su itinerario por Italia y Alemania.
2 Feo Ramos, J., «La fundación del colegio de San Marcial y la dirección de Viera
y Clavija», en El Museo Canario (1938), 85-124.
23 Mns. en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife.
24 Las Palmas, 1807 y Santa Cruz de Tenerife, 1982, Edit. de Lemus.
IC Mns. cn cl archivo y bibliotcca dc la Rcal Socicdad dc Amigos del País dc Tene
rife, La Laguna.
26 Barcelona, 1873.
27 Las Palmas. 1804.
mozos a la senectud. En efecto, recién llegado a La Laguna, en 1764, redactó
cinco memoriales sobre el lamentable estado de la enseñanza en la isla de
Tenerife, con el título genérico El Síndico Personero General. Obra patriótica
escrita peribu'icumrrrítí en iu Ciuúuú Úe iu iugunu, quc i fe~~ra~i~darricanúni t :
permanece inédita D.
La muerte le sobrevino en Las Palmas en 1812. Pues bien, desde su Ile-gada
a esta ciudad a servir la canongia, su papel activo fue primordialmente
en la Sociedad Económica en el sector educativo. Al redactar el Extracto de
sus Actas, estampa:
... siendo la buena educación la única que puede preparar ciudadanos útiles
al Estado, fue mirada desde luego por la Sociedad como uno de los primeros
objetos de su instituto, mayormente cuando se veía Cste en Canarias en
situación lastimosa 29.
Valoración de Miguel Marcelino por Viera
La política seguida por la Económica para fomentar la enseñanza primaria
consistió en establecer una serie de premios para los alumnos más aventajados
en el aprendizaje de la escritura. En febrero de 1778 acordaron regalar a
cada uno de los maestros ejemplares del Arte de escribir, compuesto por Pedro
Díaz Morante e ilustrado por Francisco Javier de Palomares, advirtiéndoles que
la concesión de premios en el futuro se otorgarían a los alumnos que más se
aproximaran a las directrices del nuevo método.
Como quiera que Viera, siguiendo las actas de la Sociedad, nos relata las
modalidades, número y cuantía de los premios otorgados a los alumnos de la
ciudad entre 1781 y 1789, de sus comentarios a las incidencias se derivan
juicios de valor sobre los maestros.
Mientras que el maestro de Triana, don Francisco Capiró, se adaptó con
facilidad al novedoso Arte de escribir, don Miguel Marcelino se resistía, o se
le resistía, quizá a causa de sus muchos años o convencido en la bondad del
wy n pmpin 11-1' había elngiadn harta pnr e! Cn n r e j ~d e Citi!la. Añ8dare
a ello su carácter adusto e insobornable.
El hecho es que en la Económica el 8 de enero de 1782 fueron muy aplau-didar
!as dierisktr !6minas presentadas pm !es u!~mnes de CayirS, miectrus
que de la escuela de don Miguel Marcelino -nos cuenta Viera- vinieron
2s Sobre su contenido, Negrín Fajardo, O., «Retablo de educadores canarios contem-poráneos~,
en Anuario de Estudios Atlánticos, 28 (1982), 701-764. A Viera le dedica las
páginas 708-7 17, y al Síndica Personero, 713-71 5.
Garcia del Kosario, C., Historia de la Keal Sociedad bcondmica de Amigos deí
País de Las Palmas (1776-1900), Las Palmas, 1981. Y del mismo autor, La Real Sociedad
Econdmica de Amigos del País de Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, 1982
(núm. 38 de la colección «Guagua»).
treinta y siete planas, con una representación en la que este maestro decía
no había seguido en la enseñanza de sus discípulos al citado Morante, sino
más bien algunas muestras de su propia invención, estampadas en cobre en
esta ciudad; y, sin embargo, del poco mérifo que hall6 la Sociedad en la forma
de la letra de aquellas planas y ciertas supeclzerias de que se había querido
usar para sorprender los premios, no dejaron de repartirse también a los mu-chachos
de esta escuela por esta vez M.
Sin embargo, alta debió ser la indignación de algunos socios, pues pasaron
al regente de la Audiencia, como juez de las escuelas públicas, un oficio en
cl quc sc solicitaba ordenase el empleo obligatorio de las normas de Morante
y Palomares. El regente, más tolerante, se negó en redondo a semejante mono-polio,
en tanto no se ordenara por ley o fuera introducido en otras provincias
peuiridarea, pur nu cuntradecir la voluntad de los padres.
Penetración de la reforma ilustrada
Las Palmas quedó así escindida por el Guiniguada también en la que toca
a la docencia: Triana, donde el maestro Capiró, más joven partidario de las
novedades, el progreso y los nuevos métodos, se encontraba en consonancia
con el barrio de la actividad comercial. Vegueta, más rancia, residencia de la
burguesía agraria, donde enseñaba don Miguel Marcelino, más conservador,
convencido de la bondad de sus hallazgos, quien no veía las ventajas de las
novedades.
Amargos debieron ser sus últimos años, criticado y acosado por los socios
de la Económica, padres algunos de sus propios discípulos. Tanto que el
ambiente le constriñó a realizar un enorme esfuerzo de adaptación, pues unos
meses más tarde, el 2 de julio, eleva a la Económica una memoria, acompañada
por dieciséis planas, en la que expone que
deseoso de complacer a la Real Sociedad, se había aplicado ya a enseñar
a sus discípulos las reglas de escribir según el arte de Pedro Díaz Mo-rante
31.
La Económica lo invita a seguir en la tarea, pero don Miguel Marcelino
desistió. El 6 de agosto sólo acuden a los premios planas de alumnos de
Capiró. Posiblemente la sensación del fracaso y los muchos años arrastrarían
a nuestro hombre a la tumba sin ver reconocidos y menos agradecidos sus
servicios a sus vecinos de Vegueta y truncados sus sueños e ingenios cn pro
de un superior nivel educativo para su isla.
M Viera y Clavijo, J., Extracto de las Actas, 122, en ((XLII. Escuelas Patrióticas de
Primeras Letras, de Labor, Artes y Oficios» (122-125). El subrayado es nuestro.
31 Ob. cit., 123. El subrayado es mío.
Los Amigos del País estuvieron a punto de exigir se les atribuyera la selec-ción
de sus sustituto. A don Miguel Marcelino le sucedió otro famoso maestro,
don Pedro Carrós, que naturalmente adoptó el nuevo sistema. Sus alumnos
pudieron así disputar en buena lid con los de Capiró en el gran concurso del
12 de julio de 1786, que presidió el obispo don Antonio de la Plaza, a la
sazón director de la Económica. En el mismo, a los premios habituales: pun-tillas
para cortar plucmas, tintcros, estampas, cañones dc cscribir, papcl fino,
botones de puño, etc., se añadieron hebillas de plata, pares de medias, pañuelos
de seda y una medalla de plata ".
Sin embargo, coiiiu lo geritil riu quiia lu valiente, el ceIisur de los Arriigus
en la junta celebrada el 4 de diciembre siguiente, advirtió:
Que en nuestras escuelas no se pone todo aquel cuidado y exactitud que
requería su buena enseñanza 33.
Un colofón galdosiano
De lo hasta aquí expuesto podemos entrever, en primer lugar, cómo se
enseñaban las primeras letras, la educación básica, en Canarias en vísperas
ya de la Ilustración. Si bien en 1775 no parece hubiera alcanzado al Archipié-lago
la nueva metodología de la restauración pedagógica, al menos las clases
se desarrollaban con un buen nivel, seriedad y con cierto ámbito renovador.
La docencia de los niños se reducía al aprendizaje de una lectura desen-fadada,
escritura con una preciosa y precisa caligrafía, las cuatro reglas y co-nocimientos
elementales. Al tiempo aprenden catecismo, doctrina cristiana y
reciben lecciones de formación moral.
En el Colegio de Nuestra Señora de la Concepción don Miguel Marcelino
García no se limitaba a instruir. Procuraba a la vez fuesen buenos cristianos
y ciudadanos -si se quiere, con urbanidad- y vasallos útiles a la sociedad
y al Rey.
La verdadera renovación en Gran Canaria se debe a la Sociedad de Amigos
del País, que en 1778 se ocupa de renovar los tratados y los métodos. Papel
esencial en este campo, como en otros, lo jugará ese hombre excepcional y
fecundo polígrafo que fue el arcediano de Fuerteventtira, Viera y Clavijo.
Una consideración especial y final merece la persona de este don Miguel
Marcelino García, ahora exhumado entre el polvo de los archivos, merecedor
de nuestra simpatía no sólo por su valía y su capacidad de iniciativa, sino por
haber intentado a sus muchos años reconvertirse para seguir el ritmo de los
nuevos tiempos.
32 Ob. cit., 124125.
33 Ob. cit., 125.
Finalmente, las figuras contrapuestas entre los dos maestros canarios, Mi-guel
Marcelino y Francisco Capiró, dos generaciones, dos concepciones de la
vida, sean las que sirvieron de inspiración al gran novelista canario, a don
Benito Pérez Galdós, para dibujar a los maestros Naranjo y Sarmiento, con
escuelas en las madrileñas calles de Veneras y Coraleros, en sus Episodios Na-cionales
34. Naranjo y Sarmiento, dos apellidos tan canarios.
NOTA: Este trabajo fue enviado para el homenaje al profesor D. Juan Alvarez Delgado,
catedrático de latín de la Universidad de La Laguna, y experto filólogo e historiador de
los aborígenes canarios. D.E.P.
34 El hecho de que los maestros lleven precisamente los apellidos de Naranjo y
Sarmiento, tan corrientes en Gran Canaria, parece reforzar esta coincidencia. Cfr. El
Gran Oriente, 11, y Siete de Julio, VI y X.