EL DEPORTE COMO FENOMENO CULTURAL
EN LA LITERATURA ESPAÑOLA
El deporte no es, ni ha sido, como podría pensarse, tema sólo de
periódicos, revistas especializadas o charlas entre amigos y compañe-ros
de oficina. El deporte es, ha sido y, con toda seguridad, seguirá
siendo una importantísima faceta de la vida social del hombre que
se refleja y se archiva en todo lo que el hombre tiene como archivo de
su acción. Y la literatura, la buena literatura, no ha sido nunca ex-traña
ni ha querido desentenderse del deporte. Y ello por dos razo-nes:
porque la literatura es el primer y mejor testimonio de la vida
social de una época y porque el deporte ha proporcionado a los autores
literarios formidables epopeyas que narrar.
No hace falta recurrir, para comprobarlo, a los casos clásicos y
conocidos por todos de un Píndaro que brinda en odas triunfales por
los vencedores de las Olimpíadas, ni a Homero que poetiza la carrera
de carros y el juego de la pelota, ni a Virgilio que universaliza a los
héroes deportivos, ni a Horacio que canta a los vencedores. En nues-tra
propia literatura española tenemos muestras suficientes para pro-clamarlo;
y no sólo en una época como la actual en la que parece
que el deporte irrumpe con más fuerza que nunca en la vida social
y que llena no pocas esferas de la actuación colectiva.
Lo que yo'quiero hoy aquí es hablar del deporte, en genérico,
como forma de liberalización del trabajo cotidiano, y no de la historia
de tal o cual deporte; es decir, de una actividad «libérrima», como
dice Ortega, que hace del hombre un ser con características distinti-
vas y que alguien, me estoy refiriendo a Huizinga, no ha dudado en
denominarlo horno ludens y que desde entonces sirve también como
calificativo diferenciador frente a los demás seres al lado de «zoon
politicon», «horno sapiens», «horno loquens», «horno sociologicus» o
«monus erectus». El deporte como ocupación que los hombres «bus-caron
y hallaron e hicieron muchas maneras de ellos para poder su-frir
sus preocupaciones y trabajos cuando les viniesen porque toda ma-nera
de alegría quiso Dios que tuviesen», como ya en el siglo XIII
decía el Rey Sabio.
Entendido así, el deporte constituye un fenómeno social y ciiltu-ral
de primerísimo orden al que la literatura y en general el arte no
han sido nunca ajenos; de la misma forma que no lo es ya para la
sociología, para la pedagogía, paro el derecho o para la lingüística.
No diré que el tema sea desconocido, pero sí que insuficientemente
valorado, y hasta quizás no bien comprendido y, desde luego, no lo
suficientemente difundido. Sobre el deporte en la literatura se ha es-crito
algunas cosas, pero todas ellas muy parciales y referidas sólo o
fundamentalmente a una determinada época o a un autor concreto.
Falta aún, que yo sepa, un estudio de conjunto, pormenorizado y glo-balizador
del hecho, que ponga en evidencia este fenómeno cultural
y literario. Por ello se entenderá que mi pretensión aquí y ahora no
es más, no puede ser más, que el intento de una aproximación general.
De forma tan temprana empezó siendo el deporte sustancia lite-raria
que ya en el siglo XII, en nuestro primer gran monumento lite-rario,
en el Cantar del Mío Cid aparece la primera escena deportiva
que podemos documentar en nuestra lengua:
«Los que ivan mesurando e llegando delant
luego toman armas e tórnanse a deportar»
se nos dice en los versos 1.513-1.514. La acción deportiva consiste
aquí en «jugar las armas los caballeros para mostrar su destreza en
ellas con ocasión de fiestas y regocijos» (que interpreta Menéndcz
Pidal); una especie de esgrima medieval tomada en juego como pre-paración
para la guerra, la ocupación principal de los caballeros
aquellos. Y a finales de ese mismo siglo (o quizás al comienzo del
siguiente) en el poema de Santa María Egipciaca se nos dice que ésta
antes de convertirse pasaba todo su tiempo en «depuertos» bien
placenteros.
En el siglo XIII podemos decir que las escenas deportivas son ya
tan frecuentes en los textos literarios que no hay poema importante
donde no se contengan: el juego de la pelota en el de Apolonio, los
caballerescos en el de Alexandre, el ajedrez en el de Fernán González,
los juegos inocentes y populares en Berceo, etc. Claro que hemos de
decir que el concepto del deporte existente entonces era bien distinto
al de ahora y que entonces se aplicaba la palabra «deporte» o «juego»
tanto a realidades físico-corporales, como a otras que de ningún modo
en la actualidad tendríamos por tal: por ejemplo a las artes de los
juglares, por ejemplo al pasen matinal a pie o a cahallo, por ejemplo
a las conversaciones amistosas, por ejemplo al descanso deleitoso, por
ejemplo a las bromas y chanzas, por ejemplo a los placeres carnales.
Y tenemos también en este siglo el primer libro dedicado íntegramente
al tema del deporte, es el Libro del ajedrez o Libro de los juegos de
Alfonso X que marca toda una filosofía del deporte que se va a re-pctir,
casi invariablcmcnte, hasta el siglo XVIII.
Seguidores inmediatos del libro de Alfonso X, son en la centuria
siguiente: El Libro de la caza, de su sobrino el Infante Don Juan
Manuel; el Libro de la caza de las aves, de López de Ayala, y el Libro
de la montería, de Alfonso XI. A otro nivel, otro autor del siglo XIV,
Juan Ruiz cita a lo largo de su obra un sinfín de juegos y de deportes,
muchos de ellos con una significación connotativamente maliciosa afín
a sus propósitos literarios.
El siglo xv pondrá de moda aparte de los deportes más aristocrá-ticos
de siglos anteriores, otros como las justas, los torneos, los juegos
de toros, los juegos de cañas. Quién no recuerda los versos de Jorge
Manrique
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
En las Crónicas encontrará el deporte un lugar constante de mención
y de tratamiento, lo mismo que en los primeros Libros de caballerías
y hasta en el Curzciorzero de Buerru. Peru por eri~irria de ~urlvs hay un
libro eminentemente deportivo para este siglo, es el Vergel de los
príncipes, de Ruy Sánchez de Arévalo, precioso documento literario
prácticamente desconocido.
Los siglos de Oro nos ofrecen dos vertientes claramente diferen-ciadas
en el tratamiento literario del deporte. Por una parte la de los
libros íntegramente dedicados al tema, bien de una manera condena-toria
por los abusos a los que había llegado, bien recomendando su
práctica como fuente de energía y de alegría. Estos debieron ser tan-.
tos que al decir de un autor, Cristóbal Méndez, atiene uno más tra-
hajo si los qiiier~s ahw para aprendellos que para alcancar cualquier
ciencia». Por citar alguno de ellos baste nombrar los Diálogos, de
Luis Vives; Discurso sobre el Libro de la montería, de Argote de hlo-
!im; Did!ono-n-c de In mn~tgrin,d e R l r&o n ~ d~e S~t f i ;L i b n de !r! ce-treria
de las aves, de Luis de Zapata; Libro del ejercicio corporal y
de sus provechos, del citado Cristóbal Méndez; El remedio de los
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de Alcocer; Fiel desengaño contra la ociosidad y los juegos, de Luque
Fajardo; Tratado contra los juegos públicos, del Padre Mariana; Dias
gcr~iui'o~y iúúic-vb, de ñudríguc~S dru; El iiúru úc iu gir~ciu,Ú G Dd-ñuelos
y de la Cerda; Los juegos olímpicos, de Salazar y Torres;
Farsa del famoso juego de la pelota, de Calderón; Viaje entretenido,
ue Rojas Viiiandrando, etc., etc. Por otra parte, la de aqueiios otros
libros, sin ser con exclusividad deportivos, en los que el fenómeno
deportivo y lúdico aparece con inusitada frecuencia. ¿Quién no re-cuerda
la escena de La Araucana en la que los americanos eligen a su
jefe para luchar contra los conquistadores españoles a través de una
competición deportiva? ¿Quién no recuerda las innumerables citas
de juegos y ejercicios pacíficos y saludables que Antonio de Guevara
introduce en su Menosprecio de corte y alabanza de aldea? ¿Quién
no ha reído al leer esa extraña tabla gimnástica que Don Quijote queda
haciendo en Sierra Morena, como penitencia remediadora, entre tan-to
Sancho lleva la embajada de amor a su señora Dulcinca:
«Y desnudándose con toda priesa los calzones, quedó en
carnes y en pañales, y luego, sin más ni más, dio dos za-pateta~
en el aire y dos tumbos de cabeza abajo y los pies
en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez,
volvió Sancho la rienda a Rocinante ... » (Quijote, 1, 25.")?
Porque no olvidemos que Don Quijote también fue deportista
(«gran madrugador y amigo de la caza)), nos dice Cervantes en el
primer capítulo, pero ocupación que dejó «cas de todo punto» por
la lectura enloquecedora de los libros de caballerías) y que a lo largo
de su historia convive y dialoga con verdaderos deportistas, por ejem-plo
don Diego de Miranda, por ejemplo los duques de Villahermosa.
El propio Cervantes, en el Persiles, hace una interpretación per-sonal
de los juegos olímpicos, de la misma forma que lo harán Ro-drigo
Caro en Días geniales y lúdicos, Salazar y Torres en juegos
Olímpicos o Góngora en las Soledades. Quevedo se burla de las ex-travagantes
fórmulas matemáticas de esgrima de Pacheco y Narváez
en El Buscón, Calderón habla de juego de la pelota en El alcalde de
Zalamea y lo mismo Gracián en El Crificón, y Lope de Vega nos re-lata
unas justas y torneos en Porfiar hasta morir y unos juegos de toros
en El caballero de Olmedo.
La literatura del Neoclasicismo poco nos brinda a este respecto en
comparación a los siglos anteriores. Quizás sólo merezcan citarse a
Nicolás Fernández de Moratín con su precioso poema Fiesta de foros
pn Mndrid y otro libro sobre el origen de la fiesta de los toros en
España y, sobre todos, a Jovellanos con una Memoria sobre los es-pectáculos
y diversiones públicas y su origen en España en la que se
queja del increible olvido y abandono en que han quedado todas aque-llas
fiestas y diversiones públicas del pasado y pide al Gobierno haga
una política eficaz de reconstrucción y dignificación de los espec-táculos.
En el siglo XIX, el deporte va a sufrir un verdadero cambio en
cuanto a su concepción, en su reglamentación y, como consecuencia,
en el tratamiento literario. El siglo XIX es el siglo del nacimiento del
deporte moderno, se crean las escuelas de gimnástica, se hace obliga-toria
la práctica de ejercicios físicos en escuelas y colegios, se hacen
leyes sobre la educación física y se restauran los Juegos Olímpicos.
El deporte se oficializa, se potencia, pero pierde en espontaneidad,
en contenido; de ser un fenómeno cultural pasa a ser un hecho donde
los intereses suelen ser ajenos e ir más allá, la mayoría de las veces,
al propio deporte. El deporte gana en eficacia pero pierde en recrea-ción
que es lo que siempre distinguió al deporte. ¿Y todo esto tiene
algo que ver y tiene alguna repercusión en la literatura? Pues sí y
grande. Los autores que escriben sobre el deporte son ya más téc-nicos
deportivos que literarios; el deporte se tecnifica y ya no todos
los literatos, por muy diestros que sean en el manejo de la lengua, se
atreven a hablar de algo sobre lo que no entienden del todo según
las cxigencias de la época y del tema. Aparecen, eso sí, referencias
deportivas, pero ya más como pretexto que como tema; así en La
Regenta, de Clarín, en donde don Víctor no deja de recomendar a su
mujer, Ana Ozores, la práctica de ejercicios y de gimnasia que la
librarán de tanta depresión; incluso él mismo es deportista teniendo
como mayor afición la caza en las marismas en compañía de su amigo
Frígilis. De igual forma, escritores como Perera, Gil y Carrasco, Pardo
Bazán, etc., nos dejarán en sus libros muchas muestras de deportes
y tradiciones lúdicas regionales. ¿Y de los autores románticos, en la
lírica y en el teatro? Menos aún; a no ser que queramos considerar
deportivas escenas tan poco higiénicas y edificantes como las de las
partidas de cartas que aparecen en El estudianfe de Salamanca o en
el D. luan Tenorio en tabernas bulliciosas y lóbregas.
Y llegamos al siglo xx. ¿Qué nos ofrece la literatura española de
un tema como el deporte? En principio muchos nombres: Unamuno,
Baroja, Ortega, Zunzunegui, Fernández Flórez, Jardiel Poncela, Camilo
Jnré C&, Frunrisrc ??ya!ü, A!de c~~D, elibcs, G6mez de !e Seme, Gc-rardo
Diego, Alberti, Jorge Guillén, Miguel Hernández, Dionisio Ri-druejo,
Manuel Alcántara, Celaya, García Nieto, Juan Goitisolo, Leo-poldo
de Luis, Federico Muelas ... Y algunos títulos significativob.
Un partido de pelota, El perfecto pescador de caña y Sobre el ajedrez,
de Unamuno; Chiripi (Historia bufo-sentimental de un jugador de
jooi-óuiij, de Zunzunegui; Ci sistema Feiegrin (ivoveia de un profe-sor
de cultura física) y Fútbol, de W. Fernández Flórez; Once cuentos
de fútbol, de Cela; Neutral córner, de Aldecoa; Doce cuerdas, de
Fernando Vadillo; Fiestas y Juegos de manos, de Juan Goitisolo; Hoy
es fiesta, de Buero Vallejo, etc., etc.
Es famoso el poema de Alberti titulado Palko, dedicado a un
guardameta que fue del Barcelona C. F. allá por los últimos años 20;
interesantes y graciosas las alusiones al mundo del deporte por parte
de Jardiel Poncela (recordemos aquello de «han confundido la mag-nesia
con la gimnasia» del final de El sexo débil ha hecho gimnasia);
fundamental la caza deportiva en el mundo novelesco de Miguel De-libes:
pero lo m& lúcido qiie SP ha eqrritn d ~ d1p pnrte d ~ s r ' eii níi perr-pectiva
literaria en el siglo xx -claro que con una intencionalidad
bien distinta al de una literatura sin condicionantes- se lo debemos
a Ortega.
Su concepción -la de Ortega- del deporte como fenómeno cul-tural,
como esfuerzo superfluo y libérrimo que se complace en sí
mismo y que ha movido cl hombre desde sus orígenes hasta la actua-lidad
en la conquista de estructuras sociales cada vez más complejas,
cada vez más perfectas, está en la línea de la tradición literaria espa-ííola
y conforme a los más modernos postulados sobre el hecho lúdico.
Pobre «deporte», pues, el que se toma por profesión y trabajo;
y pobres «deportistas» los que se mueven por intereses e instintos
ajenos aí propio deporte. Su actividad es muy otra a lo que en esen-cia
ha sido siempre el deporte. Y es que algo está cambiando en
nuestra sociedad; la realidad ha superado una vez más a la lengua,
porque o la palabra «deporte» no abarca ya a todas las manifestacio-nes
que siempre se llamaban deportivas o muchas de éstas no corres-ponden
a lo que en español ha sido siempre «deporte».
Porque ¿cómo se explica hoy lo que dice Huizinga?: «El juego
es más viejo que la cultura, pues, por mucho que estrechemos el con-cepto
de éste, supone siempre una sociedad humana, v los animales
no han esperado a que el hombre les enseñe a jugar. Con toda segu-
ridad podemos decir que la civilización humana no ha añadido nin-guna
característica esencial al concepto juego».
Una cosa es, pues, el deporte actual (una parte del deporte ac-tual)
profesionalizado, especializado al máximo, convertido en indus-tria
que se comercializa, actividad preferente de una sociedad de con-sumo,
que dirán unos, procedimiento alienatorio del hombre mane-jado
con intención política, que dirán otros, actividad, en suma, pro-pia
para las crónicas periodísticas de actualidad, reflejo de un acon-tecer
momentáneo; y otra cosa bien distinta es el deporte de siem-pre,
la actividad «felicitaria» - q u e decía Ortega- que el hombre
toma como medio de liberación de su trabajo cotidiano «por dar ale-gría
al ánimo» -como decía Alfonso X-. De este segundo Deporte
(con mayúscula) no se ha desentendido IR literatura, la buena litera-tura,
ni lo hará nunca. Y por lo que respecta a la nuestra puede afir-marse
que una antología de la literatura española no sería completa
si en ella no se incluyesen libros o páginas de tema deportivo; o, de
otra forma, la historia del deporte a través de la literatura española nos
revelará los nombres de los autores más famosos y que mayor gloria
han dado a nuestras letras.