La aventura del CAAM
En un mundo del arte en el que el Occidente comenzaba a morderse la cola, en el que el Centro
proponía al resto del mundo -al que aún se tiene la costumbre de llamar la «periferia»-
un modelo único para vivir y crear, a falta de sólo una década para el próximo milenio, la
aventura del CAAM llegó como un salvavidas. Con una generosidad y una humildad de que suelen
carecer este tipo de instituciones, el Centro Atlántico de Arte Moderno aportaba el concepto de tri-continentalidad.
En una época en que se quería considerar el mundo como una aldea universal dedicada
a la economía de mercado, en que, con una arrogancia que abarca todo el siglo, los ricos son cada
vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, en que la ley del más fuerte se ha convertido en la
única regla, las Canarias proponían una alternativa de fraternidad y universalidad en el sentido primario
del término. No una universalidad que englobase al mundo en un mismo molde insípido y he-gemónico,
sino una universalidad en el sentido en el que la describía Césaire: la suma de todos los
particularismos.
Pues, anclados en el suelo canario, entre la tierra y el mar, con la mirada puesta en el horizonte
inmutable donde tantos de ellos han desaparecido en busca de nuevas tierras y aventuras, los promotores
de este museo tan especial no olvidaron que las raíces necesitan un gran espacio para desarrollarse.
Las raíces están hechas para sostener árboles que a su vez sostendrán ramas portadoras de hojas.
Estas hojas acompañan a los frutos que habrán de dispersarse por todos los rincones de la tierra.
En efecto, ¿qué es la tricontinentalidad, sino la afirmación lúcida de un mundo abierto cuyas fronteras
no se detienen ante nuestras puertas ciegas? ¿Qué es la tricontinentalidad, sino el reconocimiento
del Otro, la reivindicación de la otredad como elemento constitutivo de nuestra propia humanidad?
Semejante audacia, semejante decisión, implica unos riesgos, y esos riesgos han sido asumidos. Alejado
de los caminos trillados del arte convencional, el CAAM ha ido a África, a América, a las Antillas, a
las islas del océano índico, para describirnos otro mundo, para devolvernos el sabor de esa lejanía que
no es más que un espejo de nosotros mismos.
Porque el CAAM es un laboratorio. Lo que propone al mundo no se ha visto en ninguna parte
antes de ser revelado a un público más grande. Es el lugar donde los conceptos toman cuerpo. ¿Qué
más da que no sepamos exactamente dónde desembocarán estas experiencias? Saber no sirve de nada
si no se puede sentir. El CAAM -su historia lo atestigua- rara vez se equivoca. Y ello se debe a Martín
Chirino, un artista en el mundo. Con el respeto debido a las administraciones y a su trabajo, parece
obvio que semejante locura visionaria, semejante sueño universalista, sólo podía proceder de un
artista. Una década se acaba. Sólo podemos esperar, en este aniversario, que esta aventura en la que
desde hace años tengo el privilegio de participar sobreviva durante muchas décadas.
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S I M Ó N NJAMI
DIRECTOR, COFUNDADOR Y REDACTOR JEFE DE REVUE NOIRE
ITi
n an art a single
adventure of the CAAM's arrival was
of tricontinentality. During an era in
dedicated to the market economy, in
of the fittest
the world into the same
Césaire's sense: the sum of all particularisms
So, anchored on Cañarles
the immutable horizon where so many
lands and adventures, the promoters
need a lot of room to grow. Roots are
branches that carry the leaves
own
África, to the Americas, to
another world, to give back to us
of ourselves.
Because
anywhere else before it is
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form. What does it matter that we do not know exactly where thes:eP PeVxpDepnreipnncceess will lead?
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