EL LIBRO DE HIERRO
FRANCISCO CARPIÓ
"Par toi je changc Vor en fer"
(Por tí cambio el oro en hierro)
Charles Baudelaire. Las flores del mal.
Según cuenta Mircea Eliade en su
libro Mitos, Sueños y Misterios, en
los "tiempos viejos" el herrero-chamán
tocaba el fuego con la
lengua y tomaba el hierro al rojo
vivo entre sus manos.
El devenir de la Historia
nos ha descargado a nosotros,
simples mortales, de demostraciones
de ese tipo, tan míticas y hermosas como sobrehumanas.
¿Pero quién podrá impedirnos pensar que, en lo más
oculto de nuestra memoria colectiva, el testigo de hierro -hierro
forjado- de ese herrero-chamán no haya sido recogido por
el escultor? En una mano ese testigo, en la otra, el martillo, y la
fragua como Diosa-Madre de fuego.
VIEJOS SIGNOS. NUEVOS HORIZONTES
Martín Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925) es un escultor.
Es pues un descendiente directo de esa vieja estirpe, de
ese linaje mítico de un "tiempo viejo" de hierro y fuego. Convengamos
en esto.
Es, por otra parte, un escultor que no suele prodigarse
con demasiada frecuencia en exposiciones. Tras su antológica
de mayo de 1991 en el Palacio de Velázquez, la muestra presentada
en la Galería Marlborough de Madrid, en noviembre
del pasado año, supuso una nueva oportunidad de volver a
contemplar una serie de obras recientes que ahondan y continúan
un discurso formal empezado ya en los años 50.
Esta poética del silencio, silencio expositivo, ha sido un
claro síntoma de su peculiar ritmo, de su peculiar visión del arte,
de la búsqueda de un discurso propio que no precisa ni anhela
el vértigo de las prisas, la compulsión de exhibir, tan presente
en otros creadores, incluso de su misma generación.
Martín Chirino en el taller. Cortesía Galería Marlborough, Madrid
Tampoco hay que olvidar
entre los motivos de esta
ausencia su entrega a la tarea
de gestor cultural. Entre
1983 y 1990 presidió el Círculo
de Bellas Artes de Madrid,
y desde su creación en
1989 es director del Centro
Atlántico de Arte Moderno
de Las Palmas.
Precisamente esta labor
en la gestión cultural le
supondrá un conocimiento
de primerísima mano, casi una visión entre candilejas, de todo
lo que ha venido sucediendo en el arte de nuestro momento,
aunque sin influir con exceso en su propia obra, que se mantendrá
conectada al trabajo -en el más puro y físico sentido del
término-, a la materia, al hierro forjado. Como buen amante le
seguirá siendo fiel a lo largo de los años.
Estas once nuevas piezas serán, en sus propias palabras,
"últimas producciones, una reflexión sobre lo hecho durante
toda mi vida". Recapitulación y pervivencia, "solve et coagula",
sueños y forma recurrentes con las que Chirino ha escrito en el
espacio una de las grafías más coherentes y personales de la escultura
española de nuestro siglo.
Más allá de la absurda -por desfasada- dicotomía entre
arte abstracto y figurativo, se observa en algunas de estas últimas
obras un referente antropomórfico, una recuperación del
hombre, de lo humano en cuanto a realidad física, a presencia
tangible y corpórea. Estoy pensando en obras como El poeta
sueña. La Morateña o las dos Canarias 2000. El sueño, donde lo
humano no es sólo espíritu, conciencia, sino que también es
cuerpo, atributos físicos. La única certeza que, todavía, nos
queda. Materia del alma o cuerpo, las dos caras del hombre;
como ese cuerpo, cantado por Ezra Pound, "fatto di pietra, di
legno, di ferro..."
Citábamos los títulos de algunas de estas obras recientes
y, realmente, esos títulos hablan de una forma elocuente. El
Poeta sueña. Crónica del siglo XX: sueño de hierro, curvada ges-Ó
CENI90 AIIANIICO OE A6IE MODERNO
Martín Chirino, Lectura del viento. Homenaje a Marinetti, 1998. Hierro forjado, 142 x 44,5 x 39 cm. Cortesía Galería Marlborough, Madrid.
tación del verso, canto forjado en el cerebro mineral del poeta.
Es el Dante, es Homero, es Rimbaud. Poco importa, el Poeta
sueña. El poema es metal retorcido. La forja también es sueño.
Los versos también se pueden escribir con hierro y fuego.
Otras obras de la exposición son criaturas hermanadas
con sus espirales y sus vientos, con sus aeróvoros y sus afroca-nes.
En definitiva, criaturas hijas de una misma mano de metal
y de aire: Lectura del Viento (Homenaje a Marinetti), Valgran-de,
Aeróvoro de la espiral... Síntesis y compendio de sus viejos
signos con nuevos acentos.
Y nuevos son los horizontes que se despliegan en una
obra, seguramente la mejor de esta muestra, Alfaguara, monumental
e íntima (si ambas cosas son posibles a un tiempo). Alfaguara,
tótem-chimenea que escupe volutas y arabescos de
humo de hierro. Es un vuelo de libélula metálica. Son las trenzas
caprichosas de una niña-gigante, niña pelirroja del País del
Hierro. El sabor, en suma, de que una nueva página se está escribiendo.
En ese libro de hierro hay otras páginas ya escritas, forjadas,
otros versos. La imagen es ésta: el artista, vale decir el
hombre, apaga las luces del taller; los rojos ojos de las chispas
se cierran; la ñ^agua dormita; el martillo descansa su sueño metálico
junto al yunque. Por las ventanas del estudio cae el atardecer,
como un telón barroco, sobre el valle del Tajuña.
Hay tres hojas marcadas en el libro de hierro. Al buscar
las páginas retumba un sonido como los golpes del mazo en la
fragua. Mljsica forjada.
PRIMERA PÁGINA: AFROCÁN
Con este nombre, que da título a una de las series más emblemáticas
de Chirino, y más que nombre, grito ancestral, silbo
que fuese de isla a continente, se materializa la presencia y la
pervivencia en su obra de lo aborigen canario y de África. Ambos
aspectos se interrelacionan y complementan, crean una
suerte de continuum en el que -una vez más la espiral- el principio/
fin de uno parece confundirse con el fin/principio del
otro.
La serie de las Reinas Negras (1953) representa su primera
mirada como artista al continente africano. En estas piezas.
al igual que posteriormente en Afrocán, late -como el tam-tam
de la selva- el sonido y el acento de las costas de África. Pero, a
diferencia de otros artistas occidentales, desde Picasso a Matisse,
igualmente atraídos por el agridulce sabor de lo primitivo,
en el caso de Chirino la suya es una mirada de ida y vuelta; no
es la visión de quien mira a África desde el confortable euro-centrismo
de Occidente, sino que el particular enclave de su
origen le permite también lanzar su creatividad desde África al
mundo occidental.
Y algunos nexos de primera mano: por imposición paterna
-su padre era jefe de talleres de unos astilleros en Las Palmas-
se tendrá que relacionar con tareas propias de los armadores:
utillaje, mecánica y abastecimiento de barcos que generalmente
faenaban en las costas africanas, desde Marruecos
hasta Guinea Ecuatorial, lo que le dará un amplio conocimiento
y visión de África.
Y junto a África, realmente junto a África, la estratégica
situación geográfica de las Islas Canarias, dotando a sus artistas
-deberíamos decir también al carácter y la mentalidad de
sus habitantes- de indudables peculiaridades y características
propias.
Como buen insular, los elementos primordiales: el aire,
el agua, la tierra y el fuego, es decir, los materiales generadores
de sus islas, de sus raíces, adquieren un papel significativo en la
obra de Martín Chirino. Son elementos primigenios, el material
simple y plural del que están hechas la mayoría de sus esculturas,
la mayoría de las islas. Por ello, son fuertes y delicadas,
primarias y densas, como lo pueden ser el fuego, o el aire,
o una isla sobre el agua.
Largas y juveniles horas pasadas en el Museo Canario de
Las Palmas, junto a su amigo el pintor Manolo Millares con
quien compartirá la aventura del grupo El Paso, irán gestando
su interés por las artes y la cultura prehispánicas. Será en la
contemplación de los petroglifos espiraliformes, en los dibujos
sobre la piedra de lava de sus islas, en las pintaderas canarias,
donde se asienten las bases de su propia identidad de artista.
Nada mejor para un hombre que dejar al corazón hablar
junto a un amigo. Y, junto al amigo, saber oír, querer oír, lo
que el corazón nos dice. Interminables paseos y charlas desde
el viejo barrio de Vegueta a la playa de las Canteras. Y a cada
paso una mayor certeza en la consciencia de ser canario, insular,
unida a una presencia ancestral de lo africano, continental.
Lazos históricos, y hasta míticos y totémicos, enraizados en un
torbellino, en una espiral. Su espiral.
En un tiempo como el nuestro, multiétnico y plural, en el
que resulta práctica común buscar la propia identidad, las raí-
Martín Chirino, Valgrande (Paisaje), 1998. Hierro forjado, 110 x 16,5 x 48 cm. Cortesía Galería Marlborough, Madrid.
-Sf
ees, a través de lenguajes locales, "minúsculos" diríamos, Chi-rino
ha pretendido conciliar el diálogo entre el vocabulario
formal y cultural que él detenta como heredero de la modernidad
y de la tradición occidental, y las inmensas posibilidades
plásticas de sus ancestros canarios y del crisol africano.
Afrocán. Pasado y presente, tradición y futuro. En realidad,
dos palabras, una, para un mismo lenguaje.
SEGUNDA PÁGINA:
LA ESPIRAL. LABERINTO Y SERPIENTE
Una característica constante en el Arte, especialmente en las
culturas primitivas, ha sido la de cimentar su experiencia creadora
en un breve repertorio de formas y signos esenciales. Chi-rino
ha tenido la capacidad de enseñar el sentido universal y
permanente de algunos de ellos.
"Un día supe", dirá, "que el viento se movía en espiral y
que el germen de la vida está en una pequeña semilla que también
se desarrolla en espiral".
Tratando de crear una serie de símbolos que cosifíquen el
mundo moderno, recurre a un signo plástico que, desde principios
de los años 50, repetirá como una constante, casi como
una obsesión: la espiral. La espiral canaria, la huella dactilar petrificada
en lava del aborigen guanche.
Es el encuentro -casi deberíamos decir el reencuentro-con
algo totémico de su tierra y de sus ancestros. Problemática
cultural, milenaria y mágica.
Este símbolo que nos resulta tan complejo y sencillo, tan
familiar es, al mismo tiempo, una de las formas más extrañas
que el hombre haya podido plasmar sin ser capaz de aprehender
nunca del todo su esencia, su significado.
Símbolo primigenio y ancestral, extrema simplificación
del laberinto, hermano del meandro, de la serpiente, del círculo.
Puede representar en su riqueza simbólica mil posibles caminos:
el infinito en el espacio y la eternidad en el tiempo; el
principio de la vida, la germinación, el sexo y el crecimiento; los
animales lunares, el agua y el torbellino del viento... Rumania,
Bretaña, Julán, Balos... diferentes paisajes para un mismo signo.
Vértigo laberíntico de las espirales, que celebran la curvatura
-a golpes- de la materia: lo diictil enfrentado a la dureza.
Sumidero de hierro. Agujero negro devorador de espacio y
movimiento. Barroquización, tan presente en la obra del escultor
canario, y puesta en escena forjada, verdadera liturgia metálica
de esa alegoría que es la espiral como viento.
Martín Chirino, Cunarías 2000. El sueno !, 1998. Hierro forjado, 44,5 x 98 x 49 cm. Cortesía Galería Marlborough, Madrid.
Martín Chirino, Aeróvoro de la espiral, 1998. Hierro forjado, 305 x 27,5 x 4,5 cm. Cortesía Galería Marlborough, Madrid.
Viento atlántico que sopla siempre en espiral. Sus vientos
de Canarias atrapados en círculos concéntricos. Ondas expandiéndose
por las aguas de metal.
Y de ahí a las alas desplegadas del hierro: los Aeróvoros, tal
vez la plasmación metálica de las gaviotas que veía en las playas
de su infancia, como un consumación de la espiral al expandirse.
Aves metálicas, leves y pesadas. ¿Es posible imaginar
el suplicio del hierro para convertirse en ave y remontar el vuelo?
Espiral, tortura del metal a golpe de mazo, impidiendo su
salida, retorciéndolo como el pie deforme de una princesa asiática.
Aeróvoro, escape, liberación; como una línea de hierro,
rebelde y curiosa, que se negara a aceptar el eterno run-run de
su prisión circular.
"Creo que sólo he hecho una escuhura en mi vida", sus
propias palabras abren y cierran esa curva eterna. "Cuando la
espiral se abre crea un Aeróvoro, las Reinas Negras la necesitan,
las Raíces son ella misma, incluso las Mediterráneas necesitan
de su referente. Por eso creo que esta escuhura es siempre lo
mismo".
Signo, símbolo o alegoría, viento o remolino. Huella dactilar
impresa, a fuego, en el hierro de su escultura.
TERCERA PÁGINA: MEMORIA FORJADA
Si, como decía Rilke, la infancia es la única patria del hombre,
en el caso de Chirino su infancia será además un hogar de hierro
y metal sobre el que construir la piedra angular de su obra.
Al nacer en el seno de una familia vinculada durante generaciones
a los trabajos de la mar, se arrullará prácticamente
con el olor del metal, con la canción de cuna de los martillazos
sobre el yunque.
Su amigo el poeta canario Padorno ha evocado en un
poema, El sol de las Canteras, ese primer contacto del escultor
con el metal en el astillero donde trabajaba su padre.
Todo ese mundo, algo caótico, donde se funden en una
barabúnda las maderas, los esqueletos de hierro del desguace
de los barcos, las herramientas (¿ya intuidas como poéticas e
inútiles?), la grasa y el fuego, habrá de excitar su sensibilidad
infantil, marcando desde el principio una predilección por el
hierro como material plástico, e incluso poético, material del
que estarán hechos los sueños de su obra, moldeando a golpes
la memoria forjada de la infancia.
"... Caminar por aquel mundo lleno de artificio y artilu-
gios era fabuloso porque realmente fue conformando mi mirada...
Para mí fue importantísimo, yo creo que eso hizo de mí el
artesano que soy. Utilizar herramientas, el fuego, el hierro... todo
eso era tan posible porque era consustancial a mí, con lo
que crecí...". Palabras del propio artista. Evocaciones de una
infancia, de una patria fraguada.
Sí, Lo que de primitivo y misterioso alienta en sus piezas
tiene, indudablemente, una deuda con este material. El escultor
como demiurgo, como señor del fuego y los metales, heredero
de una estirpe de herreros y alquimistas, detentador de un
lenguaje de palabras minerales, escritas a golpes de martillo.
Con un fondo de martinetes el metal canta y gime, se retuerce
y se entrega. El gesto físico, el esfuerzo del artesano en la forja,
sus gotas de sudor, el dibujo de los músculos bajo la ropa de
trabajo, son también -¿por qué no?- las otras palabras de ese
mismo idioma.
La dificultad del hierro para trabajarlo - n o hay rendición
amorosa sin esfuerzo, sin sacrificio- potencian el carácter arte-sanal
de su obra. Y en ese primer acercamiento al material
ocupa un lugar destacado el dibujo. Es la primera toma de contacto
con el medio, con el concepto, con la idea antes de hacerla
metálica, de infundirle cuerpo. Del papel al aire, con el
fuego y el yunque como testigos.
El dinamismo, la tensión, el sentido lineal de su escultura
la asemejan a un dibujo metálico en el epacio. Trazos de hierro;
perfiles recorriendo mil caminos en el aire; contornos, garabatos,
tirabuzones. Esculturas-Dibujo de luz metálica. La
maestría técnica en la que confluyen el artista y el herrero, el
creador y el artesano.
Convertir el hierro en metáfora y la memoria en una espiral
forjada. La patria -que es una roca- recuperada con fuego,
metal y recuerdos.
Con el uso del hierro y de la forja recobrará una tradición
de honda raigambre hispánica, plena de austeridad y de fuerza,
presente tanto en los magníficos trabajos de rejería de nuestras
catedrales como en la dicción, más moderna y personal, de artistas
como Julio González, uno de sus maestros reconocidos.
Será el propio Julio González quien reclame el valor y el
protagonismo de este material para la escultura moderna: "...
Es hora ya de que el hierro deje de ser mortífero y simple instrumento
de una ciencia demasiado mecánica. La puerta se
abre hoy de par en par a esta materia para ¡por fin! ser forjada
y repujada por las manos pacíficas de los artistas".
Material de guerra o de paz, reja de arado o espada, cáliz
o prisión, Chirino adoptará el lenguaje del hierro para edificar
una obra en la que sus formas afiladas, sus torceduras, el torbellino
de sus curvas y espirales, emanan de un profundo conocimiento
de la herrería y de la forja, y de un tierno y dúctil
amor a ese material.
Juguetes y aperos de un moderno Vulcano.
Martín Chiriiiü, Alfaguara, 1997. Hierro forjado, 210 x 325 x 415 cm.
Cortesía Galería Marlborough, Madrid.