TERniTORIOS
Cita a ciegas en el vestíbulo del
"Hotel Nada"
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LUIS FRANCISCO PÉREZ
"Sentimos en la lejanía de nuestro cuerpo los imanes de un curso
remoto".
José Lezama Lima
Ya sabemos que tocio acto de supervivencia va unido a una reconsideración
en términos de "heroicidad expresiva", llamémoslo
así, de la realidad inmediata, e igualmente a una re-visión
de determinados planteamientos vitales y afectivos a partir
de la puesta en escena de éstos en tanto que "límites" dotados
de una funcionalidad de diferente valor y talante al de su
función primitiva. Ante la nueva situación planteada por la
violencia gestual de su irrupción formal (ya que cualquier demostración
de carácter y voluntad vivificante es, por encima y
más allá de las miserias humanas que la provocan, un hecho artístico
en primera instancia: expresión, gesto y forma), el acto
de supervivencia ya no es tanto la valencia sígnica que separa y
define como la señal y el indicio de que aquí {locus del arte -y
del amor- por excelencia: posesión del objeto artístico -o del
ser amado- por el ansia de una mirada egoísta que olvida la dimensión
estructurada del tiempo) comienza un nuevo territorio
inexplorado. Ciñéndonos más en concreto al universo artístico/
estético, la radicalidad que atraviesa todo acto de supervivencia
implica igualmente la posibilidad de dotar a la superficie
interiorizada por donde circula nuestro pensamiento y acción
de una fuerza joven que renueve en ella sus atributos más
innovadores, fantásticos y transgresores. Para la voluntad especulativa
de la psicología creativa, obsesionada en la consecución
y conquista de una forma única, ya no le sirve el tapis rou-lant
que, con anterioridad, le transportaba a través de un empirismo
legalizador y autosatisfecho. Con la despiadada irrupción
en su conciencia creativa del acto de supervivencia el sujeto
creador se arroga el derecho (por voluntad imperiosa e incontrolable)
de ser pura movilidad deshumanizada (el mejor
arte es siempre un acto de dioses) en la conquista de una inalcanzable
tierra firme. En realidad, lo que en definitiva pretende
la heroicidad de todo acto de supervivencia (y aquí nos referimos
a una totalidad universalista de dimensión ontológica)
sería el engarzar en ese continuum que forman nuestro actos vitales
un cortocircuito semántico que fuera susceptible de proyectar
a otro espacio y otro tiempo toda aquella expresión pro-
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Yamandú Canosa. Hotel
Nada, 1992. Galería Rian Van Rijsbergen, Rotterdam. Detalle instalación. Foto Peter Cox.
funda que nos diferencia a partir de la asunción irrevocable en
nuestras vidas y en nuestros actos de la salvación, por la brutalidad,
que genera cualquier acto de supervivencia.
Aproximadamente a partir de 1988 la obra de Yamandú
Canosa se autoconvulsiona a partir de su propia lógica expresiva
con un acto de supervivencia que perfectamente podemos
situarlo en el tiempo con la exposición que realizó el año apuntado
en la galería Benet Costa de Barcelona. Dicha muestra fue
el inicio de un grupo de series que culminarían en 1991 con
Hotel Nada, realizada en la misma galería citada, a la cual seguirían
en el tiempo los corpus de obras que formaban las series
La mirada rampante (Museo Blanes de Montevideo), la
Suite Dispersa y las Quince visitas comentadas.
Si con anterioridad a 1988 la obra de Yamandti Canosa
era posible leerla en términos de un ininterrumpido desplazamiento
circular por medio de una laberintización lírico-expresiva
de la figura, la cual era sometida a una continua agresión
en sus atributos formales a través de compulsivos ejercicios de
carácter y voluntad geometrizante, y donde la utilización del
color atin no era el intérprete o médium que posteriormente sería,
sino la realidad un tanto sofocada que acompañaba a la totalidad
de la escena, a partir de la fecha citada, insistimos, y
más en concreto desde la primera visión pública de Hotel Nada
tres años después, la obra de Yamandú Canosa se revuelve
sobre su propia base (cimientos éstos, conviene no olvidarlo,
muy bien ejercitados tomando como puntos de referencia au-
Yamandú Canosa. Hotel Nada/H 407, 1992. 142 x 23:5 cm. Acrílico .sobre tela.
gustos y preclaros ejemplos del main street de la Vanguardia, y
en absoluto por disposición mimética, bien al contrario: como
elevado magisterio desde el cual poder especular en la autonomía,
singularidad y diferencia), se gira sobre su propio hondón,
decimos, para reorientar esa misma raíz inalterable hacia
otras luces dadoras de una nueva profunda superficie.
Para la fenomenología clásica, la imagen es la nada del
objeto, no su propia realidad en negativo o su misma sustancia
desprovista de sombra y volumen, sino su inalterable y pura
"nada" automutilándose en la obsesiva búsqueda de una representación
última y definitiva. Es decir: imposible. En gran
medida, la obra de Y.C. de estos últimos años bien pudiéramos
pensar en ella como el titánico esfuerzo por reactivar la práctica
pictórica a partir de la asunción de la imagen en tanto que la
"nada del objeto", característica ésta también presente en la casi
totalidad de la obra de Polke, en el Salle más inspirado, o en
el último Stella, por poner algunos ejemplos notoriamente conocidos;
si bien las obras de todos ellos, formalmente hablando,
nada, o muy poco, poseen en común con la que en este momento
nos ocupa. Ahora bien, toda especulación pictórica, en
última instancia ¿no es en sí misma la lucha por la conquista de
esa "nada" en su iniciático viaje fundacional de ininterrumpido
alumbramiento de forma y gesto? ¿No habríamos de creer
que su milenaria insitencia, sin prácticamente ningún avance
técnico sustancial durante tan larga travesía, no tendría lugar
sin la existencia de esa "nada" que mantiene viva la querencia
de su práctica, como un espejismo adulador y desafiante? Posiblemente
no sería en exceso errado considerar que si la imagen
es "la nada del objeto" la consecución de toda forma expresiva
-figura: materialización de un pensamiento puro y real- no es
tanto la formalización estética de un deseo concreto como la
interesada conversión de esa "nada" que domina el horizonte
último en la sofisticada retórica de su eterna imposibilidad.
Dentro de la serie Hotel Nada existe una obra admirable
que, en gran medida, ejemplifica y resume de manera perfecta
lo que hasta ahora hemos intentado (posiblemente con desigual
fortuna) analizar del trabajo de Y.C. Nos estamos refiriendo
a la justamente célebre pintura del interior con sofá, y que se
encuentra reproducida en este artículo. Quien esto escribe no
ha sido nunca partidario de describir cualquier tipo de producción
artística en términos impresionistas, pero en la presente
ocasión lo consideramos oportuno para iniciar, posteriormente
y si somos capaces, un hipotético vuelo de mayor alzada.
Obra ésta de 1992 y de considerables dimensiones, en ella
quedan activadas y expuestas las características diferenciadoras
que marcaron la pintura de Y.C. a partir de esa fecha o un poco
anterior.
Antes de entrar a pormenorizar detalles, quisiera traer a
colación dos versos de Elliot que, creemos, nos sirven con especial
gracia para crear la apropiada atmósfera que pretendemos
describir. Dichos versos pertenecen al segundo de sus impresionantes
Cuatro Cuartetos, el titulado "East Coker". Nos
dice el poeta norteamericano: "Hay un tiempo para el anochecer
bajo la luz de las estrellas/un tiempo para el anochecer a la
luz de la lámpara". Como todo en el corpt/s poético de Elliot, la
Yamandú Canosa. Hotel Nada/H 413, 1992. 30 x 45 cm. Acrílico sobre tela.
Yamandú Canosa. Hotel Nada/H 403, 1992. 142 x 235 cm. Acrilico sobre tela.
aparente simplicidad es siempre una exquisita treta de respiro
interpretativo en medio del hermético y caudaloso río de su
pensamiento poético. Desde hace tres años la obra de Y.C. se
ha vuelto más reconocible en cuanto a su configuración formal
o, más correctamente expresado: figiiral, pero paradójicamente
(y aquí radica la inteligencia y grandeza de este auténtico
"acto de supervivencia" que define su último trabajo) dicha facilidad
interpretativa esconde un magma de enmarañada complejidad
conceptual. Vayamos ahora al cuadro del interior con
sofá. Una lectura o visión ingenua del mismo nos provocaría
una escuálida autointerpretación de sus atributos formales en
su simplicidad más manifiesta. ¿En verdad estamos tan seguros
de que solamente en él existe lo que vemos: un sofá, dos cactus,
una cortina..? De entrada, el sofá ha sido vaciado de su función
acomodaticia para resituarlo en una geografía pasional, pues
no olvidemos que la transgresión y manipulación geográfica y
cartográfica es uno de los puntos álgidos en la educación sentimental
de Y.C, y que se hace extensible a su obra como correlato
logístico. Dicha geografía pasional viene trazada a modo
de cortocircuito semántico y lingüístico donde el autor traza
un posible delta de costosa ramificación dominado por un
idiolecto con voluntad amatoria "ATADO", "VEN", "AMOR",
"DES", "TINO"... El interior doméstico deviene dimensión telúrica
de los sentimientos, en oposición a su obra anterior,
donde, como dice EUiot, Y.C. prefería el "anochecer bajo las estrellas".
La serie de papeles pintados que domina el fondo del
cuadro es el mejor ejemplo de la dramática imposibilidad no ya
de la pintura misma, sino de su resolución descriptiva e interpretativa
a partir de una lógica de diccionario, como si en cada
ocasión que contemplamos una obra fuera necesaria una nueva
ordenación sintáctica y morfológica de la primitiva lengua
adánica, correspondiéndose así el idiolecto de las palabras balbuceantes
con el imposible desciframiento del roto universo figurativo.
El color nunca ha sido en la obra de Y.C. elemento vital
en la estructuración formal y conceptual de la misma. El autor
mantiene la misma acidez y gravedad de siempre, y que servía
para crear una determinada atmósfera de seriedad y silencio,
pero con una importante novedad: el color se ha agolpado
en natural correspondiencia con la mayor densidad volumétrica
que domina su pintura última, y más en concreto Y.C. ha
optado por variar la intensidad del foco de luz. Ya no es tanto
la luz física de bóveda celeste de antaño, ahora el autor prefiere
la luz psicológica de un interior desde donde soñar y viajar,
el tenue resplandor que exige "el tiempo para el anochecer a la
luz de la lámpara".
No estamos seguros de haber conseguido el propósito
que nos marcamos al inicio de este texto, intentar analizar la
obra de Y.C, pero para finalizar sí me parece importante señalar
que para nuestro artista el conjunto de estas obras, o cada
obra de este conjunto aquí reproducido, proviene de una apreciación
visual dentro de la geografía pasional por él transitada,
pero apreciación, que si bien surge de una realidad concreta,
acaba en una realidad inclasificable gracias a que un latigazo
óptico abstrae de una "figura con imagen" otra "imagen sin figura".
Sofisticada e inteligente venganza, quizás, de una forma
de entender la pintura sobre la que ha dominado la escena internacional
durante la pasada década, aquella que ha querido
ser guerra, y ha acabado en burda copia de batalla de salón.
E incluso podríamos hablar de otro tipo de venganza: la que ridiculiza
toda la falsa grandeza de un pathos generador de citas,
códigos y mensajes, en beneficio de un pathos ambiental, silencioso
deconstructor de signos, que sin recurrir a la violencia de
una gestualidad de amplificada retórica, posee el coraje de fabricar
otro sentido y otra realidad. En definitiva, un "acto de
supervivencia" que nos responsabiliza con lo transitorio y nos
justifica frente a la muerte.