[UVAS
FERNANDO CASTRO
La obra que el escultor Antonio del Castillo presenta
en la Sala del Ateneo de La Laguna es una reflexión
sobre el tiempo; el título de la misma, Hoy, expresa esa
temporalidad fijada en fechas, en momentos singulares
que dividen el curso de la existencia: "Hoy se abre la
exposición Hoy" —podemos decir, y la redundancia
estaría justificada.
Cada plancha de acero tiene una fecha grabada. Son
efemérides. Veamos lo que el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua dice sobre esta palabra: "Efe-méride.
f. pl. Acontecimiento notable que se recuerda
en cualquier aniversario del mismo / Conmemoración de
dicho aniversario."
El contenido de la exposición Hoy se compone de un
conjunto de fechas que constituyen efemérides grabadas
sobre planchas de acero. En las siguientes acepciones:
1. Suponemos que estas fechas representan "acontecimientos
notables" en la vida del artista. 2. El acto de
grabar estas inscripciones cronológicas constituye una
"conmemoración". 3. Dicha conmemoración carece del
carácter periódico del aniversario; se produce en el
mismo instante en que la fecha es grabada, y no se
repite. 4. No tiene valor social; es decir, no puede ser
compartida.
La objetividad histórica de la efeméride estriba en su
universalidad: afecta a muchas personas y es un acontecimiento
memorable. Las efemérides de Antonio del
Castillo también son memorables, pero sólo para él.
Son fechas enigmáticas; el artista no nos dice por qué
son memorables, no hay explicación. Tal día sucedió
algo en su vida, y aunque lo sucedido pudo ser banal,
él quiso registrarlo. Sólo depende de él la definición de
un acontecimiento como efeméride subjetiva; no tiene
por qué haber consenso o acuerdo social.
Por otra parte, las efemérides objetivas también se
han vuelto enigmáticas para nosotros. En un mundo
desmemoriado, ¿quién recuerda más de media docena
de fechas que revistan importancia para su país o para
la humanidad? Si no compartimos el sentido de la
fecha resaltada, la efeméride objetiva es más gratuita
que la subjetiva que nos propone el artista; porque, al
menos, él si sabe lo que significa esa fecha grabada en
la plancha de acero.
Los escultores se consagraban en el pasado a representar
estas efemérides: el contenido de la representación
solía ser descriptivo o alegórico y en la base se
hacía grabar una inscripción con la fecha en números
romanos que fijaba en el tiempo aquello que se quería
conmemorar. Hoy son pocas las personas que saben
descifrar el contenido de las representaciones alegóricas,
así como los textos de las inscripciones grabadas en los
basamentos. La conmemoración se convierte en una
ruina indescifrable. Además, el signo aciago de la época
en que vivimos no nos brinda muchos acontecimientos
dignos de ser conmemorados.
Así pues, esta obra de Castillo no sólo es una propuesta
poética sobre la división del tiempo subjetivo.
Antonio del Castillo. Tarjeta Postal.
Wv
Antonio del Castillo. Instalación. 1993. Ateneo de La Laguna. Antonio del Castillo. Hoy 8 de diciembre. 1992. Plancha de acero y marco.
sino también una crítica sobre la pretendida objetividad
de las efemérides objetivas.
En lugar de la alegoría, Castillo sitúa la superficie
borrosa y uniforme de un espejo de acero, sobre el que
graba una fecha. La imagen ambigua de la persona que
se contempla en el espejo de acero contrasta con la nitidez
de la fecha grabada. Lo único objetivo es la fecha;
la imagen de la persona que se refleja es fantasmática,
evanescente; desaparecerá; en tanto que la fecha permanece.
Para leer la fecha hay que verse. La lectura es un
acto inequívoco —leo una fecha— y tautológico —una
fecha no es más que una fecha—; pero mi imagen no
es mi imagen. Yo no soy yo; en cambio, la fecha si es
la fecha. La realidad de la cronología que el artista establece
contrasta con la irrealidad de quien la contempla.
Es la venganza del artista contra el púbHco, y contra
la crítica. ¿Y si es el propio artista el que se contempla
ante el espejo...? Entonces se produce una escisión entre
el sujeto creador y su conciencia del tiempo.
Esta duración invocada es fetichista. He aquí el fetichismo
de la fecha, o la fecha como fetiche de una contemporaneidad
ansiosa de permanecer. La crisis del
sujeto, desdibujado ante el espejo, se revela ante la obje-tualidad
fetichista de la fecha que alude a un yo pretérito.
El yo solo se consolida como rememoración. El
tiempo se compone de acontecimientos rememorados
como inscripciones cronológicas.
La relación entre la fecha objetiva y la imagen distorsionada
del sujeto que se refleja en el espejo es una
relación dialéctica, pues el espejo no produciría esta distorsión
si en él no se hubiera grabado la fecha. La tro-quelación
de los números deforma la superficie y por
ello también deforma la imagen de quien se contempla
en esta. Así, la reducción cronológica del tiempo es lo
que origina el carácter ambiguo de la imagen que el
espejo refleja.
La visión cronológica del tiempo que propone Antonio
del Castillo es fragmentaria y atomista. Marcar las
fechas en un calendario nada tiene que ver con la historia,
si entendemos por historia la articulación razonada
de una serie de aconteciniientos. Aquí las fechas
representan acontecimientos aislados, y como no sabemos
cuáles son estos ni qué significan, es imposible
urdir con ellos ninguna interpretación o explicación
plausible. Por lo tanto, aquí nos encontramos con el
segundo nivel en el que se proyecta la crítica de Antonio
del Castillo: contra la interpretación; es decir, contra
la historia. No hay leyes históricas, no hay sentido,
y si existe no lo sabemos. La cronología que diseña
Antonio del Castillo en su exposición Hoy es aleatoria:
el tiempo se compone de instantes singulares. Su idea
del tiempo es atomista. No le interesa el movimiento.
La ontología en que esta obra se sustenta es la de Par-ménides:
el ser es; no la de Heráclito: no nos podemos
bañar dos veces en el mismo río. Está obsesionado con
la duración, con la permanencia.
En última instancia, ¿qué es el arte, sino el sueño
objetivado de la indestructibiUdad de un instante
vivido?