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H I S T O R I A 43 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER FROM CÁDIZ TO TENERIFE (1797): AS TOLD BY CAPTAIN RALPH W. MILLER Agustín Guimerá Ravina* Recibido: 4 de julio de 2012 Aceptado: 21 de septiembre de 2012 Resumen: El bloqueo británico de Cádiz y el ataque a Santa Cruz de Tenerife en 1797 constituyen he-chos bien conocidos. Sin embargo, queda mucho terreno por explorar, en relación a la naturaleza de la guerra durante la Revolución Fran-cesa y el Imperio Napoleónico. En estas páginas se analizan aquellas operaciones a través del extenso re-lato del capitán Ralph Willet Miller, comandante del buque insignia de Nelson, Theseus. En su narración se comprueba la complejidad inheren-te a un bloqueo naval y una opera-ción anfibia de aquella época, así como los postulados de la guerra de aniquilación. Palabras clave: Cádiz, Tenerife, 1797, Ralph W. Miller, Guerra Na-val, bombardeo, operaciones anfi-bias. * Investigador científico del Consejo Superior de Investigaciones Cientí-ficas (CSIC). Instituto de Historia. CCHC. (Despacho 2B19). C/ Albasanz, 26- 28. 28017 Madrid. España. Teléfono: +34 91 602 24 70; correo electrónico: agustin.guimera@cchs.csic.es Abstract: The British Blockade of Cádiz and the attack on Santa Cruz de Tenerife are well-known events in history. However, there is still much to be learnt with respect to the nature of the warfare during the French Revolution and the Napoleonic Wars. Here we analyse some of the operations as narrated by Captain Ralph Willet Miller, the Commander in Chief of Nelson’s flagship, Theseus. The story told reveals the complications of the military manoeuvres At SEA involved in a Blockade in those ti-mes together with the basic postulates upon which a war of annihilation was waged. Keywords: Cádiz, Tenerife, Captain Ralph W. Miller, war at sea, city bombard, anphibious operations. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 44 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 2 El bloqueo británico de Cádiz y el ataque a Santa Cruz de Tenerife por el contralmirante Horacio Nelson (1758-1805) en 1797 constituyen hechos bien conocidos1. En relación a Tenerife, la publicación exhaustiva de toda la documentación existente sobre el combate me ha brindado la oportunidad de explorar distintos aspectos de aquel acontecimiento histórico: militares, sociales y culturales2. Además, me he interesado en el análisis del liderazgo naval de la época ilustrada y revolucionaria (1776-1815), en clave comparada. En este sentido, he impulsado –con algunos colegas de Gran Bretaña, Francia y España– un proyecto que adapte las modernas teorías del liderazgo al análisis comparado de aque-llos marinos europeos entre 1750 y 1850. Todos estamos conven-cidos que este ejercicio intelectual nos puede brindar algunas claves para comprender el papel del liderazgo actual3. A día de hoy estoy trabajando en un análisis comparado de las fuentes españolas y británicas sobre el bloqueo de Cádiz en 1797-17994. De hecho, queda mucho terreno por explorar en relación a la naturaleza de los conflictos bélicos durante la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico; es decir, durante la transi-ción de la denominada guerra de desgaste a la guerra de aniqui-lación. 1 Sobre Cádiz en 1797 CONTE Y LACAVE (1976); FERNÁNDEZ DURO (1972), t. VIII, pp. 138-143; MARTÍNEZ VALVERDE (1992); RODGER (2005); y WHITE (1998). Los estudios más destacables sobre Tenerife en 1797 son los clásicos de RUMEU DE ARMAS (1947), tomo III, pp. 773-792 y apéndices 1.115-1.166; y CIORANESCU (1977), pp. 69-40 y 194-219. Existen algunos trabajos recien-tes de interés como los de COLA BENÍTEZ y GARCÍA PULIDO (1999); GUIMERÁ RAVINA (1998); AA.VV. (1997a y b). 2 Las colecciones de fuentes sobre Tenerife en ONTORIA OQUILLAS, COLA BENÍTEZ y GARCÍA PULIDO (1997) y (2008); y AA.VV. (1997c). Sobre aspectos sociales y culturales, véase GUIMERÁ RAVINA en AA.VV. (1997c), pp. 119-145; y GUIMERÁ RAVINA (2001). Otras fuentes sobre el bloqueo británico de Cádiz son el «Extracto de los Diarios de la Mayoría General de la Armada del Océa-no, sobre lo ocurrido en la misma desde 1797 a 1802, formado por el Mayor General Escaño para su bierno», 1 de junio de 1802, en QUADRADO Y DE-ROO (1852), apéndice documental 8, pp. 85-130; y NICOLAS (1997), t. III, pp. 403- 408. 3 GUIMERÁ RAVINA (en prensa, a). 4 Véase un adelanto en GUIMERÁ RAVINA (2009). 45 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 3 La primera consiste en un conflicto limitado, convencional y racionalizado. Las conquistas territoriales o la rectificación de una determinada política exterior se conseguían mediante el agotamiento de los recursos del enemigo y su moral de comba-te, no su destrucción. Se primaba la maniobra al combate deci-sivo. Era una guerra de gabinete, donde una prolongación de las hostilidades era más importante que las rápidas campañas5. En cuanto a la guerra de aniquilación, durante la segunda mitad del siglo XVIII se había desarrollado en la práctica «la guerra absoluta» o «el absoluto de la guerra», como definiría Clausewitz años más tarde. Las guerras de la Revolución Fran-cesa y sus consecuencias aceleraron este proceso. Ahora, la de-fensa de los intereses nacionales británicos se plasmaba en una guerra moderna, donde los pueblos se movían por las pasiones. La «intención hostil» de un gobierno, según Clausewitz, se transformaba fácilmente en un «sentimiento hostil» del pueblo hacia el enemigo6. Con referencia a Nelson en Tenerife, ha predominado una perspectiva española de aquella victoria sobre la Royal Navy. Estimo necesario insistir en una dimensión más internacional del tema, explotando las fuentes británicas. Por último, nuestra visión histórica de estos acontecimientos suele estar mediatizada por los éxitos navales de Gran Bretaña, sobre todo en Trafalgar. Durante el período 1776-1815, las cosas no eran tan fáciles. El Reino Unido, pese a su superioridad en el mar, ya evidente en el siglo XVIII, tenía todavía por delante un duro camino para alcanzar la hegemonía marítima7. 5 SANTACRUZ DE MARCENADO (1984), en especial los libros I, II y XIII; son muy útiles las aportaciones a esta obra de M. DÍEZ ALEGRÍA, «La milicia en el siglo de las Luces» (pp. 15-31) y J.M. GARCÍA ESCUDERO, «Sobre el Dere-cho de la Guerra» (pp. 80-106). 6 CLAUSEWITZ (1976). Hay que distinguir la guerra de aniquilación de la llamada guerra total, que implicaba el empleo de todos los recursos materia-les y humanos de un país en el conflicto, la implicación completa de toda la nación, que se dio especialmente en las guerras del siglo XX en adelante. Véase introducción de Pierre Naville a K. von Clausewitz (1984), De la gue-rra, Barcelona. 7 Esa es la tesis de DUFFY (1992) y RODGER (2004). Véase, por ejemplo, una perspectiva diferente de Trafalgar en GUIMERÁ RAVINA (2008). AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 46 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 4 En estas páginas analizo las operaciones llevadas a cabo en Cádiz y Tenerife el año 1797, a través del capitán Ralph Willet Miller (c. 1760-1799), comandante del buque insignia de Nelson, Theseus, que escribió a su esposa una narración extensa y poco conocida sobre aquellos acontecimientos. Al ser de carácter pri-vado, su autor nos brinda una visión más sincera de lo ocurrido. La complejidad inherente a un bloqueo naval y una opera-ción anfibia de aquella época se trasluce en el relato, junto a la actitud ambivalente del marino británico, que se mueve entre la «guerra absoluta», el honor y el humanitarismo. Clausewitz re-sume muy bien el comportamiento de Miller, actitud que creo extensible a otros oficiales subordinados de Nelson. Miller fue un guerrero implacable, un oficial ingenioso que se adaptaba al azar del combate y un patriota que sometía sus impulsos violen-tos a la razón y la política. «La guerra es más que un verdadero camaleón… una trinidad paradójica, compuesta de la violencia primigenia, odio y ene-mistad, que deben ser miradas como una fuerza natural ciega; del juego de la oportunidad y la probabilidad, en donde el espí-ritu creativo es libre para vagar; y de elemento de subordinación, como un instrumento de la política, que la hace sujetarse sola-mente a la razón»8. 1. SEMBLANZA DEL CAPITÁN MILLER Fue una de las estrellas más brillantes de la escuadra del Mediterráneo, cuando estaba al mando de John Jervis (1735- 1823). Era muy apreciado por su jefe. Nacido en Nueva Ingla-terra hacia 1760, Miller había sido educado en la Academia Naval de Portsmouth, Reino Unido, antes de ir a la mar en 1778. Participó en varias acciones durante la guerra de Indepen-dencia de los Estados Unidos. En el transcurso de la guerra contra la Convención France-sa tomó parte en el sitio de Tolón (1793-1794). Allí el teniente Miller mostró su carácter resoluto e implacable, al ofrecerse voluntario para destruir el arsenal y la escuadra gala, cuando los 8 CLAUSEWITZ (1976), p. 89. 47 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 5 aliados se retiraban de la plaza marítima, teniendo un papel muy activo en esta operación. En 1794 estuvo en los sitios de Calvi y Bastia (Córcega), donde conoció al capitán Nelson, que le llevaba dos años. Fue el inicio de una relación profesional muy fructífera. El héroe de Trafalgar lo apreciaba mucho. Cuando en 1796 Nelson –ascen-dido a comodoro– tomó posesión de su navío insignia Captain, nombró a Miller su capitán. Con este buque lucharon en el com-bate del Cabo de San Vicente en febrero de 1796. En mayo de 1797, durante el bloqueo de Cádiz, Jervis enco-mendó a Nelson, que pronto sería contralmirante, el navío Theseus, de 74 cañones, un buque conflictivo, como veremos. Nelson trajo a Miller consigo. Miller tenía en ese momento 37 años y su jefe 39. Formando parte del Inshore Squadron –divi-sión costera– en este bloqueo gaditano, comandado por su líder, ambos tomaron parte en los famosos bombardeos de la plaza marítima el tres y cinco de julio. Tras la fracasada expedición a Santa Cruz de Tenerife y la recuperación de su herida, Nelson se encontró nuevamente con Miller y su navío en la campaña del Mediterráneo oriental, actuando juntos en el combate de Aboukir en agosto de 1798. Pero la carrera de Miller se truncó en el sitio de Acre (Siria), cuando en mayo de 1799, una bomba francesa, manipulada erróneamente, le causó la muerte, a los treinta y nueve años de edad. Nelson lideró una suscripción naval para levantar un monumento a su memoria en la catedral de san Pablo, en Lon-dres9. Miller era un marino entregado a su profesión, valiente, apa-sionado y dispuesto a los mayores sacrificios. Poseía una gran sensibilidad, pues fue un pintor notable. Véanse, por ejemplo, dos acuarelas suyas, de buena factura: una del puerto de Bastia (Córcega) en mayo de 1794 y un retrato de Nelson en julio de 1797, antes del ataque a Santa Cruz de Tenerife10. 9 Un resumen biográfico de Miller en HOWARTH (2004-2014); WHITE (1998), p. 90 y (2002), pp. 175-176. 10 El cuadro de Bastia por Miller en KNIGHT (2005), p. 428. El retrato de Nelson por Miller en WHITE (1998), p. 113. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 48 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 6 Debió cultivar la lectura, pues en su narración de Cádiz- Tenerife de 1797 incluye dos referencias literarias. En una de ellas cita al guerrero «Renaldo» y sus tropas en París, que debe de ser el cruzado Reinaldo de Châtillon (c. 1125-1187), un gue-rrero sin escrúpulos, que realizó muchas campañas y tropelías contra los musulmanes, llegando a ser príncipe de Antioquía y posteriormente señor de Transjordania, ambos títulos median-te matrimonio. Considerado por los cristianos como el azote de Saladino, fue ajusticiado por orden de este soberano. Tanto Miller como Reinaldo eran partidarios de una guerra de aniqui-lación del enemigo. La paradoja es que Miller encontró la muer-te en Siria, en aquellos lugares por los que había transitado su héroe11. La otra referencia es la descripción de una marcha noc-turna por Ludovico Ariosto (1474-1533), autor del poema épico Orlando furioso. Esta dimensión literaria se manifiesta también en sus narra-ciones de los combates de San Vicente, Aboukir, Cádiz y Tenerife. Eran vívidas, detalladas y escritas con franqueza, lo que contrastaba con los informes oficiales de otros protagonis-tas, demasiado formales y equilibrados, que buscaban la apro-bación de sus superiores12. Volveré sobre ello enseguida. A lo largo de la narración de Cádiz y Tenerife el carácter de Miller se nos muestra en toda su ambivalencia. Así, junto a su implacable espíritu guerrero, aparece su preocupación caballe-resca por el estado de ánimo de Betsy, la esposa del capitán Thomas Fremantle, comandante de la fragata Emerald. Ella fue 11 Miller pudo también haber conocido la figura literaria de «Rinaldo» en el poema épico Jerusalén libertada (1562), de Torcuato Tasso (1544-1595); o al personaje de la ópera Renaldo (1711), de G.F. Haendel (1685-1759). 12 La narración de Miller sobre el combate de San Vicente puede verse en WHITE (1998), apéndice 1, pp. 153-156. Su relato del combate de Aboukir en NICOLAS (1997), vol. VII, addenda. La narración de Miller sobre Cádiz y Tenerife se titula: «A Narrative of the Services of Capt. Richard Willet Miller of His Majesty’s Ship Theseus (written to his wife) in the bombardment of Cadiz, and in the glorious though unsuccessful attack on the Town of Santa Cruz in the island of Teneriffe, in the month of July, 1797». Fue publica-da por BUCKLAND (1999). El fragmento referente a Tenerife ha sido tam-bién publicado en ONTORIA OQUILLAS, COLA BENITEZ y GARCIA PULIDO (2008), pp. 131-147. 49 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 7 testigo del ataque a Santa Cruz de Tenerife, donde su marido fue herido de consideración. En su texto también hace referen-cia en tres ocasiones a su esposa Nancy, y dos veces a sus hijas. Otras dimensiones de su personalidad fueron la admiración por el valor del enemigo, el humanitarismo isleño y la cortesía del comandante general de Canarias Antonio Gutiérrez (1729-1799), así como su gran sentido del honor, inherente a un oficial. El humor británico aparece fugazmente en su narración, cuando recoge la anécdota ocurrida en la Mesa del Ramonal (Santa Cruz de Tenerife) en la mañana del 22 de julio, cuando en medio de aquel terreno abrupto, el sol abrasador, el agota-miento y el tormento de la sed, algunos subordinados se rieron de la adversidad: «In some instants Dollars were offered for drinks from a Canteen». Por último, en su relato brilla con luz propia una religiosi-dad sincera, vivida. Tras los dos combates nocturnos del 3 y 5 de julio en Cádiz Miller daba las gracias al Altísimo por haber vuelto sano y salvo. Incluso defendió la importancia de transmi-tir los valores religiosos a sus marineros de una forma sutil13. 2. UNA VALORACIÓN DEL TEXTO DE MILLER En efecto, la documentación británica sobre el ataque de Santa Cruz de Tenerife es exhaustiva. Se han recopilado hasta el presente veintiún documentos. La mitad posee un carácter oficial. Se trata de los informes de Nelson a Jervis, instruccio-nes y órdenes de Nelson al capitán Thomas Troubridge —oficial más antiguo de la tropa desembarcada en Santa Cruz—, men- 13 Así procedió Miller en el funeral de su remero jefe, muerto en la no-che del 5 de julio, en aguas de Cádiz. Allí alentó a sus compañeros de la lan-cha a despedirle con la frase ritual «God bless him», antes de enviar su cuer-po a las profundidades marinas. Añadía a continuación lo siguiente: «[…] the observations of some people gave me an opportunity of inculcating the necessity of Religion, morality and sobriety without seeming to intend it». Es posible que esta iniciativa fuese también una reacción contra el fermento revolucionario existente en la tripulación de su navío, Theseus, al tomar par-te en los motines de la flota británica en abril de ese año. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 50 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 8 saje de intimidación de Nelson al comandante general de Cana-rias, el informe de Troubridge a Nelson sobre la acción del 25 de julio, el diario del navío insignia Theseus, las cartas de cor-tesía intercambiadas de Nelson y el comandante general, y el informe de Jervis al Almirantazgo. Los restantes documentos poseen un carácter más personal. Las dos cartas privadas de Nelson a Jervis —de 27 de julio y 16 de agosto de 1797— respiran franqueza, depresión, sentimien-to de culpa y dolor por la pérdida de varios subordinados duran-te el ataque, y el deseo de escapar de una situación penosa, fí-sica y anímicamente. El diario de Betsy Fremantle, posee un gran valor socio-cultural, pero nos ofrece una visión de los acon-tecimientos desde la fragata Emerald, donde se encontraba alo-jada, lejos del frente. Las cartas y narraciones de otros militares, testigos del ataque, nos ofrecen información parcial de lo suce-dido, a veces sólo el eco de terceras personas, siendo en su ma-yoría de poca extensión: el guardiamarina William Hoste; el ofi-cial John McDougall; el oficial John McPherson; Josiah Nisbet, hijastro de Nelson; el capitán Thomas M. Waller y Oliver Davis, sirviente del capitán Miller. La narración de Miller sobre Cádiz y Tenerife es en cam-bio muy extensa: sesenta y cuatro páginas, en tamaño cuartilla, de las cuales dos terceras partes están dedicadas al asalto a Santa Cruz. En mi opinión, es una excelente combinación de crónica militar y retrato sociológico de su autor. Confirma mu-chas cosas que ya sabíamos por las otras fuentes, pero nos brin-da una visión de conjunto diferente, muy sincera, pragmática, con los pies en la tierra14. 3. CONTEXTO NAVAL BRITÁNICO (1797) Esta fecha fue un annus horribilis para Gran Bretaña y su marina de guerra. En 1796 se le habían acumulado los proble-mas. La situación estratégica en el Caribe se encontraba en un 14 Todas las fuentes británicas han sido publicadas por ONTORIA OQUILLAS, COLA BENITEZ y GARCIA PULIDO (1997), pp. 29-40 y 305- 353; y (2008), pp. 83-159. 51 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 9 punto de equilibrio, pero con grandes costes humanos: el único ejército expedicionario que disponía Gran Bretaña se estaba diezmando en aquella zona del mundo por la fiebre amarilla, la disentería y la malaria. En el Mar del Norte, la Royal Navy de-bía mantener bloqueada la flota holandesa. Francia, por su par-te, amenazaba el Reino Unido desde Dunquerque —con una flo-tilla de invasión— y Brest, de cuyo puerto salió en diciembre de ese año una expedición contra Irlanda. Aunque fracasó por los temporales y la incompetencia de sus mandos, la escuadra bri-tánica del Canal no pudo evitarla, debido a la mala coordina-ción entre sus jefes. En el Mediterráneo la situación se desintegró rápidamente en 1796. La marina británica perdió muchos puertos amigos, con las victorias de Bonaparte en el norte de Italia ese verano y la declaración de guerra por España en octubre. Córcega fue abandonada y su guarnición se trasladó a Elba, que también se perdería al año siguiente. A Jervis se le ordenó abandonar el Mediterráneo y usar Lisboa como base de su escuadra –com-puesta de 23 navíos de línea–, arribando a la capital portugue-sa en diciembre. Pero incluso la base lisboeta no estaba garan-tizada, pues el gobierno portugués estaba recibiendo fuertes presiones de Francia. Las cosas empeoraron en 1797. En febrero llegaron a Lon-dres noticias de un desembarco de mil quinientos aventureros franceses en Gales. Fue neutralizado rápidamente, pero provo-có un pánico en el público de la capital y, en consecuencia, una aguda crisis financiera, que amenazó la continuidad del apoyo oficial a la guerra. La victoria de Jervis sobre la escuadra española de José de Córdoba en el cabo de san Vicente ese mismo mes encendió el entusiasmo popular, pues la nación necesitaba desesperadamen-te un éxito militar15. Sin embargo, en la primavera Austria ini- 15 El 14 de febrero de 1797 Jervis —con una escuadra de 15 navíos, 6 de ellos de tres puentes— sorprendió, a la altura del cabo de San Vicente, a la escuadra del teniente general José de Córdoba, formada por 24 navíos —7 de ellos de tres puentes—, con fragatas y buques de transporte. El marino espa-ñol navegaba de forma descuidada y, para colmo de males, ordenó virar de-lante del enemigo. Jervis atacó una columna de 14 navíos, cortando su línea AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 52 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 10 ció conversaciones de paz con Francia, lo que dejaba a Gran Bretaña en una mala posición. El gobierno británico quiso se-guir su ejemplo, pues la guerra estaba saliendo muy costosa, sin resultados estratégicos tangibles. Pero lo peor estaba por venir. En abril comenzaron los mo-tines de la marinería en Spitehead, que atentaban con destruir la disciplina en toda la flota de guerra, tan necesaria para la supervivencia del Reino Unido. Por otra parte, la conquista bri-tánica de Trinidad en febrero, ante la desproporción de fuerzas, no tuvo su homólogo en la expedición a San Juan de Puerto Rico en abril, donde sus integrantes encontraron una fuerte re-sistencia y un mando español más eficaz, teniendo que abando-nar la empresa16. 4. OBJETIVOS POLÍTICOS Y MILITARES Una vez declarada la guerra en octubre de 1796, el Reino Unido persiguió con empeño que España abandonase cuanto antes su alianza con Francia. Otro objetivo político, constante en su diplomacia exterior, era la apertura del mercado colonial español a la navegación y el comercio británicos. En general la Royal Navy —un instrumento más al servicio de estos objetivos políticos— tenía demasiadas misiones que cumplir en el escenario europeo. Sus bases navales en el conti-nente eran insuficientes y los retos logísticos para mantener sus escuadras en el mar eran inconmensurables. Aunque la cifra de navíos armables de España y Francia era mucho menor que las estadísticas existentes, se trataba de una gran flota en presencia —fleet in being—, que había que tener bajo vigilancia constan-de batalla y aislando su centro del resto de la formación, lo que trajo consi-go la captura de 4 navíos. La brillante actuación de una división española de 4 navíos, al mando del teniente general Juan Joaquín Moreno, evitó males mayores, al socorrer el centro en el momento más crítico del combate. Véa-se FERNÁNDEZ DURO (1972), t. VIII, pp. 75-132; HOWARTH (1998); y WHITE (1998). 16 Puede verse un resumen de la coyuntura política y naval británica de 1796-1797 en RODGER (2005), pp. 436-441 y 454-455. 53 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 11 te. Por último, la amenaza de invasión aliada en las Islas Bri-tánicas tenía en vilo a la opinión pública, pese al fracaso de la citada expedición francesa. Cuando Jervis —que había tomado el mando de la escuadra en diciembre de 1795— decidió iniciar el bloqueo cerrado de Cádiz en abril de 1797, estaba satisfecho de los buenos resulta-dos alcanzados por su escuadra en el combate de febrero, ha-biendo recibido el título de conde de San Vicente por esta vic-toria. Pero la situación en que se encontraba su escuadra era muy compleja. Siguiendo las consignas de una guerra de aniquilación —preconizada por su nación— su objetivo prioritario era la des-trucción de las escuadras españolas y francesas, amén de atacar su comercio marítimo. Sin embargo, el teatro de operaciones asignado a Jervis y su escuadra era muy vasto: todo el Mediterráneo y parte del Atlán-tico, desde el estrecho de Gibraltar hasta Finisterre. La guerra, la diplomacia, el comercio y la logística requerían una constan-te atención por parte del almirante. Ello generaba, entre otras cosas, una correspondencia interminable con unas doscientas personas. Expulsado del Mediterráneo en diciembre de 1796, ahora solo contaba con los malos fondeaderos de Gibraltar, Lagos y la costa norteafricana, teniendo que apoyarse excesivamente en la lejana Lisboa. La plaza de Gibraltar estaba rodeada de enemi-gos. Se enfrentaba a una coalición hispano-francesa, que agru-paba a numerosos navíos en el espacio marítimo asignado: Tolón, Cartagena, Cádiz y Ferrol. Debía, por tanto, evitar la unión de las escuadras aliadas y destruirlas, a ser posible. Al mismo tiempo tenía que proteger el comercio luso-britá-nico y la soberanía de Portugal; neutralizar posibles amenazas a Gibraltar; y llevar a cabo algunos cruceros en el Mediterráneo, para colaborar con sus aliados en esa zona y disminuir la pre-sión francesa sobre el reino de Nápoles y Dos Sicilias. Los objetivos políticos y militares españoles eran diferentes. En 1796, dada la escasa capacidad de maniobra de España en el plano internacional, el primer gobierno de Manuel Godoy (1792-1798) escogió el mal menor: la alianza con Francia, me- AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 54 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 12 diante el Tratado de San Ildefonso, de carácter defensivo, firma-do en agosto de aquel año. Era un pacto contranatura, entre una monarquía católica y una república regicida y laica. Pero esta unión obedecía a varios objetivos políticos. Pretendía frenar el expansionismo francés a costa de territo-rios españoles como los existentes en Italia. La superioridad militar de Francia había quedado patente en su victoria final sobre los ejércitos hispanos en la guerra contra los revoluciona-rios galos o Guerra de la Convención (1793-1795), pese al éxito español en algunas campañas navales. Su alianza con Gran Bre-taña no había impedido aquellos desastres y España había fir-mado la paz con Francia por el Tratado de Basilea, en junio de 1795. Para el gobierno español constituía un verdadero suicidio seguir enemistada con tal poderoso vecino, que había sido con-tenido a través de los denominados «Pactos de Familia» duran-te gran parte de la centuria. El miedo a una posible invasión francesa de la Península Ibérica estuvo siempre en la mente de los gobernantes españoles hasta 1808. Otro objetivo político de España era poner barreras a la «ambición» británica en los mares europeos y coloniales, «su universal despotismo en el mar», en palabras de Godoy. El go-bierno español estaba resentido con Gran Bretaña, tras la humi-llación internacional que había experimentado en el asunto de Nutka (1790), al aceptar la presencia británica en el comercio del Noroeste de América, fenómeno que contradecía la procla-mada soberanía de España en aquellas latitudes. El secular con-trabando inglés en el comercio hispano-americano era otro motivo de constante fricción entre ambas naciones. La actividad corsaria se realizaba en Córcega con la tolerancia de Gran Bre-taña. La recuperación de Gibraltar seguía siendo un asunto espi-noso. Más aún, la monarquía española acusaba de comporta-miento desleal a su aliada británica durante la guerra contra la Francia revolucionaria. Los barcos mercantes hispanos en el Caribe y los buques neutrales con mercancías de titularidad española habían sufrido un trato vejatorio por los buques de guerra británicos. Las discrepancias entre ambos aliados duran-te la defensa de Tolón en 1793 empañaron aun más esta suspi- 55 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 13 cacia mutua. Además, Gran Bretaña no había cumplido con el compromiso de devolver los cargamentos y los buques españo-les, tomados por el enemigo común. El caso más escandaloso fue el navío Santiago, que conducía un cargamento valorado en casi 96 millones de reales y que fue represado por los británicos a un corsario francés17. Se trataba de una alianza ofensiva-defensiva. La presencia y cooperación de las flotas aliadas representaban un fuerte medio de disuasión contra las ya citadas actuaciones hostiles de la Royal Navy. Hacia 1790 la suma del tonelaje principal de las flo-tas de guerra en España y Francia superaba en un 21% al bri-tánico. Importaba menos que en la realidad el número de navíos y fragatas armables por los aliados fuese mucho menor que las estadísticas oficiales. La disuasión era un gran instrumento di-plomático entre las potencias marítimas europeas. Durante las conversaciones de Basilea en 1795 el representante francés Barthélemy había alentado a los españoles, a través del diplo-mático Domingo de Iriarte, a formar una confederación de po-deres marítimos del Norte de Europa, para contrarrestar la su-perioridad británica en el mar. En la esfera militar, Jervis tenía a un magnífico oponente en el teniente general José de Mazarredo (1745-1812), que tomó el mando de la escuadra del Océano en abril de 1797. Mazarredo era consciente de la debilidad de la escuadra bajo su mando, con base en Cádiz. Debido a factores diversos, la Armada era una sombra de fuerza. Su escuadra sólo podía armar en la práctica 21 navíos de línea, teniendo que disminuir posteriormente esa cifra a 19. La población gaditana temía una ocupación británica inminente y sufría el bloqueo cerrado co-mercial. Sin embargo, Mazarredo era consciente de que el enemigo se enfrentaba a numerosos problemas logísticos, al estar lejos de sus bases en Gran Bretaña. El marco físico de Cádiz y su bahía cooperaban en la defensa. Ahí es donde el ilustre militar vio la oportunidad de revertir la situación. 17 Véase GUIMERÁ RAVINA (2003) y LÓPEZ-CORDÓN (2004). AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 56 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 14 5. ESTRATEGIAS DISPARES Para alcanzar su objetivo militar –dañar el comercio maríti-mo español y destruir la escuadra del Océano– Jervis acudió al corso y, sobre todo, el bloqueo cerrado de Cádiz en abril de 1797, puerto principal y metrópoli del comercio americano. El bloqueo cerrado —naval y comercial— ya había sido aplicado por Jervis en Tolón y Livorno el año anterior. Esta medida se-guía la máxima de Clausewitz, que propugnaba atacar el punto más vulnerable del enemigo. Un bloqueo cerrado de Cádiz exigía controlar las rutas mer-cantiles españolas entre el Mediterráneo y el Atlántico18. Asimis-mo debía vigilar el paso de fuerzas expedicionarias enemigas hacia lugares distantes y sus líneas de comunicación. Jervis arriesgaba mucho si dejaba maniobrar libremente a la escuadra española del Océano, en combinación con la división de Cartagena y la escuadra francesa de Tolón. Desde su posición geográfica, frente a la bahía gaditana, el almirante británico po-dría cubrir indirectamente Cartagena y Tolón por un lado, y Ferrol, por otro. La interrupción del comercio colonial, clave en la financia-ción de la monarquía española, era una verdadera guerra eco-nómica, que obligaría a la escuadra española a salir y presentar batalla. Pretendía, en última instancia, ejercer presión sobre la opinión pública para que solicitase la paz a su gobierno. Pero el bloqueo cerrado de Cádiz era muy difícil de alcan-zar. Era una entre tantas estrategias a elegir, demasiado te-diosa, agotadora y peligrosa, especialmente en la estación invernal. Se trataba de una fuerza lista para entrar en acción en cual-quier momento. En consecuencia, la navegación permanente de los buques de Jervis durante largos períodos de tiempo exigía intensidad y destreza, representando una carga estresante para sus dotaciones y los propios barcos. El enemigo español nor-malmente le superaba en navíos y fragatas. La escuadra de 18 GUIMERÁ RAVINA (2008); HATTENDORF (2008); y RODGER (2008), donde se reseña abundante bibliografía. 57 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 15 Jervis debía ser pues aumentada con buques enviados desde Gran Bretaña. La logística necesaria era enorme. Requería un sistema de avituallamiento, aguada y reparación naval —mediante con-voyes y arsenales— potente y sofisticado. Había que importar alimentos frescos de Marruecos –Tánger y Tetuán en especial– y Portugal —Lagos y Lisboa—. Gibraltar sólo era útil para el mantenimiento de los barcos y reparaciones menores, amén de la inteligencia naval. Las únicas ventajas para la escuadra bloqueadora eran el continuo entrenamiento de las dotaciones y una moral de com-bate superior a la existente en la escuadra española, encerrada en la bahía de Cádiz, sin poder presentar batalla en condiciones. La presencia de corsarios españoles en la zona estrecha del Mediterráneo, entre Cartagena y Orán, también obligaba a Jervis a enviar fragatas para proteger los convoyes del Medite-rráneo oriental. Peor aún, los motines que tuvieron lugar en la flota británica en la primavera de 1797 le empujaron al ejerci-cio de una disciplina férrea en su escuadra y la ocupación per-manente de sus tripulaciones. El bloqueo de la escuadra española del Océano en Cádiz se inició en abril de ese año y continuó hasta el final del mando de Jervis, en agosto de 1799, y más allá. Fondeó aquella división ligera muy cerca de Cádiz —Inshore Squadron—, en un princi-pio a las órdenes del contralmirante Horacio Nelson, mientras que el grueso de la escuadra daba largas bordadas mar adentro, teniendo a la vista la bahía gaditana. Otras veces fondeaba fren-te a Rota. Durante la temporada invernal, Jervis llevaba su es-cuadra a Lisboa, dejando una división de vigilancia frente a Cádiz. En ocasiones las malas condiciones marinas le obligaron a fondear temporalmente en la rada de Tánger. Fue, en definitiva, un gran esfuerzo de logística, entrena-miento e inteligencia naval. Pero tan efectivo llegó a ser el blo-queo cerrado que el año 1797 es considerado el peor del comer-cio hispano-americano en el período denominado del Comercio Libre (1778-1808). Pero hay que recordar que el bloqueo cerrado de Cádiz era sólo una pieza más de la estrategia de Jervis. Tenía que dedicar AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 58 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 16 una parte de su escuadra a misiones lejanas –cruceros, convoyes o inteligencia naval–, amén de labores de mantenimiento y re-paración de sus propias unidades. Otra dimensión estratégica fue la guerra anfibia19. Todas las potencias marítimas europeas hacían uso del asalto al litoral enemigo, para ocupar un territorio o infringir daños materiales a su economía y potencial bélico. Desde mediados del siglo XVII la Royal Navy había desarrollado este tipo de guerra, profunda-mente arraigado en la política y sociedad británicas. En el pe-ríodo 1759-1783, durante las guerras de Siete Años y la Inde-pendencia de los Estados Unidos, las operaciones anfibias ha-bían llegado a su apogeo en el Reino Unido. La toma de La Habana y Manila en 1762 constituyen un gran ejemplo en este sentido. La marina y el ejército poseían ya un verdadero carác-ter anfibio. Cuando estalló el conflicto contra la Convención francesa en 1793, la guerra anfibia había evolucionado de tal manera en Gran Bretaña que ya contaba con la necesaria financiación, in-fraestructura, apoyo político, opinión pública, experiencia operativa y comprensión táctica. El poder anfibio británico lle-garía a su máxima eficacia y solidez en el período 1793-1815, único en Europa por su variedad, alcance y repercusión cultural. Sin embargo, en estos años la guerra anfibia no tuvo la re-percusión diplomática del período anterior: «[...] la confrontación entre Gran Bretaña y Francia era similar a la de la ballena y el elefante; ninguna de las dos potencias podía derrotar a la otra, mediante el uso directo de unas fuerzas militares que les hacían relativamente superiores»20. La excesiva fe en esta clase de guerra generó, en algunos momentos, expectativas poco realistas. Tal fue el caso del bom-bardeo de Cádiz y el ataque a Santa Cruz de Tenerife. La primera actuación anfibia sobre Cádiz tuvo lugar en la noche del 3 de julio de 1797. Jervis buscaba sembrar el pánico 19 GUIMERÁ RAVINA (2008); HARDING (2008); HATTENDORF (2008); y KNIGHT (2008). 20 HARDING (2008), p. 57. 59 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 17 entre la población civil, mediante la destrucción de sus propie-dades o la muerte de algunos paisanos. Ello pretendía forzar a la opinión pública gaditana a exigir que Mazarredo saliese con su escuadra a presentar batalla. También tenía como finalidad ocupar a las tripulaciones de la escuadra, pues en ella existían barcos cuyos marineros habían tomado parte en los motines de esa primavera en el Reino Unido21. Por su parte, la estrategia de Mazarredo se adaptó a estas duras circunstancias. Tenía que decidir entre dos posibilidades distintas: aceptar el control británico del paso y la comunica-ción marítima en el Estrecho y Golfo de Cádiz; o hacerle frente mediante una salida, para disminuir su poder o evadir su con-trol. Eligió la primera opción, como un mal menor. Asimiló la inevitabilidad del bloqueo de Cádiz, pero persi-guió el desgaste gradual de su enemigo, tanto en potencial físi-co como en moral de combate, mediante la prolongación de la guerra defensiva. Para proteger a la ciudad y escuadra desarro-lló las denominadas «fuerzas sutiles» —que seguían el modelo de flotille a la hollandaise— que tanto éxito habían alcanzado en el Gran Sitio de Gibraltar (1779-1782). En solo dos meses pudo disponer de más de cien embarcaciones menores —lanchas, bombardas, botes, falúas, tartanas, etc.—, armadas con cañones, morteros y obuses, que neutralizaron los bombardeos de julio de 1797 y un posible asalto a Cádiz. Estas unidades ligeras oca-sionaron muchos problemas al enemigo durante aquellos años de bloqueo. En segundo lugar, aprovechó las escasas oportunidades que le brindó este juego de ajedrez bélico, para impedir la interrup-ción total del comercio colonial español. Por ejemplo, los britá-nicos se separaban de la bahía gaditana en los momentos de calma o cuando soplaban vientos del océano. En consecuencia, el comercio de cabotaje era tan franco como si no hubiera blo-queo cerrado. 21 Este es el caso del navío Theseus. A su llegada a Cádiz en mayo, Jervis lo encomendó a Nelson, que convirtió en su buque insignia del Inshore Squadron, con el capitán Miller como comandante. Nelson llevó consigo al teniente John Weatherhead y el guardiamarina William Hoste, hijos de ami-gos suyos en su tierra natal, Norfolk. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 60 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 18 Por último, buscó la disminución del poder enemigo me-diante acciones sorpresivas a la escuadra de Jervis o el corso a los barcos mercantes. Nunca ofreció a Jervis la posibilidad de un combate decisivo, esperando una oportunidad para salir a la mar cuando el bloqueo se aflojase, cosa que lograría con su es-cuadra en febrero de 1798. La estrategia de Mazarredo se apoyó además en un equipo formidable de oficiales, muchos de ellos futuros héroes de Trafalgar: Gravina, Álava, Escaño, Grandallana, Churruca, Alcalá Galiano, Valdés, etc. Este fue el escenario de las actuaciones del capitán Miller en Cádiz y Tenerife durante el mes de julio. 6. EL BOMBARDEO DE CÁDIZ (JULIO DE 1797) A través de la narración minuciosa de Miller y el auxilio de otras fuentes podemos analizar el bombardeo nocturno de una plaza marítima como Cádiz a fines del siglo XVIII: fuer-zas en presencia, medios materiales, inteligencia naval, hora-rio, condiciones náutico-terrestres, climatología, tácticas y resul-tados. 6.1. Fuerzas en presencia y medios materiales Por parte británica entraron en acción el 3 de julio una bom-barda —armada con dos morteros— una lancha cañonera —con un cañón naval de 24 libras y un pequeño obús— y las lanchas y botes de toda la escuadra, siete de ellas equipadas con carronadas22. En el combate del 5 de julio y días posteriores se 22 El mortero naval es una pieza artillera, con vientre y caña muy ancha, que disparaba proyectiles de grueso calibre, con trayectoria curva, para ofen-der plazas marítimas por encima de sus defensas. Normalmente iban en lan-chas de gran tamaño —bombarda—, incluso en fragatas y bergantines, a los que se despojaba del palo trinquete para establecer la poza de los morteros. El obús era un pequeño cañón. La carronada era un cañón corto y de grue-so calibre, rotatorio, capaz de disparar a corta distancia gran cantidad de me- 61 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 19 añadieron a estas unidades dos lanchas con morteros, captura-das a los españoles en la noche del 3 de julio, y dos cúteres, que tenían como misión aferrar las lanchas o botes, y cubrir la reti-rada23. Las dotaciones eran marineros e infantes de marina. El armamento individual consistía en fusiles y sables cortos de abordaje. Las lanchas y botes eran difíciles de destruir debido a su tamaño, máxime de noche. El peso de la operación residió en el mando de la división ligera o Inshore Squadron. Nelson, como jefe de esta fuerza naval, se puso en persona al frente de estas acciones punitivas contra Cádiz. Entre los ofi-ciales que le acompañaron en esta aventura se hallaban sus fu-turos subordinados en la aventura de Santa Cruz de Tenerife: los capitanes Bowen, Waller, Miller y Fremantle; y los tenientes Baines, Weatherhead y Gibson. Puede sorprender que un contralmirante se implicase en una operación tan arriesgada como representaba una lucha noctur-na entre embarcaciones menores, pero hay que tener en cuenta que la disciplina y la moral de la escuadra estaban en horas bajas, tras los motines de primavera. Los altos jefes tenían que dar ejemplo, ocupando la primera posición en el asalto. Por parte española se había organizado en la noche del 3 de julio una división de ocho lanchas en La Caleta, junto al casti-llo y faro de San Sebastián, la vanguardia del frente marítimo. Otras seis divisiones de lanchas se habían situado en la boca de la bahía. Iban armadas con cañones navales de diferentes cali-bres, morteros y obuses. Pronto se utilizó ampliamente la bala roja, que causó grandes daños a los británicos24. El armamento tralla. Fue desarrollado por la Royal Navy a finales del siglo XVIII y comien-zos del siglo XIX, que causó grandes estragos en los buques aliados durante el combate de Trafalgar. La Armada española poseía algunas piezas en sus buques. 23 El cúter era una embarcación pequeña, de gran calado, de un solo palo, con mucho velamen, armada con 10 o 14 cañones. Se utilizaba en la-bores de comunicación, correo y vigilancia costera. Era muy veloz y maniobrera. 24 La bala roja era un proyectil de cañón, calentado al fuego, para pro-vocar el incendio de los buques enemigos, hechos de madera pintada y embetunada. Su uso fue muy extendido en la Armada durante la defensa de Cádiz en 1797-1808, a instancias de Mazarredo. Se disparaba desde una tar- AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 62 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 20 portátil de estas embarcaciones eran pistolas, picas y sables cortos. Sin embargo, en ese momento no llevaban tropa a bor-do. Desconocemos el número total de asaltantes y defensores, pero debían de ser algunos centenares. La existencia de los castillos de San Sebastián y Santa Catalina en La Caleta —a la vanguardia del frente— y las «fuer-zas sutiles» constituyeron elementos disuasorios de importan-cia, a la hora del bombardeo británico [véase Lámina I]. 6.2. Inteligencia naval El propio Miller se encargó de llevar a cabo el reconocimien-to de la bahía, al norte de Cádiz —3 de julio— y al sur de la po-blación, hacia la Puerta de Tierra —5 de julio—, a la luz del día, para situar la bombarda y las lanchas con morteros en una po-sición adecuada, desde donde ofender a la plaza con sus proyec-tiles. Se ayudó de una carta marítima española, la brújula y los puntos de referencia costera. 6.3. Horario Los asaltos británicos se llevaron a cabo entre el anochecer —hacia las diez de la noche— y las tres de la mañana, prolongándose en una ocasión —5 de julio— hasta las ocho del día siguiente. Siguiendo la narración de Miller, una operación nocturna tenía la ventaja de que los asaltantes no eran descu-biertos por los vigías de Cádiz, hasta encontrarse cerca del ob-jetivo. Pero la oscuridad exigía una mayor disciplina de las do-tana, con cañón y hornillo portátil de hierro. La bala roja también se calen-taba en parrillas u hornos al aire libre, algunos de gran tamaño. El año 1797 ya existía uno en el castillo de San Sebastián, en primera línea, y otro en la Puerta de Mar. Luego se construyeron cajones forrados de ladrillo con ceni-za caliente, para llevar los proyectiles desde estos hornos a las lanchas caño-neras. Constituyó un elemento imprescindible en la defensa portuaria por su gran eficacia y efecto disuasorio. Véase su eficacia en la defensa de Cádiz en el diario del mayor general Escaño en 1797-1802, QUADRADO Y DE-ROO (1852), apéndice documental 8, pp. 85-130. 63 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 LÁMINA I: Plano de la Bahía de Cádiz, por Vicente Tofiño, 1789. Cortesía del Museo Naval, Madrid. Pueden verse La Caleta con el faro y castillo de San Sebastián, en primera línea del frente marítimo (centro) y la Puerta de Tierra, en el primer linde de la ciudad de Cádiz, a su derecha, teatros de operaciones de los bombardeos británicos del 3 y 5 de julio de 1797. 21 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 64 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 taciones, que no contaban con puntos claros de referencia para hacer frente al enemigo y su fuego. La regularidad de los movi-mientos y el silencio eran claves de la operación. Había que aguzar mucho el oído. En numerosas ocasiones se topaban literalmente con alguna embarcación española en medio de la refriega, como sucedió con la barca del comandante Tyrason, acción que veremos en-seguida. Hacía falta disponer de pase y contraseña para no he-rir a unidades propias. Una vez iniciada la lucha, las órdenes de los oficiales se realizaban a viva voz en medio de la oscuridad, a veces con un duro lenguaje y exhortaciones, con el fin de ven-cer la confusión, la indecisión y el miedo. Por fortuna, los bri-tánicos contaron con una luna brillante en la noche del 5 de julio, lo que facilitó esta operación. 6.4. Condiciones náutico-terrestres El escenario marítimo puede ser muy hostil a las embarca-ciones menores en determinadas condiciones náutico-terrestres: vientos terrales, calmas, fuerte oleaje, reboso, corrientes adver-sas, etc. Estas dificultades aumentaban en una operación mili-tar nocturna. Las lanchas y botes de Nelson tenían que remol-car a la bombarda y la cañonera durante tres millas hasta su objetivo, y traerlas de vuelta a los navíos. Por eso utilizaron los cúteres en las noches del 5 y 7 de julio, para aferrar las lanchas y los botes. En el intento abortado del 7 de julio sólo pudieron avanzar con sus remolques una sexta parte de aquella distancia, debido a los vientos terrales y al oleaje. Más aún, los británicos eran conscientes de que estos vientos podían morir súbitamente, atrapando a las embarcaciones de vela en medio de una calma. Estas variaciones atmosféricas eran frecuentes en otras bahías del entorno geográfico, como la rada de Argel25. 25 Véase, por ejemplo, el crucero de la división al mando de Mazarredo en la costa de Argel en mayo de 1778, en GUIMERÁ, Agustín (en prensa, b). 22 65 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 6.5. Tácticas Los españoles crearon una línea defensiva cerrada —lanchas cañoneras y bombarderas—, cuyas armas poseían un mayor al-cance que las carronadas existentes en las lanchas británicas. Dado que las embarcaciones enemigas eran difíciles de distin-guir en la oscuridad, los españoles optaron por el fuego de con-centración, para hacer blanco en ellas. Sin embargo, la primera noche del bombardeo —3 de julio— no dio tiempo a avisar a las ocho lanchas españolas situadas en La Caleta. A las doce de la noche salieron al encuentro de un na-vío británico y fueron sorprendidas por las fuerzas de Nelson y Miller, que abordaron por las dos bandas a dos lanchas con mor-teros y una barca con 30 hombres a bordo, donde estaba el co-mandante del apostadero, Miguel Tyrason. En esta última la de-fensa fue férrea, luchándose cuerpo a cuerpo. En ella Nelson estuvo a punto de perder la vida. La barca fue capturada, que-dando su dotación muerta o herida, con su comandante igual-mente herido. Las dos lanchas con morteros corrieron la misma suerte26. La guerra de aniquilación, preconizada por Miller, se mani-festó en la noche del 5 de julio, cuando éste sugirió a Nelson disparar las carronadas de sus lanchas contra la población de Cádiz. Su jefe se negó a ello, ordenándole en cambio que forma-se una línea de defensa con estas embarcaciones. Los españoles mejoraron entonces su dispositivo defensivo. Se reforzó La Caleta con diez lanchas de navío, víveres, aguada, munición y maestranza para el mantenimiento de aquella divi-sión. Se puso al mando del capitán de fragata Antonio Miralles, que destacaría años más tarde en estas operaciones de «fuerzas sutiles», durante la defensa de Brest y Boulogne. Cuando el 5 de julio los británicos bombardearon Cádiz desde el sur, cerca de la Puerta de Tierra, se encontraron con una línea cerrada de lanchas enemigas, muy armadas, que entorpecieron la labor de 26 Esta acción de Nelson fue inmortalizada en la acuarela de William Bromley —muy realista— y el óleo de Richard Westall —muy idealizada—, realizadas con posterioridad a 1805, véase WHITE (1998), pp. 88 y 93. 23 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 66 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 los morteros de Nelson. En los sucesivos intentos del 9 y 12 de julio se dio la misma situación. Los británicos finalmente reti-raron su bombarda a Gibraltar. 6.6. Resultados Según la narración de Miller, los británicos consiguieron impactar 12 bombas en Cádiz el 3 de julio y nada menos que 72 bombas el 5 de julio, a pesar de que en esta última acción la defensa cerrada española impidió acercar la bombarda a una distancia conveniente del blanco. Según el diario del mayor ge-neral de la escuadra española, Antonio de Escaño, no hubo que lamentar víctimas gaditanas, aunque sí el pánico entre varios civiles y algún que otro incendio. La versión británica habla de víctimas civiles. Una carta de Nelson a Jervis reflejaba muy bien aquel «sentimiento hostil» que animaba a los británicos, frustrados al no poder obligar a la escuadra enemiga a presenter batalla: «News from Cadiz, by a Market-boat, that our Ships did much damage; the Town was in fire in three places; a shell that fell in a Convent destroyed several priests (that no harm, they will never be missed); that plunder and robbery was going on, a glorious scene of confusion...» Aunque estas noticias son falsas, confirman a Nelson como un defensor a ultranza de una guerra de aniquilación y un pro-testantismo militante27. Otro efecto del bombardeo fue el traslado de los buques in-signias de Mazarredo y Gravina a una posición más segura en la bahía. Se costeó por el ayuntamiento de Cádiz 10 barcos, con obuses, cañones de 24 libras y hornillo de bala roja. Cada lan-cha de navío embarcó una dotación de 30 infantes de marina, con fusil y bayoneta. También se habilitaron 8 tartanas con dos cañones y hornillo de bala roja, para defender el sur de la plaza. Para agosto de 1797 ya estaba organizado un nuevo sistema defensivo. Aparte de otros buques menores, se formaron ocho 27 Nelson a Jervis, 7 de julio de 1797; NICOLAS (1998), pp. 403-408. 24 67 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 divisiones con 24 lanchas de navío, llevando a bordo sus caño-nes y gente armada con cuchillo y carabina. Se crearon nuevas señales, línea de batalla y punto de reunión. Se entrenó a estas fuerzas mediante ejercicios y evoluciones. Con el fin de pasar con rapidez de la bahía al mar abierto —es decir, de norte a sur— se labró un paso en el istmo del castillo de San Sebastián, decisión que dio muchos frutos durante el resto del bloqueo. Parece ser que era la primera vez que los británicos bombar-deaban una localidad marítima en España, atentando a la pro-piedad y la vida de civiles, lo que suscitó grandes críticas en este país. Es sintomático que haya un silencio ominoso en la docu-mentación de ambos jefes contendientes, no existiendo corres-pondencia alguna entre Jervis y Mazarredo durante gran parte de julio de 1797. Los británicos estaban convencidos de que estas acciones habían sido victoriosas, no sólo por la captura de las tres embar-caciones citadas, sino por el daño causado a la ciudad. Habían recabado información de testigos interesados y deseaban com-placer al Almirantazgo con resultados tangibles. Una vez más, se unían los deseos con su visión distorsionada de la realidad. Sin embargo, Miller se quejaba en su narración de que hubo mo-mentos de indisciplina entre la marinería y la tropa embarcada, pues abandonaron a la bombarda al final de la lucha el 3 de julio, o retrocedieron ante la lluvia de proyectiles enemigos el 5 de julio. Miller sólo pudo restablecer el orden mediante gritos, amenazas y exhortaciones. Miller hablaba de gloria o victoria, por un lado, y fracaso o pesadumbre, por otro. El vigía español de Cádiz informó finalmente que el 12 de julio la división de Nelson —el Inshore Squadron— había aban-donado su posición cercana a la costa. La aventura de Tenerife había comenzado. 7. EL ATAQUE A SANTA CRUZ DE TENERIFE El episodio de Tenerife representa el típico ejemplo de una operación anfibia fallida. 25 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 68 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Los hechos son bien conocidos. En la primavera de 1797, mientras Jervis consolidaba el bloqueo cerrado de Cádiz, la ac-tividad corsaria de su escuadra había dado buenos resultados en el Atlántico. Dos fragatas españolas de la Real Compañía de Filipinas, trayendo mercancías de Oriente, se habían refugiado en Santa Cruz de Tenerife. En ese mes de abril, el capitán Richard Bowen, al mando de dos fragatas, robaba una de aque-llas embarcaciones, la Príncipe Fernando, asaltando el buque con lanchas, en medio de la noche. A finales de mes el capitán Benjamin Halowell, al mando de otras dos fragatas, consiguió apresar en la misma rada una corbeta de guerra francesa, la Mutine, siguiendo una táctica semejante. 7.1. Objetivo estratégico Vista la experiencia, los británicos pensaban que Santa Cruz era una presa fácil, que no poseía defensas suficientes para re-sistir un asalto vigoroso. El 12 de abril Nelson había presenta-do a Jervis una propuesta de asalto a la población, con el fin de capturar el barco del «virrey de Méjico» que, según noticias, se había refugiado en aquel puerto. El botín sería millonario. Para ello, solicitaba a Jervis 3.700 soldados del destacamen-to del general Burg, que había evacuado la isla de Elba recien-temente, el cual aportaría sus cañones, morteros y demás mate-rial de campaña. En caso de que este militar no apoyase el proyecto, se podría recurrir al general O’Hara, con sus 600 in-fantes de marina y artillería. Con mil hombres más se remata-ría la expedición en tres días. Poco más tarde se desmintió la presencia del virrey. Jervis consideró entonces que la empresa ofrecía menos interés de lo esperado. Sin embargo, los éxitos de Bowen y Hallowell ani-maron finalmente al almirante, que el 14 de julio autorizó el asal-to a Santa Cruz por Nelson, con el fin de capturar la otra fraga-ta, Princesa, su cargamento, los caudales del rey existente en la isla, las mercancías particulares desembarcadas y una fuerte con-tribución en metálico, no sólo de Tenerife sino de otras cinco is-las, si se daba el caso. Se exceptuaba Gran Canaria de esta impo-sición, probablemente debido a su mayor capacidad defensiva. 26 69 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Nelson había preparado, de acuerdo con su jefe, una conmi-nación al gobernador isleño para que rindiese Santa Cruz. Como en otros casos de rendición de plazas fuertes, el docu-mento incluía una serie de cláusulas de garantía, referentes a su guarnición, armamento, propiedad privada, culto católico, auto-ridades eclesiásticas y magistratura. En definitiva, frente a lo que mantienen algunos autores —entre ellos el propio Rumeu de Armas—, se trataba de una tí-pica acción corsaria, con algún interés estratégico secundario. Había que mantener ocupada a la marinería de la escuadra, tras las operaciones de bombardeo de Cádiz. También había que seguir golpeando el litoral español. Como vimos, aquella guerra de aniquilación buscaba presionar a la opinión pública hispana para que exigiese al monarca Carlos IV el inicio de conversacio-nes de paz. Ya vimos que se estaban realizando gestiones diplo-máticas entre Austria y Francia, con el beneplácito de Gran Bretaña, para poner fin a la guerra. La ocupación temporal de Santa Cruz podría influir en este sentido, pues era el principal puerto comercial del archipiélago y su plaza militar más importante. Agrupaba a 6.282 habitantes —censo de 1787—, la décima parte de la población de Tenerife. Allí residía el Comandante General de Canarias, la Real Hacien-da, el Juzgado de Indias —que controlaba el tráfico con Améri-ca española—, los cónsules extranjeros y algunos ricos comer-ciantes28. 7.2. Fuerzas en presencia y medios materiales La fuerza asignada por Jervis a Nelson para esta acción corsaria fue mucho menor de la que defendía en su proyecto de abril. Finalmente consistió en una división de nueve barcos: 4 28 Antonio Rumeu de Armas defiende el proyecto de invasión de Tenerife en su prólogo a ONTORIA OQUILLAS, COLA BENITEZ y GARCIA PULIDO (2008), pp. 14-15; así como estos últimos autores en pp. 77-87 y 96-97. Hay razones de carácter geográfico y operacional que ponen en duda estas afirmaciones que, en mi opinión, sólo magnifican en exceso un hecho de armas de carác-ter secundario dentro del marco estratégico de 1797, ya descrito. 27 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 70 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 navíos, 3 fragatas, 1 cúter y 1 bombarda. No existían embarca-ciones de transporte ni efectivos del Ejército. Agrupaba a casi mil hombres, entre 250 infantes de marina y 710 efectivos de marinería, junto con varios cañones de campaña. Esta cifra obligó a los británicos al uso del engaño, para confundir a los defensores de Santa Cruz. Los oficiales que acompañaban a Nelson en esta expedición ya habían acreditado su profesionalidad en distintas ocasiones, siendo algunos de ellos amigos del propio contralmirante. Mu-chos de ellos destacarían en campañas navales posteriores, al-canzando la cumbre del escalafón en la Armada Real británica: junto a los ya mencionados capitanes Miller, Fremantle, Waller y Bowen, figuraban Thomas Troubridge, Samuel Hood y Thomas B. Thompson. Los tenientes John Gibson y Henry Compton es-taban al mando del cúter y la bombarda respectivamente. En el lado isleño, las tropas regulares eran escasas. La ma-yoría de los defensores eran milicianos y civiles con poca o nula instrucción militar. Sólo había 387 artilleros, la mitad de los necesarios para las baterías existentes. Entre los 1.282 efectivos de tropa figuraban únicamente 400 soldados profesionales y marinos franceses: 247 soldados del Batallón de Infantería de Canarias, 60 soldados de los regimientos de Cuba y La Habana y 110 franceses, la mayoría procedentes de la citada corbeta de guerra La Mutine. Para cubrir eficazmente la costa de Santa Cruz hubiera hecho falta disponer de 6.000 hombres de tropa. Santa Cruz contaba con 17 baterías, fuertes y castillos, repar-tidos por una costa de trece kilómetros, sumando 84 cañones, aunque sólo intervinieron en el combate 67 piezas. El dispositi-vo defensivo se apoyaba en tres fortificaciones claves, cubrien-do el centro del frente —unos cuatro kilómetros—: el castillo de Paso Alto, al norte de la población; el castillo principal de San Cristóbal, en el centro de la misma; y el castillo de San Juan, al sur. Este dispositivo era disuasorio a la hora de un ataque fron-tal en plena luz del día [véase Lámina II]. Mandaba las fuerzas isleñas el Comandante General de Ca-narias, Antonio Gutiérrez (1729-1799), militar de brillante carre-ra, que había tomado parte en las campañas de Italia, Norte de África, Malvinas y Menorca. Contaba en 1797 con 68 años. 28 71 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 LÁMINA II: Plano de las defensas costeras de Santa Cruz de Tenerife, 1797. Tomado de la obra de Agustín Guimerá Ravina, Tenerife, 1797... 1998. Puede verse el muelle, con su batería, y el castillo de San Cristóbal (centro), objetivo de Nelson en la madrugada del 25 de julio. 29 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 72 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Se dieron dos fases en el ataque a Santa Cruz, que serán analizadas de forma consecutiva, siguiendo el texto de Miller. 7.3. Objetivo táctico (22 de julio) Contando con aquel sistema de fortificación isleña, el contralmirante británico pretendía tomar por sorpresa el casti-llo de Paso Alto, al norte de la población, mediante un asalto con lanchas cargadas de tropas —unos 500 hombres— durante la noche del 21 de julio. Las tres fragatas remolcarían las lanchas disponibles y la bombarda durante la noche, a lo largo de la costa cercana a Santa Cruz —el macizo de Anaga—, con tropas, escalas y algún cañón de campaña, para cuyo servicio se construyó una rampa. Desembarcarían esta fuerza con seguridad en el barranco deno-minado del Bufadero, fuera del alcance de las baterías de Paso Alto. Una vez rendido el castillo, sus hombres ocuparían el Ris-co de la Altura que cubría la fortaleza. Desde ambas posiciones podrían ofender a Santa Cruz y conminar su rendición. Este plan tenía semejanzas con los sitios de Calvi y Bastia (Córcega), realizados por el propio Nelson en 1794. Buscaba con ello dar un golpe aplastante a la localidad —un coup de main—, creando conmoción y asombro en los isleños, que no estaban acostumbrados a hechos de tal naturaleza. La presencia imprevista de una fuerza militar antes del amanecer en Paso Alto, apoyada por su división naval en orden de bata-lla, causaría un gran efecto, desproporcionado a su pequeño ta-maño. Para ello Nelson contaba con el control del mar isleño por sus buques. Además, sus subordinados ya estaban acostum-brados a operaciones anfibias de esta clase. Como vimos, la guerra anfibia había generado en la Royal Navy una buena or-ganización y unos métodos bien ensayados. La narración de Miller nos informa del citado engaño de Nelson. Como la mayoría de sus hombres eran marineros, orde-nó fabricar cartucheras de tela y repartir ropa de infantería entre ellos, colocando en la parte frontal de sus sombreros pie-zas de telas —de forma redonda, triangular y cuadrada— con un número: 30 73 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 «[...] that they might look like regular troops as possible, and persuade the enemy that we had all our seamen still in reserve on board the ships». 7.4. Inteligencia naval y militar (22 de julio) Ya en su informe del 12 de abril a Jervis, Nelson había rea-lizado un cálculo de los riesgos inherentes a una operación na-val y militar en aguas tan restringidas como Santa Cruz. Esta-ba informado de que la costa de Anaga tenía suficiente calado para facilitar el transporte, fondeo y desembarco de sus tropas. La aproximación nocturna a su objetivo sería únicamente afec-tada por los vientos terrales o marítimos. Sabía que las monta-ñas que cubrían Santa Cruz no estaban fortificadas. 7.5. Resultados (22 de julio) El plan falló porque las condiciones náuticas de Anaga cons-tituyeron un obstáculo insalvable en la noche del 21 de julio. El objetivo estaba a una mayor distancia de la esperada. Según Miller, los asaltantes constataron con pesar que existían «more leagues than we intended miles from Santa Cruz». Las fragatas tuvieron que largar velas para llegar a tiempo a la cita, los re-molques sufrieron mucho esta tensión y algún bote naufragó, ocasionando nuevos retrasos. Ahí no acabaron sus tribulaciones. Al alba se encontraban todavía a una milla y media de su objetivo, con fuertes corrien-tes contrarias. En ese momento fueron descubiertos por la po-blación, cundió la alarma y se perdió el factor sorpresa. Nelson, que había fondeado su división en El Bufadero, de-cidió —pese a todo— desembarcar y ocupar el Risco de la Altu-ra, la montaña que dominaba Paso Alto. La narración de Miller describe muy bien cómo el desconocimiento del terreno y las condiciones climáticas llevaron a la tropa desembarcada a un callejón sin salida. Tras subir a la denominada Mesa del Ramonal, a través de un terreno impracticable, transportando 31 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 74 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 un cañón de 3 libras, se encontraron con el profundo barranco de Valleseco, que les separaba de su objetivo. Mientras, el general Gutiérrez había elegido la única táctica posible: el envío de una fuerza móvil isleña para neutralizar al enemigo desembarcado, ocupando rápidamente el citado Risco de la Altura, adonde subieron dos cañones de campaña. A pleno sol, el calor era insoportable, según Miller. Las ca-rencias logísticas británicas hicieron acto de presencia. No dis-ponían de agua ni provisiones. Sólo encontraron un poco de agua de mala calidad en el lecho del barranco y algunos racimos de uvas. El escuadrón les mandó a la playa una mínima canti-dad de limones, agua y alimentos. Muchos estaban fatigados y enfermos. Un individuo murió del calor. A la caída de la tarde, los mandos decidieron reembarcar al destacamento. Pronto la noche oscura y los precipicios cobraron sus víctimas: dos hom-bres despeñados. 7.6. Inteligencia naval y militar (23 de julio) Miller nos confirma un acontecimiento inesperado que transformó aquel panorama desolador. En la mañana del 23 de julio, un sirviente del consulado francés, de origen prusiano, se presentó a bordo de una de las fragatas. Había desertado de Santa Cruz, informando ahora sobre las fuerzas defensoras. Alegó que en la población sólo había 300 soldados regulares y 200 franceses armados, siendo los restantes milicianos y paisa-nos. Se ofreció a servir de guía. Los capitanes del escuadrón decidieron hablar entonces con Nelson para convencerle de la viabilidad de un asalto directo a la localidad. Aquí se produjo el gran error de cálculo del contralmirante, contagiado por el optimismo de sus subordinados. Basándose en la información interesada de un desertor y frustrado por el fracaso de aquella jornada, tomó la decisión de llevar a cabo un asalto directo al muelle de Santa Cruz la noche del 24 de julio, reunir a su tropa en la plaza de la Pila, contigua al castillo prin-cipal de San Cristóbal —donde estaba el cuartel general de Gutiérrez—, y rendirlo por la fuerza. 32 75 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Nelson era todavía un comandante inexperto. Sin tropas suficientes, la operación era muy arriesgada. No conocía bien las condiciones naútico-terrestres de la rada ni la topografía de la localidad. Según Miller, el contralmirante tenía una informa-ción imperfecta del puerto y muelle santacruceros. Sólo el capi-tán Bowen había estado en la bahía. Los únicos que conocían la población eran un marinero y un sirviente, que la habían visi-tado cinco años atrás. Un asalto frontal menospreciaba además la capacidad defensiva del enemigo, que estaba alerta, con su moral de combate intacta y su artillería bien emplazada. La división británica levó anclas ese mismo día y bordeó la costa sur de Tenerife, fondeando nuevamente en El Bufadero en la tarde del 24 de julio. Tuvo lugar una maniobra de distracción con la bombarda, que atacó el castillo de Paso Alto, para con-fundir a los defensores de Santa Cruz. 7.7. Desarrollo del ataque (25 de julio) Esta segunda fase del ataque es iluminadora con respecto a los grandes riesgos inherentes a una operación anfibia, sin una inteligencia naval y militar adecuada. Nelson decidió atacar con toda su fuerza disponible: 960 hombres en 29 lanchas, el cúter Fox —con 100 soldados a bor-do, munición y 12 cañones de campaña— y una barca isleña capturada. El armamento ligero consistía en fusiles de los infan-tes de marina, sables cortos, hachas y picas. Las lanchas iban sobrecargadas de marineros e infantes de marina, con escalas en sus costados. Se unieron todas ellas por cabos, para mante-ner la formación. Según Miller, tendrían que remar tres millas desde su fon-deadero hasta el muelle, alejados de la costa para no ser vistos y luego torcer hacia el objetivo. El silencio del avance sería ab-soluto. La única consigna era el nombre del barco a quien per-tenecía la dotación. La salida de la expedición tuvo lugar a las once en punto de la noche del 24 de julio, siendo descubiertos a la una y media de la mañana, a media milla del muelle. Los errores de inteligencia se mostraron entonces con toda su crudeza. Según Miller, la fuerza de asalto se encontró con 33 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 76 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 una fuerte marejada y corrientes adversas, a medida que se acer-caban a tierra. Allí la oscuridad era absoluta. La mayor parte de las lanchas, entre las cuales se encontraba Miller, derivaron al sur del castillo de San Cristóbal. Con ello se perdió la oportuni-dad de llevar a cabo una acción conjunta y decisiva en el mue-lle y su playa anexa. El oleaje era muy fuerte y la costa al sur del castillo prin-cipal era en su mayor parte rocosa. Durante el desembarco, muchas lanchas se anegaron —incluida la de Miller—, mojan-do a sus tripulantes y la pólvora transportada, con lo cual los fusiles eran inservibles. Las escalas, algunas armas ligeras y la munición se perdieron. Varios hombres se ahogaron en el proceso. El general Gutiérrez trataba de detener al invasor en el lugar más vulnerable, durante la transición de las embarcaciones a la orilla. En el sector del frente donde desembarcó Miller, el fuego de fusilería causó menos daño de lo esperado, debido a que dis-paraban desde muy alto, aunque algunos hombres fueron heri-dos mortalmente29. Pero, siguiendo a Miller, lo más grave es que algunas lanchas no intervinieron en el desembarco —unas quince embarcacio-nes, con capacidad para unos 300 o 400 hombres—, quedando lejos de tierra hasta el amanecer, en cuyo momento fueron re-chazados: «Some boats, I am sorry to say, never landed a man, having pulled out again when we landed, and, on making a second endeavour after day Light, found the fire too hot and returned to their ships in them; besides seamen, there must have been at least 100 marines». 29 Por otras fuentes sabemos que el cúter Fox fue hundido por la artille-ría isleña, ahogándose unos 100 hombres y perdiéndose 12 cañones de cam-paña. El fuego concentrado y bien dirigido de la fusilería y algunos cañones cargados con metralla hicieron mucho daño a los asaltantes del muelle y la playa. Nelson fue herido gravemente en el brazo derecho y trasladado a su buque insignia, donde le fue amputado el miembro. Otros combates librados por el Batallón de Infantería de Canarias contra los británicos en la orilla del barranco de Santos y playa del barranquillo del Aceite causaron muchas bajas enemigas. 34 77 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Los infantes de marina eran la única fuerza militar británi-ca que podría hacer frente con eficacia a las tropas regulares isleñas. Los cien royal marines que no consiguieron poner el pie en tierra significaban nada menos que el cuarenta por ciento de los existentes en el escuadrón de Nelson. Esto tuvo consecuen-cias importantes, como veremos enseguida. El relato de Miller va desgranando todas las adversidades que padeció su destacamento, por desconocer la topografía laberíntica de Santa Cruz —un cuadrado de medio kilómetro de ancho— y el número de fuerzas isleñas a los que se enfrentaba. Los capitanes Miller y Hood atacaron con unas decenas de hombres el castillo de San Cristóbal, pero fueron rechazados por la fusilería de la fortaleza. Mal guiados por unos prisione-ros, su grupo se equivocó de plaza, pues formaron en la plaza contigua a la iglesia de la Concepción y no en la plaza de la Pila, que era el punto de reunión escogido por Nelson. Tras esperar largo rato por su jefe, se trasladaron a otro espacio abierto fren-te al convento de Santo Domingo, formando en línea de batalla frente a su fachada principal. Con las primeras luces del alba entraron en contacto con otro destacamento, mandado por Troubridge y Waller, que ha-bían esperado en vano por Nelson en la plaza de la Pila, a la vista del castillo de San Cristóbal. Finalmente, las dos fuerzas, con sus cuatros capitanes —Troubridge, Waller, Hood y Miller— se reunieron frente al ci-tado convento. Sumaban 340 hombres, sin armamento suficien-te: 80 infantes de marina, 80 marineros con picas y 180 marine-ros con armas blancas. Los fusiles, la pólvora y la munición escaseaban. No contaban con agua ni comida. Pronto fueron rodeados por efectivos del Batallón de Infante-ría de Canarias —en ese momento sólo 148 soldados—, bajo el mando eficaz del teniente coronel Juan Guinther, algunos mari-nos franceses y partidas de milicianos. Los sitiadores no debían superar la cifra de 300 o 400 hombres. Pero la lucha isleña de gue-rrillas en las calles de Santa Cruz tuvo efectos positivos: «Our eyes were soon opened to the real truth of our own, a galling fire from the tops and windows of houses, and round the corners of streets...». 35 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 78 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Varios cañones de campaña ofendían con su fuego a los bri-tánicos, trasladándose de una manzana a otra, según nos cuen-ta Miller: «[...] they discovered field pieces at the head of long narrow streets. Capitan Troubridge took a party in front and ordered me to take another to the left, to endeavour to capture the field pieces, but they were so situated as to be able to make several discharges on us, before we could reach the spit from whence they came, and moved them from corner to corner, so as to render all attempts abortive… we gave them up». 7.8. La guerra de aniquilación La situación británica era desesperada. Desconocían el nú-mero de enemigos que les rodeaban, calculándolo en varios miles. Ante la falta de noticias, estaban convencidos de que Nelson y sus compañeros —los capitanes Fremantle, Bowen y Thompson— estaban muertos. En ese momento dio comienzo un tira y afloja parlamenta-rio entre los británicos y el general Gutiérrez. Troubridge, que ahora estaba al frente del grupo como oficial más antiguo, si-guió el consejo de Miller de refugiarse en el convento y enviar un mensaje de intimidación al general Gutiérrez, solicitando la retirada de los cañones, bajo la amenaza de destruir Santa Cruz: «[...] or we would instantly set the Town on fire, beginning with the convent. This was approved by Capn. Troubridge, and he im-mediately ordered the gates to broke open, and sent the superior and an attendant Priest, making them first observe me prepare for burning the Convent, which in two minutes I put in such a state that blowing off one pistol (shot) would do the business». Este texto prueba que no se trataba de baladronadas, pues estaban dispuestos a todo30. 30 En los preparativos del ataque en la noche del 25 de julio, Miller sugi-rió el uso de la bombarda contra la población de Santa Cruz —otra vez la guerra de aniquilación—, durante la aproximación nocturna al muelle, para crear una verdadera consternación y confusión entre los defensores. Pero esta idea no prosperó. 36 79 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 El general Gutiérrez les ofreció la posibilidad de rendir sus armas, a cambio de un buen trato, pero los británicos no que-rían saber nada de rendición. El capitán Oldfield fue enviado como parlamentario a Gutiérrez, a quien le exigió el cargamen-to del galeón [sic] a cambio de no incendiar Santa Cruz, pero su mensaje no obtuvo resultado positivo. Los cuatro capitanes de-cidieron enviar un segundo parlamento, en los mismos términos de una guerra de aniquilación: «[...] we could intimidate the Governor with threatening to destroy the Town by fire, and let loose the reins of destruction whatever it might cost us, so as to procure a safe passage to our ships and the restoration of such of our boats as could be made fit to swim (without an idea of submission on either part)...». En ese instante Miller nos cuenta que fueron informados de que el cúter Fox había sido hundido, con toda la tropa de reser-va, los cañones y municiones; que las lanchas se habían perdi-do y que no podían recibir más refuerzos de la división, que obviamente no bombardearía Santa Cruz, por temor a herirlos. Decidieron enviar entonces al capitán Hood a entrevistarse con Gutiérrez, que volvió con una capitulación honorable, permi-tiéndoles embarcar con sus armas y bandera, facilitándoles bo-tes con esta finalidad. Todo había terminado. Siguiendo al profesor Rodger, la expedición de Nelson a San-ta Cruz, muy arriesgada, al no contar con fuerzas del Ejército, pero los británicos ya habían atacado con éxito otros puertos menores y en ese momento Jervis debía dar ocupación a sus tripulaciones. Si los casi mil hombres de Nelson hubieran des-embarcado conjuntamente en el muelle y su playa anexa en la madrugada del 25 de julio el resultado hubiese sido probable-mente distinto. Pero la defensa isleña resultó eficaz y las fuer-tes corrientes dispersaron las lanchas y sólo unas pocas de ellas alcanzaron su objetivo principal31. 31 RODGER (2005), p. 455. 37 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 80 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 7.9. Honor, guerra y humanitarismo Por fin, los británicos pudieron dirigirse al muelle para su embarque, manteniendo intacto el honor militar: «[...] we marched down in order, drums beating and colours proudly flying as high as our states would permit, and with the erect countenances and step of unconquered men...». Pero el sentimiento hostil no estaba apagado del todo. Cuan-do Troubridge observó que en la plaza de la Pila se obligaba a desfilar a sus marineros bajo la bandera francesa estalló en có-lera, calificando el incidente de ultrajante y tachando a los ga-los de asesinos. Miller, con su implacabilidad proverbial, fue más lejos: «[...] and I added ‘And we will at whatever hazard, fire the Town, and assault your Citadel at the point of the bayonet’...». Los isleños presentaron disculpas y la cosa no pasó de ahí. Una vez apostados los británicos en el muelle, los isleños tuvieron un trato humanitario con los enemigos desembarcados, repartiéndoles pan y vino, y cuidando de sus heridos. Miller y los otros capitanes fueron a presentar sus respetos a Gutiérrez, que quiso invitarles a comer, a lo que respondieron que no era posible en ese momento, quedando en almorzar al día siguien-te, 26 de julio. Fueron obsequiados, de todas maneras, con biz-cocho y limonada. El aspecto de estos oficiales era lamentable: sedientos y sucios, después del desembarco y la lucha nocturna. Miller, el guerrero por antonomasia, se deshizo entonces en elo-gios hacia el ilustre militar: «We found him a very genteel, respectable old man who received us with that sort of affable politeness of attention and kindness we naturally pay to those we cannot help esteeming». Su agradecimiento fue extensivo a todos los isleños: «Indeed, however much it may have degenerated on the Continent, the Old Spanish Honour seemed quite alive in Santa Cruz». 38 81 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 La guerra debía de ser no solo lícita sino parecerla. Pese a la dureza del combate, siguiendo las leyes tácitas de las naciones en conflicto, ambos contendientes llevaron a cabo en ese mo-mento una puesta en escena, que atendía al honor y la imagen pública, al comportamiento caballeroso que debía existir entre dos enemigos civilizados. En ese sentido, contrasta en la narración de Miller su ardor destructivo con la defensa de unos valores humanitarios de los que hace gala en dos momentos del asalto, prohibiendo a sus hombres actos de pillaje, violación o crueldad con cualquier ci-vil desarmado32. CONCLUSIÓN La trilogía guerrera de Clausewitz —violencia, azar y ra-zón— se cumple a la perfección en el relato del capitán Miller sobre sus experiencias de Cádiz y Tenerife. El período compren-dido entre 1793 —inicio de la guerra contra la Convención fran-cesa—, y 1815 —fin de las guerras napoleónicas—, constituye pues la última etapa de transición de dos formas distintas de concebir un conflicto bélico: de una guerra de desgaste a una guerra de aniquilación; de una lucha convencional entre reyes, propia del Antiguo Régimen, a un enfrentamiento entre nacio-nes, anuncio de nuestro mundo contemporáneo. La narración de este brillante subordinado de Nelson tam-bién nos confirma las dificultades inherentes a la acción del poder naval sobre la tierra, ya fuera un bombardeo, ya fuese un asalto anfibio. Nuestra visión histórica de estos acontecimientos suele estar mediatizada por la victoria británica en Trafalgar. Durante el período 1793-1815, las cosas no eran tan fáciles. Gran Bretaña, pese a su superioridad en el mar, tenía todavía por delante un duro camino para alcanzar la hegemonía. 32 Según el parte oficial de Nelson, los británicos tuvieron 233 muertos y 110 heridos, en total 343 bajas —un 35,7% de los atacantes—, una cifra muy alta. Entre los muertos figuraba el famoso capitán Bowen y siete oficia-les. Entre los heridos destacaban el propio Nelson y cuatro oficiales. Los au-tores españoles barajan la cifra de unas 600 bajas. Por parte isleña tuvieron 25 muertos y 35 heridos, en total 60 bajas. 39 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 82 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 BIBLIOGRAFÍA AA.VV. (1997a). Seminario El General Gutiérrez y su época. Santa Cruz de Tenerife: Instituto de Historia y Cultura Militar-Universidad de La Laguna. AA.VV. (1997b). La gesta del 25 de julio de 1797. Narración… Horacio Nelson… Antonio Gutiérrez. 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España (2013), núm. 59, pp. 43-84 RODGER, N.A.M. (2005). The Command of the Ocean. Londres: Allen Lane. RODGER, N.A.M. (2008). «Los bloqueos británicos durante las guerras de la Revolución y el Imperio, 1793-1815», en GUIMERÁ RAVINA, A. y BLANCO NÚÑEZ, J.M. (coords.), Guerra naval en la Revolución y el Imperio: Bloqueos y ope-raciones anfibias, 1793-1815. Madrid: Marcial Pons Historia, pp. 23-38. RUMEU DE ARMAS, A. (1947). Piraterías y ataques navales a las islas Canarias. Madrid: C.S.I.C., tomo III. SANTACRUZ DE MARCENADO, Marqués de (1984). Reflexiones Militares [1742]. Ma-drid: Ministerio de Defensa. WHITE, C. (1998). 1797. Nelson’s Year of Destiny. Stroud: Sutton Publishing Limited. WHITE, C. (2002). The Nelson Encyclopaedia. Londres, pp. 175-176. 42
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Título y subtítulo | De Cádiz a Tenerife (1797): la narración del capitán Ralph W. Miller / From Cádiz to Tenerife (1797): as told by Captain Ralph W. Miller |
Autor principal | Guimerá Ravina, Agustín |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 59 |
Sección | Historia |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Las Palmas |
Editorial | Cabildo de Gran Canaria |
Fecha | 2013 |
Páginas | p. 043-084 |
Materias | Canarias ; Historia |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 490460 Bytes |
Texto | H I S T O R I A 43 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER FROM CÁDIZ TO TENERIFE (1797): AS TOLD BY CAPTAIN RALPH W. MILLER Agustín Guimerá Ravina* Recibido: 4 de julio de 2012 Aceptado: 21 de septiembre de 2012 Resumen: El bloqueo británico de Cádiz y el ataque a Santa Cruz de Tenerife en 1797 constituyen he-chos bien conocidos. Sin embargo, queda mucho terreno por explorar, en relación a la naturaleza de la guerra durante la Revolución Fran-cesa y el Imperio Napoleónico. En estas páginas se analizan aquellas operaciones a través del extenso re-lato del capitán Ralph Willet Miller, comandante del buque insignia de Nelson, Theseus. En su narración se comprueba la complejidad inheren-te a un bloqueo naval y una opera-ción anfibia de aquella época, así como los postulados de la guerra de aniquilación. Palabras clave: Cádiz, Tenerife, 1797, Ralph W. Miller, Guerra Na-val, bombardeo, operaciones anfi-bias. * Investigador científico del Consejo Superior de Investigaciones Cientí-ficas (CSIC). Instituto de Historia. CCHC. (Despacho 2B19). C/ Albasanz, 26- 28. 28017 Madrid. España. Teléfono: +34 91 602 24 70; correo electrónico: agustin.guimera@cchs.csic.es Abstract: The British Blockade of Cádiz and the attack on Santa Cruz de Tenerife are well-known events in history. However, there is still much to be learnt with respect to the nature of the warfare during the French Revolution and the Napoleonic Wars. Here we analyse some of the operations as narrated by Captain Ralph Willet Miller, the Commander in Chief of Nelson’s flagship, Theseus. The story told reveals the complications of the military manoeuvres At SEA involved in a Blockade in those ti-mes together with the basic postulates upon which a war of annihilation was waged. Keywords: Cádiz, Tenerife, Captain Ralph W. Miller, war at sea, city bombard, anphibious operations. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 44 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 2 El bloqueo británico de Cádiz y el ataque a Santa Cruz de Tenerife por el contralmirante Horacio Nelson (1758-1805) en 1797 constituyen hechos bien conocidos1. En relación a Tenerife, la publicación exhaustiva de toda la documentación existente sobre el combate me ha brindado la oportunidad de explorar distintos aspectos de aquel acontecimiento histórico: militares, sociales y culturales2. Además, me he interesado en el análisis del liderazgo naval de la época ilustrada y revolucionaria (1776-1815), en clave comparada. En este sentido, he impulsado –con algunos colegas de Gran Bretaña, Francia y España– un proyecto que adapte las modernas teorías del liderazgo al análisis comparado de aque-llos marinos europeos entre 1750 y 1850. Todos estamos conven-cidos que este ejercicio intelectual nos puede brindar algunas claves para comprender el papel del liderazgo actual3. A día de hoy estoy trabajando en un análisis comparado de las fuentes españolas y británicas sobre el bloqueo de Cádiz en 1797-17994. De hecho, queda mucho terreno por explorar en relación a la naturaleza de los conflictos bélicos durante la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico; es decir, durante la transi-ción de la denominada guerra de desgaste a la guerra de aniqui-lación. 1 Sobre Cádiz en 1797 CONTE Y LACAVE (1976); FERNÁNDEZ DURO (1972), t. VIII, pp. 138-143; MARTÍNEZ VALVERDE (1992); RODGER (2005); y WHITE (1998). Los estudios más destacables sobre Tenerife en 1797 son los clásicos de RUMEU DE ARMAS (1947), tomo III, pp. 773-792 y apéndices 1.115-1.166; y CIORANESCU (1977), pp. 69-40 y 194-219. Existen algunos trabajos recien-tes de interés como los de COLA BENÍTEZ y GARCÍA PULIDO (1999); GUIMERÁ RAVINA (1998); AA.VV. (1997a y b). 2 Las colecciones de fuentes sobre Tenerife en ONTORIA OQUILLAS, COLA BENÍTEZ y GARCÍA PULIDO (1997) y (2008); y AA.VV. (1997c). Sobre aspectos sociales y culturales, véase GUIMERÁ RAVINA en AA.VV. (1997c), pp. 119-145; y GUIMERÁ RAVINA (2001). Otras fuentes sobre el bloqueo británico de Cádiz son el «Extracto de los Diarios de la Mayoría General de la Armada del Océa-no, sobre lo ocurrido en la misma desde 1797 a 1802, formado por el Mayor General Escaño para su bierno», 1 de junio de 1802, en QUADRADO Y DE-ROO (1852), apéndice documental 8, pp. 85-130; y NICOLAS (1997), t. III, pp. 403- 408. 3 GUIMERÁ RAVINA (en prensa, a). 4 Véase un adelanto en GUIMERÁ RAVINA (2009). 45 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 3 La primera consiste en un conflicto limitado, convencional y racionalizado. Las conquistas territoriales o la rectificación de una determinada política exterior se conseguían mediante el agotamiento de los recursos del enemigo y su moral de comba-te, no su destrucción. Se primaba la maniobra al combate deci-sivo. Era una guerra de gabinete, donde una prolongación de las hostilidades era más importante que las rápidas campañas5. En cuanto a la guerra de aniquilación, durante la segunda mitad del siglo XVIII se había desarrollado en la práctica «la guerra absoluta» o «el absoluto de la guerra», como definiría Clausewitz años más tarde. Las guerras de la Revolución Fran-cesa y sus consecuencias aceleraron este proceso. Ahora, la de-fensa de los intereses nacionales británicos se plasmaba en una guerra moderna, donde los pueblos se movían por las pasiones. La «intención hostil» de un gobierno, según Clausewitz, se transformaba fácilmente en un «sentimiento hostil» del pueblo hacia el enemigo6. Con referencia a Nelson en Tenerife, ha predominado una perspectiva española de aquella victoria sobre la Royal Navy. Estimo necesario insistir en una dimensión más internacional del tema, explotando las fuentes británicas. Por último, nuestra visión histórica de estos acontecimientos suele estar mediatizada por los éxitos navales de Gran Bretaña, sobre todo en Trafalgar. Durante el período 1776-1815, las cosas no eran tan fáciles. El Reino Unido, pese a su superioridad en el mar, ya evidente en el siglo XVIII, tenía todavía por delante un duro camino para alcanzar la hegemonía marítima7. 5 SANTACRUZ DE MARCENADO (1984), en especial los libros I, II y XIII; son muy útiles las aportaciones a esta obra de M. DÍEZ ALEGRÍA, «La milicia en el siglo de las Luces» (pp. 15-31) y J.M. GARCÍA ESCUDERO, «Sobre el Dere-cho de la Guerra» (pp. 80-106). 6 CLAUSEWITZ (1976). Hay que distinguir la guerra de aniquilación de la llamada guerra total, que implicaba el empleo de todos los recursos materia-les y humanos de un país en el conflicto, la implicación completa de toda la nación, que se dio especialmente en las guerras del siglo XX en adelante. Véase introducción de Pierre Naville a K. von Clausewitz (1984), De la gue-rra, Barcelona. 7 Esa es la tesis de DUFFY (1992) y RODGER (2004). Véase, por ejemplo, una perspectiva diferente de Trafalgar en GUIMERÁ RAVINA (2008). AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 46 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 4 En estas páginas analizo las operaciones llevadas a cabo en Cádiz y Tenerife el año 1797, a través del capitán Ralph Willet Miller (c. 1760-1799), comandante del buque insignia de Nelson, Theseus, que escribió a su esposa una narración extensa y poco conocida sobre aquellos acontecimientos. Al ser de carácter pri-vado, su autor nos brinda una visión más sincera de lo ocurrido. La complejidad inherente a un bloqueo naval y una opera-ción anfibia de aquella época se trasluce en el relato, junto a la actitud ambivalente del marino británico, que se mueve entre la «guerra absoluta», el honor y el humanitarismo. Clausewitz re-sume muy bien el comportamiento de Miller, actitud que creo extensible a otros oficiales subordinados de Nelson. Miller fue un guerrero implacable, un oficial ingenioso que se adaptaba al azar del combate y un patriota que sometía sus impulsos violen-tos a la razón y la política. «La guerra es más que un verdadero camaleón… una trinidad paradójica, compuesta de la violencia primigenia, odio y ene-mistad, que deben ser miradas como una fuerza natural ciega; del juego de la oportunidad y la probabilidad, en donde el espí-ritu creativo es libre para vagar; y de elemento de subordinación, como un instrumento de la política, que la hace sujetarse sola-mente a la razón»8. 1. SEMBLANZA DEL CAPITÁN MILLER Fue una de las estrellas más brillantes de la escuadra del Mediterráneo, cuando estaba al mando de John Jervis (1735- 1823). Era muy apreciado por su jefe. Nacido en Nueva Ingla-terra hacia 1760, Miller había sido educado en la Academia Naval de Portsmouth, Reino Unido, antes de ir a la mar en 1778. Participó en varias acciones durante la guerra de Indepen-dencia de los Estados Unidos. En el transcurso de la guerra contra la Convención France-sa tomó parte en el sitio de Tolón (1793-1794). Allí el teniente Miller mostró su carácter resoluto e implacable, al ofrecerse voluntario para destruir el arsenal y la escuadra gala, cuando los 8 CLAUSEWITZ (1976), p. 89. 47 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 5 aliados se retiraban de la plaza marítima, teniendo un papel muy activo en esta operación. En 1794 estuvo en los sitios de Calvi y Bastia (Córcega), donde conoció al capitán Nelson, que le llevaba dos años. Fue el inicio de una relación profesional muy fructífera. El héroe de Trafalgar lo apreciaba mucho. Cuando en 1796 Nelson –ascen-dido a comodoro– tomó posesión de su navío insignia Captain, nombró a Miller su capitán. Con este buque lucharon en el com-bate del Cabo de San Vicente en febrero de 1796. En mayo de 1797, durante el bloqueo de Cádiz, Jervis enco-mendó a Nelson, que pronto sería contralmirante, el navío Theseus, de 74 cañones, un buque conflictivo, como veremos. Nelson trajo a Miller consigo. Miller tenía en ese momento 37 años y su jefe 39. Formando parte del Inshore Squadron –divi-sión costera– en este bloqueo gaditano, comandado por su líder, ambos tomaron parte en los famosos bombardeos de la plaza marítima el tres y cinco de julio. Tras la fracasada expedición a Santa Cruz de Tenerife y la recuperación de su herida, Nelson se encontró nuevamente con Miller y su navío en la campaña del Mediterráneo oriental, actuando juntos en el combate de Aboukir en agosto de 1798. Pero la carrera de Miller se truncó en el sitio de Acre (Siria), cuando en mayo de 1799, una bomba francesa, manipulada erróneamente, le causó la muerte, a los treinta y nueve años de edad. Nelson lideró una suscripción naval para levantar un monumento a su memoria en la catedral de san Pablo, en Lon-dres9. Miller era un marino entregado a su profesión, valiente, apa-sionado y dispuesto a los mayores sacrificios. Poseía una gran sensibilidad, pues fue un pintor notable. Véanse, por ejemplo, dos acuarelas suyas, de buena factura: una del puerto de Bastia (Córcega) en mayo de 1794 y un retrato de Nelson en julio de 1797, antes del ataque a Santa Cruz de Tenerife10. 9 Un resumen biográfico de Miller en HOWARTH (2004-2014); WHITE (1998), p. 90 y (2002), pp. 175-176. 10 El cuadro de Bastia por Miller en KNIGHT (2005), p. 428. El retrato de Nelson por Miller en WHITE (1998), p. 113. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 48 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 6 Debió cultivar la lectura, pues en su narración de Cádiz- Tenerife de 1797 incluye dos referencias literarias. En una de ellas cita al guerrero «Renaldo» y sus tropas en París, que debe de ser el cruzado Reinaldo de Châtillon (c. 1125-1187), un gue-rrero sin escrúpulos, que realizó muchas campañas y tropelías contra los musulmanes, llegando a ser príncipe de Antioquía y posteriormente señor de Transjordania, ambos títulos median-te matrimonio. Considerado por los cristianos como el azote de Saladino, fue ajusticiado por orden de este soberano. Tanto Miller como Reinaldo eran partidarios de una guerra de aniqui-lación del enemigo. La paradoja es que Miller encontró la muer-te en Siria, en aquellos lugares por los que había transitado su héroe11. La otra referencia es la descripción de una marcha noc-turna por Ludovico Ariosto (1474-1533), autor del poema épico Orlando furioso. Esta dimensión literaria se manifiesta también en sus narra-ciones de los combates de San Vicente, Aboukir, Cádiz y Tenerife. Eran vívidas, detalladas y escritas con franqueza, lo que contrastaba con los informes oficiales de otros protagonis-tas, demasiado formales y equilibrados, que buscaban la apro-bación de sus superiores12. Volveré sobre ello enseguida. A lo largo de la narración de Cádiz y Tenerife el carácter de Miller se nos muestra en toda su ambivalencia. Así, junto a su implacable espíritu guerrero, aparece su preocupación caballe-resca por el estado de ánimo de Betsy, la esposa del capitán Thomas Fremantle, comandante de la fragata Emerald. Ella fue 11 Miller pudo también haber conocido la figura literaria de «Rinaldo» en el poema épico Jerusalén libertada (1562), de Torcuato Tasso (1544-1595); o al personaje de la ópera Renaldo (1711), de G.F. Haendel (1685-1759). 12 La narración de Miller sobre el combate de San Vicente puede verse en WHITE (1998), apéndice 1, pp. 153-156. Su relato del combate de Aboukir en NICOLAS (1997), vol. VII, addenda. La narración de Miller sobre Cádiz y Tenerife se titula: «A Narrative of the Services of Capt. Richard Willet Miller of His Majesty’s Ship Theseus (written to his wife) in the bombardment of Cadiz, and in the glorious though unsuccessful attack on the Town of Santa Cruz in the island of Teneriffe, in the month of July, 1797». Fue publica-da por BUCKLAND (1999). El fragmento referente a Tenerife ha sido tam-bién publicado en ONTORIA OQUILLAS, COLA BENITEZ y GARCIA PULIDO (2008), pp. 131-147. 49 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 7 testigo del ataque a Santa Cruz de Tenerife, donde su marido fue herido de consideración. En su texto también hace referen-cia en tres ocasiones a su esposa Nancy, y dos veces a sus hijas. Otras dimensiones de su personalidad fueron la admiración por el valor del enemigo, el humanitarismo isleño y la cortesía del comandante general de Canarias Antonio Gutiérrez (1729-1799), así como su gran sentido del honor, inherente a un oficial. El humor británico aparece fugazmente en su narración, cuando recoge la anécdota ocurrida en la Mesa del Ramonal (Santa Cruz de Tenerife) en la mañana del 22 de julio, cuando en medio de aquel terreno abrupto, el sol abrasador, el agota-miento y el tormento de la sed, algunos subordinados se rieron de la adversidad: «In some instants Dollars were offered for drinks from a Canteen». Por último, en su relato brilla con luz propia una religiosi-dad sincera, vivida. Tras los dos combates nocturnos del 3 y 5 de julio en Cádiz Miller daba las gracias al Altísimo por haber vuelto sano y salvo. Incluso defendió la importancia de transmi-tir los valores religiosos a sus marineros de una forma sutil13. 2. UNA VALORACIÓN DEL TEXTO DE MILLER En efecto, la documentación británica sobre el ataque de Santa Cruz de Tenerife es exhaustiva. Se han recopilado hasta el presente veintiún documentos. La mitad posee un carácter oficial. Se trata de los informes de Nelson a Jervis, instruccio-nes y órdenes de Nelson al capitán Thomas Troubridge —oficial más antiguo de la tropa desembarcada en Santa Cruz—, men- 13 Así procedió Miller en el funeral de su remero jefe, muerto en la no-che del 5 de julio, en aguas de Cádiz. Allí alentó a sus compañeros de la lan-cha a despedirle con la frase ritual «God bless him», antes de enviar su cuer-po a las profundidades marinas. Añadía a continuación lo siguiente: «[…] the observations of some people gave me an opportunity of inculcating the necessity of Religion, morality and sobriety without seeming to intend it». Es posible que esta iniciativa fuese también una reacción contra el fermento revolucionario existente en la tripulación de su navío, Theseus, al tomar par-te en los motines de la flota británica en abril de ese año. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 50 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 8 saje de intimidación de Nelson al comandante general de Cana-rias, el informe de Troubridge a Nelson sobre la acción del 25 de julio, el diario del navío insignia Theseus, las cartas de cor-tesía intercambiadas de Nelson y el comandante general, y el informe de Jervis al Almirantazgo. Los restantes documentos poseen un carácter más personal. Las dos cartas privadas de Nelson a Jervis —de 27 de julio y 16 de agosto de 1797— respiran franqueza, depresión, sentimien-to de culpa y dolor por la pérdida de varios subordinados duran-te el ataque, y el deseo de escapar de una situación penosa, fí-sica y anímicamente. El diario de Betsy Fremantle, posee un gran valor socio-cultural, pero nos ofrece una visión de los acon-tecimientos desde la fragata Emerald, donde se encontraba alo-jada, lejos del frente. Las cartas y narraciones de otros militares, testigos del ataque, nos ofrecen información parcial de lo suce-dido, a veces sólo el eco de terceras personas, siendo en su ma-yoría de poca extensión: el guardiamarina William Hoste; el ofi-cial John McDougall; el oficial John McPherson; Josiah Nisbet, hijastro de Nelson; el capitán Thomas M. Waller y Oliver Davis, sirviente del capitán Miller. La narración de Miller sobre Cádiz y Tenerife es en cam-bio muy extensa: sesenta y cuatro páginas, en tamaño cuartilla, de las cuales dos terceras partes están dedicadas al asalto a Santa Cruz. En mi opinión, es una excelente combinación de crónica militar y retrato sociológico de su autor. Confirma mu-chas cosas que ya sabíamos por las otras fuentes, pero nos brin-da una visión de conjunto diferente, muy sincera, pragmática, con los pies en la tierra14. 3. CONTEXTO NAVAL BRITÁNICO (1797) Esta fecha fue un annus horribilis para Gran Bretaña y su marina de guerra. En 1796 se le habían acumulado los proble-mas. La situación estratégica en el Caribe se encontraba en un 14 Todas las fuentes británicas han sido publicadas por ONTORIA OQUILLAS, COLA BENITEZ y GARCIA PULIDO (1997), pp. 29-40 y 305- 353; y (2008), pp. 83-159. 51 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 9 punto de equilibrio, pero con grandes costes humanos: el único ejército expedicionario que disponía Gran Bretaña se estaba diezmando en aquella zona del mundo por la fiebre amarilla, la disentería y la malaria. En el Mar del Norte, la Royal Navy de-bía mantener bloqueada la flota holandesa. Francia, por su par-te, amenazaba el Reino Unido desde Dunquerque —con una flo-tilla de invasión— y Brest, de cuyo puerto salió en diciembre de ese año una expedición contra Irlanda. Aunque fracasó por los temporales y la incompetencia de sus mandos, la escuadra bri-tánica del Canal no pudo evitarla, debido a la mala coordina-ción entre sus jefes. En el Mediterráneo la situación se desintegró rápidamente en 1796. La marina británica perdió muchos puertos amigos, con las victorias de Bonaparte en el norte de Italia ese verano y la declaración de guerra por España en octubre. Córcega fue abandonada y su guarnición se trasladó a Elba, que también se perdería al año siguiente. A Jervis se le ordenó abandonar el Mediterráneo y usar Lisboa como base de su escuadra –com-puesta de 23 navíos de línea–, arribando a la capital portugue-sa en diciembre. Pero incluso la base lisboeta no estaba garan-tizada, pues el gobierno portugués estaba recibiendo fuertes presiones de Francia. Las cosas empeoraron en 1797. En febrero llegaron a Lon-dres noticias de un desembarco de mil quinientos aventureros franceses en Gales. Fue neutralizado rápidamente, pero provo-có un pánico en el público de la capital y, en consecuencia, una aguda crisis financiera, que amenazó la continuidad del apoyo oficial a la guerra. La victoria de Jervis sobre la escuadra española de José de Córdoba en el cabo de san Vicente ese mismo mes encendió el entusiasmo popular, pues la nación necesitaba desesperadamen-te un éxito militar15. Sin embargo, en la primavera Austria ini- 15 El 14 de febrero de 1797 Jervis —con una escuadra de 15 navíos, 6 de ellos de tres puentes— sorprendió, a la altura del cabo de San Vicente, a la escuadra del teniente general José de Córdoba, formada por 24 navíos —7 de ellos de tres puentes—, con fragatas y buques de transporte. El marino espa-ñol navegaba de forma descuidada y, para colmo de males, ordenó virar de-lante del enemigo. Jervis atacó una columna de 14 navíos, cortando su línea AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 52 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 10 ció conversaciones de paz con Francia, lo que dejaba a Gran Bretaña en una mala posición. El gobierno británico quiso se-guir su ejemplo, pues la guerra estaba saliendo muy costosa, sin resultados estratégicos tangibles. Pero lo peor estaba por venir. En abril comenzaron los mo-tines de la marinería en Spitehead, que atentaban con destruir la disciplina en toda la flota de guerra, tan necesaria para la supervivencia del Reino Unido. Por otra parte, la conquista bri-tánica de Trinidad en febrero, ante la desproporción de fuerzas, no tuvo su homólogo en la expedición a San Juan de Puerto Rico en abril, donde sus integrantes encontraron una fuerte re-sistencia y un mando español más eficaz, teniendo que abando-nar la empresa16. 4. OBJETIVOS POLÍTICOS Y MILITARES Una vez declarada la guerra en octubre de 1796, el Reino Unido persiguió con empeño que España abandonase cuanto antes su alianza con Francia. Otro objetivo político, constante en su diplomacia exterior, era la apertura del mercado colonial español a la navegación y el comercio británicos. En general la Royal Navy —un instrumento más al servicio de estos objetivos políticos— tenía demasiadas misiones que cumplir en el escenario europeo. Sus bases navales en el conti-nente eran insuficientes y los retos logísticos para mantener sus escuadras en el mar eran inconmensurables. Aunque la cifra de navíos armables de España y Francia era mucho menor que las estadísticas existentes, se trataba de una gran flota en presencia —fleet in being—, que había que tener bajo vigilancia constan-de batalla y aislando su centro del resto de la formación, lo que trajo consi-go la captura de 4 navíos. La brillante actuación de una división española de 4 navíos, al mando del teniente general Juan Joaquín Moreno, evitó males mayores, al socorrer el centro en el momento más crítico del combate. Véa-se FERNÁNDEZ DURO (1972), t. VIII, pp. 75-132; HOWARTH (1998); y WHITE (1998). 16 Puede verse un resumen de la coyuntura política y naval británica de 1796-1797 en RODGER (2005), pp. 436-441 y 454-455. 53 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 11 te. Por último, la amenaza de invasión aliada en las Islas Bri-tánicas tenía en vilo a la opinión pública, pese al fracaso de la citada expedición francesa. Cuando Jervis —que había tomado el mando de la escuadra en diciembre de 1795— decidió iniciar el bloqueo cerrado de Cádiz en abril de 1797, estaba satisfecho de los buenos resulta-dos alcanzados por su escuadra en el combate de febrero, ha-biendo recibido el título de conde de San Vicente por esta vic-toria. Pero la situación en que se encontraba su escuadra era muy compleja. Siguiendo las consignas de una guerra de aniquilación —preconizada por su nación— su objetivo prioritario era la des-trucción de las escuadras españolas y francesas, amén de atacar su comercio marítimo. Sin embargo, el teatro de operaciones asignado a Jervis y su escuadra era muy vasto: todo el Mediterráneo y parte del Atlán-tico, desde el estrecho de Gibraltar hasta Finisterre. La guerra, la diplomacia, el comercio y la logística requerían una constan-te atención por parte del almirante. Ello generaba, entre otras cosas, una correspondencia interminable con unas doscientas personas. Expulsado del Mediterráneo en diciembre de 1796, ahora solo contaba con los malos fondeaderos de Gibraltar, Lagos y la costa norteafricana, teniendo que apoyarse excesivamente en la lejana Lisboa. La plaza de Gibraltar estaba rodeada de enemi-gos. Se enfrentaba a una coalición hispano-francesa, que agru-paba a numerosos navíos en el espacio marítimo asignado: Tolón, Cartagena, Cádiz y Ferrol. Debía, por tanto, evitar la unión de las escuadras aliadas y destruirlas, a ser posible. Al mismo tiempo tenía que proteger el comercio luso-britá-nico y la soberanía de Portugal; neutralizar posibles amenazas a Gibraltar; y llevar a cabo algunos cruceros en el Mediterráneo, para colaborar con sus aliados en esa zona y disminuir la pre-sión francesa sobre el reino de Nápoles y Dos Sicilias. Los objetivos políticos y militares españoles eran diferentes. En 1796, dada la escasa capacidad de maniobra de España en el plano internacional, el primer gobierno de Manuel Godoy (1792-1798) escogió el mal menor: la alianza con Francia, me- AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 54 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 12 diante el Tratado de San Ildefonso, de carácter defensivo, firma-do en agosto de aquel año. Era un pacto contranatura, entre una monarquía católica y una república regicida y laica. Pero esta unión obedecía a varios objetivos políticos. Pretendía frenar el expansionismo francés a costa de territo-rios españoles como los existentes en Italia. La superioridad militar de Francia había quedado patente en su victoria final sobre los ejércitos hispanos en la guerra contra los revoluciona-rios galos o Guerra de la Convención (1793-1795), pese al éxito español en algunas campañas navales. Su alianza con Gran Bre-taña no había impedido aquellos desastres y España había fir-mado la paz con Francia por el Tratado de Basilea, en junio de 1795. Para el gobierno español constituía un verdadero suicidio seguir enemistada con tal poderoso vecino, que había sido con-tenido a través de los denominados «Pactos de Familia» duran-te gran parte de la centuria. El miedo a una posible invasión francesa de la Península Ibérica estuvo siempre en la mente de los gobernantes españoles hasta 1808. Otro objetivo político de España era poner barreras a la «ambición» británica en los mares europeos y coloniales, «su universal despotismo en el mar», en palabras de Godoy. El go-bierno español estaba resentido con Gran Bretaña, tras la humi-llación internacional que había experimentado en el asunto de Nutka (1790), al aceptar la presencia británica en el comercio del Noroeste de América, fenómeno que contradecía la procla-mada soberanía de España en aquellas latitudes. El secular con-trabando inglés en el comercio hispano-americano era otro motivo de constante fricción entre ambas naciones. La actividad corsaria se realizaba en Córcega con la tolerancia de Gran Bre-taña. La recuperación de Gibraltar seguía siendo un asunto espi-noso. Más aún, la monarquía española acusaba de comporta-miento desleal a su aliada británica durante la guerra contra la Francia revolucionaria. Los barcos mercantes hispanos en el Caribe y los buques neutrales con mercancías de titularidad española habían sufrido un trato vejatorio por los buques de guerra británicos. Las discrepancias entre ambos aliados duran-te la defensa de Tolón en 1793 empañaron aun más esta suspi- 55 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 13 cacia mutua. Además, Gran Bretaña no había cumplido con el compromiso de devolver los cargamentos y los buques españo-les, tomados por el enemigo común. El caso más escandaloso fue el navío Santiago, que conducía un cargamento valorado en casi 96 millones de reales y que fue represado por los británicos a un corsario francés17. Se trataba de una alianza ofensiva-defensiva. La presencia y cooperación de las flotas aliadas representaban un fuerte medio de disuasión contra las ya citadas actuaciones hostiles de la Royal Navy. Hacia 1790 la suma del tonelaje principal de las flo-tas de guerra en España y Francia superaba en un 21% al bri-tánico. Importaba menos que en la realidad el número de navíos y fragatas armables por los aliados fuese mucho menor que las estadísticas oficiales. La disuasión era un gran instrumento di-plomático entre las potencias marítimas europeas. Durante las conversaciones de Basilea en 1795 el representante francés Barthélemy había alentado a los españoles, a través del diplo-mático Domingo de Iriarte, a formar una confederación de po-deres marítimos del Norte de Europa, para contrarrestar la su-perioridad británica en el mar. En la esfera militar, Jervis tenía a un magnífico oponente en el teniente general José de Mazarredo (1745-1812), que tomó el mando de la escuadra del Océano en abril de 1797. Mazarredo era consciente de la debilidad de la escuadra bajo su mando, con base en Cádiz. Debido a factores diversos, la Armada era una sombra de fuerza. Su escuadra sólo podía armar en la práctica 21 navíos de línea, teniendo que disminuir posteriormente esa cifra a 19. La población gaditana temía una ocupación británica inminente y sufría el bloqueo cerrado co-mercial. Sin embargo, Mazarredo era consciente de que el enemigo se enfrentaba a numerosos problemas logísticos, al estar lejos de sus bases en Gran Bretaña. El marco físico de Cádiz y su bahía cooperaban en la defensa. Ahí es donde el ilustre militar vio la oportunidad de revertir la situación. 17 Véase GUIMERÁ RAVINA (2003) y LÓPEZ-CORDÓN (2004). AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 56 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 14 5. ESTRATEGIAS DISPARES Para alcanzar su objetivo militar –dañar el comercio maríti-mo español y destruir la escuadra del Océano– Jervis acudió al corso y, sobre todo, el bloqueo cerrado de Cádiz en abril de 1797, puerto principal y metrópoli del comercio americano. El bloqueo cerrado —naval y comercial— ya había sido aplicado por Jervis en Tolón y Livorno el año anterior. Esta medida se-guía la máxima de Clausewitz, que propugnaba atacar el punto más vulnerable del enemigo. Un bloqueo cerrado de Cádiz exigía controlar las rutas mer-cantiles españolas entre el Mediterráneo y el Atlántico18. Asimis-mo debía vigilar el paso de fuerzas expedicionarias enemigas hacia lugares distantes y sus líneas de comunicación. Jervis arriesgaba mucho si dejaba maniobrar libremente a la escuadra española del Océano, en combinación con la división de Cartagena y la escuadra francesa de Tolón. Desde su posición geográfica, frente a la bahía gaditana, el almirante británico po-dría cubrir indirectamente Cartagena y Tolón por un lado, y Ferrol, por otro. La interrupción del comercio colonial, clave en la financia-ción de la monarquía española, era una verdadera guerra eco-nómica, que obligaría a la escuadra española a salir y presentar batalla. Pretendía, en última instancia, ejercer presión sobre la opinión pública para que solicitase la paz a su gobierno. Pero el bloqueo cerrado de Cádiz era muy difícil de alcan-zar. Era una entre tantas estrategias a elegir, demasiado te-diosa, agotadora y peligrosa, especialmente en la estación invernal. Se trataba de una fuerza lista para entrar en acción en cual-quier momento. En consecuencia, la navegación permanente de los buques de Jervis durante largos períodos de tiempo exigía intensidad y destreza, representando una carga estresante para sus dotaciones y los propios barcos. El enemigo español nor-malmente le superaba en navíos y fragatas. La escuadra de 18 GUIMERÁ RAVINA (2008); HATTENDORF (2008); y RODGER (2008), donde se reseña abundante bibliografía. 57 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 15 Jervis debía ser pues aumentada con buques enviados desde Gran Bretaña. La logística necesaria era enorme. Requería un sistema de avituallamiento, aguada y reparación naval —mediante con-voyes y arsenales— potente y sofisticado. Había que importar alimentos frescos de Marruecos –Tánger y Tetuán en especial– y Portugal —Lagos y Lisboa—. Gibraltar sólo era útil para el mantenimiento de los barcos y reparaciones menores, amén de la inteligencia naval. Las únicas ventajas para la escuadra bloqueadora eran el continuo entrenamiento de las dotaciones y una moral de com-bate superior a la existente en la escuadra española, encerrada en la bahía de Cádiz, sin poder presentar batalla en condiciones. La presencia de corsarios españoles en la zona estrecha del Mediterráneo, entre Cartagena y Orán, también obligaba a Jervis a enviar fragatas para proteger los convoyes del Medite-rráneo oriental. Peor aún, los motines que tuvieron lugar en la flota británica en la primavera de 1797 le empujaron al ejerci-cio de una disciplina férrea en su escuadra y la ocupación per-manente de sus tripulaciones. El bloqueo de la escuadra española del Océano en Cádiz se inició en abril de ese año y continuó hasta el final del mando de Jervis, en agosto de 1799, y más allá. Fondeó aquella división ligera muy cerca de Cádiz —Inshore Squadron—, en un princi-pio a las órdenes del contralmirante Horacio Nelson, mientras que el grueso de la escuadra daba largas bordadas mar adentro, teniendo a la vista la bahía gaditana. Otras veces fondeaba fren-te a Rota. Durante la temporada invernal, Jervis llevaba su es-cuadra a Lisboa, dejando una división de vigilancia frente a Cádiz. En ocasiones las malas condiciones marinas le obligaron a fondear temporalmente en la rada de Tánger. Fue, en definitiva, un gran esfuerzo de logística, entrena-miento e inteligencia naval. Pero tan efectivo llegó a ser el blo-queo cerrado que el año 1797 es considerado el peor del comer-cio hispano-americano en el período denominado del Comercio Libre (1778-1808). Pero hay que recordar que el bloqueo cerrado de Cádiz era sólo una pieza más de la estrategia de Jervis. Tenía que dedicar AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 58 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 16 una parte de su escuadra a misiones lejanas –cruceros, convoyes o inteligencia naval–, amén de labores de mantenimiento y re-paración de sus propias unidades. Otra dimensión estratégica fue la guerra anfibia19. Todas las potencias marítimas europeas hacían uso del asalto al litoral enemigo, para ocupar un territorio o infringir daños materiales a su economía y potencial bélico. Desde mediados del siglo XVII la Royal Navy había desarrollado este tipo de guerra, profunda-mente arraigado en la política y sociedad británicas. En el pe-ríodo 1759-1783, durante las guerras de Siete Años y la Inde-pendencia de los Estados Unidos, las operaciones anfibias ha-bían llegado a su apogeo en el Reino Unido. La toma de La Habana y Manila en 1762 constituyen un gran ejemplo en este sentido. La marina y el ejército poseían ya un verdadero carác-ter anfibio. Cuando estalló el conflicto contra la Convención francesa en 1793, la guerra anfibia había evolucionado de tal manera en Gran Bretaña que ya contaba con la necesaria financiación, in-fraestructura, apoyo político, opinión pública, experiencia operativa y comprensión táctica. El poder anfibio británico lle-garía a su máxima eficacia y solidez en el período 1793-1815, único en Europa por su variedad, alcance y repercusión cultural. Sin embargo, en estos años la guerra anfibia no tuvo la re-percusión diplomática del período anterior: «[...] la confrontación entre Gran Bretaña y Francia era similar a la de la ballena y el elefante; ninguna de las dos potencias podía derrotar a la otra, mediante el uso directo de unas fuerzas militares que les hacían relativamente superiores»20. La excesiva fe en esta clase de guerra generó, en algunos momentos, expectativas poco realistas. Tal fue el caso del bom-bardeo de Cádiz y el ataque a Santa Cruz de Tenerife. La primera actuación anfibia sobre Cádiz tuvo lugar en la noche del 3 de julio de 1797. Jervis buscaba sembrar el pánico 19 GUIMERÁ RAVINA (2008); HARDING (2008); HATTENDORF (2008); y KNIGHT (2008). 20 HARDING (2008), p. 57. 59 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 17 entre la población civil, mediante la destrucción de sus propie-dades o la muerte de algunos paisanos. Ello pretendía forzar a la opinión pública gaditana a exigir que Mazarredo saliese con su escuadra a presentar batalla. También tenía como finalidad ocupar a las tripulaciones de la escuadra, pues en ella existían barcos cuyos marineros habían tomado parte en los motines de esa primavera en el Reino Unido21. Por su parte, la estrategia de Mazarredo se adaptó a estas duras circunstancias. Tenía que decidir entre dos posibilidades distintas: aceptar el control británico del paso y la comunica-ción marítima en el Estrecho y Golfo de Cádiz; o hacerle frente mediante una salida, para disminuir su poder o evadir su con-trol. Eligió la primera opción, como un mal menor. Asimiló la inevitabilidad del bloqueo de Cádiz, pero persi-guió el desgaste gradual de su enemigo, tanto en potencial físi-co como en moral de combate, mediante la prolongación de la guerra defensiva. Para proteger a la ciudad y escuadra desarro-lló las denominadas «fuerzas sutiles» —que seguían el modelo de flotille a la hollandaise— que tanto éxito habían alcanzado en el Gran Sitio de Gibraltar (1779-1782). En solo dos meses pudo disponer de más de cien embarcaciones menores —lanchas, bombardas, botes, falúas, tartanas, etc.—, armadas con cañones, morteros y obuses, que neutralizaron los bombardeos de julio de 1797 y un posible asalto a Cádiz. Estas unidades ligeras oca-sionaron muchos problemas al enemigo durante aquellos años de bloqueo. En segundo lugar, aprovechó las escasas oportunidades que le brindó este juego de ajedrez bélico, para impedir la interrup-ción total del comercio colonial español. Por ejemplo, los britá-nicos se separaban de la bahía gaditana en los momentos de calma o cuando soplaban vientos del océano. En consecuencia, el comercio de cabotaje era tan franco como si no hubiera blo-queo cerrado. 21 Este es el caso del navío Theseus. A su llegada a Cádiz en mayo, Jervis lo encomendó a Nelson, que convirtió en su buque insignia del Inshore Squadron, con el capitán Miller como comandante. Nelson llevó consigo al teniente John Weatherhead y el guardiamarina William Hoste, hijos de ami-gos suyos en su tierra natal, Norfolk. AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 60 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 18 Por último, buscó la disminución del poder enemigo me-diante acciones sorpresivas a la escuadra de Jervis o el corso a los barcos mercantes. Nunca ofreció a Jervis la posibilidad de un combate decisivo, esperando una oportunidad para salir a la mar cuando el bloqueo se aflojase, cosa que lograría con su es-cuadra en febrero de 1798. La estrategia de Mazarredo se apoyó además en un equipo formidable de oficiales, muchos de ellos futuros héroes de Trafalgar: Gravina, Álava, Escaño, Grandallana, Churruca, Alcalá Galiano, Valdés, etc. Este fue el escenario de las actuaciones del capitán Miller en Cádiz y Tenerife durante el mes de julio. 6. EL BOMBARDEO DE CÁDIZ (JULIO DE 1797) A través de la narración minuciosa de Miller y el auxilio de otras fuentes podemos analizar el bombardeo nocturno de una plaza marítima como Cádiz a fines del siglo XVIII: fuer-zas en presencia, medios materiales, inteligencia naval, hora-rio, condiciones náutico-terrestres, climatología, tácticas y resul-tados. 6.1. Fuerzas en presencia y medios materiales Por parte británica entraron en acción el 3 de julio una bom-barda —armada con dos morteros— una lancha cañonera —con un cañón naval de 24 libras y un pequeño obús— y las lanchas y botes de toda la escuadra, siete de ellas equipadas con carronadas22. En el combate del 5 de julio y días posteriores se 22 El mortero naval es una pieza artillera, con vientre y caña muy ancha, que disparaba proyectiles de grueso calibre, con trayectoria curva, para ofen-der plazas marítimas por encima de sus defensas. Normalmente iban en lan-chas de gran tamaño —bombarda—, incluso en fragatas y bergantines, a los que se despojaba del palo trinquete para establecer la poza de los morteros. El obús era un pequeño cañón. La carronada era un cañón corto y de grue-so calibre, rotatorio, capaz de disparar a corta distancia gran cantidad de me- 61 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 19 añadieron a estas unidades dos lanchas con morteros, captura-das a los españoles en la noche del 3 de julio, y dos cúteres, que tenían como misión aferrar las lanchas o botes, y cubrir la reti-rada23. Las dotaciones eran marineros e infantes de marina. El armamento individual consistía en fusiles y sables cortos de abordaje. Las lanchas y botes eran difíciles de destruir debido a su tamaño, máxime de noche. El peso de la operación residió en el mando de la división ligera o Inshore Squadron. Nelson, como jefe de esta fuerza naval, se puso en persona al frente de estas acciones punitivas contra Cádiz. Entre los ofi-ciales que le acompañaron en esta aventura se hallaban sus fu-turos subordinados en la aventura de Santa Cruz de Tenerife: los capitanes Bowen, Waller, Miller y Fremantle; y los tenientes Baines, Weatherhead y Gibson. Puede sorprender que un contralmirante se implicase en una operación tan arriesgada como representaba una lucha noctur-na entre embarcaciones menores, pero hay que tener en cuenta que la disciplina y la moral de la escuadra estaban en horas bajas, tras los motines de primavera. Los altos jefes tenían que dar ejemplo, ocupando la primera posición en el asalto. Por parte española se había organizado en la noche del 3 de julio una división de ocho lanchas en La Caleta, junto al casti-llo y faro de San Sebastián, la vanguardia del frente marítimo. Otras seis divisiones de lanchas se habían situado en la boca de la bahía. Iban armadas con cañones navales de diferentes cali-bres, morteros y obuses. Pronto se utilizó ampliamente la bala roja, que causó grandes daños a los británicos24. El armamento tralla. Fue desarrollado por la Royal Navy a finales del siglo XVIII y comien-zos del siglo XIX, que causó grandes estragos en los buques aliados durante el combate de Trafalgar. La Armada española poseía algunas piezas en sus buques. 23 El cúter era una embarcación pequeña, de gran calado, de un solo palo, con mucho velamen, armada con 10 o 14 cañones. Se utilizaba en la-bores de comunicación, correo y vigilancia costera. Era muy veloz y maniobrera. 24 La bala roja era un proyectil de cañón, calentado al fuego, para pro-vocar el incendio de los buques enemigos, hechos de madera pintada y embetunada. Su uso fue muy extendido en la Armada durante la defensa de Cádiz en 1797-1808, a instancias de Mazarredo. Se disparaba desde una tar- AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 62 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 20 portátil de estas embarcaciones eran pistolas, picas y sables cortos. Sin embargo, en ese momento no llevaban tropa a bor-do. Desconocemos el número total de asaltantes y defensores, pero debían de ser algunos centenares. La existencia de los castillos de San Sebastián y Santa Catalina en La Caleta —a la vanguardia del frente— y las «fuer-zas sutiles» constituyeron elementos disuasorios de importan-cia, a la hora del bombardeo británico [véase Lámina I]. 6.2. Inteligencia naval El propio Miller se encargó de llevar a cabo el reconocimien-to de la bahía, al norte de Cádiz —3 de julio— y al sur de la po-blación, hacia la Puerta de Tierra —5 de julio—, a la luz del día, para situar la bombarda y las lanchas con morteros en una po-sición adecuada, desde donde ofender a la plaza con sus proyec-tiles. Se ayudó de una carta marítima española, la brújula y los puntos de referencia costera. 6.3. Horario Los asaltos británicos se llevaron a cabo entre el anochecer —hacia las diez de la noche— y las tres de la mañana, prolongándose en una ocasión —5 de julio— hasta las ocho del día siguiente. Siguiendo la narración de Miller, una operación nocturna tenía la ventaja de que los asaltantes no eran descu-biertos por los vigías de Cádiz, hasta encontrarse cerca del ob-jetivo. Pero la oscuridad exigía una mayor disciplina de las do-tana, con cañón y hornillo portátil de hierro. La bala roja también se calen-taba en parrillas u hornos al aire libre, algunos de gran tamaño. El año 1797 ya existía uno en el castillo de San Sebastián, en primera línea, y otro en la Puerta de Mar. Luego se construyeron cajones forrados de ladrillo con ceni-za caliente, para llevar los proyectiles desde estos hornos a las lanchas caño-neras. Constituyó un elemento imprescindible en la defensa portuaria por su gran eficacia y efecto disuasorio. Véase su eficacia en la defensa de Cádiz en el diario del mayor general Escaño en 1797-1802, QUADRADO Y DE-ROO (1852), apéndice documental 8, pp. 85-130. 63 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 LÁMINA I: Plano de la Bahía de Cádiz, por Vicente Tofiño, 1789. Cortesía del Museo Naval, Madrid. Pueden verse La Caleta con el faro y castillo de San Sebastián, en primera línea del frente marítimo (centro) y la Puerta de Tierra, en el primer linde de la ciudad de Cádiz, a su derecha, teatros de operaciones de los bombardeos británicos del 3 y 5 de julio de 1797. 21 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 64 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 taciones, que no contaban con puntos claros de referencia para hacer frente al enemigo y su fuego. La regularidad de los movi-mientos y el silencio eran claves de la operación. Había que aguzar mucho el oído. En numerosas ocasiones se topaban literalmente con alguna embarcación española en medio de la refriega, como sucedió con la barca del comandante Tyrason, acción que veremos en-seguida. Hacía falta disponer de pase y contraseña para no he-rir a unidades propias. Una vez iniciada la lucha, las órdenes de los oficiales se realizaban a viva voz en medio de la oscuridad, a veces con un duro lenguaje y exhortaciones, con el fin de ven-cer la confusión, la indecisión y el miedo. Por fortuna, los bri-tánicos contaron con una luna brillante en la noche del 5 de julio, lo que facilitó esta operación. 6.4. Condiciones náutico-terrestres El escenario marítimo puede ser muy hostil a las embarca-ciones menores en determinadas condiciones náutico-terrestres: vientos terrales, calmas, fuerte oleaje, reboso, corrientes adver-sas, etc. Estas dificultades aumentaban en una operación mili-tar nocturna. Las lanchas y botes de Nelson tenían que remol-car a la bombarda y la cañonera durante tres millas hasta su objetivo, y traerlas de vuelta a los navíos. Por eso utilizaron los cúteres en las noches del 5 y 7 de julio, para aferrar las lanchas y los botes. En el intento abortado del 7 de julio sólo pudieron avanzar con sus remolques una sexta parte de aquella distancia, debido a los vientos terrales y al oleaje. Más aún, los británicos eran conscientes de que estos vientos podían morir súbitamente, atrapando a las embarcaciones de vela en medio de una calma. Estas variaciones atmosféricas eran frecuentes en otras bahías del entorno geográfico, como la rada de Argel25. 25 Véase, por ejemplo, el crucero de la división al mando de Mazarredo en la costa de Argel en mayo de 1778, en GUIMERÁ, Agustín (en prensa, b). 22 65 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 6.5. Tácticas Los españoles crearon una línea defensiva cerrada —lanchas cañoneras y bombarderas—, cuyas armas poseían un mayor al-cance que las carronadas existentes en las lanchas británicas. Dado que las embarcaciones enemigas eran difíciles de distin-guir en la oscuridad, los españoles optaron por el fuego de con-centración, para hacer blanco en ellas. Sin embargo, la primera noche del bombardeo —3 de julio— no dio tiempo a avisar a las ocho lanchas españolas situadas en La Caleta. A las doce de la noche salieron al encuentro de un na-vío británico y fueron sorprendidas por las fuerzas de Nelson y Miller, que abordaron por las dos bandas a dos lanchas con mor-teros y una barca con 30 hombres a bordo, donde estaba el co-mandante del apostadero, Miguel Tyrason. En esta última la de-fensa fue férrea, luchándose cuerpo a cuerpo. En ella Nelson estuvo a punto de perder la vida. La barca fue capturada, que-dando su dotación muerta o herida, con su comandante igual-mente herido. Las dos lanchas con morteros corrieron la misma suerte26. La guerra de aniquilación, preconizada por Miller, se mani-festó en la noche del 5 de julio, cuando éste sugirió a Nelson disparar las carronadas de sus lanchas contra la población de Cádiz. Su jefe se negó a ello, ordenándole en cambio que forma-se una línea de defensa con estas embarcaciones. Los españoles mejoraron entonces su dispositivo defensivo. Se reforzó La Caleta con diez lanchas de navío, víveres, aguada, munición y maestranza para el mantenimiento de aquella divi-sión. Se puso al mando del capitán de fragata Antonio Miralles, que destacaría años más tarde en estas operaciones de «fuerzas sutiles», durante la defensa de Brest y Boulogne. Cuando el 5 de julio los británicos bombardearon Cádiz desde el sur, cerca de la Puerta de Tierra, se encontraron con una línea cerrada de lanchas enemigas, muy armadas, que entorpecieron la labor de 26 Esta acción de Nelson fue inmortalizada en la acuarela de William Bromley —muy realista— y el óleo de Richard Westall —muy idealizada—, realizadas con posterioridad a 1805, véase WHITE (1998), pp. 88 y 93. 23 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 66 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 los morteros de Nelson. En los sucesivos intentos del 9 y 12 de julio se dio la misma situación. Los británicos finalmente reti-raron su bombarda a Gibraltar. 6.6. Resultados Según la narración de Miller, los británicos consiguieron impactar 12 bombas en Cádiz el 3 de julio y nada menos que 72 bombas el 5 de julio, a pesar de que en esta última acción la defensa cerrada española impidió acercar la bombarda a una distancia conveniente del blanco. Según el diario del mayor ge-neral de la escuadra española, Antonio de Escaño, no hubo que lamentar víctimas gaditanas, aunque sí el pánico entre varios civiles y algún que otro incendio. La versión británica habla de víctimas civiles. Una carta de Nelson a Jervis reflejaba muy bien aquel «sentimiento hostil» que animaba a los británicos, frustrados al no poder obligar a la escuadra enemiga a presenter batalla: «News from Cadiz, by a Market-boat, that our Ships did much damage; the Town was in fire in three places; a shell that fell in a Convent destroyed several priests (that no harm, they will never be missed); that plunder and robbery was going on, a glorious scene of confusion...» Aunque estas noticias son falsas, confirman a Nelson como un defensor a ultranza de una guerra de aniquilación y un pro-testantismo militante27. Otro efecto del bombardeo fue el traslado de los buques in-signias de Mazarredo y Gravina a una posición más segura en la bahía. Se costeó por el ayuntamiento de Cádiz 10 barcos, con obuses, cañones de 24 libras y hornillo de bala roja. Cada lan-cha de navío embarcó una dotación de 30 infantes de marina, con fusil y bayoneta. También se habilitaron 8 tartanas con dos cañones y hornillo de bala roja, para defender el sur de la plaza. Para agosto de 1797 ya estaba organizado un nuevo sistema defensivo. Aparte de otros buques menores, se formaron ocho 27 Nelson a Jervis, 7 de julio de 1797; NICOLAS (1998), pp. 403-408. 24 67 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 divisiones con 24 lanchas de navío, llevando a bordo sus caño-nes y gente armada con cuchillo y carabina. Se crearon nuevas señales, línea de batalla y punto de reunión. Se entrenó a estas fuerzas mediante ejercicios y evoluciones. Con el fin de pasar con rapidez de la bahía al mar abierto —es decir, de norte a sur— se labró un paso en el istmo del castillo de San Sebastián, decisión que dio muchos frutos durante el resto del bloqueo. Parece ser que era la primera vez que los británicos bombar-deaban una localidad marítima en España, atentando a la pro-piedad y la vida de civiles, lo que suscitó grandes críticas en este país. Es sintomático que haya un silencio ominoso en la docu-mentación de ambos jefes contendientes, no existiendo corres-pondencia alguna entre Jervis y Mazarredo durante gran parte de julio de 1797. Los británicos estaban convencidos de que estas acciones habían sido victoriosas, no sólo por la captura de las tres embar-caciones citadas, sino por el daño causado a la ciudad. Habían recabado información de testigos interesados y deseaban com-placer al Almirantazgo con resultados tangibles. Una vez más, se unían los deseos con su visión distorsionada de la realidad. Sin embargo, Miller se quejaba en su narración de que hubo mo-mentos de indisciplina entre la marinería y la tropa embarcada, pues abandonaron a la bombarda al final de la lucha el 3 de julio, o retrocedieron ante la lluvia de proyectiles enemigos el 5 de julio. Miller sólo pudo restablecer el orden mediante gritos, amenazas y exhortaciones. Miller hablaba de gloria o victoria, por un lado, y fracaso o pesadumbre, por otro. El vigía español de Cádiz informó finalmente que el 12 de julio la división de Nelson —el Inshore Squadron— había aban-donado su posición cercana a la costa. La aventura de Tenerife había comenzado. 7. EL ATAQUE A SANTA CRUZ DE TENERIFE El episodio de Tenerife representa el típico ejemplo de una operación anfibia fallida. 25 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 68 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Los hechos son bien conocidos. En la primavera de 1797, mientras Jervis consolidaba el bloqueo cerrado de Cádiz, la ac-tividad corsaria de su escuadra había dado buenos resultados en el Atlántico. Dos fragatas españolas de la Real Compañía de Filipinas, trayendo mercancías de Oriente, se habían refugiado en Santa Cruz de Tenerife. En ese mes de abril, el capitán Richard Bowen, al mando de dos fragatas, robaba una de aque-llas embarcaciones, la Príncipe Fernando, asaltando el buque con lanchas, en medio de la noche. A finales de mes el capitán Benjamin Halowell, al mando de otras dos fragatas, consiguió apresar en la misma rada una corbeta de guerra francesa, la Mutine, siguiendo una táctica semejante. 7.1. Objetivo estratégico Vista la experiencia, los británicos pensaban que Santa Cruz era una presa fácil, que no poseía defensas suficientes para re-sistir un asalto vigoroso. El 12 de abril Nelson había presenta-do a Jervis una propuesta de asalto a la población, con el fin de capturar el barco del «virrey de Méjico» que, según noticias, se había refugiado en aquel puerto. El botín sería millonario. Para ello, solicitaba a Jervis 3.700 soldados del destacamen-to del general Burg, que había evacuado la isla de Elba recien-temente, el cual aportaría sus cañones, morteros y demás mate-rial de campaña. En caso de que este militar no apoyase el proyecto, se podría recurrir al general O’Hara, con sus 600 in-fantes de marina y artillería. Con mil hombres más se remata-ría la expedición en tres días. Poco más tarde se desmintió la presencia del virrey. Jervis consideró entonces que la empresa ofrecía menos interés de lo esperado. Sin embargo, los éxitos de Bowen y Hallowell ani-maron finalmente al almirante, que el 14 de julio autorizó el asal-to a Santa Cruz por Nelson, con el fin de capturar la otra fraga-ta, Princesa, su cargamento, los caudales del rey existente en la isla, las mercancías particulares desembarcadas y una fuerte con-tribución en metálico, no sólo de Tenerife sino de otras cinco is-las, si se daba el caso. Se exceptuaba Gran Canaria de esta impo-sición, probablemente debido a su mayor capacidad defensiva. 26 69 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Nelson había preparado, de acuerdo con su jefe, una conmi-nación al gobernador isleño para que rindiese Santa Cruz. Como en otros casos de rendición de plazas fuertes, el docu-mento incluía una serie de cláusulas de garantía, referentes a su guarnición, armamento, propiedad privada, culto católico, auto-ridades eclesiásticas y magistratura. En definitiva, frente a lo que mantienen algunos autores —entre ellos el propio Rumeu de Armas—, se trataba de una tí-pica acción corsaria, con algún interés estratégico secundario. Había que mantener ocupada a la marinería de la escuadra, tras las operaciones de bombardeo de Cádiz. También había que seguir golpeando el litoral español. Como vimos, aquella guerra de aniquilación buscaba presionar a la opinión pública hispana para que exigiese al monarca Carlos IV el inicio de conversacio-nes de paz. Ya vimos que se estaban realizando gestiones diplo-máticas entre Austria y Francia, con el beneplácito de Gran Bretaña, para poner fin a la guerra. La ocupación temporal de Santa Cruz podría influir en este sentido, pues era el principal puerto comercial del archipiélago y su plaza militar más importante. Agrupaba a 6.282 habitantes —censo de 1787—, la décima parte de la población de Tenerife. Allí residía el Comandante General de Canarias, la Real Hacien-da, el Juzgado de Indias —que controlaba el tráfico con Améri-ca española—, los cónsules extranjeros y algunos ricos comer-ciantes28. 7.2. Fuerzas en presencia y medios materiales La fuerza asignada por Jervis a Nelson para esta acción corsaria fue mucho menor de la que defendía en su proyecto de abril. Finalmente consistió en una división de nueve barcos: 4 28 Antonio Rumeu de Armas defiende el proyecto de invasión de Tenerife en su prólogo a ONTORIA OQUILLAS, COLA BENITEZ y GARCIA PULIDO (2008), pp. 14-15; así como estos últimos autores en pp. 77-87 y 96-97. Hay razones de carácter geográfico y operacional que ponen en duda estas afirmaciones que, en mi opinión, sólo magnifican en exceso un hecho de armas de carác-ter secundario dentro del marco estratégico de 1797, ya descrito. 27 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 70 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 navíos, 3 fragatas, 1 cúter y 1 bombarda. No existían embarca-ciones de transporte ni efectivos del Ejército. Agrupaba a casi mil hombres, entre 250 infantes de marina y 710 efectivos de marinería, junto con varios cañones de campaña. Esta cifra obligó a los británicos al uso del engaño, para confundir a los defensores de Santa Cruz. Los oficiales que acompañaban a Nelson en esta expedición ya habían acreditado su profesionalidad en distintas ocasiones, siendo algunos de ellos amigos del propio contralmirante. Mu-chos de ellos destacarían en campañas navales posteriores, al-canzando la cumbre del escalafón en la Armada Real británica: junto a los ya mencionados capitanes Miller, Fremantle, Waller y Bowen, figuraban Thomas Troubridge, Samuel Hood y Thomas B. Thompson. Los tenientes John Gibson y Henry Compton es-taban al mando del cúter y la bombarda respectivamente. En el lado isleño, las tropas regulares eran escasas. La ma-yoría de los defensores eran milicianos y civiles con poca o nula instrucción militar. Sólo había 387 artilleros, la mitad de los necesarios para las baterías existentes. Entre los 1.282 efectivos de tropa figuraban únicamente 400 soldados profesionales y marinos franceses: 247 soldados del Batallón de Infantería de Canarias, 60 soldados de los regimientos de Cuba y La Habana y 110 franceses, la mayoría procedentes de la citada corbeta de guerra La Mutine. Para cubrir eficazmente la costa de Santa Cruz hubiera hecho falta disponer de 6.000 hombres de tropa. Santa Cruz contaba con 17 baterías, fuertes y castillos, repar-tidos por una costa de trece kilómetros, sumando 84 cañones, aunque sólo intervinieron en el combate 67 piezas. El dispositi-vo defensivo se apoyaba en tres fortificaciones claves, cubrien-do el centro del frente —unos cuatro kilómetros—: el castillo de Paso Alto, al norte de la población; el castillo principal de San Cristóbal, en el centro de la misma; y el castillo de San Juan, al sur. Este dispositivo era disuasorio a la hora de un ataque fron-tal en plena luz del día [véase Lámina II]. Mandaba las fuerzas isleñas el Comandante General de Ca-narias, Antonio Gutiérrez (1729-1799), militar de brillante carre-ra, que había tomado parte en las campañas de Italia, Norte de África, Malvinas y Menorca. Contaba en 1797 con 68 años. 28 71 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 LÁMINA II: Plano de las defensas costeras de Santa Cruz de Tenerife, 1797. Tomado de la obra de Agustín Guimerá Ravina, Tenerife, 1797... 1998. Puede verse el muelle, con su batería, y el castillo de San Cristóbal (centro), objetivo de Nelson en la madrugada del 25 de julio. 29 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 72 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Se dieron dos fases en el ataque a Santa Cruz, que serán analizadas de forma consecutiva, siguiendo el texto de Miller. 7.3. Objetivo táctico (22 de julio) Contando con aquel sistema de fortificación isleña, el contralmirante británico pretendía tomar por sorpresa el casti-llo de Paso Alto, al norte de la población, mediante un asalto con lanchas cargadas de tropas —unos 500 hombres— durante la noche del 21 de julio. Las tres fragatas remolcarían las lanchas disponibles y la bombarda durante la noche, a lo largo de la costa cercana a Santa Cruz —el macizo de Anaga—, con tropas, escalas y algún cañón de campaña, para cuyo servicio se construyó una rampa. Desembarcarían esta fuerza con seguridad en el barranco deno-minado del Bufadero, fuera del alcance de las baterías de Paso Alto. Una vez rendido el castillo, sus hombres ocuparían el Ris-co de la Altura que cubría la fortaleza. Desde ambas posiciones podrían ofender a Santa Cruz y conminar su rendición. Este plan tenía semejanzas con los sitios de Calvi y Bastia (Córcega), realizados por el propio Nelson en 1794. Buscaba con ello dar un golpe aplastante a la localidad —un coup de main—, creando conmoción y asombro en los isleños, que no estaban acostumbrados a hechos de tal naturaleza. La presencia imprevista de una fuerza militar antes del amanecer en Paso Alto, apoyada por su división naval en orden de bata-lla, causaría un gran efecto, desproporcionado a su pequeño ta-maño. Para ello Nelson contaba con el control del mar isleño por sus buques. Además, sus subordinados ya estaban acostum-brados a operaciones anfibias de esta clase. Como vimos, la guerra anfibia había generado en la Royal Navy una buena or-ganización y unos métodos bien ensayados. La narración de Miller nos informa del citado engaño de Nelson. Como la mayoría de sus hombres eran marineros, orde-nó fabricar cartucheras de tela y repartir ropa de infantería entre ellos, colocando en la parte frontal de sus sombreros pie-zas de telas —de forma redonda, triangular y cuadrada— con un número: 30 73 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 «[...] that they might look like regular troops as possible, and persuade the enemy that we had all our seamen still in reserve on board the ships». 7.4. Inteligencia naval y militar (22 de julio) Ya en su informe del 12 de abril a Jervis, Nelson había rea-lizado un cálculo de los riesgos inherentes a una operación na-val y militar en aguas tan restringidas como Santa Cruz. Esta-ba informado de que la costa de Anaga tenía suficiente calado para facilitar el transporte, fondeo y desembarco de sus tropas. La aproximación nocturna a su objetivo sería únicamente afec-tada por los vientos terrales o marítimos. Sabía que las monta-ñas que cubrían Santa Cruz no estaban fortificadas. 7.5. Resultados (22 de julio) El plan falló porque las condiciones náuticas de Anaga cons-tituyeron un obstáculo insalvable en la noche del 21 de julio. El objetivo estaba a una mayor distancia de la esperada. Según Miller, los asaltantes constataron con pesar que existían «more leagues than we intended miles from Santa Cruz». Las fragatas tuvieron que largar velas para llegar a tiempo a la cita, los re-molques sufrieron mucho esta tensión y algún bote naufragó, ocasionando nuevos retrasos. Ahí no acabaron sus tribulaciones. Al alba se encontraban todavía a una milla y media de su objetivo, con fuertes corrien-tes contrarias. En ese momento fueron descubiertos por la po-blación, cundió la alarma y se perdió el factor sorpresa. Nelson, que había fondeado su división en El Bufadero, de-cidió —pese a todo— desembarcar y ocupar el Risco de la Altu-ra, la montaña que dominaba Paso Alto. La narración de Miller describe muy bien cómo el desconocimiento del terreno y las condiciones climáticas llevaron a la tropa desembarcada a un callejón sin salida. Tras subir a la denominada Mesa del Ramonal, a través de un terreno impracticable, transportando 31 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 74 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 un cañón de 3 libras, se encontraron con el profundo barranco de Valleseco, que les separaba de su objetivo. Mientras, el general Gutiérrez había elegido la única táctica posible: el envío de una fuerza móvil isleña para neutralizar al enemigo desembarcado, ocupando rápidamente el citado Risco de la Altura, adonde subieron dos cañones de campaña. A pleno sol, el calor era insoportable, según Miller. Las ca-rencias logísticas británicas hicieron acto de presencia. No dis-ponían de agua ni provisiones. Sólo encontraron un poco de agua de mala calidad en el lecho del barranco y algunos racimos de uvas. El escuadrón les mandó a la playa una mínima canti-dad de limones, agua y alimentos. Muchos estaban fatigados y enfermos. Un individuo murió del calor. A la caída de la tarde, los mandos decidieron reembarcar al destacamento. Pronto la noche oscura y los precipicios cobraron sus víctimas: dos hom-bres despeñados. 7.6. Inteligencia naval y militar (23 de julio) Miller nos confirma un acontecimiento inesperado que transformó aquel panorama desolador. En la mañana del 23 de julio, un sirviente del consulado francés, de origen prusiano, se presentó a bordo de una de las fragatas. Había desertado de Santa Cruz, informando ahora sobre las fuerzas defensoras. Alegó que en la población sólo había 300 soldados regulares y 200 franceses armados, siendo los restantes milicianos y paisa-nos. Se ofreció a servir de guía. Los capitanes del escuadrón decidieron hablar entonces con Nelson para convencerle de la viabilidad de un asalto directo a la localidad. Aquí se produjo el gran error de cálculo del contralmirante, contagiado por el optimismo de sus subordinados. Basándose en la información interesada de un desertor y frustrado por el fracaso de aquella jornada, tomó la decisión de llevar a cabo un asalto directo al muelle de Santa Cruz la noche del 24 de julio, reunir a su tropa en la plaza de la Pila, contigua al castillo prin-cipal de San Cristóbal —donde estaba el cuartel general de Gutiérrez—, y rendirlo por la fuerza. 32 75 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Nelson era todavía un comandante inexperto. Sin tropas suficientes, la operación era muy arriesgada. No conocía bien las condiciones naútico-terrestres de la rada ni la topografía de la localidad. Según Miller, el contralmirante tenía una informa-ción imperfecta del puerto y muelle santacruceros. Sólo el capi-tán Bowen había estado en la bahía. Los únicos que conocían la población eran un marinero y un sirviente, que la habían visi-tado cinco años atrás. Un asalto frontal menospreciaba además la capacidad defensiva del enemigo, que estaba alerta, con su moral de combate intacta y su artillería bien emplazada. La división británica levó anclas ese mismo día y bordeó la costa sur de Tenerife, fondeando nuevamente en El Bufadero en la tarde del 24 de julio. Tuvo lugar una maniobra de distracción con la bombarda, que atacó el castillo de Paso Alto, para con-fundir a los defensores de Santa Cruz. 7.7. Desarrollo del ataque (25 de julio) Esta segunda fase del ataque es iluminadora con respecto a los grandes riesgos inherentes a una operación anfibia, sin una inteligencia naval y militar adecuada. Nelson decidió atacar con toda su fuerza disponible: 960 hombres en 29 lanchas, el cúter Fox —con 100 soldados a bor-do, munición y 12 cañones de campaña— y una barca isleña capturada. El armamento ligero consistía en fusiles de los infan-tes de marina, sables cortos, hachas y picas. Las lanchas iban sobrecargadas de marineros e infantes de marina, con escalas en sus costados. Se unieron todas ellas por cabos, para mante-ner la formación. Según Miller, tendrían que remar tres millas desde su fon-deadero hasta el muelle, alejados de la costa para no ser vistos y luego torcer hacia el objetivo. El silencio del avance sería ab-soluto. La única consigna era el nombre del barco a quien per-tenecía la dotación. La salida de la expedición tuvo lugar a las once en punto de la noche del 24 de julio, siendo descubiertos a la una y media de la mañana, a media milla del muelle. Los errores de inteligencia se mostraron entonces con toda su crudeza. Según Miller, la fuerza de asalto se encontró con 33 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 76 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 una fuerte marejada y corrientes adversas, a medida que se acer-caban a tierra. Allí la oscuridad era absoluta. La mayor parte de las lanchas, entre las cuales se encontraba Miller, derivaron al sur del castillo de San Cristóbal. Con ello se perdió la oportuni-dad de llevar a cabo una acción conjunta y decisiva en el mue-lle y su playa anexa. El oleaje era muy fuerte y la costa al sur del castillo prin-cipal era en su mayor parte rocosa. Durante el desembarco, muchas lanchas se anegaron —incluida la de Miller—, mojan-do a sus tripulantes y la pólvora transportada, con lo cual los fusiles eran inservibles. Las escalas, algunas armas ligeras y la munición se perdieron. Varios hombres se ahogaron en el proceso. El general Gutiérrez trataba de detener al invasor en el lugar más vulnerable, durante la transición de las embarcaciones a la orilla. En el sector del frente donde desembarcó Miller, el fuego de fusilería causó menos daño de lo esperado, debido a que dis-paraban desde muy alto, aunque algunos hombres fueron heri-dos mortalmente29. Pero, siguiendo a Miller, lo más grave es que algunas lanchas no intervinieron en el desembarco —unas quince embarcacio-nes, con capacidad para unos 300 o 400 hombres—, quedando lejos de tierra hasta el amanecer, en cuyo momento fueron re-chazados: «Some boats, I am sorry to say, never landed a man, having pulled out again when we landed, and, on making a second endeavour after day Light, found the fire too hot and returned to their ships in them; besides seamen, there must have been at least 100 marines». 29 Por otras fuentes sabemos que el cúter Fox fue hundido por la artille-ría isleña, ahogándose unos 100 hombres y perdiéndose 12 cañones de cam-paña. El fuego concentrado y bien dirigido de la fusilería y algunos cañones cargados con metralla hicieron mucho daño a los asaltantes del muelle y la playa. Nelson fue herido gravemente en el brazo derecho y trasladado a su buque insignia, donde le fue amputado el miembro. Otros combates librados por el Batallón de Infantería de Canarias contra los británicos en la orilla del barranco de Santos y playa del barranquillo del Aceite causaron muchas bajas enemigas. 34 77 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Los infantes de marina eran la única fuerza militar británi-ca que podría hacer frente con eficacia a las tropas regulares isleñas. Los cien royal marines que no consiguieron poner el pie en tierra significaban nada menos que el cuarenta por ciento de los existentes en el escuadrón de Nelson. Esto tuvo consecuen-cias importantes, como veremos enseguida. El relato de Miller va desgranando todas las adversidades que padeció su destacamento, por desconocer la topografía laberíntica de Santa Cruz —un cuadrado de medio kilómetro de ancho— y el número de fuerzas isleñas a los que se enfrentaba. Los capitanes Miller y Hood atacaron con unas decenas de hombres el castillo de San Cristóbal, pero fueron rechazados por la fusilería de la fortaleza. Mal guiados por unos prisione-ros, su grupo se equivocó de plaza, pues formaron en la plaza contigua a la iglesia de la Concepción y no en la plaza de la Pila, que era el punto de reunión escogido por Nelson. Tras esperar largo rato por su jefe, se trasladaron a otro espacio abierto fren-te al convento de Santo Domingo, formando en línea de batalla frente a su fachada principal. Con las primeras luces del alba entraron en contacto con otro destacamento, mandado por Troubridge y Waller, que ha-bían esperado en vano por Nelson en la plaza de la Pila, a la vista del castillo de San Cristóbal. Finalmente, las dos fuerzas, con sus cuatros capitanes —Troubridge, Waller, Hood y Miller— se reunieron frente al ci-tado convento. Sumaban 340 hombres, sin armamento suficien-te: 80 infantes de marina, 80 marineros con picas y 180 marine-ros con armas blancas. Los fusiles, la pólvora y la munición escaseaban. No contaban con agua ni comida. Pronto fueron rodeados por efectivos del Batallón de Infante-ría de Canarias —en ese momento sólo 148 soldados—, bajo el mando eficaz del teniente coronel Juan Guinther, algunos mari-nos franceses y partidas de milicianos. Los sitiadores no debían superar la cifra de 300 o 400 hombres. Pero la lucha isleña de gue-rrillas en las calles de Santa Cruz tuvo efectos positivos: «Our eyes were soon opened to the real truth of our own, a galling fire from the tops and windows of houses, and round the corners of streets...». 35 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 78 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 Varios cañones de campaña ofendían con su fuego a los bri-tánicos, trasladándose de una manzana a otra, según nos cuen-ta Miller: «[...] they discovered field pieces at the head of long narrow streets. Capitan Troubridge took a party in front and ordered me to take another to the left, to endeavour to capture the field pieces, but they were so situated as to be able to make several discharges on us, before we could reach the spit from whence they came, and moved them from corner to corner, so as to render all attempts abortive… we gave them up». 7.8. La guerra de aniquilación La situación británica era desesperada. Desconocían el nú-mero de enemigos que les rodeaban, calculándolo en varios miles. Ante la falta de noticias, estaban convencidos de que Nelson y sus compañeros —los capitanes Fremantle, Bowen y Thompson— estaban muertos. En ese momento dio comienzo un tira y afloja parlamenta-rio entre los británicos y el general Gutiérrez. Troubridge, que ahora estaba al frente del grupo como oficial más antiguo, si-guió el consejo de Miller de refugiarse en el convento y enviar un mensaje de intimidación al general Gutiérrez, solicitando la retirada de los cañones, bajo la amenaza de destruir Santa Cruz: «[...] or we would instantly set the Town on fire, beginning with the convent. This was approved by Capn. Troubridge, and he im-mediately ordered the gates to broke open, and sent the superior and an attendant Priest, making them first observe me prepare for burning the Convent, which in two minutes I put in such a state that blowing off one pistol (shot) would do the business». Este texto prueba que no se trataba de baladronadas, pues estaban dispuestos a todo30. 30 En los preparativos del ataque en la noche del 25 de julio, Miller sugi-rió el uso de la bombarda contra la población de Santa Cruz —otra vez la guerra de aniquilación—, durante la aproximación nocturna al muelle, para crear una verdadera consternación y confusión entre los defensores. Pero esta idea no prosperó. 36 79 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 El general Gutiérrez les ofreció la posibilidad de rendir sus armas, a cambio de un buen trato, pero los británicos no que-rían saber nada de rendición. El capitán Oldfield fue enviado como parlamentario a Gutiérrez, a quien le exigió el cargamen-to del galeón [sic] a cambio de no incendiar Santa Cruz, pero su mensaje no obtuvo resultado positivo. Los cuatro capitanes de-cidieron enviar un segundo parlamento, en los mismos términos de una guerra de aniquilación: «[...] we could intimidate the Governor with threatening to destroy the Town by fire, and let loose the reins of destruction whatever it might cost us, so as to procure a safe passage to our ships and the restoration of such of our boats as could be made fit to swim (without an idea of submission on either part)...». En ese instante Miller nos cuenta que fueron informados de que el cúter Fox había sido hundido, con toda la tropa de reser-va, los cañones y municiones; que las lanchas se habían perdi-do y que no podían recibir más refuerzos de la división, que obviamente no bombardearía Santa Cruz, por temor a herirlos. Decidieron enviar entonces al capitán Hood a entrevistarse con Gutiérrez, que volvió con una capitulación honorable, permi-tiéndoles embarcar con sus armas y bandera, facilitándoles bo-tes con esta finalidad. Todo había terminado. Siguiendo al profesor Rodger, la expedición de Nelson a San-ta Cruz, muy arriesgada, al no contar con fuerzas del Ejército, pero los británicos ya habían atacado con éxito otros puertos menores y en ese momento Jervis debía dar ocupación a sus tripulaciones. Si los casi mil hombres de Nelson hubieran des-embarcado conjuntamente en el muelle y su playa anexa en la madrugada del 25 de julio el resultado hubiese sido probable-mente distinto. Pero la defensa isleña resultó eficaz y las fuer-tes corrientes dispersaron las lanchas y sólo unas pocas de ellas alcanzaron su objetivo principal31. 31 RODGER (2005), p. 455. 37 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 80 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 7.9. Honor, guerra y humanitarismo Por fin, los británicos pudieron dirigirse al muelle para su embarque, manteniendo intacto el honor militar: «[...] we marched down in order, drums beating and colours proudly flying as high as our states would permit, and with the erect countenances and step of unconquered men...». Pero el sentimiento hostil no estaba apagado del todo. Cuan-do Troubridge observó que en la plaza de la Pila se obligaba a desfilar a sus marineros bajo la bandera francesa estalló en có-lera, calificando el incidente de ultrajante y tachando a los ga-los de asesinos. Miller, con su implacabilidad proverbial, fue más lejos: «[...] and I added ‘And we will at whatever hazard, fire the Town, and assault your Citadel at the point of the bayonet’...». Los isleños presentaron disculpas y la cosa no pasó de ahí. Una vez apostados los británicos en el muelle, los isleños tuvieron un trato humanitario con los enemigos desembarcados, repartiéndoles pan y vino, y cuidando de sus heridos. Miller y los otros capitanes fueron a presentar sus respetos a Gutiérrez, que quiso invitarles a comer, a lo que respondieron que no era posible en ese momento, quedando en almorzar al día siguien-te, 26 de julio. Fueron obsequiados, de todas maneras, con biz-cocho y limonada. El aspecto de estos oficiales era lamentable: sedientos y sucios, después del desembarco y la lucha nocturna. Miller, el guerrero por antonomasia, se deshizo entonces en elo-gios hacia el ilustre militar: «We found him a very genteel, respectable old man who received us with that sort of affable politeness of attention and kindness we naturally pay to those we cannot help esteeming». Su agradecimiento fue extensivo a todos los isleños: «Indeed, however much it may have degenerated on the Continent, the Old Spanish Honour seemed quite alive in Santa Cruz». 38 81 DE CÁDIZ A TENERIFE (1797): LA NARRACIÓN DEL CAPITÁN RALPH W. MILLER. Anuario de Estudios Atlánticos ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 La guerra debía de ser no solo lícita sino parecerla. Pese a la dureza del combate, siguiendo las leyes tácitas de las naciones en conflicto, ambos contendientes llevaron a cabo en ese mo-mento una puesta en escena, que atendía al honor y la imagen pública, al comportamiento caballeroso que debía existir entre dos enemigos civilizados. En ese sentido, contrasta en la narración de Miller su ardor destructivo con la defensa de unos valores humanitarios de los que hace gala en dos momentos del asalto, prohibiendo a sus hombres actos de pillaje, violación o crueldad con cualquier ci-vil desarmado32. CONCLUSIÓN La trilogía guerrera de Clausewitz —violencia, azar y ra-zón— se cumple a la perfección en el relato del capitán Miller sobre sus experiencias de Cádiz y Tenerife. El período compren-dido entre 1793 —inicio de la guerra contra la Convención fran-cesa—, y 1815 —fin de las guerras napoleónicas—, constituye pues la última etapa de transición de dos formas distintas de concebir un conflicto bélico: de una guerra de desgaste a una guerra de aniquilación; de una lucha convencional entre reyes, propia del Antiguo Régimen, a un enfrentamiento entre nacio-nes, anuncio de nuestro mundo contemporáneo. La narración de este brillante subordinado de Nelson tam-bién nos confirma las dificultades inherentes a la acción del poder naval sobre la tierra, ya fuera un bombardeo, ya fuese un asalto anfibio. Nuestra visión histórica de estos acontecimientos suele estar mediatizada por la victoria británica en Trafalgar. Durante el período 1793-1815, las cosas no eran tan fáciles. Gran Bretaña, pese a su superioridad en el mar, tenía todavía por delante un duro camino para alcanzar la hegemonía. 32 Según el parte oficial de Nelson, los británicos tuvieron 233 muertos y 110 heridos, en total 343 bajas —un 35,7% de los atacantes—, una cifra muy alta. Entre los muertos figuraba el famoso capitán Bowen y siete oficia-les. Entre los heridos destacaban el propio Nelson y cuatro oficiales. Los au-tores españoles barajan la cifra de unas 600 bajas. Por parte isleña tuvieron 25 muertos y 35 heridos, en total 60 bajas. 39 AGUSTÍN GUIMERÁ RAVINA Anuario de Estudios Atlánticos 82 ISSN 0570-4065, Las Palmas de Gran Canaria. España (2013), núm. 59, pp. 43-84 BIBLIOGRAFÍA AA.VV. (1997a). Seminario El General Gutiérrez y su época. Santa Cruz de Tenerife: Instituto de Historia y Cultura Militar-Universidad de La Laguna. AA.VV. (1997b). La gesta del 25 de julio de 1797. Narración… Horacio Nelson… Antonio Gutiérrez. 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