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B I O G R A F Í A S Núm. 50 (2004) 1035 68 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS, EL LUGAREÑO P O R MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Gaspar Betancourt y Cisneros, el Lugareño, ha pasado sin duda a la historia social y literaria de Cuba. Nacido en el anti-guo Puerto Príncipe (Camagüey), cuando alboreaba el siglo XIX, exactamente el 29 de abril de 1803, falleció en La Habana algo más de medio siglo más tarde, el 7 de diciembre de 1866. Per-sonaje abierto a las influencias de su época, tanto en Cuba como en Estados Unidos y en Europa, donde residió en algún momento, su visión objetiva de la realidad y su capacidad de análisis acerca de las perspectivas sociales y políticas de su tie-rra, resulta indiscutible1. Estudió en Camagüey hasta 1822, año en el que fue envia-do a Estados Unidos, práctica común entre la burguesía cuba-na de la época, al objeto de completar una educación alejada de las enseñanzas obsoletas de la casi centenaria, por aquel entonces, Universidad de La Habana, que estaba regentada —y continuará estándolo hasta mediados de la centuria— por los dominicos, responsables de un programa de estudios apegado a la norma escolástica, a semejanza de la Universidad primada de 1 INSTITUTO DE LITERATURA Y LINGÜÍSTICA DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS DE CUBA, Diccionario de la Literatura Cubana, Ed. Letras Cubanas, La Ha-bana, 1980, I, 117-118. 1036 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 2 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ América, cuyo modelo pedagógico copió el Centro superior cu-bano2. Se estableció, pues, en Filadelfia y se inició en actividades co-merciales. Además, conoció a José Antonio Saco3 y, en 1823, for-mó parte de una comisión de cubanos que, desde Nueva York, partió a La Guaira, al objeto de entrevistarse con Bolívar y «pro-mover un movimiento insurreccional en Cuba». En Nueva York colaboró, también, en el Mensajero Semanal, y en 1834 regresó a Cuba, donde llevó a cabo una interesante labor de carácter socio-económico, para lo que utilizó sus propias fincas en la pro-vincia de su nacimiento. Asimismo, fomentó la erección de es-cuelas y la línea ferroviaria de Nuevitas a Puerto Príncipe. En 1837 inició sus colaboraciones en la Gaceta de Puerto Príncipe4, con su famosa serie de costumbres «Escenas cotidianas». Poste-riormente colaboró en El Fanal de Camagüey y, asimismo, en El Siglo de la capital cubana. En 1846 se vio forzado a emigrar por disposición del Capitán General Leopoldo O’Donnell. Se es-tableció en Estados Unidos y llevó a cabo una interesante labor política como responsable de la Junta Cubana en Nueva York, donde, además, fundó —1848—, el periódico La Verdad, de orientación anexionista, si bien más tarde se decantará, como veremos, por el ideario emancipador para su patria de origen. Visitó Europa en 1856, y se radicó en Florencia y, poco después, en París. Regresó a Cuba en 1861. Aparte de su seudónimo más conocido, El Lugareño, también utilizó el de Homobono, y sus cartas, capítulo fundamental en su producción literaria y social, las rubricaba con el más familiar de Narizotas. Políglota, inquie-to, ilustrado y agudo reformador. 2 M. DE PAZ SÁNCHEZ y M. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, La América española (1763-1898). Cultura y vida cotidiana, Síntesis, Madrid, 2000. 3 Sobre esta figura y, en general, para el tema que abordamos, cfr. E. TO-RRES CUEVAS, La polémica de la esclavitud. José Antonio Saco, Ciencias Socia-les, La Habana, 1984. 4 EDUARDO LABRADA RODRÍGUEZ, La prensa camagüeyana del siglo XIX, Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1987, 25ss. Núm. 50 (2004) 1037 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 3 ORÍGENES FAMILIARES, FORMACIÓN E IDEOLOGÍA La familia Betancourt llegó a Santiago de Cuba, procedente de La Laguna (Tenerife), a mediados del siglo XVII, tal como se-ñala Francisco X. de Santa Cruz y Mallen, conde de Jaruco y Mopox, en su Historia de familias cubanas5. Este linaje dio lu-gar a varias ramas, entre las que destaca la que se estableció en la propia capital oriental y, también, la que el genealogista mencionado define como «línea de Puerto Príncipe», en alusión al antiguo nombre de Camagüey. Gaspar de Betancourt y Cisneros nació del matrimonio endogámico celebrado, como otros muchos de su grupo social, entre don Diego Antonio de Betancourt Aróstegui y doña María de Loreto Cisneros y Be-tancourt, que se llevó a cabo, en la catedral de Puerto Príncipe, el 8 de enero de 18006. Gaspar Alonso Betancourt y Cisneros fue bautizado, en la mencionada catedral del Camagüey, el 29 de abril de 1803, y, tal como afirma sintéticamente Santa Cruz y Mallen, «fue sín-dico del Ayuntamiento en 1840, distinguido escritor y periodista con el pseudónimo de El Lugareño. Iniciador del ferrocarril de Camagüey a Nuevitas. Su defunción se encuentra en La Haba-na, parroquia de Guadalupe, a 12 de diciembre de 1866, siendo enterrado en Camagüey. Casó en La Habana el 7 de septiembre de 1857, con doña María Monserrate Canalejo e Hidalgo-Gato», y tuvo un hijo, Alfonso Betancourt y Canalejo, nacido en Florencia (Italia), en febrero de 18597. Tal como relató el propio Betancourt a otro de sus amigos reformadores, el conde de Po-zos Dulces8: «Con toda idea me llamaron Gaspar Alonso, porque yo vine al mundo con los dos apellidos que trajo desde Canarias a la Isla de Cuba el fundador de nuestra familia, y deseando 5 Ed. Hércules, La Habana, 1943, IV, 70. 6 Ibídem, 92-93. 7 Ibídem, 93. 8 FEDERICO DE CÓRDOVA (comp.), Cartas del Lugareño (Gaspar Betancourt y Cisneros), Publicaciones del Ministerio de Educación, La Habana, 1951, 13. 1038 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 4 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ que en todo me pareciese a él hubieron de darme su pro-pio nombre». A raíz de su muerte en 1866, el erudito Francisco Calcagno redactó una brillante crónica necrológica, con intención de pu-blicarla en El Siglo, pero no se le permitió, y más tarde la editó en su valioso Diccionario Biográfico Cubano9: «Acaba de fallecer en La Habana un hombre cuya vida, consagrada al servicio del suelo que le vio nacer, dejará un recuerdo imperecedero en nuestros corazones cubanos; un hombre que fue para el Camagüey lo que Arango y Pa-rreño para La Habana, un hombre en fin cuya historia pasará incólume a la posteridad, para recibir en ella tan-tas bendiciones como lágrimas le tributa hoy la patria agradecida». Su rico epistolario, recogido en edición completa por Federi-co de Córdova10, nos permite adentrarnos en la honda persona-lidad y la fresca espontaneidad de un reformador que, tras apos-tar por el progreso económico y social de su región de origen, se debatió en las abruptas contradicciones de un intelectual cubano de su tiempo. Betancourt y Cisneros conservó, como hemos apuntado en otro lugar11, durante toda su vida, su ilu-sión por el futuro de la Gran Antilla y de América, del conti-nente joven frente a la vetustez de la Europa clásica, tal como le recordaba a su amigo José Antonio Saco, en carta remitida desde Roma el 11 de agosto de 185712: «Aquí todo me entristece. ¿Será por el estado de mi es-píritu o por mis ideas? Lo cierto es que Roma me parece 99 Imprenta y Librería de N. Ponce de León, Nueva York, 1878, 109-112. 10 La amplia correspondencia entre Gaspar Betancourt Cisneros y Do-mingo del Monte, otro gran intelectual cubano de la época, fue publicada, a partir de 1923, por Domingo Figarola-Caneda, Joaquín Llaverías Martínez y Manuel I. Mesa Rodríguez, en nombre de la Academia de la Historia de Cuba, en la obra Centón epistolario de Domingo del Monte, Imprenta Si-glo XX, La Habana, 1923-1927, 7 tomos. 11 M. DE PAZ SÁNCHEZ, «El Lugareño contra la esclavocracia: las cartas de Gaspar Betancourt y Cisneros (1803-1866)», Revista de Indias, Madrid, 1998, LVIII, 214, 617-636. 12 F. DE CÓRDOVA, op. cit., 349-350. Núm. 50 (2004) 1039 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 5 un cementerio muy grande, muy solemne, de grandes hom-bres y glorias que se hundieron para ser reemplazados por frailes, monigotes, lazzaroni, caricaturas y arlequines que causan lástima o desprecio. Varias tardes me he paseado en quitrín por estos contornos, y digo sin vacilar que has-ta los del Camagüey me parecen jardines comparados con estos yermos y desiertos. Alguna casita o miserable pajar de millas en millas; algunos bueyes y búfalos más flacos que los de los arrieros de Guanajay, uno que otro sem-bradito es cuanto mis ojos han visto desde Civita-vecchia hasta la Ciudad Eterna. Lo dicho: no se me quita la idea de un gran cementerio con todas sus basílicas, sus colum-nas y obeliscos, palacios y edificios antiguos y modernos. Todo me representa la vejez, canas, arrugas, carcoma y po-dredumbre, chochera y mugre, roturas, remiendos magní-ficos, solemnes, imponentes; pero que a mí no me sonríen ni me hacen maldita la gracia». Es entonces cuando el escritor, al comparar el Viejo y el Nue-vo Mundo, se decanta por su tierra, engrandecida por la distan-cia y la nostalgia13: «Estoy por nuestra joven América donde todo me sonríe, me habla, me enamora con su vida y movimiento. El Vesubio pasma con su horror sublime: el Niágara embele-sa y alegra el corazón. Roma es la vieja Luisa sentada en el butacón del tiempo de Cincinato: la Habana o Nueva York es Niní dando carreras y saltos, y alborotando todo el vecindario: estoy por la joven América, sin Basílicas, ni Coliseos, ni estatuas, ni ejércitos de frailes, monigotes, sol-dados, lazzaroni, ni mendigos que me entristecen y me revuelven alma y cuerpo, y me hacen salir de aquí sin en-vidiarles nada para Cuba. Quien nos la diera, hombre, así, salvajita, con sus montes vírgenes, sus bahías desiertas, sus guajiros y hasta sus criollitos prietos!... Pero si no nos la dan, hagamos por cogérnosla». Su idea del progreso, que une la mejor tradición ilustrada con el utilitarismo asimilado durante su temprana estancia en Estados Unidos y en sus vastas lecturas, queda reflejada en una 13 Ibídem. 1040 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 6 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ polémica que mantuvo con el santiaguero Juan Agarrás, en las páginas de la Gaceta de Puerto Príncipe14: «El verdadero progresista debe ser consecuente con sus principios: retrogradar nunca; estacionarse, jamás; adelan-tar, siempre..., y así en el mundo intelectual como en el material, la misión del progresista es adelantar y mejorar. Le perseguirá la envidia, le asaltará la calumnia: no impor-ta, la humanidad le defenderá porque sus tendencias y su interés es estar mejor. Se le regarán obstáculos en su ca-mino: se dirá que su idea o su empresa es imposible, o es extemporánea, o es inútil: adelante, su respuesta sea su di-visa: e pur si muove». De aquí su obsesión por cubrir de vías férreas, como estímu-lo para su desarrollo económico, la región centro-oriental de Cuba. Santa María de Puerto Príncipe era, hacia 1840, la terce-ra ciudad más poblada de la Isla. La existencia del puerto de San Fernando de Nuevitas en la costa norte y, asimismo, el de San-ta Cruz del Sur en la meridional, hicieron posible que el inter-cambio comercial de la región se efectuara por los menciona-dos puertos. Además de la ganadería, los cultivos tradicionales del país, caña de azúcar y café, constituían los renglones fun-damentales de la economía camagüeyana, pero sus pequeños ingenios no podían competir con las grandes fábricas de la re-gión occidental del país, durante esta época15. En 1836, la diputación de la Sociedad Económica de Puerto Príncipe se planteó la necesidad de construir un ferrocarril que sacara de su aislamiento al comercio camagüeyano. Gaspar Betancourt Cisneros se convirtió en el paladín de la empresa, como ya se apuntó. «Acompañado por los hacendados de la re-gión, Luis Loret de Mola y Tomás Pío Betancourt, el Lugareño solicitó y obtuvo el 10 de enero de 1837, la concesión extendida por el general Miguel Tacón, gobernador de la colonia, a favor de la construcción de un ferrocarril desde la ciudad de Puerto 14 Op. cit., 233. Publicada el 5 de junio de 1839. 15 O. ZANETTI LECUONA y A. GARCÍA ÁLVAREZ, Caminos para el azúcar, Ciencias Sociales, La Habana, 1987, 57. Núm. 50 (2004) 1041 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 7 Príncipe hasta el puerto de Nuevitas»16. Pero, la promoción del camino de hierro fue, tal como indicó el propio Betancourt Cisneros en carta del 18 de septiembre de 1836 a su amigo Domingo del Monte17, el primer paso de un proyecto de mayor envergadura18: «Yo no entiendo de economía política, ni sé si esto es exac-to; pero me atrevo a sostener que lo contrario es calcular intereses particulares y momentáneos, desatendiendo los generales y futuros del país. Si La Habana nos ayuda la victoria será completa, y el botín no es menos interesante en el orden físico que en el moral. Enriquecer e ilustrar a nuestro pueblo es el medio seguro de salvarle de la ruina, tal vez no muy remota. Por otra parte: si salgo bien de esta empresa, cuente V. con que realizaré otra aún más impor-tante y que está más en mi mano, porque casi no necesito de nadie: Yo puedo distribuir unas 18 a 20 leguas planas, con gran ventaja mía, en colonos blancos, y dado este ejemplo y demostrado el provecho pecuniario que es a lo que atienden los propietarios, tendré imitadores». La construcción de la vía férrea fue encargada al ingeniero norteamericano Benjamín H. Wright, y la instalación de los pri-meros carriles comenzó a principios de 1841. La empresa, sin embargo, experimentó diversos sinsabores, hasta que pudo ser culminada parcialmente en 1846, justamente en el año en el que El Lugareño abandonó Cuba. Un lustro más tarde, el ferro-carril pudo ser llevado hasta Puerto Príncipe, «completándose así los 73 kilómetros de extensión que contemplaba el proyecto de 1837», tal como subrayan Zanetti y García19. COLONIALISMO Y ESCLAVITUD En torno a 1835, como hemos señalado en otro lugar20, la firma del segundo tratado para la supresión del tráfico africano 16 Ibídem. 17 V., sobre esta figura, S. BUENO, Domingo del Monte, La Habana, 1986. 18 F. DE CÓRDOVA, op. cit., 26-27. 19 Ó. ZANETTI LECUONA y A. GARCÍA ÁLVAREZ, op. cit., 58. 20 M. DE PAZ SÁNCHEZ y M. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, La esclavitud blanca. 1042 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 8 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ revivió el debate sobre la colonización blanca, entre las clases dominantes criollas. A medida que se consolidaba el sector azu-carero, la demanda de la sacarocracia se inclinó por los jorna-leros y braceros libres, en contra, por lo tanto, del colono inde-pendiente y, en definitiva, de la inmigración de carácter familiar. Pese a algunas excepciones, como la promovida por el conde de Villamar en terrenos baldíos de Ciego de Ávila, los proyectos de colonización habían fracasado tanto por la precariedad de re-cursos, como por el crecimiento vigoroso de la plantación azu-carera y, con ella, de la esclavitud. El poder colonial, además, obstaculizó las pretensiones de las clases dominantes criollas, dado que los informes reservados de los capitanes generales, tal como ha destacado Leví Marrero21, coincidían en rechazar la colonización blanca, puesto que veían un freno para las tenden-cias emancipadoras en el relativo equilibrio cuantitativo entre la población esclava y los criollos blancos. Un aumento de la colo-nización blanca que, de hecho, hiciese disminuir ostensiblemente la llegada de esclavos no sólo hubiese afectado al sistema pro-ductivo, tal como era concebido en la Perla del Caribe por aquel entonces, sino a la supervivencia misma del sistema colonial, puesto que la experiencia colonial española en la América con-tinental había demostrado, poco tiempo atrás, los afanes independentistas de los criollos hispanoamericanos y, además, no era difícil observar, desde esta plataforma antillana, la realidad de otros procesos como el Norteamericano y, en esta época, la propia situación de la población esclava en el sur de Estados Unidos. En efecto, tanto el capitán general Jerónimo Valdés como sus inmediatos sucesores entendieron, por tanto, que la obstaculi-zación a la llegada de inmigrantes blancos constituía una efi-caz política de sujeción colonial, puesto que, entre otras consi-deraciones, compartían la tesis del equilibrio racial, lo que contrastaba con realidades como la de Haití a finales del si-glo XVIII, donde las condiciones históricas fueron marcadamente Contribución a la historia del inmigrante canario en América. Siglo XIX, Ta-ller de Historia, CCPC, Tenerife, 1993, 57ss. 21 L. MARRERO, Cuba: economía y sociedad. Azúcar, Ilustración y con-ciencia (1763-1868), Barcelona, 1983 y 1989, IX y XIII, pássim. Núm. 50 (2004) 1043 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 9 diferentes, entre otras razones por la enorme desproporción entre el elemento blanco de origen francés, totalmente minori-tario, y la enorme densidad de la población esclava, sin olvi-dar las consecuencias del gran impacto local de la Revolución Francesa. El capitán general Valdés fue, según Marrero, particularmen-te expresivo al respecto, al señalar que los criollos eran partida-rios de la independencia, y que si no lo hacían era por miedo a la raza de color, «y es bien seguro que sin ese gran obstáculo la isla de Cuba no pertenecería ya a la Metrópoli, a pesar del res-petable ejército que aquí se tiene. Siendo esto cierto, indudable como lo es y lo conocen los más avisados de estos naturales, claman incesantemente por el fomento de la población blanca, porque saben que el día que llegasen a tener superabundancia de ella, podrían sin peligro decir un eterno adiós a España». En consecuencia, lo prudente sería «guardar el equilibrio en la po-blación negra y de color respecto a la blanca, procurando el au-mento y conservación de la negra... por todos los medios que estén al alcance del gobierno»22. Leopoldo O’Donnell, tras la conspiración de la Escalera en 1844, reformuló la teoría del equilibrio racial, y, aunque reco-noció la necesidad de atraer colonos blancos, insistió en que su penetración debería ser lenta y progresiva. De hecho, prefería braceros y proletarios capaces de insertarse sin mayores proble-mas en la economía azucarera. Esta política continuó con su sucesor, el conde de Alcoy, adversario también de la colonización blanca, puesto que reforzó la tesis de que la raza negra era la única que podía sostener la agricultura, debiendo procurarse, además, la atracción de inmigrantes indios o mestizos ame-rindios. Por ello, la llegada de peones chinos y yucatecos fue una nueva solución parcial al problema de los trabajadores blancos en la agricultura. Ahora bien, frente a esta política colonial existían, «entre los más avisados de estos naturales», como aseguraba Valdés, algu-nos arbitristas criollos que opinaban lo contrario. En 1837 José Antonio Saco publicó en Madrid un famoso opúsculo en el que 22 Op. cit., t. IX, p. 159. 1044 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 10 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ atacaba la falacia de la inadecuación de los blancos a las labo-res de la plantación, a causa de la dureza del trabajo y, tam-bién, por la carestía de sus salarios en relación con la fuerza de trabajo esclava. También, en 1838, Pedro José Morillas vio cen-surado su folleto Medios de fomentar y generalizar la industria, por opinar que la causa principal del atraso de la economía de plantación era que la ejercían brazos esclavos, y comparó el caso de Cuba con Puerto Rico, donde se hacía «azúcar con brazos blancos»23. José Antonio Saco, además, sustentó algunas de sus críticas a la tesis de la inadecuación de la fuerza de trabajo blanca para las labores agrícolas y para el clima de Cuba, mediante la alu-sión a los inmigrantes isleños24: «Y ya que tanto se pondera la resistencia de los negros africanos al clima de Cuba, bueno será traer a la memoria lo que allí se ha visto con frecuencia, y lo que por lo mis-mo nadie podrá negar. ¿No emigran a Cuba a centenares los isleños de Canarias? ¿No llegan en cargamentos des-pués de una larga travesía? Y, ¿cuántos mueren en ella?, ¿cuántos después que se entregan al cultivo de los campos, u a otras ocupaciones? Un número cortísimo, un número insignificante comparado con el de los esclavos africanos. Y si tenemos este dato irrefragable, ¿por qué se empeñan algunos en repetir que el clima cubano se opone a que las tareas de un ingenio sean desempeñadas por otros brazos que esclavos africanos? La observación que he hecho res-pecto a los canarios, es todavía más aplicable a los mismos blancos cubanos, porque, además de estar exentos de la fiebre amarilla, nada es más común que verlos en los cam-pos, sufriendo día y noche los rigores de la intemperie, y venciéndolos todos con una fortaleza superior a la del más robusto africano». La misma esclavitud, además, con todo su potencial de vio-lencia y de rencor acumulado, no parecía constituir a corto pla-zo por lo menos, un serio problema para la estabilidad colonial. 23 Op. cit., t. XIII, p. 123. 24 JOSÉ A. SACO, Colección de papeles científicos, históricos, políticos y de otros ramos sobre la isla de Cuba, ya publicados, ya inéditos, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1962, I, 102-104. Núm. 50 (2004) 1045 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 11 Entre otras razones porque a la represión desatada contra cons-piradores más o menos reales como los de la Escalera, que como se sabe fueron duramente reprimidos sin demasiado interés por verificar la exactitud de las pruebas en su contra, se unió la su-jeción de las leyes, en la tradición española de los Códigos ne-gros que ha estudiado el profesor Manuel Lucena Salmoral, y la actuación más frecuente de rancheadores y mayorales, que en no pocas ocasiones eran también de origen canario, tal como nos relata, por ejemplo, Jonathan S. Jenkins, un pintor norte-americano que visitó Cuba a mediados de la década de 1830, y nos dejó este duro testimonio sobre los mayorales isleños25: «The owner wants all the money he can get to maintain his establishment in Havana, and the majordomo seeks to increase his percentage, and thus the poor slaves are ground to the dust, and at times the cruelties practised are barbarous. The mayorals are usually Canary Islanders, a hot-tempered and cruel race, and, being without the restraint of the presence of the owner, are vindictively oppressive, and in their inhuman punishments often take life. The horrors which have been perpetrated in Cuba by the lash would disgrace barbarians». Roland T. Ely, uno de los autores que mejor ha estudiado esta etapa singular de la historia de Cuba, indica también que, pese al gran número de inmigrantes que venían de España y las Ca-narias, la colonización blanca no llegó nunca al nivel esperado como para satisfacer las esperanzas depositadas en ella por los que la habían preconizado como una alternativa a la esclavitud. Este autor subraya, además, que «aunque el isleño indudable-mente veía poca diferencia entre su situación y la del africano en una plantación, su odisea estaba limitada por un contrato», a cuya terminación se convertía, realmente, en un hombre li-bre. «Algún día incluso podía convertirse en mayoral del esta-blecimiento donde antes había sufrido como simple obrero». Además, «el hacendado tenía que tratarlo con más cuidado que 25 «Life and Society in old Cuba», The Century Illustrated Monthly Ma-gazine, New York, LVI, XXXIV, May, 1898, to October, 1898, 942. 1046 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 12 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ a un esclavo, pues no le convenía exprimirlo hasta la muerte antes de que venciera el contrato» y, lógicamente, porque «las autoridades eran mucho menos indulgentes cuando se trataba de un hombre blanco que cuando un esclavo negro moría en circunstancias sospechosas»26. En términos generales, matiza Ely, resulta innegable que los empleados asalariados de las plantaciones no eran reclutados entre los sectores más respetables de la sociedad blanca, ya sea en la Isla o en el exterior. Los hijos de los hacendados, como testimonian incluso algunos famosos textos literarios, podían ocuparse de las tareas administrativas, pero debajo de este nivel «era mejor no hurgar demasiado en el pasado del aspirante», sobre todo en fechas inminentes a la explosión laboral de la zafra. A principios de la centuria, momento en el que ya se de-tecta —sin duda desde 1808, como hemos podido constatar documentalmente—, la presencia de mayorales isleños en la plantación, Jameson advirtió que los capataces eran «en toda la isla, hombres de carácter indiferente y de situación económica desesperada», con frecuencia, en efecto, antiguos contratados provenientes de las islas Canarias. Estos isleños, subraya Ely, fueron descritos también por R. W. Gibbs como «una clase ex-tremadamente baja e inmoral, intelectualmente más baja que la de los criollos negros a quienes han de mandar... Son la escoria de la nación»27. Naturalmente, tal como nos recuerda el propio autor, no salían mejor parados los contramayorales, pertenecien-tes a las propias etnias africanas esclavizadas, cuyos largos láti-gos, que ostentaban en todo momento y utilizaban contra los negros que aflojaban en el trabajo, «era algo así como una in-signia ». Disgustado por la ignorancia de esta gente y por la crueldad de sus métodos, Ramón de la Sagra llegó a la conclu-sión de que eran más una desventaja que una ventaja para los hacendados de Cuba28, pues, de hecho, constituían un lastre y un elemento arcaizante que, en no pocas ocasiones, disuadía a los hacendados que pretendían introducir algunas mejoras. Una 26 ROLAND T. ELY, Cuando reinaba su majestad el azúcar, Editorial Sud-americana, Buenos Aires, 1963, p. 605. 27 Op. cit., pp. 470-471. 28 Op. cit., p. 470. Núm. 50 (2004) 1047 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 13 situación que sólo podía explicarse, en fin, por la ignorancia, la desidia y la miseria humana que rodeaba a la institución de la esclavitud. UN REFORMADOR ANTIESCLAVISTA Las tesis de Gaspar Betancourt y Cisneros le convierten, en este contexto, en el más claro exponente del punto de vista del sector renovador de las clases dominantes criollas, que aposta-ban por la atracción de asalariados blancos, como medio para promover la mayor rentabilidad de las explotaciones agrícolas y, asimismo, para avanzar en el camino de la emancipación na-cional. Por ello promovió, a pesar de las cortapisas coloniales, la inmigración de colonos catalanes y canarios como un objeti-vo político-económico prioritario. Tal como ha señalado Jorge Ibarra, a casi todas las comar-cas de los Departamentos Oriental y Central de Cuba les era común el atraso, y sus débiles vínculos con la corriente del co-mercio internacional. «Pero para superar el desarrollo era nece-sario, de acuerdo con Betancourt Cisneros, demoler las hacien-das ganaderas, venderlas y poblar la región de ingenios, potreros y vegas, difundir el libro europeo y norteamericano, y organizar un sistema escolar que formase a la juventud en los nuevos principios que organizan el mundo»29. Ciertamente, El Lugareño trató de predicar con el ejemplo e intentó, sin que el gobierno se lo permitiera, parcelar y casi re-galar su propio mayorazgo para demostrar la autenticidad de sus verdaderas intenciones y propósitos. Así le explicaba sus proyec-tos a su amigo Domingo del Monte, el día de Navidad de 184130: «Por fortuna casi todos mis sitios están arrendados, y los dos que estoy fomentando están a cargo de dos mozos inmejorables, que son mi esperanza, para desempeñarme. 29 J. IBARRA, «Regionalismo y esclavitud patriarcal en los Departamen-tos Oriental y Central de Cuba», Estudios de Historia Social, 44-47, Ma-drid, 1988, p. 119. 30 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 98-99. 1048 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 14 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Respondo con mi cabeza de que tras mi ferrocarril, acometeré otras empresas no menos importantes. Asegura-da esta victoria, respondo del camino de Santa Cruz que enlazará ambos mares; y respondo de realizar una Com-pañía de Colonización, que es la especulación más lucra-tiva en que puede entrarse, bajo estas bases. Primera: comprar hatos y animales, que no pasarán aquí de 50 a 80.000 pesos y sólo en el valor de tierras, se harán sobre 400.000 pesos. Segunda: traer colonos blancos entre quie-nes repartir esas 1.500 a 2.000 caballerías, y los animales al precio de compra, y las caballerías a censo redimible y a 2 o 300 pesos. Sobre esto hablaré muy detalladamente con V. para que vea con cuánta facilidad y en cuán poco tiem-po se convierten 100.000 pesos en un millón, siempre que la empresa sea acometida por una compañía protegida por el gobierno. Estas empresas no se frustrarán, yo respondo, sacándome avante de la actual de Nuevitas. Yo mismo iría por los colonos, yo me pondría a la cabeza de la colonia o pueblecito que se formase en la hacienda: y yo sería el hombre de confianza de los camagüeyanos». Hombre de negocios al fin, utilitarista ilustrado y liberal, Betancourt Cisneros se enfrenta al bando conservador del Camagüey, entre cuyos integrantes destacaban su pariente To-más Pío Betancourt, Francisco Iraola, José Vicente Mora y Car-los Mola Bautista, «enemigos encarnizados de todo lo que pu-diera constituir una amenaza a la continuación ininterrumpida del tráfico de esclavos», y que representaban «los intereses más inmediatos de la clase terrateniente en el Cabildo principeño». En opinión de Ibarra, «la dependencia de los señores de hatos camagüeyanos con respecto a la trata, estaba determinada por el poco interés que habían mostrado desde principios de siglo por preservar las vidas de sus esclavos y en mejorar el índice de masculinidad en sus dotaciones», de ahí su hostilidad hacia los jóvenes liberales, reformistas y anexionistas, partidarios del cese del tráfico negrero. En Camagüey, matiza Ibarra, la contradicción fundamental en la esfera política y económica se daba entre los reformistas o anexionistas que predicaban la necesidad de detener el comer-cio de esclavos y los propietarios de haciendas ganaderas o in-genios de vapor, «que se aferraban a los viejos métodos de ex- Núm. 50 (2004) 1049 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 15 plotación del trabajo esclavo». Se trataba, en fin, de una «con-tradicción entre los ideólogos de la clase que se planteaban los intereses de más largo alcance de ésta, es decir, de su desarrollo futuro, con la mayoría de clase que respondía únicamente a sus intereses del presente, a sus intereses más inmediatos». Por lo tanto, en la primera mitad del siglo XIX, concluye el autor mencionado, el poder colonial, aprovechándose de esta contradicción, se apoyaba —en esta comarca—, en el sector ma-yoritario de la clase terrateniente, «no en los comerciantes es-pañoles, que en realidad tenían muy poco predicamento»31. El Lugareño tuvo que enfrentarse, ciertamente, a la oposición de sus propios paisanos, pues su actitud sincera y directa le valió no pocos enemigos32: «Pero una cosa es que la verdad y los hechos estén a la vista, y otra que haya traidores que la publiquen. A lo que parece el delito está en publicarlo, no en que el hecho exis-ta; y en esto no van fuera de razón los camagüeyanos, porque el peor de todos los pecados es el escándalo: es así que yo soy el publicador, luego yo soy el gran pecador. Sin embargo, yo me las tengo tiesas y que quieran que no quieran han de oír: que más fácil es ser cultos que ser te-nidos por cultos, ser virtuosos que persuadir que lo somos: más bella es la verdad desnuda, que la mentira con manto de púrpura; más útil la realidad en pequeño, que las apa-riencias en grande». Desde los primeros momentos, además, se vio en la necesi-dad de defender su programa reformista, como hizo en una epístola publicada, el 2 de octubre de 1839, en la Gaceta de Puerto Príncipe33: «En primer lugar: quisiera que los hombres como V. no se entretuvieran en escribirle cartitas anónimas al Lugare-ño, sino que cada uno se echase al hombro la cruz de su pueblo, y sufriese la persecución, el escarnio y la mofa, 31 J. IBARRA, op. cit., p. 119. 32 F. DE CÓRDOVA, op. cit., p. 240. El texto fue publicado originalmente en la Gaceta de Puerto Príncipe (17-08-1839). 33 Op. cit., pp. 251-252. 1050 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 16 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ hasta merecer la corona del martirio o la palma del triun-fo. Más honroso es sucumbir bajo el estandarte de la ver-dad, que triunfar entre aleves en el de la impostura y los vicios. Si me tocase en suerte el martirio, vengan derrotas; no envidio la palma de los vencedores. En segundo lugar: quisiera aquello de a Dios rogando y con el mazo dando; esto es, que al mismo tiempo que los hombres honrados escriban, lloren y regañen, se reúnan para negociar y establecer escuelas públicas gratuitas para los niños pobres de su comunidad, para que la educación se difunda entre todas las clases y todos los hombres de un pueblo, lleguen a cultivar su inteligencia hasta aquel gra-do que basta para saber lo bueno y lo malo, y poder dis-cernir la verdad de la mentira, lo útil de lo perjudicial, lo justo de lo injusto. Esta es obra de la educación popular, y V. no me negará que más hace en favor de la razón y la conciencia humana un maestro de escuela que diez verdu-gos; y más vicios se corrigen en una escuela, que en cien cárceles y presidios. En tercer, y por ahora último: quisiera que cada comu-nidad se reuniese para abrir los canales de la industria, y las fuentes de la riqueza pública; aquí, que se dividiesen las haciendas para que los pobres adquiriesen con facilidad una propiedad territorial que los obligase a amar su comu-nidad y su suelo y para que viniese mucha población eu-ropea de que carecemos y necesitamos urgentemente; allí, que se levantase una colonia o un pueblecito; allá, un caminito de hierro; acullá una línea de buques de vapor que lleven y traigan la civilización a todos los puntos de la Isla, y que nos faciliten modo de transportarnos al pueblo más inmediato, sin grandes fatigas y costos. Así, llegaremos a un pueblo de buen humor y talante, y podremos salu-darle diciendo: la paz de Dios sea en este pueblo; aquí me depare la Virgen mucha gente alegre, contenta y rica que me obsequien, como al hermano ausente que vuelve a casa o viene a conocer a sus hermanos». Se trata, en consecuencia, de un debate que parece ir más allá de las contradicciones de clase y que, de hecho, se imbrica en un contexto de lucha por la liberación nacional, y en la ne-cesidad de superar la trata como mecanismo coercitivo no sólo de la expansión económica sino, también, política. La supresión de la trata implicaba la puesta en marcha de alternativas para el desarrollo económico y social, y, además, requería la trans- Núm. 50 (2004) 1051 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 17 formación profunda de la estructura social de la región, median-te la implementación de una mano de obra inmigrada, de pro-cedencia europea, que tendiese a generar una pequeñoburguesía agraria y, en definitiva, un campesinado que hiciera prosperar una de las comarcas más atrasadas de Cuba. El Lugareño supe-raba de este modo su origen aristocrático y terrateniente y se convertía, así, en vanguardia de una inteligencia reformadora que, por un lado, no confiaba en la Metrópoli, y, por otro, no consideraba un modelo digno de imitación el de la inquieta América española independiente. Tiempo después se lo recordó a José Antonio Saco, desde Nueva York, en carta del 19 de oc-tubre de 184834: «Vas a escribir, dices, sobre anexión, y lo harás como un sacrificio que debes a la patria, es decir, contra tus senti-mientos. Te comprendo, y ya quisiera que los dos nos vié-semos ciudadanos de una nación independiente y libre, fi-gurando entre los pueblos soberanos de la tierra. Pero entendámonos y convengamos en que primero es la Patria que las vanidades de la nacionalidad, que el tiempo puede satisfacer, quizás con usura. ¿Te consta que somos hijos engendrados y paridos por España? ¿Y crees tú que hijos esclavos de Españoles pueden ser hombres libres? Te per-dono el falso testimonio, y te remito a los guachinangos, y a los zambos, y a los Santa Annas, Flores, Monagas, etc. ¿Cómo podríamos nosotros conquistar nuestra independen-cia, y después sostener un gobierno libre? La anexión, Saco mío, no es un sentimiento, es un cálculo; es más, es la ley imperiosa de la necesidad, es el deber sagrado de la propia conservación. España no puede protegernos, ¿qué digo? España tiene que sacrificarnos a los intereses de la Europa, de España misma que con Rey o con Roque o sin ellos necesita de las potencias sus aliadas, de Francia y de Inglaterra para sostener una dinastía, una persona, un sis-tema, un principio que ellos allá adopten para sus gobier-nos, aunque los diablos se lleven a los cubanos. Y si este es un hecho, ¿qué debe resolver un cubano previsor? ¿He-mos de estarnos tendidos a la bartola y aguardando a que Europa se arregle, o España acabe de desarreglarse para recibir el decreto que nos destinen, el destino de Santo 34 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 307-308. 1052 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 18 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Domingo, de Jamaica, y las demás colonias europeas de América? ¡No, caray! Esto sería imperdonable, que tenien-do a la mano la tabla de salvación, el gobierno más libre, el pueblo más fuerte, el ejemplo de la conservación social, sin perjuicio del progreso de la civilización y de la huma-nidad respecto del infeliz africano, queramos permanecer amarrados a un cuerpo corrompido que sólo puede infes-tarnos y hundirnos en su propio sepulcro. Si es preciso salvar nuestro país de la tempestad que le amenaza; si queremos marchar en las vías de la civilización y el pro-greso; si queremos ser libres y vivir entre hombres libres; si, en fin, necesitamos de una Patria donde criar a nues-tros hijos y legarles nuestros huesos, preciso es separarnos de España bajo cuyo gobierno nunca, jamás, se formará el gobierno verdadero. Lo que diez o veinte trabajemos en la noble creación del Patriota, el gobierno español nos lo desbarata de un puntapié, y siempre estamos tejiendo la tela de Penélope que nunca se acaba, y hay que empezar de nuevo. ¿Quién ha de favorecer la creación del patriota, del hombre libre? ¿El que tiene interés en crear al colono y al esclavo? España formará condes y marqueses, palacie-gos y sicofantas; pero no hombres libres». En estos planteamientos y en otros similares se incardina, igualmente, la inclinación de Betancourt y Cisneros por el fo-mento de la educación popular, como un medio esencial para la transformación de la sociedad. El 2 de septiembre de 1839, en carta al gran pedagogo José de la Luz y Caballero, se escan-dalizaba ante la ausencia de una escuela en Nuevitas, mientras que estaban abiertos al público cuatro billares, vicio, este del juego, que tan duramente fue zaherido también por el propio José Antonio Saco. Apuntaba El Lugareño en su misiva35: «Lo más presente se me olvidó. Está para cuajar mi pro-yecto de escuela en Nuevitas. Ya tengo conseguidos los diez y seis pesos mensuales de los cuatro billares (¡Dios nues-tro, Pepe! ¡Cuatro billares y ni una escuela!) y estoy dando pasos para arrancarle diez pesos al fondo de matriculados. Vengan para acá los cien pesos que la Sociedad madre ha ofrecido para la escuela de Nuevitas». 35 Op. cit., p. 173. Núm. 50 (2004) 1053 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 19 En otro orden de cosas, la oposición de Betancourt Cisneros a la trata y su acerba crítica a los traficantes de esclavos queda patente en multitud de testimonios epistolares. No obstante, a pesar de la dureza de ciertas expresiones, no puede tachársele de xenófobo, pues en cuantas ocasiones le fue posible no dejó de ayudar a la población esclava, y protestó ante las iniquida-des a las que eran sometidos algunos esclavos, para los que proveyó fondos, cuidados sanitarios e, incluso, los liberó de sus cadenas36. A través de su correspondencia se observa, de hecho, su oposición a la institución misma de la esclavitud —y no sólo al negocio infame de la trata—, por considerarla nefasta para el futuro de Cuba, tal como se aprecia en la siguiente epístola dirigida, el 5 de diciembre de 1841, a Domingo del Monte37: «Acá (Camagüey) corre que en los dos últimos meses han entrado más de 2.000 negros en la Habana, lo cual nos tiene contentos, pues es prueba de que el General no ha consentido que se salgan con su gusto los ingleses. Pero estos ratos de contento nos traen otros muy amar-gos e intranquilos. Se dice que entre los negros libres se descubrió hace poco una conspiración, con ramificaciones entre los esclavos, y todo dirigido por el cónsul inglés. Yo no he dado cabida a esta circunstancia, porque ni lo creo tan tonto que se relacione con negros, ni tan perverso que venga a perturbar la tranquilidad del país, cuando por otros medios más propios y dignos de su gobierno pueden aspirar al cumplimiento del tratado, que es a lo más que tienen derecho, según sus términos. Pero las cosas están tan malas por acá que ni aún racionalmente se puede hablar, porque o lo bautizan a uno de insurgente, o de abolicionista, que hoy es peor que insurgente». Asimismo, unos meses más tarde le reiteró38: «Aquí se ha corrido que Turnbull ha sido expulsado de la Habana. Lo que V. me escribió hace tiempo: mucho miedo y poca vergüenza. Nuestros ricos propietarios y co-merciantes están muy confiados en que ahora podrán en- 36 Op. cit., p. 181. 37 Op. cit., p. 90. 38 Op. cit., p. 113. La carta estaba fechada en Nuevitas (1-04-1842). 1054 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 20 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ gañar al gobierno inglés y continuar en el contrabando negrero». La actuación del cónsul británico, Mr. Turnbull, tropezó con toda clase de obstáculos por parte de las autoridades coloniales. El negocio de la trata pervivió a pesar de las pretensiones britá-nicas y, por ello, El Lugareño volvió a dirigirse a Del Monte, a fines de 1843, en vísperas por tanto de la conspiración de la Escalera y su inmediata represión, en términos sumamente iró-nicos39: «Os participo para vuestro consuelo que de esta isla es-tán saliendo muchísimos buques para África, a traernos 20 ó 30.000 macuás o lucumíes para labrar la felicidad del país. Vos entendéis algo de lógica, y como con el dedo to-caréis el punto principal del negocio. Entre tanto Matan-zas grita que le manden tropa, que los negros mismos del triunvirato no están subordinados, que temen que la zafra no se concluya sin trifulcas como las pasadas. Nuestro gobierno, que se desvive por nosotros enviará tropas, y diz que armará escuadrones de caballería no de brutos gua-jiros, sino de los veteranos españoles licenciados, y los cos-tos de este tren los pagarán los hacendados como es justo, en virtud de que se les va a salvar sus intereses y hasta el pellejo, como bien lo verá V. con su lentecito lógico. Cual-quiera dirá que mejor sería no traer negros, que sufrir es-tos costos, pasar estos sustos y correr todos estos riesgos; pero nosotros no podemos vivir sin el grajito del negrito, y sin tener a quien echarle fresco cuando estamos nosotros calientes. ¡Qué país tan desgraciado el nuestro! Dichoso V. que está fuera de él. No le aconseje a nadie que viva aquí». En este contexto, la única alternativa posible parecía ser la atracción de inmigrantes blancos, bien como asalariados o, en su caso, como colonos, pues El Lugareño se mostrará abierto a ambas posibilidades. El 18 de abril de 1841, contra viento y marea, había anunciado a Domingo del Monte la puesta en marcha de sus planes40: 39 Op. cit., p. 151. Domingo del Monte estaba, en aquellas fechas, en Filadelfia y Betancourt Cisneros le escribió desde la capital cubana. 40 Op. cit., p. 64. Núm. 50 (2004) 1055 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 21 «Ya di principio a mi plan de potrero con blancos. He empezado con 5 catalanes. ¿Os reís hombre? Dejaríais de ser poeta y habanero si no os rieseis de lo ruin, de lo pe-queño de las miras y empresas del Lugareño. Pues bien, así lo pequeño, os prometo grandes resultados. Quiero que mi mayoral aprenda a gobernar blancos que no es una friolera para un tierradentro y luego que aprenda con 5 le pondré 10, y al punto 20 y no más, para hacer un potrero que deje de 5 a 6.000 pesotes, y no quiero más tampoco». Su correspondencia es muy rica en relación con sus empre-sas colonizadoras. Así se dirigió, igualmente, a su amigo y con-socio de la Económica habanera, en la propia primavera de 1841, siempre con su inconfundible tono irónico y su gracia criolla41: «Acá estamos contentísimos porque diz que ha pasado por Nuevitas una gran escuadra, cosa de 50 velas, no sé si 10 ó 20.000 hombres que vienen a reforzar la Isla, para que esos borrachos ingleses dejen de pensar en ella, ni en suprimir el contrabando negrero. Yo me alegro porque es-toy por los blancos aunque sean los frailes que han expul-sado de los conventos, y prefiero que tengamos hijos de frailes, a hijos de negros. Ojalá que nos mandasen todos los frailes que en España sobran, y aquí no alcanzan para la necesidad que tenemos de gente blanca. ¿Estará V. esperando noticias de mis cinco colonos, de los trabajos porteriles que hacen en el Horcón, de lo que se comen, de lo que duermen, etc.? Poco a poco, y no me lleve de carrera. Pierda cuidado que todo lo ha de saber, porque ya V. sabe que me he propuesto cacarear y campanear los resultados buenos o malos pues me llegan a noticia de todo títere negrero. Como yo vea el camino más clarito, encajo 25 isleños en el Horcón y otros 25 en el Ciego antes o en todo 1842. La fortuna de estos perros negreros es que yo soy un perro arrancado que si no, ya estaría el buque an-dando pues a Lanzarote a traerme a los nobles guanches que diz domó mi pariente el Rey D. Juan Bethencourt, y ahora me toca a mí domarlos acá, tumbando jocumas y quiebrahachas en lugar de cabezas y piernas». 41 Op. cit., pp. 67-68. Esta carta a Del Monte está datada en Puerto Prín-cipe, Camagüey (25-04-1841). 1056 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 22 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Poco después, además, animó a su paisano a participar en el proyecto colonizador, y resaltó las ventajas singulares de sus contratas, puesto que, como afirma, «no todos tienen un Najasa entero con 2.000 caballerías de tierra incultas y de primera cla-se », aunque el negocio también estaba en el propio transporte de los inmigrantes42: «Mi amigo don Juan Alvariño tiene acá un buen plan. Se propone con dos socios más (uno es capitán de un bu-que), poner un buque en la carrera de Canarias y España, su tierra, para traer blancos. Un viaje de Canarias aquí puede dejarle sólo de flete de pasajeros sobre 4.000 pesos. ¿No ve V. a dónde esto va a parar? Otro lo sabe, hace lo mismo: competencia, rivalidad, baratura, guerra al buque negrero, ¿no es verdad? Pues, señor, a proteger la empresa de Alvariño. Yo estoy más pobre que puta en cuaresma, pero me he suscrito con diez canarios en los términos que allá van en cuerpo y alma. Corra V. en pos allá —y haga sus indicaciones—. Hay dos o tres amigos que también pi-den, pero todavía no han presentado sus contratas, ni po-drán ser como las más ventajosas, porque no todos tienen un Najasa entero con 2.000 caballerías de tierra incultas y de primera clase, y sobre 4.000 vacas, etc.». No todos los inmigrantes, a su vez, parecían igualmente idó-neos para las tareas agrícolas, que implicaban duras jornadas de trabajo en el contexto de una cultura laboral surgida de las prácticas propias de la esclavitud. En este sentido, El Lugareño se lamentaba, el 18 de julio de 1841, de la pérdida de tres de sus labradores catalanes, que fueron atraídos y empleados por coterráneos que ejercían la profesión de taberneros en la capi-tal camagüeyana43: «Los catalanes taberneros me sonsacaron tres de mis ca-talanes labradores. Yo tuve la culpa de haberlos traído para San Juan y San Pedro a la ciudad. No he querido coger otros tantos que se me han ofrecido a salario de 8 pesos y hasta 7 porque no quiero nada con catalanes, y espero mis 10, 15 ó 20 isleños que tengo encargados. Apunte lo que 42 Op. cit., pp. 71-72. Carta datada en Camagüey, 22-05-1841. 43 Op. cit., pp. 81-82. Núm. 50 (2004) 1057 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 23 le digo: blancos han de ser los labradores del Horcón y el Ciego de Najasa aunque se oponga el mismo diablo: la fortuna del diablo es darse con el Lugareño». En otra carta posterior insistió sobre el mismo tema, y su franqueza y espontaneidad nos permite atisbar el verdadero ca-rácter de estas contratas de labradores, donde el inmigrante, aunque está sometido a las cláusulas estipuladas por la contra-ta —en ocasiones de indudable dureza—, contará, sin embargo, con la posibilidad de liberarse del contrato a corto plazo y con-vertirse en un auténtico colono libre e independiente44: «No recuerdo si comuniqué a V. que para San Juan tra-je los catalanes a divertirse, y los taberneros tuvieron po-tencia de sonsacarme tres: me quedan dos hombres bue-nos, y están contentísimos; los tres están peor que los dos en todo sentido, y me alegro en el alma. Deje V. que ven-gan diez canarios que he encargado y verá V. como se quedan en Najasa, aun cuando no les acomode trabajar a salario. Si quisieren quedar libres les daré tierras, vacas, bueyes, etc. para que por sí trabajen y me paguen una renta moderada: yo he de poder poco o en Najasa han de trabajar más blancos que negros». Esta parece ser, en efecto, la línea de actuación predilecta de Betancourt Cisneros, es decir, la colonización de sus vastas e in-cultas propiedades camagüeyanas mediante la atracción de 44 Op. cit., p. 85. La misiva está datada en Camagüey (30-07-1841). Aun-que no puede negarse la existencia de contratas abusivas, tal como denunció M. Salneri, es decir, el isorense Manuel Linares Delgado en su opúsculo: Dos palabras acerca del proyecto de los Sres. Ibáñez, Calvo, Pulido y Moré. Refutación de..., Imprenta «El Trabajo» de Ángel Pina, La Habana, 1878, si bien se trata de hechos de fecha posterior y en plena crisis del modelo esclavista cubano. Véase, también, J. HERNÁNDEZ GARCÍA: La emi-gración canario-americana en la segunda mitad del siglo XIX, Las Palmas, 1982; A. MACÍAS HERNÁNDEZ, La migración canaria, 1500-1980, Asturias, Ediciones Júcar, 1992, y C. NARANJO OROVIO, «Trabajo libre e inmigración española en Cuba: 1880-1930», Revista de Indias, 195-196, Madrid, 1992, 749-794 y de la misma autora «Colonos canarios: una alternativa al mode-lo económico-social de Cuba, 1840-1860», X Coloquio de Historia Canario- Americana, Las Palmas, 1992, I, 589-604, entre otros trabajos representa-tivos. 1058 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 24 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ «cuantos matrimonios me manden», aunque cuestiona, con ra-zón, la sinceridad del gobierno metropolitano y sus representan-tes locales respecto al fomento de la población blanca45: «A nuestra vista le informaré de mi plan de coloniza-ción, si el gobierno o esa maldita Junta de población quie-re hacer algo: yo reparto tierras y animales a cuantos ma-trimonios me manden. Yo pienso tratar directamente con la Junta de población, y se van a ver en el compromiso de aceptar mis proposiciones, o dejarse quitar la careta y que nos desengañemos de que no quieren población blanca». A partir de entonces se implicará, cada vez más, en sus pla-nes de atracción de «guanches» de Canarias, al objeto de em-plearlos en sus propiedades camagüeyanas, y por ello continuó animando a sus amigos a imitarle en la empresa colonizadora46: «Si os avistáis con Victoria decidle que os cuente el es-tado de una expedición que por mi cuenta y riesgo viene de Santa Cruz de Tenerife para trabajar en el Ciego de Najasa. Por el momento debo recibir 20 guanches de 16 a 30 años de edad. Ya os daré razón de todo luego que es-tén aquí. Por el mismo conducto voy a encargar otros 20 para el Horcón. Podéis estar seguro de una cosa: o yo me arruino, o pueblo a Najasa de hombres blancos: contad con ello, y decid que alguno me quite el derecho de arrui-narme por meter blancos en Najasa. Y, ¿qué podrá suce-der? Nada: millares se han arruinado por traer negros, por emborracharse, por putear, por robar, por jugar, por gua-pear. ¿Podrán achacar mi ruina a alguno de estos motivos? No: dirán que fui un loco; ¡muy bien!, esta es una locura juiciosa, y sóplese V. esa antítesis. Creo se realizará otra empresa de cien colonos isleños. Estoy recogiendo firmas y ya tengo sobre sesenta colo-nos pedidos entre ocho personas pudientes. Así tal vez los meteremos por camino más seguro; bien que la verda-dera causa que los compele a ello es la falta de introduc-ción de negros. Cuando se van convenciendo de que el 45 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 121-122. Carta fechada en Puerto Prínci-pe (Camagüey), el 31-06-1842. 46 Op. cit., pp. 131 y 137. Cartas a Domingo del Monte fechadas en Camagüey (diciembre de 1842 y 2-03-1843). Núm. 50 (2004) 1059 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 25 cuento no es cuento, se van disponiendo a gastar en traer blancos». Al mismo tiempo, El Lugareño no tardó en deshacerse en alabanzas sobre la laboriosidad de sus inmigrantes isleños, que trabajaban con mucha voluntad, «al igual y junto con mis ne-gros, sin distinción, sólo que comen aparte en rancho como soldados», o incluso mejor que «mis excelentes negros»47: «Mis colonos siguen perfectamente, contentísimos todos, y no dudo que aun cuando les ofrezcan mayor salario, no se irán de mi casa, pues ellos saben cómo se trata la barri-ga y el cuerpo en otras fincas, y preferirán un par de pe-sos menos en mi casa. Trabajan bien, al igual y junto con mis negros, sin distinción, sólo que comen aparte en ran-cho como soldados. Ahora me empeño en asociarme algu-nos propietarios jóvenes para que hagamos entre varios un pedido a Canarias de 50 ó 60 labradores, a fin de ir me-tiéndolos por el aro de tener gente blanca en el monte. Hecha la 2ª expedición no dudo que lograré otras muchas. Haré que Carrera vea trabajar en los campos de Cuba, en trabajos criollos rellollos, mi cuadrilla de guanches. Irá ese testigo ocular a la Habana, y no le desmentirán. Entre tanto puede V. bajo mi responsabilidad asegurar que tra-bajan más y mejor que mis excelentes negros, y cuenta que mis negros trabajan voluntariosamente. No doy otra prue-ba que el trato que tienen, el cual es el mismo que los guanches, mismas horas, mismos trabajos, mismos alimen-tos, etc. y no hay látigo ni cepo, ni prisiones ni nada. Pero la censura no me deja decir nada de colonización, ni pu-blicar nada sobre esta cuadrilla en que haría sin duda comparaciones de trabajadores a trabajadores. ¿Qué quie-re decir esto? ¡Claro está! Que (no) se quiere oír la verdad: que sólo se quiere meter negros en el país: que nos lleva-rán los diablos, si la fuerza de la opinión y moralidad pú-blica no hace que la gente moderna se deje de comprar negros, y metan blancos». En agosto de 1843, en los instantes en que Domingo del Monte partía a Nueva York, para evitar las consecuencias de la 47 Op. cit., pp. 139 y 141. Cartas a Del Monte datadas en Camagüey (2 y 30-04-1843). 1060 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 26 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ delación del poeta mulato Plácido (Gabriel de la Concepción Valdés), en relación con la Conspiración de la Escalera, su ami-go Betancourt Cisneros le encabezaba una nueva epístola con estas palabras48: «Poeta mío: en momentos de avisarme para ir al Ciego de Najasa, a colocar cinco guanches más que me han ve-nido de Canarias, llega mi amigo y discípulo don Antonio Freire a comunicarme su partida para New York, y quiero escribiros cuatro letras». Con la documentación disponible no puede cuantificarse el número de isleños que Gaspar Betancourt Cisneros colocó en sus vastas propiedades de Najasa y el Horcón. Vázquez Galego apunta49, aunque sin citar fuentes precisas, la importante cifra de tres millares de colonos canarios, pero sus planteamientos generales se mueven en el amplio contexto del desarrollo eco-nómico del Camagüey durante el siglo XIX, con el fin de centrar su investigación, más acuciosa, acerca de la gran expansión cañera de esta provincia centro-oriental de Cuba que, en efec-to, tuvo lugar a partir de la primera década del siglo XX. ALTERNATIVAS POLÍTICAS: ¿ANEXIÓN O INDEPENDENCIA? ¿Qué alternativas políticas tenía la «siempre fiel» isla de Cuba a comienzos de la década de 1840? El Lugareño se mos-tró siempre atento a los vaivenes de la realidad política interna-cional, tal como puede observarse en el siguiente fragmento del 3 de enero de 1841, un día antes, por tanto, de que se diera a la estampa en Liberia, antes La Palma, un manifiesto insurrec-cional que invitaba, presuntamente desde Canarias, a la inde-pendencia de Cuba y Puerto Rico, para sumarse de este modo al proceso emancipador canario50. En carta a José de la Luz y 48 Op. cit., p. 146. Carta fechada en Puerto Príncipe (Camagüey), el 10-08-1843. 49 A. VÁZQUEZ GALEGO, La consolidación de los monopolios en Camagüey, en la década del veinte, Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1975, p. 25. 50 M. DE PAZ SÁNCHEZ, Amados Compatriotas. Acerca del impacto de la Núm. 50 (2004) 1061 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 27 Caballero, el educador antes mencionado, apuntaba Betancourt Cisneros51: «No sabemos si será cierta una bomba que corre sobre los negocios políticos de la Francia. Acá corre que el rey está preso, y esto me huele a chamusquina. Corre también otra de revoliscas en las Islas Canarias. Allá lleguen y acá no peguen. Nosotros, haciendo ferrocarriles e impugnando a Cousin mientras esos brutos se cortan el pescuezo o se mueren de miseria. Lo que tiene de verdad muy afligidos a los propietarios de por acá es la noticia de Mr. Turnbull, o sea la tenaz resolución de Inglaterra a hacer cumplir el tratado». Al margen, pues, de su temprana relación con empresarios estadounidenses —«tengo entre manos dos empresas con yan-kees. Una de minas, que tratan de comprar, otra de accionistas para la segunda parte de nuestro camino»—, escribió a del Monte unos meses después52, también, como hemos apuntado, se preocupó especialmente de sus contactos con el representan-te de Gran Bretaña, a causa del importante papel de oposición a la trata que jugaba el cónsul inglés David Turnbull. «Haga ver a Turnbull que aquí estamos mal parados en el día, y que una correspondencia con él, aunque fuese la más inocente se mira-ría como un crimen», afirmaba en otra misiva a del Monte del 30 de julio de 1841, y añadía a continuación53: «Como los negreros han sabido que el General (Jeróni-mo Valdés y Sierra), se ha hecho de la vista gorda se han tragado, los muy brutos, que con ellos no puede Inglate-rra, y que ahora transplantarán el África entera a la Isla. Se han engreído y hablan gordo, y esgrimen armas prohi-bidas y vedadas por la buena fe, pues propalan que noso-tros aspiramos a la emancipación de los esclavos, y a la de la Isla, cuyas ideas las acoge siempre el gobierno, y bastan emancipación americana en Canarias, «Taller de Historia», CCPC, Tenerife, 1994, pp. 131-133. 51 F. DE CÓRDOVA, op. cit., p. 188. Carta fechada en Puerto Príncipe (Camagüey), el citado 3-01-1841. 52 Op. cit., pp. 81-82. Carta fechada en Camagüey (18-07-1841). 53 Op. cit., pp. 83 y 85. 1062 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 28 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ para frustrar las intenciones y proyectos más santos en bien del país. Por honor de Inglaterra y de la civilización, no creo que aspire a arruinar esta preciosa Isla, y a un pueblo que en nada le ha ofendido, sólo por quitar un rival de azúcar a sus posesiones de la India: esta idea es muy miserable y muy propia de hombres que no alcanzan a ver más allá de sus cañaverales, ni entienden de otros cálculos que de las zafras que hayan de producirles tantos negros...». Nuestro hombre, que incluso había movido todas sus influen-cias para proteger a un tal Joice, súbdito inglés que había sido denunciado por unos catalanes por afirmar que la isla de Cuba sería inglesa en cuestión de meses, venía insistiendo a del Mon-te, al menos desde junio de 1841, sobre la necesidad de prote-gerse de las acusaciones de anglofilia que le habían lanzado sus conservadores paisanos54: «La última carta de V. me ha hecho desistir de conti-nuar escribiendo sobre colonización blanca de una mane-ra tan ostensible para los negreros. Ya mi amigo el censor me ha manifestado alguna inquietud al ver que en la Ha-bana no se escribe ni se proyectan expediciones a Europa... En fin, nosotros vemos como la luz del día, que entre la debilidad de España, la omnipotencia de Inglaterra, y la imprevisión de los cubanos, esta preciosa Isla irá al abis-mo profetizado por Tocqueville; salvo que Dios, por uno de aquellos acontecimientos que la inteligencia humana no puede prever ni alcanzar, la liberte de su total ruina. Diga V. a Turnbull que no me comprometa, pues ya es-toy sobradamente comprometido con las opiniones que he dado a conocer en todo tiempo... Observe V. las marcas de tinta hechas en la Gaceta, y sepa que todo eso se dirige a hombres como Iraola, Tomás Pío (y millares de ellos) que tuvieron el arrojo de decirme en mis barbas que yo era in-glés; como si un hijo de Jefferson y de Washington pudie-ra jamás dejar de ser americano, ni entrar en infamias de que sólo son capaces los hombres que no tienen otro Dios, ni otra Patria, ni otra Humanidad, que sus negros, su in-terés y su despotismo —esclavos por tener esclavos—». 54 Op. cit., pp. 78-80. Carta a del Monte fechada en Camagüey (20- 06-1841). Núm. 50 (2004) 1063 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 29 A fines de ese mismo año escribió una vez más, aunque ahora con cierto desaliento patriótico, a su amigo Domingo del Monte55: «¿Qué esperanzas hay que fundar en los Estados Uni-dos? Yo sé que nuestras circunstancias se agravan de día en día: que España no se alienta aunque le den caldo de América, y que John Bull y Belcebú y Proserpina son tres personas distintas y un solo diablo verdadero. Estoy en mis trece, compadre: entre la impotencia de España, y la om-nipotencia humana de Inglaterra, vamos a quedar aplas-tados como una tortilla si Dios no nos mira con caridad». Aspecto en el que insistió, en parecidos términos, a princi-pios de 1843, al comentar unos rumores sobre la independencia política de Cuba, que estaría promovida por emisarios ingleses56: «He leído una carta en que se dice que los emisarios, misioneros y agentes diplomáticos de Inglaterra andan de casa en casa (son sus palabras) ofreciéndonos la indepen-dencia a trueque de la emancipación. ¡Terrible condición! Pero también dicen que amenazan con que a la mala se tomarán lo que a la buena nos proponen, porque diz que el gobierno metropolitano está vendido a las guineas e in-tereses de Inglaterra. ¡Qué pícaros esos ingleses! Se han propuesto arruinarnos y de un modo o de otro lo conse-guirán ». Más tarde, durante su exilio en Nueva York, su discurso po-lítico adquiere dimensiones más profundas. Gaspar Betancourt y Cisneros no es un anexionista vulgar, pues, tal como se apre-cia en algunas de sus epístolas, quiere aparecer como un analista objetivo e imparcial. Sabe que la mayoría de los defen-sores del anexionismo lo son para garantizar sus intereses esclavistas, y, de algún modo, parece decantarse por la necesi-dad de obtener, al menos, el apoyo coyuntural de Estados Uni-dos, pero contra Europa y contra «nosotros mismos». Se trata-ba, en su opinión, de la única opción posible frente a la 55 Op. cit., p. 93. Carta fechada en Camagüey (12-12-1841). 56 Op. cit., p. 134. Carta del 29-01-1843. 1064 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 30 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ dominación española, cuya presencia en Cuba iba a depender, en el próximo futuro, de una acción de fuerza y de coartación de los derechos y libertades de los cubanos57: «De esta clase de creyentes hay dos partidos, unos que ven en la anexión el medio de conservar sus esclavos, que por más que lo oculten o disimulen es la mira principal, por no decir la única que los decide a la anexión; otros que ven en la anexión el plazo, el respiro, que evitando la emancipación repentina de los esclavos, dé tiempo a tomar medidas salvadoras como duplicar en 10 ó 20 años la po-blación blanca, introducir máquinas, instrumentos, capita-les, inteligencias que reemplacen y mejoren los medios ac-tuales de trabajo y de riqueza. En fin, Saco mío, todos buscan en la anexión la garantía, la fianza del gobierno sabio y fuerte de los Estados Unidos contra las pretensio-nes de Europa, no menos que contra nosotros mismos que mal que pese a nuestro amor propio somos del mismo ba-rro que los que han logrado hacerse independientes, pero no pueblos libres y felices. He aquí en compendio lo que yo he oído a los principales cabecillas del proyecto de anexión. Los anexionistas creen que la política de España está fi-jada, y está fijada del único modo que puede prolongar su dominación en Cuba por algún tiempo más. Un ejército permanente que oprima y aterre al pueblo; protección a la introducción de negros y fomento de la esclavitud; oposi-ción consiguiente a la inmigración de blancos; restric-ciones al comercio extranjero; división sistemática entre es-pañoles y cubanos; coartación y negación de derechos políticos y religiosos; contribuciones e impuestos hasta por respirar; exclusión de los cubanos de todo puesto o empleo en que pueda tener influencia en la educación de la juven-tud, en el gobierno, en las leyes, y en las simpatías de los criollos. Tal es la punta, dicen los anexionistas concienzu-dos, a que tiene que sujetarse el gobierno de España en Cuba para asegurar su dominación. Si esto es lo que con-viene a la Isla; si esto es lo que asegura la paz, la propie-dad, la seguridad, el progreso de un pueblo civilizado; si a esto es a lo que aspiran los cubanos; entonces, dicen los señores anexionistas, con su pan se lo coman y a buenas 57 Op. cit., pp. 313-314. Carta a José A. Saco, datada en Nueva York (20-02-1849). Núm. 50 (2004) 1065 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 31 horas les alumbre el sol de la Iberia; pero entretanto cierto es e inevitable que bañe a los cubanos el sol de América, y allí será el conflicto entre las dos luces». Su extraordinaria intuición le llevará, además, a concebir el drama de Cuba, el estallido, más temprano que tarde, de un conflicto revolucionario, y así se lo indicó a José Antonio Saco en una carta del 3 de abril de 184958: «Sin duda es desgracia mía ver todas las cosas de Cuba de mal a peor. Me represento a Cuba como una linda mu-chacha a merced de déspotas, de pícaros, y de cobardes; y por más que busque entre las tres clases a un salvador, por Dios que no sé cuál de ellos encontrará la salvación. En cada pulgada de Cuba, en su gente, en su vecindario, en todo, veo el combustible acumulado de antemano y que una hora menguada ha de inflamar sin que lo evite otro poder que el de Dios». Posteriormente informó a su amigo y paisano acerca de la estancia en Nueva York del padre Varela59, cuyo «reino» ya no era de este mundo, y también de la llegada de su pariente To-más Pío Betancourt, reacio a la independencia. En este contex-to, Betancourt Cisneros aprovechó para subrayar su pesimismo sobre las esperanzas de los denominados «anexionistas pacífi-cos », que anhelaban, en vano, la realización de reformas y de cambios significativos bajo tutela española. Diferente era su opinión respecto a Estados Unidos, a causa de la capacidad de esta nación, según afirmó, para hacer prosperar a «cualquier país que cojan entre sus manos»60: «En mi anterior te di noticias de Varela y Tomás Pío, que están aquí buenos y sanos. A Varela no hay modo de sacarle una palabra sobre Cuba, ni en pro, ni en contra: su reino no es de este mundo. En cuanto a mi pariente es otra cosa. A todo prefiere la unión a la madre patria, bien 58 Op. cit., p. 317. Desde Nueva York. 59 E. REYES FERNÁNDEZ, Félix Varela. 1788-1853, Ed. Política, La Haba-na, 1989. 60 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 331-332. Carta a Saco, datada en Nueva York (7-08-1849). 1066 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 32 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ que con un buen gobierno, justo, liberal, enérgico que Es-paña nos debiera dar. De independencia absoluta no hay que hablarle, porque él bien se sabe que sería un tomo más agregado a la Historia de los desórdenes, desgracias y rui-nas de América. La anexión a los Estados Unidos sería otra cosa: la gente yankee es entendida en esto de gobierno y hacen prosperar cualquier país que cojan entre sus manos; pero esa anexión debería hacerse pacíficamente, por con-venio entre partes, España, Cuba, Estados Unidos, cielo, in-fierno y purgatorio, mar y tierra. Este es saquista, como dicen unos, y retranquero, como digo yo, que con esa divi-sa he bautizado un partido político, cuyos jefes sois voso-tros los hombres prudentes, los anexionistas pacíficos, y los que esperáis que España nos prepare, nos enseñe, nos adiestre y perfeccione en el arte de gobernar y de ser libres para que en el último tercio de la eternidad, o en las vís-peras del Juicio Final podamos ser nación independiente, o anexarnos a quien nos acomode. El partido retranquero, encargado de sujetar la burra, o parar o contener el loco-motor, para que no haga pedazos el tren de carros, parece que ignora que Parejo, Pastor, Forcade y toda la cofradía de negreros con sus padrinos, madrinas, testigos y asisten-tes están soplando en Cuba negros de África a millares; y juran que son del Brasil; y quieren encandilar a Inglate-rra, y dicen que ésta no tiene que meterse en cuentas aje-nas, y que los negros son la Providencia de Cuba, encar-gados de labrar la felicidad y bienestar de sus habitantes. Ya ves, Saquete, cuánto importa, en las presentes circuns-tancias y revueltas del mundo, sostener la retranca. Sujeta pues, la burra que no se desboque, pero asegúrate bien no sea que des una costalada». Gaspar Betancourt Cisneros, sin embargo, parece que no tar-dó en mostrarse partidario de la independencia de Cuba, como puede deducirse de la epístola que, en tono polémico, dirigió a su colega José L. Alfonso, en mayo de 185261: «Dice usted «que en 1851 me oyó decir que la revolu-ción de Cuba era necesaria a todo trance, y que agregué estas memorables palabras: Cuba libre, o aquí fue Cuba». Me explicaré. Convencido como estoy de que la revolución de Cuba es necesaria, inevitable, y que tiene que atravesar 61 Op. cit., p. 360. Datada en Nueva York (13-05-1852). Núm. 50 (2004) 1067 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 33 por entre escollos y peligros, creo que es preciso aceptarla con todas sus consecuencias, y una vez lanzados en ella la alternativa es sacarla libre (Cuba libre), o hundirnos en sus ruinas (aquí fue Cuba). Este es el pensamiento que he querido expresar; y si la alusión a Noya ha dado lugar a otra interpretación, reconoceré que me expliqué mal. Na-die se propone libertar a Cuba o asolarla; tememos que en la lucha de la libertad, si no triunfa y queda libre, quede arruinada». Estas frases del Lugareño permiten intuir, una vez más, as-pectos futuros de su patria. Este personaje, miembro por naci-miento y patrimonio de la «aristocracia» camagüeyana, supo vi-vir acorde con las ideas más avanzadas de su época y, con indudable riesgo para su status social e, incluso, para su propia vida luchó por lo que le pareció más justo. Se opuso, con vigor, contra la esclavocracia, un término utilizado por él para definir la pervivencia de una institución que, amparada por la Metró-poli y por sectores muy significativos del poder local, convertía en esclavas a las propias clases dirigentes cubanas, «esclavos por tener esclavos», como subrayó Betancourt Cisneros con su fina ironía criolla.
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Título y subtítulo | Un reformador social cubano del XIX : Gaspar Betancourt Cisneros, el lugareño |
Autor principal | Paz Sánchez, Manuel de |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 50. Tomo 2 |
Sección | Biografías |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 2004 |
Páginas | p. 1035-1067 |
Materias | Betancourt y Cisneros, Gaspar (1803-1866) ;Biografía ; Cuba ; Historia ; Siglo 19 |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 137198 Bytes |
Texto | B I O G R A F Í A S Núm. 50 (2004) 1035 68 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS, EL LUGAREÑO P O R MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Gaspar Betancourt y Cisneros, el Lugareño, ha pasado sin duda a la historia social y literaria de Cuba. Nacido en el anti-guo Puerto Príncipe (Camagüey), cuando alboreaba el siglo XIX, exactamente el 29 de abril de 1803, falleció en La Habana algo más de medio siglo más tarde, el 7 de diciembre de 1866. Per-sonaje abierto a las influencias de su época, tanto en Cuba como en Estados Unidos y en Europa, donde residió en algún momento, su visión objetiva de la realidad y su capacidad de análisis acerca de las perspectivas sociales y políticas de su tie-rra, resulta indiscutible1. Estudió en Camagüey hasta 1822, año en el que fue envia-do a Estados Unidos, práctica común entre la burguesía cuba-na de la época, al objeto de completar una educación alejada de las enseñanzas obsoletas de la casi centenaria, por aquel entonces, Universidad de La Habana, que estaba regentada —y continuará estándolo hasta mediados de la centuria— por los dominicos, responsables de un programa de estudios apegado a la norma escolástica, a semejanza de la Universidad primada de 1 INSTITUTO DE LITERATURA Y LINGÜÍSTICA DE LA ACADEMIA DE CIENCIAS DE CUBA, Diccionario de la Literatura Cubana, Ed. Letras Cubanas, La Ha-bana, 1980, I, 117-118. 1036 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 2 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ América, cuyo modelo pedagógico copió el Centro superior cu-bano2. Se estableció, pues, en Filadelfia y se inició en actividades co-merciales. Además, conoció a José Antonio Saco3 y, en 1823, for-mó parte de una comisión de cubanos que, desde Nueva York, partió a La Guaira, al objeto de entrevistarse con Bolívar y «pro-mover un movimiento insurreccional en Cuba». En Nueva York colaboró, también, en el Mensajero Semanal, y en 1834 regresó a Cuba, donde llevó a cabo una interesante labor de carácter socio-económico, para lo que utilizó sus propias fincas en la pro-vincia de su nacimiento. Asimismo, fomentó la erección de es-cuelas y la línea ferroviaria de Nuevitas a Puerto Príncipe. En 1837 inició sus colaboraciones en la Gaceta de Puerto Príncipe4, con su famosa serie de costumbres «Escenas cotidianas». Poste-riormente colaboró en El Fanal de Camagüey y, asimismo, en El Siglo de la capital cubana. En 1846 se vio forzado a emigrar por disposición del Capitán General Leopoldo O’Donnell. Se es-tableció en Estados Unidos y llevó a cabo una interesante labor política como responsable de la Junta Cubana en Nueva York, donde, además, fundó —1848—, el periódico La Verdad, de orientación anexionista, si bien más tarde se decantará, como veremos, por el ideario emancipador para su patria de origen. Visitó Europa en 1856, y se radicó en Florencia y, poco después, en París. Regresó a Cuba en 1861. Aparte de su seudónimo más conocido, El Lugareño, también utilizó el de Homobono, y sus cartas, capítulo fundamental en su producción literaria y social, las rubricaba con el más familiar de Narizotas. Políglota, inquie-to, ilustrado y agudo reformador. 2 M. DE PAZ SÁNCHEZ y M. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, La América española (1763-1898). Cultura y vida cotidiana, Síntesis, Madrid, 2000. 3 Sobre esta figura y, en general, para el tema que abordamos, cfr. E. TO-RRES CUEVAS, La polémica de la esclavitud. José Antonio Saco, Ciencias Socia-les, La Habana, 1984. 4 EDUARDO LABRADA RODRÍGUEZ, La prensa camagüeyana del siglo XIX, Ed. Oriente, Santiago de Cuba, 1987, 25ss. Núm. 50 (2004) 1037 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 3 ORÍGENES FAMILIARES, FORMACIÓN E IDEOLOGÍA La familia Betancourt llegó a Santiago de Cuba, procedente de La Laguna (Tenerife), a mediados del siglo XVII, tal como se-ñala Francisco X. de Santa Cruz y Mallen, conde de Jaruco y Mopox, en su Historia de familias cubanas5. Este linaje dio lu-gar a varias ramas, entre las que destaca la que se estableció en la propia capital oriental y, también, la que el genealogista mencionado define como «línea de Puerto Príncipe», en alusión al antiguo nombre de Camagüey. Gaspar de Betancourt y Cisneros nació del matrimonio endogámico celebrado, como otros muchos de su grupo social, entre don Diego Antonio de Betancourt Aróstegui y doña María de Loreto Cisneros y Be-tancourt, que se llevó a cabo, en la catedral de Puerto Príncipe, el 8 de enero de 18006. Gaspar Alonso Betancourt y Cisneros fue bautizado, en la mencionada catedral del Camagüey, el 29 de abril de 1803, y, tal como afirma sintéticamente Santa Cruz y Mallen, «fue sín-dico del Ayuntamiento en 1840, distinguido escritor y periodista con el pseudónimo de El Lugareño. Iniciador del ferrocarril de Camagüey a Nuevitas. Su defunción se encuentra en La Haba-na, parroquia de Guadalupe, a 12 de diciembre de 1866, siendo enterrado en Camagüey. Casó en La Habana el 7 de septiembre de 1857, con doña María Monserrate Canalejo e Hidalgo-Gato», y tuvo un hijo, Alfonso Betancourt y Canalejo, nacido en Florencia (Italia), en febrero de 18597. Tal como relató el propio Betancourt a otro de sus amigos reformadores, el conde de Po-zos Dulces8: «Con toda idea me llamaron Gaspar Alonso, porque yo vine al mundo con los dos apellidos que trajo desde Canarias a la Isla de Cuba el fundador de nuestra familia, y deseando 5 Ed. Hércules, La Habana, 1943, IV, 70. 6 Ibídem, 92-93. 7 Ibídem, 93. 8 FEDERICO DE CÓRDOVA (comp.), Cartas del Lugareño (Gaspar Betancourt y Cisneros), Publicaciones del Ministerio de Educación, La Habana, 1951, 13. 1038 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 4 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ que en todo me pareciese a él hubieron de darme su pro-pio nombre». A raíz de su muerte en 1866, el erudito Francisco Calcagno redactó una brillante crónica necrológica, con intención de pu-blicarla en El Siglo, pero no se le permitió, y más tarde la editó en su valioso Diccionario Biográfico Cubano9: «Acaba de fallecer en La Habana un hombre cuya vida, consagrada al servicio del suelo que le vio nacer, dejará un recuerdo imperecedero en nuestros corazones cubanos; un hombre que fue para el Camagüey lo que Arango y Pa-rreño para La Habana, un hombre en fin cuya historia pasará incólume a la posteridad, para recibir en ella tan-tas bendiciones como lágrimas le tributa hoy la patria agradecida». Su rico epistolario, recogido en edición completa por Federi-co de Córdova10, nos permite adentrarnos en la honda persona-lidad y la fresca espontaneidad de un reformador que, tras apos-tar por el progreso económico y social de su región de origen, se debatió en las abruptas contradicciones de un intelectual cubano de su tiempo. Betancourt y Cisneros conservó, como hemos apuntado en otro lugar11, durante toda su vida, su ilu-sión por el futuro de la Gran Antilla y de América, del conti-nente joven frente a la vetustez de la Europa clásica, tal como le recordaba a su amigo José Antonio Saco, en carta remitida desde Roma el 11 de agosto de 185712: «Aquí todo me entristece. ¿Será por el estado de mi es-píritu o por mis ideas? Lo cierto es que Roma me parece 99 Imprenta y Librería de N. Ponce de León, Nueva York, 1878, 109-112. 10 La amplia correspondencia entre Gaspar Betancourt Cisneros y Do-mingo del Monte, otro gran intelectual cubano de la época, fue publicada, a partir de 1923, por Domingo Figarola-Caneda, Joaquín Llaverías Martínez y Manuel I. Mesa Rodríguez, en nombre de la Academia de la Historia de Cuba, en la obra Centón epistolario de Domingo del Monte, Imprenta Si-glo XX, La Habana, 1923-1927, 7 tomos. 11 M. DE PAZ SÁNCHEZ, «El Lugareño contra la esclavocracia: las cartas de Gaspar Betancourt y Cisneros (1803-1866)», Revista de Indias, Madrid, 1998, LVIII, 214, 617-636. 12 F. DE CÓRDOVA, op. cit., 349-350. Núm. 50 (2004) 1039 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 5 un cementerio muy grande, muy solemne, de grandes hom-bres y glorias que se hundieron para ser reemplazados por frailes, monigotes, lazzaroni, caricaturas y arlequines que causan lástima o desprecio. Varias tardes me he paseado en quitrín por estos contornos, y digo sin vacilar que has-ta los del Camagüey me parecen jardines comparados con estos yermos y desiertos. Alguna casita o miserable pajar de millas en millas; algunos bueyes y búfalos más flacos que los de los arrieros de Guanajay, uno que otro sem-bradito es cuanto mis ojos han visto desde Civita-vecchia hasta la Ciudad Eterna. Lo dicho: no se me quita la idea de un gran cementerio con todas sus basílicas, sus colum-nas y obeliscos, palacios y edificios antiguos y modernos. Todo me representa la vejez, canas, arrugas, carcoma y po-dredumbre, chochera y mugre, roturas, remiendos magní-ficos, solemnes, imponentes; pero que a mí no me sonríen ni me hacen maldita la gracia». Es entonces cuando el escritor, al comparar el Viejo y el Nue-vo Mundo, se decanta por su tierra, engrandecida por la distan-cia y la nostalgia13: «Estoy por nuestra joven América donde todo me sonríe, me habla, me enamora con su vida y movimiento. El Vesubio pasma con su horror sublime: el Niágara embele-sa y alegra el corazón. Roma es la vieja Luisa sentada en el butacón del tiempo de Cincinato: la Habana o Nueva York es Niní dando carreras y saltos, y alborotando todo el vecindario: estoy por la joven América, sin Basílicas, ni Coliseos, ni estatuas, ni ejércitos de frailes, monigotes, sol-dados, lazzaroni, ni mendigos que me entristecen y me revuelven alma y cuerpo, y me hacen salir de aquí sin en-vidiarles nada para Cuba. Quien nos la diera, hombre, así, salvajita, con sus montes vírgenes, sus bahías desiertas, sus guajiros y hasta sus criollitos prietos!... Pero si no nos la dan, hagamos por cogérnosla». Su idea del progreso, que une la mejor tradición ilustrada con el utilitarismo asimilado durante su temprana estancia en Estados Unidos y en sus vastas lecturas, queda reflejada en una 13 Ibídem. 1040 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 6 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ polémica que mantuvo con el santiaguero Juan Agarrás, en las páginas de la Gaceta de Puerto Príncipe14: «El verdadero progresista debe ser consecuente con sus principios: retrogradar nunca; estacionarse, jamás; adelan-tar, siempre..., y así en el mundo intelectual como en el material, la misión del progresista es adelantar y mejorar. Le perseguirá la envidia, le asaltará la calumnia: no impor-ta, la humanidad le defenderá porque sus tendencias y su interés es estar mejor. Se le regarán obstáculos en su ca-mino: se dirá que su idea o su empresa es imposible, o es extemporánea, o es inútil: adelante, su respuesta sea su di-visa: e pur si muove». De aquí su obsesión por cubrir de vías férreas, como estímu-lo para su desarrollo económico, la región centro-oriental de Cuba. Santa María de Puerto Príncipe era, hacia 1840, la terce-ra ciudad más poblada de la Isla. La existencia del puerto de San Fernando de Nuevitas en la costa norte y, asimismo, el de San-ta Cruz del Sur en la meridional, hicieron posible que el inter-cambio comercial de la región se efectuara por los menciona-dos puertos. Además de la ganadería, los cultivos tradicionales del país, caña de azúcar y café, constituían los renglones fun-damentales de la economía camagüeyana, pero sus pequeños ingenios no podían competir con las grandes fábricas de la re-gión occidental del país, durante esta época15. En 1836, la diputación de la Sociedad Económica de Puerto Príncipe se planteó la necesidad de construir un ferrocarril que sacara de su aislamiento al comercio camagüeyano. Gaspar Betancourt Cisneros se convirtió en el paladín de la empresa, como ya se apuntó. «Acompañado por los hacendados de la re-gión, Luis Loret de Mola y Tomás Pío Betancourt, el Lugareño solicitó y obtuvo el 10 de enero de 1837, la concesión extendida por el general Miguel Tacón, gobernador de la colonia, a favor de la construcción de un ferrocarril desde la ciudad de Puerto 14 Op. cit., 233. Publicada el 5 de junio de 1839. 15 O. ZANETTI LECUONA y A. GARCÍA ÁLVAREZ, Caminos para el azúcar, Ciencias Sociales, La Habana, 1987, 57. Núm. 50 (2004) 1041 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 7 Príncipe hasta el puerto de Nuevitas»16. Pero, la promoción del camino de hierro fue, tal como indicó el propio Betancourt Cisneros en carta del 18 de septiembre de 1836 a su amigo Domingo del Monte17, el primer paso de un proyecto de mayor envergadura18: «Yo no entiendo de economía política, ni sé si esto es exac-to; pero me atrevo a sostener que lo contrario es calcular intereses particulares y momentáneos, desatendiendo los generales y futuros del país. Si La Habana nos ayuda la victoria será completa, y el botín no es menos interesante en el orden físico que en el moral. Enriquecer e ilustrar a nuestro pueblo es el medio seguro de salvarle de la ruina, tal vez no muy remota. Por otra parte: si salgo bien de esta empresa, cuente V. con que realizaré otra aún más impor-tante y que está más en mi mano, porque casi no necesito de nadie: Yo puedo distribuir unas 18 a 20 leguas planas, con gran ventaja mía, en colonos blancos, y dado este ejemplo y demostrado el provecho pecuniario que es a lo que atienden los propietarios, tendré imitadores». La construcción de la vía férrea fue encargada al ingeniero norteamericano Benjamín H. Wright, y la instalación de los pri-meros carriles comenzó a principios de 1841. La empresa, sin embargo, experimentó diversos sinsabores, hasta que pudo ser culminada parcialmente en 1846, justamente en el año en el que El Lugareño abandonó Cuba. Un lustro más tarde, el ferro-carril pudo ser llevado hasta Puerto Príncipe, «completándose así los 73 kilómetros de extensión que contemplaba el proyecto de 1837», tal como subrayan Zanetti y García19. COLONIALISMO Y ESCLAVITUD En torno a 1835, como hemos señalado en otro lugar20, la firma del segundo tratado para la supresión del tráfico africano 16 Ibídem. 17 V., sobre esta figura, S. BUENO, Domingo del Monte, La Habana, 1986. 18 F. DE CÓRDOVA, op. cit., 26-27. 19 Ó. ZANETTI LECUONA y A. GARCÍA ÁLVAREZ, op. cit., 58. 20 M. DE PAZ SÁNCHEZ y M. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, La esclavitud blanca. 1042 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 8 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ revivió el debate sobre la colonización blanca, entre las clases dominantes criollas. A medida que se consolidaba el sector azu-carero, la demanda de la sacarocracia se inclinó por los jorna-leros y braceros libres, en contra, por lo tanto, del colono inde-pendiente y, en definitiva, de la inmigración de carácter familiar. Pese a algunas excepciones, como la promovida por el conde de Villamar en terrenos baldíos de Ciego de Ávila, los proyectos de colonización habían fracasado tanto por la precariedad de re-cursos, como por el crecimiento vigoroso de la plantación azu-carera y, con ella, de la esclavitud. El poder colonial, además, obstaculizó las pretensiones de las clases dominantes criollas, dado que los informes reservados de los capitanes generales, tal como ha destacado Leví Marrero21, coincidían en rechazar la colonización blanca, puesto que veían un freno para las tenden-cias emancipadoras en el relativo equilibrio cuantitativo entre la población esclava y los criollos blancos. Un aumento de la colo-nización blanca que, de hecho, hiciese disminuir ostensiblemente la llegada de esclavos no sólo hubiese afectado al sistema pro-ductivo, tal como era concebido en la Perla del Caribe por aquel entonces, sino a la supervivencia misma del sistema colonial, puesto que la experiencia colonial española en la América con-tinental había demostrado, poco tiempo atrás, los afanes independentistas de los criollos hispanoamericanos y, además, no era difícil observar, desde esta plataforma antillana, la realidad de otros procesos como el Norteamericano y, en esta época, la propia situación de la población esclava en el sur de Estados Unidos. En efecto, tanto el capitán general Jerónimo Valdés como sus inmediatos sucesores entendieron, por tanto, que la obstaculi-zación a la llegada de inmigrantes blancos constituía una efi-caz política de sujeción colonial, puesto que, entre otras consi-deraciones, compartían la tesis del equilibrio racial, lo que contrastaba con realidades como la de Haití a finales del si-glo XVIII, donde las condiciones históricas fueron marcadamente Contribución a la historia del inmigrante canario en América. Siglo XIX, Ta-ller de Historia, CCPC, Tenerife, 1993, 57ss. 21 L. MARRERO, Cuba: economía y sociedad. Azúcar, Ilustración y con-ciencia (1763-1868), Barcelona, 1983 y 1989, IX y XIII, pássim. Núm. 50 (2004) 1043 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 9 diferentes, entre otras razones por la enorme desproporción entre el elemento blanco de origen francés, totalmente minori-tario, y la enorme densidad de la población esclava, sin olvi-dar las consecuencias del gran impacto local de la Revolución Francesa. El capitán general Valdés fue, según Marrero, particularmen-te expresivo al respecto, al señalar que los criollos eran partida-rios de la independencia, y que si no lo hacían era por miedo a la raza de color, «y es bien seguro que sin ese gran obstáculo la isla de Cuba no pertenecería ya a la Metrópoli, a pesar del res-petable ejército que aquí se tiene. Siendo esto cierto, indudable como lo es y lo conocen los más avisados de estos naturales, claman incesantemente por el fomento de la población blanca, porque saben que el día que llegasen a tener superabundancia de ella, podrían sin peligro decir un eterno adiós a España». En consecuencia, lo prudente sería «guardar el equilibrio en la po-blación negra y de color respecto a la blanca, procurando el au-mento y conservación de la negra... por todos los medios que estén al alcance del gobierno»22. Leopoldo O’Donnell, tras la conspiración de la Escalera en 1844, reformuló la teoría del equilibrio racial, y, aunque reco-noció la necesidad de atraer colonos blancos, insistió en que su penetración debería ser lenta y progresiva. De hecho, prefería braceros y proletarios capaces de insertarse sin mayores proble-mas en la economía azucarera. Esta política continuó con su sucesor, el conde de Alcoy, adversario también de la colonización blanca, puesto que reforzó la tesis de que la raza negra era la única que podía sostener la agricultura, debiendo procurarse, además, la atracción de inmigrantes indios o mestizos ame-rindios. Por ello, la llegada de peones chinos y yucatecos fue una nueva solución parcial al problema de los trabajadores blancos en la agricultura. Ahora bien, frente a esta política colonial existían, «entre los más avisados de estos naturales», como aseguraba Valdés, algu-nos arbitristas criollos que opinaban lo contrario. En 1837 José Antonio Saco publicó en Madrid un famoso opúsculo en el que 22 Op. cit., t. IX, p. 159. 1044 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 10 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ atacaba la falacia de la inadecuación de los blancos a las labo-res de la plantación, a causa de la dureza del trabajo y, tam-bién, por la carestía de sus salarios en relación con la fuerza de trabajo esclava. También, en 1838, Pedro José Morillas vio cen-surado su folleto Medios de fomentar y generalizar la industria, por opinar que la causa principal del atraso de la economía de plantación era que la ejercían brazos esclavos, y comparó el caso de Cuba con Puerto Rico, donde se hacía «azúcar con brazos blancos»23. José Antonio Saco, además, sustentó algunas de sus críticas a la tesis de la inadecuación de la fuerza de trabajo blanca para las labores agrícolas y para el clima de Cuba, mediante la alu-sión a los inmigrantes isleños24: «Y ya que tanto se pondera la resistencia de los negros africanos al clima de Cuba, bueno será traer a la memoria lo que allí se ha visto con frecuencia, y lo que por lo mis-mo nadie podrá negar. ¿No emigran a Cuba a centenares los isleños de Canarias? ¿No llegan en cargamentos des-pués de una larga travesía? Y, ¿cuántos mueren en ella?, ¿cuántos después que se entregan al cultivo de los campos, u a otras ocupaciones? Un número cortísimo, un número insignificante comparado con el de los esclavos africanos. Y si tenemos este dato irrefragable, ¿por qué se empeñan algunos en repetir que el clima cubano se opone a que las tareas de un ingenio sean desempeñadas por otros brazos que esclavos africanos? La observación que he hecho res-pecto a los canarios, es todavía más aplicable a los mismos blancos cubanos, porque, además de estar exentos de la fiebre amarilla, nada es más común que verlos en los cam-pos, sufriendo día y noche los rigores de la intemperie, y venciéndolos todos con una fortaleza superior a la del más robusto africano». La misma esclavitud, además, con todo su potencial de vio-lencia y de rencor acumulado, no parecía constituir a corto pla-zo por lo menos, un serio problema para la estabilidad colonial. 23 Op. cit., t. XIII, p. 123. 24 JOSÉ A. SACO, Colección de papeles científicos, históricos, políticos y de otros ramos sobre la isla de Cuba, ya publicados, ya inéditos, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1962, I, 102-104. Núm. 50 (2004) 1045 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 11 Entre otras razones porque a la represión desatada contra cons-piradores más o menos reales como los de la Escalera, que como se sabe fueron duramente reprimidos sin demasiado interés por verificar la exactitud de las pruebas en su contra, se unió la su-jeción de las leyes, en la tradición española de los Códigos ne-gros que ha estudiado el profesor Manuel Lucena Salmoral, y la actuación más frecuente de rancheadores y mayorales, que en no pocas ocasiones eran también de origen canario, tal como nos relata, por ejemplo, Jonathan S. Jenkins, un pintor norte-americano que visitó Cuba a mediados de la década de 1830, y nos dejó este duro testimonio sobre los mayorales isleños25: «The owner wants all the money he can get to maintain his establishment in Havana, and the majordomo seeks to increase his percentage, and thus the poor slaves are ground to the dust, and at times the cruelties practised are barbarous. The mayorals are usually Canary Islanders, a hot-tempered and cruel race, and, being without the restraint of the presence of the owner, are vindictively oppressive, and in their inhuman punishments often take life. The horrors which have been perpetrated in Cuba by the lash would disgrace barbarians». Roland T. Ely, uno de los autores que mejor ha estudiado esta etapa singular de la historia de Cuba, indica también que, pese al gran número de inmigrantes que venían de España y las Ca-narias, la colonización blanca no llegó nunca al nivel esperado como para satisfacer las esperanzas depositadas en ella por los que la habían preconizado como una alternativa a la esclavitud. Este autor subraya, además, que «aunque el isleño indudable-mente veía poca diferencia entre su situación y la del africano en una plantación, su odisea estaba limitada por un contrato», a cuya terminación se convertía, realmente, en un hombre li-bre. «Algún día incluso podía convertirse en mayoral del esta-blecimiento donde antes había sufrido como simple obrero». Además, «el hacendado tenía que tratarlo con más cuidado que 25 «Life and Society in old Cuba», The Century Illustrated Monthly Ma-gazine, New York, LVI, XXXIV, May, 1898, to October, 1898, 942. 1046 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 12 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ a un esclavo, pues no le convenía exprimirlo hasta la muerte antes de que venciera el contrato» y, lógicamente, porque «las autoridades eran mucho menos indulgentes cuando se trataba de un hombre blanco que cuando un esclavo negro moría en circunstancias sospechosas»26. En términos generales, matiza Ely, resulta innegable que los empleados asalariados de las plantaciones no eran reclutados entre los sectores más respetables de la sociedad blanca, ya sea en la Isla o en el exterior. Los hijos de los hacendados, como testimonian incluso algunos famosos textos literarios, podían ocuparse de las tareas administrativas, pero debajo de este nivel «era mejor no hurgar demasiado en el pasado del aspirante», sobre todo en fechas inminentes a la explosión laboral de la zafra. A principios de la centuria, momento en el que ya se de-tecta —sin duda desde 1808, como hemos podido constatar documentalmente—, la presencia de mayorales isleños en la plantación, Jameson advirtió que los capataces eran «en toda la isla, hombres de carácter indiferente y de situación económica desesperada», con frecuencia, en efecto, antiguos contratados provenientes de las islas Canarias. Estos isleños, subraya Ely, fueron descritos también por R. W. Gibbs como «una clase ex-tremadamente baja e inmoral, intelectualmente más baja que la de los criollos negros a quienes han de mandar... Son la escoria de la nación»27. Naturalmente, tal como nos recuerda el propio autor, no salían mejor parados los contramayorales, pertenecien-tes a las propias etnias africanas esclavizadas, cuyos largos láti-gos, que ostentaban en todo momento y utilizaban contra los negros que aflojaban en el trabajo, «era algo así como una in-signia ». Disgustado por la ignorancia de esta gente y por la crueldad de sus métodos, Ramón de la Sagra llegó a la conclu-sión de que eran más una desventaja que una ventaja para los hacendados de Cuba28, pues, de hecho, constituían un lastre y un elemento arcaizante que, en no pocas ocasiones, disuadía a los hacendados que pretendían introducir algunas mejoras. Una 26 ROLAND T. ELY, Cuando reinaba su majestad el azúcar, Editorial Sud-americana, Buenos Aires, 1963, p. 605. 27 Op. cit., pp. 470-471. 28 Op. cit., p. 470. Núm. 50 (2004) 1047 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 13 situación que sólo podía explicarse, en fin, por la ignorancia, la desidia y la miseria humana que rodeaba a la institución de la esclavitud. UN REFORMADOR ANTIESCLAVISTA Las tesis de Gaspar Betancourt y Cisneros le convierten, en este contexto, en el más claro exponente del punto de vista del sector renovador de las clases dominantes criollas, que aposta-ban por la atracción de asalariados blancos, como medio para promover la mayor rentabilidad de las explotaciones agrícolas y, asimismo, para avanzar en el camino de la emancipación na-cional. Por ello promovió, a pesar de las cortapisas coloniales, la inmigración de colonos catalanes y canarios como un objeti-vo político-económico prioritario. Tal como ha señalado Jorge Ibarra, a casi todas las comar-cas de los Departamentos Oriental y Central de Cuba les era común el atraso, y sus débiles vínculos con la corriente del co-mercio internacional. «Pero para superar el desarrollo era nece-sario, de acuerdo con Betancourt Cisneros, demoler las hacien-das ganaderas, venderlas y poblar la región de ingenios, potreros y vegas, difundir el libro europeo y norteamericano, y organizar un sistema escolar que formase a la juventud en los nuevos principios que organizan el mundo»29. Ciertamente, El Lugareño trató de predicar con el ejemplo e intentó, sin que el gobierno se lo permitiera, parcelar y casi re-galar su propio mayorazgo para demostrar la autenticidad de sus verdaderas intenciones y propósitos. Así le explicaba sus proyec-tos a su amigo Domingo del Monte, el día de Navidad de 184130: «Por fortuna casi todos mis sitios están arrendados, y los dos que estoy fomentando están a cargo de dos mozos inmejorables, que son mi esperanza, para desempeñarme. 29 J. IBARRA, «Regionalismo y esclavitud patriarcal en los Departamen-tos Oriental y Central de Cuba», Estudios de Historia Social, 44-47, Ma-drid, 1988, p. 119. 30 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 98-99. 1048 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 14 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Respondo con mi cabeza de que tras mi ferrocarril, acometeré otras empresas no menos importantes. Asegura-da esta victoria, respondo del camino de Santa Cruz que enlazará ambos mares; y respondo de realizar una Com-pañía de Colonización, que es la especulación más lucra-tiva en que puede entrarse, bajo estas bases. Primera: comprar hatos y animales, que no pasarán aquí de 50 a 80.000 pesos y sólo en el valor de tierras, se harán sobre 400.000 pesos. Segunda: traer colonos blancos entre quie-nes repartir esas 1.500 a 2.000 caballerías, y los animales al precio de compra, y las caballerías a censo redimible y a 2 o 300 pesos. Sobre esto hablaré muy detalladamente con V. para que vea con cuánta facilidad y en cuán poco tiem-po se convierten 100.000 pesos en un millón, siempre que la empresa sea acometida por una compañía protegida por el gobierno. Estas empresas no se frustrarán, yo respondo, sacándome avante de la actual de Nuevitas. Yo mismo iría por los colonos, yo me pondría a la cabeza de la colonia o pueblecito que se formase en la hacienda: y yo sería el hombre de confianza de los camagüeyanos». Hombre de negocios al fin, utilitarista ilustrado y liberal, Betancourt Cisneros se enfrenta al bando conservador del Camagüey, entre cuyos integrantes destacaban su pariente To-más Pío Betancourt, Francisco Iraola, José Vicente Mora y Car-los Mola Bautista, «enemigos encarnizados de todo lo que pu-diera constituir una amenaza a la continuación ininterrumpida del tráfico de esclavos», y que representaban «los intereses más inmediatos de la clase terrateniente en el Cabildo principeño». En opinión de Ibarra, «la dependencia de los señores de hatos camagüeyanos con respecto a la trata, estaba determinada por el poco interés que habían mostrado desde principios de siglo por preservar las vidas de sus esclavos y en mejorar el índice de masculinidad en sus dotaciones», de ahí su hostilidad hacia los jóvenes liberales, reformistas y anexionistas, partidarios del cese del tráfico negrero. En Camagüey, matiza Ibarra, la contradicción fundamental en la esfera política y económica se daba entre los reformistas o anexionistas que predicaban la necesidad de detener el comer-cio de esclavos y los propietarios de haciendas ganaderas o in-genios de vapor, «que se aferraban a los viejos métodos de ex- Núm. 50 (2004) 1049 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 15 plotación del trabajo esclavo». Se trataba, en fin, de una «con-tradicción entre los ideólogos de la clase que se planteaban los intereses de más largo alcance de ésta, es decir, de su desarrollo futuro, con la mayoría de clase que respondía únicamente a sus intereses del presente, a sus intereses más inmediatos». Por lo tanto, en la primera mitad del siglo XIX, concluye el autor mencionado, el poder colonial, aprovechándose de esta contradicción, se apoyaba —en esta comarca—, en el sector ma-yoritario de la clase terrateniente, «no en los comerciantes es-pañoles, que en realidad tenían muy poco predicamento»31. El Lugareño tuvo que enfrentarse, ciertamente, a la oposición de sus propios paisanos, pues su actitud sincera y directa le valió no pocos enemigos32: «Pero una cosa es que la verdad y los hechos estén a la vista, y otra que haya traidores que la publiquen. A lo que parece el delito está en publicarlo, no en que el hecho exis-ta; y en esto no van fuera de razón los camagüeyanos, porque el peor de todos los pecados es el escándalo: es así que yo soy el publicador, luego yo soy el gran pecador. Sin embargo, yo me las tengo tiesas y que quieran que no quieran han de oír: que más fácil es ser cultos que ser te-nidos por cultos, ser virtuosos que persuadir que lo somos: más bella es la verdad desnuda, que la mentira con manto de púrpura; más útil la realidad en pequeño, que las apa-riencias en grande». Desde los primeros momentos, además, se vio en la necesi-dad de defender su programa reformista, como hizo en una epístola publicada, el 2 de octubre de 1839, en la Gaceta de Puerto Príncipe33: «En primer lugar: quisiera que los hombres como V. no se entretuvieran en escribirle cartitas anónimas al Lugare-ño, sino que cada uno se echase al hombro la cruz de su pueblo, y sufriese la persecución, el escarnio y la mofa, 31 J. IBARRA, op. cit., p. 119. 32 F. DE CÓRDOVA, op. cit., p. 240. El texto fue publicado originalmente en la Gaceta de Puerto Príncipe (17-08-1839). 33 Op. cit., pp. 251-252. 1050 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 16 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ hasta merecer la corona del martirio o la palma del triun-fo. Más honroso es sucumbir bajo el estandarte de la ver-dad, que triunfar entre aleves en el de la impostura y los vicios. Si me tocase en suerte el martirio, vengan derrotas; no envidio la palma de los vencedores. En segundo lugar: quisiera aquello de a Dios rogando y con el mazo dando; esto es, que al mismo tiempo que los hombres honrados escriban, lloren y regañen, se reúnan para negociar y establecer escuelas públicas gratuitas para los niños pobres de su comunidad, para que la educación se difunda entre todas las clases y todos los hombres de un pueblo, lleguen a cultivar su inteligencia hasta aquel gra-do que basta para saber lo bueno y lo malo, y poder dis-cernir la verdad de la mentira, lo útil de lo perjudicial, lo justo de lo injusto. Esta es obra de la educación popular, y V. no me negará que más hace en favor de la razón y la conciencia humana un maestro de escuela que diez verdu-gos; y más vicios se corrigen en una escuela, que en cien cárceles y presidios. En tercer, y por ahora último: quisiera que cada comu-nidad se reuniese para abrir los canales de la industria, y las fuentes de la riqueza pública; aquí, que se dividiesen las haciendas para que los pobres adquiriesen con facilidad una propiedad territorial que los obligase a amar su comu-nidad y su suelo y para que viniese mucha población eu-ropea de que carecemos y necesitamos urgentemente; allí, que se levantase una colonia o un pueblecito; allá, un caminito de hierro; acullá una línea de buques de vapor que lleven y traigan la civilización a todos los puntos de la Isla, y que nos faciliten modo de transportarnos al pueblo más inmediato, sin grandes fatigas y costos. Así, llegaremos a un pueblo de buen humor y talante, y podremos salu-darle diciendo: la paz de Dios sea en este pueblo; aquí me depare la Virgen mucha gente alegre, contenta y rica que me obsequien, como al hermano ausente que vuelve a casa o viene a conocer a sus hermanos». Se trata, en consecuencia, de un debate que parece ir más allá de las contradicciones de clase y que, de hecho, se imbrica en un contexto de lucha por la liberación nacional, y en la ne-cesidad de superar la trata como mecanismo coercitivo no sólo de la expansión económica sino, también, política. La supresión de la trata implicaba la puesta en marcha de alternativas para el desarrollo económico y social, y, además, requería la trans- Núm. 50 (2004) 1051 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 17 formación profunda de la estructura social de la región, median-te la implementación de una mano de obra inmigrada, de pro-cedencia europea, que tendiese a generar una pequeñoburguesía agraria y, en definitiva, un campesinado que hiciera prosperar una de las comarcas más atrasadas de Cuba. El Lugareño supe-raba de este modo su origen aristocrático y terrateniente y se convertía, así, en vanguardia de una inteligencia reformadora que, por un lado, no confiaba en la Metrópoli, y, por otro, no consideraba un modelo digno de imitación el de la inquieta América española independiente. Tiempo después se lo recordó a José Antonio Saco, desde Nueva York, en carta del 19 de oc-tubre de 184834: «Vas a escribir, dices, sobre anexión, y lo harás como un sacrificio que debes a la patria, es decir, contra tus senti-mientos. Te comprendo, y ya quisiera que los dos nos vié-semos ciudadanos de una nación independiente y libre, fi-gurando entre los pueblos soberanos de la tierra. Pero entendámonos y convengamos en que primero es la Patria que las vanidades de la nacionalidad, que el tiempo puede satisfacer, quizás con usura. ¿Te consta que somos hijos engendrados y paridos por España? ¿Y crees tú que hijos esclavos de Españoles pueden ser hombres libres? Te per-dono el falso testimonio, y te remito a los guachinangos, y a los zambos, y a los Santa Annas, Flores, Monagas, etc. ¿Cómo podríamos nosotros conquistar nuestra independen-cia, y después sostener un gobierno libre? La anexión, Saco mío, no es un sentimiento, es un cálculo; es más, es la ley imperiosa de la necesidad, es el deber sagrado de la propia conservación. España no puede protegernos, ¿qué digo? España tiene que sacrificarnos a los intereses de la Europa, de España misma que con Rey o con Roque o sin ellos necesita de las potencias sus aliadas, de Francia y de Inglaterra para sostener una dinastía, una persona, un sis-tema, un principio que ellos allá adopten para sus gobier-nos, aunque los diablos se lleven a los cubanos. Y si este es un hecho, ¿qué debe resolver un cubano previsor? ¿He-mos de estarnos tendidos a la bartola y aguardando a que Europa se arregle, o España acabe de desarreglarse para recibir el decreto que nos destinen, el destino de Santo 34 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 307-308. 1052 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 18 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Domingo, de Jamaica, y las demás colonias europeas de América? ¡No, caray! Esto sería imperdonable, que tenien-do a la mano la tabla de salvación, el gobierno más libre, el pueblo más fuerte, el ejemplo de la conservación social, sin perjuicio del progreso de la civilización y de la huma-nidad respecto del infeliz africano, queramos permanecer amarrados a un cuerpo corrompido que sólo puede infes-tarnos y hundirnos en su propio sepulcro. Si es preciso salvar nuestro país de la tempestad que le amenaza; si queremos marchar en las vías de la civilización y el pro-greso; si queremos ser libres y vivir entre hombres libres; si, en fin, necesitamos de una Patria donde criar a nues-tros hijos y legarles nuestros huesos, preciso es separarnos de España bajo cuyo gobierno nunca, jamás, se formará el gobierno verdadero. Lo que diez o veinte trabajemos en la noble creación del Patriota, el gobierno español nos lo desbarata de un puntapié, y siempre estamos tejiendo la tela de Penélope que nunca se acaba, y hay que empezar de nuevo. ¿Quién ha de favorecer la creación del patriota, del hombre libre? ¿El que tiene interés en crear al colono y al esclavo? España formará condes y marqueses, palacie-gos y sicofantas; pero no hombres libres». En estos planteamientos y en otros similares se incardina, igualmente, la inclinación de Betancourt y Cisneros por el fo-mento de la educación popular, como un medio esencial para la transformación de la sociedad. El 2 de septiembre de 1839, en carta al gran pedagogo José de la Luz y Caballero, se escan-dalizaba ante la ausencia de una escuela en Nuevitas, mientras que estaban abiertos al público cuatro billares, vicio, este del juego, que tan duramente fue zaherido también por el propio José Antonio Saco. Apuntaba El Lugareño en su misiva35: «Lo más presente se me olvidó. Está para cuajar mi pro-yecto de escuela en Nuevitas. Ya tengo conseguidos los diez y seis pesos mensuales de los cuatro billares (¡Dios nues-tro, Pepe! ¡Cuatro billares y ni una escuela!) y estoy dando pasos para arrancarle diez pesos al fondo de matriculados. Vengan para acá los cien pesos que la Sociedad madre ha ofrecido para la escuela de Nuevitas». 35 Op. cit., p. 173. Núm. 50 (2004) 1053 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 19 En otro orden de cosas, la oposición de Betancourt Cisneros a la trata y su acerba crítica a los traficantes de esclavos queda patente en multitud de testimonios epistolares. No obstante, a pesar de la dureza de ciertas expresiones, no puede tachársele de xenófobo, pues en cuantas ocasiones le fue posible no dejó de ayudar a la población esclava, y protestó ante las iniquida-des a las que eran sometidos algunos esclavos, para los que proveyó fondos, cuidados sanitarios e, incluso, los liberó de sus cadenas36. A través de su correspondencia se observa, de hecho, su oposición a la institución misma de la esclavitud —y no sólo al negocio infame de la trata—, por considerarla nefasta para el futuro de Cuba, tal como se aprecia en la siguiente epístola dirigida, el 5 de diciembre de 1841, a Domingo del Monte37: «Acá (Camagüey) corre que en los dos últimos meses han entrado más de 2.000 negros en la Habana, lo cual nos tiene contentos, pues es prueba de que el General no ha consentido que se salgan con su gusto los ingleses. Pero estos ratos de contento nos traen otros muy amar-gos e intranquilos. Se dice que entre los negros libres se descubrió hace poco una conspiración, con ramificaciones entre los esclavos, y todo dirigido por el cónsul inglés. Yo no he dado cabida a esta circunstancia, porque ni lo creo tan tonto que se relacione con negros, ni tan perverso que venga a perturbar la tranquilidad del país, cuando por otros medios más propios y dignos de su gobierno pueden aspirar al cumplimiento del tratado, que es a lo más que tienen derecho, según sus términos. Pero las cosas están tan malas por acá que ni aún racionalmente se puede hablar, porque o lo bautizan a uno de insurgente, o de abolicionista, que hoy es peor que insurgente». Asimismo, unos meses más tarde le reiteró38: «Aquí se ha corrido que Turnbull ha sido expulsado de la Habana. Lo que V. me escribió hace tiempo: mucho miedo y poca vergüenza. Nuestros ricos propietarios y co-merciantes están muy confiados en que ahora podrán en- 36 Op. cit., p. 181. 37 Op. cit., p. 90. 38 Op. cit., p. 113. La carta estaba fechada en Nuevitas (1-04-1842). 1054 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 20 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ gañar al gobierno inglés y continuar en el contrabando negrero». La actuación del cónsul británico, Mr. Turnbull, tropezó con toda clase de obstáculos por parte de las autoridades coloniales. El negocio de la trata pervivió a pesar de las pretensiones britá-nicas y, por ello, El Lugareño volvió a dirigirse a Del Monte, a fines de 1843, en vísperas por tanto de la conspiración de la Escalera y su inmediata represión, en términos sumamente iró-nicos39: «Os participo para vuestro consuelo que de esta isla es-tán saliendo muchísimos buques para África, a traernos 20 ó 30.000 macuás o lucumíes para labrar la felicidad del país. Vos entendéis algo de lógica, y como con el dedo to-caréis el punto principal del negocio. Entre tanto Matan-zas grita que le manden tropa, que los negros mismos del triunvirato no están subordinados, que temen que la zafra no se concluya sin trifulcas como las pasadas. Nuestro gobierno, que se desvive por nosotros enviará tropas, y diz que armará escuadrones de caballería no de brutos gua-jiros, sino de los veteranos españoles licenciados, y los cos-tos de este tren los pagarán los hacendados como es justo, en virtud de que se les va a salvar sus intereses y hasta el pellejo, como bien lo verá V. con su lentecito lógico. Cual-quiera dirá que mejor sería no traer negros, que sufrir es-tos costos, pasar estos sustos y correr todos estos riesgos; pero nosotros no podemos vivir sin el grajito del negrito, y sin tener a quien echarle fresco cuando estamos nosotros calientes. ¡Qué país tan desgraciado el nuestro! Dichoso V. que está fuera de él. No le aconseje a nadie que viva aquí». En este contexto, la única alternativa posible parecía ser la atracción de inmigrantes blancos, bien como asalariados o, en su caso, como colonos, pues El Lugareño se mostrará abierto a ambas posibilidades. El 18 de abril de 1841, contra viento y marea, había anunciado a Domingo del Monte la puesta en marcha de sus planes40: 39 Op. cit., p. 151. Domingo del Monte estaba, en aquellas fechas, en Filadelfia y Betancourt Cisneros le escribió desde la capital cubana. 40 Op. cit., p. 64. Núm. 50 (2004) 1055 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 21 «Ya di principio a mi plan de potrero con blancos. He empezado con 5 catalanes. ¿Os reís hombre? Dejaríais de ser poeta y habanero si no os rieseis de lo ruin, de lo pe-queño de las miras y empresas del Lugareño. Pues bien, así lo pequeño, os prometo grandes resultados. Quiero que mi mayoral aprenda a gobernar blancos que no es una friolera para un tierradentro y luego que aprenda con 5 le pondré 10, y al punto 20 y no más, para hacer un potrero que deje de 5 a 6.000 pesotes, y no quiero más tampoco». Su correspondencia es muy rica en relación con sus empre-sas colonizadoras. Así se dirigió, igualmente, a su amigo y con-socio de la Económica habanera, en la propia primavera de 1841, siempre con su inconfundible tono irónico y su gracia criolla41: «Acá estamos contentísimos porque diz que ha pasado por Nuevitas una gran escuadra, cosa de 50 velas, no sé si 10 ó 20.000 hombres que vienen a reforzar la Isla, para que esos borrachos ingleses dejen de pensar en ella, ni en suprimir el contrabando negrero. Yo me alegro porque es-toy por los blancos aunque sean los frailes que han expul-sado de los conventos, y prefiero que tengamos hijos de frailes, a hijos de negros. Ojalá que nos mandasen todos los frailes que en España sobran, y aquí no alcanzan para la necesidad que tenemos de gente blanca. ¿Estará V. esperando noticias de mis cinco colonos, de los trabajos porteriles que hacen en el Horcón, de lo que se comen, de lo que duermen, etc.? Poco a poco, y no me lleve de carrera. Pierda cuidado que todo lo ha de saber, porque ya V. sabe que me he propuesto cacarear y campanear los resultados buenos o malos pues me llegan a noticia de todo títere negrero. Como yo vea el camino más clarito, encajo 25 isleños en el Horcón y otros 25 en el Ciego antes o en todo 1842. La fortuna de estos perros negreros es que yo soy un perro arrancado que si no, ya estaría el buque an-dando pues a Lanzarote a traerme a los nobles guanches que diz domó mi pariente el Rey D. Juan Bethencourt, y ahora me toca a mí domarlos acá, tumbando jocumas y quiebrahachas en lugar de cabezas y piernas». 41 Op. cit., pp. 67-68. Esta carta a Del Monte está datada en Puerto Prín-cipe, Camagüey (25-04-1841). 1056 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 22 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ Poco después, además, animó a su paisano a participar en el proyecto colonizador, y resaltó las ventajas singulares de sus contratas, puesto que, como afirma, «no todos tienen un Najasa entero con 2.000 caballerías de tierra incultas y de primera cla-se », aunque el negocio también estaba en el propio transporte de los inmigrantes42: «Mi amigo don Juan Alvariño tiene acá un buen plan. Se propone con dos socios más (uno es capitán de un bu-que), poner un buque en la carrera de Canarias y España, su tierra, para traer blancos. Un viaje de Canarias aquí puede dejarle sólo de flete de pasajeros sobre 4.000 pesos. ¿No ve V. a dónde esto va a parar? Otro lo sabe, hace lo mismo: competencia, rivalidad, baratura, guerra al buque negrero, ¿no es verdad? Pues, señor, a proteger la empresa de Alvariño. Yo estoy más pobre que puta en cuaresma, pero me he suscrito con diez canarios en los términos que allá van en cuerpo y alma. Corra V. en pos allá —y haga sus indicaciones—. Hay dos o tres amigos que también pi-den, pero todavía no han presentado sus contratas, ni po-drán ser como las más ventajosas, porque no todos tienen un Najasa entero con 2.000 caballerías de tierra incultas y de primera clase, y sobre 4.000 vacas, etc.». No todos los inmigrantes, a su vez, parecían igualmente idó-neos para las tareas agrícolas, que implicaban duras jornadas de trabajo en el contexto de una cultura laboral surgida de las prácticas propias de la esclavitud. En este sentido, El Lugareño se lamentaba, el 18 de julio de 1841, de la pérdida de tres de sus labradores catalanes, que fueron atraídos y empleados por coterráneos que ejercían la profesión de taberneros en la capi-tal camagüeyana43: «Los catalanes taberneros me sonsacaron tres de mis ca-talanes labradores. Yo tuve la culpa de haberlos traído para San Juan y San Pedro a la ciudad. No he querido coger otros tantos que se me han ofrecido a salario de 8 pesos y hasta 7 porque no quiero nada con catalanes, y espero mis 10, 15 ó 20 isleños que tengo encargados. Apunte lo que 42 Op. cit., pp. 71-72. Carta datada en Camagüey, 22-05-1841. 43 Op. cit., pp. 81-82. Núm. 50 (2004) 1057 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 23 le digo: blancos han de ser los labradores del Horcón y el Ciego de Najasa aunque se oponga el mismo diablo: la fortuna del diablo es darse con el Lugareño». En otra carta posterior insistió sobre el mismo tema, y su franqueza y espontaneidad nos permite atisbar el verdadero ca-rácter de estas contratas de labradores, donde el inmigrante, aunque está sometido a las cláusulas estipuladas por la contra-ta —en ocasiones de indudable dureza—, contará, sin embargo, con la posibilidad de liberarse del contrato a corto plazo y con-vertirse en un auténtico colono libre e independiente44: «No recuerdo si comuniqué a V. que para San Juan tra-je los catalanes a divertirse, y los taberneros tuvieron po-tencia de sonsacarme tres: me quedan dos hombres bue-nos, y están contentísimos; los tres están peor que los dos en todo sentido, y me alegro en el alma. Deje V. que ven-gan diez canarios que he encargado y verá V. como se quedan en Najasa, aun cuando no les acomode trabajar a salario. Si quisieren quedar libres les daré tierras, vacas, bueyes, etc. para que por sí trabajen y me paguen una renta moderada: yo he de poder poco o en Najasa han de trabajar más blancos que negros». Esta parece ser, en efecto, la línea de actuación predilecta de Betancourt Cisneros, es decir, la colonización de sus vastas e in-cultas propiedades camagüeyanas mediante la atracción de 44 Op. cit., p. 85. La misiva está datada en Camagüey (30-07-1841). Aun-que no puede negarse la existencia de contratas abusivas, tal como denunció M. Salneri, es decir, el isorense Manuel Linares Delgado en su opúsculo: Dos palabras acerca del proyecto de los Sres. Ibáñez, Calvo, Pulido y Moré. Refutación de..., Imprenta «El Trabajo» de Ángel Pina, La Habana, 1878, si bien se trata de hechos de fecha posterior y en plena crisis del modelo esclavista cubano. Véase, también, J. HERNÁNDEZ GARCÍA: La emi-gración canario-americana en la segunda mitad del siglo XIX, Las Palmas, 1982; A. MACÍAS HERNÁNDEZ, La migración canaria, 1500-1980, Asturias, Ediciones Júcar, 1992, y C. NARANJO OROVIO, «Trabajo libre e inmigración española en Cuba: 1880-1930», Revista de Indias, 195-196, Madrid, 1992, 749-794 y de la misma autora «Colonos canarios: una alternativa al mode-lo económico-social de Cuba, 1840-1860», X Coloquio de Historia Canario- Americana, Las Palmas, 1992, I, 589-604, entre otros trabajos representa-tivos. 1058 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 24 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ «cuantos matrimonios me manden», aunque cuestiona, con ra-zón, la sinceridad del gobierno metropolitano y sus representan-tes locales respecto al fomento de la población blanca45: «A nuestra vista le informaré de mi plan de coloniza-ción, si el gobierno o esa maldita Junta de población quie-re hacer algo: yo reparto tierras y animales a cuantos ma-trimonios me manden. Yo pienso tratar directamente con la Junta de población, y se van a ver en el compromiso de aceptar mis proposiciones, o dejarse quitar la careta y que nos desengañemos de que no quieren población blanca». A partir de entonces se implicará, cada vez más, en sus pla-nes de atracción de «guanches» de Canarias, al objeto de em-plearlos en sus propiedades camagüeyanas, y por ello continuó animando a sus amigos a imitarle en la empresa colonizadora46: «Si os avistáis con Victoria decidle que os cuente el es-tado de una expedición que por mi cuenta y riesgo viene de Santa Cruz de Tenerife para trabajar en el Ciego de Najasa. Por el momento debo recibir 20 guanches de 16 a 30 años de edad. Ya os daré razón de todo luego que es-tén aquí. Por el mismo conducto voy a encargar otros 20 para el Horcón. Podéis estar seguro de una cosa: o yo me arruino, o pueblo a Najasa de hombres blancos: contad con ello, y decid que alguno me quite el derecho de arrui-narme por meter blancos en Najasa. Y, ¿qué podrá suce-der? Nada: millares se han arruinado por traer negros, por emborracharse, por putear, por robar, por jugar, por gua-pear. ¿Podrán achacar mi ruina a alguno de estos motivos? No: dirán que fui un loco; ¡muy bien!, esta es una locura juiciosa, y sóplese V. esa antítesis. Creo se realizará otra empresa de cien colonos isleños. Estoy recogiendo firmas y ya tengo sobre sesenta colo-nos pedidos entre ocho personas pudientes. Así tal vez los meteremos por camino más seguro; bien que la verda-dera causa que los compele a ello es la falta de introduc-ción de negros. Cuando se van convenciendo de que el 45 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 121-122. Carta fechada en Puerto Prínci-pe (Camagüey), el 31-06-1842. 46 Op. cit., pp. 131 y 137. Cartas a Domingo del Monte fechadas en Camagüey (diciembre de 1842 y 2-03-1843). Núm. 50 (2004) 1059 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 25 cuento no es cuento, se van disponiendo a gastar en traer blancos». Al mismo tiempo, El Lugareño no tardó en deshacerse en alabanzas sobre la laboriosidad de sus inmigrantes isleños, que trabajaban con mucha voluntad, «al igual y junto con mis ne-gros, sin distinción, sólo que comen aparte en rancho como soldados», o incluso mejor que «mis excelentes negros»47: «Mis colonos siguen perfectamente, contentísimos todos, y no dudo que aun cuando les ofrezcan mayor salario, no se irán de mi casa, pues ellos saben cómo se trata la barri-ga y el cuerpo en otras fincas, y preferirán un par de pe-sos menos en mi casa. Trabajan bien, al igual y junto con mis negros, sin distinción, sólo que comen aparte en ran-cho como soldados. Ahora me empeño en asociarme algu-nos propietarios jóvenes para que hagamos entre varios un pedido a Canarias de 50 ó 60 labradores, a fin de ir me-tiéndolos por el aro de tener gente blanca en el monte. Hecha la 2ª expedición no dudo que lograré otras muchas. Haré que Carrera vea trabajar en los campos de Cuba, en trabajos criollos rellollos, mi cuadrilla de guanches. Irá ese testigo ocular a la Habana, y no le desmentirán. Entre tanto puede V. bajo mi responsabilidad asegurar que tra-bajan más y mejor que mis excelentes negros, y cuenta que mis negros trabajan voluntariosamente. No doy otra prue-ba que el trato que tienen, el cual es el mismo que los guanches, mismas horas, mismos trabajos, mismos alimen-tos, etc. y no hay látigo ni cepo, ni prisiones ni nada. Pero la censura no me deja decir nada de colonización, ni pu-blicar nada sobre esta cuadrilla en que haría sin duda comparaciones de trabajadores a trabajadores. ¿Qué quie-re decir esto? ¡Claro está! Que (no) se quiere oír la verdad: que sólo se quiere meter negros en el país: que nos lleva-rán los diablos, si la fuerza de la opinión y moralidad pú-blica no hace que la gente moderna se deje de comprar negros, y metan blancos». En agosto de 1843, en los instantes en que Domingo del Monte partía a Nueva York, para evitar las consecuencias de la 47 Op. cit., pp. 139 y 141. Cartas a Del Monte datadas en Camagüey (2 y 30-04-1843). 1060 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 26 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ delación del poeta mulato Plácido (Gabriel de la Concepción Valdés), en relación con la Conspiración de la Escalera, su ami-go Betancourt Cisneros le encabezaba una nueva epístola con estas palabras48: «Poeta mío: en momentos de avisarme para ir al Ciego de Najasa, a colocar cinco guanches más que me han ve-nido de Canarias, llega mi amigo y discípulo don Antonio Freire a comunicarme su partida para New York, y quiero escribiros cuatro letras». Con la documentación disponible no puede cuantificarse el número de isleños que Gaspar Betancourt Cisneros colocó en sus vastas propiedades de Najasa y el Horcón. Vázquez Galego apunta49, aunque sin citar fuentes precisas, la importante cifra de tres millares de colonos canarios, pero sus planteamientos generales se mueven en el amplio contexto del desarrollo eco-nómico del Camagüey durante el siglo XIX, con el fin de centrar su investigación, más acuciosa, acerca de la gran expansión cañera de esta provincia centro-oriental de Cuba que, en efec-to, tuvo lugar a partir de la primera década del siglo XX. ALTERNATIVAS POLÍTICAS: ¿ANEXIÓN O INDEPENDENCIA? ¿Qué alternativas políticas tenía la «siempre fiel» isla de Cuba a comienzos de la década de 1840? El Lugareño se mos-tró siempre atento a los vaivenes de la realidad política interna-cional, tal como puede observarse en el siguiente fragmento del 3 de enero de 1841, un día antes, por tanto, de que se diera a la estampa en Liberia, antes La Palma, un manifiesto insurrec-cional que invitaba, presuntamente desde Canarias, a la inde-pendencia de Cuba y Puerto Rico, para sumarse de este modo al proceso emancipador canario50. En carta a José de la Luz y 48 Op. cit., p. 146. Carta fechada en Puerto Príncipe (Camagüey), el 10-08-1843. 49 A. VÁZQUEZ GALEGO, La consolidación de los monopolios en Camagüey, en la década del veinte, Ed. Arte y Literatura, La Habana, 1975, p. 25. 50 M. DE PAZ SÁNCHEZ, Amados Compatriotas. Acerca del impacto de la Núm. 50 (2004) 1061 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 27 Caballero, el educador antes mencionado, apuntaba Betancourt Cisneros51: «No sabemos si será cierta una bomba que corre sobre los negocios políticos de la Francia. Acá corre que el rey está preso, y esto me huele a chamusquina. Corre también otra de revoliscas en las Islas Canarias. Allá lleguen y acá no peguen. Nosotros, haciendo ferrocarriles e impugnando a Cousin mientras esos brutos se cortan el pescuezo o se mueren de miseria. Lo que tiene de verdad muy afligidos a los propietarios de por acá es la noticia de Mr. Turnbull, o sea la tenaz resolución de Inglaterra a hacer cumplir el tratado». Al margen, pues, de su temprana relación con empresarios estadounidenses —«tengo entre manos dos empresas con yan-kees. Una de minas, que tratan de comprar, otra de accionistas para la segunda parte de nuestro camino»—, escribió a del Monte unos meses después52, también, como hemos apuntado, se preocupó especialmente de sus contactos con el representan-te de Gran Bretaña, a causa del importante papel de oposición a la trata que jugaba el cónsul inglés David Turnbull. «Haga ver a Turnbull que aquí estamos mal parados en el día, y que una correspondencia con él, aunque fuese la más inocente se mira-ría como un crimen», afirmaba en otra misiva a del Monte del 30 de julio de 1841, y añadía a continuación53: «Como los negreros han sabido que el General (Jeróni-mo Valdés y Sierra), se ha hecho de la vista gorda se han tragado, los muy brutos, que con ellos no puede Inglate-rra, y que ahora transplantarán el África entera a la Isla. Se han engreído y hablan gordo, y esgrimen armas prohi-bidas y vedadas por la buena fe, pues propalan que noso-tros aspiramos a la emancipación de los esclavos, y a la de la Isla, cuyas ideas las acoge siempre el gobierno, y bastan emancipación americana en Canarias, «Taller de Historia», CCPC, Tenerife, 1994, pp. 131-133. 51 F. DE CÓRDOVA, op. cit., p. 188. Carta fechada en Puerto Príncipe (Camagüey), el citado 3-01-1841. 52 Op. cit., pp. 81-82. Carta fechada en Camagüey (18-07-1841). 53 Op. cit., pp. 83 y 85. 1062 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 28 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ para frustrar las intenciones y proyectos más santos en bien del país. Por honor de Inglaterra y de la civilización, no creo que aspire a arruinar esta preciosa Isla, y a un pueblo que en nada le ha ofendido, sólo por quitar un rival de azúcar a sus posesiones de la India: esta idea es muy miserable y muy propia de hombres que no alcanzan a ver más allá de sus cañaverales, ni entienden de otros cálculos que de las zafras que hayan de producirles tantos negros...». Nuestro hombre, que incluso había movido todas sus influen-cias para proteger a un tal Joice, súbdito inglés que había sido denunciado por unos catalanes por afirmar que la isla de Cuba sería inglesa en cuestión de meses, venía insistiendo a del Mon-te, al menos desde junio de 1841, sobre la necesidad de prote-gerse de las acusaciones de anglofilia que le habían lanzado sus conservadores paisanos54: «La última carta de V. me ha hecho desistir de conti-nuar escribiendo sobre colonización blanca de una mane-ra tan ostensible para los negreros. Ya mi amigo el censor me ha manifestado alguna inquietud al ver que en la Ha-bana no se escribe ni se proyectan expediciones a Europa... En fin, nosotros vemos como la luz del día, que entre la debilidad de España, la omnipotencia de Inglaterra, y la imprevisión de los cubanos, esta preciosa Isla irá al abis-mo profetizado por Tocqueville; salvo que Dios, por uno de aquellos acontecimientos que la inteligencia humana no puede prever ni alcanzar, la liberte de su total ruina. Diga V. a Turnbull que no me comprometa, pues ya es-toy sobradamente comprometido con las opiniones que he dado a conocer en todo tiempo... Observe V. las marcas de tinta hechas en la Gaceta, y sepa que todo eso se dirige a hombres como Iraola, Tomás Pío (y millares de ellos) que tuvieron el arrojo de decirme en mis barbas que yo era in-glés; como si un hijo de Jefferson y de Washington pudie-ra jamás dejar de ser americano, ni entrar en infamias de que sólo son capaces los hombres que no tienen otro Dios, ni otra Patria, ni otra Humanidad, que sus negros, su in-terés y su despotismo —esclavos por tener esclavos—». 54 Op. cit., pp. 78-80. Carta a del Monte fechada en Camagüey (20- 06-1841). Núm. 50 (2004) 1063 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 29 A fines de ese mismo año escribió una vez más, aunque ahora con cierto desaliento patriótico, a su amigo Domingo del Monte55: «¿Qué esperanzas hay que fundar en los Estados Uni-dos? Yo sé que nuestras circunstancias se agravan de día en día: que España no se alienta aunque le den caldo de América, y que John Bull y Belcebú y Proserpina son tres personas distintas y un solo diablo verdadero. Estoy en mis trece, compadre: entre la impotencia de España, y la om-nipotencia humana de Inglaterra, vamos a quedar aplas-tados como una tortilla si Dios no nos mira con caridad». Aspecto en el que insistió, en parecidos términos, a princi-pios de 1843, al comentar unos rumores sobre la independencia política de Cuba, que estaría promovida por emisarios ingleses56: «He leído una carta en que se dice que los emisarios, misioneros y agentes diplomáticos de Inglaterra andan de casa en casa (son sus palabras) ofreciéndonos la indepen-dencia a trueque de la emancipación. ¡Terrible condición! Pero también dicen que amenazan con que a la mala se tomarán lo que a la buena nos proponen, porque diz que el gobierno metropolitano está vendido a las guineas e in-tereses de Inglaterra. ¡Qué pícaros esos ingleses! Se han propuesto arruinarnos y de un modo o de otro lo conse-guirán ». Más tarde, durante su exilio en Nueva York, su discurso po-lítico adquiere dimensiones más profundas. Gaspar Betancourt y Cisneros no es un anexionista vulgar, pues, tal como se apre-cia en algunas de sus epístolas, quiere aparecer como un analista objetivo e imparcial. Sabe que la mayoría de los defen-sores del anexionismo lo son para garantizar sus intereses esclavistas, y, de algún modo, parece decantarse por la necesi-dad de obtener, al menos, el apoyo coyuntural de Estados Uni-dos, pero contra Europa y contra «nosotros mismos». Se trata-ba, en su opinión, de la única opción posible frente a la 55 Op. cit., p. 93. Carta fechada en Camagüey (12-12-1841). 56 Op. cit., p. 134. Carta del 29-01-1843. 1064 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 30 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ dominación española, cuya presencia en Cuba iba a depender, en el próximo futuro, de una acción de fuerza y de coartación de los derechos y libertades de los cubanos57: «De esta clase de creyentes hay dos partidos, unos que ven en la anexión el medio de conservar sus esclavos, que por más que lo oculten o disimulen es la mira principal, por no decir la única que los decide a la anexión; otros que ven en la anexión el plazo, el respiro, que evitando la emancipación repentina de los esclavos, dé tiempo a tomar medidas salvadoras como duplicar en 10 ó 20 años la po-blación blanca, introducir máquinas, instrumentos, capita-les, inteligencias que reemplacen y mejoren los medios ac-tuales de trabajo y de riqueza. En fin, Saco mío, todos buscan en la anexión la garantía, la fianza del gobierno sabio y fuerte de los Estados Unidos contra las pretensio-nes de Europa, no menos que contra nosotros mismos que mal que pese a nuestro amor propio somos del mismo ba-rro que los que han logrado hacerse independientes, pero no pueblos libres y felices. He aquí en compendio lo que yo he oído a los principales cabecillas del proyecto de anexión. Los anexionistas creen que la política de España está fi-jada, y está fijada del único modo que puede prolongar su dominación en Cuba por algún tiempo más. Un ejército permanente que oprima y aterre al pueblo; protección a la introducción de negros y fomento de la esclavitud; oposi-ción consiguiente a la inmigración de blancos; restric-ciones al comercio extranjero; división sistemática entre es-pañoles y cubanos; coartación y negación de derechos políticos y religiosos; contribuciones e impuestos hasta por respirar; exclusión de los cubanos de todo puesto o empleo en que pueda tener influencia en la educación de la juven-tud, en el gobierno, en las leyes, y en las simpatías de los criollos. Tal es la punta, dicen los anexionistas concienzu-dos, a que tiene que sujetarse el gobierno de España en Cuba para asegurar su dominación. Si esto es lo que con-viene a la Isla; si esto es lo que asegura la paz, la propie-dad, la seguridad, el progreso de un pueblo civilizado; si a esto es a lo que aspiran los cubanos; entonces, dicen los señores anexionistas, con su pan se lo coman y a buenas 57 Op. cit., pp. 313-314. Carta a José A. Saco, datada en Nueva York (20-02-1849). Núm. 50 (2004) 1065 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 31 horas les alumbre el sol de la Iberia; pero entretanto cierto es e inevitable que bañe a los cubanos el sol de América, y allí será el conflicto entre las dos luces». Su extraordinaria intuición le llevará, además, a concebir el drama de Cuba, el estallido, más temprano que tarde, de un conflicto revolucionario, y así se lo indicó a José Antonio Saco en una carta del 3 de abril de 184958: «Sin duda es desgracia mía ver todas las cosas de Cuba de mal a peor. Me represento a Cuba como una linda mu-chacha a merced de déspotas, de pícaros, y de cobardes; y por más que busque entre las tres clases a un salvador, por Dios que no sé cuál de ellos encontrará la salvación. En cada pulgada de Cuba, en su gente, en su vecindario, en todo, veo el combustible acumulado de antemano y que una hora menguada ha de inflamar sin que lo evite otro poder que el de Dios». Posteriormente informó a su amigo y paisano acerca de la estancia en Nueva York del padre Varela59, cuyo «reino» ya no era de este mundo, y también de la llegada de su pariente To-más Pío Betancourt, reacio a la independencia. En este contex-to, Betancourt Cisneros aprovechó para subrayar su pesimismo sobre las esperanzas de los denominados «anexionistas pacífi-cos », que anhelaban, en vano, la realización de reformas y de cambios significativos bajo tutela española. Diferente era su opinión respecto a Estados Unidos, a causa de la capacidad de esta nación, según afirmó, para hacer prosperar a «cualquier país que cojan entre sus manos»60: «En mi anterior te di noticias de Varela y Tomás Pío, que están aquí buenos y sanos. A Varela no hay modo de sacarle una palabra sobre Cuba, ni en pro, ni en contra: su reino no es de este mundo. En cuanto a mi pariente es otra cosa. A todo prefiere la unión a la madre patria, bien 58 Op. cit., p. 317. Desde Nueva York. 59 E. REYES FERNÁNDEZ, Félix Varela. 1788-1853, Ed. Política, La Haba-na, 1989. 60 F. DE CÓRDOVA, op. cit., pp. 331-332. Carta a Saco, datada en Nueva York (7-08-1849). 1066 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS 32 MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ que con un buen gobierno, justo, liberal, enérgico que Es-paña nos debiera dar. De independencia absoluta no hay que hablarle, porque él bien se sabe que sería un tomo más agregado a la Historia de los desórdenes, desgracias y rui-nas de América. La anexión a los Estados Unidos sería otra cosa: la gente yankee es entendida en esto de gobierno y hacen prosperar cualquier país que cojan entre sus manos; pero esa anexión debería hacerse pacíficamente, por con-venio entre partes, España, Cuba, Estados Unidos, cielo, in-fierno y purgatorio, mar y tierra. Este es saquista, como dicen unos, y retranquero, como digo yo, que con esa divi-sa he bautizado un partido político, cuyos jefes sois voso-tros los hombres prudentes, los anexionistas pacíficos, y los que esperáis que España nos prepare, nos enseñe, nos adiestre y perfeccione en el arte de gobernar y de ser libres para que en el último tercio de la eternidad, o en las vís-peras del Juicio Final podamos ser nación independiente, o anexarnos a quien nos acomode. El partido retranquero, encargado de sujetar la burra, o parar o contener el loco-motor, para que no haga pedazos el tren de carros, parece que ignora que Parejo, Pastor, Forcade y toda la cofradía de negreros con sus padrinos, madrinas, testigos y asisten-tes están soplando en Cuba negros de África a millares; y juran que son del Brasil; y quieren encandilar a Inglate-rra, y dicen que ésta no tiene que meterse en cuentas aje-nas, y que los negros son la Providencia de Cuba, encar-gados de labrar la felicidad y bienestar de sus habitantes. Ya ves, Saquete, cuánto importa, en las presentes circuns-tancias y revueltas del mundo, sostener la retranca. Sujeta pues, la burra que no se desboque, pero asegúrate bien no sea que des una costalada». Gaspar Betancourt Cisneros, sin embargo, parece que no tar-dó en mostrarse partidario de la independencia de Cuba, como puede deducirse de la epístola que, en tono polémico, dirigió a su colega José L. Alfonso, en mayo de 185261: «Dice usted «que en 1851 me oyó decir que la revolu-ción de Cuba era necesaria a todo trance, y que agregué estas memorables palabras: Cuba libre, o aquí fue Cuba». Me explicaré. Convencido como estoy de que la revolución de Cuba es necesaria, inevitable, y que tiene que atravesar 61 Op. cit., p. 360. Datada en Nueva York (13-05-1852). Núm. 50 (2004) 1067 UN REFORMADOR SOCIAL CUBANO DEL XIX: GASPAR BETANCOURT CISNEROS 33 por entre escollos y peligros, creo que es preciso aceptarla con todas sus consecuencias, y una vez lanzados en ella la alternativa es sacarla libre (Cuba libre), o hundirnos en sus ruinas (aquí fue Cuba). Este es el pensamiento que he querido expresar; y si la alusión a Noya ha dado lugar a otra interpretación, reconoceré que me expliqué mal. Na-die se propone libertar a Cuba o asolarla; tememos que en la lucha de la libertad, si no triunfa y queda libre, quede arruinada». Estas frases del Lugareño permiten intuir, una vez más, as-pectos futuros de su patria. Este personaje, miembro por naci-miento y patrimonio de la «aristocracia» camagüeyana, supo vi-vir acorde con las ideas más avanzadas de su época y, con indudable riesgo para su status social e, incluso, para su propia vida luchó por lo que le pareció más justo. Se opuso, con vigor, contra la esclavocracia, un término utilizado por él para definir la pervivencia de una institución que, amparada por la Metró-poli y por sectores muy significativos del poder local, convertía en esclavas a las propias clases dirigentes cubanas, «esclavos por tener esclavos», como subrayó Betancourt Cisneros con su fina ironía criolla. |
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