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LAS TRADICIONES NEOLfTICAS DEL AFRICA NOROCCIDENTAL Y SU CONTRASTACIÓN CON LAS :CULTURAS PREPIISTóRICAS DEL ARCHIPIGLAGO CANARIO La Arqueología prehistórica en las Islas Canarias en la déca-da rk! 10s 811 ha proseguido el ca.mLnn de 1 0 estudios shtemSíti, cos gracias, en gran parte, a la actividad investigadora de una pléyade de nuevos arqueólogos que desde la Universidad de La Laguna, el Museo Canario de Las Palmas o el Instituto Español de Prehistoria ha intensificado las excavaciones con criterios científicos. No obstante, y a pesar de las &tintas síntesis, o ((estados de la cuestión)), lo cierto es que aún siguen sin wlu-cionarse -tal vez por incorrectamenb planteados- muchos de los problemas fundamentales de la prehistoria insular. En nuestra opinión, sin un conocimiento profundo de las variables neoliticas será poco menos que imposible incorporar los análisis insulares a un marco de referencia válido. Las cultu-ras prehistóricas insulares pertenecen, por vecindad geográfica, a la que Wolfel denominó Africa Blanca, y, en este sentido, el Archipiélago no es otra cosa que «las islas berberesn, o la pro-longación atlántica de varias tradiciones que se generan o bien en e1 mismo conti,nente - e l africano, por supuesta- o en la cuenca del Mediterrheo. Una distorsión inexplicable ha querido ver en todo lo amedi-krráneo)) exclusivamente lo «europeo», cuando la vieja cuna de 2 CELSO M.\RT~N DE GUZ;MÁN las civilizaciones es un mar tricontinental, al bañar iguahnente las costas del Asia Anterior y, en particular, todo el litoral del Norte de África, desde Suez a Gibraltar. Así, pues, la referencia al mundo mediterráneo lleva consigo y contiene una parte im-portante del área septentrional africano, como posible receptor, transmisor y exportador de distintas tradiciones culturales que se interaccionan e influencian en las tres orillas del Mediterrá-neo, a lo largo de los últimos 10.000 anos, cuando los hielos se retiraron poco a poco de Europa y los factores ecológicos fueron derivando, paulatinamente, hasta alcanzar la situación actual. El Archipiélago Canario se comporta como una estación fi-nal, como un reducto terminal, donde quedarán «congeladas» du-rante al menos dos milenios una serie de tradiciones que en el Mediterráneo, y en gran parte de África del Norte, habían dado paso a otras experiencias culturales, capaces de desembocar en un proceso histórico al que, con posterioridad, en pleno siglo xv de la Era, volverán a sincronizarse las Islas Canarias. Este (cana-cronismo insülar)). este desfase en relación con los centros di-fusores, ha supuesto, muchas veces, un escollo insalvable a la hora de las interpretaciones. Desde que Gordon Childe acuñó el sugestivo término de «revolución neolítica)) hasta los primeros años de la década de los 70, se ha ido perfeccionando la teoría de aquel fenómeno cul-tural, antecedente de la revolución industrial y, en muchos as-pectos, superior a ella. En efecto, no hay prehistoriador que sos-tenga que el neolitico surgió en uno o dos focos difusores como el resultado de la combinación de la domesticación de animales, las plantas cultivadas y la aparición de la cerámica. La revisión de lo que se ha llamado «complejos epipaleolíti-tos » y la nueva orientación arqueológica a que ha sido sometido e1 concepto de neolitización ha servido para desacreditar muchos de los tópicos que poblaban la bibliografía con anterioridad al año 60. Desde perspectivas distintas, ecológicas, culturales, climáti-cas, económicas, se ha querido explicar el nacimiento de un pa-trón productor de alimentos que sirvió para superar, en gran medida, la ({crisis alimentaria de la prehistoria)) (Cohen, 1981). .16 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS Las nuevas estrategias se van perfeccionando y, en definitiva, son pocas las sociedades que alcanzan tempranamente un «neo-lítico total)), con la suma de inventos y descubrimientos que esto significa. La caza y la recolección no se abandonan. Los asenta-mientos no tienen por qué ser exclusivamente estables. H la aparición de la cerámica, hay que hacer notar, no siempre está indicando que estemos ante comunidades agrícolas. Si pro-blemático resulta el paso de la manipulación de animales salva-jes a animales domesticados, más controvertida es la aparición de las plantas cultivadas y su eqlicación mutacional que, al parecer, puede originarse sin necesidad de la acción humana. Se debe a Breuil aquella ingeniosa frase de que la cuna de In humanidad tenía ruedas. Con ello el sabio arqueólogo quería expresar su perplejidad ante los nuevos hallazgos que se b ve-nían encima sobre el origen del primer hogar del hombre: pri-mero en Asia, y, parece definitivo, ahora en &rica. Esta misma movilidad sobre el origen del neolítico, y su pro-fundización cronológica, en dataciones absolutas, en los últimos veinte años nos ha llevado de Mesopotamia a Egipto, de Egipto al corazón del Sahara (Amekni) y ahora, de confilmarse y valo-rarse con precisión estos datos, de nuevo a Egipto; peso no ya al Nilo, sino al desierto occidental, en el marco de las indmtrias kubaniemes (Roubet y Hadidi, 1982). 1. LAS ÚLTIMAS DATACIONES: ENFOQUE DE LA CUESTIÓN El estudio del Pleistoceno final y del Koloceno egipcios ha servido para articular una nueva secuencia industrial que distin-gue 20 facies epipaleolíticas y tres facies neolíticas. La aporta-ción hasta cierto punto inquietante (por revolucionaria en sí misma) es la localización de cebada cultivada u hordeum míga-re en una fecha tan temprana como entre el 17.000 y el 18.000 B. P., en Wadi Kubbaniya. Estas cifras aunque aisladas, se re-montan en varios milenios a las series de dataciones que se van escalonando en la región del Mediterráneo Oriental para la apa-rición de la agricultura a partir del VI1 milenio. Tales datos volverán a incidir sobre la teoría en el momento de ajustar las explicaciones a la documentación arqueológica. Sin lugar a dudas, lo que parece incuestionable es que la rigidez que postulaba una sucesión sin complicaciones en el {(proceso ideal de la cultura)) desde sociedades inferiores de recolectores a comunidades evolucionadas que conocen la agricultura, o para ser más exactos al adecuado aprovechamiento y manipulación de los granos, es aifícil de seguir defendiéndose (Moore, 1982). El Norte de África es un ejemplo de estas paradójicas situa-ciones que llevan desde Egipto al Archipiélago Canario, al pare-cer principio y fin de una antropodinamia que en milenios, y lentamente, con marchas y contramarchas, quizá en movirnien-a tos espiraliformes o en zig-zag, van ocupando los extensos te- N rritorios comprenaidos entre ei Vaiie dei Kiio y ia ribera aiián-tica, al norte del Trópico de Cáncer. O n - = Al esquema retardatario con que siempre se ha querido tipi- m O E ficar a la prehistoria africana le surge ahora un nuevo panorama, E 2 un ensayo que quiza posteriormente fuera abandonado por con- =E diciones ecológicas adversas, no adecuadas para una economía 3 productora de alimentos (dentro del modelo del medio como - «medio»). O, de no ser así, la otra explicación de que la muta- - 0m E ción cerealista puede producirse de forma natural y que muchas O de esas diferencias que reclamaba el prehistoriador para docu-mentar si plantas cultivadas o plantas silvestres deben ser revi- n -E sadas. a 2 Con todo, la asociación de una {(maquinaria doméstica)) para n el tratamiento y moituración de los granos igualmente nos Ile- 0 varía a admitir que el «hecho agrícola)) es epipaleolítico. O3 Frente a esta temprana aparición de plantas como el hor-deum vuígare hay que presuponer, al menos, «vías alternas)) donde el desarrollo de la agricultura no significa el abandono de la caza, o en una combinación de elementos, la misma ausen-cia o insignificancia de los cultivos en otras regiones, con domes-ticación de animales y abundante ceramica, ofrece m~iltiples va-riables y modelos económicos combinados. De cualquier modo, la neoZiti2aeión del Mediterráneo Occi-dental es un fenómeno mucho más temprano de lo se sospecha-ba hace algo más de dos décadas. Chhteauneuf les-Martigues, en 18 -4NUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS el Sur de Francia, ha dado 5 .NO B.C. En Ile Riou, Marsella, se documenta en 5.650 B.C. En Basi, en Córcega, el neolítico insular alcanza el 5.750 B.C. En la costa africana, no lejos de Qued Guet-tara, en el ((Cirnetieres des Escargots~,la cerámica impresa e incisa se documenta en 4.730, pudiéndose retrotraer esta fecha para los inicios de la neolitización hasta finales del VI milenio o principios del VII, según el criterio expresado por el mismo Camps para la zona de Oran (Camps, 1974: 264). El cuadro de relaciones podría quedar así: Península Ibérica Sur de Francia Sur de Italia-Islas Norte de Marruecos-Argeliz~Túnez A juicio de Camps: «P1 est impossible d'etudier le Néolithique méditerranéen du Nord de I'Afrique sans tenir compte du grand mouvement de neolithisation qui s'opera dans le Basin mciden-tal de la Méditerranée A la fin du VI1 millenaire)) (Camps, 1974: 263). Uno de los rasgos definidores de este neolítico de tradición mediterránea es su carácter maiítimo. En lo que respecta al Afri-ca del Norte los contactos lógicos han de proceder de la rivera más próxima, esto es, la costa norte del Mediterráneo: España, Francia, Italia y las islas próximas. En el estado presente de los conocimientos, sabemos cómo la navegación, en el VI1 milenio, era un hecho generalizado en todo el Mediterráneo. Este movimiento de pueblos y culturas, como es natural, hubo de alcanzar, dentro de la antropodinamia mediterránea occidental, la costa sur del Mediterráneo, es decir, la franja litoral comprendida entre Túnez y el Estrecho de Gi-braltar. Por su cercanía, uno de los puentes de entrada hubo de serlo el Estrecho de Gibraltar; pero el sector tunecino pareciera que Núm. 30 (1984) 19 evidencia contactos más tempranos. En efecto, desde las islas itálicas se introduce el uso de la obsidiana en el Norte de Africa, a través de un «puente de islas» que se inicia en Sicilia y salta a Lípari y Pantelleria, situadas a escasos 60 kilómetros de Tú-nez, en cabo Bon. A este primer momento, o «colonización, pertenece el taller de puntas de flecha de Korba, situado, precisamente, frente a la isla de Pantelleria. Estos contactos, con la introducción de la obsidiana como materia prima, penetran hasta Argelia, tal y como lo demuestran los hallazgos de Bizerta y Marsa, llegando, incluso, a alcanzar más al interior Tebessa y parte del Marruecos oriental, regiones donde este vidrio volcánico es totalmente desconocido. E No se posee una fecha exacta para el momento en que se O n - introdujo la obsidiana en el Norte de Africa, pero sabemos que en el Sur de Francia aparece documentada en el chaseense. Las E E investigaciones en Córcega, igualmente han certificado en el 2 E 5.650 B.C. una industria Iítica, en obsidiana, en pleno desarrollo. - Siguiendo los paralelismos y correlaciones mediterráneas, en 3 Basi, la obsidiana viene asociada al contexto de la cerámica car- - - 0 m dial, fechada en el 5.750 B.C. Nada de ésta hay en Canarias. E Ya en Túnez, en el nivel neolítico de Hergla, la obsidiana ha podido ser datada en un nivel perteneciente al 3.370 B.C. n E Estas relaciones, de origen mediterráneo, detectadas en la - a obsidiana, se prolongan y se intensifican en la Edad de los Me- 2 n tales. No obstante, desde el punto de vista étnico, la población n n apenas nota estas influencias. La base racial mechtoide perdu- 3 rara con sus caracteres autóctonos y se incorporará, sin gran- o des variantes, a los pueblos bereberes. Es en los tiempos proto-históricos cuando la influencia de los pueblos mediterrsineos se hace más visible. Y la obsidiana en Canarias es sintomatica. En -uaBnin a la. cerámica, el Estrecho de Gibraltar ha. sidn uno de los pasos obligados en la comunicación Norte-Sur. EIL la franja costera comprendida entre los ríos Lao (al Este) y Loukkos {al Oeste) varios y repetidos hallazgos han certificado la presencia de cerámica cardial, con sus superficies decoradas c m~ pl ic~ciáden! cnrl'rwx Los priineris descilhrimientnc f l~mn dados a conocer por Koelher (19311, como procedentes de la lo- 20 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS calidad de Achalcar. Posteriores investigaciones de Tarradell per-mitieron obtener varios contextos estratigráficos, con cinco ni-veles, en el yacimiento de Gar Cahal. Aquí, en el nivel 111, y que corresponde al estrato neolítico más antiguo, fue encontrada la cerámica cardial, acompañada de otros fragmentos pintados y que Evans interpretó como perteneciente al estilo siciliano de Serraferlicchio. También, en la parte superior, aparecieron frag-mentos de campaniforme. Las excavaciones en Caf-That-el Gar, realizadas también por Tarradell (1957), volvieron a documentar la existencia de cerá-mica cardial, asociada a una cerámica acanalada, al parecer más reciente. Esta última se documenta en La Palma. En los niveles inferiores de El Khril, Jodín (1958) volvió a hd!m fragner?t~sd e ~ e r & ~caridics?!~, r ~mp ~ f ! ! d oifrp 7ma fn-dustria Iítica, empobrecida, donde las lascas y las hojas sin re-toques representan el 62 por 100, las piezas con muescas o denticulados el 16 por 100, las hojas de dorso rebajado el 9,2 por 100, los perforadores el 4,l por 100 y los raspadores el 3,6 nnr 100. Los nlvdes superiores se caracterizan por un mayor C -- porcentaje de molinos y trituradores que estarían indicando un aumento de las actividades agricohs. La cerámica cardial, localizada en Marruecos, en general, ob-serva un diseño subesZérico, con una boca amplia. AIgunos va-sos se caracterizan por un de'bil estrangulamiento que distingue la boca de la panza. En otros cacharros se insinúa un cuello más o menos cilíndrico. En cuanto a su decoración, estudiada por Camps-Fabrer (1966), se indican tres tendencias principales: 1: Tendencia a cubrir toda la rgp~r f jderí p 10s VZSQS con motivos geométricos, obtenidos por medio de la impresidn pivo-teante. 2. Se intenta, en algunos ejemplares, lograr una decoración compleja con el recurso de yuxtaponer motivos distintos. 3. Algunos cacharros aparecen con a~licaciones plásticas, tales los cordones decorativos. La cerámica cardial que sólo ha sido íocalixada en esta pe-queña franja marroquí estaría señalando el carácter débil de estos contactos entre la península ibérica y el norte de África. Núm. 3'0 (1984) 21 Por otra parte, el peculiar fenómeno de «neolitización» del Noroccideate de África ha sido entendido como una operación compleja, con varias procedencias que concurren sobre este te-rritorio del «&rica Menor» y sus entornos. Todas estas influen-cias neolíticas se yuxtaponen a los complejos epipaleolíticos an-teriores, cuyas supervivencias son muy profundas, tal y como acontece con las denominadas «tradiciones capsiensesn sobre las que se superpondrán los factores de la neoZitkac26n en el norte de Africa que opera sobre las facies superiores del capsiense, a veces de manera insensible y dando lugar al que Vaufrey deno-minó Neolítico de Tradición Capsiense (N.T.C.). Esta ha sido la «teoría clásica», en muchos aspectos aceptable. Nuevas inves-tigaciones han obligado a corregir muchas generalizaciones inexactas e ir clarificando el complejo marco de ~varhblesn eo- Ziticas», de distinta procedencia, que se entrecruzan y recorren las extensas superficies del Magreb y el Sahara, no siempre sin-crdnicas y coincidentes. La neolitización. cualquiera que sea su origen, siempre ope-rará sobre culturas epipaleolíticas, o afianzadas en sus tradicio-nes. En el estado presente de los conocimientos, no se puede seguir sosteniendo que sea, precisamente, el neolítico de tradi-ción capsiense el más antiguo y por lo tanto el impulsor de la neolitización de la región. En el Bajo Sahara se ha documentado un potente foco neolítico, independiente, e incluso anterior al de Egipto, y que, necesariamente, hubo de influir en la difusión de la cerámica y de la incipiente agricultura y ganadería. Más que un cambio en el utillaje lítico, que es imperceptible, la neolitización va a suponer una innovación en el modelo eco-nómico y el paso de una actitud exclusivamente depredadora y agotadora del medio a una economía regida por la producción de alimentos. No obstante, hay que reconocer que no siempre es fácil la adscripción de un yacimiento al nivel epipaleulítico o neolítico, precisamente cumdo éste es un sitio al aire libre. Así, en el Marruecos meridional, en Cabo Juby, y en la localidad de Tarfaya, distintos yacimientos de superficie, con hogares en herradura y con numerosas vasijas decoradas de avestruz, sin cerámica, no han podido ser reconocidos como neolíticos, sino 22 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS simplemente incorporados a las numerosas estaciones de &a-dición capsiense)). Otra de las dificultades estriba en la misma precariedad de los testimonios. No siempre se tiene la suerte de obtener restos de semillas o granos que aseguren CW?, efec-tivamente, estamos ante unos pueblos o comunidades que cono-cían el cultivo de las plantas. La misma dificultad se puede ha-cer extensiva a los restos de fauna, pues la presencia de deter-minadas especies, como el Bos, que sabemos fue domesticado, no garantiza por sí solo, y sin contexto, que ya estuviera incor-porado a los ganados o a la cabaña explotada y domesticada por el hombre. E1 Chico documento certero, que afirma la existencia de la ganadería y de la domesticación de animales, deriva del arte rupestre. Pero sería una ingenuidad reducir el conocimien-to de la domesticación, exclusivamente, a aquellas zonas donde existen tales manifestaciones artísticas. Sólo evidencias arqueológicas, como lo son la presencia de recipientes cerárnicos, de muelas, molinos y trituradores, po-drían ar.@irse como elementos válidos para certificar la exis-tencia de una agricultura más o menos implantada. Pero tambidn por la ausencia de granos conservados sena precipitado llegar a conclusiones negativas. Reflexión válida para La Palma. Ahora bien, no siempre, y como era la creencia general para Oriente Próximo, la agricultura ha precedido a la cerhica, pero tampoco existen otras pruebas capaces de corroborar esta re-gla: existencia de cerámica, conocimiento de la agricultura. En lo que se refiere al Neolítico de Tradic!Ón Capsiense del Norte de Sahara, sabemos que las cerámicas son escasas, pero +uoawuirr\yr\vnbr.v cr i m~+ nu -yu7 .ur iA~n u oCb nu ml in~nccl-rr \ bnvnrmr r nu ,u.*~ narvl rgnuiu-nr Gmrfnr L u Gnvrrr 4r na rvrunwr A a 7 0 UG r a escasez o débil desarrollo de la agricultura. Lascas de piedra, con sus filos muy utilizados, también parecieran reflejar activi-dades ligadas a la recolección de gramíneas cultivadas. Como muy bien ha explicado Camps para el norte de Africa: «íi est dÜac -vain de défiiiji: la N&iigIii que comiiie le passage d'une économie de cueillette et depredation i% une économie de procluction, car il n'y eut pas vraiment de "passage" d'une éco-nomie a I'autre. Le remplecement définitf de la premiere par la seconde, dans iiotre civilisation rneme, fut achevé il y a quelques siecles a peine. Bn sait combien la cueillette et la chasse parti-cipent encore pour une large part a l'alimentation des popula-tions nomades de la zone sahélienne, du Sénegal jusqu'au Nii» (Camps, 1974: 218). Considerar la sedentarización como un rasgo exclusivo de las culturas neolíticas sería, igualmente, inexacto. Sabemos que los capsienses y los iberomauritanos ocuparon, permanentemen-te, sus hábitats con la misma intensidad que se le atribuye a cualquier patrón residencial estable o sedentario y, sin embar-go, son culturas epipaleolíticas. Los sistemáticos trabajos de Camps en Amekzi, en unas con-diciones infrahumanas por las características del medio, se vie-ron ampliamente premiados con unos resultados tan espectacu-lares, en 10 que a cronologías se refiere, que fueron el empujón definitivo que produjo un giro de 180 grados en la concepción y explicación de los orígenes del neolítico (llamado por él de tradición saharo-sudanés). En efecto, en un estrato más profun-do al 'de la sepultura fue encontrada la cerámica impresa, pu-diéndose fechar, ese nivel, en el 6.700 BC. Es, hasta el momento, la fecha más antigua que se conoce para las culturas neolíticas saharianas (Camps, 1969). Con estos estudios, las estaciones de Enedi, Tadrat Acacus, Tassili y Hoggar quedaron agrupadas en un área cultural y geogrsica más o menos coherente y homogénea, unidas por el común denominador de unas fechas muy tempranas para la aparición de la cerámica. Por otra parte, la intensificación de los estudios paleogeográficos, sobre la fauna y la flora, ayuda-ron a explicar este niwvo hogar neolitico, en im medio fi'sicn totalmente opuesto al que actualmente ofrece la aridez de su marco ecológico, agotado por efectos de la desertización. El estudio de los paleoclirnas ha ayudado a animar la com-prensión de estos primitivos focos, creadores de cerámica y de ~ J ~ T J S g&erc de vida, as~c&de a ir,cip+=+& z5~i,tcra y domesticación de a-simales. Estas latitudes, en el corazón del Sahara, gozaron de una relativa abundancia de cursos *de agua permanente, distribuidos en redes fluviales internas y en cuen-cas lacustres, hoy desaparecidas. Restos del que fuera lago de 24 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICAS DEL AFRICA NOROCCIDENTAL 11 Hirafok, en Hoggar, han sido fechados en el 6.430 B.C., dato que coincide con el de las primeras manifestaciones neolíticas o cerámicas de la región (Camps, 1974: 226). Sintetizando, de este momento inicial se puede adelantar: Que a lo largo del VI1 raiilenio, y en torno a 1 ~msa cizos centrales saharianos, se concretó un importante foco neo- Iítico, ,de características autóctonas y con una dinámica independiente. Que este foco cultural hace su aparición varios milenios antes que el neolítico egipcio, con lo cual se hace insoste-nible establecer cualquier tipo de paralelismo o corre-iaciiín. Que a partir de este ((hogar neolítico)) saharo-sudanés, y que se ha denominado Neolítico de Tradición Sudanesa (N.T.S.), para sus fases posteriores, se abrieron nuevas líneas difusoras y de contacto, en direccián hacia el Nor-te, el Este y el Oeste y que, necesariamente, tuvieron que influir en la proto-neditixación de áreas aún epipleoli-ticas, incluida la fachada Atlántica. Que en cumto a su perduración cronológica, durante cin-co milenios, el N.T.S. fue penetrando, lentamente, en to-dos los bordes de la franja sahariana que corre al sur del Trópico de Cáncer, desde el fndico al Atlántico, filtrán-dose luego, Nilo abajo, hasta las tierras egipcias, o bien entrando en contacto con esa otra tradición posterior que se denominó Neolítico de Traadición Capsiense. Que el entendimiento de la «neolitización» de la fachada atlántico-sahariana, aun cuando, cronológicamente, pare-ce ser m hecho posterior, no puede desprenderse cle esta dinámica, en el conjunto de una serie de supervivencias y sincretismos, que se imbrican, tardíamente, sobre las tradiciones locales de filiación epipaleolítica. Que la ocupación de las islas atlántico-saharianas, las Islas Canarias, separadas del continente por un canal de apenas 100 kilómetros, en teoría pudo hacerse en una fecha relativamente tardía, ya que los conocimientos náuticos, aun cuando rudimentarios, eran suficientes para estas distancias. Tampoco hay que aferrarse a una única ocupación prehistórica de las islas, y menos aún situarla, exclusivamente, dentro de la Era actual. La na-vegación era un hecho frecuente en el Mediterráneo en el milenio IV, y sus islas principales ya estaban pobladas y desarrollaban sus propios ((ciclos culturales)). Que el poblamiento de las Islas Canarias no puede en-tenderse como un fenómeno unitario y sincrónico, ya que, al menos, los tres grandes ramales neolíticos que operan en el África norteña van a detectarse en los sus-tratos indígenas insulares. Por una parte, el uso sintomá-tico de la obsidiana que quedaría en relación con los ele-ment" s arcaizaiites, a&m& & las r e ~ ~ n ~den 1%~ gfra~n s tradición sudanesa y de los influjos mediterráneos. Por su importancia en el proceso de neolitización del área sahariana, merece una referencia y un análisis más detallado. Sus influjos perduran en el neolítico reciente norteafricano. Estudiado por Camps (19681, el sitio se encuentra a unos 40 kilómetros de Tamanrasset. El lugar está hidrográficamente favorecido por la confluencia de lo que tuvieron que ser dos cursos de agua permanente, los ueds de Amekni y Takiouine. Esto, quizá, explica el hecho de que fuera tan tempranamente ocupado. Restos de hogares documentan la presencia del hom-bre desde el 6.700 B.C. Las condiciones ecológicas de que disfrutaba esta zona per-mitía la existencia de la Olea laperrini que aún subsiste, preca-riamente, en algunas alturas del Hoggar. Otro vegetal que indica las características, más húmedas del medio, es el Ficus solicifo- 1h-z también documentado en el registro floral del yacimiento (Camps, 1974: 225). Las excavaciones dieron como resultado la localización de tres sepulturas correspondientes a un individuo, de sexo feme-nino, de unos cuarenta y cinco años, y que ofrecía una fractura craneal, producida violentamente, y dos individuos infantiles, 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICAS DEL &RICA NOROCCIDENTAL 13 uno de dos a tres años y otro de cinco a seis años. Según las esti-maciones morfológicas de Chamla (19681, todos ellos eran ne-groides y podían adscribirse a una «variedad sudunesa». E1 estudio de los restos óseos, no humanos, permitió recons-truir el variado cuadro faunístico del que dispusieron aquellas comunidades, al tiempo que se planteó la posibilidad de una temprana domesticación de animales. Las principales especies reconocidas fueron agrupadas en: Carnivoros: Geneta geneta. Herpestes ichneumon. Hyaena striata. Suidos: Phacochaerus aethiopicus. Bóvidos: Homoioceras antiquus. Redunca redunca. Gazella dorcas. AIcelaphus boselaphus. Cápridos: Ammotragus lervia. A estas especies, principales y significativas, hay que añadir roedores, peces, moluscos acuáticos, etc. Datos derivados de la Redunca hacen pensar en un paisaje con bosques próximos. Lo mismo puede decirse del búfalo antiguo, adaptado a las sabanas. En !ín,vus gmurales, esta f~iur,we sta se:',dur,do u??b i ~ t o ~?o.,U - cho menos árido que el actual. En correspondencia con la fauna, los análisis polínicos han servido para reconstruir el paleopaisaje, con referencia a diver-sas especies: Núm. 30 (1984) 29 - Templadas: Olmo, nogal, abedul. - Tropicales: Acacia, mirto. - Mesógenas: Celtis austmlis, encinas y pinos. Otros datos, en conexión con la reconstrucción pa.isajística, están derivados de la abundancia de los leguriflores, como la Launaca picris, fechada en 6.000 B.C., al igual que la existencia del Pennisetum, variedad de gramínea cultivada. Estos datos, en favor igualmente de una temprana agricultu-ra, se ven apoyados por la presencia de moletas y trituradores encontrados en diversos niveles arqueológicos en relación con la flora antes indicada. Y, aunque es cierto que el registro de estos artefactos no necesariamente demuestra una actividad agrícola plena? en -1 sentido de siembra y cultivo dk la. tierra, en el peor de los casos apunta hacia un género de economía recolectora intencional, o a un incipiente y esporádico empleo y aprovechamiento de las plantas cultivadas. Los repertorios cerárnicos La cerámica está registrada en los horizontes más antiguos, es decir, en los estratos inferiores del yacimiento, y en relación con la primera ocupación del sitio. Las piezas más antiguas se ofrecen ya como grandes reci-pientes de hasta 60 centímetros de diámetro y, además de por su capacidad, se caracterizan por la sencillez de sus diseños que no recurren a ningún elemento adicional de aprensión o agarre. En el repertorio de las formas hay que distinguir tres tipos ".-:--:--7-,.- p L 11lLLpalca. 1. El gran vaso, en 314 de esfera, con bordes simples y la-bios delgados. El borde exvasado es raro. 2. El semiesférico, con bordes rectos. Estos recipientes, por 10 general, son & gra.n_der dimm-si~n~asl,r taniandn && metros en la boca de hasta 50 centímetros. Están arqueo-lógicamente contextuados en el nivel medio. 3. Tipos ovaloides, sin nin,oún elemento importante que des-tacar. 28 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS En cuanto a los motivos decorativos, éstos derivan de la aplicación del peine, con conocimiento de la técnica de impre-sión pivoteante, que en los cacharros de Amekni fue uno de los recursos frecuentes, utilizado más que la simple impresión mar-cada. A pesar de lo primitivo, logra efectos ornamentales de alguna calidad. Los dentados, o los zigs-zags, se orientan tenien-do en cuenta el eje de la pieza, y los motivos resultantes de la impresión se pueden disponer en sentido tangencial; unos en relación a otros, o, sencillamente, formando bandas, interespa-ciadas por zonas libres. El peine puede aplicarse, alternativamen-te, hacia arriba y hacia abajo, impresionando series de puntos o líneas punteadas diversas que se conocen con la denominación de dotted wavy line. El peine se diliza en La Palma. En 22 ejemplares, procedentes del estrato más antiguo, ya aparece generaibada la técnica decorativa pivoteante. Otros mo-tivos, bien simples, se obtienen con la mera aplicación del filo del peine. Un análisis más detenido de los «ritmos» de la decoración advierte que tras este presunto elementalismo se esconden algu-nos ccidigos organizativos. Estos podrían sintetizarse en la preo-cupación por cubrir la mayor parte de la superficie externa. La industriu Zítica La materia prima es responsable del aspecto arcaizante, poco esmerado, de la talla. Correlacionuble con Canarias. Los artefactos líticos, y las lascas de obsidiana, en general, no presentan nlngUn tipo de retoque y son utilizados directa-mente, aprovechando los filos activos resultantes de las extmc-ciones nucleares. Coincidente con Canarias. 211 el estr& b-feri~sre ~&&S ~n_jna& &rj.a & -m.&=& microlitica, donde los Útiles aparecen en distintas proporciones. El mayor porcentaje corresponde a las hojas con dorso reba-jado, o con retoques semiabruptos, que llegan a representar el 25 por 100 del total. Las puntas de flecha están. indicadas con un 3,9 por 100 y los raspadores con un 5,5 por 100. Si estos repertorios líticos no hubiesen venidos asociados a cerámica pudieran, tipológicamente, haberse interpretado como pertenecientes al epipaleolítico. Está aquí otro argumento en favor de que tampoco ha podido demostrarse la existencia de un pretendido ateriense preneolitico. Contrariamente a lo que pareciera ser la evolución lógica, en los estratos superiores, la industria se vuelve pesada, con la reedición de los cantos trabajados y con un notorio retroceso de las hojas de dorso rebajado, que disminuyen considerable-mente. En compensación, aumentan los buriles, los raspadores y los perforadores, mientras las puntas de flecha alcanzan un significativo 7 por 100. a Junto a esta industria tallada, con escasos microlitos, hay que citar más de 50 moletas, percutores y bolas, así como ali- O n sadores en piedra volcánica que pudieron servir para la prepara- - =m O ción de las pieles. Coincidente con Gran Canaria. EE Otro rasgo característico es la abundancia de útiles de hue- 2 E so, con diferentes tipos de perforadores, leznas, alisadores, es- = pátulas, agujas y punzones utilizados, probablemente, para la 3 confección de cesterías o esteras. Equivalencias en Canarias. em- E O El género de vida n -E a La vida cotidiana de aquellas primitivas comunidades hubo n de transcurrir sin grandes exigencias ni sobresaltos, gracias a las condiciones favorables del medio. O3 En palabras del propio Camps, que estudió minuciosamente los materiales de Amekni: «Cette vie relativement sedentaire et paisible ne nécessitait un outillage ni spécialisé ni abon-dant. Toutefois, il manquait encore a ces premieres agriculteurs l'apport en aliments carnés et lactés que la domestication de-vait donner & leurs successeurs)) (Camps, 1974: 234). En Amekni está confirmada la presencia de una etnia de tipo negroide que disfruta, en el VI1 milenio, de un género de vida semejante al que dos o tres milenios más tarde van a adoptar otros pueblos de las tempranas comunidades neolíticas. 30 ANUmIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Igualmente está certificado el tratamiento de plantas cul-tivadas como el uso de una cerámica, aun de tipos simples, de confección no muy esmerada. La pesca hubo de ser una de las actividades más frecuentes con el empleo de rudimentarias nasas o cestones que auxiliaban en las tareas. El conocimiento de la pesca con anzuelo podría inferirse de la presencia de pequeños útiles de hueso y de obsi-diana destinados a tal fin. En fases más recientes, como las loca-lizadas en el yacimiento de Meniet, se han encontrado bellas piezas de anzuelos, hechos en hueso, y que denotan una sofisti-cación en las artes de pesca. Sin embargo, el uso de los arpones, igualmente documentados tierra adentro, donde hubo de dispo-nerse de un medio acuático adecuado, pareciera más reciente. Junto con la pesca, la caza hubo de ser una de las estrate-gias prioritarias de estas gentes en el marco de la obtención de alimentos. No es raro que, gracias a la proximidad de una fauna como las gacelas, los facóceros, la redunca y el búfalo antiguo, estos recursos cárnicos, y por lo tanto suministradores de pro-teínas, fueran aprovechados con el auxilio, al menos, de trampas y fosos. La tercera gran actividad, y sin lugar a dudas documentada, es el cultivo de plantas, como puede deducirse de terrenos pre-parados por medio de la roturación, tal y como aparece en el sector de Amekni comprendido entre el roquedal y la ribera del ued. Las pmbas arqueológicas indican el uso de varas de aca-c i a ~y olivos para golpear los matorrales y obtener granos co-mestibles. Entre las plantas cultivadas se conocía una variedad de mijo que, posiblemente, fuera almacenado para su distribu-ción y consumo en los grandes recipientes o tinajas caracterís-ticas de su ajuar cerámico. Entre los frutos obtenidos destaca el celtis australis y el celtis intergrifoliu, que triturados y puestos a fermentar consti-tuían una especie de bebida seminarcótica. (Que puede registrar-se como el «charcequén» canario, obtenido con la frutilla de la moeanera.) 18 CELSO NL~RTÍNDE GUZMAN 3. EL N.T.C. (NEOLÍTICDOE TRADICIÓN CAPCIENSE): REVISIÓN CRÍTICA Una de las primeras decepciones que derivan del N.T.C., en el área atlaso-sahariense, es que sus caracteres no son siempre constantes, además de que su limite territorial, por el flanco meridional, queda muy impreciso si s6lo se tienen en cuenta como rasgos definidores de esta diferenciación la presencia o ausencia de microlitos y de huevos de avestruz; decorados. Si se acepta la línea de Cabo Juby -Erg Iguidi como fron-tera entre dos tradiciones- hay que reconocer que las tierras aledañas a los macizos centrales fueron las perferidas por otras etnias, responsables de otras tradiciones e influencias originarias del Sahara Meridional, y que serían los antecedentes comunes de la neolitizacion tanto del área sudanesa como de la cap siense. para tipificar el N.T.C., y el estado provisional de las inves-tigaciones a las que se irán sumando nuevos descubrimientos, se pueden estudiar tres grandes complejos: 1. El Bayed. 2. Qued Mya. 3. Ain Guetara. 1. El Bayed.-Constituye el yacimiento mas meridional del N.T.C. y donde probablemente esté uno de los focos originarios de esta eorrizr,te. En esta mismu. regiSn se hur, Q ~ ~ P I CS&QE-ficativas fechas radiocarbónicas. En El Baida restos de carbón han proporcionado una fecha del 5.150 B.C. La fecha no es aislada, pues de esta misma zona, del sitio de Gil-sur-Yvette, es la datación radiocarbónica realizada en unos caparazones de nc!iircos, cm lmz e,lLm,xiSn crnnnlógica del 5-300 R.C. Una de las constantes, registradas en la dispersión y locali-zación geográfica de los hallazgos, es el debilitamiento de los rasgos capsienses, principalmente en lo que hace a la industria lítica, a medida que se desciende en latitud, a lo largo de un re 32 RNUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS corrido que uniera Constantina, Batna, Hassi, Messaoud y Fort- Platters. En líneas generales, la cerámica es escasa y pobre. Otros rasgos actúan en sentido contrario al de las industrias líticas. Es decir, según se gana en latitud norte. Las cerámicas tenidas como N.T.C., según nos aproximamos a Gafsa, resuitan, por otra parte, y de acuerdo a los fechados radiocarbónicos, más modernas. Este argumento podría moverse en favor de la hipótesis de que la antropodinamia se hizo desde el Gran Erg, y en dirección de Sur a Norte, con lo que su origen meridional estaría garantizado. Ya en el VI milenio, de cualquier manera, la neolitkadón era un hecho implantado en casi todo el Atlas Sahariano. Por otra parte, dicotomías tan notorias como la ausencia de cerá-mica en el neolítico de Oued Mya están señalando los distintos tipos y orígenes de la neolitixación en esta vasta región. La escasez de los materiales cerámicas es uno de los rasgos de los yacimientos meridionales del Erg Oriental. A pesar de la existencia de grandes yacimientos superficiales, y de donde pro-ceden las bellas colecciones del Museo del Bardo, estudiadas por Hugot, es bien poco lo que se sabía de la penetración neo-lítica en estos territorios. Paulatinamente, diversos hallazgos y estudios pueden modi-ficar esta precaria comprensión del fenómeno neolítico. El yacimiento de El Bayed.-Es uno de los hitos fundamenta-les. Estudiado por Aurnassip (19681, en una primera prospección proporcionó unas 400 piezas arqueológicas, además de carbones y restos de caparazones de moluscos que han permitido su da-tación. Su industria Iítica se caracteriza por una tendencia a la vo-luminosidad, que en un principio y debido a lo aleatorio de las muestras dio unos porcentajes industriales totalmente distor-sionadosj con 1 1 6 por ln0 de raspadores, 2,- pm 100 de micrn-litos geométricos, 10 por 100 de puntas de flecha y piezas fo-liáceas bifaciales entre un 1 por 100 y 2 por 100. Muchos de los materiales, recolectados en superficie y sin un rigor mínimo, pueden ocasionar graves dislates en el mo- Núm. 30 (1984) 33 mento de utilizar sus índices como elementos de correlación con otros yacimientos. En líneas generales, la industria Iítica de El Bayed es el re-sultado de un dominio técnico capaz de obtener bellas hojas con dorso rebajado, perfectamente rectilíneo, además de tran-chet, denticulado, y que reclaman, técnicamente, una talla y un retoque con ayuda del yunque. Gran parte de las hojas pueden presentar su base truncada o pedunculada. Los perforadores y los taladros, en los estudios sistemáticos de Awnassip, arrojaron un 10 por 103 en el yacimiento de El Bayed frente a un 25 por 100 en Aouleí. Entre los instrumentos significativos de esta facie indus. trizl mtacz denominada «punt,a Labied»j que no es más que una pieza alargada, con bordes subparalelos, uiseño romboidal y retoques bifaciales. Las puntas de flechas, usadas en la tipología de Hugot, están estimadas cono las mas bellas del Sahara, con una extensa y -..:-..a* +:-el--:- T l.-.-- 1- n+n.Ar.;A* ln .-,,*"nn,-.;n Anl +;-,.P. ,,nv,n4An V a L L a u a ~ L ~ U I U ~ L C Lu.l alla la a b c u u v i i i a auuc~iblau ~ wspv b u i r u b A u u como {{torre Eiffeln, abundantes en Tidikelt y en el Gran Erg Oriental. Los tipos más frecuentes son las puntas pedunculadas y silueta con tendencia ojival. Otros de los fósiles directores de los repertorios líticos son las puntas foliáceas bifaciales, a1 igual que sus característicos discos con bordes biselados. De todas las facies liticas saharianas El Bayed es la que más se asemeja a Tenere. Entre las manifestaciones plásticas hay que indicar la exis-tencia de representaciones de figuras antropomorfas que, evi-dentemente, están relacionadas con el {{período de los bóvidosn. La cerámica recuerda a los tipos incluidos en la tradición capsiense. Es poco abundante como en la mayor parte del Bajo Sahara. Las formas más frecuentes son las esféricas galbadas o con fondo cónico, con decoración pseudo-cardial y que recuerda a la de la región de Ouargla y Oued Mya. Los fragmentos de huevos de avestruz no son tan frecuentes como en los yacimientos septentrionales. Estos, también, han sido aprovechados como recipientes, o utilizados para lograr 34 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS discos y cuentas de adorno. Las investigaciones de Savary (1967) localizaron la existencia de un taller donde se fabricaban ador-nos a partir de fragmentos de huevos de avestruz y tallos fósiles de crinoides. 2. Oued Mya.-Los estudios de Aumassip (1973) han ser-vido para establecer un conjunto cultural protoneolitico, o de neolítico sin cerámica. Muchos de estos yacimientos, sin cerá-mica, pueden ser considerados como epipaleolíticos, pero en otros rasgos se detectan elementos, reflejados en el grado de sus repertorios líticos, que le adscriben, tipológicamente, al N.T.C. Así, son siempre tenidos en cuenta 10s índices de micro-litos geométricos, como los escalenos-perforadores, trapecios, sierras, raspadores y núcleos piramidales. En las series líticas de Oued Mya destaca el elevado porcentaje de hojas con dorso rebajado, con un índice superior a la media registrada en otros yacimientos d.el conjunto N.T.C. del Bajo Sahara. Los microlitos geométricos establecen su índice por encima del 20 por 100. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de las puntas de flecha, cuyos porcentajes son, generalmente, algo menores que en el N.T.C. Entre ellas sobresalen las ((puntas en escudo» frente a las puntas con tranchet, que son escasas. Una evidencia negativa es la ausencia de hachas pulidas, compensadas con un gran desarrollo de otros elementos líticos. Los huevos de avestruz han sido aprovechados como reci-pientes y, gran parte de sus fragmentos, aparecen con decora-ción grabada a base de motivos florales. Aumassip ha propuesto, en atención a un perfecto conoci-miento del yacimiento, denominar esta facies como chadiarien-se », y que se jerarquizaría como un protoneolítico, anterior al neolítico clásico de tradición capsiense. No obstante, tampoco hay que olvidar la existencia, en el Atlas sahariano, de un neolí-tic0 con cerámica más antiguo que el «hadiariense» y que el j%~i=iziltu de Ai7i iIugu ha podido seis feckado en ei 5.550 B.C. Camps coincide con esta misma opinión y, sin querer negar el grado de independencia y originalidad de esta facie, consi-dera que el «had.iariense» no siempre es anterior al neolítico sahariano de tradición capsiense. Núm. 30 (1984) 35 La secuencia propuesta por Aumassip para articular los dis-tintos momentos o subfases del hadiariense, y a la vista de las fechas radiocarbónicas, a grandes rasgos, podría quedar del si-guiente modo: HADIARIENSE NEOLITICO SAHARIANO DE T.C. El Hadjar (4720 B.C.) Chambi 111 (45100 B.C.) Bohn Behl (4340 B.C.) El Hadjar Sebkha (4210 B.C.) 0 Hassi Mouilah (3320 B.C.) n - ="m - E E 2 3. Ain Guettara.-Yacimiento situado al sur de Tademait, =mE ha sido investigado a partir de 1968 y observa la particularidad E de estar ubicado en una zona bastante alejada del área primi- a genia del capsiense y donde, sin embargo, se conservan bastante E arraigados los caracteres epipaleolíticos en su industria. Este rasgo industrial hizo a Balout (1951) incorporarlo en su geogra-fía del capsiense. n E Ain Guettara es un gran abrigo en el reborde de Ja meseta I de Tademait, encajado entre profundas y estrechas gargantas. En sus proximidades aún se conserva una fuente de agua per-manente, lo que habla en favor del emplazamiento con posibili- 2 dad de sedentarismo. La capa arqueológica, de donde procede el grueso de los materiales, fue fechada en el 4000 B.C. y venía informada con escasos restos óseos compensados con la gran abundancia de perlas y cuentas de piedras. Consecuencia ae ia escasez de nuesos es ei necno ae que íos huevos de avestruz, muchos de ellos fragmentados y decorados, aparezcan almacenados como materia prima destinada a la fabri-cación de cuentas y elementos de adorno. Otros tantos fueron sencillamente aprovechados como recipientes. Se pudo hallar 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICASD EL ÁFRIC.~ NOROCCIDENTAL 23 una especie de depósito de fragmentos preparados. La industria ósea está mal representada, pero no totalmente ausente, como lo evidencia la presencia de un alfiler de hueso. De las casi 600 piezas líticas que proporcionó el yacimiento, las hojas con dorso rebajado representaron un 14 por 100, los microburiles el 25 por 100 y los microlitos geométricos llegaron al 10 por 100. 8 - Las puntas de flecha obedecen a diseños muy variados y se acompañan de piezas foliáceas bifaciales. En cuanto a la cerámica, ésta es rara, al igual que en la casi totalidad de los yacimientos saharianos de tradición cap-siense. La decoración usa el peine, pero no aplica la técnica pi-voteante. Como se indicó más arriba, a pesar de la lejanía del 6rea capsiense, este yacimiento conserva las tradiciones epipaleolí-ticas muy acentuadas. Lo mismo puede decirse de la estación X O La Touffe. que ofrece grandes analo.gías con la industria de Ain Guettara, y donde las puntas de flecha alcanzan índices más significativos que los perforadores. Otras puntas, como las de tipo Columnata, son una de las evidencias más claras de esta mutua influencia epipaleolitica. La cerámica, aunque no muy abundante, en X O La Touffe reviste la particularidad. de ofrecer sus paredes totalmente deco-radas, recurriendo a motivos impresos con ayuda del peine y de la técnica pivoteante. También se vale del peine de dos dientes para lograr motivos pseudo-cardiul. e: yaeimierLtGde ~~o-&&,.,L', urTIa puGu íUStiiL-guir dos tipos principales de cerámicas: 1. Recipientes con fondo cónico, de 15 a 20 centímetros de alto y con una boca de 13 a 15 centímetros de ancho. Doci+.-, mnnrn en- . - . - t : - ' I X n C : ~ r i r -inrii.-.+ril+-.ri r- ------:A:--- r soba g r s o - r i ~ g r a ,~ W L aI r r u y r a o b r b u o vr?gct ,ar r ;a y CÍUmtilblUUIS. Estos tipos representan el 70 por 100 del total de las series. 2. Vasos pequeños, de 3 a 4 centímetros de diámetro de la boca. Pasta clara rojiza, con antiplásticos de calcita. Núm. 30 (1984) 37 En e1 sitio de Mellalien, la industria epipaleolítica se ubicó en los niveles inferiores, seguida de un complejo industrial fe-chado en el 3200 B.C., típico del N,T.C., con microlitos geome-tricos y presencia de huevos de avestruz. Los repertorios de la cultura material y el arte En el N.T.C. empiezan a aparecer las lascas voluminosas y las grandes hojas que señalan, en este sentido, una nítida sepa-ración con los contextos laminares y microlaminares anteriores. a Pero iiiica no iiay reisc&,naria, uj=jiiga&- N E mente, con la neolitización, pues las industrias se transforman a o culturales. Es así como hay que entender las piezas foliáceas, n-- m partir del fondo común capsiense y no como resultado de la O E irrupción de nuevas tipologías procedentes de otros contextos E 2 E las puntas, los cuchillos y los raspadores reconocidos en el neo- - lítico sahariano, aun cuando no siempre mantienen la misma 3 proporción. Por ejemplo, son mas raros en la parte septentrio- -- O nal, pero vuelven a ser abundantes al sur del Gran Erg oriental, m E entre Fort-Flatters y El Golea. Es de esta última región de don- o de proceden las piezas más espectaculares. n Dato a considerar, y que no siempre se refleja en los estu- a-E dios, es el hecho de que !as pequeñas hachas trapezoidales son l más numerosas en el neolítico sahariano que en el neolítico del n n Te11 o de la zona de Marruecos. Otro tanto puede decirse de las 3 hachas cilíndricas. Sabemos también que las hachas pulimenta- O das no son muy abundantes en el neolítico sahariano de tradi-ción capsiense. Problema de Las piezas insulares. Un registro definidor lo constituye el de los útiles de hueso estudiados por Camps-Fabrer. En su lista tipológica enumera las piezas características del N.T.C. En el conjunto de estos ins-trumentos norteafricanos, y de los 54 tipos determinados, 43 se registran en el N.T.C., 32 en el Capsiense Superior y tan sólo 26 en el Iberomauritano. De donde podría deducirse que, y se-gún razona Camps-Fabrer, estamos ante una &versificación de formas, resultado de fusiones anteriores. 38 AiZrUARIO DE: ESTUDIOS ATLANTICVS El huevo de avestruz es uno de los materiales aprovechados no solo por los capsienses, sino también por los distintos pue-blos que lo utilizan y lo convierten en variados recipientes, a modo de botellas o copas. Los fragmentos tuvieron también su utilidad al aprovecharse como materiales de adorno, tanto las cuentas y las plaquitas perforadas. Por otra parte, tanto las comunidades capsienses como dos neoliticos~ vivieron en el «área del avestruz». No obstante, hay que reconocer una conti-nuidad detectada en la decoración, donde los motivos grabados en los fragmentos de avestrux de los capsienses superiores con-tinúan aumentando en yacimientos considerados como neoliti-cos. Así, pues, tanto la presencia de microlitos geométricss como la existencia de fragmentos de huevos de avestruz decorados -..-a-- ---. L--a-.-:a^- ---- -.- ..:-A:..^ a- L-.^A:^:^- ,.,.....";-rirri.. p U G U C l l BE1 blcLUUG1UUS C;UlLlU U11 ííI1lUlC;t~ UG Iil&UlGlUIl Ci&PDlGlWGM. Los dos rasgos arriba apuntados -microlitos geométricos y huevos de avestruz decorado's- deben estimarse como defini-tivos en el momento de la adscripción o no de la presunta tra-dición capsiense en los neolíticos. Estos dos fósiles o guías han &A- V ~ - K ~ ~ A , . . P A,.-A- AA;.-,* nfi,imn,i -... m~&.~i:~,.-- L-.~+.-. U.-.~;OL m s u u u u s ~ a u u au cauc ~ u i u rrv A~yyi, G ~ L r s r p u r ~ b a ~ suas aba AICI~IW~IG, en Río de Oro. Mientras que, por el contrario, en el Neolítico del Hogar, en Teneren, y en el conjunto de la tradición suda-nesa, pareciera ser, en lo que se refiere particularmente a los huevos de avestruz, un elemento ausente o una evidencia nega-tiva. Ello contrasta con el desarrollo que han tenido otras ma-iiifestaciones artísticas, como el grabado, la pintura e incluso la escultura, no desconocidas en el desarrollo de la tradición sudanesa. Los motivos representados en los huevos de avestruz gra-hadn inrirt~n~ h r teem is ¿~nL~a!ísticnsr,e presentzcinnes q ~ e parecieran estar inspiradas, sin embargo, en el arte rupestre, igualmente conocido desde Redey (en Tíiez) a Taulet (en Río de Oro). En sus estudios sobre arte rupestre del noroccidente afri-cano, Vaufrey establecirí 1-lna estrecha dependencia entre e!. ~PQ-Iítico de tradición capsiense y los grandes frisos del Atlas. No obszante, las investigaciones modernas toman esta relación con lógicos reparos, alegando que deben ser sometidas a un aná-lisis arqueológico más preciso, sin descartar que la temática de estas obras de arte es común a la que aparece decorando los huevos de avestruz. Estas analogías es lo que ha llevado a Camps (1966) a reconocer que estamos ante un fenómeno ar-tístico unitario. En Abiar Miggi, los estudios de Neuville (1936) han demos-trado la contemporaneidad de la industria Ztica de tradición capsiense con los grabados rupestres. Pero sería igualmente precipitado unificar todo el conjunto de arte rupestre del Sa-hara -haciendo caso omiso de estilos, temas y entornos. Evi-dentemente, las pinturas y los grabados de Tibcsti y Ennedi pertenecen a otro mundo, ajeno al capsiense, diferencia que ya ha sido sefia,la,&p clrcc12 eer&$ca donde 10s tipos sq&ati=fon-d;ies contrastan, en varios rasgos, con los del Brea meridicional de la fachada atlántica. Por otra parte, una detenida revisión de las mismas pinturas y grabados, en lo que concierne a los tipos humanos allí representados, hará caer en la cuenta de que nos encontramos frente a dos etnias diferentes, separadas en el tiempo y en el espacio. La frontera o área de contacto entre el N.T.C. y el N.T.S. Citaremos varias estaciones significativas donde ambas tra-diciones culturales entran en contacto. El yacimiento denomínado Avestruz V está situado en el bm-de oriental de1 Erg Chech, y fue estudiado y dado a conocer por Mateu y Favergeat (1965). Su industria lítica ha sido incluida dentro del N.T.C. teniendo en cuenta que el índice de microlitos llega al 25 por 100, des-tacándose entre ellos los trapecios. Las puntas de flecha están igualmente representadas con un 8 por 100. Además de estos rasgos capsienses detectados en sus re-pertorios líticos, se han localizado otros elementos interpreta-dos como próximos u originados en el N.T.S., y que recuerdan, mi i r r ~f?Tcz8, qxe j p A ~ r ~el ~s~eeazt~je = de El Bayed, L*&.+J tales las piezas foliáceas, las hachas y las azuelas pulidas. Los utensilios de hueso están representados en los punzo- 40 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TR.4DICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA WOROCCIDENTAL 27 nes, espátulas, perforadores y algunas cuentas. Entre los ador-nos se han reconocido fragmentos de brazaletes de piedra. Pero el rasgo más meridicional y que conecta con el N.T.S. es su cerámica, donde se repiten los grandes recipientes semi-esféricos, tan caraoterísticos del Sahara Meridional y Central. Estos tipos cerámicos son desconocidos en el N.T.C. La decoración recurre al uso de los punzones y del piene, aplicando la impresión de técnica pivoteante. El análisis .de los materiales cerámicos ha permitido reco-nocer lz yuxtaposición d.e dos corrientes culturales: 1. Una industria lítica con presencia de huevos de avestruz, ambos elementos típicos del N.T.C. 2. Una cerámica que hay que entender dentro del complejo saharo sudanés o, lo que es lo mismo, dentro del N.T.S. Son varias las cuestiones que se pueden plantear a partir de esta dicotomía ergológica. Pues, mientras los capsienses g los grabadores del arte rupestre norteafricano son de etnia medi-terránea, los portadores de las tradiciones sudanesas -y que usan la impresión pivoteante- son negroides. Podríamos, pues, estar frente a un fenómeno de tamización cultural, con la co-existencia, en un mismo territorio, de varios grupos convenien-temente jerarquizados. De cualquier manera, lo que queda claro es el hecho constante, o esporádico, de unos contactos cultura-les establecidos entre dos corrientes neolíticas, cada una con un origen distinto y poseedoras de equipos técnicos diferentes. Un yacimiento adecuado para tipificar este género de con-tactos es el de Oued Zeggag, donde en un total de 55 recipientes cerámicos se pudieron distinguir dos series: A) Con tipos globulares, con fondos pedunculados y que son desconocidos en el Magreb y resto del Sahara. R) Con t i p s esfemidcles, de fmde de tmdemir, cániea y una gran boca, y flancos algo galbados. La decoración, en ambos tipos, está hecha a peine e insta-lada en la franja próxima al borde. Junto a estas cerámicas, presumiblemente meridionales, aparecieron otros elementos aso- ciados, como cuentas de collar, hachas pulidas, perforadores y piezas foliáceas, que han de valorarse como procedentes del mundo de las tradiciones capsienses. El análisis de las muestras, sometidas a radiocarbono, pro-porciono una edad de 3370 B.C., dato que sirvió para poner de manifiesto la relativa antigüedad de los contactos entre los neo-iíticos septentrionales (o capsienses) y los meridionales (o su-daneses). Estudios más recientes han ido mejorando el incompleto panorama arqueológico del N.T.C. en el Sahara noroccidental. En Hassi Menikel, Aumassip y Estorges (19701, y en una vieja sebja, localizaron un yacimiento con una industria lítica muy desarrollada y cuyo índice de raspadores alcanzaba el 12 por iGO, porcentaje que no se registró ni siquiera eri Ei Bayed. Hassi Manikel es un enclave fronterizo, situado entre lo capsiense y lo sudanés. Las afinidades capsienses quedaron tes-timoniadas en la industria lítica con un 21 por 100 de piezas con muescas, nn 13 por 100 de microlitos geométricos y con la sigTiifica'civa de la eai=acteristica p-mLta. tipe, {(turne Eiffeln, por otra parte tan abundante en el Gran Erg Occidental. El huevo de avestruz es otro de los rasgos capsienses recono-cidos en este yacimiento, aun cuando los fragmentos decorados sean escasos. Por otra parte, las influencias sudanesas están presentes en la cerá.mica con un predominio de la decoración con piene. En la zona opuesta al Gran Erg Oriental, y en las proximi-dades de Beni Abbes, se estudió por Mateu (1970) e1 yacimiento de Foum Seiada. Por su industria Iítica, con elevado índice de ~ - ; n r r r l ; G ~ - r \ rirrr, 1lnn.- -1 1q -nr lnn 0.n loc nioonr rafnnndoc TI. I I I I ~ L V L L ~ ~ L J I I I V~, U iGL c s a al r u PUL ruu CAL r u o y~buuur uuvvuluuiu J en un 42 por 100 en las no retocadas, con trapecios, triángulos y segmentos, pudiera muy bien quedar adscrito al N.T.C. Le es característica una punta triangular, con dorso curvo y base cón-cava, que sus investigadores denominaron «punta de Foum U.qVWo' iCnVdCnV\" \, D i i n nisndn s~h yp, nr p s t e r j ~ r e~~~ mp a r - _ c i ~ n e ~ , LVUIl v-WI2U" que no es exclusiva de este lugar. Se ha encontrado en otros ya-cimientos, como Hassi Mauda., Beni Lkhlef, Abd-el-Adhim, etc. Diseños de puntas, con base cóncava y aletones, recuerdan al tipo ((torre Eiffeln, ejemplares que son prácticamente desco- 42 ANUAIZO DE ESTUDIOS ATLAArTICOS LAS TRADICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTAL 29 nocidos en el Atlas y en Río de Oro, aun cuando ocasionalmente, se les haya localizado en las latitudes de Ouargla y Fort-Flatters. 4. EL NNEOLÍTICOENN EL ATLAS SAHARIANO En el área del Atlas sahariano la neolitización penetra en las Altas Llanuras y al Este de la zona del Tell. Este neolítico occidental se caracteriza por una mayor abundancia de cerámica en comparación con el neolítico de la zona oriental. Su cerámica: aparece decorada con la ayuda de técnicas tan conocidas como el peine pivoteante, que, precisamente, es un n 1 n m ~ r i C n ;nrrrirnrlr\ -nr lnr, nazomicfoc de! & r a crivfit~! de! Gr t i r r r c r ibu r g u u s ~ u up u r rum v-I O~ALILDUCID N.T.C.,c omo fo es el Te11 argelino. Para su tipificación mencionaremos algunos de sus yaci-mientos más característicos: Ain Naga, situado en la región de Messad y estudiado por Grebenart (19691, proporcionó una interesante estratigrafia, donde quedaba fuera de toda duda la superposición del neoli-tico al Capsiense Superior. Otro dato a considerar fue la super-abundancia de huevos de avestruz, que significan, proporcional-mente, un incremento seis veces superior a la media de otros yacimientos norteafricanos. Esta abundancia podría tener algún fundamento ecológico o en determinadas condiciones bioclimá-ticas. Con relación a su industria Iítica, los índices están muy pró-ximos a los reflejados en el conjtinto capsiense de la capa in-ferior (Capsiense Superior). Así, los diagramas acumulativos, realizados por Grebenart, han servido para establecer las si-guientes comparaciones: - Microburiles: Capsiense, 30 por 100; Neolítico, 35 por 100. - Dorso rebajado: Capsiense, 22 por 100; Neolítico, 15 por 100. - Raspadores: Capsiense, 9 por 100; Neolítico, 7 por 100. - Microlitos: Capsiense, 15 por 100; Neolítico, 11 por 100. - Denticulados: Capsiense, 12 por 100; Neolítico, 7 por 100. Núm. 30 (1984) 43 30 CELSO MARTÍND E GUZMÁN Los porcentajes son menos coincidentes, precisamente, en lo que se refiere a los microlitos geométricos: en el Capsiense sig-nifican casi un 80 por 100 y en el Neolítico el 49 por 100 del total de la serie. Por su parte, la cerámica se caracteriza por estar dotada de elementos de suspensión y aprensión, como los mamelones y pequeñas esas decoradas. La fecha de 5550 coloca a este yacimiento en la fase inicial de la neolitixación y se interpreta como un capsiense neolitixado, y no como un neolítico capsiense. La región de Tiaret une la novedad de que junto con los abundantes yacimientos neoliticos aparecen algunas estaciones próximas corr arte rupestre: Los estudios sistemáticos fueron iniciados por Bayle (1955) y continuados por Cadenat (19681, con el reconocimiento de una industria Iitica, más bien escasa, y algunos útiles pulimen-tados. . . wn nl,..,.-A.-. T7nm. -.--+,.m m- 'h- --2:2- --*t:c:--- 1- -----+--*m: UIL a L S u I í u D y a t i ~ l l l l ~ l l ~ 13 wG 3 ll a j + J U L U U C;Gl LIULGiZI la Y U A b a p U 3 L - c i ó ~de los grabados con el contexto arqueológico neolítico. Una de las características más notorias es la densidad de los asentamientos. En un área de 20 kilómetros se han localizado y estudiado un totstl de 33 yacimientos. La tipología del utillaje Iítico viene definida por sus puntas de flecha, que han servido para su adscripción neolítica. Las fechas radiocarbónicas van desde el 3900 al 3300 B.C. Destacan las hojas con muescas, con índices desde el 50 por 100 en Co-lumnata al 61 por 100 en Benia de Nador. ~ s t a npr esentes los -:,-,1:4- +.e-. --.-m ----:-- A-7 -..-m----- r u r b r u r r b u 3 LILC Z ~ G & Jp~ , V J + U ~ UGI C ~ ~ ~ ~ ~ G LLA8D i?Giw. Ur p ~ l Ckk las puntas de flechas son pedunculares, rasgo que ha sido inter-pretado como una influencia meridional. Sin embargo, los Útiles en piedra pulimentada son desconocidos. En cuanto al portador cultural, se le quiere hacer de proce-fjeiiciialie ~~~ei~i~#&Eiilelgeaad, o Fa zoma en trmscurso del capsiense, instalándose en el Norte de Africa con independencia de los anteriores mechtoides. A excepción de Benia de Nador, todos los yacimientos han proporciona.do cerámica, con una mayor presencia en Colum- 44 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES HEOLÍTICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTAL 31 nata, donde se vuelve a comprobar las influencias mediterráneas en los vasos de fondo cónico con decoración limitada a las pro-ximidades del borde. La técnica decorativa se logra con la im-presión a golpe de estilete y «espinas de pescado)), con incisio-nes y otros rasgos simples que son comunes a la zona del Te11 y a la región capsiense. Una de las innovaciones introducidas es la utilización del peine, elemento desconocido, por otra parte, en las Cuevas de Oran. La zona no ha sido muy estudiada, a pesar de sus inmensas posi'~i1idacies arqueoiogicas. Los estudios de Jod¿r (1956) en la cueva de Kheneg Kemdsa sirvieron para distinguir dos niveles neolíticos, ambos empobrecidos. El nivel superior sólo dio 75 piezas, entre las que destacan una punta de fecha, una punta foliácea bifacial, un hacha pulida y 10 fragmentos cerámicas ¿-íwoi%.*~"s En Toulkine, Glory 119521, en la zona de Alto Atlas, ubicó una industria de sílex próxima a los conjuntos grabados de Oukai-muden. Entre estos útiles destacan unas puntas de flecha pira-midales, triédricas, obtenidas con aplicación de una talla tri-facial. El resto de los materiales fue atribuido a un N.T. Ibero-mauritana. Se conocen un par de ceramicus, procedentes de esta zona, decoradas con motivos curvilíneos, realizados con puntos irn-presos. Dentro de este mismo contexto del «neolitico» del Atlas ma-rroquí habría que incorporar el «mogadoriense» de Antoine (1952) localizado en el yacimiento de Cabo Sim. Una de las piezas características, de este conjunto neolítico, sería una gran punta triangular o trapezoidal preparada con retoques abruptos o semiabruptos. La zona del Anti-Atlas pareciera mucho más rica que el Alto Atlas en lo que se refiere a los establecimientos neoliticos, pero son escasos los estudios sistemáticos realizados en el área de indudable interés para explicar parte del poblamiento y de las tradiciones de la región frente al Archipiélago Canario y con la que las islas pueden tener alguna correlación arqueológica. Las investigaciones en Bani, Sagho y Tafilalet han puesto de relieve el empobrecimiento de una industria litica atípica, rasgo que recuerda a la rudimentaria industria Iítica canaria. En esta misma zona, Simoneau (1971) ha documentado la existencia de importantes complejos de arte rupestre. Algunos yacimientos, como el de Kef Axixa, de un gran valor para com-pletar el conocimiento de la zona, tuvo la mala suerte de ser arrasada. Se trata de una de las regiones donde se hace necesario intensificar las investigaciones, pues es casi prácticamente des-conocida. En la región del Sahara Occidental el neolítico está bien re-presentado. Los trabajos de investigación se remontan a los de Reygasse (1924) en Abd-el-Adhim, al SW del Gran Erg Oeciden-tal, y a unos 24 kilómetros de Ksabi. Muchos trabajos nunca fueron publicados aun cuando se co-nocen de referencia. Es el caso de los yacimientos de Zmeilet Barka, Oued Zeggag o Hassi Mauda. Las escasas noticias apenas dan datos de interés, o en el mejor de los casos son incompletos. En Zmeilet Barka se recoleccionaron hojas de dorso re-bajado. Las fechas radiocarbónicas han atribuido a este yaci-miento una antigüedad de 5700 B.C., lo que llevaría al reconoci-miento de una temprana neolitixación del Sahura nor-occz'den-tal. Esta fecha se sigue escalonando, en Hassi Mauda, estudiado por Mateu (1964), que dio una cronología absoluta del 4380 B.C. Frente a la existencia de series líticas bien representadas, con hojas de dorso rebajado, la cerámica es escasa, sustituida quizá por los abundantes huevos de avestruz. En el Erh Chech (Hassi Bou) se localizó un conjunto neolítico fechado en el 4400 B.C. Todo llevaría a admitir la existencia de una neolitixación del área noroccidental sahariana, documentada ya en el VI mileno. ¿Quedó Canarias al margen? 46 UUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Un capítulo particular merecen los asentamientos de la fa-chada atlántica marroquí. Hasta no hace muchos años, y sin criterio muy riguroso, este (tneolítico atlántico)) era incluido, en su totalidad, dentro del neolítico de tradición capsiense. Una revisión de las excavaciones y los materiales ha desmen-tido tal atribución capsiense, en aquellos asentamientos ubicados en las proximidades de la costa, donde se localiza la existencia de concheros, equiparables por sus dimensiones con los kjokken-modding. En la región de Temara, en Bled Ajer, ocupan extensiones & varios kilóm&rii, y 1Iqpn a &inzar u l t ~ r a&~ . h & ~ca si tres metros. En este sentido, los concheros marroquíes son más potentes que los esparcidos por la costa occidental sahariana. Uno de los rasgos destacados del Marruecos Atlántico es su cerámica. Se distinguen tres conjuntos: 1. La cerámica acanalada. 2. La cerámica con asa interna. 3. La cerámica de tipo «El Kiffen)}. La cerámica acanalada fue localizada en Cabo Achakar, y estudiada por Jodín (1958). Se le denominó acanalada en aten-ción a los largos trazos en la parte superior de la panza y en los cue!Ios. Por lo demás, por el tipo de impresiones, con tallos espinosos y calarnos, es sirnilar a la del litoral argelino. La parte superior de la panza suele estar decorada y los fondos tienden, -.. ,,.,n.40 n l n c Aicnñnc nrínirinc. T nc fnctnnoc Annnnotirrne en ~ I JI U I I I ~ J U Ila , U AV- - - u v ~ ~ vvuv - r ~ v v uu v- s u u v v r r u o U~UVIUUI Y VD DG instalan en el cuello, o aparecen encajados en la zona de deli-mitación entre el cuello y la panza. Se conoce también la técnica de impresión con aplicación de peines. En Achakar, y asociados a cerámica cardial, Buchet había en-c m t r x b Gnec interesantes idn!i!!nr rnnmnrfm y n??fr~pnmerfm que, igualmente, recuerdan a las « tibicenasn canarias. Otro tipo de recipiente está dotado de asas funicuhres, in-ternas, que pueden ofrecer una o dos perforaciones. Los vasos son de fondo curvo y en la mayor parte de los ejemplos ofrecen 34 CELSO MARTÍN DE GUZMÁN una carena, aun cuando su decoración es muy breve, a base de incisiones e impresiones débiles. La industria lítica es de una mediocridad notoria, con algunos raspadores, puntas y perfo-radores. En el estrato 3 de Dar-es-Soltan, con este tipo de cerámica, se documentó un recipiente de tipo campaniforme. De cualquier manera, su datacion cronológica ha de ser reciente. Las hachas y las amelas son rasgos definidores de este neolítico atlántico-marroquí. En la necrópolis de El Kiffen, estudiada por Bailloud (1964), se pudo localizar un conjunto de vasos funerarios que habían sido utilizados para depositar los restos descarnados de unos 17 individuos, reunidos en un enterramiento de tipo colectivo. La riecrópopis El 1p;'Lfjpeii.uip ui.z;aiiS total Je 43 piezas cerámicas, lo que le convierte, con Qued Zeggag, en el yacimiento con mayor número de unidades cerámicas de todo el Africa del Norte. El conjunto cerámico se ofrece con una determinada unidad tiauimuLa, na. 7u- u bn u~ ranumuiul nn l * n v i n r C n n ; n Ari fnvrvinc. nc. r r n r : n r l n T r\n GL L G ~ G LIA JLLU u- r u r r r i a n GD v a r l a u u . UUD fondos de estos recipientes, interpretados funcionalmente como tazones y escudillas, observan tendencia curva, semicircular o bien cónica. Uno de los tipos, y que no ha podido ser documen-tado en ningún otro yacimiento norteafricano, es el vaso de panza esférica, dotado de un pronunciado cuello cilíndrico. Estas formas tienen su cori-espondencia en la cerámica de Almería y sería un argumento a favor de las conexiones con el SE penin-sular. Otros tipos se definen como troncocónicos, con fondo plano, igualmente reconocidos en el Sur de la Península. En U. 10s e!ement% de z ~ ~ ~ P E sC~VS í*CPC, llrre 2 !S USES furriculares, con perforación horizontal o vertical, y que, en rea-lidad, no son más que tubos de arcilla de hasta 9 centímetros de longitud, aplicados en sentido longitudial y vertical a las pare-des, aproximadamente a la altura de la panza. Las perforaciones f r ~ gmn tne,l e lar hnr i inntal~sP- nr p r - te, el diseño de estas asas recuerda a sus similares de los vasos de piedra, tan frecuentes y característicos del Norte de Africa. El sistema decorativo es bien sencillo y acude a la impresión simple del peine, con desconocimiento de la impresión pivoteante 48 ANUAIllO DE ESTUDIOS ATLANTICOS que hemos señalado en otros conjuntos africanos. Las zonas de-coradas se instalan, preferentemente, en las proximidades de la boca del vaso o descienden, formando bandas verticales, a lo largo de la panza. Las matrices describen rombos y zig-zags. Este tipo de decoración impresa, se completa y enriquece puliendo la superficie externa o, en algunos casos, recurriendo a un en-gobe rojo muy vivo. Los datos cronológicos fechan estas piezas en el 2340-2380 B.C. La industriu litica, localizada en sus niveles más profundos, corresponde a la tradición epipaleolítica norteafricana y, eviden-temente, es más antigua que las propias sepulturas. Asociada a la cerámica, es decir, a la necrópolis, aparecieron algunas hojas de dorso rebajado, hojas geométricas (triángulos, trapecios), unos 10 raspadores, asi como numerosos núcieos y lascas con retoques sumarios o sin retocar. En síntesis, la valoración de El Kiffen se puede hacer desde una perspectiva de deudas o influjos que desde el Sur de la pe nínsula ibérica alcanzan la costa norte marroquí. Su adscripción cuiturai corresponde a un momento intermedio situado entre el neolítico cardial y el vaso campaniforme, elementos igualmente documentados en el litoral africano y que vienen a sustentar la idea de unos contactos, aunque no muy profundos, sí al menos prolongados en el tiempo, y a lo largo de distintos momentos culturales. En paralelismo con las cerámicas del litoral argelino, la costa marroquí presenta una clara diferencia debido, precisamente, a estos aportes de procedencia ibérica y a la presencia particular de hachas y azuelas de piedra pulida que enriquece los reper- A--'-- 7 1-1 - - - ~,unus el-gulugicos de esias cümiiiidade~. 7. Los ASENTAMIENTOS DESDE LA CUENCDAEL DRAAA CABOJ UBY T rrn rrn&-:r\-+nn Antfiri+.-.Ann rr- 1- *.rn-:n l:+~.nnl n+lK-C:rii, aun y ~ U L A L A G L L I , ~ ~U G ~ C ~ ~ ~GULI UiaJ s s a ~ay is bus al abrrwrbiba, UGB-de el Sur de Marruecos al paralelo de Cabo Juby (latitud 28O), frente al Archipiélago Canario, están representados por una serie de asentamientos costeros, asociados a cerámica y huevos de avestruz decorados. Núm. 30 (1984) 49 En el conchero nirmero 2 de Poxo Tacat están documentados los microlitos, pero es significativa la ausencia de cerámica. Son conocidos los microburiles, los perforadores, las hojas de dorso y las pequeñas hojas. E3 conchero de Taulet dio una cerámica de aspecto burdo, con asas, cuya adscripción parece problemática. Ausencia de puntas de flecha, pero desarrollo de las hojas retocadas, de sec-ción triangular o con muesca, además de cuchillos, raederas, raspadores y perforadores. En el conchero número 2 se encontraron fragmentos de hue-vos de avestrux decorados con figuras zoomorfas y que por el trazo evoca al arte rupestre naturalista del área del Atlas. En uno de los fragmentos se ha grabado un dibujo geométrico que por su tema en espina recuerda a los de la decoración cerámica. La cerámica aparece con decoración cardial, con diseño cur-vo y galbo pronunciado. Los antiplásticos son de composición micácea. En Cabo Jubg el conchero número 3 dio abundante material arqueológico, situado a unos cinco kilómetros del mar. Son frecuentes los restos de helix, patelas y mejillones, especial-mente las púrpuras. En su industria lítica sobresalen los bellos ejemplares de hojas retocadas. raspadores sobre hojas y discoidales, puntas con pedúnculo y aletas, tanto de talla bifacial como unifacial. Algu-nas de estas puntas, por su diseño, se aproximan a las tipo ((hoja de sauce)). No faltan los cuchillos sobre hojas. Los microlitos están peor representados en algunas puntas y ((medias lunas)). Ectre e! mzteria! Scen se IocalbS una pr?nta de flecha, reali-zada sobre esquirla de hueso. También se recogieron fragmentos de huevo de avestrux. Pero lo más notable de esta estación es la cerámica, con de-coración en zig-zags obtenida con peine, ruedecillas y punzones. Las s~perficies esián a veces &xcoradas imitarl&j la c&eria. No faltan fragmentos con las superficies lisas, sin ningún tipo de decoración. En ambos la coccidn es de buena calidad. 50 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANT.ICOS LAS TRADICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTA~ 37 En Ogranat también se reconoció una industria lítica, con un fragmento de ceramica con decoración cardial. Otra de las piezas connotativas fue una punta ateriense. Almagro (1946) llegó a aistinguir, de acuerdo a los distintos grados de patinación de los materiales, dos series industriales: 1. Un conjunto atero-esbaikiense y que estaría denunciando una penetración en la zona, testimoniada, aunque de modo aislado, en la punta pedunculada además de las raederas y las puntas de talla bifacial, bien terminadas. 2. Un conjunto neolitico: informado por útiles y técnicas del N.T.C., con puntas sin aletas y cerámica de decoracion cardial. Otras estaciones, que van jalonando el cauce inferior y me-dio de Saguía, son las de Amuiserat el Beida y Ausimegt~e~s ta última en la margen izquierda y próxima, a una estructura tu-mular, de donde procede una sola hoja de sílex, con extremo retocado. En Tifiguinen volvieron a evidenciarse las dos series indus-triales. Una perteneciente al Ateriense y otra al N.T.C. En la margen izquierda, en El Hassaiat, se recogieron distintos Útiles con presencia de microlitos y hojas retocadas en los bordes, lo que hizo pensar en un N.T.C. En Harmatx vuelven a encontrarse los restos de un taller lítico, con muchas piezas sin retocar. De Tenhgrad proceden unas hachas puiimentadas, de 10 a 15 centímetros, que son interpretadas como neolíticas. La cerámica, aunque en pequeños fragmentos, vuelve a estar presente en Seken Chebar, con superficie decorada con técnica cardiul. En El Menehat se recogieron hojas finamente talladas, pero sin ningún otro dato que le permita, con seguridad, adscribirlas. En estas zonas las hachas de mano empiezan a ser abundantes. Se conocen algunas procedentes de Ayerab. Ya en la Hamada, en las cabeceras de Xaguia-el-Hamra y en los nacientes de Uad Eskaikima y Amagat, se localizó una pe-queña punta bifacial, interpretada como del neolítico sahariano, con la particularidad de documentarse en las inmediaciones de una estructura tumular. Las puntas de pedúnculo y aletas están representadas con más de 100 ejemplares, y tienen unas dimensiones que van de los dos a los ocho centímetros. Algunas ofrecen aletas asimétri-cas y los pedúnculos cortos. Varias de ellas están totalmente retocadas, bifaciaimente. Un dato a señalar es la ausencia de flechas de base cóncava y las de perfil losángico. Los microlitos no son muy abulzdantes. Almagro (1946) tan sólo localizó ocho a ejemplares, correspondientes a puntas de sección transversal, N bifacialmente retocadas, y a {(cuartos de Iuna)). Igualmente se O localizaron algunos microburiles. Todos estos materiales fueron n-- m reconocidos por Almagro como pertenecientes al N.T.C. dentro O E de la hipótesis del gran desarrollo de esta corriente neolítica, E 2 E según había expuesto Vaufrey y que presumiblemente iba desde - el Mediterráneo al Senegal. No obstante, Almagro indicaba que 3 que debería llamarse {(neolítico de tradición capsiense saharia- - - 0 na». Uno de los rasgos definidores de esta facie sería la ausen- m E cia de cerámica. O En un intento de datación, se recurrió a la tipología de algu- n nas puntas de flecha, como las losángicas, similares a las de -E a El Fayum B, y cuya estimación cronológica se situaba en el 2 n 4300 B.C., reconociendo la distancia entre los dos yacimientos, n n y el tiempo necesario para recorrer dicho espacio, además de los 3 O típicos fenómenos, tan frecuentes en la prehistoria africana, de la perduración cultural. En resumen, el mismo Almagro apun-taba: «Para fechar aproximadamente la época de esta cultura, en Tamma, sólo tenemos como pmto de referencia la coinciden-cia tipológica de algunas puntas de flecha, como las de tipo pis-i; iiifome, las de aletas asim&icas, las & peacelo y aletas, & como los rnicrolitos de sección transversal, todas las cuales se hallaron en Egipto con fechas fijas. Las puntas de aletas y pe-dicelo, ambas cortas, que se ven siempre en Taruma, son un mo-delo especial que parece derivarse del tipo losángico, como tran- 52 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLdNTICOS sición al de pedicelo y aletas plenamente desarrollado» (Alma-gro, 1946). En el conchero de Agdi Baba AZi se reconocieron fragmentos de una cerámica burda, pero con decoración cardial, además de1 uso del peine y las incisiones. Los repertorios líticos ofrecieron puntas, raspadores sobre hojas, cuchillos, hojas de talla bifacial y que aparecen prácticamente recubiertas de (tconcheros)). De aquí proceden las colecciones recogidas por don Ricardo Duque, que se incorporaron a los fondos del Museo Nacional de Cien-cias Naturales de Madrid. También Santa Olalla (1941) giró so-bre el territorio algunas prospecciones que no llegaron a publi-carse. De1 Poxo de Zug snn conocidas 1-mas p1int.a': de f!ec_h-! que fi?o ron levantadas en las proximidades de unas estructuras tumuía-res, pero en un contexto sin cerámica. Distintos fragmentos de cerámica decorada con impresiones, con cardium y ruedeciila proceden de Gleibat Tararat. Estas piezas cerámicas, de pasta clara, suelen tener en el borde el labio indicado. E1 yacimienta se encuentra a unos 40 kilómetros al Oeste del Pozo Zug. Se trata, excepcionalmente, de una cueva de donde proceden otros materiales líticos, semejantes a los encontrados en los talleres ubicados a cielo abierto. 9. EL MARCO PALEOECOL~GICO Y SU RELACIÓN CON LA ARQUEOLOG~A Quizá un estudio detenido del medio físico sirva para delimi-tar las características y peculiaridades de este litoral atliLntico que corre frente al Archipiélago Canario, en el borde del «sopor-te continental)). Hay, al menos, registrados dos períodos, con condiciones negativas para ensayar un genero de vida subsidia-rio de algunas de las mejoras neolíticas, como pudiera serlo la economía ganadera. Los anzilsis pnlintcns m n mmpletmCln, jiin-to a los registros faunísticos, las variabilidades del nicho ecoló-gico en los Últimos cinco mil años. Están perfectamente localizados dos períodos más áridos que el actual. Uno que va del 4000 al 3000 B.P., y otro que se genera el torno al 2500 B.P., y que coincide con la vuelta de las trans- Núm. 30 (1984) 53 gresiones. Como norma general, y al margen de las excepciones locales, se puede decir que los períodos h.zimedos favorecen Ea presencia del hombre y que las transgresiones quedan estrecha-mente ligadas al género de vida marítimo, responsable de esos grandes concheros que jalonan la costa. Por evidencias arqueo-lógicas, también se sabe que muchas especies faunísticas fueron cazadas por el hombre, tal y como ese deduce de los sitios de descuartizado, circa 2000 B.C. A la fauna continental, y particularmente a1 norte del para-lelo 210, hay que sumar la importancia que cobra la fauna ma-rina, con presencia de focas y cachalotes, indudablemente apro-vechados por el hombre (Ortlieb, 1976). La fauna de invertebrados esta representada en ei Cymb.ium sp., el Conus papilionaceus y el Hexaplex hoplites. Hay eviden-cias de que estos moliascos se consumían, bien crudos o pasados por fuego, como lo demuestra los restos de hogar. La dieta ali-mentaria podría completarse con otras carnes, de gacela, bóvidos y liebres en menor porcentaje. Algunas de estas conchas han sido perforadas y utilizadas como adornos. La caza pareciera más intensificada, contrariamente a lo que podría deducirse del nicho ecológico al que hemos aludido an-teriormente, hacia el norte. Esta diferencia debe responder a tradiciones ergológicas más que a posibilidades reales, pues es hacia el sur donde se hace más abundante la fauna terrestre. Estableciendo una frontera provisional, se puede decir que del paraJe10 2n0 para arriba las: actividades c?- caza cohrzn cierta importancia y del paralelo 200 hacia abajo es la pesca la activi-dad más sobresaliente de estos pueblos. Eh Chami los restos de fauna terrestre son relativamente abundantes, con facócero, orix y buey. TuT-rml uA-,a.-w tiurruirl a LL-U-U' -U-S ~--SLL-U- S.~ - . -U- 1 -~7 -U- I UeSs ia, caza dei avestruz, además de la utilización de sus huevos como recipientes, muchos de los cuales han sido decorados con motivos grabados. Sus fragmentos también son aprovechados y convertidos, previa per-foración, en cuentas de collar. 54 ANUhRIO DE ESTUDIOS ATLAhTICOS De Cap Tafarif a Senegal, el tipo de sitio cambia de manera radical. Los depósitos de conchas se convierten en auténticos kjokenmoddings, llegando a alcanzar un espesor superior al me-tro. El utillaje es mínimo y la cerámica está ausente. Los dep6- sitos son, casi exclusivamente, de A.nadara senilis, pero sin con-texto cultural exacto al que hacer referencia. Tampoco ha podi-do localizarse ningún enterramiento. Para Petit-Maire, en esta latitud tiene lugar una especie de cruce de caminos: «Les migra-tions venus du Nord, en suivant le littoral, et de lYEste, n suivant la frange habitable du Sahara (plus haute en latitude a la perió-de moins aride considerée ici), se sont probablement heurtées (et m6tissées) approximativement au niveau du Cap Tafaritn (,Petit-Maire, 1979). 10. ALGUNOSD ATOS SOBRE &A POBLACI~N: ESTADDOE LA CUESTIÓN El estudio de los distintos restos humanos ha servido para trazar las líneas del poblamiento de esta región. En Ixriten, en el paralelo 28" (el mismo que cruza por su mi-tad a la isla de Gran Canaria), se han encontrado, en una duna fosilizada, restos pertenecientes a un individuo y que fueron datados en el 4100-4120 B.C. Esta fecha pudo ser ampliada en relación con la ocupación del sitio que, en los niveles de superfi-cie, abundante en restos de caparazones de moluscos arrojó una fecha aún más antigua, de 7500 B.C. Por si fuera poco, y en un contexto industrial epipaleolítico, unos restos de carbón, pro-cedentes de las excavaciones de Brebenart (19751, dieron una antigüedad de 8430-8180 BC. El estudio detallado del esqueleto dio por resultado la evidencia, a niveles de morfología, con el tipo de Mechta-el-Arbi, individuo cuya expansión territorial está documentada en la región que va desde Túnez a la misma lati-tud del Archipiélago Canario, donde conforma uno de los aportes étnicos más significativos. Se trata de una línea antropodi-n5mica que se inicia en torno al 10000 B.C. y que perdura hasta el 4500 B.C. En Sebja Laasailia, en el paralelo 26, fue encontrado por De librias un conjunto de 16 sepúlturas, correspondientes a tipos antropológicamente distintos a los de Izriten. Las fechas radio.. carbónicas dieron unas estimaciones mucho más recientes, del orden del 740 i: 110 B.C. y el 1100 & 1110 B.C., en un contexto cultural definido como neolítico tardío. Más hacia el sur, en Sebja Amtal, paralelo 23O, un enterra-miento de ocho individuos, sepultados en una duna fosilizada que bordeaba un antiguo golfo noukchotiense, y en un contexto cultural típicamente neolitico, ha dado una fecha de 220 -c 100 de la Era, cifra que quedaría homologada a la generalidad de los hallazgos canarios. En Sebja MaharZat, paralelo 220, Delibrias ha estudiado los restos de cuatro individuos, asociados a una ergología neolítica, a N c m ims? msircsdu, tmclemiu. a! srcu.ismo. De este si ti^ se psem dos fechas radiocarbónicas. Una más reciente, del año 1000 de O n - la Era (igualmente homologable con las raüiometrías canarias), =m O y otra mucho más antigua, que corresponde a los hallazgos de EE superficie de las conchas, y que dio los 3360 B.C. 2 E = Otro esqueleto procedente de Sebja Lernhereis, paralelo 220, y también en contexto neolítico, corresponde a un individuo de 3 - constitución robusta y cuyos rasgos se aproximan a los uhom- - 0m bres de Tintánn. E O En Sebja Edjaila, paralelo 210, en una necrópolis ubicada en una duna y que dio un total de 50 sepulturas, con ajuar neolíti- n -E co, las fechas obtenidas se sitúan en el 1020 1: 1110 B.C. a 2 En Sebja de Tintan, que es una de las mayores necrópolis n 0 neolíticas del occidente africano, con una extensión de casi dos hectáreas, han sido localizados unos 100 individuos, pertene- 3 O cientes a una variedad robusta, de gran altura y que recuerdan a los hombres de Mahariat. Los restos han dado fechas diversas, que van desde el 470 al 3670 B.C., todos dentro de un contexto neolítico. En Cap Tafarif, y a unos 30 kilómetros hacia el interior, en los pozos de Chami, paralelo 20, han sido levantados un total de 80 esqueletos, procedentes de distintas sepulturas individua-les. Morfológicamente guardan cierta relación con los hombres de Tintán, aun cuando observan caracteres diferenciables noto-rios. Las fechas obtenidas van del 130 de la Era al 2190 B.C. 56 AArUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS Al sur de Cap Tafarif se desconocen, hasta el momento, des-cubrimiento de restos humanos sepultados en los cordones li-torales de las dunas. Pareciera que estamos ante una especie de «hiatus», o espscio en blanco, que no fue frecuentado en el transcurso de los Ú1ti.mos diez mil años. La comprensión de estos registros nos obliga a trazar, de manera sint6tica y de acuerdo al estado presente de las investi-gaciones, las líneas maestras sobre las que ha transitado el po-blamiento de Africa del Norte, y donde, como era de esperar, parentesco ((racial)) no coincide, necesariamente, con afinidad étnica o con horizonte cultural, y menos aún con período cro-noló-- g ico. NO obstante, en esta marcha iniciada hace catorce o Üieciséis mil años se localiza ixna orientación hacia la ((modernización de los tipos)). Conceptos tan repetidos como «cromañoide» y »me-diterranoide)) se disuelven a1 final de este proceso, donde se asiste a un enriquecimiento poli-étnico y a una variabilidad, al menos tan significativa corno la que se registra en la región noroccidental africana en nuestros días. Cabot Brigges (1955) elaboró la primera síntesis sobre las poblaciones prehistóricas del noroceidente africano, pero desde esa fecha hasta el inicio de los años 80 han transcurrido más de veinticinco años en los que nuevos hallazgos y, en particular, nuevos métodos de análisis y valoración han servido para preci-sar y corregir muchos tópicos. En este sentido, el estudio de M. C. Chamla (1978) supuso un paso importante en la revisión del poblamienttn del 5,rea desde el epipaleolítico a la actualidad. Chamla se limitó a los bordes y montañas mogrebíes y no incluyó, por lo problemático y di-ferenciado, el extenso territorio sahariano. Para articular el proceso cultural en coincidencia o no con la q p r i c i ó ~& c~~e;r=s raci&s, Ch-Ic, ha $s$in-id= che-j épocas principales que, sucesivamente, conforman el componen-te poblacional de la franja mediterráneo-atlántica que va (a am-bos lados del Estrecho) desde e1 oriente argelino al sur de Ma-rruecos. Estos períodos o Épocas se suceden del siguiente modo: Núm. 30 (1984) 57 1. Iúeromauritano. 2. Capsiense. 3. Neolíticos. 4. Protohistóricos. 5. Actuales. Epipaleolitico 1. Iberomauritano.-La revisión de este complejo industrial y la posibilidad de dataciones absolutas le ha situado, ya sin lu-gar a dudas, en el Paleolítico Superior norteafricano. Sus su-pervivencias, con diferentes grados de apogeo y decadencias, con diversas fases y facies internas, se prolongan hasta empalmar con otros complejos culturales más recientes, con los cuales :: parece convivir paralelamente. Junto al capsiense representa el N principal exponente del compiejo epipaieoiitico dei Nurk de : U Africa, aun cuando, como hemos dicho, clave sus raíces en el u - Paleolítico Superior. 8' 8 G. Camps (1974 b y 1977) ha precisado la cronología del ibe- I romauritano (denominación que se tiende a abandonar), situan- e do sus antecedentes en el 13700 B.C. (IdfüTaiii y sus postrime- I 5 Y rías en el 7600 (El Harnel). Es una industria que alcanzó su - n apogeo en los asentamientos litorales, menos hacia el «tell» y m rara vez hacia el interior. U E El portador cultural del iberomauritano ha quedado defini- u do como el tipo LWechta-Afaíouy , después de numerosos estudios 1 a que se remontan a los de Aramburg (19341, en la actualidad se A cuenta con más de medio centenar de individuos que han hecho % posible diagnosticar y determinar las características antropofí- i sicas de este individuo que pobló la ribera norteafricana por 0 ..--.-- v a ~ ; ~- : 1> -:,.- L ~ ~ L L ~ L L L UyU qü2 está eíl !a base, en mzym c memr p m = porción, del habitante actual de ciertas zonas del Maghreb. Sus características principales podrían resumirse en: 1. Robustez general del conjunto del. esqueleto. Espaldas nnnl-nr a u u A c m . 2. Espesor de las paredes craneanas. 3. Elevados índices craneanos. 4. Tendencia a la mesocefalia. 5. Cara alargada. 58 AArUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Arcos supraorbitales marcados. Orbitas rectangulares. Mandíbula espesa y mentón desarrollado. Dentadura voluminosa. 9. Estatura elevada (media de 1,77 metros). 10. Diformismo sexual pronunciado. 11. Practican la mutilación dentaria, con avulsión de los in-cisivos medios superiores. No obstante esta descripción tipológica, la unidad rnorfoló-gica concreta se aleja del modelo. Mientras unos tienden a la mesocefalia pronunciada, otros van atenuando los rasgos óseos y se aproximan a la braquicefalia. En algunos aparecen más acen-tuacios ios rasgos de la cara, ancha y con órbitas bajas. Un gru-po homologado correspondería al ({hombre de Taforalt)) (Ma-rruecos), que se distingue por una mayor robustez superior in-cluso a la del grupo de Afalou. En la necrópolis de Columnata (Oeste de Argelia), fechada entre el 6000 y el 5000 B.C., aparecen como contemporáneos del capsiense, y se caracterizan por una gracilización y braquicefali-zación más acentuadas. Con los relieves óseos más atenuados, dentadura menos voluminosa y con una estatura algo menor (1,72 de media). Este grupo son los «mechtoides» y que, si se comparan con sus antepasados iberomaritanos antiguos (tipo individuos de Afalou-bu-Rhummel), se percibe una evolución genera1 hacia formas más gráciles, en definitiva más modernas. Puede ser ilustrativo el hecho de que en el yacimiento ibe-romauritano de Rachgoun hayan aparecido dos individuos de morfología «mechtoide» asociados a otro (femenino por más se-ñas), perteneciente a lo que se ha denominado «tipo grácil me-diterráneo)) (Chamla, 1978: 391). Por otra parte, la hipótesis que hacía derivar al tipo Mechta- Afalou directamente de los cromañoides europeos es difícil de defender a la vista de los hallazgos arqueológicos que igualmen-te se han ido sucediendo en los últimos veinticinco años. En este sentido han sido definitivos los trabajos de Debenath (1976) en el yacimiento marroquí de Dar-es-Soltan, y de Roche (1976) en Temara, donde en niveles aterienses (anteriores en cualquier caso al iberomauritano) se ha documentado, en tomo al 20000 Núm. 30 (1084) 59 B.C., un tipo que contiene ya todas las características morfoló-gicas del Mechta-Afalou. Por su parte, el individuo número 5 de Dar-es-Soltan parece ser ya un claro antecedente (variedad robusto) del Mechta y está indicando que el portador cultural del iberomauritano no es ningún extranjero que aparece en el área en el epipaleolítico, sino que, por lo contrario, cuenta con antepasados instalados en el área norteafricana varios miles de años antes (como mínimo diez mil años) de que hicieran su aparición los primeros portadores culturales de las industrias epipaleolíticas. 2. Capsiense.-Siguiendo a Chamla (19781, otra indicación merecen los portadores del capsiense y, en particular, los del área argelino-orientaI, industria asociada a las ((escagoti6res)). En efecto, se trata de un tipo mestizo, pues por una parte con-serva caracteres mechtoides y por otra observa la novedad de otros rasgos que se han interpretado como pertenecientes a los {(mediterráneos robustos)). Chamla (1979: 392) ha aislado dos subtipos: 1. Dolicocéfalo a mesocéfalo, cara alargada, bóveda elevada, órbita meso a hipsiconca, nariz meso a leptorrina, ortog-nato o moderadamente prognato. 2. Dolicocéfalo con bóveda baja, cara de altura media, me-soconco, mesorrino y eventualmente prognato. Para los varones, considerando el conjunto de los dos sub-tipos, la altura media de estos capsienses es de 1,76 metros y la de las hembras, más graciles, de 1,63 metros. Pero el tipo Mechta-Afaiuu, 6e ios iberomauri¿anos, no ha desaparecido de los yacimientos capsienses. Está aún docurnen-tado en un porcentaje considerable que alcanza el 42 por 100, frente al 58 por 100 de los protomediterráneos (típicos del cap-siense en general), donde la variante de cara alargada y bóveda -1 ,.-...A,. -..-a-.----- J.-- ----- ..,--A--Y- ---- 1- 23- ---- --- GLGY LMICL p a ~ ~ ~ Lc i 3 (ci a L~ IaL L G ~ U L I C ~ L C ~ G I L ~quUe~ l a ue r;am rrie-dia y bóveda baja. Un rasgo cultural que ha sido esgrimido varias veces para probar la modernidad relativa del poblamiento de las Islas Canarias (Camps, 1969 b., y Balout, 1969, y a partir de aquí mu- 60 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDEXTAL 47 chos más) es el de la mutqación dentaria o avulsión, desarrolla-da entre los capsienses y documentada desde los iberomaurita-nos, antecedente que obliga a pensar en un traspaso de esta cos-tumbre de los primeros a los segundos. Entre los capsienses si-gue vigente esta práctica, con técnicas mixtas de mutilización dentaria en ambos maxiliares, aun cuando se tiende a una orien-tación sexual de la misma, con un mayor porcentaje entre los individuos femeninos (el 77 por 100). 3. Neo1íticos.-La variante del protomediterráneo robusto, propia del capsiense, perdurarsi hasta el inicio de la neolitización del área (del V al 111 milenio), hasta que aparece el protome-diterráneo gracil. A partir de entonces se establece una clara diferencia entre la región oriental y la occidental del Norte de Africa, configurándose dos entidades diferenciadas: En Occidente: Persistencia, aunque con ligera disminución de la estatura, de los tipos Mechta-Afalou que conforman la ma-yoría predominante junto a minoría mediterránea robusta. Los primeros se documentan en Mugaret el Aliya, Gar Cahal, Río Salado, Cueva de los Trogloditas. En Oriente: Se invierten los términos. Los Mechta-Afalou son una minoría residual, frente al conjunto de los protomediterrá-neos, que se ofrecen, a su vez, con -dos variantes: una robusta, similar a los capsienses, aunque de menor estatura (1,71), y otra gracil, de estatura inferior (1,55 a 1,691, donde el dimorfismo sexual está más atenuado, con caracteres ligeramente platirrinos. Otra minoría que se instala en este área y que parece procede del Este son los negroides tdocurnentados en Túnez, en Redeyet y en la cueva de Khenchela, junto a tipos mediterráneos). Volviendo a la mutilización dentaria, el grupo oriental prácti-camente la ha abandonado, con tan sólo un ejemplo entre 28 individuos. Si es estima que algunas de las etnias que llegan al archipiélago parecen proceder de esta zona oriental (en par-ticular para Gran Canaria), se puede explicar que tal práctica sea, hasta el momento, desconocida en el Archipiélago. En la zona occidental, por contrario, persiste la practica avulsiva, pero registra un claro descenso, instalándose en el 71 por 100, con dos variantes: bien en un solo maxilar o bien en los dos. 4. Protohistóricos.-Ya en la segunda mitad del milenio 1 el elemento mediterráneo es hegemónico y viene asociado a se-pultura megalíticas (Argelia, Tunicia). Como primer rasgo, una evidencia negativa: la avulsión dentaria ha desapareddo total-mente. Se asiste a un cierto polimorfismo, aun cuando la esta-tura media sigue siendo elevada (1,73 para los varones y 1,59 para las mujeres). Este polimorfismo que ya preludia la época actual, polimor-fismo que se registra igualmente en las culturas insulares, en particular en Gran Canaria (reconocido desde Verneau a Schwi-detzky, Fusté o Garralda), se orienta a los siguientes índices (Charnla, 1979: 396): 1. ?VIás zl menvs r~bus ted: olivo-hiperd~!icec6fulo,c aru alar-gada (22 por 100). 2. Más o menos gracil: dolico-hiperdolicocéfalo, cara corta (21 por 100). 3. Mesocéfalo: Cara corta (23 por 100); cara alargada (7 per l!K!). 4. Braquicéfalo: Cara alargada (6 por 100). 5. Neogroide: (12 por 100). 6. Mechtoide: Grupo vestigial (7 por 100). En síntesis: 1. El iberomauritano tiene como portador cultural exclusi-vo el tipo de Mechta-Afalou (del 13700 al 7600). 2. El capsiense se caracteriza por la coexistencia de dos ti-pos: a) de los descendientes del Mechta-Afalou, y b) de los nue- 17~sin r3ividunr, portadores de Za industria capsiense, que perte-necen al tipo proto-mediterráneo robusto, probablemente proce-dente del Asia Anterior (del 7400 al 4500). 3. En el neolítico se asiste a un confinamiento, en el área occidental, del tipo Mechta-Afalou, que pasa a tener carácter vestigial en el área oriental (desde la plataforma o soporte con-tinental atlántico-marroquí pudieron, igualmente, a partir del 111 milenio, o después, alcanzar las Islas Canarias). Coincidente con la neolitización «sui generim de Norte de África se documenta la presencia de los proto-mediterráneos 62 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS graciles que vienen a conformar una mueva mayoría)) (sus equi-valentes también están registrados en el Archipiélago). Comple-tan este panorama poliétnico el tipo negroide, al parecer proce-dente del Este y que se afianza en el territorio a lo largo de la neolitización. esta abarca, en números redondos, del 3500 al 1000. 4. En el ultimo período, o protohistoria norteafricana ten torno al 500 B.C., por dar una fecha, y hasta bien entrada la Era), se asiste a un auténtico {{bricolage étnico)). Junto a los elementos mediterráneos robustos y gráciles, que predominan, conviven otras minorías. De éstas la (imechtoide~p)r ácticamente ha desaparecido, con lo que, en buena lógica, hay que postular su salto a las Islas en un momento anterior, de avance y empuje de este tipo y no precisamente ya cuando está asimilado a otros gT-upos y~goloSúSy en Fa pi-&ctics,c orno poi*tadoi-es ccih-rales, han finiquitado. Ya Schwidetzky (1963: 129-134) intentó, de acuerdo a los co-nocimientos de entonces, establecer las constantes entre la po-blación del noroccidente de Africa y el Archipiélago. Atribucio-y a&.crjpzizliies hechas a L-i&*;c?Uos msU:it;oe reluop;t;esus hoy quedan mejor entendidas dentro del cuadro evolutivo de los epipaleolíticos, tal y como hemos resumido más arriba. Schwi-detzky tomó como base de sus paralelismos los datos manejados por Briggs, Boule y Vallois, entre otros, que, sin dejar de ser im-portantes, resultaban entonces insuficientes. Los estudios de los Úítimos veinticinco años han servido para mejorar aquella pre-caria información. No obstante, Schwidetzky llegaba a razonar una dicotomía básica y que consideramos sigue siendo válida para quienes sostenemos que el poblamiento del Archipiélago pgr qgé ser cn hpc& ~ j ~ c r yS r~jmi~~! ta~n eq~ ~ 11-j ~ canzó, de una sola vez, a todas las islas. En este sentido son re-veladoras las palabras de Schwidetzky, que traslucen un proble-ma arqueológico apenas planteado en el Archipiélago: «Según esto, a grandes rasgos hay que considerar una continua trans-fnrmarirín puehlns n~rt-afrir.an~r, spntjci.~ ----------*- el tipo cromañoide con cara ancha y maciza retrocede cada vez más. Este tipo, que tiene importantes relaciones con Canarias en el temporalmente vasto megalítico, es ya raro. De este modo pueden armonizarse bien los resultados antropológicos al com- Núm. 30 (1984) '63 parar las islas: dejan entrever por lo menos dos esferas de po-blación: una más intensamente cromañoide y culturalmente más pobre y otra más marcadamente mediterranoide y poseedora de más elevados elementos culturales)) (Schwidetzky, 1963: 133). Por su validez en la interpretación del concepto ({horizonte cultural)), el soporte antropológico de una clara dicotomía, al menos formal, tendría su correlato arqueológico en la dialéctica binomial que anima y caracteriza a la prehistoria de Gran Cana-ria. En este sentido, y sin querar establecer posturas inflexibles, consideramos que explican mejor el proceso y su articulación en esos (como mínimo) dos mil años de prehistoria insular las sugerencias taxonómicas aportadas por el registro de la antro-pología física. Volviendo a Schwidetzky, resulta discutible la cita a N de sus estimaciones: «¿a interpretación de los resuitacios es sencilla. Para la más antigua capa de población fuertemente in- O n fluida del tipo cromañoide, como aparece sobre todo en La Go- - m O E mera y Tenerife, la montaña es el terreno de retirada. Pero tam- E 2 bién es cierto que la población de la montaña de Gran Canaria -E intervino en la mediterranizaci��n de la población de la isla, pero en mucho menor grado que la población de la costa. Esto co- 3 - rresponde, sobre todo, a los grupos del Norte, de Tejeda y Acu- - 0 m E sa, los cuales precisamente dentro de Gran Canaria son los que O mejor representan la más antigua capa de la población. Como la serie de Angostura, que pertenecen a cuevas naturales, se n E adjunta a los muertos de Tejeda y Acusa, también enterrados, - a y no a las series geográficamente más próximas de cuevas arti- 2 n ficiales y sepulturas tumulares; es probable que las prácticas de n enterramiento también figuren en la diferenciación antropoló- O3 gica de la población insular. Pero esta es otra cuestión que no puede ser considerada antes de haber tratado de los hallazgos procedentes de los túmulos)~( Schwidetzky, 1963: 149). En la actualidad (1983) no todos los arqueólogos participan de esta opinión y planteamiento. Muchos niegan, incluso, la po-sibilidad de esta dicotomía cultural y no aceptan la noción de «horizonte», apoyándose en otros datos de diverso contenido. Con la datación de estructuras arquitecturales de piedra seca en Los Caserones (60 A.D.) vuelve a plantearse desde distintos án-gulos la homogeneidad o no de la cultura aborigen de Gran Ca- 64 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS naria. Frente a esta fecha, que aunque aislada no deja de ser sorprendente, pero que aceptamos como muy importante, le si-gue la de! enterramiento de El Hormiguero (Casablanca, Elirgas), con 210 A.D., para unos enterramientos colectivos que nosotros incluimos en el ámbito de la «Cultura de las Cuevas)). Si bien hasta antes de estas dos fechas el {{ambiente de las cuevas)) presentaba las dataciones más antiguas (frente a los túmulos, por ejemplo), ahora la fecha de Los Caserones (si es que segui-mos manteniendo tal y como aparecen en la Costa de GAldar, en Tufia o en Arguineguín que el «Horizonte de los túmulosn trae consigo las estructuras arquitecturales de planta cruciforme e, incluso, los denominados «goros»), estamos ante una disyun-tiva: 1. Invertir la prelación de acuerdo con la fecha y suponer que las «casas» son anteriores a las cuevas; 2. Considerar el fenómeno cultural isleño como un «puzzle», como un cóctel que ya viene batido desde el continente. Sin desprecio alguno por estas fechas, sino, muy al contrario, abiertos a la probabilidad de nuevas dataciones que traspasen la «barrera psicológica)) del año O de la Era, creemos que el pro-ceso está ganando en profundidad cronológica y empieza a plantear nuevos interrogantes. Nuevas fechas para el ambiente de las cuevas en Tenerife, como Don Gaspar, Icod, 200 y 560 AD. o la de Cueva de la Arena (en el siglo VI B.C.), nos vuelven a poner sobre aviso. De igual manera para Gran Canaria se pre-cisan más dataciones absolutas que expliquen el origen de esa ({diversidad)) antropológica y cultural y su comportamiento en la secuencia. El gran enigma sigue siendo el gran complejo arqueológico de la «Cultura de la Cueva Pintada)). Ahí está, en nuestra opinión, una de las naves. Hasta que no se recons-truya el segmento temporal de esta cultura tan fuertemente mediterránea (desde su llegada a la isla hasta sus superviven-cias, al parecer hasta el filo de la misma conquista), seguiremos m m eri e! ter rem de 1% hipKtesis. Pm etm =,te, nada niega que, por ejemplo, la misma Cueva Pintada fuese ya un yacimiento arqueológico en el período final o prehispánico, sensu stricto. No conozco ninguna fuente etnohistórica que men-cione, por ejemplo, elementos tan llamativos como los ídolos y las {(pintaderas))P. uede deberse a una carencia en la informa- Núm. 30 (1984) 65 ción, por otra parte, tan detallista en otros rubros. Pero tampo-co nada desautoriza a que se pueda mover la hipótesis de que estos rasgos culturales no eran vigentes en ese momento. Ya Beltrán, por su parte (19751, se hizo la pregunta sobre lo difícil que era explicar, por generación espontánea, este fenómeno que sigue persistente en la isla hasta el siglo xv. 11. EPÍGONONESO LÍTICOYS SU PROBLEMÁTICA CRONOLÓGICA: CANARIAAS L FONDO La revisión crítica de Gilman Guillén (1976) ha servido para nr~rirar 1% «-uestjón po&-p&olíticao en el área del Estrecho r-----A en base a los materiales procedentes de los hallazgos realizados por Nahon, Doolittle y el equipo de la American School for Pre-historic Research, que después de la Segunda Guerra Mundial desarrolló un programa de excavaciones en Norte de Afri-cn !1947!. Tales trabajos fueron, en especial los de Nahon y Doolittle, y Hooker, el resultado más de una afición que de una progra-mación científica. Mugharet el Aliya, excavado entre 1936 y 1938, fue un llenar los ratos de ocio, sin entrar en la validez de sus resultados. Mugharet el Khail (que Jodin denomina El Khril A) fue ex-cavado por H. Hencken (19471, llegando a diferenciar hasta ocho niveles, con cuatro ocupaciones culturales sucesivas, pudiéndo-se sugerir un asentamiento preneolítico en la parte inferior !(liLmxm, lW6: l??). Por las circunstancias dudosas de la trinchera 11 de Mugha-ret el Khail, situada en la boca de la cueva, ha sido difícil extraer conclusiones válidas para la transición entre los niveles finaIes del neolítico y los protohistóricos e históricos: ((Tomados lite-rnlmnnfn lnrr rrnritiminc. An l o t v i n n h a r n TT rinA*.;nri ;mA;nnn ri..~n A L I ~ I A I A ~ A I L ~ G , AUU v ~ ~ I ~ ISIUUu= 1a UL AIIULLUI a L A ~ U UiIw aa z a a u i b a ~ y u ~ el Neolrltico perduró largo tiempo dentro de la época histórica (mostrando una evolución de los estilos cerámicos de tipos im-presos a los de engobe rojo) y que únicamente después que las tradiciones clásica e indígena habían coexistido durante siglos 66 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS LAS TRADICIONES BBOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTAL 53 esta última desapareció. De hecho, Hencken (1948: 287) y Howe (1967: 89) siguieron esta línea de pensamiento. La idea de la super~iviencian eoíitica en tiempos posteriores no está de acuer-do con el cuadro histórico-cultural general del Mediterráneo oc-cidental. Sin duda alguna, estaría fuera de lugar considerar que la tradición de tipos impresos en las cercanías de Tánger (gene-ralmente acabada en otros lugares antes del 4000 a. de J.C.) hubiera perdurado en época romana. En cualquier caso, los ves-tigios del interior de la cueva contradicen esta hipótesis (Gil-man, 1976: 177). En la cueva de Mugharet es Saifiya (excavada por C. Coon en 1947) el paso de los niveles prehistóricos a los históricos se localízó en los estratos B y C, con un neoiitico reciente, perfec-tamente distinguido de un neolitico antiguo, o de base. Cuando Koehler excavó la Gruta de los fdolos (1931) distin-guió cinco niveles estratigráiicos, aun cuando lo imperfecto de la excavación ha impedido, a la vista de los materiales que se conservan en el Museo Arqueológico de Rabat, precisar muchos detalles y cuestiones de sumo interés. En síntesis, pareciera que la secuencia cultural fuese equivalente a las de Mugharet el Khail y Mugharet es Saifiya. Un nivel inicial con cardial y aca-nalados y otro superior tipo Achakar, donde se encontró un fragmento de campaniforme que ha servido para fecharlo en el 11 milenio. Más problemática es la adscripción de los ídolos que pudieran corresponder a un momento de transición entre ambos conjuntos (Gilman, 1976: 181). Los trabajos de Jodin ( 1958-1959) en el yacimiento de El Khril (A, B y C) han permitido, por su parte, confirmar ciertas hipó-tesis: tal Ea pertenencia de los idolos al neolitico reciente y la variedad de los repertorios cerámicas. (Se hace inexcusable re-mitirnos al horizonte y/o cultura de la Cueva Pintada, en Gál-dar, Gran Canaria, aun cuando el ambiente y la estética de la estatuaria menor canaria apunta mas al Mediterráneo Central y Oriental.) Cuando Tarradell (1954) excava Gar Cahal reconoce seis ni-veles: 1. Moderno. 11. Bronce 11. Cerámica sin decorar, oscura. Algún frag-mento de cerámica con engobe rojo (tipo Achakar), lo que pu-diera hacerla contemporánea con el meolítico recienten. 111. Bronce 1. Vaso campaniforme (2000 B.C.?). 111 (b). Bronce 1. Cerámica pintada. IV. Neolítico. Cerámica escasa, pintada. V. Estéril. De los 43 fragmentos campaniformes, 37 pertenecen al ni-vel 111. En síntesis: a N a) Las distintas ocupaciones de Gar Canai son toüas ante- O históricas. n-- b) Si se atiende a su industria lítica, de filiación epipaleo- m O E lítica, se puede hablar de una ocupación antigua. pre-neolítica, afín al iberomauritano. -E c) En el nivel IV de Tarradell la cerámica pintada, con cru-ces y chevrons, es interpretada como elemento de importación. 3 - Ciertamente, es desconocida en el Norte de &rica. Ello llevó a B E Tarradell a ponerla en relación con la de Serraferlicchio. (Aquí vuelven a emerger los paralelismos con la cerámica pintada grancanaria de decoración geométrica, igualmente documentada en la cultura de la Cueva Pintada.) - a d) El neolitico reciente, iniciado en torno al 2000 B.C., viene caracterizado por una cerámica lisa y con una industria lítica con hojitas de dorso rebajado, que no es otra cosa que la Iper- O3 duración del complejo microlarninar de las tradiciones epipa-leolíticas. Tal tradición no se documenta en el Archipiélago, a no ser que se estime la industria de ({tabonasu como una deri-vaci6n. También se debe a Tarradell (1955) la excavación de Caf That el Gar, y la articulacion de la siguiente secuencia: 1. Superficial, cerámica a torno. 11. Cerámica lisa, sin decoración. Tierra pardo-claro. 111. ,Cerámica cardial e impresa. Tierra negra. IV. Casi estéril. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS En el nivel 111 estaría representado el neolitico antiguo, con cerámicas cardiales, donde también se documentó algún f rag-mento de campaniforme. Es más problemática la valoración del nivel 11, donde aparecen elementos históricos mezclados. Pare-ciera, sin embargo, bien definido el neolz'tico antiguo, que servirá para completar las series de Achakar (Gilman, 1976: 185). La revisión de los materiales y la aplicación de una critica sobre los mismos y sus resultados ha servido, tal y como lo ha expuesto Gilman (1976), para determinar, al menos, dos grandes horizontes neolíticos en Norte de Africa: A) El neolz'tico antiguo: Se caracteriza por la presencia de los fósiles-guías de cerá-mica cardiul y acanala&. (La primera de éstas totalmente au-sente en el Archipiélago. En cuanto a las variedaües de ctacana-lada)), La Palma puede ofrecer varios ejemplos, pero dentro de un lenguaje estético muy peculiar, amén de sus prolongadas supervivencias en el tiempo dentro de una ((cronología de es-cándaIo », en pleno siglo xvr de la Era.) Junto a éstas pueden aparecer, asociadas, cergmicas incisas con impresión pivoteante, estriadas profundas, cordones, ungulaciones, uñadas. La ((wavy he», tan del pusto de la tradición sudanesa, tampoco se docu-menta, hasta la fecha, en las cerámicas insulares. La FaIma si-gue, no obstante, por su afición a las impresiones e incisiones el polo más cercano a estas tradiciones antiguas. Lo mismo po-dría decirse de la decoración de la cerámica de Lanzarote y Fuerteventura, incluso Tenerife, estas Últimas menos profusas en incisiones. En Gran Canaria, los repetorios de impresas e inci-sas son siempre excepcionales y minoritarios ante el ((manto)) de cerámicas pintadas. Sin embargo, están certificadas en Ba-rrio Hospital, en la misma Cueva Pintada, en Valle de Guayedra y Los Caserones, entre otros yacimientos. En cuanto a la industria lítica asociada al neolitico antiguo en Norte de Africa, los índices más representativos pertenecen a las muescas, los denticulados y las piezas retocadas en menor proporción. Estos repertorios son los herederos directos del epipaIeIítico y su vigencia permanece prácticamente constante durante los Últimos milenios hasta la aparición de los pueblos históricos. En este neolítico antiguo se documenta el molino de mano (presente igualmente en las Islas Canarias), lo que evidente-mente ha de estar relacionado con algún tipo de actividad agrícola o tratamiento de las plantas. Entre la fauna doméstica se registra el cerdo y la oveja (esta última importada), a.de-más de un cáprido nativo o Ammotragus. El hecho de que los restos de óvidos pertenezcan a ejemplares adultos ha servido para elaborar la hipótesis de aue éstos eran cazados. De cual-quier modo, el registro faunístico apunta hacia una domestica-cidn limitada. En líneas generales, dentro de un análisis comparativo, la cronología del neolítko antiguo habría que hornologarla con el hórbünie de ias cerámicas impresas e incisas dei mediterráneo occidental, caracterizado por sus diseños globulares y por la baja {- temperatura de cocción. En números redondos, en el V milenio. m O E Si se repara y valoran los temas cardiales podrían estable-cerse ciertos parentescos entre las cerámicas mogrebíes y las del Levante español, e incluso la monserratina, pero examinadas $ minuciosamente salta a la vista la diferencia de técnicas. Así las % impresiones simples y/o pivoteantes de la técnica cardial que caracterizan a los repertorios de Marruecos son desconocidos ? en la Península. Por el contrarjo, los motivos pzstillés que se s documentan en la Sarsa también están re.@strados en Achakar. Y si se quieren establecer paralelismos obligados por la vecin-dad geográfica, siempre inevitables, puede ser ilustrativo que j las semejanzas con el neolítico andaluz son prácticamente in- 5 existentes. Sus rasgos son recíprocamente excluyentes. Aun cuando para ambas orillas del Mediterráneo Occidental se puede aceptar un mismo punto de partida, temporalmente sincrónico, lo que parece fuera de toda duda es la mayor super vivencia de este neolítico antiguo en la ribera africana, hasta fi-nales de1 milenio 111. Dentro de él entran las ((cerámicas acana-ladas », cronológicamente posteriores en el Mediterráneo a la cerámica cardial, y que muchos investigadores asocian a las colonizaciones orientales, responsables de los poblados £ortifi-cados del estuario del Tajo y Almería, que inc1uyen el desarrollo 70 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICASD EL FRICA NOROCCIDENTAL 57 de la metalurgia y de los ~tholos))N. o todos los argumentas coulciden en la defensa de esta hipótesis colonizadora. Por otra parte, mientras en Praia das Macas la cerámica acanalada apa-rece asociada a campaniforme y «tholos», con una estimación cronológica de inicios del 11 milenio, en Marruecos la cerhica acanalada (o estriada) es evidentemente precampaniforme, aun cuando en algunas ocasiones aparezcan acanaladuras combina-das con impresiones cardiales. Tampoco puede olvidarse que el tema acanalado ya está presente en muchos yacimientos del Me-diterráneo Occidental (Córcega, Proven~aL, anguedoc, Levante) desde el V rnilenio. Todo se dirige a confirmar Ia hipótesis de que en la costa marroquí la cerámica acanalada no es un hecho tardío: en Caf That el Gar está documentada en el estrato infe-rior 111 con un 31 por 100. En síntesis, el neolitico antiguo parece girar dentro del uni-verso formal de las «cerámicas impresas)) que se inicia en el V milenio. Si desde el punto de vista técnico no existen diferen-cias notorias respecto al conjunto del Mediterráneo Occidental, sí las hay en el capítulo estilística, donde la cerámica norte&% cana se muestra con rasgos diferenciados. Para Gilman: «La cultura del Neolítico Antiguo en el norte de Marruecos es la expresión material del modo de vida de un pueblo autóctono que adopto artes neolíticas de forma selectiva, según sus propios propósitos)) (Gilman, 1976: 192-193). B) El neolitico reciente: En este segundo horizonte se opera un cambio técnico y es-tilístico en los repertorios cerárnicos en relación con el conjunto de las cerámicas del neoLitico antiguo. Como novedades hay que indicar la utilización del fuego oxidante, documentado en las ce-rámicas, con engobe rojo, de Achakar. PUS Su vstimación ci.ui;o:6gica lían si& vaidos 10s elemen-tos de importación, tales los fragmentos de campaniforme, la alabarda en bronce de Mers 5 ó una punta «tipo palrnela~, ma-teriales todos procedentes de la Península. Ni la cer6mica lisa, casi sin decoración, que aparece en Gar Cahai, ni ia cerámica de ccengobe rojo» de Achakar por sí mis- Núm. 30 (1984) 71 mas son argumentos de fuerza para establecer una cronología. Las cerámicas lisas están documentadas en infinidad de contex-tos alejados entre sí en el tiempo y en el espacio. Por su parte, las cerámicas con engobe rojo ofrecen un extenso muestrario de equivalencias. Desde la c( cerámica a la almagra)) andaluza, fe-chada en el V milenio, hasta los engobes rojos calcolíticos, pa-sando por las de barniz rojo de1 Bronce. Si se consideran ele-mentos d-e importación y no úidígenes (tal es la tesis mantenida por Jodín, 1959), los paralelismos estilísticos podrían remontar-se a Sicilia (Thapsos), a Malta (Borg en Nadur) o a la misma península itálica (cultura apenina, PoIada). La presencia de ído-los (Cueva de los fdolos), estimados en E1 PUlril B, dentro de1 a N neolitico reciente, r!an a este estadio una nueva significación que vuelve a conectar con el mundo mediterráneo central. O n Gilman se resiste a sobrevalorar las influencias extranjeras -- m O argumentando la continuidad de la tradición Iítica, de autoría y E E carácter autóctono tznto en el neolítico antiguo como en el re- 2 E ciente. En este último cree entender la presencia de dos facies: - una litoral (representada por el conjunto de Achakar), con re- = pertorios sofisticados, y otra orientada hacia ((tierra adentro)) - - 0 m y que estaría documentada en Gar Gahal con cerámicas más E simples. O Dentro de este neolitico reciente se inician los enterramien- n E tos en estructuras megaliticas y se asiste a una mayor tamiza- - a ción social (Gilman, 19'76: 193). Es entonces cuando, relativa- 2 n mente, se da por concluida la neolitización y se produce la ci- n mentación de nuevas estrategias culturales y socioeconómicas O3 que predurarán, prácticamente, a lo largo de la protohistoria, e incluso historia, de la mayor parte de los pueblos del norocci-dente africano. Sobre estos postulados se afianzará la berbeR-zación del área, la presencia (siempre excepcional) de la meta-lurgia, la aparición de centros mineros en la zona mauritana y otros tantos problemas aún en vías de una articulación lógica. El Archipiélago no quedará al margen de estas nuevas apor-taciones, y la berberixación es un hecho íingüistico incontesta-ble. No asi lo es el conjunto de las tradiciones culturales que se instalan en cada una de las unidades insulares. 72 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Si se acepta que el horizonte de los túrnulos es correlacionable con este mundo bereber, Gran Canaria ofrece un magnífico ex-ponente de esta aportación, que, evidentemente, no alcmz6 a todas las islas del Archipiélago. Pero ésta es otra cuestión que abordaremos en otro ensayo. Comprende Ia totalidad de los títulos citados en el trabajo así como otros tantos consultados o a los que se hace referencia inclirecta. ALMAGROB ASCH,n 4. (1946): Prehistoria de África g del Sahara Espafiol, C.S.I.C., Instituto de Estudios Africanos, 303 pp., Barcelona. ),L~víA~Eu z + ~yvr. (:~J.$J-:~J@): ~ L,k Y acimiento Eeulifico & ira&ciijji c a p siense del Sahara español. Las Sebjas de Taruna (Seguia el Hamra), en ((Arnpuriasn, VII-VIII: 69-81. ANTOINEM, . 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C. (l(f68): Les populations anciennes du Sahara et des regions limitrophes. Etu
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Título y subtítulo | Las tradiciones neolíticas del África Noroccidental y su contrastación con las culturas prehistóricas del Archipiélago Canario |
Autor principal | Martín Guzmán, Celso |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 30 |
Sección | Prehistoria |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1984 |
Páginas | p. 015-078 |
Materias | Neolítico ; África ; Canarias |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 3989698 Bytes |
Texto | LAS TRADICIONES NEOLfTICAS DEL AFRICA NOROCCIDENTAL Y SU CONTRASTACIÓN CON LAS :CULTURAS PREPIISTóRICAS DEL ARCHIPIGLAGO CANARIO La Arqueología prehistórica en las Islas Canarias en la déca-da rk! 10s 811 ha proseguido el ca.mLnn de 1 0 estudios shtemSíti, cos gracias, en gran parte, a la actividad investigadora de una pléyade de nuevos arqueólogos que desde la Universidad de La Laguna, el Museo Canario de Las Palmas o el Instituto Español de Prehistoria ha intensificado las excavaciones con criterios científicos. No obstante, y a pesar de las &tintas síntesis, o ((estados de la cuestión)), lo cierto es que aún siguen sin wlu-cionarse -tal vez por incorrectamenb planteados- muchos de los problemas fundamentales de la prehistoria insular. En nuestra opinión, sin un conocimiento profundo de las variables neoliticas será poco menos que imposible incorporar los análisis insulares a un marco de referencia válido. Las cultu-ras prehistóricas insulares pertenecen, por vecindad geográfica, a la que Wolfel denominó Africa Blanca, y, en este sentido, el Archipiélago no es otra cosa que «las islas berberesn, o la pro-longación atlántica de varias tradiciones que se generan o bien en e1 mismo conti,nente - e l africano, por supuesta- o en la cuenca del Mediterrheo. Una distorsión inexplicable ha querido ver en todo lo amedi-krráneo)) exclusivamente lo «europeo», cuando la vieja cuna de 2 CELSO M.\RT~N DE GUZ;MÁN las civilizaciones es un mar tricontinental, al bañar iguahnente las costas del Asia Anterior y, en particular, todo el litoral del Norte de África, desde Suez a Gibraltar. Así, pues, la referencia al mundo mediterráneo lleva consigo y contiene una parte im-portante del área septentrional africano, como posible receptor, transmisor y exportador de distintas tradiciones culturales que se interaccionan e influencian en las tres orillas del Mediterrá-neo, a lo largo de los últimos 10.000 anos, cuando los hielos se retiraron poco a poco de Europa y los factores ecológicos fueron derivando, paulatinamente, hasta alcanzar la situación actual. El Archipiélago Canario se comporta como una estación fi-nal, como un reducto terminal, donde quedarán «congeladas» du-rante al menos dos milenios una serie de tradiciones que en el Mediterráneo, y en gran parte de África del Norte, habían dado paso a otras experiencias culturales, capaces de desembocar en un proceso histórico al que, con posterioridad, en pleno siglo xv de la Era, volverán a sincronizarse las Islas Canarias. Este (cana-cronismo insülar)). este desfase en relación con los centros di-fusores, ha supuesto, muchas veces, un escollo insalvable a la hora de las interpretaciones. Desde que Gordon Childe acuñó el sugestivo término de «revolución neolítica)) hasta los primeros años de la década de los 70, se ha ido perfeccionando la teoría de aquel fenómeno cul-tural, antecedente de la revolución industrial y, en muchos as-pectos, superior a ella. En efecto, no hay prehistoriador que sos-tenga que el neolitico surgió en uno o dos focos difusores como el resultado de la combinación de la domesticación de animales, las plantas cultivadas y la aparición de la cerámica. La revisión de lo que se ha llamado «complejos epipaleolíti-tos » y la nueva orientación arqueológica a que ha sido sometido e1 concepto de neolitización ha servido para desacreditar muchos de los tópicos que poblaban la bibliografía con anterioridad al año 60. Desde perspectivas distintas, ecológicas, culturales, climáti-cas, económicas, se ha querido explicar el nacimiento de un pa-trón productor de alimentos que sirvió para superar, en gran medida, la ({crisis alimentaria de la prehistoria)) (Cohen, 1981). .16 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS Las nuevas estrategias se van perfeccionando y, en definitiva, son pocas las sociedades que alcanzan tempranamente un «neo-lítico total)), con la suma de inventos y descubrimientos que esto significa. La caza y la recolección no se abandonan. Los asenta-mientos no tienen por qué ser exclusivamente estables. H la aparición de la cerámica, hay que hacer notar, no siempre está indicando que estemos ante comunidades agrícolas. Si pro-blemático resulta el paso de la manipulación de animales salva-jes a animales domesticados, más controvertida es la aparición de las plantas cultivadas y su eqlicación mutacional que, al parecer, puede originarse sin necesidad de la acción humana. Se debe a Breuil aquella ingeniosa frase de que la cuna de In humanidad tenía ruedas. Con ello el sabio arqueólogo quería expresar su perplejidad ante los nuevos hallazgos que se b ve-nían encima sobre el origen del primer hogar del hombre: pri-mero en Asia, y, parece definitivo, ahora en &rica. Esta misma movilidad sobre el origen del neolítico, y su pro-fundización cronológica, en dataciones absolutas, en los últimos veinte años nos ha llevado de Mesopotamia a Egipto, de Egipto al corazón del Sahara (Amekni) y ahora, de confilmarse y valo-rarse con precisión estos datos, de nuevo a Egipto; peso no ya al Nilo, sino al desierto occidental, en el marco de las indmtrias kubaniemes (Roubet y Hadidi, 1982). 1. LAS ÚLTIMAS DATACIONES: ENFOQUE DE LA CUESTIÓN El estudio del Pleistoceno final y del Koloceno egipcios ha servido para articular una nueva secuencia industrial que distin-gue 20 facies epipaleolíticas y tres facies neolíticas. La aporta-ción hasta cierto punto inquietante (por revolucionaria en sí misma) es la localización de cebada cultivada u hordeum míga-re en una fecha tan temprana como entre el 17.000 y el 18.000 B. P., en Wadi Kubbaniya. Estas cifras aunque aisladas, se re-montan en varios milenios a las series de dataciones que se van escalonando en la región del Mediterráneo Oriental para la apa-rición de la agricultura a partir del VI1 milenio. Tales datos volverán a incidir sobre la teoría en el momento de ajustar las explicaciones a la documentación arqueológica. Sin lugar a dudas, lo que parece incuestionable es que la rigidez que postulaba una sucesión sin complicaciones en el {(proceso ideal de la cultura)) desde sociedades inferiores de recolectores a comunidades evolucionadas que conocen la agricultura, o para ser más exactos al adecuado aprovechamiento y manipulación de los granos, es aifícil de seguir defendiéndose (Moore, 1982). El Norte de África es un ejemplo de estas paradójicas situa-ciones que llevan desde Egipto al Archipiélago Canario, al pare-cer principio y fin de una antropodinamia que en milenios, y lentamente, con marchas y contramarchas, quizá en movirnien-a tos espiraliformes o en zig-zag, van ocupando los extensos te- N rritorios comprenaidos entre ei Vaiie dei Kiio y ia ribera aiián-tica, al norte del Trópico de Cáncer. O n - = Al esquema retardatario con que siempre se ha querido tipi- m O E ficar a la prehistoria africana le surge ahora un nuevo panorama, E 2 un ensayo que quiza posteriormente fuera abandonado por con- =E diciones ecológicas adversas, no adecuadas para una economía 3 productora de alimentos (dentro del modelo del medio como - «medio»). O, de no ser así, la otra explicación de que la muta- - 0m E ción cerealista puede producirse de forma natural y que muchas O de esas diferencias que reclamaba el prehistoriador para docu-mentar si plantas cultivadas o plantas silvestres deben ser revi- n -E sadas. a 2 Con todo, la asociación de una {(maquinaria doméstica)) para n el tratamiento y moituración de los granos igualmente nos Ile- 0 varía a admitir que el «hecho agrícola)) es epipaleolítico. O3 Frente a esta temprana aparición de plantas como el hor-deum vuígare hay que presuponer, al menos, «vías alternas)) donde el desarrollo de la agricultura no significa el abandono de la caza, o en una combinación de elementos, la misma ausen-cia o insignificancia de los cultivos en otras regiones, con domes-ticación de animales y abundante ceramica, ofrece m~iltiples va-riables y modelos económicos combinados. De cualquier modo, la neoZiti2aeión del Mediterráneo Occi-dental es un fenómeno mucho más temprano de lo se sospecha-ba hace algo más de dos décadas. Chhteauneuf les-Martigues, en 18 -4NUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS el Sur de Francia, ha dado 5 .NO B.C. En Ile Riou, Marsella, se documenta en 5.650 B.C. En Basi, en Córcega, el neolítico insular alcanza el 5.750 B.C. En la costa africana, no lejos de Qued Guet-tara, en el ((Cirnetieres des Escargots~,la cerámica impresa e incisa se documenta en 4.730, pudiéndose retrotraer esta fecha para los inicios de la neolitización hasta finales del VI milenio o principios del VII, según el criterio expresado por el mismo Camps para la zona de Oran (Camps, 1974: 264). El cuadro de relaciones podría quedar así: Península Ibérica Sur de Francia Sur de Italia-Islas Norte de Marruecos-Argeliz~Túnez A juicio de Camps: «P1 est impossible d'etudier le Néolithique méditerranéen du Nord de I'Afrique sans tenir compte du grand mouvement de neolithisation qui s'opera dans le Basin mciden-tal de la Méditerranée A la fin du VI1 millenaire)) (Camps, 1974: 263). Uno de los rasgos definidores de este neolítico de tradición mediterránea es su carácter maiítimo. En lo que respecta al Afri-ca del Norte los contactos lógicos han de proceder de la rivera más próxima, esto es, la costa norte del Mediterráneo: España, Francia, Italia y las islas próximas. En el estado presente de los conocimientos, sabemos cómo la navegación, en el VI1 milenio, era un hecho generalizado en todo el Mediterráneo. Este movimiento de pueblos y culturas, como es natural, hubo de alcanzar, dentro de la antropodinamia mediterránea occidental, la costa sur del Mediterráneo, es decir, la franja litoral comprendida entre Túnez y el Estrecho de Gi-braltar. Por su cercanía, uno de los puentes de entrada hubo de serlo el Estrecho de Gibraltar; pero el sector tunecino pareciera que Núm. 30 (1984) 19 evidencia contactos más tempranos. En efecto, desde las islas itálicas se introduce el uso de la obsidiana en el Norte de Africa, a través de un «puente de islas» que se inicia en Sicilia y salta a Lípari y Pantelleria, situadas a escasos 60 kilómetros de Tú-nez, en cabo Bon. A este primer momento, o «colonización, pertenece el taller de puntas de flecha de Korba, situado, precisamente, frente a la isla de Pantelleria. Estos contactos, con la introducción de la obsidiana como materia prima, penetran hasta Argelia, tal y como lo demuestran los hallazgos de Bizerta y Marsa, llegando, incluso, a alcanzar más al interior Tebessa y parte del Marruecos oriental, regiones donde este vidrio volcánico es totalmente desconocido. E No se posee una fecha exacta para el momento en que se O n - introdujo la obsidiana en el Norte de Africa, pero sabemos que en el Sur de Francia aparece documentada en el chaseense. Las E E investigaciones en Córcega, igualmente han certificado en el 2 E 5.650 B.C. una industria Iítica, en obsidiana, en pleno desarrollo. - Siguiendo los paralelismos y correlaciones mediterráneas, en 3 Basi, la obsidiana viene asociada al contexto de la cerámica car- - - 0 m dial, fechada en el 5.750 B.C. Nada de ésta hay en Canarias. E Ya en Túnez, en el nivel neolítico de Hergla, la obsidiana ha podido ser datada en un nivel perteneciente al 3.370 B.C. n E Estas relaciones, de origen mediterráneo, detectadas en la - a obsidiana, se prolongan y se intensifican en la Edad de los Me- 2 n tales. No obstante, desde el punto de vista étnico, la población n n apenas nota estas influencias. La base racial mechtoide perdu- 3 rara con sus caracteres autóctonos y se incorporará, sin gran- o des variantes, a los pueblos bereberes. Es en los tiempos proto-históricos cuando la influencia de los pueblos mediterrsineos se hace más visible. Y la obsidiana en Canarias es sintomatica. En -uaBnin a la. cerámica, el Estrecho de Gibraltar ha. sidn uno de los pasos obligados en la comunicación Norte-Sur. EIL la franja costera comprendida entre los ríos Lao (al Este) y Loukkos {al Oeste) varios y repetidos hallazgos han certificado la presencia de cerámica cardial, con sus superficies decoradas c m~ pl ic~ciáden! cnrl'rwx Los priineris descilhrimientnc f l~mn dados a conocer por Koelher (19311, como procedentes de la lo- 20 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS calidad de Achalcar. Posteriores investigaciones de Tarradell per-mitieron obtener varios contextos estratigráficos, con cinco ni-veles, en el yacimiento de Gar Cahal. Aquí, en el nivel 111, y que corresponde al estrato neolítico más antiguo, fue encontrada la cerámica cardial, acompañada de otros fragmentos pintados y que Evans interpretó como perteneciente al estilo siciliano de Serraferlicchio. También, en la parte superior, aparecieron frag-mentos de campaniforme. Las excavaciones en Caf-That-el Gar, realizadas también por Tarradell (1957), volvieron a documentar la existencia de cerá-mica cardial, asociada a una cerámica acanalada, al parecer más reciente. Esta última se documenta en La Palma. En los niveles inferiores de El Khril, Jodín (1958) volvió a hd!m fragner?t~sd e ~ e r & ~caridics?!~, r ~mp ~ f ! ! d oifrp 7ma fn-dustria Iítica, empobrecida, donde las lascas y las hojas sin re-toques representan el 62 por 100, las piezas con muescas o denticulados el 16 por 100, las hojas de dorso rebajado el 9,2 por 100, los perforadores el 4,l por 100 y los raspadores el 3,6 nnr 100. Los nlvdes superiores se caracterizan por un mayor C -- porcentaje de molinos y trituradores que estarían indicando un aumento de las actividades agricohs. La cerámica cardial, localizada en Marruecos, en general, ob-serva un diseño subesZérico, con una boca amplia. AIgunos va-sos se caracterizan por un de'bil estrangulamiento que distingue la boca de la panza. En otros cacharros se insinúa un cuello más o menos cilíndrico. En cuanto a su decoración, estudiada por Camps-Fabrer (1966), se indican tres tendencias principales: 1: Tendencia a cubrir toda la rgp~r f jderí p 10s VZSQS con motivos geométricos, obtenidos por medio de la impresidn pivo-teante. 2. Se intenta, en algunos ejemplares, lograr una decoración compleja con el recurso de yuxtaponer motivos distintos. 3. Algunos cacharros aparecen con a~licaciones plásticas, tales los cordones decorativos. La cerámica cardial que sólo ha sido íocalixada en esta pe-queña franja marroquí estaría señalando el carácter débil de estos contactos entre la península ibérica y el norte de África. Núm. 3'0 (1984) 21 Por otra parte, el peculiar fenómeno de «neolitización» del Noroccideate de África ha sido entendido como una operación compleja, con varias procedencias que concurren sobre este te-rritorio del «&rica Menor» y sus entornos. Todas estas influen-cias neolíticas se yuxtaponen a los complejos epipaleolíticos an-teriores, cuyas supervivencias son muy profundas, tal y como acontece con las denominadas «tradiciones capsiensesn sobre las que se superpondrán los factores de la neoZitkac26n en el norte de Africa que opera sobre las facies superiores del capsiense, a veces de manera insensible y dando lugar al que Vaufrey deno-minó Neolítico de Tradición Capsiense (N.T.C.). Esta ha sido la «teoría clásica», en muchos aspectos aceptable. Nuevas inves-tigaciones han obligado a corregir muchas generalizaciones inexactas e ir clarificando el complejo marco de ~varhblesn eo- Ziticas», de distinta procedencia, que se entrecruzan y recorren las extensas superficies del Magreb y el Sahara, no siempre sin-crdnicas y coincidentes. La neolitización. cualquiera que sea su origen, siempre ope-rará sobre culturas epipaleolíticas, o afianzadas en sus tradicio-nes. En el estado presente de los conocimientos, no se puede seguir sosteniendo que sea, precisamente, el neolítico de tradi-ción capsiense el más antiguo y por lo tanto el impulsor de la neolitización de la región. En el Bajo Sahara se ha documentado un potente foco neolítico, independiente, e incluso anterior al de Egipto, y que, necesariamente, hubo de influir en la difusión de la cerámica y de la incipiente agricultura y ganadería. Más que un cambio en el utillaje lítico, que es imperceptible, la neolitización va a suponer una innovación en el modelo eco-nómico y el paso de una actitud exclusivamente depredadora y agotadora del medio a una economía regida por la producción de alimentos. No obstante, hay que reconocer que no siempre es fácil la adscripción de un yacimiento al nivel epipaleulítico o neolítico, precisamente cumdo éste es un sitio al aire libre. Así, en el Marruecos meridional, en Cabo Juby, y en la localidad de Tarfaya, distintos yacimientos de superficie, con hogares en herradura y con numerosas vasijas decoradas de avestruz, sin cerámica, no han podido ser reconocidos como neolíticos, sino 22 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS simplemente incorporados a las numerosas estaciones de &a-dición capsiense)). Otra de las dificultades estriba en la misma precariedad de los testimonios. No siempre se tiene la suerte de obtener restos de semillas o granos que aseguren CW?, efec-tivamente, estamos ante unos pueblos o comunidades que cono-cían el cultivo de las plantas. La misma dificultad se puede ha-cer extensiva a los restos de fauna, pues la presencia de deter-minadas especies, como el Bos, que sabemos fue domesticado, no garantiza por sí solo, y sin contexto, que ya estuviera incor-porado a los ganados o a la cabaña explotada y domesticada por el hombre. E1 Chico documento certero, que afirma la existencia de la ganadería y de la domesticación de animales, deriva del arte rupestre. Pero sería una ingenuidad reducir el conocimien-to de la domesticación, exclusivamente, a aquellas zonas donde existen tales manifestaciones artísticas. Sólo evidencias arqueológicas, como lo son la presencia de recipientes cerárnicos, de muelas, molinos y trituradores, po-drían ar.@irse como elementos válidos para certificar la exis-tencia de una agricultura más o menos implantada. Pero tambidn por la ausencia de granos conservados sena precipitado llegar a conclusiones negativas. Reflexión válida para La Palma. Ahora bien, no siempre, y como era la creencia general para Oriente Próximo, la agricultura ha precedido a la cerhica, pero tampoco existen otras pruebas capaces de corroborar esta re-gla: existencia de cerámica, conocimiento de la agricultura. En lo que se refiere al Neolítico de Tradic!Ón Capsiense del Norte de Sahara, sabemos que las cerámicas son escasas, pero +uoawuirr\yr\vnbr.v cr i m~+ nu -yu7 .ur iA~n u oCb nu ml in~nccl-rr \ bnvnrmr r nu ,u.*~ narvl rgnuiu-nr Gmrfnr L u Gnvrrr 4r na rvrunwr A a 7 0 UG r a escasez o débil desarrollo de la agricultura. Lascas de piedra, con sus filos muy utilizados, también parecieran reflejar activi-dades ligadas a la recolección de gramíneas cultivadas. Como muy bien ha explicado Camps para el norte de Africa: «íi est dÜac -vain de défiiiji: la N&iigIii que comiiie le passage d'une économie de cueillette et depredation i% une économie de procluction, car il n'y eut pas vraiment de "passage" d'une éco-nomie a I'autre. Le remplecement définitf de la premiere par la seconde, dans iiotre civilisation rneme, fut achevé il y a quelques siecles a peine. Bn sait combien la cueillette et la chasse parti-cipent encore pour une large part a l'alimentation des popula-tions nomades de la zone sahélienne, du Sénegal jusqu'au Nii» (Camps, 1974: 218). Considerar la sedentarización como un rasgo exclusivo de las culturas neolíticas sería, igualmente, inexacto. Sabemos que los capsienses y los iberomauritanos ocuparon, permanentemen-te, sus hábitats con la misma intensidad que se le atribuye a cualquier patrón residencial estable o sedentario y, sin embar-go, son culturas epipaleolíticas. Los sistemáticos trabajos de Camps en Amekzi, en unas con-diciones infrahumanas por las características del medio, se vie-ron ampliamente premiados con unos resultados tan espectacu-lares, en 10 que a cronologías se refiere, que fueron el empujón definitivo que produjo un giro de 180 grados en la concepción y explicación de los orígenes del neolítico (llamado por él de tradición saharo-sudanés). En efecto, en un estrato más profun-do al 'de la sepultura fue encontrada la cerámica impresa, pu-diéndose fechar, ese nivel, en el 6.700 BC. Es, hasta el momento, la fecha más antigua que se conoce para las culturas neolíticas saharianas (Camps, 1969). Con estos estudios, las estaciones de Enedi, Tadrat Acacus, Tassili y Hoggar quedaron agrupadas en un área cultural y geogrsica más o menos coherente y homogénea, unidas por el común denominador de unas fechas muy tempranas para la aparición de la cerámica. Por otra parte, la intensificación de los estudios paleogeográficos, sobre la fauna y la flora, ayuda-ron a explicar este niwvo hogar neolitico, en im medio fi'sicn totalmente opuesto al que actualmente ofrece la aridez de su marco ecológico, agotado por efectos de la desertización. El estudio de los paleoclirnas ha ayudado a animar la com-prensión de estos primitivos focos, creadores de cerámica y de ~ J ~ T J S g&erc de vida, as~c&de a ir,cip+=+& z5~i,tcra y domesticación de a-simales. Estas latitudes, en el corazón del Sahara, gozaron de una relativa abundancia de cursos *de agua permanente, distribuidos en redes fluviales internas y en cuen-cas lacustres, hoy desaparecidas. Restos del que fuera lago de 24 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICAS DEL AFRICA NOROCCIDENTAL 11 Hirafok, en Hoggar, han sido fechados en el 6.430 B.C., dato que coincide con el de las primeras manifestaciones neolíticas o cerámicas de la región (Camps, 1974: 226). Sintetizando, de este momento inicial se puede adelantar: Que a lo largo del VI1 raiilenio, y en torno a 1 ~msa cizos centrales saharianos, se concretó un importante foco neo- Iítico, ,de características autóctonas y con una dinámica independiente. Que este foco cultural hace su aparición varios milenios antes que el neolítico egipcio, con lo cual se hace insoste-nible establecer cualquier tipo de paralelismo o corre-iaciiín. Que a partir de este ((hogar neolítico)) saharo-sudanés, y que se ha denominado Neolítico de Tradición Sudanesa (N.T.S.), para sus fases posteriores, se abrieron nuevas líneas difusoras y de contacto, en direccián hacia el Nor-te, el Este y el Oeste y que, necesariamente, tuvieron que influir en la proto-neditixación de áreas aún epipleoli-ticas, incluida la fachada Atlántica. Que en cumto a su perduración cronológica, durante cin-co milenios, el N.T.S. fue penetrando, lentamente, en to-dos los bordes de la franja sahariana que corre al sur del Trópico de Cáncer, desde el fndico al Atlántico, filtrán-dose luego, Nilo abajo, hasta las tierras egipcias, o bien entrando en contacto con esa otra tradición posterior que se denominó Neolítico de Traadición Capsiense. Que el entendimiento de la «neolitización» de la fachada atlántico-sahariana, aun cuando, cronológicamente, pare-ce ser m hecho posterior, no puede desprenderse cle esta dinámica, en el conjunto de una serie de supervivencias y sincretismos, que se imbrican, tardíamente, sobre las tradiciones locales de filiación epipaleolítica. Que la ocupación de las islas atlántico-saharianas, las Islas Canarias, separadas del continente por un canal de apenas 100 kilómetros, en teoría pudo hacerse en una fecha relativamente tardía, ya que los conocimientos náuticos, aun cuando rudimentarios, eran suficientes para estas distancias. Tampoco hay que aferrarse a una única ocupación prehistórica de las islas, y menos aún situarla, exclusivamente, dentro de la Era actual. La na-vegación era un hecho frecuente en el Mediterráneo en el milenio IV, y sus islas principales ya estaban pobladas y desarrollaban sus propios ((ciclos culturales)). Que el poblamiento de las Islas Canarias no puede en-tenderse como un fenómeno unitario y sincrónico, ya que, al menos, los tres grandes ramales neolíticos que operan en el África norteña van a detectarse en los sus-tratos indígenas insulares. Por una parte, el uso sintomá-tico de la obsidiana que quedaría en relación con los ele-ment" s arcaizaiites, a&m& & las r e ~ ~ n ~den 1%~ gfra~n s tradición sudanesa y de los influjos mediterráneos. Por su importancia en el proceso de neolitización del área sahariana, merece una referencia y un análisis más detallado. Sus influjos perduran en el neolítico reciente norteafricano. Estudiado por Camps (19681, el sitio se encuentra a unos 40 kilómetros de Tamanrasset. El lugar está hidrográficamente favorecido por la confluencia de lo que tuvieron que ser dos cursos de agua permanente, los ueds de Amekni y Takiouine. Esto, quizá, explica el hecho de que fuera tan tempranamente ocupado. Restos de hogares documentan la presencia del hom-bre desde el 6.700 B.C. Las condiciones ecológicas de que disfrutaba esta zona per-mitía la existencia de la Olea laperrini que aún subsiste, preca-riamente, en algunas alturas del Hoggar. Otro vegetal que indica las características, más húmedas del medio, es el Ficus solicifo- 1h-z también documentado en el registro floral del yacimiento (Camps, 1974: 225). Las excavaciones dieron como resultado la localización de tres sepulturas correspondientes a un individuo, de sexo feme-nino, de unos cuarenta y cinco años, y que ofrecía una fractura craneal, producida violentamente, y dos individuos infantiles, 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICAS DEL &RICA NOROCCIDENTAL 13 uno de dos a tres años y otro de cinco a seis años. Según las esti-maciones morfológicas de Chamla (19681, todos ellos eran ne-groides y podían adscribirse a una «variedad sudunesa». E1 estudio de los restos óseos, no humanos, permitió recons-truir el variado cuadro faunístico del que dispusieron aquellas comunidades, al tiempo que se planteó la posibilidad de una temprana domesticación de animales. Las principales especies reconocidas fueron agrupadas en: Carnivoros: Geneta geneta. Herpestes ichneumon. Hyaena striata. Suidos: Phacochaerus aethiopicus. Bóvidos: Homoioceras antiquus. Redunca redunca. Gazella dorcas. AIcelaphus boselaphus. Cápridos: Ammotragus lervia. A estas especies, principales y significativas, hay que añadir roedores, peces, moluscos acuáticos, etc. Datos derivados de la Redunca hacen pensar en un paisaje con bosques próximos. Lo mismo puede decirse del búfalo antiguo, adaptado a las sabanas. En !ín,vus gmurales, esta f~iur,we sta se:',dur,do u??b i ~ t o ~?o.,U - cho menos árido que el actual. En correspondencia con la fauna, los análisis polínicos han servido para reconstruir el paleopaisaje, con referencia a diver-sas especies: Núm. 30 (1984) 29 - Templadas: Olmo, nogal, abedul. - Tropicales: Acacia, mirto. - Mesógenas: Celtis austmlis, encinas y pinos. Otros datos, en conexión con la reconstrucción pa.isajística, están derivados de la abundancia de los leguriflores, como la Launaca picris, fechada en 6.000 B.C., al igual que la existencia del Pennisetum, variedad de gramínea cultivada. Estos datos, en favor igualmente de una temprana agricultu-ra, se ven apoyados por la presencia de moletas y trituradores encontrados en diversos niveles arqueológicos en relación con la flora antes indicada. Y, aunque es cierto que el registro de estos artefactos no necesariamente demuestra una actividad agrícola plena? en -1 sentido de siembra y cultivo dk la. tierra, en el peor de los casos apunta hacia un género de economía recolectora intencional, o a un incipiente y esporádico empleo y aprovechamiento de las plantas cultivadas. Los repertorios cerárnicos La cerámica está registrada en los horizontes más antiguos, es decir, en los estratos inferiores del yacimiento, y en relación con la primera ocupación del sitio. Las piezas más antiguas se ofrecen ya como grandes reci-pientes de hasta 60 centímetros de diámetro y, además de por su capacidad, se caracterizan por la sencillez de sus diseños que no recurren a ningún elemento adicional de aprensión o agarre. En el repertorio de las formas hay que distinguir tres tipos ".-:--:--7-,.- p L 11lLLpalca. 1. El gran vaso, en 314 de esfera, con bordes simples y la-bios delgados. El borde exvasado es raro. 2. El semiesférico, con bordes rectos. Estos recipientes, por 10 general, son & gra.n_der dimm-si~n~asl,r taniandn && metros en la boca de hasta 50 centímetros. Están arqueo-lógicamente contextuados en el nivel medio. 3. Tipos ovaloides, sin nin,oún elemento importante que des-tacar. 28 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS En cuanto a los motivos decorativos, éstos derivan de la aplicación del peine, con conocimiento de la técnica de impre-sión pivoteante, que en los cacharros de Amekni fue uno de los recursos frecuentes, utilizado más que la simple impresión mar-cada. A pesar de lo primitivo, logra efectos ornamentales de alguna calidad. Los dentados, o los zigs-zags, se orientan tenien-do en cuenta el eje de la pieza, y los motivos resultantes de la impresión se pueden disponer en sentido tangencial; unos en relación a otros, o, sencillamente, formando bandas, interespa-ciadas por zonas libres. El peine puede aplicarse, alternativamen-te, hacia arriba y hacia abajo, impresionando series de puntos o líneas punteadas diversas que se conocen con la denominación de dotted wavy line. El peine se diliza en La Palma. En 22 ejemplares, procedentes del estrato más antiguo, ya aparece generaibada la técnica decorativa pivoteante. Otros mo-tivos, bien simples, se obtienen con la mera aplicación del filo del peine. Un análisis más detenido de los «ritmos» de la decoración advierte que tras este presunto elementalismo se esconden algu-nos ccidigos organizativos. Estos podrían sintetizarse en la preo-cupación por cubrir la mayor parte de la superficie externa. La industriu Zítica La materia prima es responsable del aspecto arcaizante, poco esmerado, de la talla. Correlacionuble con Canarias. Los artefactos líticos, y las lascas de obsidiana, en general, no presentan nlngUn tipo de retoque y son utilizados directa-mente, aprovechando los filos activos resultantes de las extmc-ciones nucleares. Coincidente con Canarias. 211 el estr& b-feri~sre ~&&S ~n_jna& &rj.a & -m.&=& microlitica, donde los Útiles aparecen en distintas proporciones. El mayor porcentaje corresponde a las hojas con dorso reba-jado, o con retoques semiabruptos, que llegan a representar el 25 por 100 del total. Las puntas de flecha están. indicadas con un 3,9 por 100 y los raspadores con un 5,5 por 100. Si estos repertorios líticos no hubiesen venidos asociados a cerámica pudieran, tipológicamente, haberse interpretado como pertenecientes al epipaleolítico. Está aquí otro argumento en favor de que tampoco ha podido demostrarse la existencia de un pretendido ateriense preneolitico. Contrariamente a lo que pareciera ser la evolución lógica, en los estratos superiores, la industria se vuelve pesada, con la reedición de los cantos trabajados y con un notorio retroceso de las hojas de dorso rebajado, que disminuyen considerable-mente. En compensación, aumentan los buriles, los raspadores y los perforadores, mientras las puntas de flecha alcanzan un significativo 7 por 100. a Junto a esta industria tallada, con escasos microlitos, hay que citar más de 50 moletas, percutores y bolas, así como ali- O n sadores en piedra volcánica que pudieron servir para la prepara- - =m O ción de las pieles. Coincidente con Gran Canaria. EE Otro rasgo característico es la abundancia de útiles de hue- 2 E so, con diferentes tipos de perforadores, leznas, alisadores, es- = pátulas, agujas y punzones utilizados, probablemente, para la 3 confección de cesterías o esteras. Equivalencias en Canarias. em- E O El género de vida n -E a La vida cotidiana de aquellas primitivas comunidades hubo n de transcurrir sin grandes exigencias ni sobresaltos, gracias a las condiciones favorables del medio. O3 En palabras del propio Camps, que estudió minuciosamente los materiales de Amekni: «Cette vie relativement sedentaire et paisible ne nécessitait un outillage ni spécialisé ni abon-dant. Toutefois, il manquait encore a ces premieres agriculteurs l'apport en aliments carnés et lactés que la domestication de-vait donner & leurs successeurs)) (Camps, 1974: 234). En Amekni está confirmada la presencia de una etnia de tipo negroide que disfruta, en el VI1 milenio, de un género de vida semejante al que dos o tres milenios más tarde van a adoptar otros pueblos de las tempranas comunidades neolíticas. 30 ANUmIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Igualmente está certificado el tratamiento de plantas cul-tivadas como el uso de una cerámica, aun de tipos simples, de confección no muy esmerada. La pesca hubo de ser una de las actividades más frecuentes con el empleo de rudimentarias nasas o cestones que auxiliaban en las tareas. El conocimiento de la pesca con anzuelo podría inferirse de la presencia de pequeños útiles de hueso y de obsi-diana destinados a tal fin. En fases más recientes, como las loca-lizadas en el yacimiento de Meniet, se han encontrado bellas piezas de anzuelos, hechos en hueso, y que denotan una sofisti-cación en las artes de pesca. Sin embargo, el uso de los arpones, igualmente documentados tierra adentro, donde hubo de dispo-nerse de un medio acuático adecuado, pareciera más reciente. Junto con la pesca, la caza hubo de ser una de las estrate-gias prioritarias de estas gentes en el marco de la obtención de alimentos. No es raro que, gracias a la proximidad de una fauna como las gacelas, los facóceros, la redunca y el búfalo antiguo, estos recursos cárnicos, y por lo tanto suministradores de pro-teínas, fueran aprovechados con el auxilio, al menos, de trampas y fosos. La tercera gran actividad, y sin lugar a dudas documentada, es el cultivo de plantas, como puede deducirse de terrenos pre-parados por medio de la roturación, tal y como aparece en el sector de Amekni comprendido entre el roquedal y la ribera del ued. Las pmbas arqueológicas indican el uso de varas de aca-c i a ~y olivos para golpear los matorrales y obtener granos co-mestibles. Entre las plantas cultivadas se conocía una variedad de mijo que, posiblemente, fuera almacenado para su distribu-ción y consumo en los grandes recipientes o tinajas caracterís-ticas de su ajuar cerámico. Entre los frutos obtenidos destaca el celtis australis y el celtis intergrifoliu, que triturados y puestos a fermentar consti-tuían una especie de bebida seminarcótica. (Que puede registrar-se como el «charcequén» canario, obtenido con la frutilla de la moeanera.) 18 CELSO NL~RTÍNDE GUZMAN 3. EL N.T.C. (NEOLÍTICDOE TRADICIÓN CAPCIENSE): REVISIÓN CRÍTICA Una de las primeras decepciones que derivan del N.T.C., en el área atlaso-sahariense, es que sus caracteres no son siempre constantes, además de que su limite territorial, por el flanco meridional, queda muy impreciso si s6lo se tienen en cuenta como rasgos definidores de esta diferenciación la presencia o ausencia de microlitos y de huevos de avestruz; decorados. Si se acepta la línea de Cabo Juby -Erg Iguidi como fron-tera entre dos tradiciones- hay que reconocer que las tierras aledañas a los macizos centrales fueron las perferidas por otras etnias, responsables de otras tradiciones e influencias originarias del Sahara Meridional, y que serían los antecedentes comunes de la neolitizacion tanto del área sudanesa como de la cap siense. para tipificar el N.T.C., y el estado provisional de las inves-tigaciones a las que se irán sumando nuevos descubrimientos, se pueden estudiar tres grandes complejos: 1. El Bayed. 2. Qued Mya. 3. Ain Guetara. 1. El Bayed.-Constituye el yacimiento mas meridional del N.T.C. y donde probablemente esté uno de los focos originarios de esta eorrizr,te. En esta mismu. regiSn se hur, Q ~ ~ P I CS&QE-ficativas fechas radiocarbónicas. En El Baida restos de carbón han proporcionado una fecha del 5.150 B.C. La fecha no es aislada, pues de esta misma zona, del sitio de Gil-sur-Yvette, es la datación radiocarbónica realizada en unos caparazones de nc!iircos, cm lmz e,lLm,xiSn crnnnlógica del 5-300 R.C. Una de las constantes, registradas en la dispersión y locali-zación geográfica de los hallazgos, es el debilitamiento de los rasgos capsienses, principalmente en lo que hace a la industria lítica, a medida que se desciende en latitud, a lo largo de un re 32 RNUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS corrido que uniera Constantina, Batna, Hassi, Messaoud y Fort- Platters. En líneas generales, la cerámica es escasa y pobre. Otros rasgos actúan en sentido contrario al de las industrias líticas. Es decir, según se gana en latitud norte. Las cerámicas tenidas como N.T.C., según nos aproximamos a Gafsa, resuitan, por otra parte, y de acuerdo a los fechados radiocarbónicos, más modernas. Este argumento podría moverse en favor de la hipótesis de que la antropodinamia se hizo desde el Gran Erg, y en dirección de Sur a Norte, con lo que su origen meridional estaría garantizado. Ya en el VI milenio, de cualquier manera, la neolitkadón era un hecho implantado en casi todo el Atlas Sahariano. Por otra parte, dicotomías tan notorias como la ausencia de cerá-mica en el neolítico de Oued Mya están señalando los distintos tipos y orígenes de la neolitixación en esta vasta región. La escasez de los materiales cerámicas es uno de los rasgos de los yacimientos meridionales del Erg Oriental. A pesar de la existencia de grandes yacimientos superficiales, y de donde pro-ceden las bellas colecciones del Museo del Bardo, estudiadas por Hugot, es bien poco lo que se sabía de la penetración neo-lítica en estos territorios. Paulatinamente, diversos hallazgos y estudios pueden modi-ficar esta precaria comprensión del fenómeno neolítico. El yacimiento de El Bayed.-Es uno de los hitos fundamenta-les. Estudiado por Aurnassip (19681, en una primera prospección proporcionó unas 400 piezas arqueológicas, además de carbones y restos de caparazones de moluscos que han permitido su da-tación. Su industria Iítica se caracteriza por una tendencia a la vo-luminosidad, que en un principio y debido a lo aleatorio de las muestras dio unos porcentajes industriales totalmente distor-sionadosj con 1 1 6 por ln0 de raspadores, 2,- pm 100 de micrn-litos geométricos, 10 por 100 de puntas de flecha y piezas fo-liáceas bifaciales entre un 1 por 100 y 2 por 100. Muchos de los materiales, recolectados en superficie y sin un rigor mínimo, pueden ocasionar graves dislates en el mo- Núm. 30 (1984) 33 mento de utilizar sus índices como elementos de correlación con otros yacimientos. En líneas generales, la industria Iítica de El Bayed es el re-sultado de un dominio técnico capaz de obtener bellas hojas con dorso rebajado, perfectamente rectilíneo, además de tran-chet, denticulado, y que reclaman, técnicamente, una talla y un retoque con ayuda del yunque. Gran parte de las hojas pueden presentar su base truncada o pedunculada. Los perforadores y los taladros, en los estudios sistemáticos de Awnassip, arrojaron un 10 por 103 en el yacimiento de El Bayed frente a un 25 por 100 en Aouleí. Entre los instrumentos significativos de esta facie indus. trizl mtacz denominada «punt,a Labied»j que no es más que una pieza alargada, con bordes subparalelos, uiseño romboidal y retoques bifaciales. Las puntas de flechas, usadas en la tipología de Hugot, están estimadas cono las mas bellas del Sahara, con una extensa y -..:-..a* +:-el--:- T l.-.-- 1- n+n.Ar.;A* ln .-,,*"nn,-.;n Anl +;-,.P. ,,nv,n4An V a L L a u a ~ L ~ U I U ~ L C Lu.l alla la a b c u u v i i i a auuc~iblau ~ wspv b u i r u b A u u como {{torre Eiffeln, abundantes en Tidikelt y en el Gran Erg Oriental. Los tipos más frecuentes son las puntas pedunculadas y silueta con tendencia ojival. Otros de los fósiles directores de los repertorios líticos son las puntas foliáceas bifaciales, a1 igual que sus característicos discos con bordes biselados. De todas las facies liticas saharianas El Bayed es la que más se asemeja a Tenere. Entre las manifestaciones plásticas hay que indicar la exis-tencia de representaciones de figuras antropomorfas que, evi-dentemente, están relacionadas con el {{período de los bóvidosn. La cerámica recuerda a los tipos incluidos en la tradición capsiense. Es poco abundante como en la mayor parte del Bajo Sahara. Las formas más frecuentes son las esféricas galbadas o con fondo cónico, con decoración pseudo-cardial y que recuerda a la de la región de Ouargla y Oued Mya. Los fragmentos de huevos de avestruz no son tan frecuentes como en los yacimientos septentrionales. Estos, también, han sido aprovechados como recipientes, o utilizados para lograr 34 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS discos y cuentas de adorno. Las investigaciones de Savary (1967) localizaron la existencia de un taller donde se fabricaban ador-nos a partir de fragmentos de huevos de avestruz y tallos fósiles de crinoides. 2. Oued Mya.-Los estudios de Aumassip (1973) han ser-vido para establecer un conjunto cultural protoneolitico, o de neolítico sin cerámica. Muchos de estos yacimientos, sin cerá-mica, pueden ser considerados como epipaleolíticos, pero en otros rasgos se detectan elementos, reflejados en el grado de sus repertorios líticos, que le adscriben, tipológicamente, al N.T.C. Así, son siempre tenidos en cuenta 10s índices de micro-litos geométricos, como los escalenos-perforadores, trapecios, sierras, raspadores y núcleos piramidales. En las series líticas de Oued Mya destaca el elevado porcentaje de hojas con dorso rebajado, con un índice superior a la media registrada en otros yacimientos d.el conjunto N.T.C. del Bajo Sahara. Los microlitos geométricos establecen su índice por encima del 20 por 100. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de las puntas de flecha, cuyos porcentajes son, generalmente, algo menores que en el N.T.C. Entre ellas sobresalen las ((puntas en escudo» frente a las puntas con tranchet, que son escasas. Una evidencia negativa es la ausencia de hachas pulidas, compensadas con un gran desarrollo de otros elementos líticos. Los huevos de avestruz han sido aprovechados como reci-pientes y, gran parte de sus fragmentos, aparecen con decora-ción grabada a base de motivos florales. Aumassip ha propuesto, en atención a un perfecto conoci-miento del yacimiento, denominar esta facies como chadiarien-se », y que se jerarquizaría como un protoneolítico, anterior al neolítico clásico de tradición capsiense. No obstante, tampoco hay que olvidar la existencia, en el Atlas sahariano, de un neolí-tic0 con cerámica más antiguo que el «hadiariense» y que el j%~i=iziltu de Ai7i iIugu ha podido seis feckado en ei 5.550 B.C. Camps coincide con esta misma opinión y, sin querer negar el grado de independencia y originalidad de esta facie, consi-dera que el «had.iariense» no siempre es anterior al neolítico sahariano de tradición capsiense. Núm. 30 (1984) 35 La secuencia propuesta por Aumassip para articular los dis-tintos momentos o subfases del hadiariense, y a la vista de las fechas radiocarbónicas, a grandes rasgos, podría quedar del si-guiente modo: HADIARIENSE NEOLITICO SAHARIANO DE T.C. El Hadjar (4720 B.C.) Chambi 111 (45100 B.C.) Bohn Behl (4340 B.C.) El Hadjar Sebkha (4210 B.C.) 0 Hassi Mouilah (3320 B.C.) n - ="m - E E 2 3. Ain Guettara.-Yacimiento situado al sur de Tademait, =mE ha sido investigado a partir de 1968 y observa la particularidad E de estar ubicado en una zona bastante alejada del área primi- a genia del capsiense y donde, sin embargo, se conservan bastante E arraigados los caracteres epipaleolíticos en su industria. Este rasgo industrial hizo a Balout (1951) incorporarlo en su geogra-fía del capsiense. n E Ain Guettara es un gran abrigo en el reborde de Ja meseta I de Tademait, encajado entre profundas y estrechas gargantas. En sus proximidades aún se conserva una fuente de agua per-manente, lo que habla en favor del emplazamiento con posibili- 2 dad de sedentarismo. La capa arqueológica, de donde procede el grueso de los materiales, fue fechada en el 4000 B.C. y venía informada con escasos restos óseos compensados con la gran abundancia de perlas y cuentas de piedras. Consecuencia ae ia escasez de nuesos es ei necno ae que íos huevos de avestruz, muchos de ellos fragmentados y decorados, aparezcan almacenados como materia prima destinada a la fabri-cación de cuentas y elementos de adorno. Otros tantos fueron sencillamente aprovechados como recipientes. Se pudo hallar 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICASD EL ÁFRIC.~ NOROCCIDENTAL 23 una especie de depósito de fragmentos preparados. La industria ósea está mal representada, pero no totalmente ausente, como lo evidencia la presencia de un alfiler de hueso. De las casi 600 piezas líticas que proporcionó el yacimiento, las hojas con dorso rebajado representaron un 14 por 100, los microburiles el 25 por 100 y los microlitos geométricos llegaron al 10 por 100. 8 - Las puntas de flecha obedecen a diseños muy variados y se acompañan de piezas foliáceas bifaciales. En cuanto a la cerámica, ésta es rara, al igual que en la casi totalidad de los yacimientos saharianos de tradición cap-siense. La decoración usa el peine, pero no aplica la técnica pi-voteante. Como se indicó más arriba, a pesar de la lejanía del 6rea capsiense, este yacimiento conserva las tradiciones epipaleolí-ticas muy acentuadas. Lo mismo puede decirse de la estación X O La Touffe. que ofrece grandes analo.gías con la industria de Ain Guettara, y donde las puntas de flecha alcanzan índices más significativos que los perforadores. Otras puntas, como las de tipo Columnata, son una de las evidencias más claras de esta mutua influencia epipaleolitica. La cerámica, aunque no muy abundante, en X O La Touffe reviste la particularidad. de ofrecer sus paredes totalmente deco-radas, recurriendo a motivos impresos con ayuda del peine y de la técnica pivoteante. También se vale del peine de dos dientes para lograr motivos pseudo-cardiul. e: yaeimierLtGde ~~o-&&,.,L', urTIa puGu íUStiiL-guir dos tipos principales de cerámicas: 1. Recipientes con fondo cónico, de 15 a 20 centímetros de alto y con una boca de 13 a 15 centímetros de ancho. Doci+.-, mnnrn en- . - . - t : - ' I X n C : ~ r i r -inrii.-.+ril+-.ri r- ------:A:--- r soba g r s o - r i ~ g r a ,~ W L aI r r u y r a o b r b u o vr?gct ,ar r ;a y CÍUmtilblUUIS. Estos tipos representan el 70 por 100 del total de las series. 2. Vasos pequeños, de 3 a 4 centímetros de diámetro de la boca. Pasta clara rojiza, con antiplásticos de calcita. Núm. 30 (1984) 37 En e1 sitio de Mellalien, la industria epipaleolítica se ubicó en los niveles inferiores, seguida de un complejo industrial fe-chado en el 3200 B.C., típico del N,T.C., con microlitos geome-tricos y presencia de huevos de avestruz. Los repertorios de la cultura material y el arte En el N.T.C. empiezan a aparecer las lascas voluminosas y las grandes hojas que señalan, en este sentido, una nítida sepa-ración con los contextos laminares y microlaminares anteriores. a Pero iiiica no iiay reisc&,naria, uj=jiiga&- N E mente, con la neolitización, pues las industrias se transforman a o culturales. Es así como hay que entender las piezas foliáceas, n-- m partir del fondo común capsiense y no como resultado de la O E irrupción de nuevas tipologías procedentes de otros contextos E 2 E las puntas, los cuchillos y los raspadores reconocidos en el neo- - lítico sahariano, aun cuando no siempre mantienen la misma 3 proporción. Por ejemplo, son mas raros en la parte septentrio- -- O nal, pero vuelven a ser abundantes al sur del Gran Erg oriental, m E entre Fort-Flatters y El Golea. Es de esta última región de don- o de proceden las piezas más espectaculares. n Dato a considerar, y que no siempre se refleja en los estu- a-E dios, es el hecho de que !as pequeñas hachas trapezoidales son l más numerosas en el neolítico sahariano que en el neolítico del n n Te11 o de la zona de Marruecos. Otro tanto puede decirse de las 3 hachas cilíndricas. Sabemos también que las hachas pulimenta- O das no son muy abundantes en el neolítico sahariano de tradi-ción capsiense. Problema de Las piezas insulares. Un registro definidor lo constituye el de los útiles de hueso estudiados por Camps-Fabrer. En su lista tipológica enumera las piezas características del N.T.C. En el conjunto de estos ins-trumentos norteafricanos, y de los 54 tipos determinados, 43 se registran en el N.T.C., 32 en el Capsiense Superior y tan sólo 26 en el Iberomauritano. De donde podría deducirse que, y se-gún razona Camps-Fabrer, estamos ante una &versificación de formas, resultado de fusiones anteriores. 38 AiZrUARIO DE: ESTUDIOS ATLANTICVS El huevo de avestruz es uno de los materiales aprovechados no solo por los capsienses, sino también por los distintos pue-blos que lo utilizan y lo convierten en variados recipientes, a modo de botellas o copas. Los fragmentos tuvieron también su utilidad al aprovecharse como materiales de adorno, tanto las cuentas y las plaquitas perforadas. Por otra parte, tanto las comunidades capsienses como dos neoliticos~ vivieron en el «área del avestruz». No obstante, hay que reconocer una conti-nuidad detectada en la decoración, donde los motivos grabados en los fragmentos de avestrux de los capsienses superiores con-tinúan aumentando en yacimientos considerados como neoliti-cos. Así, pues, tanto la presencia de microlitos geométricss como la existencia de fragmentos de huevos de avestruz decorados -..-a-- ---. L--a-.-:a^- ---- -.- ..:-A:..^ a- L-.^A:^:^- ,.,.....";-rirri.. p U G U C l l BE1 blcLUUG1UUS C;UlLlU U11 ííI1lUlC;t~ UG Iil&UlGlUIl Ci&PDlGlWGM. Los dos rasgos arriba apuntados -microlitos geométricos y huevos de avestruz decorado's- deben estimarse como defini-tivos en el momento de la adscripción o no de la presunta tra-dición capsiense en los neolíticos. Estos dos fósiles o guías han &A- V ~ - K ~ ~ A , . . P A,.-A- AA;.-,* nfi,imn,i -... m~&.~i:~,.-- L-.~+.-. U.-.~;OL m s u u u u s ~ a u u au cauc ~ u i u rrv A~yyi, G ~ L r s r p u r ~ b a ~ suas aba AICI~IW~IG, en Río de Oro. Mientras que, por el contrario, en el Neolítico del Hogar, en Teneren, y en el conjunto de la tradición suda-nesa, pareciera ser, en lo que se refiere particularmente a los huevos de avestruz, un elemento ausente o una evidencia nega-tiva. Ello contrasta con el desarrollo que han tenido otras ma-iiifestaciones artísticas, como el grabado, la pintura e incluso la escultura, no desconocidas en el desarrollo de la tradición sudanesa. Los motivos representados en los huevos de avestruz gra-hadn inrirt~n~ h r teem is ¿~nL~a!ísticnsr,e presentzcinnes q ~ e parecieran estar inspiradas, sin embargo, en el arte rupestre, igualmente conocido desde Redey (en Tíiez) a Taulet (en Río de Oro). En sus estudios sobre arte rupestre del noroccidente afri-cano, Vaufrey establecirí 1-lna estrecha dependencia entre e!. ~PQ-Iítico de tradición capsiense y los grandes frisos del Atlas. No obszante, las investigaciones modernas toman esta relación con lógicos reparos, alegando que deben ser sometidas a un aná-lisis arqueológico más preciso, sin descartar que la temática de estas obras de arte es común a la que aparece decorando los huevos de avestruz. Estas analogías es lo que ha llevado a Camps (1966) a reconocer que estamos ante un fenómeno ar-tístico unitario. En Abiar Miggi, los estudios de Neuville (1936) han demos-trado la contemporaneidad de la industria Ztica de tradición capsiense con los grabados rupestres. Pero sería igualmente precipitado unificar todo el conjunto de arte rupestre del Sa-hara -haciendo caso omiso de estilos, temas y entornos. Evi-dentemente, las pinturas y los grabados de Tibcsti y Ennedi pertenecen a otro mundo, ajeno al capsiense, diferencia que ya ha sido sefia,la,&p clrcc12 eer&$ca donde 10s tipos sq&ati=fon-d;ies contrastan, en varios rasgos, con los del Brea meridicional de la fachada atlántica. Por otra parte, una detenida revisión de las mismas pinturas y grabados, en lo que concierne a los tipos humanos allí representados, hará caer en la cuenta de que nos encontramos frente a dos etnias diferentes, separadas en el tiempo y en el espacio. La frontera o área de contacto entre el N.T.C. y el N.T.S. Citaremos varias estaciones significativas donde ambas tra-diciones culturales entran en contacto. El yacimiento denomínado Avestruz V está situado en el bm-de oriental de1 Erg Chech, y fue estudiado y dado a conocer por Mateu y Favergeat (1965). Su industria lítica ha sido incluida dentro del N.T.C. teniendo en cuenta que el índice de microlitos llega al 25 por 100, des-tacándose entre ellos los trapecios. Las puntas de flecha están igualmente representadas con un 8 por 100. Además de estos rasgos capsienses detectados en sus re-pertorios líticos, se han localizado otros elementos interpreta-dos como próximos u originados en el N.T.S., y que recuerdan, mi i r r ~f?Tcz8, qxe j p A ~ r ~el ~s~eeazt~je = de El Bayed, L*&.+J tales las piezas foliáceas, las hachas y las azuelas pulidas. Los utensilios de hueso están representados en los punzo- 40 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TR.4DICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA WOROCCIDENTAL 27 nes, espátulas, perforadores y algunas cuentas. Entre los ador-nos se han reconocido fragmentos de brazaletes de piedra. Pero el rasgo más meridicional y que conecta con el N.T.S. es su cerámica, donde se repiten los grandes recipientes semi-esféricos, tan caraoterísticos del Sahara Meridional y Central. Estos tipos cerámicos son desconocidos en el N.T.C. La decoración recurre al uso de los punzones y del piene, aplicando la impresión de técnica pivoteante. El análisis .de los materiales cerámicos ha permitido reco-nocer lz yuxtaposición d.e dos corrientes culturales: 1. Una industria lítica con presencia de huevos de avestruz, ambos elementos típicos del N.T.C. 2. Una cerámica que hay que entender dentro del complejo saharo sudanés o, lo que es lo mismo, dentro del N.T.S. Son varias las cuestiones que se pueden plantear a partir de esta dicotomía ergológica. Pues, mientras los capsienses g los grabadores del arte rupestre norteafricano son de etnia medi-terránea, los portadores de las tradiciones sudanesas -y que usan la impresión pivoteante- son negroides. Podríamos, pues, estar frente a un fenómeno de tamización cultural, con la co-existencia, en un mismo territorio, de varios grupos convenien-temente jerarquizados. De cualquier manera, lo que queda claro es el hecho constante, o esporádico, de unos contactos cultura-les establecidos entre dos corrientes neolíticas, cada una con un origen distinto y poseedoras de equipos técnicos diferentes. Un yacimiento adecuado para tipificar este género de con-tactos es el de Oued Zeggag, donde en un total de 55 recipientes cerámicos se pudieron distinguir dos series: A) Con tipos globulares, con fondos pedunculados y que son desconocidos en el Magreb y resto del Sahara. R) Con t i p s esfemidcles, de fmde de tmdemir, cániea y una gran boca, y flancos algo galbados. La decoración, en ambos tipos, está hecha a peine e insta-lada en la franja próxima al borde. Junto a estas cerámicas, presumiblemente meridionales, aparecieron otros elementos aso- ciados, como cuentas de collar, hachas pulidas, perforadores y piezas foliáceas, que han de valorarse como procedentes del mundo de las tradiciones capsienses. El análisis de las muestras, sometidas a radiocarbono, pro-porciono una edad de 3370 B.C., dato que sirvió para poner de manifiesto la relativa antigüedad de los contactos entre los neo-iíticos septentrionales (o capsienses) y los meridionales (o su-daneses). Estudios más recientes han ido mejorando el incompleto panorama arqueológico del N.T.C. en el Sahara noroccidental. En Hassi Menikel, Aumassip y Estorges (19701, y en una vieja sebja, localizaron un yacimiento con una industria lítica muy desarrollada y cuyo índice de raspadores alcanzaba el 12 por iGO, porcentaje que no se registró ni siquiera eri Ei Bayed. Hassi Manikel es un enclave fronterizo, situado entre lo capsiense y lo sudanés. Las afinidades capsienses quedaron tes-timoniadas en la industria lítica con un 21 por 100 de piezas con muescas, nn 13 por 100 de microlitos geométricos y con la sigTiifica'civa de la eai=acteristica p-mLta. tipe, {(turne Eiffeln, por otra parte tan abundante en el Gran Erg Occidental. El huevo de avestruz es otro de los rasgos capsienses recono-cidos en este yacimiento, aun cuando los fragmentos decorados sean escasos. Por otra parte, las influencias sudanesas están presentes en la cerá.mica con un predominio de la decoración con piene. En la zona opuesta al Gran Erg Oriental, y en las proximi-dades de Beni Abbes, se estudió por Mateu (1970) e1 yacimiento de Foum Seiada. Por su industria Iítica, con elevado índice de ~ - ; n r r r l ; G ~ - r \ rirrr, 1lnn.- -1 1q -nr lnn 0.n loc nioonr rafnnndoc TI. I I I I ~ L V L L ~ ~ L J I I I V~, U iGL c s a al r u PUL ruu CAL r u o y~buuur uuvvuluuiu J en un 42 por 100 en las no retocadas, con trapecios, triángulos y segmentos, pudiera muy bien quedar adscrito al N.T.C. Le es característica una punta triangular, con dorso curvo y base cón-cava, que sus investigadores denominaron «punta de Foum U.qVWo' iCnVdCnV\" \, D i i n nisndn s~h yp, nr p s t e r j ~ r e~~~ mp a r - _ c i ~ n e ~ , LVUIl v-WI2U" que no es exclusiva de este lugar. Se ha encontrado en otros ya-cimientos, como Hassi Mauda., Beni Lkhlef, Abd-el-Adhim, etc. Diseños de puntas, con base cóncava y aletones, recuerdan al tipo ((torre Eiffeln, ejemplares que son prácticamente desco- 42 ANUAIZO DE ESTUDIOS ATLAArTICOS LAS TRADICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTAL 29 nocidos en el Atlas y en Río de Oro, aun cuando ocasionalmente, se les haya localizado en las latitudes de Ouargla y Fort-Flatters. 4. EL NNEOLÍTICOENN EL ATLAS SAHARIANO En el área del Atlas sahariano la neolitización penetra en las Altas Llanuras y al Este de la zona del Tell. Este neolítico occidental se caracteriza por una mayor abundancia de cerámica en comparación con el neolítico de la zona oriental. Su cerámica: aparece decorada con la ayuda de técnicas tan conocidas como el peine pivoteante, que, precisamente, es un n 1 n m ~ r i C n ;nrrrirnrlr\ -nr lnr, nazomicfoc de! & r a crivfit~! de! Gr t i r r r c r ibu r g u u s ~ u up u r rum v-I O~ALILDUCID N.T.C.,c omo fo es el Te11 argelino. Para su tipificación mencionaremos algunos de sus yaci-mientos más característicos: Ain Naga, situado en la región de Messad y estudiado por Grebenart (19691, proporcionó una interesante estratigrafia, donde quedaba fuera de toda duda la superposición del neoli-tico al Capsiense Superior. Otro dato a considerar fue la super-abundancia de huevos de avestruz, que significan, proporcional-mente, un incremento seis veces superior a la media de otros yacimientos norteafricanos. Esta abundancia podría tener algún fundamento ecológico o en determinadas condiciones bioclimá-ticas. Con relación a su industria Iítica, los índices están muy pró-ximos a los reflejados en el conjtinto capsiense de la capa in-ferior (Capsiense Superior). Así, los diagramas acumulativos, realizados por Grebenart, han servido para establecer las si-guientes comparaciones: - Microburiles: Capsiense, 30 por 100; Neolítico, 35 por 100. - Dorso rebajado: Capsiense, 22 por 100; Neolítico, 15 por 100. - Raspadores: Capsiense, 9 por 100; Neolítico, 7 por 100. - Microlitos: Capsiense, 15 por 100; Neolítico, 11 por 100. - Denticulados: Capsiense, 12 por 100; Neolítico, 7 por 100. Núm. 30 (1984) 43 30 CELSO MARTÍND E GUZMÁN Los porcentajes son menos coincidentes, precisamente, en lo que se refiere a los microlitos geométricos: en el Capsiense sig-nifican casi un 80 por 100 y en el Neolítico el 49 por 100 del total de la serie. Por su parte, la cerámica se caracteriza por estar dotada de elementos de suspensión y aprensión, como los mamelones y pequeñas esas decoradas. La fecha de 5550 coloca a este yacimiento en la fase inicial de la neolitixación y se interpreta como un capsiense neolitixado, y no como un neolítico capsiense. La región de Tiaret une la novedad de que junto con los abundantes yacimientos neoliticos aparecen algunas estaciones próximas corr arte rupestre: Los estudios sistemáticos fueron iniciados por Bayle (1955) y continuados por Cadenat (19681, con el reconocimiento de una industria Iitica, más bien escasa, y algunos útiles pulimen-tados. . . wn nl,..,.-A.-. T7nm. -.--+,.m m- 'h- --2:2- --*t:c:--- 1- -----+--*m: UIL a L S u I í u D y a t i ~ l l l l ~ l l ~ 13 wG 3 ll a j + J U L U U C;Gl LIULGiZI la Y U A b a p U 3 L - c i ó ~de los grabados con el contexto arqueológico neolítico. Una de las características más notorias es la densidad de los asentamientos. En un área de 20 kilómetros se han localizado y estudiado un totstl de 33 yacimientos. La tipología del utillaje Iítico viene definida por sus puntas de flecha, que han servido para su adscripción neolítica. Las fechas radiocarbónicas van desde el 3900 al 3300 B.C. Destacan las hojas con muescas, con índices desde el 50 por 100 en Co-lumnata al 61 por 100 en Benia de Nador. ~ s t a npr esentes los -:,-,1:4- +.e-. --.-m ----:-- A-7 -..-m----- r u r b r u r r b u 3 LILC Z ~ G & Jp~ , V J + U ~ UGI C ~ ~ ~ ~ ~ G LLA8D i?Giw. Ur p ~ l Ckk las puntas de flechas son pedunculares, rasgo que ha sido inter-pretado como una influencia meridional. Sin embargo, los Útiles en piedra pulimentada son desconocidos. En cuanto al portador cultural, se le quiere hacer de proce-fjeiiciialie ~~~ei~i~#&Eiilelgeaad, o Fa zoma en trmscurso del capsiense, instalándose en el Norte de Africa con independencia de los anteriores mechtoides. A excepción de Benia de Nador, todos los yacimientos han proporciona.do cerámica, con una mayor presencia en Colum- 44 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES HEOLÍTICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTAL 31 nata, donde se vuelve a comprobar las influencias mediterráneas en los vasos de fondo cónico con decoración limitada a las pro-ximidades del borde. La técnica decorativa se logra con la im-presión a golpe de estilete y «espinas de pescado)), con incisio-nes y otros rasgos simples que son comunes a la zona del Te11 y a la región capsiense. Una de las innovaciones introducidas es la utilización del peine, elemento desconocido, por otra parte, en las Cuevas de Oran. La zona no ha sido muy estudiada, a pesar de sus inmensas posi'~i1idacies arqueoiogicas. Los estudios de Jod¿r (1956) en la cueva de Kheneg Kemdsa sirvieron para distinguir dos niveles neolíticos, ambos empobrecidos. El nivel superior sólo dio 75 piezas, entre las que destacan una punta de fecha, una punta foliácea bifacial, un hacha pulida y 10 fragmentos cerámicas ¿-íwoi%.*~"s En Toulkine, Glory 119521, en la zona de Alto Atlas, ubicó una industria de sílex próxima a los conjuntos grabados de Oukai-muden. Entre estos útiles destacan unas puntas de flecha pira-midales, triédricas, obtenidas con aplicación de una talla tri-facial. El resto de los materiales fue atribuido a un N.T. Ibero-mauritana. Se conocen un par de ceramicus, procedentes de esta zona, decoradas con motivos curvilíneos, realizados con puntos irn-presos. Dentro de este mismo contexto del «neolitico» del Atlas ma-rroquí habría que incorporar el «mogadoriense» de Antoine (1952) localizado en el yacimiento de Cabo Sim. Una de las piezas características, de este conjunto neolítico, sería una gran punta triangular o trapezoidal preparada con retoques abruptos o semiabruptos. La zona del Anti-Atlas pareciera mucho más rica que el Alto Atlas en lo que se refiere a los establecimientos neoliticos, pero son escasos los estudios sistemáticos realizados en el área de indudable interés para explicar parte del poblamiento y de las tradiciones de la región frente al Archipiélago Canario y con la que las islas pueden tener alguna correlación arqueológica. Las investigaciones en Bani, Sagho y Tafilalet han puesto de relieve el empobrecimiento de una industria litica atípica, rasgo que recuerda a la rudimentaria industria Iítica canaria. En esta misma zona, Simoneau (1971) ha documentado la existencia de importantes complejos de arte rupestre. Algunos yacimientos, como el de Kef Axixa, de un gran valor para com-pletar el conocimiento de la zona, tuvo la mala suerte de ser arrasada. Se trata de una de las regiones donde se hace necesario intensificar las investigaciones, pues es casi prácticamente des-conocida. En la región del Sahara Occidental el neolítico está bien re-presentado. Los trabajos de investigación se remontan a los de Reygasse (1924) en Abd-el-Adhim, al SW del Gran Erg Oeciden-tal, y a unos 24 kilómetros de Ksabi. Muchos trabajos nunca fueron publicados aun cuando se co-nocen de referencia. Es el caso de los yacimientos de Zmeilet Barka, Oued Zeggag o Hassi Mauda. Las escasas noticias apenas dan datos de interés, o en el mejor de los casos son incompletos. En Zmeilet Barka se recoleccionaron hojas de dorso re-bajado. Las fechas radiocarbónicas han atribuido a este yaci-miento una antigüedad de 5700 B.C., lo que llevaría al reconoci-miento de una temprana neolitixación del Sahura nor-occz'den-tal. Esta fecha se sigue escalonando, en Hassi Mauda, estudiado por Mateu (1964), que dio una cronología absoluta del 4380 B.C. Frente a la existencia de series líticas bien representadas, con hojas de dorso rebajado, la cerámica es escasa, sustituida quizá por los abundantes huevos de avestruz. En el Erh Chech (Hassi Bou) se localizó un conjunto neolítico fechado en el 4400 B.C. Todo llevaría a admitir la existencia de una neolitixación del área noroccidental sahariana, documentada ya en el VI mileno. ¿Quedó Canarias al margen? 46 UUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Un capítulo particular merecen los asentamientos de la fa-chada atlántica marroquí. Hasta no hace muchos años, y sin criterio muy riguroso, este (tneolítico atlántico)) era incluido, en su totalidad, dentro del neolítico de tradición capsiense. Una revisión de las excavaciones y los materiales ha desmen-tido tal atribución capsiense, en aquellos asentamientos ubicados en las proximidades de la costa, donde se localiza la existencia de concheros, equiparables por sus dimensiones con los kjokken-modding. En la región de Temara, en Bled Ajer, ocupan extensiones & varios kilóm&rii, y 1Iqpn a &inzar u l t ~ r a&~ . h & ~ca si tres metros. En este sentido, los concheros marroquíes son más potentes que los esparcidos por la costa occidental sahariana. Uno de los rasgos destacados del Marruecos Atlántico es su cerámica. Se distinguen tres conjuntos: 1. La cerámica acanalada. 2. La cerámica con asa interna. 3. La cerámica de tipo «El Kiffen)}. La cerámica acanalada fue localizada en Cabo Achakar, y estudiada por Jodín (1958). Se le denominó acanalada en aten-ción a los largos trazos en la parte superior de la panza y en los cue!Ios. Por lo demás, por el tipo de impresiones, con tallos espinosos y calarnos, es sirnilar a la del litoral argelino. La parte superior de la panza suele estar decorada y los fondos tienden, -.. ,,.,n.40 n l n c Aicnñnc nrínirinc. T nc fnctnnoc Annnnotirrne en ~ I JI U I I I ~ J U Ila , U AV- - - u v ~ ~ vvuv - r ~ v v uu v- s u u v v r r u o U~UVIUUI Y VD DG instalan en el cuello, o aparecen encajados en la zona de deli-mitación entre el cuello y la panza. Se conoce también la técnica de impresión con aplicación de peines. En Achakar, y asociados a cerámica cardial, Buchet había en-c m t r x b Gnec interesantes idn!i!!nr rnnmnrfm y n??fr~pnmerfm que, igualmente, recuerdan a las « tibicenasn canarias. Otro tipo de recipiente está dotado de asas funicuhres, in-ternas, que pueden ofrecer una o dos perforaciones. Los vasos son de fondo curvo y en la mayor parte de los ejemplos ofrecen 34 CELSO MARTÍN DE GUZMÁN una carena, aun cuando su decoración es muy breve, a base de incisiones e impresiones débiles. La industria lítica es de una mediocridad notoria, con algunos raspadores, puntas y perfo-radores. En el estrato 3 de Dar-es-Soltan, con este tipo de cerámica, se documentó un recipiente de tipo campaniforme. De cualquier manera, su datacion cronológica ha de ser reciente. Las hachas y las amelas son rasgos definidores de este neolítico atlántico-marroquí. En la necrópolis de El Kiffen, estudiada por Bailloud (1964), se pudo localizar un conjunto de vasos funerarios que habían sido utilizados para depositar los restos descarnados de unos 17 individuos, reunidos en un enterramiento de tipo colectivo. La riecrópopis El 1p;'Lfjpeii.uip ui.z;aiiS total Je 43 piezas cerámicas, lo que le convierte, con Qued Zeggag, en el yacimiento con mayor número de unidades cerámicas de todo el Africa del Norte. El conjunto cerámico se ofrece con una determinada unidad tiauimuLa, na. 7u- u bn u~ ranumuiul nn l * n v i n r C n n ; n Ari fnvrvinc. nc. r r n r : n r l n T r\n GL L G ~ G LIA JLLU u- r u r r r i a n GD v a r l a u u . UUD fondos de estos recipientes, interpretados funcionalmente como tazones y escudillas, observan tendencia curva, semicircular o bien cónica. Uno de los tipos, y que no ha podido ser documen-tado en ningún otro yacimiento norteafricano, es el vaso de panza esférica, dotado de un pronunciado cuello cilíndrico. Estas formas tienen su cori-espondencia en la cerámica de Almería y sería un argumento a favor de las conexiones con el SE penin-sular. Otros tipos se definen como troncocónicos, con fondo plano, igualmente reconocidos en el Sur de la Península. En U. 10s e!ement% de z ~ ~ ~ P E sC~VS í*CPC, llrre 2 !S USES furriculares, con perforación horizontal o vertical, y que, en rea-lidad, no son más que tubos de arcilla de hasta 9 centímetros de longitud, aplicados en sentido longitudial y vertical a las pare-des, aproximadamente a la altura de la panza. Las perforaciones f r ~ gmn tne,l e lar hnr i inntal~sP- nr p r - te, el diseño de estas asas recuerda a sus similares de los vasos de piedra, tan frecuentes y característicos del Norte de Africa. El sistema decorativo es bien sencillo y acude a la impresión simple del peine, con desconocimiento de la impresión pivoteante 48 ANUAIllO DE ESTUDIOS ATLANTICOS que hemos señalado en otros conjuntos africanos. Las zonas de-coradas se instalan, preferentemente, en las proximidades de la boca del vaso o descienden, formando bandas verticales, a lo largo de la panza. Las matrices describen rombos y zig-zags. Este tipo de decoración impresa, se completa y enriquece puliendo la superficie externa o, en algunos casos, recurriendo a un en-gobe rojo muy vivo. Los datos cronológicos fechan estas piezas en el 2340-2380 B.C. La industriu litica, localizada en sus niveles más profundos, corresponde a la tradición epipaleolítica norteafricana y, eviden-temente, es más antigua que las propias sepulturas. Asociada a la cerámica, es decir, a la necrópolis, aparecieron algunas hojas de dorso rebajado, hojas geométricas (triángulos, trapecios), unos 10 raspadores, asi como numerosos núcieos y lascas con retoques sumarios o sin retocar. En síntesis, la valoración de El Kiffen se puede hacer desde una perspectiva de deudas o influjos que desde el Sur de la pe nínsula ibérica alcanzan la costa norte marroquí. Su adscripción cuiturai corresponde a un momento intermedio situado entre el neolítico cardial y el vaso campaniforme, elementos igualmente documentados en el litoral africano y que vienen a sustentar la idea de unos contactos, aunque no muy profundos, sí al menos prolongados en el tiempo, y a lo largo de distintos momentos culturales. En paralelismo con las cerámicas del litoral argelino, la costa marroquí presenta una clara diferencia debido, precisamente, a estos aportes de procedencia ibérica y a la presencia particular de hachas y azuelas de piedra pulida que enriquece los reper- A--'-- 7 1-1 - - - ~,unus el-gulugicos de esias cümiiiidade~. 7. Los ASENTAMIENTOS DESDE LA CUENCDAEL DRAAA CABOJ UBY T rrn rrn&-:r\-+nn Antfiri+.-.Ann rr- 1- *.rn-:n l:+~.nnl n+lK-C:rii, aun y ~ U L A L A G L L I , ~ ~U G ~ C ~ ~ ~GULI UiaJ s s a ~ay is bus al abrrwrbiba, UGB-de el Sur de Marruecos al paralelo de Cabo Juby (latitud 28O), frente al Archipiélago Canario, están representados por una serie de asentamientos costeros, asociados a cerámica y huevos de avestruz decorados. Núm. 30 (1984) 49 En el conchero nirmero 2 de Poxo Tacat están documentados los microlitos, pero es significativa la ausencia de cerámica. Son conocidos los microburiles, los perforadores, las hojas de dorso y las pequeñas hojas. E3 conchero de Taulet dio una cerámica de aspecto burdo, con asas, cuya adscripción parece problemática. Ausencia de puntas de flecha, pero desarrollo de las hojas retocadas, de sec-ción triangular o con muesca, además de cuchillos, raederas, raspadores y perforadores. En el conchero número 2 se encontraron fragmentos de hue-vos de avestrux decorados con figuras zoomorfas y que por el trazo evoca al arte rupestre naturalista del área del Atlas. En uno de los fragmentos se ha grabado un dibujo geométrico que por su tema en espina recuerda a los de la decoración cerámica. La cerámica aparece con decoración cardial, con diseño cur-vo y galbo pronunciado. Los antiplásticos son de composición micácea. En Cabo Jubg el conchero número 3 dio abundante material arqueológico, situado a unos cinco kilómetros del mar. Son frecuentes los restos de helix, patelas y mejillones, especial-mente las púrpuras. En su industria lítica sobresalen los bellos ejemplares de hojas retocadas. raspadores sobre hojas y discoidales, puntas con pedúnculo y aletas, tanto de talla bifacial como unifacial. Algu-nas de estas puntas, por su diseño, se aproximan a las tipo ((hoja de sauce)). No faltan los cuchillos sobre hojas. Los microlitos están peor representados en algunas puntas y ((medias lunas)). Ectre e! mzteria! Scen se IocalbS una pr?nta de flecha, reali-zada sobre esquirla de hueso. También se recogieron fragmentos de huevo de avestrux. Pero lo más notable de esta estación es la cerámica, con de-coración en zig-zags obtenida con peine, ruedecillas y punzones. Las s~perficies esián a veces &xcoradas imitarl&j la c&eria. No faltan fragmentos con las superficies lisas, sin ningún tipo de decoración. En ambos la coccidn es de buena calidad. 50 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANT.ICOS LAS TRADICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTA~ 37 En Ogranat también se reconoció una industria lítica, con un fragmento de ceramica con decoración cardial. Otra de las piezas connotativas fue una punta ateriense. Almagro (1946) llegó a aistinguir, de acuerdo a los distintos grados de patinación de los materiales, dos series industriales: 1. Un conjunto atero-esbaikiense y que estaría denunciando una penetración en la zona, testimoniada, aunque de modo aislado, en la punta pedunculada además de las raederas y las puntas de talla bifacial, bien terminadas. 2. Un conjunto neolitico: informado por útiles y técnicas del N.T.C., con puntas sin aletas y cerámica de decoracion cardial. Otras estaciones, que van jalonando el cauce inferior y me-dio de Saguía, son las de Amuiserat el Beida y Ausimegt~e~s ta última en la margen izquierda y próxima, a una estructura tu-mular, de donde procede una sola hoja de sílex, con extremo retocado. En Tifiguinen volvieron a evidenciarse las dos series indus-triales. Una perteneciente al Ateriense y otra al N.T.C. En la margen izquierda, en El Hassaiat, se recogieron distintos Útiles con presencia de microlitos y hojas retocadas en los bordes, lo que hizo pensar en un N.T.C. En Harmatx vuelven a encontrarse los restos de un taller lítico, con muchas piezas sin retocar. De Tenhgrad proceden unas hachas puiimentadas, de 10 a 15 centímetros, que son interpretadas como neolíticas. La cerámica, aunque en pequeños fragmentos, vuelve a estar presente en Seken Chebar, con superficie decorada con técnica cardiul. En El Menehat se recogieron hojas finamente talladas, pero sin ningún otro dato que le permita, con seguridad, adscribirlas. En estas zonas las hachas de mano empiezan a ser abundantes. Se conocen algunas procedentes de Ayerab. Ya en la Hamada, en las cabeceras de Xaguia-el-Hamra y en los nacientes de Uad Eskaikima y Amagat, se localizó una pe-queña punta bifacial, interpretada como del neolítico sahariano, con la particularidad de documentarse en las inmediaciones de una estructura tumular. Las puntas de pedúnculo y aletas están representadas con más de 100 ejemplares, y tienen unas dimensiones que van de los dos a los ocho centímetros. Algunas ofrecen aletas asimétri-cas y los pedúnculos cortos. Varias de ellas están totalmente retocadas, bifaciaimente. Un dato a señalar es la ausencia de flechas de base cóncava y las de perfil losángico. Los microlitos no son muy abulzdantes. Almagro (1946) tan sólo localizó ocho a ejemplares, correspondientes a puntas de sección transversal, N bifacialmente retocadas, y a {(cuartos de Iuna)). Igualmente se O localizaron algunos microburiles. Todos estos materiales fueron n-- m reconocidos por Almagro como pertenecientes al N.T.C. dentro O E de la hipótesis del gran desarrollo de esta corriente neolítica, E 2 E según había expuesto Vaufrey y que presumiblemente iba desde - el Mediterráneo al Senegal. No obstante, Almagro indicaba que 3 que debería llamarse {(neolítico de tradición capsiense saharia- - - 0 na». Uno de los rasgos definidores de esta facie sería la ausen- m E cia de cerámica. O En un intento de datación, se recurrió a la tipología de algu- n nas puntas de flecha, como las losángicas, similares a las de -E a El Fayum B, y cuya estimación cronológica se situaba en el 2 n 4300 B.C., reconociendo la distancia entre los dos yacimientos, n n y el tiempo necesario para recorrer dicho espacio, además de los 3 O típicos fenómenos, tan frecuentes en la prehistoria africana, de la perduración cultural. En resumen, el mismo Almagro apun-taba: «Para fechar aproximadamente la época de esta cultura, en Tamma, sólo tenemos como pmto de referencia la coinciden-cia tipológica de algunas puntas de flecha, como las de tipo pis-i; iiifome, las de aletas asim&icas, las & peacelo y aletas, & como los rnicrolitos de sección transversal, todas las cuales se hallaron en Egipto con fechas fijas. Las puntas de aletas y pe-dicelo, ambas cortas, que se ven siempre en Taruma, son un mo-delo especial que parece derivarse del tipo losángico, como tran- 52 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLdNTICOS sición al de pedicelo y aletas plenamente desarrollado» (Alma-gro, 1946). En el conchero de Agdi Baba AZi se reconocieron fragmentos de una cerámica burda, pero con decoración cardial, además de1 uso del peine y las incisiones. Los repertorios líticos ofrecieron puntas, raspadores sobre hojas, cuchillos, hojas de talla bifacial y que aparecen prácticamente recubiertas de (tconcheros)). De aquí proceden las colecciones recogidas por don Ricardo Duque, que se incorporaron a los fondos del Museo Nacional de Cien-cias Naturales de Madrid. También Santa Olalla (1941) giró so-bre el territorio algunas prospecciones que no llegaron a publi-carse. De1 Poxo de Zug snn conocidas 1-mas p1int.a': de f!ec_h-! que fi?o ron levantadas en las proximidades de unas estructuras tumuía-res, pero en un contexto sin cerámica. Distintos fragmentos de cerámica decorada con impresiones, con cardium y ruedeciila proceden de Gleibat Tararat. Estas piezas cerámicas, de pasta clara, suelen tener en el borde el labio indicado. E1 yacimienta se encuentra a unos 40 kilómetros al Oeste del Pozo Zug. Se trata, excepcionalmente, de una cueva de donde proceden otros materiales líticos, semejantes a los encontrados en los talleres ubicados a cielo abierto. 9. EL MARCO PALEOECOL~GICO Y SU RELACIÓN CON LA ARQUEOLOG~A Quizá un estudio detenido del medio físico sirva para delimi-tar las características y peculiaridades de este litoral atliLntico que corre frente al Archipiélago Canario, en el borde del «sopor-te continental)). Hay, al menos, registrados dos períodos, con condiciones negativas para ensayar un genero de vida subsidia-rio de algunas de las mejoras neolíticas, como pudiera serlo la economía ganadera. Los anzilsis pnlintcns m n mmpletmCln, jiin-to a los registros faunísticos, las variabilidades del nicho ecoló-gico en los Últimos cinco mil años. Están perfectamente localizados dos períodos más áridos que el actual. Uno que va del 4000 al 3000 B.P., y otro que se genera el torno al 2500 B.P., y que coincide con la vuelta de las trans- Núm. 30 (1984) 53 gresiones. Como norma general, y al margen de las excepciones locales, se puede decir que los períodos h.zimedos favorecen Ea presencia del hombre y que las transgresiones quedan estrecha-mente ligadas al género de vida marítimo, responsable de esos grandes concheros que jalonan la costa. Por evidencias arqueo-lógicas, también se sabe que muchas especies faunísticas fueron cazadas por el hombre, tal y como ese deduce de los sitios de descuartizado, circa 2000 B.C. A la fauna continental, y particularmente a1 norte del para-lelo 210, hay que sumar la importancia que cobra la fauna ma-rina, con presencia de focas y cachalotes, indudablemente apro-vechados por el hombre (Ortlieb, 1976). La fauna de invertebrados esta representada en ei Cymb.ium sp., el Conus papilionaceus y el Hexaplex hoplites. Hay eviden-cias de que estos moliascos se consumían, bien crudos o pasados por fuego, como lo demuestra los restos de hogar. La dieta ali-mentaria podría completarse con otras carnes, de gacela, bóvidos y liebres en menor porcentaje. Algunas de estas conchas han sido perforadas y utilizadas como adornos. La caza pareciera más intensificada, contrariamente a lo que podría deducirse del nicho ecológico al que hemos aludido an-teriormente, hacia el norte. Esta diferencia debe responder a tradiciones ergológicas más que a posibilidades reales, pues es hacia el sur donde se hace más abundante la fauna terrestre. Estableciendo una frontera provisional, se puede decir que del paraJe10 2n0 para arriba las: actividades c?- caza cohrzn cierta importancia y del paralelo 200 hacia abajo es la pesca la activi-dad más sobresaliente de estos pueblos. Eh Chami los restos de fauna terrestre son relativamente abundantes, con facócero, orix y buey. TuT-rml uA-,a.-w tiurruirl a LL-U-U' -U-S ~--SLL-U- S.~ - . -U- 1 -~7 -U- I UeSs ia, caza dei avestruz, además de la utilización de sus huevos como recipientes, muchos de los cuales han sido decorados con motivos grabados. Sus fragmentos también son aprovechados y convertidos, previa per-foración, en cuentas de collar. 54 ANUhRIO DE ESTUDIOS ATLAhTICOS De Cap Tafarif a Senegal, el tipo de sitio cambia de manera radical. Los depósitos de conchas se convierten en auténticos kjokenmoddings, llegando a alcanzar un espesor superior al me-tro. El utillaje es mínimo y la cerámica está ausente. Los dep6- sitos son, casi exclusivamente, de A.nadara senilis, pero sin con-texto cultural exacto al que hacer referencia. Tampoco ha podi-do localizarse ningún enterramiento. Para Petit-Maire, en esta latitud tiene lugar una especie de cruce de caminos: «Les migra-tions venus du Nord, en suivant le littoral, et de lYEste, n suivant la frange habitable du Sahara (plus haute en latitude a la perió-de moins aride considerée ici), se sont probablement heurtées (et m6tissées) approximativement au niveau du Cap Tafaritn (,Petit-Maire, 1979). 10. ALGUNOSD ATOS SOBRE &A POBLACI~N: ESTADDOE LA CUESTIÓN El estudio de los distintos restos humanos ha servido para trazar las líneas del poblamiento de esta región. En Ixriten, en el paralelo 28" (el mismo que cruza por su mi-tad a la isla de Gran Canaria), se han encontrado, en una duna fosilizada, restos pertenecientes a un individuo y que fueron datados en el 4100-4120 B.C. Esta fecha pudo ser ampliada en relación con la ocupación del sitio que, en los niveles de superfi-cie, abundante en restos de caparazones de moluscos arrojó una fecha aún más antigua, de 7500 B.C. Por si fuera poco, y en un contexto industrial epipaleolítico, unos restos de carbón, pro-cedentes de las excavaciones de Brebenart (19751, dieron una antigüedad de 8430-8180 BC. El estudio detallado del esqueleto dio por resultado la evidencia, a niveles de morfología, con el tipo de Mechta-el-Arbi, individuo cuya expansión territorial está documentada en la región que va desde Túnez a la misma lati-tud del Archipiélago Canario, donde conforma uno de los aportes étnicos más significativos. Se trata de una línea antropodi-n5mica que se inicia en torno al 10000 B.C. y que perdura hasta el 4500 B.C. En Sebja Laasailia, en el paralelo 26, fue encontrado por De librias un conjunto de 16 sepúlturas, correspondientes a tipos antropológicamente distintos a los de Izriten. Las fechas radio.. carbónicas dieron unas estimaciones mucho más recientes, del orden del 740 i: 110 B.C. y el 1100 & 1110 B.C., en un contexto cultural definido como neolítico tardío. Más hacia el sur, en Sebja Amtal, paralelo 23O, un enterra-miento de ocho individuos, sepultados en una duna fosilizada que bordeaba un antiguo golfo noukchotiense, y en un contexto cultural típicamente neolitico, ha dado una fecha de 220 -c 100 de la Era, cifra que quedaría homologada a la generalidad de los hallazgos canarios. En Sebja MaharZat, paralelo 220, Delibrias ha estudiado los restos de cuatro individuos, asociados a una ergología neolítica, a N c m ims? msircsdu, tmclemiu. a! srcu.ismo. De este si ti^ se psem dos fechas radiocarbónicas. Una más reciente, del año 1000 de O n - la Era (igualmente homologable con las raüiometrías canarias), =m O y otra mucho más antigua, que corresponde a los hallazgos de EE superficie de las conchas, y que dio los 3360 B.C. 2 E = Otro esqueleto procedente de Sebja Lernhereis, paralelo 220, y también en contexto neolítico, corresponde a un individuo de 3 - constitución robusta y cuyos rasgos se aproximan a los uhom- - 0m bres de Tintánn. E O En Sebja Edjaila, paralelo 210, en una necrópolis ubicada en una duna y que dio un total de 50 sepulturas, con ajuar neolíti- n -E co, las fechas obtenidas se sitúan en el 1020 1: 1110 B.C. a 2 En Sebja de Tintan, que es una de las mayores necrópolis n 0 neolíticas del occidente africano, con una extensión de casi dos hectáreas, han sido localizados unos 100 individuos, pertene- 3 O cientes a una variedad robusta, de gran altura y que recuerdan a los hombres de Mahariat. Los restos han dado fechas diversas, que van desde el 470 al 3670 B.C., todos dentro de un contexto neolítico. En Cap Tafarif, y a unos 30 kilómetros hacia el interior, en los pozos de Chami, paralelo 20, han sido levantados un total de 80 esqueletos, procedentes de distintas sepulturas individua-les. Morfológicamente guardan cierta relación con los hombres de Tintán, aun cuando observan caracteres diferenciables noto-rios. Las fechas obtenidas van del 130 de la Era al 2190 B.C. 56 AArUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS Al sur de Cap Tafarif se desconocen, hasta el momento, des-cubrimiento de restos humanos sepultados en los cordones li-torales de las dunas. Pareciera que estamos ante una especie de «hiatus», o espscio en blanco, que no fue frecuentado en el transcurso de los Ú1ti.mos diez mil años. La comprensión de estos registros nos obliga a trazar, de manera sint6tica y de acuerdo al estado presente de las investi-gaciones, las líneas maestras sobre las que ha transitado el po-blamiento de Africa del Norte, y donde, como era de esperar, parentesco ((racial)) no coincide, necesariamente, con afinidad étnica o con horizonte cultural, y menos aún con período cro-noló-- g ico. NO obstante, en esta marcha iniciada hace catorce o Üieciséis mil años se localiza ixna orientación hacia la ((modernización de los tipos)). Conceptos tan repetidos como «cromañoide» y »me-diterranoide)) se disuelven a1 final de este proceso, donde se asiste a un enriquecimiento poli-étnico y a una variabilidad, al menos tan significativa corno la que se registra en la región noroccidental africana en nuestros días. Cabot Brigges (1955) elaboró la primera síntesis sobre las poblaciones prehistóricas del noroceidente africano, pero desde esa fecha hasta el inicio de los años 80 han transcurrido más de veinticinco años en los que nuevos hallazgos y, en particular, nuevos métodos de análisis y valoración han servido para preci-sar y corregir muchos tópicos. En este sentido, el estudio de M. C. Chamla (1978) supuso un paso importante en la revisión del poblamienttn del 5,rea desde el epipaleolítico a la actualidad. Chamla se limitó a los bordes y montañas mogrebíes y no incluyó, por lo problemático y di-ferenciado, el extenso territorio sahariano. Para articular el proceso cultural en coincidencia o no con la q p r i c i ó ~& c~~e;r=s raci&s, Ch-Ic, ha $s$in-id= che-j épocas principales que, sucesivamente, conforman el componen-te poblacional de la franja mediterráneo-atlántica que va (a am-bos lados del Estrecho) desde e1 oriente argelino al sur de Ma-rruecos. Estos períodos o Épocas se suceden del siguiente modo: Núm. 30 (1984) 57 1. Iúeromauritano. 2. Capsiense. 3. Neolíticos. 4. Protohistóricos. 5. Actuales. Epipaleolitico 1. Iberomauritano.-La revisión de este complejo industrial y la posibilidad de dataciones absolutas le ha situado, ya sin lu-gar a dudas, en el Paleolítico Superior norteafricano. Sus su-pervivencias, con diferentes grados de apogeo y decadencias, con diversas fases y facies internas, se prolongan hasta empalmar con otros complejos culturales más recientes, con los cuales :: parece convivir paralelamente. Junto al capsiense representa el N principal exponente del compiejo epipaieoiitico dei Nurk de : U Africa, aun cuando, como hemos dicho, clave sus raíces en el u - Paleolítico Superior. 8' 8 G. Camps (1974 b y 1977) ha precisado la cronología del ibe- I romauritano (denominación que se tiende a abandonar), situan- e do sus antecedentes en el 13700 B.C. (IdfüTaiii y sus postrime- I 5 Y rías en el 7600 (El Harnel). Es una industria que alcanzó su - n apogeo en los asentamientos litorales, menos hacia el «tell» y m rara vez hacia el interior. U E El portador cultural del iberomauritano ha quedado defini- u do como el tipo LWechta-Afaíouy , después de numerosos estudios 1 a que se remontan a los de Aramburg (19341, en la actualidad se A cuenta con más de medio centenar de individuos que han hecho % posible diagnosticar y determinar las características antropofí- i sicas de este individuo que pobló la ribera norteafricana por 0 ..--.-- v a ~ ; ~- : 1> -:,.- L ~ ~ L L ~ L L L UyU qü2 está eíl !a base, en mzym c memr p m = porción, del habitante actual de ciertas zonas del Maghreb. Sus características principales podrían resumirse en: 1. Robustez general del conjunto del. esqueleto. Espaldas nnnl-nr a u u A c m . 2. Espesor de las paredes craneanas. 3. Elevados índices craneanos. 4. Tendencia a la mesocefalia. 5. Cara alargada. 58 AArUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Arcos supraorbitales marcados. Orbitas rectangulares. Mandíbula espesa y mentón desarrollado. Dentadura voluminosa. 9. Estatura elevada (media de 1,77 metros). 10. Diformismo sexual pronunciado. 11. Practican la mutilación dentaria, con avulsión de los in-cisivos medios superiores. No obstante esta descripción tipológica, la unidad rnorfoló-gica concreta se aleja del modelo. Mientras unos tienden a la mesocefalia pronunciada, otros van atenuando los rasgos óseos y se aproximan a la braquicefalia. En algunos aparecen más acen-tuacios ios rasgos de la cara, ancha y con órbitas bajas. Un gru-po homologado correspondería al ({hombre de Taforalt)) (Ma-rruecos), que se distingue por una mayor robustez superior in-cluso a la del grupo de Afalou. En la necrópolis de Columnata (Oeste de Argelia), fechada entre el 6000 y el 5000 B.C., aparecen como contemporáneos del capsiense, y se caracterizan por una gracilización y braquicefali-zación más acentuadas. Con los relieves óseos más atenuados, dentadura menos voluminosa y con una estatura algo menor (1,72 de media). Este grupo son los «mechtoides» y que, si se comparan con sus antepasados iberomaritanos antiguos (tipo individuos de Afalou-bu-Rhummel), se percibe una evolución genera1 hacia formas más gráciles, en definitiva más modernas. Puede ser ilustrativo el hecho de que en el yacimiento ibe-romauritano de Rachgoun hayan aparecido dos individuos de morfología «mechtoide» asociados a otro (femenino por más se-ñas), perteneciente a lo que se ha denominado «tipo grácil me-diterráneo)) (Chamla, 1978: 391). Por otra parte, la hipótesis que hacía derivar al tipo Mechta- Afalou directamente de los cromañoides europeos es difícil de defender a la vista de los hallazgos arqueológicos que igualmen-te se han ido sucediendo en los últimos veinticinco años. En este sentido han sido definitivos los trabajos de Debenath (1976) en el yacimiento marroquí de Dar-es-Soltan, y de Roche (1976) en Temara, donde en niveles aterienses (anteriores en cualquier caso al iberomauritano) se ha documentado, en tomo al 20000 Núm. 30 (1084) 59 B.C., un tipo que contiene ya todas las características morfoló-gicas del Mechta-Afalou. Por su parte, el individuo número 5 de Dar-es-Soltan parece ser ya un claro antecedente (variedad robusto) del Mechta y está indicando que el portador cultural del iberomauritano no es ningún extranjero que aparece en el área en el epipaleolítico, sino que, por lo contrario, cuenta con antepasados instalados en el área norteafricana varios miles de años antes (como mínimo diez mil años) de que hicieran su aparición los primeros portadores culturales de las industrias epipaleolíticas. 2. Capsiense.-Siguiendo a Chamla (19781, otra indicación merecen los portadores del capsiense y, en particular, los del área argelino-orientaI, industria asociada a las ((escagoti6res)). En efecto, se trata de un tipo mestizo, pues por una parte con-serva caracteres mechtoides y por otra observa la novedad de otros rasgos que se han interpretado como pertenecientes a los {(mediterráneos robustos)). Chamla (1979: 392) ha aislado dos subtipos: 1. Dolicocéfalo a mesocéfalo, cara alargada, bóveda elevada, órbita meso a hipsiconca, nariz meso a leptorrina, ortog-nato o moderadamente prognato. 2. Dolicocéfalo con bóveda baja, cara de altura media, me-soconco, mesorrino y eventualmente prognato. Para los varones, considerando el conjunto de los dos sub-tipos, la altura media de estos capsienses es de 1,76 metros y la de las hembras, más graciles, de 1,63 metros. Pero el tipo Mechta-Afaiuu, 6e ios iberomauri¿anos, no ha desaparecido de los yacimientos capsienses. Está aún docurnen-tado en un porcentaje considerable que alcanza el 42 por 100, frente al 58 por 100 de los protomediterráneos (típicos del cap-siense en general), donde la variante de cara alargada y bóveda -1 ,.-...A,. -..-a-.----- J.-- ----- ..,--A--Y- ---- 1- 23- ---- --- GLGY LMICL p a ~ ~ ~ Lc i 3 (ci a L~ IaL L G ~ U L I C ~ L C ~ G I L ~quUe~ l a ue r;am rrie-dia y bóveda baja. Un rasgo cultural que ha sido esgrimido varias veces para probar la modernidad relativa del poblamiento de las Islas Canarias (Camps, 1969 b., y Balout, 1969, y a partir de aquí mu- 60 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDEXTAL 47 chos más) es el de la mutqación dentaria o avulsión, desarrolla-da entre los capsienses y documentada desde los iberomaurita-nos, antecedente que obliga a pensar en un traspaso de esta cos-tumbre de los primeros a los segundos. Entre los capsienses si-gue vigente esta práctica, con técnicas mixtas de mutilización dentaria en ambos maxiliares, aun cuando se tiende a una orien-tación sexual de la misma, con un mayor porcentaje entre los individuos femeninos (el 77 por 100). 3. Neo1íticos.-La variante del protomediterráneo robusto, propia del capsiense, perdurarsi hasta el inicio de la neolitización del área (del V al 111 milenio), hasta que aparece el protome-diterráneo gracil. A partir de entonces se establece una clara diferencia entre la región oriental y la occidental del Norte de Africa, configurándose dos entidades diferenciadas: En Occidente: Persistencia, aunque con ligera disminución de la estatura, de los tipos Mechta-Afalou que conforman la ma-yoría predominante junto a minoría mediterránea robusta. Los primeros se documentan en Mugaret el Aliya, Gar Cahal, Río Salado, Cueva de los Trogloditas. En Oriente: Se invierten los términos. Los Mechta-Afalou son una minoría residual, frente al conjunto de los protomediterrá-neos, que se ofrecen, a su vez, con -dos variantes: una robusta, similar a los capsienses, aunque de menor estatura (1,71), y otra gracil, de estatura inferior (1,55 a 1,691, donde el dimorfismo sexual está más atenuado, con caracteres ligeramente platirrinos. Otra minoría que se instala en este área y que parece procede del Este son los negroides tdocurnentados en Túnez, en Redeyet y en la cueva de Khenchela, junto a tipos mediterráneos). Volviendo a la mutilización dentaria, el grupo oriental prácti-camente la ha abandonado, con tan sólo un ejemplo entre 28 individuos. Si es estima que algunas de las etnias que llegan al archipiélago parecen proceder de esta zona oriental (en par-ticular para Gran Canaria), se puede explicar que tal práctica sea, hasta el momento, desconocida en el Archipiélago. En la zona occidental, por contrario, persiste la practica avulsiva, pero registra un claro descenso, instalándose en el 71 por 100, con dos variantes: bien en un solo maxilar o bien en los dos. 4. Protohistóricos.-Ya en la segunda mitad del milenio 1 el elemento mediterráneo es hegemónico y viene asociado a se-pultura megalíticas (Argelia, Tunicia). Como primer rasgo, una evidencia negativa: la avulsión dentaria ha desapareddo total-mente. Se asiste a un cierto polimorfismo, aun cuando la esta-tura media sigue siendo elevada (1,73 para los varones y 1,59 para las mujeres). Este polimorfismo que ya preludia la época actual, polimor-fismo que se registra igualmente en las culturas insulares, en particular en Gran Canaria (reconocido desde Verneau a Schwi-detzky, Fusté o Garralda), se orienta a los siguientes índices (Charnla, 1979: 396): 1. ?VIás zl menvs r~bus ted: olivo-hiperd~!icec6fulo,c aru alar-gada (22 por 100). 2. Más o menos gracil: dolico-hiperdolicocéfalo, cara corta (21 por 100). 3. Mesocéfalo: Cara corta (23 por 100); cara alargada (7 per l!K!). 4. Braquicéfalo: Cara alargada (6 por 100). 5. Neogroide: (12 por 100). 6. Mechtoide: Grupo vestigial (7 por 100). En síntesis: 1. El iberomauritano tiene como portador cultural exclusi-vo el tipo de Mechta-Afalou (del 13700 al 7600). 2. El capsiense se caracteriza por la coexistencia de dos ti-pos: a) de los descendientes del Mechta-Afalou, y b) de los nue- 17~sin r3ividunr, portadores de Za industria capsiense, que perte-necen al tipo proto-mediterráneo robusto, probablemente proce-dente del Asia Anterior (del 7400 al 4500). 3. En el neolítico se asiste a un confinamiento, en el área occidental, del tipo Mechta-Afalou, que pasa a tener carácter vestigial en el área oriental (desde la plataforma o soporte con-tinental atlántico-marroquí pudieron, igualmente, a partir del 111 milenio, o después, alcanzar las Islas Canarias). Coincidente con la neolitización «sui generim de Norte de África se documenta la presencia de los proto-mediterráneos 62 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS graciles que vienen a conformar una mueva mayoría)) (sus equi-valentes también están registrados en el Archipiélago). Comple-tan este panorama poliétnico el tipo negroide, al parecer proce-dente del Este y que se afianza en el territorio a lo largo de la neolitización. esta abarca, en números redondos, del 3500 al 1000. 4. En el ultimo período, o protohistoria norteafricana ten torno al 500 B.C., por dar una fecha, y hasta bien entrada la Era), se asiste a un auténtico {{bricolage étnico)). Junto a los elementos mediterráneos robustos y gráciles, que predominan, conviven otras minorías. De éstas la (imechtoide~p)r ácticamente ha desaparecido, con lo que, en buena lógica, hay que postular su salto a las Islas en un momento anterior, de avance y empuje de este tipo y no precisamente ya cuando está asimilado a otros gT-upos y~goloSúSy en Fa pi-&ctics,c orno poi*tadoi-es ccih-rales, han finiquitado. Ya Schwidetzky (1963: 129-134) intentó, de acuerdo a los co-nocimientos de entonces, establecer las constantes entre la po-blación del noroccidente de Africa y el Archipiélago. Atribucio-y a&.crjpzizliies hechas a L-i&*;c?Uos msU:it;oe reluop;t;esus hoy quedan mejor entendidas dentro del cuadro evolutivo de los epipaleolíticos, tal y como hemos resumido más arriba. Schwi-detzky tomó como base de sus paralelismos los datos manejados por Briggs, Boule y Vallois, entre otros, que, sin dejar de ser im-portantes, resultaban entonces insuficientes. Los estudios de los Úítimos veinticinco años han servido para mejorar aquella pre-caria información. No obstante, Schwidetzky llegaba a razonar una dicotomía básica y que consideramos sigue siendo válida para quienes sostenemos que el poblamiento del Archipiélago pgr qgé ser cn hpc& ~ j ~ c r yS r~jmi~~! ta~n eq~ ~ 11-j ~ canzó, de una sola vez, a todas las islas. En este sentido son re-veladoras las palabras de Schwidetzky, que traslucen un proble-ma arqueológico apenas planteado en el Archipiélago: «Según esto, a grandes rasgos hay que considerar una continua trans-fnrmarirín puehlns n~rt-afrir.an~r, spntjci.~ ----------*- el tipo cromañoide con cara ancha y maciza retrocede cada vez más. Este tipo, que tiene importantes relaciones con Canarias en el temporalmente vasto megalítico, es ya raro. De este modo pueden armonizarse bien los resultados antropológicos al com- Núm. 30 (1984) '63 parar las islas: dejan entrever por lo menos dos esferas de po-blación: una más intensamente cromañoide y culturalmente más pobre y otra más marcadamente mediterranoide y poseedora de más elevados elementos culturales)) (Schwidetzky, 1963: 133). Por su validez en la interpretación del concepto ({horizonte cultural)), el soporte antropológico de una clara dicotomía, al menos formal, tendría su correlato arqueológico en la dialéctica binomial que anima y caracteriza a la prehistoria de Gran Cana-ria. En este sentido, y sin querar establecer posturas inflexibles, consideramos que explican mejor el proceso y su articulación en esos (como mínimo) dos mil años de prehistoria insular las sugerencias taxonómicas aportadas por el registro de la antro-pología física. Volviendo a Schwidetzky, resulta discutible la cita a N de sus estimaciones: «¿a interpretación de los resuitacios es sencilla. Para la más antigua capa de población fuertemente in- O n fluida del tipo cromañoide, como aparece sobre todo en La Go- - m O E mera y Tenerife, la montaña es el terreno de retirada. Pero tam- E 2 bién es cierto que la población de la montaña de Gran Canaria -E intervino en la mediterranizaci��n de la población de la isla, pero en mucho menor grado que la población de la costa. Esto co- 3 - rresponde, sobre todo, a los grupos del Norte, de Tejeda y Acu- - 0 m E sa, los cuales precisamente dentro de Gran Canaria son los que O mejor representan la más antigua capa de la población. Como la serie de Angostura, que pertenecen a cuevas naturales, se n E adjunta a los muertos de Tejeda y Acusa, también enterrados, - a y no a las series geográficamente más próximas de cuevas arti- 2 n ficiales y sepulturas tumulares; es probable que las prácticas de n enterramiento también figuren en la diferenciación antropoló- O3 gica de la población insular. Pero esta es otra cuestión que no puede ser considerada antes de haber tratado de los hallazgos procedentes de los túmulos)~( Schwidetzky, 1963: 149). En la actualidad (1983) no todos los arqueólogos participan de esta opinión y planteamiento. Muchos niegan, incluso, la po-sibilidad de esta dicotomía cultural y no aceptan la noción de «horizonte», apoyándose en otros datos de diverso contenido. Con la datación de estructuras arquitecturales de piedra seca en Los Caserones (60 A.D.) vuelve a plantearse desde distintos án-gulos la homogeneidad o no de la cultura aborigen de Gran Ca- 64 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS naria. Frente a esta fecha, que aunque aislada no deja de ser sorprendente, pero que aceptamos como muy importante, le si-gue la de! enterramiento de El Hormiguero (Casablanca, Elirgas), con 210 A.D., para unos enterramientos colectivos que nosotros incluimos en el ámbito de la «Cultura de las Cuevas)). Si bien hasta antes de estas dos fechas el {{ambiente de las cuevas)) presentaba las dataciones más antiguas (frente a los túmulos, por ejemplo), ahora la fecha de Los Caserones (si es que segui-mos manteniendo tal y como aparecen en la Costa de GAldar, en Tufia o en Arguineguín que el «Horizonte de los túmulosn trae consigo las estructuras arquitecturales de planta cruciforme e, incluso, los denominados «goros»), estamos ante una disyun-tiva: 1. Invertir la prelación de acuerdo con la fecha y suponer que las «casas» son anteriores a las cuevas; 2. Considerar el fenómeno cultural isleño como un «puzzle», como un cóctel que ya viene batido desde el continente. Sin desprecio alguno por estas fechas, sino, muy al contrario, abiertos a la probabilidad de nuevas dataciones que traspasen la «barrera psicológica)) del año O de la Era, creemos que el pro-ceso está ganando en profundidad cronológica y empieza a plantear nuevos interrogantes. Nuevas fechas para el ambiente de las cuevas en Tenerife, como Don Gaspar, Icod, 200 y 560 AD. o la de Cueva de la Arena (en el siglo VI B.C.), nos vuelven a poner sobre aviso. De igual manera para Gran Canaria se pre-cisan más dataciones absolutas que expliquen el origen de esa ({diversidad)) antropológica y cultural y su comportamiento en la secuencia. El gran enigma sigue siendo el gran complejo arqueológico de la «Cultura de la Cueva Pintada)). Ahí está, en nuestra opinión, una de las naves. Hasta que no se recons-truya el segmento temporal de esta cultura tan fuertemente mediterránea (desde su llegada a la isla hasta sus superviven-cias, al parecer hasta el filo de la misma conquista), seguiremos m m eri e! ter rem de 1% hipKtesis. Pm etm =,te, nada niega que, por ejemplo, la misma Cueva Pintada fuese ya un yacimiento arqueológico en el período final o prehispánico, sensu stricto. No conozco ninguna fuente etnohistórica que men-cione, por ejemplo, elementos tan llamativos como los ídolos y las {(pintaderas))P. uede deberse a una carencia en la informa- Núm. 30 (1984) 65 ción, por otra parte, tan detallista en otros rubros. Pero tampo-co nada desautoriza a que se pueda mover la hipótesis de que estos rasgos culturales no eran vigentes en ese momento. Ya Beltrán, por su parte (19751, se hizo la pregunta sobre lo difícil que era explicar, por generación espontánea, este fenómeno que sigue persistente en la isla hasta el siglo xv. 11. EPÍGONONESO LÍTICOYS SU PROBLEMÁTICA CRONOLÓGICA: CANARIAAS L FONDO La revisión crítica de Gilman Guillén (1976) ha servido para nr~rirar 1% «-uestjón po&-p&olíticao en el área del Estrecho r-----A en base a los materiales procedentes de los hallazgos realizados por Nahon, Doolittle y el equipo de la American School for Pre-historic Research, que después de la Segunda Guerra Mundial desarrolló un programa de excavaciones en Norte de Afri-cn !1947!. Tales trabajos fueron, en especial los de Nahon y Doolittle, y Hooker, el resultado más de una afición que de una progra-mación científica. Mugharet el Aliya, excavado entre 1936 y 1938, fue un llenar los ratos de ocio, sin entrar en la validez de sus resultados. Mugharet el Khail (que Jodin denomina El Khril A) fue ex-cavado por H. Hencken (19471, llegando a diferenciar hasta ocho niveles, con cuatro ocupaciones culturales sucesivas, pudiéndo-se sugerir un asentamiento preneolítico en la parte inferior !(liLmxm, lW6: l??). Por las circunstancias dudosas de la trinchera 11 de Mugha-ret el Khail, situada en la boca de la cueva, ha sido difícil extraer conclusiones válidas para la transición entre los niveles finaIes del neolítico y los protohistóricos e históricos: ((Tomados lite-rnlmnnfn lnrr rrnritiminc. An l o t v i n n h a r n TT rinA*.;nri ;mA;nnn ri..~n A L I ~ I A I A ~ A I L ~ G , AUU v ~ ~ I ~ ISIUUu= 1a UL AIIULLUI a L A ~ U UiIw aa z a a u i b a ~ y u ~ el Neolrltico perduró largo tiempo dentro de la época histórica (mostrando una evolución de los estilos cerámicos de tipos im-presos a los de engobe rojo) y que únicamente después que las tradiciones clásica e indígena habían coexistido durante siglos 66 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLÁNTICOS LAS TRADICIONES BBOL~TICAS DEL ÁFRICA NOROCCIDENTAL 53 esta última desapareció. De hecho, Hencken (1948: 287) y Howe (1967: 89) siguieron esta línea de pensamiento. La idea de la super~iviencian eoíitica en tiempos posteriores no está de acuer-do con el cuadro histórico-cultural general del Mediterráneo oc-cidental. Sin duda alguna, estaría fuera de lugar considerar que la tradición de tipos impresos en las cercanías de Tánger (gene-ralmente acabada en otros lugares antes del 4000 a. de J.C.) hubiera perdurado en época romana. En cualquier caso, los ves-tigios del interior de la cueva contradicen esta hipótesis (Gil-man, 1976: 177). En la cueva de Mugharet es Saifiya (excavada por C. Coon en 1947) el paso de los niveles prehistóricos a los históricos se localízó en los estratos B y C, con un neoiitico reciente, perfec-tamente distinguido de un neolitico antiguo, o de base. Cuando Koehler excavó la Gruta de los fdolos (1931) distin-guió cinco niveles estratigráiicos, aun cuando lo imperfecto de la excavación ha impedido, a la vista de los materiales que se conservan en el Museo Arqueológico de Rabat, precisar muchos detalles y cuestiones de sumo interés. En síntesis, pareciera que la secuencia cultural fuese equivalente a las de Mugharet el Khail y Mugharet es Saifiya. Un nivel inicial con cardial y aca-nalados y otro superior tipo Achakar, donde se encontró un fragmento de campaniforme que ha servido para fecharlo en el 11 milenio. Más problemática es la adscripción de los ídolos que pudieran corresponder a un momento de transición entre ambos conjuntos (Gilman, 1976: 181). Los trabajos de Jodin ( 1958-1959) en el yacimiento de El Khril (A, B y C) han permitido, por su parte, confirmar ciertas hipó-tesis: tal Ea pertenencia de los idolos al neolitico reciente y la variedad de los repertorios cerámicas. (Se hace inexcusable re-mitirnos al horizonte y/o cultura de la Cueva Pintada, en Gál-dar, Gran Canaria, aun cuando el ambiente y la estética de la estatuaria menor canaria apunta mas al Mediterráneo Central y Oriental.) Cuando Tarradell (1954) excava Gar Cahal reconoce seis ni-veles: 1. Moderno. 11. Bronce 11. Cerámica sin decorar, oscura. Algún frag-mento de cerámica con engobe rojo (tipo Achakar), lo que pu-diera hacerla contemporánea con el meolítico recienten. 111. Bronce 1. Vaso campaniforme (2000 B.C.?). 111 (b). Bronce 1. Cerámica pintada. IV. Neolítico. Cerámica escasa, pintada. V. Estéril. De los 43 fragmentos campaniformes, 37 pertenecen al ni-vel 111. En síntesis: a N a) Las distintas ocupaciones de Gar Canai son toüas ante- O históricas. n-- b) Si se atiende a su industria lítica, de filiación epipaleo- m O E lítica, se puede hablar de una ocupación antigua. pre-neolítica, afín al iberomauritano. -E c) En el nivel IV de Tarradell la cerámica pintada, con cru-ces y chevrons, es interpretada como elemento de importación. 3 - Ciertamente, es desconocida en el Norte de &rica. Ello llevó a B E Tarradell a ponerla en relación con la de Serraferlicchio. (Aquí vuelven a emerger los paralelismos con la cerámica pintada grancanaria de decoración geométrica, igualmente documentada en la cultura de la Cueva Pintada.) - a d) El neolitico reciente, iniciado en torno al 2000 B.C., viene caracterizado por una cerámica lisa y con una industria lítica con hojitas de dorso rebajado, que no es otra cosa que la Iper- O3 duración del complejo microlarninar de las tradiciones epipa-leolíticas. Tal tradición no se documenta en el Archipiélago, a no ser que se estime la industria de ({tabonasu como una deri-vaci6n. También se debe a Tarradell (1955) la excavación de Caf That el Gar, y la articulacion de la siguiente secuencia: 1. Superficial, cerámica a torno. 11. Cerámica lisa, sin decoración. Tierra pardo-claro. 111. ,Cerámica cardial e impresa. Tierra negra. IV. Casi estéril. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS En el nivel 111 estaría representado el neolitico antiguo, con cerámicas cardiales, donde también se documentó algún f rag-mento de campaniforme. Es más problemática la valoración del nivel 11, donde aparecen elementos históricos mezclados. Pare-ciera, sin embargo, bien definido el neolz'tico antiguo, que servirá para completar las series de Achakar (Gilman, 1976: 185). La revisión de los materiales y la aplicación de una critica sobre los mismos y sus resultados ha servido, tal y como lo ha expuesto Gilman (1976), para determinar, al menos, dos grandes horizontes neolíticos en Norte de Africa: A) El neolz'tico antiguo: Se caracteriza por la presencia de los fósiles-guías de cerá-mica cardiul y acanala&. (La primera de éstas totalmente au-sente en el Archipiélago. En cuanto a las variedaües de ctacana-lada)), La Palma puede ofrecer varios ejemplos, pero dentro de un lenguaje estético muy peculiar, amén de sus prolongadas supervivencias en el tiempo dentro de una ((cronología de es-cándaIo », en pleno siglo xvr de la Era.) Junto a éstas pueden aparecer, asociadas, cergmicas incisas con impresión pivoteante, estriadas profundas, cordones, ungulaciones, uñadas. La ((wavy he», tan del pusto de la tradición sudanesa, tampoco se docu-menta, hasta la fecha, en las cerámicas insulares. La FaIma si-gue, no obstante, por su afición a las impresiones e incisiones el polo más cercano a estas tradiciones antiguas. Lo mismo po-dría decirse de la decoración de la cerámica de Lanzarote y Fuerteventura, incluso Tenerife, estas Últimas menos profusas en incisiones. En Gran Canaria, los repetorios de impresas e inci-sas son siempre excepcionales y minoritarios ante el ((manto)) de cerámicas pintadas. Sin embargo, están certificadas en Ba-rrio Hospital, en la misma Cueva Pintada, en Valle de Guayedra y Los Caserones, entre otros yacimientos. En cuanto a la industria lítica asociada al neolitico antiguo en Norte de Africa, los índices más representativos pertenecen a las muescas, los denticulados y las piezas retocadas en menor proporción. Estos repertorios son los herederos directos del epipaIeIítico y su vigencia permanece prácticamente constante durante los Últimos milenios hasta la aparición de los pueblos históricos. En este neolítico antiguo se documenta el molino de mano (presente igualmente en las Islas Canarias), lo que evidente-mente ha de estar relacionado con algún tipo de actividad agrícola o tratamiento de las plantas. Entre la fauna doméstica se registra el cerdo y la oveja (esta última importada), a.de-más de un cáprido nativo o Ammotragus. El hecho de que los restos de óvidos pertenezcan a ejemplares adultos ha servido para elaborar la hipótesis de aue éstos eran cazados. De cual-quier modo, el registro faunístico apunta hacia una domestica-cidn limitada. En líneas generales, dentro de un análisis comparativo, la cronología del neolítko antiguo habría que hornologarla con el hórbünie de ias cerámicas impresas e incisas dei mediterráneo occidental, caracterizado por sus diseños globulares y por la baja {- temperatura de cocción. En números redondos, en el V milenio. m O E Si se repara y valoran los temas cardiales podrían estable-cerse ciertos parentescos entre las cerámicas mogrebíes y las del Levante español, e incluso la monserratina, pero examinadas $ minuciosamente salta a la vista la diferencia de técnicas. Así las % impresiones simples y/o pivoteantes de la técnica cardial que caracterizan a los repertorios de Marruecos son desconocidos ? en la Península. Por el contrarjo, los motivos pzstillés que se s documentan en la Sarsa también están re.@strados en Achakar. Y si se quieren establecer paralelismos obligados por la vecin-dad geográfica, siempre inevitables, puede ser ilustrativo que j las semejanzas con el neolítico andaluz son prácticamente in- 5 existentes. Sus rasgos son recíprocamente excluyentes. Aun cuando para ambas orillas del Mediterráneo Occidental se puede aceptar un mismo punto de partida, temporalmente sincrónico, lo que parece fuera de toda duda es la mayor super vivencia de este neolítico antiguo en la ribera africana, hasta fi-nales de1 milenio 111. Dentro de él entran las ((cerámicas acana-ladas », cronológicamente posteriores en el Mediterráneo a la cerámica cardial, y que muchos investigadores asocian a las colonizaciones orientales, responsables de los poblados £ortifi-cados del estuario del Tajo y Almería, que inc1uyen el desarrollo 70 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS LAS TRADICIONES NEOLÍTICASD EL FRICA NOROCCIDENTAL 57 de la metalurgia y de los ~tholos))N. o todos los argumentas coulciden en la defensa de esta hipótesis colonizadora. Por otra parte, mientras en Praia das Macas la cerámica acanalada apa-rece asociada a campaniforme y «tholos», con una estimación cronológica de inicios del 11 milenio, en Marruecos la cerhica acanalada (o estriada) es evidentemente precampaniforme, aun cuando en algunas ocasiones aparezcan acanaladuras combina-das con impresiones cardiales. Tampoco puede olvidarse que el tema acanalado ya está presente en muchos yacimientos del Me-diterráneo Occidental (Córcega, Proven~aL, anguedoc, Levante) desde el V rnilenio. Todo se dirige a confirmar Ia hipótesis de que en la costa marroquí la cerámica acanalada no es un hecho tardío: en Caf That el Gar está documentada en el estrato infe-rior 111 con un 31 por 100. En síntesis, el neolitico antiguo parece girar dentro del uni-verso formal de las «cerámicas impresas)) que se inicia en el V milenio. Si desde el punto de vista técnico no existen diferen-cias notorias respecto al conjunto del Mediterráneo Occidental, sí las hay en el capítulo estilística, donde la cerámica norte&% cana se muestra con rasgos diferenciados. Para Gilman: «La cultura del Neolítico Antiguo en el norte de Marruecos es la expresión material del modo de vida de un pueblo autóctono que adopto artes neolíticas de forma selectiva, según sus propios propósitos)) (Gilman, 1976: 192-193). B) El neolitico reciente: En este segundo horizonte se opera un cambio técnico y es-tilístico en los repertorios cerárnicos en relación con el conjunto de las cerámicas del neoLitico antiguo. Como novedades hay que indicar la utilización del fuego oxidante, documentado en las ce-rámicas, con engobe rojo, de Achakar. PUS Su vstimación ci.ui;o:6gica lían si& vaidos 10s elemen-tos de importación, tales los fragmentos de campaniforme, la alabarda en bronce de Mers 5 ó una punta «tipo palrnela~, ma-teriales todos procedentes de la Península. Ni la cer6mica lisa, casi sin decoración, que aparece en Gar Cahai, ni ia cerámica de ccengobe rojo» de Achakar por sí mis- Núm. 30 (1984) 71 mas son argumentos de fuerza para establecer una cronología. Las cerámicas lisas están documentadas en infinidad de contex-tos alejados entre sí en el tiempo y en el espacio. Por su parte, las cerámicas con engobe rojo ofrecen un extenso muestrario de equivalencias. Desde la c( cerámica a la almagra)) andaluza, fe-chada en el V milenio, hasta los engobes rojos calcolíticos, pa-sando por las de barniz rojo de1 Bronce. Si se consideran ele-mentos d-e importación y no úidígenes (tal es la tesis mantenida por Jodín, 1959), los paralelismos estilísticos podrían remontar-se a Sicilia (Thapsos), a Malta (Borg en Nadur) o a la misma península itálica (cultura apenina, PoIada). La presencia de ído-los (Cueva de los fdolos), estimados en E1 PUlril B, dentro de1 a N neolitico reciente, r!an a este estadio una nueva significación que vuelve a conectar con el mundo mediterráneo central. O n Gilman se resiste a sobrevalorar las influencias extranjeras -- m O argumentando la continuidad de la tradición Iítica, de autoría y E E carácter autóctono tznto en el neolítico antiguo como en el re- 2 E ciente. En este último cree entender la presencia de dos facies: - una litoral (representada por el conjunto de Achakar), con re- = pertorios sofisticados, y otra orientada hacia ((tierra adentro)) - - 0 m y que estaría documentada en Gar Gahal con cerámicas más E simples. O Dentro de este neolitico reciente se inician los enterramien- n E tos en estructuras megaliticas y se asiste a una mayor tamiza- - a ción social (Gilman, 19'76: 193). Es entonces cuando, relativa- 2 n mente, se da por concluida la neolitización y se produce la ci- n mentación de nuevas estrategias culturales y socioeconómicas O3 que predurarán, prácticamente, a lo largo de la protohistoria, e incluso historia, de la mayor parte de los pueblos del norocci-dente africano. Sobre estos postulados se afianzará la berbeR-zación del área, la presencia (siempre excepcional) de la meta-lurgia, la aparición de centros mineros en la zona mauritana y otros tantos problemas aún en vías de una articulación lógica. El Archipiélago no quedará al margen de estas nuevas apor-taciones, y la berberixación es un hecho íingüistico incontesta-ble. No asi lo es el conjunto de las tradiciones culturales que se instalan en cada una de las unidades insulares. 72 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS Si se acepta que el horizonte de los túrnulos es correlacionable con este mundo bereber, Gran Canaria ofrece un magnífico ex-ponente de esta aportación, que, evidentemente, no alcmz6 a todas las islas del Archipiélago. Pero ésta es otra cuestión que abordaremos en otro ensayo. Comprende Ia totalidad de los títulos citados en el trabajo así como otros tantos consultados o a los que se hace referencia inclirecta. ALMAGROB ASCH,n 4. (1946): Prehistoria de África g del Sahara Espafiol, C.S.I.C., Instituto de Estudios Africanos, 303 pp., Barcelona. ),L~víA~Eu z + ~yvr. (:~J.$J-:~J@): ~ L,k Y acimiento Eeulifico & ira&ciijji c a p siense del Sahara español. Las Sebjas de Taruna (Seguia el Hamra), en ((Arnpuriasn, VII-VIII: 69-81. ANTOINEM, . 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