A T L A N T I D A
LA IDEA DE LA ATLANTIDA EN EL PENSAMIENTO
DE LOS DIVERSOS TIEMPOS Y SU VALORACION
COMO REALIDAD GEOGRAFICA
POR
MANUEL BALLESTEROS GAIBRQIS
Siempre que haya de hablarse de relaciones históricas inter-continentales
de carácter cultural, a través del Atlántico, habrá
que plantearse ei tema de ia Atiantida, tema que es quizá uno
de los que más han apasionado a gentes de las más diversas pro-cedencias,
desde el utopista elucubrador hasta el decidido ex-plorador
submarino. Tema, también, que ha tenido los más dife-rentes
planteamientos, desde el puramente historiográfico hasta
el geográfico y etnológico. Por esta razón, cuando se reúne un
Symposio como el presente, parece obligado que nos detenga-mos
a considerar cómo se han imaginado las épocas precedentes
el problema de las comunicaciones de todo orden entre el Viejo
Mundo euro-africano y el «más allá» atlántico.
~ ~ n q puaerez ca innecesario recordario, en esta breve siste-matización
de la idea atlantídica en el pensamiento de los tiem-pos,
hay que tener presentes las dos premisas siguientes, que en
realidad orientan toda elucubración en torno al problema:
a) Toda referencia a la Atlántida, anterior al descubrimien-to
de America, o a tierras en ei Océano, que puedan relacionarse
con la idea atlantídica o ideas conexas con ella, tiene una cons-tante
clara: relaciones Atlántida-Mundo Mediterráneo. Es decir,
del pretendido continente en dirección al mundo conocido.
Naím 17 (1971)
ne
2 MANUEL BALCESTEROS GAIBROIS
b) Toda referencia a la Atlántida, desde el descubrimiento
de América, hasta el planteamiento científico en nuestro tiempo,
y el análisis del mito y de su desarrollo, tiene un carácter com-pletamente
diferente: relaciones del Viejo Mundo mediterráneo
o africano con América, es decir, en dirección Oriente-Occidente,
y, con ello, pretensión de identificar el Nuevo Mundo, América,
con las tierras atlantídicas.
Como vemos, la diferenciación del planteamiento y orienta-ción,
sea en un período o en otro, nos lleva necesariamente a
consecuencias y posturas diametralmente opuestas, que podrían
sistematizarse del modo siguiente:
l." Que el mito platónico obedece a una realidad evidente,
pero deformada; luego la Atlántida existió. En este caso (siempre
dentro de la misma tipificación), habría que buscar la realidad at-lantídica
con muchas variantes: a) terrenos sumergidos; b) civili-zaciones
de la costa atlántica de Africa (Frobenius); c) islas
en el Océano (de que vendría la Antilia, Ante-IIha en portugués,
primer pueblo explorador del Océano); d) América, etc.
2." Que el mito platónico no obedece a ninguna realidad, sino
que es una construcción imaginada, con el fin de sustentar una
utopía político-social. No es necesario entonces buscar ninguna
tierra existente.
3." Que la idea atlantídica, aunque sea mítica, es decir sin nin-gún
sustentáculo material, se aprovecha para predecir el descubri-miento
de América, y surge la identificación Atlántida-América,
con sugeridoras posibilidades: a) que haya existido una relación
pre-platónica (de que derivaría el mito platónico) entre el Viejo y
el Nuevo Mundo, que pudiera explicar el poblamiento o el origen
cultural de América (que es precisamente lo que nos reúne);
o b) que haya existido una relación entre el Nuevo y 21 Viejo
Mundo, por tenue que fuera, que justificara la idea de la proce-dencia
occidental (es decir, del Atlántico o Atlántida hacia Orien-te,
hacia el Mediterráneo) de las culturas madres de las clásicas.
Por todo esto, me ha parecido conveniente hacer una revisión
de posturas, de exposiciones, en orden cronológico, partiendo
del propio escrito platónico, rastreando su supervivencia y las
diversas vigencias e interpretaciones que se le dieron a lo largo
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de los tiempos, al ritmo de las nociones geográficas y del cono-cimiento
cosmográfico general que cada tiempo poseyó.
No es necesario repetir lo mil veces dicho: la Atlántida nace
con este nombre en dos Diálogos de Platón, el Tzmeo y el Critras,
aunque en los dos sea Critias, con el tiempo tirano de Atenas, el
que habla del reino poderoso y luego sumergido. En el primero,
Critias hace un relato histórico de cómo llegó hasta él la noticia
de la existencia de este Reino, que quiso conquistar a una Atenas
prehistórica y que fue vencido por ella y luego destruido por un
cataclismo. Dice haberlo oído de labios de Critias el Antiguo, su
abueio, y haber forzado a su memoria para reconstruir ias pa-labras
del anciano, aunque muchas de ellas habían quedado
grabadas en ella como caracteres sobre tablillas de cera. La no-ticia
llegaría a los atenienses de aquel tiempo por medio de las
informaciones de un sacerdote egipcio, que a su vez las había dada
ai sabio y poeta Soión.
En el segundo diálogo, Critias entra, pormenorizadamente, en
la relación de cómo era el reino de los Atlantes, de su organiza-ción,
etc. Dice, contradiciendo lo afirmado en el Timeo, que con-serva
en su casa escritos en que todo ello consta; es decir, que
no lo conserva en su memoria de adulto, procedente de relatos
oídos a su abuelo de noventa años, sino documentalmente.
Sobre este núcleo central - e l relato platónico, puesto en boca
de Critias, para mayor aspecto de verosimilitud histórica- gira
todo. Hemos de preguntarnos entonces no si es verdad que hu-biera
existido esa isla Atlántida (que podría llamarse continente,
como el propio Platón dice), sino, si así lo creían los griegos del
tiempo platónico, si lo habían creído antes de Platón, porque
figurara en sus ideas cosmográficas y geográficas, si en su tiem-po
tuvo una repercusión científica; es decir, si fue tomado como
cierta y aceptada la noción geográfico-histórica de la localización
de la Atlántida, su existencia y su desaparición.
Pero también debemos preguntarnos si existía alguna base
para que pudiera haber dicho Platón que hubo una tierra al otro
Núm 17 (1971) 339
4 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS
lado de las Columnas de Hércules (Gibraltar), aunque no -claro
está- que esta tierra fuera la Atlántida, sino que con este nom-bre
se significó algo que pudiera ser más bien América; y que lo
hubiera podido decir porque algún desconocido periplo o tra-dición
de él hubiera dado pie a tal suposición y denominación,
dentro del contexto mitológico de la existencia de Atlas y sus
descendientes.
A todas estas preguntas podemos contestarnos, después de
las exhaustivas críticas hechas hasta la fecha por Imbelloni y
Vivante (1942) y por Ballesteros-Beretta (194.5)) del modo si-guiente:
a) Antes de Platón nadie se refirió a un continente hundido,
a
ni a la existencia de una sociedad perfecta y una civilización
muy desarrollada en él. E
b) Platón es el primero que hace referencia a este hecho, O
n -
y se apoya en unos pretendidos escritos de Solón (al que diputa 2
E
mejor poeta que sabio gobernante), aparentemente confirmados
por Plutarco en su Vida de Solón, pero que se apoya -lo que E
pocos han observado- precisamente en los datos platónicos
sobre este sabio de Grecia.
-
c) Los escritores posteriores a Platón, unos lo creyeron y eE
otros no; pero entre los primeros no se cuentan los geógrafos, O
que sólo lo mencionan a título de prueba de que hubo cataclis-mos
geológicos y hundimientos, como una tradición, pero no n
E
como un hecho histórico de todos conocido y por todos aceptado. a
2
d) La Geografía y la Ciencia helénicas no incorporaron a
sus nociones básicas la existencia de la Atlántida, y pensadores n
de la talla de Aristóteles llegaron a decir que la Atlántida había 2
sido sacada de la nada por Platón y también vuelta a la nada
por él mismo.
e) Por todo eso, la problemática existencia de la Atlántida
no parece representar la memoria de contactos extra-mediterrá-neos
cuyo confuso recuerdo hubiera tomado luego esta forma
mítica y poética.
Centrando, pues, el problema de la existencia de la Atlántida
en los términos que a nosotros nos interesan, es decir en las
relaciones trasatlánticas de los pueblos del Viejo Mundo y los
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LA IDEA DE LA ATLÁNTIDA. REALIDAD GEOGRÁFICA 5
del Nuevo, en el orden poblacional, cultural y tecnológico, pode-mos
llegar a la conclusión de que, aunque si quitamos a atlanti-distas
acérrimos como el desorbitado Braghine, y aceptáramos la
existencia de tal continente y de todo lo que sobre él nos cuenta
Platón, esto no significaría nada al respecto del tema que nos
reúne, ya que todo lo que se nos dice es un pretendido impe-rialismo
de los atlantes hacia Oriente, hacia Egipto y Grecia,
y no a la inversa. Precisamente por esto es por lo que Frobenius
buscó la Atlántida entre los antiguos Yoruba, como origen de
la civilización poseidónica; pero sin pensar en absoluto, puesto
que la localiza en el continente africano, en una posible América.
No cabe la menor duda de que la dilatada vigencia de la cul-tura
romana, coexistente en cierto tiempo con la plenitud griega,
y viviendo, hasta su final, de la tradición helénica, con griegos
egregios que participan de la cultura romana, ya sea en iatín o
en griego, supone en muchos aspectos la plenitud de lo clásico,
heredero además de ese mundo erudito y curioso que Fue el pe-ríodo
helenístico, tan parecido en muchos aspectos, hasta en el
crítico, al mundo nuestro de los siglos XIX y XX.
Hablar en Roma de Urano, Poseidón y de mitos, en el terre-no
científico, no es casi concebible; y como no fuera como una
concesión aromántican, podemos usar este término aplicado a lo
tradicional. Prácticos y realistas, los sabios romanos pudieron re-coger
leyendas, pero siempre diciendo de dónde procedían, des-cargándose
en la autoridad de antiguos prestigiosos.kEi mundo
romano, además, pretendía saber fijamente cómo era el medio,
la tierra, en que vivían los hombres que pretendía sojuzgar, pro-tectorar
(valga el neologismo) o someter. Por eso es interesante
saber qué pensó Roma de la tradición atlantídica: si la consideró
mito o realidad, si la incorporó a su elenco de verdades presu-mibles
o si sólo recogió la especie como una tradición histórica
y no como una verdad geográfica. Podemos adelantar algunas
conclusiones:
6 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS
1." Los que mencionan la Atlántida o son griegos (es decir,
siguen la línea de información «a la helénicap) o hacen refe-rencia
plena a Platón.
2." Aquellos autores latinos que la mencionan, lo hacen en
30 histórico, pero nunca en lo geográfico, y menos en lo geográ-fico
presente. En otras palabras, no dicen que existió la Atlán-tida,
sino que hubo quien dijo (Platón) que existió.
3." Las referencias a tierras en el Atlántico, o con nombres
de Atlantes, son de islas existentes, conocidas o de que se tiene
plena referencia, o de tierras africanas.
4." Para los romanos, ciertamente, la Atlántida no existió;
-y, por lo tanto, elucubraron poco sobre la posibilidad de viajes
.a ella, de relaciones entre el mundo mediterráneo y el hundido
continente, aceptando, a lo sumo, que se trataba de islas cuya
existencia era cierta.
Sin ánimo exhaustivo, veamos cuáles son los principales de
estos autores. Strabón, griego, se ríe de Posidonio por su credu-lidad
en la Atlántida; aunque realmente Posidonio sólo cita la
catástrafe c a m prdeba de qüe geográficaimritz existieron ea-taclismos.
Plinio, al mencionar a la Atlántida, lo hace con la re-serva
de si credimus Plutonio, refiriéndose luego a una znsula ...
Atlantis, como una isla real, que podríamos identificar como las
Canarias o Azores. Pomponio Mela trata de islas en el Atlántico
(Fortunatae), a las que pondera como paradisíacas; pero no cae
en la tentación de hablar de la Atlántida. Plutarco, como vimos,
al hacer la biografía de Solón, se apoya íntegramente en el texto
platónico. Diodoro Sículo menciona igualmente islas en el Atlán-tico,
pero que creer que éstas sean la Atlántida es una suposición
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simplemente, citándola, la versión del Timeo.
Nos quedan dos autores importantes, por su solidez y por
su sabiduría de las cosas de su tiempo: Marco Tulio Cicerón y
Lucio Anneo Séneca. El primero, en el famoso Sueño de Scipión,
l.-l.1,. A, 1,- +: ,,,,, l.-L:+-Ll, ,,,, ,, 1, --.:"+A--:- 2.. A-- --- maula UG la> ~ ~ ~ i lriaaulr>au ica, LIGG GIL la GnlatGilua uc uua buii-tinentes,
uno por descubrir; pero no cita que el ignoto pueda ser
la Atlántida. Lo mismo ocurre con Séneca, que en sus conocidos
versos de su Medea asegura que Thulé no será la última de las
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tierras. Uno y otro, Cicerón y Séneca, tuvieron ocasión óptima
para decir que la Atlántida de Platón estaba aún por hallar, y no
lo hicieron.
Cerrando el ciclo del mundo clásico, podemos hacemos una
importante pregunta, que sea útil a nuestro propósito de adivinar
si en el mito hay algo que pueda esclarecer relaciones trans-oceánicas
precolombinas. Esta pregunta sena: jalguno de todos
estos autores, incluido Platón mismo y las posibles fuentes en
que bebiera, al recoger el mito o la versión, hace referencia
a algún contacto que sugiera la idea de algún viaje, desplaza-miento
o marcha que conduzca a la tierra de la Atlántida? Po-demos
contestar, rotundamente, que no; es decir, que aunque
tras la sombra de la Atlántida se escondiera América (como pen-sarán
las gentes del Renacimiento y post-descubrimiento), el mito
no permite fundamentar ni siquiera la hipótesis de que encierre
la memoria de contactos precolombinos entre el Viejo y el Nuevo
Mundo.
IV. EL MEDIOEVO
Es noción tópica suponer que la «Edad Media» es lo que su
nombre indica, intermedia, edad entre lo clásico que muere y lo
clásico que renace, entre el siglo V y el siglo XV; pero quien co-nozca
los siglos y cultura medievales sabe que esto no es abso-lutamente
cierto. El descenso de la cultura intelectual en muchos
aspectos y la teologización del pensamiento polarizan la actividad
humana discursiva en moldes más estrechos o circunscritos, pero
no supone el total olvido de todo, pues el pensamiento cristiano
de finales del Imperio proyecta sobre los siglos siguientes in-formación
y iuz. Asi Iiiatón y sus ideas no son desconocidas, y,
por lo tanto, la Atlántida estará como una idea larvada, esperan-do
salir nuevamente a la superficie. Lo que pasa es que la idea
atlantídica quedar5 como materia elucubrativa durante siglos,
hasta el comienzo de las exploraciones en el Atlántico.
NO es necesario entrar en demasiados detalles, sino citar ai-gunos
ejemplos significativos. En los siglos 11 y 111 -precur-sores
de lo medieval, en el pensamiento proto-cristiano-, Ter-tuliano
y Arnobio citan a Platón al hablar de la Atlántida; Cosmas
8 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS
Indiocopleustes (siglo VI) sitúa la Atlántida en Oriente, mez-clando
a Moisés con Platón (lo cual va a tener en lo futuro re-percusiones);
San Isidoro simplemente la menciona; y ya en el
siglo XI, San Anselmo vuelve a la cita de Platón. Intzresa co-nocer
la existencia de este cordón umbilical que liga al mundo
antiguo con el medieval para entender un fenómeno curioso y,
sin embargo, lógico: la vigencia de la idea de la Atlántica forta-lece,
quizá porque se creyera en su no total destrucción, la acti-vidad
descubridora, que va hallando islas reales (aunque no
deja de pensarse en mil otras, completamente imaginarias), y
estos descubrimientos estimulan, entonces, y afirman la idea
de que la Atlántida pudo ser una realidad. No es una pura ca-sualidad
que en el conocido breve de 1344, en que el Papa esta-blece
jurisdicción sobre las Canarias (Fortunatae nuevamente).
junto a Piuvaria y otras, mencione a una iiamacia Atiántida.
Pero en todo este mundo intelectual, geográfico, náutico y
cosmográfico, no hay mención a viejas expediciones, sino que
se hace referencia, a lo sumo, a gentes que emigraron de España
a la llegada de los árabes, a santos obispos y -como un pálido
reflejo cie ia utopía piatonica- a ia existencia de «Siete Ciu-dades
», con una organización modelo, que viven dentro de la
ley cristiana.
Y llega, como un destello de luz, que ciega con el asombro
a todas las previsiones geográficas, el Descubrimiento; y con él,
el tenue cordón umbilical que ha mantenido vivo el recuerdo de
la Atlántida cobra fuerza y aparece la última versión atlantídica,
A- --- 1- ---l:-l-A A---:L~- 3- A: L - 1 1 - A - -1 U L U ~ L I Z Upu~ l la r Galluau ~ i w g l u ~ -J.-- UG ulla u a r a rlaiiaua al ULLU
lado del Atlántico. En otras palabras, el pensamiento renacen-tista,
saturado del dzvino Platón -como se le llamaba-, cuyo
seguidor más entusiasta será Marsilio Ficino, da una nueva ver-sión
a la Atlántida. Paradójicamente, creyendo a Platón, lo con-a---
l:-- ---- ,.- ---- Le,.-
Liauicic, p u ~ ba LcpLa yuc: G ~ L CSe l&iklZi ;d üii ~ü i i i h e i i ip~H, ü
no que haya desaparecido, sino que es América.
No todos están contestes en esta aceptación, pero se mueven
en su órbita. Fernández de Oviedo es el primero que, quizá con
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LA IDEA DE LA ATLÁNTIDA REALIDAD GEOGRhFTCA 9
fines políticos, para justificar la soberanía española de las Indias
(como ha supuesto muy fundadamente Marcel Bataillon), habla
de un poblamiento de las Indias por descendientes de Atlas e
hispanos, pero sin referirse concretamente a la Atlántida. Giero-nimo
Fracastor, de Verona, en elegantes versos latinos, dando
muestra de su erudición humanística, que le ha permitido cono-cer
a Platón, recurre a la Atlántida para explicarse algo que des-de
entonces preocupa al pensamiento científico: el origen del
indio americano, y pone en boca de uno de ellos un recitado
asegurando que proceden de la hundida Atlántida. Lo mismo su-pone
Gregorio García (1607), que, con el mismo fin, supone que
las Indias son la Atlántida; y Sarmiento de Gamboa, que Amé-rica
es la continuación continental de la Atlántida platónica.
Y junto al padre Acosta, muy ducho en Humanidades, que la niega,
el padre Las Casas y López de Gómara, sin discutir la Atlántida
en sí misma, sugieren que Colón fue movido por esta idea para
llevar a cabo su tesonera empresa.
¿Qué nos queda de toda esta literatura renacentista, y ya ame-ricanista?
Prácticamente, nada; que sabían de la existencia del
texto platónico, que no se detienen en razonar si existió o no la
tierra y la organización política que en él se detallan, sino que
creen que el hallazgo de América puede dejar explicado el mito.
VI. CONCLUSI~N
No ha sido mi intento volver una vez más a explicar lo que la
idea de la Atlántida supone, ni discutir las teorías modernas acer-ca
de los orígenes del llamado «mito», y lo que en él puede o
pudo haber de reaiidad histórica en reiacion con íos hundimien-tos
armoricanos, por ejemplo, sino rastrear en el pensamiento
de los tiempos, hasta el descubrimiento de América, la informa-ción
que la idea atlantídica pueda contener acerca de relaciones
intercontinentales precolombinas. Dicho de otro modo: he desea-do
presentar ias diversas mentaiidades que, a través dei tiempo,
se han aplicado al tema de la Atlántida.
De este análisis puedo llegar a una conclusión, que no por
atrevida, en uso de la sinceridad científica, puedo dejar de con-
Núm 17 (1971) 345
10 MANUEL BALLESTEROS GAIBROIS
signar: que no creo que todo lo referente a la Atlántida pueda,
tal como hoy conocemos el tema, arrojar el más pequeño rayo de
luz sobre cualquier relación trasatlántica que pudo haber ha-bido
antes de Platón, y que sólo al final, en el siglo XVI, se
quiso hallar con la tradición atlantídica una explicación al Des-cubrimiento,
pero sólo en el terreno elucubrativo, hipotético y
conjetural.
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