PREHISTORIA
ORGANIZACIÓN POLÍTICA DE LOS
ABORÍGENES DE FUERTEVENTURA
JOSÉ CARLOS CABRERA PÉREZ
El presente artículo se inscribe dentro de un marco de investigaciones
que, recurriendo a la metodología etnohistórica, pretende aportar
una nueva visión de la vida de los primitivos habitantes del archipiélago,
tratando de reconstruir aspectos tan abandonados por los estudios tradicionales
como la organización sociopolítica o religiosa de estos grupos
humanos, para los que se limitaba a copiar literalmente las noticias de
los cronistas y viajeros de los siglos XV, XVI y xvii, sin ningún tipo de
interpretación o de contraste antropológico.
La etnohistoria arranca de la lectura de la información contenida en
las crónicas y textos anteriores a la conquista de las islas, sincrónicas a
ella, e incluso a partir de textos muy posteriores al proceso conquistador.
Recurriendo a criterios comparativos y de contraste, intenta proporcionar
una visión más globalizadora de los distintos aspectos de la
vida aborigen, a través de la confrontación de estos datos escritos con la
información arqueológica disponible, con las características del medio
ecológico de cada una de las islas y con los estudios antropológicos que
muestran formas de organización y de comportamiento similares a las
existentes en nuestro Archipiélago. Especial mención merece la comparación
con el mundo beréber norteafricano, dadas las evidentes analogías
que presenta en relación con las culturas indígenas de Canarias,
máxime si se tiene en cuenta que el lugar de origen de los primitivos
pobladores de las islas hay que buscarlo en dicha zona.
El estudio de la prehistoria de Fuerteventura, en función de este
criterio metodológico, padece serias dificultades, pues son contadas las
referencias de las crónicas respecto a los antiguos habitantes de la isla.
Debe destacarse el texto de «Le Canarien», obra de los frailes P. Bon-tier
y J. Le Verrier, que relata la conquista de las dos islas orientales por
los caballeros normandos Juan de Bethencourt y Gadifer de la Salle,
conteniendo una información parca y ambigua, pero de gran interés, al
tratarse de una fuente de primera mano. También han de citarse las
obras de Abreu Galindo: «Historia de la Conquista de las Siete Islas de
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Canaria», o de L. Torriani; «Descripción de las islas Canarias», escritas
casi doscientos años después de la conquista con una información importante
y valiosa, que en unos casos complementa la narración normanda,
y en otros muestra aparentes contradicciones que probablemente no
sean tales, como veremos más adelante.
Por otro lado, no debe olvidarse el relativo abandono que ha sufrido
la isla majorera desde el punto de vista de la investigación arqueológica,
provocando con ello la pérdida progresiva de su inmenso potencial arqueológico
y la falta de un conjunto de restos materiales imprescindibles
para la reconstrucción de su prehistoria. Recientemente se han emprendido
labores de prospección y excavación arqueológica, que prometen
importantes resultados en este ámbito.
A pesar de los inconvenientes, puede proponerse un modelo que explique
el carácter de la organización sociopolítica de los primitivos majoreros,
dejando constancia de su signo teórico, pero levantado sobre una
base documental y antropológica sólida que podría conferirle un alto
grado de flabilidad, al tiempo que sólo es aplicable a la fase epigonal de
la cultura aborigen de Fuerteventura y no a períodos anteriores al instante
final de los contactos europeos.
A principios del siglo XV, fecha de la conquista de la isla, Bontier y
Le Verrier mencionan la existencia de dos «reyes» en Erbania, denominación
aborigen de Fuerteventura.
«Y lo cierto es que hay en aquella isla de Erbania dos reyes, que
pelearon largo tiempo entre ambos, en cuya guerra hubo por varias
veces muchos muertos...»
(Le Canarien B, 1959:284.)
Abreu Galindo y L. Torriani completan esta información aludiendo a
dos personajes femeninos que aparentemente desempeñaban un importante
papel en el seno de esta sociedad:
«Había en esta isla dos mujeres que hablaban con el demonio; la
una se decía Tibiabín, y la otra Tamonante. Y quiere decir eran madre
e hija, y la una servía de apaciguar las disensiones y cuestiones que
sucedían entre los reyes y capitanes, a la cual tenían mucho respeto, y
la,otra era por quien se regían en sus ceremonias. Estas les decían
muchas cosas que les sucedían.»
(Abreu GaUndo, 1977:59-60.)
Estos dos autores también aluden a la forma de organización política
de los pobladores de la isla al referir que:
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«Estas dos islas se regían por señores, capitanes y reyes, en cuadrillas,
y se dividían en partes, con cercas de piedra seca que atravesaban
la isla; y cada una destas partes gobernaba un rey o capitán.»
(Abreu Galindo, 1977:55.)
«La Ysla de Fuerte ventura, cuando fue conquistada, era dominada
por muchos duques...»
(Torriani, 1978:75.)
Este conjunto de noticias hacen pensar en un modelo de sociedad
que respondería a los llamados sistemas de linajes segmentarios o sociedades
segmentarias. Estas se caracterizan por encontrarse divididas en
pequeñas comunidades locales independientes (segmentos políticos primarios),
constituidas por uno o varios grupos de descendencia unilineal
o linajes —familias amplias que reúnen a todos los parientes vinculados
entre sí por línea masculina (patrilineal) o femenina (matrilineal)— y
cubriendo un territorio poco extenso.
C. Lefébure (1976:6) y P. Bonte (1976:171-195) han señalado la
equivalencia estructural entre estas unidades y el alto grado de igualdad
presente en este tipo de sociedades. Al frente de cada segmento se encuentra
el jefe del linaje, y a pesar de la teórica equivalencia existente
entre todos ellos, siempre aparecen profundas desigualdades motivadas
por el grado de riqueza que poseen los grupos, determinándose así, junto
con otras cuaUdades personales, el status social de este individuo cabeza
de linaje. Es probable que entre los antiguos majoreros, en el seno
de cada segmento, surgieran personajes con estas características, que
unirían su valentía y fuerza corporal a una riqueza en ganado y un talante
generoso que les llevaría a escalar posiciones en el sistema social,
convirtiéndose en un hombre importante o «altahay».
«Este orden tenían en Fuerteventura, y en mucho precio y estimación
a los valientes; llamábanlos altahay, nombre por ellos muy honrado.
»
(Abreu Galindo, 1977:56.)
Otra de las peculiaridades de los sistemas segmentarios es la llamada
oposición complementaria, como forma de relación entre los distintos
segmentos. La red de alianzas dentro de la tribu se realiza basándose en
la proximidad de sangre de los linajes, siendo frecuente que los segmentos
sostengan continuas luchas entre sí, aunque si entra en escena un
Hnaje más lejano, los que están más próximamente emparentados se
alian contra él, llegándose al caso extremo de unión de todos los segmentos
frente a un enemigo extranjero o ajeno a la tribu. Los enfrenta-
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mientes internos permanentes y la oposición complementaria son típicos
de las sociedades segmentarias marroquíes, donde las distintas fracciones
en que se dividía la tribu guerreaban continuamente entre sí, cesando
las querellas cuando se producía un enfrentamiento con una tribu
vecina.
Este modelo puede ser aplicado al mundo aborigen de Fuerteventu-ra,
pues la isla se hallaría fragmentada en comunidades o segmentos
independientes, formados por un grupo de parentesco o varios, interre-lacionados
entre sí por lazos de sangre. Al frente de cada uno de ellos se
situaría el jefe del linaje más importante, que por su riqueza y por su
prestigio en relación con un antepasado ilustre, unido a las cualidades
personales de generosidad y valor, alcanzaría ese rango dentro de su
comunidad. Estos podrían ser los «capitanes» de Abreu Galindo o los
«duques» de Torriani.
En determinadas ocasiones los segmentos se agrupan en estructuras
mayores, siempre en base a la proximidad parental y en relación con las
exigencias del pastoreo —actividad económica principal de la isla— y
con la colaboración militar. Para aquellas acciones colectivas, entre ellas
la guerra, se produciría la colaboración de todos los segmentos integrados
en cada una de las dos demarcaciones amplias en que se dividía la
isla. Estas estructuras mayores se corresponderían con ios dos «reinos»
que todos los cronistas señalan para Fuerteventura, siendo el resultado
de la reunión de los distintos segmentos primarios.
Se ha pensado en la posibilidad de que la isla hubiese estado ocupada
por dos tribus diferentes, apoyándose en la existencia de dos tipos bien
definidos de cerámica en ella: uno con formas ovoides de fondo cónico y
otro de tendencia troncocónica y circular de fondo plano, que serían
consecuencia de la llegada de dos grupos humanos distintos que alcanzarían
el territorio insular en fechas diferentes, dividiéndolo en dos partes.
Sin embargo, es más probable la existencia de una sola tribu, con una
lengua, unas costumbres y una cultura material similares, en la que se
incluirían dos formas distintas de fabricar las vasijas y los elementos cerámicos.
Esta tribu se organizaría en unidades de parentesco independientes,
agrupándose en dos mitades a cuyo frente, y según los cronistas,
aparecen dos «reyes».
Una unidad política basada en la unión de varios segmentos primarios
no cuenta con un jefe permanente y hereditario, pues se trata de
unidades coyunturales, motivadas por una necesidad de colaboración
militar o por el desarrollo de una actividad pastoril que demande gran
cantidad de mano de obra, fisionándose tanto al finalizar el conflicto
bélico como esta actividad colectiva. Al frente de estas estructuras superiores,
en el seno de las sociedades segmentarias, suelen situarse jefes
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temporales, denominados también «jefes de guerra» y caracterizados
por sus funciones de circunstancia, su poder temporal y su liderazgo en
las acciones guerreras. En este caso, los dos «reyes» de Fuerteventura,
llamados —según Abreu— Ayose y Guize, podrían asimilarse con simples
jefes de guerra temporales, que hubiesen emergido con motivo de
los duros enfrentamientos sostenidos entre sí por ambos «reinos» y recogidos
en la crónica normanda; manteniéndose posteriormente con la llegada
de los conquistadores y el inicio de una nueva acción guerrera.
Se podría plantear que todos los grupos de parentesco descendientes
de un antepasado común constituirían cada uno de estos «reinos»; o lo
que es igual, la isla se dividiría en dos grandes clanes formados por la
reunión de linajes descendientes de un mismo ancestro, ya sea mítico o
real. En este sentido, todos los linajes de cada mitad estarían relacionados
parentalmente al reconocerse sucesores de este antepasado legendario,
aunque no puedan establecer la línea de sucesión, actuándose de
forma similar en el «reino» vecino.
Este modelo se aproxima bastante a lo que C. Lévi-Strauss (1981,
109) denomina organización dualista, definido como aquel sistema en el
que los miembros de la comunidad se reparten en dos divisiones, las
cuales mantienen entre sí relaciones complejas que van desde la hostilidad
declarada hasta una intimidad muy estrecha, y donde, en general, se
encuentran asociadas diversas formas de rivalidad y de cooperación. A
menudo estas mitades son exogámicas, los hombres de una no pueden
elegir a sus esposas más que entre las mujeres de la otra y viceversa.
Cuando la división en mitades no regula los matrimonios, frecuentemente
otras formas de agrupamiento asumen esta función; a veces por una
nueva bipartición del grupo en nuevas mitades, en las que se incluyen
subclanes o linajes exogámicos. Las mitades están unidas una con otra,
no sólo por los intercambios de mujeres, sino por el abastecimiento de
prestaciones y contraprestaciones recíprocas de carácter económico, social
y ceremonial.
Esta definición de sistema dualista presenta algunos rasgos que pudieran
ser aplicables al mundo aborigen de Fuerteventura, pues las dos
mitades, en nuestro caso los dos «reinos», pueden a su vez subdividirse
en unidades más pequeñas, subclanes y linajes, paralelizables a los distintos
segmentos en que se fragmentaría la sociedad aborigen majorera.
Carecemos de información documental sobre el tipo de matrimonio
practicado en la isla, aunque si se acepta que ambas mitades eran exóga-mas,
lo que significaría que las familias de los dos «reinos» intercambiaban
las mujeres a pesar de las luchas frecuentes entre sí. Sin embargo,
debe recordarse que los grupos que practicaban este intercambio no vivían
siempre en perfecta amistad, existiendo un proverbio en muchas
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tribus que dice: «nos casamos con nuestros enemigos». También puede
aceptarse que la regla de la exogamia no se aplique entre las dos grandes
divisiones de la isla, sino entre segmentos distintos en el seno de cada
mitad.
Mediante este modelo teórico sugerido en relación con la organización
sociopolítica de la antigua Erbania, muchas de las noticias aportadas
por los cronistas pueden ser interpretadas en este contexto. Las
«cuadrillas» que cita Abreu podrían ser identificadas con los segmentos
primarios constituidos por grupos de parentesco unidos por lazos de sangre,
y sus «capitanes», los jefes de cada segmento, equivalentes a los
«duques» mencionados por Torriani. Estas unidades se integrarían en
una estructura superior, el «reino», teniendo como nexo de unión la
pertenencia al mismo clan o una relación de parentesco lejana que fomente
la cooperación en actividades pastoriles o en acciones bélicas
frente a la otra mitad de la tribu. A la cabeza de cada «reino», un «rey»
o jefe de carácter temporal, similar a los jefes de guerra norteafricanos,
que desaparece, fisionándose la unidad política creada, al desaparecer la
causa que los había unido.
Por lo que se refiere al papel desarrollado por Tibiabín y Tamonante
en el sistema social de los primitivos majoreros, éste queda perfectamente
explicitado al encajarlo en la trama de las organizaciones de linajes
segmentarios. En este tipo de sociedades todos los segmentos son equivalentes,
salvo los Hnajes religiosos, que suelen situarse por encima, con
la función de asegurar la estabilidad de las estructuras segmentarias más
amplias. El status superior de estos linajes religiosos se corresponde al
rol de arbitros, o mediadores, que asumen y que tiene por efecto impedir
desequiUbrios duraderos que socaven la base de la segmentariedad.
Entre las tribus bereberes son muy comunes las figuras de santos, y
especialmente santas, destacando por encima de todas la famosa heroína
La Kahena, término que significa «sacerdotisa», y después, por extensión
«bruja»; siendo ella la que en el siglo vil dirigió la oposición contra
los mahometanos.
Tibiabín y Tamonante son madre e hija, lo que supone que pertenecen
a un linaje común con atribuciones religiosas y con una influencia
política grande, pues, según Abreu, eran las que regulaban las relaciones
entre los «reyes» y «capitanes», o lo que es lo mismo, actuaban
como arbitros, impidiendo un proceso de centralización del poder que
acabase con el carácter segmentario de la sociedad. Entre los bereberes
el poder de las santas, curiosamente denominadas «tigurramín» o «tagu-rramt
», es bastante importante, gozando de gran influencia en la asamblea
tribal y llegando a promover la guerra o establecer la paz con una
tribu vecina. Estas atribuciones parecen semejantes a las de las dos sa-
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cerdotisas majoreras, que, por los datos de Abreu, inducen la rendición
de los dos «reyes» ante los normandos:
«Cuentan los antiguos naturales de esta isla de Fuerte ventura, que
haberse ganado tan fácilmente esta isla fue por las amonestaciones de
estas dos mujeres, a las cuales tenían por cosa venida del cielo, y que
decían lo que les había de suceder, y aconsejaban y persuadían tuviesen
paz y quietud.»
(Abreu Galindo, 1977:68.)
Debió de tratarse de un linaje con atribuciones religiosas, permitiéndole
un poder político superior al del resto de los grupos de parentesco
de la isla, quizá como reminiscencia o como prueba de una organización
matrilineal en Fuerteventura, cuestión que será desarrollada en futuros
trabajos.
Otro aspecto importante relacionado con el sistema político de los
antiguos majoreros sería el establecimiento y la determinación geográfica
de las dos demarcaciones territoriales en que se dividía la isla. La
crónica «Le Canarien» aporta la noticia de una división física de Fuerte-ventura
por medio de una muralla.
«También tienen hacia el centro del país un muro de piedra muy
grande, que en aquel punto se extiende por todo lo ancho del país, de
un mar a otro.»
(Le Canarien, versión B, 1959:284.)
Arqueológicamente está documentada la existencia de grandes muros
de piedra aborígenes en la isla. Concretamente en el istmo de la
Pared hay una muralla que se extiende desde la costa de barlovento,
perdiéndose hacia el sureste, probablemente hasta llegar al litoral meridional.
Se trata de una construccióon de 1,50 metros de altura, por término
medio, y de poco más de medio metro de espesor. En muchos
sectores el muro ha desaparecido y sus piedras han sido destinadas a
otras construcciones, especialmente en la zona de sotavento. Es una pared
muy sólida, de bloques apenas desbastados, presentando restos de
casas aborígenes adosadas a ella. Su longitud debió rondar los 6 kilómetros,
separando la península de Jandía del resto de la isla y haciendo
suponer que sirvió de delimitación de los dos «reinos» majoreros (Serra,
E., 1960:373).
Abreu Galindo proporciona una información distinta en relación con
estos muros:
«Estaba dividida esta isla de Fuerteventura en dos reinos, uno desde
donde está la Villa hasta Jandía y la pared de ella; y el rey desta
parte se llamó Ayose; y el otro desde la Villa hasta Corrale jo, y éste se
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llamó Guize. Y partía estos dos señoríos una pared de piedra, que va
de mar a mar, cuatro leguas.»
(Abreu Galindo, 1977:60.)
Abreu habla de dos paredes en la isla. Según este autor, una de las
demarcaciones se extendía desde Betancuria (la Villa) hasta la pared de
Jandía, dando la impresión que la península de este nombre queda fuera
de dicho territorio. La segunda demarcación se extendería desde Betancuria
a Corralejo, en el litoral norteño, separándola de la primera un
muro de unas cuatro leguas —equivalente a unos 24 kilómetros— distancia
aproximada de la costa occidental a la oriental a la altura de Betancuria.
Actualmente no existen, o no se han hallado, restos de esta pared
aborigen, aunque C. de Arribas nos informa que por debajo de la villa
de Betancuria aún se ven restos de una especie de muralla que atravesaba
la isla. Es la única prueba documental, que no arqueológica, más o
menos reciente que menciona la pervivencia de esta construcción. Es
cierto que en Fuerteventura son muy abundantes las paredes de piedras,
aunque la mayoría de ellas fueron levantadas en época histórica para
delimitar campos de cultivo e impedir la entrada del ganado en ellos, lo
que hace extraordinariamente difícil distinguir las posibles obras prehis-pánicas
de las posteriores.
Sin embargo, existe otro documento que podría corroborar la afirmación
de Abreu acerca de la existencia de una muralla en el centro de la
isla como límite de ambos «reinos». En los Acuerdos del Cabildo aparecen
alusiones a la práctica de las apañadas, o recogida anual de los rebaños
y ganados dispersos por la superficie insular, costumbre que probablemente
se remonte a épocas anteriores a la conquista. Estas actividades
se distribuían en dos comarcas que reciben el mismo nombre que los
«reyes» de la isla: Ayose, la meridional, y Guise, la septentrional. En
uno de los acuerdos de febrero de 1612 se establece la división de ambas
comarcas a lo largo del barranco de La Torre, hasta Peña Horadada,
junto al Puerto de la Peña, correspondiéndose con la información de
Abreu sobre los límites de los «reinos».
La construcción de muros de piedras, como forma de delimitación de
territorios, no es exclusiva de Fuerteventura, encontrando referencias en
Lanzarote o en las noticias de Gómez Escudero sobre el «paredón de
Arguineguín», que al parecer dividía en dos mitades la isla de Gran
Canaria. Se trata, pues, de una práctica bastante frecuente en las islas
orientales del archipiélago (Cabrera, J. C, 1989-112).
Otro aspecto importante relacionado con el mismo tema sería determinar
las causas del levantamiento de estas construcciones en Fuerte-ventura.
Parece lógico señalar que su finaUdad residiría en la indicación
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de los límites de un territorio perteneciente al grupo asentado en él. Se
ha aludido ya a las frecuentes guerras en el seno de la sociedad majorera,
cuyo motivo debió estar relacionado con problemas de ganado, robos,
penetración en tierras de pasto ajenas, etc. El propio Abreu confirma
estos motivos:
«Había discusión y diferencia entre los dos reyes de esta isla de
Fuerteventura, sobre los pastos.»
(Abreu Galindo, 1977:67.)
Es posible que, dada la gran abundancia de ganado en la isla, y quizá
coincidiendo con un período climático de sequía, que provocase una desaparición
de los pastos, los distintos grupos de parentesco unidos por el
principio de la oposición complementaria, tratasen de defender conjuntamente
sus zonas de pastoreo frente a los rebaños de la otra mitad de la
isla, construyendo un muro de separación y, más tarde, si el sistema no
era eficaz o se agudizaba la crisis, recurriendo al enfrentamiento armado.
El modelo es similar al de otros pueblos pastoriles como los kari-mojong
o los kirguises, que defienden con las armas sus territorios de
pasto cuando las condiciones de extrema sequía así lo obligan. Sería
interesante llegar a establecer si en aquellas épocas en las que el pasto
era muy abundante, el concepto de territorialidad fuese mucho más laxo,
permitiendo a los rebaños de los distintos grupos vagar por toda la
isla, reforzándose la territorialidad asociada a un grupo de linajes sólo
en aquellos momentos de escasez y dificultades.
Llegados a este punto, se plantea una incógnita de cara a la organización
política de los primitivos majoreros: la determinación de la extensión
de los dos «reinos». Existen diversas opciones:
a) El reino meridional ocupa la Península de Jandía, separada del
reino septentrional —el resto de la isla— por la muralla de Istmo.
b) La división de Abreu, con dos reinos cuyo límite se situaría hacia
el Barranco de La Torre, constituyendo Jandía un territorio ajeno a ambos.
c) El reino meridional abarcaría también la Península de Jandía,
siendo la Pared del Istmo una construcción muy anterior, sin funcionalidad
en el momento de la conquista.
En el primer caso, se apreciaría una fuerte asimetría entre un territorio
bastante reducido y otro muy extenso, que cubriría prácticamente la
totalidad de la superficie insular. Sin embargo, debe recordarse las características
ecológicas de Jandía, donde la presencia de las elevaciones
montañosas más importantes de Fuerteventura le permiten beneficiarse
de una mayor humedad, constituyendo la zona con mayor riqueza florís-tica
de toda la superficie isleña. La abundancia de pastos y recursos
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acuíferos permitirían al micronicho de Jandía albergar una población importante,
frente al resto de la isla, más extensa y pobre y con menores
posibilidades de sostener una población densa.
En la segunda opción, el problema que surge de inmediato, sería la
utilización del territorio de Jandía, que siendo el más rico de Fuerteven-tura,
quedaría fuera de las dos demarcaciones. Pueden proponerse algunas
hipótesis explicativas de este fenómeno. Por un lado, considerar a
Jandía como una zona de reserva ecológica defendida por una pared de
piedras que evitaría la entrada de los rebaños (Tejera, A., y Glez. Antón,
R., 1987:149). La reducida Península majorera sería utilizada por
los habitantes de la isla como último recurso en pastos en caso de que la
extrema sequía hubiese agotado la vegetación en el resto de la geografía
insular. Se trataría de un territorio de pastoreo comunal cuyo control
provocaría frecuentes disputas en el seno de la sociedad aborigen de la
Isla.
El problema clave es la incapacidad para conocer el desarrollo de
procesos de ocupaciones, abandonos y reocupaciones, así como proceso
de evolución política de esta isla, al carecer de una visión diacrónica de
su prehistoria. Por ello, y a la vista de los escasos restos conservados,
sólo se pueden emitir hipótesis teóricas con mayor o menor fundamento,
que habrán de ser continuadas o rebatidas con excavaciones arqueológicas
en curso o a realizar en el futuro.
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