ENSAYO
. ..lle~ar cof2 la mano a esa capa finisirna, casi irzcolot*a
ya del aire, donde están Zas ideas inéditas.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
GLORIA Y PtiREZ GALD6S
Con mothw de rum~lirse el ra4 aniversario
a!e¿ nacimiento del p-a+2 novelista cannrio, ofre-cemos
el presente trdajo, kido por su autor, cn
el Gabinete Literario el 3 de jamio de 1883.
Uno de 10s signos m8s característicos de nuestro si-glo
es la glorificacidn del genio, ya se revele este en las
ciencias, las letras o las artes; ya descuelle en las esferas
gubernamentales, en los debates parlamentarios o en los
campos de batalla.
Estfm ya muy lejos aq~wllos tiempos en que un Ca-moens
moría en un hospital, y un Cervantes agonizaba
en una buhardilla; y si bien es cierto que aún en Espa-
Ba las ciencias y las letras no dan a sus fervientes adep-tos
esa independencia y consideración que el hombre am-biciona
en sus relaciones sociales, también lo es que ya
principia a vislumbrarse el día en que han de ser hon-rados
por sí mismos los nombres de aquellos que consa-gran
sus vigilias al estudio de las ciencias, base firmisi-ma
de todo progreso, y al de la literatura, manifestacibn
suprema de nuestros mfis caros ideales.
Entretanto, y mientras llegan tan venturosos días, al-gunas
inteligencias de esas que se adelantan a SU epoca
y viven ya con la vida intelectual de otros pueblos, con-cibieron
el proyecto de honrar en un banquete, indepen-diente
de toda gestión oficial, el nombre ilustre de un po-pular
novelista que en medio de una modestia, desconoci-da
hasta ahora entre nosotros, ha vivido entregado exclu-sivamente
a sus estudios literarios, produciendo obras
que han sido y son la admiracibn de propios y extraños.
Ahora bien, ese modesto literato, autor de tantas y
tan maravillosas concepciones, que no brilla en casinos
ni ateneos, ni ostenta títulos ni condecoraciones, es un
hijo de In Gran Canaria, es un hijo de Las Palmas, es
Benito Pérez Galdós.
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rcua\ es, pues, el ramo especial que en el Vasto CRI11-
PO de la li[eratura Ila elegido fluesko ilustre compatricio
para ocupar su pasmosa actividad? Ya lo hemos dicho, la
novela, ese poema de la vida, esa poesia eterna deI alma,
ese drama íntimo del corazón.
LU novela, que a tanta altura se ha elevado hoy en
el mundo ilustrado, juzgada por todos IOS que ssben peri-sar,
no como mero pasatiempo, sino como signo evidente
de superior cultura y poderosa arma de combate en Ia
lucha eterna de las id$?as, SegUía en nUeStW ESpana el
mismo grado de decadencia que alcanzaban los demas
ramos del saber. Observábase, en vez de laS elevadas
concepciones de Manzoni, Balzac, Sand, Bulwer, Dickens
y Tllaclreray, y de las más recientes de Flaubert, Elliot,
Zola y Daudet, una multitud de novelas sin estilo, arte
ni intención moral, donde las pasiones ~2s viles, Ia Ira-ma
m8s inverosímil y IR ignorancia m&s completa de
todo buen decir y de todo buen sentido, desarrollaban una
acción que sólo tenía. lectores entre las clases mas des-heredadas
de tnda ilustraciún. Inútilmente TJalw-ñ, Alnr-cOn,
Castro y Serrano, Rodríguez Correa, Pereda y al-gún
otro de nuestros mejores literatos, pretendían encau-zar
el torrente desbordado de esos nauseabundos engen-dros
que invadían nuestras prensas, llevando el descrédi-to
de nuestra literatura a todas partes; pero sus esfuerzos,
aunque muy dignos de aplauso, eran ineficaces por su
misma lentitud, como producto, en general, de personas a
quienes absorbe todos sus instnntes In política. Se nccc
sitaba, por tanto, un hombre de incansable actividad, de
genio paciente y emprendedor, de ãnimo Levantado, aman-te
del nrte por el arte, alejado del turbulento mar de los
partidos, conocedor del movimiento literario europeo, buen
estilista, de vasta inteligencia y profundo observador del
corszbn humano que, siempre en la brecha, sin temor ni
desalientos, rompiese el grosero molde de esa literatura
miserable y vergonzante.
Ese hombre, al fin, aparecid, y su nombre ya fo he-mos
dicho, es el ya ilustre de P&ez Galdds,
Desde SUS primeros ensayos, reveló nuestro inspirado
novelista las dotes extraordinarias de su privilegiado ta-lento.
En su Folztana, en su Audna, en sus Episodios, se
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globo, preparada como estaba la PenínSula por tres S¡glOS
de ignorancia 9 aislamiento a dar robusta vida al absolu-tismo
7 a la intolerancia, que sólo de esa savia se nutren,
y pudiendo encontrar, como en efecto ha encontrado,
fuerzas bastantes para ensangrentar por treS Veces el SUe-lo
de la patria, y armar en fratricida guerra el brazo de
sus hijos.
En medio de esta reñidísima batalla, P&-ez GaIdds ha
aparecido en la brecha y ha herido con certera mano el
monstruo de la intolerancia, blandiendo para ello las ar-mas
de la pluma, desde Ias páginas inmortales de SLI IIG-vela
GZooria.
Gloria es el nombre de una hija de esas familias del
pueblo enriquecidas por la casualidad, refractarias a toda
idea nueva, y que pretenden asegurar la supremacía que
no les da su abolengo, por medio de la exageración de
sus principios autoritarios y religiosos. Para esas familias
ser ultra-catúlicos es poseer una ejecutoria de nobleza.
El tipo de Gloria es uno de los m8s acabados que
han salido de la pluma de nuestro insigne novelisla. En
aquel tipo se armonizan admirablemente la bondad, el
candor, el talento natural y la discreta hermosura, perso-nificando
en su parte moral esa duda que surge de toda
inteligencia sana y honrada en presencia de ciertas afir-maciones,
Los capitulos en que el autor analiza el estado inte-lectual
ae la joven y que llevan por títulos --<El otro»--
uE1 otro está cerca»- <cVa a llegar*-- uYa lleg&-, son
estudios psicol6gicos de inimitable exactitud.
Un diputado ultramontano, soldndo de Cristo, de esos
que hoy declaman contra la unidad de Italia, y lloran al
compás de las cadenas del preso del Vaticano, aparece
como pretendiente de la niña; pero una discusión que es-ta
oye casualmente entre el defensor del orden moral y
el cura del pueblo, y donde se pronuncian palabras muy
extrañas en boca de los sostenedores del trono y del al-tar,
arrancan al pretendiente su última esperanza,
Otra de las mejores figuras del cuadro es la del obis-po,
don Angel Lantigua, tío de Gloria. El obispo, dice
Pkrez Galdcís, era un niíío grande; pero este nifio llega,
sin embargo, a ser Príncipe de la Iglesia. Ocurríanle con
3io
frecuencia grandes cosas que nunca acertaba a explicar.
Una incapacidad bordada de bondades, una rutinaria su-cesión
de ideas, basadas en las últimas declaraciones de
Roma, y una intolerancia que jamás llegaba al corazón,
eran los principales rasgos de su carácter.
Por un encadenamiento de sucesos, Idgico y sencillo,
aparccc cn la CSCCIIW Daniel Morton. {Quien es este nue-vo
personaje? <Ser& protestante, será libre pensador? De
aquí gran perturbación en la familia. Gloria ha encontra-do
al que SU corazón buscaba. El padre sospecha, vacila
y teme. Et santo obispo intenta convertir al hereje, aun-que
no lo consigue. Entonces principia el drama, drama
terrible en que las pasiones, admirablemente sentidas, se
dan ruda batalla.
Morton llega a hacerse amar de Gloria; la pasidn y
los obstáculos crecen, y un día llega en que, olvidtindolo
todo, se creen esposos y sucumben en la lucha.
Al despertar de su éxtasis, Morton exclama: -<<Gloria,
yo no soy cristiano, yo soy judío».
Y ella, loca de espanto le grita:
-Arrodíllate delante de ese Cristo y creer6 cuanto
me digas.
-No delante de un profeta en quien no creo -le con-testa
Morton.
Y despues de una escena desgarradora, el padre los
sorprende y cae muerto al sospechar su deshonra.
En la segunda parte nuevos personajes vienen a au-mentar
el inter& del drama.
Doña Serafina, encarnaci6n del proselitismo religioso,
con su persecución subterrhca, incesnntc y nbrumadorn;
don Buenaventura, representacicSn del católico liberal, con
sus reservas mentales y su ancha conciencia; el alcalde,
la alcaldesa y sus amigas, todos y cada uno de estos per-sonajes
estsln en su sitio y contribuyen al desarrollo y
desenlace de la novela, donde al fin la lucha sostenida
por el fuego de la mCls feroz intolerancia, toma proporcio-nes
gigantescas.
Pero ia que continuar el análisis de la novela? CQuien,
que se precie de espaEio1 y de canario, ha dejado de leerla?
Recordemos tan ~610, para concluir, el capítulo que se ti-tula
UDieciocho siglos de antipatía», en donde don Buena-
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ventura y Morton discuten sobre la verdad de sus respec-tivas
creencias, y ese otro capítulo en que el autor Pone
de manifiesto las torturas del infortunado amante, y en
cuyas páginas se encuentran parrafos tan sublimes como
éste:
-<Que creo yo? iCreo acaso que mi religibn es la
única en que los hombres pueden salvarse, la única que
contiene las verdades eternas? No; felizmente Sé remontar
mi espíritu por encima de todos los cultos Y puedo ver
a mi Dios, el Dios único, el grande, el terrible, el amo-roso,
el legislador, extendiendose sobre todas las almas
y presidiéndolas con la sonrisa de SU bondad infinita
desde el centro de toda sustancia...r
El capítulo «Mater AdmirBbilis~ es una página acaba-da
de exquisita sen.sibilidad y corona admirablemente la
composición trayendo un desenlace lógico y necesario que
sintetiza el fin altamente moral que el autor se propone.
Gloria es, IR primera novela espafíola que se atre-ve
a mirar de frente a ese monstruo de la intoleran.
cia, proscripto del mundo entero y que ~610 existe hoy
en nuestra patria, Libros como ese necesita esta noble
tierra para extirpar de su suelo las superticiones que la
envilecen y ía ignorancia que la oprime y, hoy más que
nunca, que por una reacción inconcebible invaden triunfan-tes
las cátedras y academias hombres, cuya pretendida
ciencia nadie escucha en el concierto de los pueblos cultos,
Si para buscar una nueva formula que armonice en
el porvenir las aspiraciones de la filosofía y la razbn y
satisfaga a la vez las necesidades morales de una socie-dad
que se transformn y de una ciencia que se dilata por
horizontes infinitos, ha de ser preciso que cada inteligencia
lleve su contingente al acervo común; el novelista, en
contacro inmediato con todas las almas esta llamado a ser
uno de 10s primeros que preconice el culto de la razón y
penetre en la conciencia de los pueblos para ilun~inarla
con In luz de la verdad,
Siguiendo por esa senda, nuesrro insigne canario Ile-gará
a ser uno de 1~s m&s poderosos adalides de la revo-lución
mor-al que se prepara y que, ha tiempo, conmueve
las entrañas de la vieja Europa,
«La querella subsistía, subsiste y subsistir& pavoro-
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~a, ha dicho Pérez GAd& al concluir su obra, y antes
que se acabe, muchas Glorias sucumbirán, ofreciendo-se
como víctimas para aplacar el formidable monstruo que
toca con la mitad de SLIS horribles patas R la historia y
con la otra mitad a la fitosofIa, monstruo que no tiene
nombre, y que si 10 tuviera, lo tomaría juntando lo m&s
bello, que es In religión, con lo mas vil, que es la discor-dia;
muchas Glorias sucumbirán, sí, arrebatándose del
mundo que encuentran despreciable a causa de las dispu-tas,
y Corriendo a presentar SLI querella ante el juez ab-soluto~~.
La víctima ofrecida, aíIacliremos nosotros, es digna
del alto sacrificio a que se consagra, y esperamos que su
ejemplo sea titi R la noble causa que defiende.
0
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Ahora bien, tú, Perez Galdós, autor de tantas bellas
obras; t-ti, que has recogido del fango d0nde yacía perdido
el cetro de la novela espafiola; hijo ilustre de la Gran Ca-naria;
preclaro isleño, honra y gloria de tu patria por ello
doblemente Kfortunada, recibe desde estas playas en que
se abrieron tus ojos a la luz, ef cariñoso saludo que te
envían esta noche todos los canarios. No creas, no, que
los laureles que adornan tu frente sean mirados aquí con
indiferencia; cada triunfo que alcanza tu mágica pluma
encuentra entusiasta eco en nuestros corazones. Tus vic-torias
son nueslras victorias; tu gloria nuestra gloria.
Aquí donde tu anciana madre y tus hermanos viven, no
hay mãs que flores y palmas para tu inspirada sien. Vuel-ve
tu mirada hacia esta isla, donde ~610 necesita el genio
espacio y luz para dar abundantes y sazonados frutos, y
no olvides que tambì6.n en nuestro hermoso suelo se lu-cha
por la ilustración y el progreso.
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E
Ya lo sabemos; tú no eres estrella que se levanta SO-bre
nuestro horizonte, eres sol que brilla con luz propia
sobre el horizonte inmenso de la literatura universal; pero
aún así permítenos que en la modesta historia de tu patria
reservemos para tu hermoso nombre una de sus más be-
119s y gloriosas píkginas.
AGUSTIN MILLARES TORRES
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