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EL PERSONAJE MAESTRO DE ESCUELA COMO
VÍCTIMA POLÍTICA EN LA NOVELA DE GALDÓS: EL
CASO DE PATRICIO SARMIENTO1
Fermín Ezpeleta Aguilar
Parece claro que la educación se convierte en el gran tema que atraviesa la obra literaria
total de Benito Pérez Galdós. Su narrativa —también el teatro— indaga siempre la realidad
española en sus aspectos esenciales; y de esa exploración resulta la incapacidad del pueblo
español para procurarse una educación adecuada. De algún modo, su manifiesto realista de
1870 es el documento teórico en el que se plasma el plan novelesco para dar respuesta
literaria a esas cuestiones candentes, vinculadas a la propuesta de formación de las clases
medias españolas.2
Por eso el novelista canario desde muy pronto convierte al personaje literario educador en
símbolo cargado de la intencionalidad teórica: así en sus primeras novelas, el caldo de cultivo
krausista permite la fácil inserción del tipo literario docente. El estereotipo del maestro de
escuela bebe en la tradición literaria previa que ha modelado el ―tipo‖, cargado de notas
negativas, por lo que Galdós no se sustrae a su inclusión en los argumentos de sus ficciones
realistas, teniendo en cuenta la base pedagógica en que quiere hacer descansar su proyecto
novelístico.
Prácticamente todos los grandes novelistas se van a servir de la figura del maestro de
escuela en el contexto preciso de época de la Restauración, aunque puedan retrotraerse a
veces a decenios anteriores. De un lado los cuentos, gracias a su brevedad y a su tono lírico,
hacen posible la visión sentimental o patética de una figura que tiene un anclaje definido
dentro de la sociedad decimonónica. Autores como Pereda, Alarcón, Clarín o Pardo Bazán
van a insertar en los periódicos o revistas relatos breves con protagonismo del maestro o de la
institución educativa.3 De otro lado, las novelas de estos escritores acogen, aunque sea de
modo tangencial, al personaje maestro, (De tal palo tal astilla de Pereda; La barraca de
Blasco Ibáñez; José de Palacio Valdés,4 entre otras). Finalmente, no hay que olvidar que la
llamada novela regeneracionista incluye al ―tipo‖ maestro en ambiente caciquil, casi a modo
de rasgo constitutivo5 del subgénero.
Aun así, es Benito Pérez Galdós quien mejor modela este estereotipo, al ser capaz de
otorgarle múltiples funciones, y al ser capaz también de convertirlo en personaje recurrente
del que es posible entresacar el ideario educativo del propio autor, aunque sea por vía
indirecta o bajo capa irónica o humorística. Coincidiendo con la etapa de la novela de tesis, en
el episodio nacional firmado en octubre de 1877, El terror de 1824,6 asoma con vigor el
personaje protagonista maestro de escuela, Patricio Sarmiento. Supone un anticipo del Don
José Ido del Sagrario de las narraciones de época de plenitud del escritor. El maestro
Sarmiento adquiere en ese episodio nacional de la segunda serie la condición de víctima
expiatoria del periodo histórico de la ―Ominosa Década‖.
Es verdad que Galdós ya había apuntado el personaje maestro o ayo en la primera serie de
Episodios a través de la ideación de figuras secundarias como Don Paco (en Bailén y Cádiz).7
Sin embargo, el primer personaje maestro de escuela con cierta enjundia es un don Patricio
Sarmiento, situado por su autor en época del Trienio Constitucional. Así en El grande Oriente
(1876) aparece dibujado con trazos caricaturescos al servicio de un ideario político extremista
liberal de baja estofa,8 cargando, en todo caso, con las notas de necedad y pedantería, de
acuerdo con el estereotipo que le sirve la tradición literaria. La acción de la siguiente novela,
IX Congreso Internacional Galdosiano
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Siete de julio (1876), se desarrolla en los primeros días de julio de 1822, momentos del
sometimiento a la Guardia Real por parte del pueblo que se quiere alzar contra el intento de
restauración del absolutismo. En ese contexto vuelve a reaparecer el maestro don Patricio,
como activista destacado del movimiento de rebelión popular. Asimismo, Galdós da vida en
esta misma novela a otro personaje, ahora episódico, que funciona como contrafigura de
Sarmiento, el maestro de escuela absolutista Naranjo.
Pero, como decimos, es en El terror de 1824 donde cobra máxima relevancia Patricio
Sarmiento, presentado con las notas de locura y de idealismo, como una de las variadas
modulaciones quijotescas habituales en el mundo narrativo de Galdós. Detrás está el cuadro
de la represión de Fernando VII en 1824. El personaje se produce en una escuela en la que
dicta lecciones de historia romana en el mismo momento del alzamiento liberal. El novelista
insiste en presentar a este maestro de escuela como un orador farragoso que merece el
abucheo de sus propios compañeros políticos. Sin embargo, el héroe se escapa de las manos
del narrador, y al final de la novela, justo antes de ser ajusticiado en la Plaza de la Cebada de
Madrid, su figura se dignifica al revestirse del ropaje del filósofo. Son los momentos en los
que formula el mensaje pedagógico más profundo. Por eso este episodio nacional, al igual
que otras novelas escritas en esas fechas, se decanta hacia el modelo de tesis con enseñanzas
conectadas con principios pedagógicos esenciales. Se dejan entrever por aquí las bases
humanísticas que fundamentan las ideas del escritor. Y así, Montesinos9 puede establecer
alguna conexión entre una de las frases pronunciadas por Patricio Sarmiento en su despedida
ante la turba, con una máxima de Erasmo, evidenciando una vez más las bases clásicas que
sustentan la obra de Benito Pérez Galdós.10
El novelista se vale de un personaje tarado e ingenuo para azuzar sobre una etapa histórica
patética como es la de la represión del rey español en la ―Ominosa Década‖. Nada mejor pues
que construir un personaje caracterizado por las notas con las que el estereotipo consagra al
maestro de escuela, procediendo en este caso desde la tipificación hacia la elaboración del
personaje redondo, al igual que hace el escritor con otros personajes recurrentes.
Para Alfred Rodríguez (1980: 355-358) la ideación del personaje Sarmiento sirve al autor
para poner de manifiesto las diferencias existentes entre las actuaciones políticas de los
liberales (menos inicuas) y las de los absolutistas (más dañinas). Dicho de otro modo, Galdós
acierta al elegir la personalidad de un ser con anomalías psicológicas (que se asocia de modo
mecánico a la profesión de maestro de escuela) para convertirlo en víctima propiciatoria. Se
cargan las tintas así sobre la injusticia que se ceba ahora contra el ser más inocente posible, un
maestro de escuela que, eso sí, representa el fanatismo y la insensatez de algunos sectores
liberales. En efecto, en esos momentos finales, el personaje convertido en héroe se considera
instalado en ―el escalón más alto‖. Perspectiva privilegiada desde la cual puede tomar
conciencia, siempre a su manera, de la inconsistencia moral de los humanos. Momentos que
aprovecha el autor, experto siempre en el manejo de los usos lingüísticos humorísticos, para
―literaturizar‖ más aún el estilo del que se sirve. Por medio de éste se visualiza gráficamente
el proceso de locura de un maestro Sarmiento que construye una pieza retórica de inocultable
raigambre quijotesca. Como don Quijote, siempre dramatizando, es percibido por el lector
como ―otro Cristo‖ que se inmola por la libertad de los hombres.
Ciertamente ninguna otra figura social como la del maestro de escuela para establecer la
identificación con el martirio. No hay que olvidar que la literatura menor, la prensa en general
y particularmente la prensa profesional del magisterio apuntan al maestro de escuela como el
―mártir del siglo diecinueve‖; otro Cristo viviente, en definitiva, al que la sociedad maltrata
sistemáticamente.11 José María Pereda ya ha podido suministrarle en algunos cuadros
costumbristas de 1871 de Tipos y paisajes12 (―Para ser un buen arriero‖ y ―Blasones y
talegas‖) un anticipo del tipo docente enjuto y con pocas luces en el personaje de Canuto
Prosodia, sobre el que insiste más tarde además el autor cántabro en la novela De tal palo tal
El personaje maestro de escuela...
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astilla (1880).13 Es verdad que no era necesario teniendo en cuenta que el estereotipo circula
con profusión por las artes populares y es, por ejemplo, tópico manido de literatos satíricos,
dibujantes y caricaturistas. Pereda presenta a su personaje maestro de escuela en el primer
relato como ―hombre enjuto y pequeño de cuerpo, corto de alcances, y muy largo en adular a
todo el que podìa dar algo‖ (299). En el segundo, el mismo Canuto Prosodia se manifiesta con
la consabida pedanterìa y con el prurito de ―gramaticalismo‖ en los siguientes términos:
Versificación de epitalamio en doce pies de verso desiguales, conforme a reglas;
discurrida por Canuto Prosodia, maestro de instrucción primaria elemental de este
pueblo, y dedicada a la mayor preponderancia, majestad y engrandecimiento de la
ilustre Doña Verónica Tres-solares... (440).
El Padre Coloma, en uno de sus cuentos costumbristas de los años ochenta se hace eco de
algún modo del personaje galdosiano, al insuflar también simbolismo político, en un sentido
inverso a Patricio Sarmiento, al maestro don Justo Cucaña. Personaje éste cincelado
igualmente con los rasgos constituyentes que le suministra el ―tipo‖. Se trata del relato La
Pascua Florida y el Cuarto Ayunar donde el personaje anciano maestro de la Escuela Gratuita
de María Inmaculada de una ciudad andaluza funciona como contrafigura de Patricio
Sarmiento. Este maestro de Coloma aparece contextualizado en momentos de convulsión
política coincidentes con la Revolución del 68, aunque con invocación recurrente, como en
Galdós, al reinado de Fernando VII. Es pues otro Quijote ingenuo y bondadoso (―aquel pobre
viejo, cuyos sentimientos de honor e hidalguía hubieran realzado al más leal tipo de caballeros
de la Edad Media, era a los ojos de todos un ridículo quijote‖, 90) que se dispone a sufrir el
embate de las Juntas Gubernativas que pretenden erradicar los modelos pedagógicos antiguos.
Las consecuencias son poco halagüeñas: abandono de su profesión y muerte posterior de
hambre, al no claudicar ante las imposiciones de la nueva autoridad educativa emanada de la
―Gloriosa‖.
14
Por lo que se refiere a Patricio Sarmiento, el novelista canario ajusta los hechos de la
novela a la historia real, al señalar el contexto histórico preciso del año 1824. Y, como suele
ser normal en su modus operandi, Galdós ha podido poner en relación el personaje descrito
con un personaje histórico real: el maestro de escuela de Ruzafa (Valencia), Cayetano Ripoll,
que fue ajusticiado en la horca de la Plaza del Mercado de Valencia por la reacción apostólica
en 1826, como consecuencia del fallo de las Juntas de Fe. Fue la última ejecución imputable a
la Inquisición española. Marcelino Menéndez Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles,
VI, 1948, 139-143) da el detalle de los hechos en el epìgrafe titulado ―Suplicio del maestro
deìsta Cayetano Ripoll en Valencia‖. Invoca como fuente bibliográfica el libro de Salustiano
Olózaga, Estudios de Elocuencia, Política, Jurisprudencia, Historia y Moral, publicado en
1864. Dentro del mismo figura un largo artículo que recrea el episodio del maestro de Ruzafa
bajo el tìtulo ―Un ahorcado en tiempo de Fernando VII por sus opiniones religiosas‖, (349-
373). Documento éste que bien pudiera haber conocido Pérez Galdós. Menéndez Pelayo
parafrasea de este modo los datos sustanciados por Olózaga:
Ripoll ejercía su magisterio en la Huerta de Ruzafa; había sido miliciano nacional en
Valencia y estudiado cuando mozo algunos años de Teología. Dicen que le delató
una beata, porque él no llevaba los muchachos a misa ni los hacía arrodillarse cuando
pasaba el Viático, y porque había desterrado de su escuela el Ave María Purísima,
sustituyéndole con el Alabado sea Dios. De la causa resulta que daba en ojos a la
gente de la huerta por no asistir a misa, ni aun en días de precepto, y que huía del
Santísimo cuando le encontraba por la calle. Trece testigos declararon contra Ripoll,
el cual fue encarcelado por auto del gobernador de la mitra, D. Miguel Toranzo y
IX Congreso Internacional Galdosiano
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Ceballos, en 29 de septiembre de 1824. [...] Declarado Ripoll hereje contumaz, en
virtud de sus propias confesiones, aun así dilató dos años la Junta de Fe el relajarle al
brazo seglar, con la esperanza de que alguien le convirtiera entretanto; pero
frustrados todos los medios de catequesis, hubo de pasar los autos en 30 de marzo de
1826 a la Sala del Crimen de la Audiencia de Valencia. La Audiencia revisó el
proceso, pidió a Solsona la fe de bautismo de Ripoll, examinó diez nuevos testigos, y
el 29 de junio dictó sentencia, conforme en todo con la petición del fiscal y con la
letra de la ley de Partida, condenando a Ripoll a pena de horca, como hereje
dogmatizante y pervertidor de la tierna niñez (Menéndez Pelayo, 1948: 143).
Fuente de valor inestimable para la reconstrucción histórica del suceso es el libro que en
1932 publicó Julio Noguera López con ilustraciones de Mario Rivadulla.15 En el capìtulo ―La
muerte del justo ni conmueve ni perturba en España‖, este historiador, apelando a testimonios
anteriores,16 subraya la dignidad con la que Cayetano Ripoll hace frente a su destino al
pronunciar emotivas palabras ejemplarizantes ante la multitud que presencia el
ajusticiamiento; en clara sintonía con las que el novelista canario pone en boca de su
personaje Patricio Sarmiento en circunstancia análoga, aunque sea en la Plaza de la Cebada de
Madrid. El maestro galdosiano, lo mismo que el de Ruzafa, se convierte en otro Jesucristo que
perdona a sus verdugos. De igual manera ambos, Cayetano Ripoll y Patricio Sarmiento,
mueren con una frase inacabada de defensa de los valores cívicos. Obsérvese el parecido de
las dos intervenciones:
El terror...: ―Muero por la libertad como cristiano católico —exclamó— ¡Oh! Dios, a
quien he servido, acógeme en tu seno‖ (Galdós, 1976: 186-187).
El maestro de Ruzafa: ―En cumplimiento de órdenes recibidas, el ejecutor le prohìbe
hablar‖, a lo que el reo replicó con dulzura: ―No temas que a nadie soliviante. Muero
reconciliado con Dios y con los hombres (Noguera, 1932: 22).
El terror...: Al ver que el cordel rodeaba su cuello, Sarmiento dijo con enfado ¿Y
qué? ¿No me dejas hablar? Juzgando que el silencio era permiso para hablar, el
patriota se dirigió al pueblo en estos términos: —Pueblo, pueblo mío, contémplame y
une tu voz a la mía para gritar ¿Viva la...!
Empujóle el verdugo y se lanzó con él (Galdós, 1976: 187).
El maestro de Ruzafa:
Puesto ya en el cuello el lazo mortal, acertó a encontrar su mirada última un rostro
amigo, de persona a la que conoció por ciertos signos que le eran familiares;
entonces dijo: —comprender es perdonar. Comprendan todos que es preciso el
sacrificio para...
El empujón terrible del verdugo le lanzó al espacio, impidiéndole acabar la frase.
Unos minutos se vio al ejecutor cabalgar sobre los hombros de la víctima, echando
encima todo su peso para acelerar la muerte‖ (Noguera, 1932: 72-73).
Cayetano Ripoll pasa a la Historia a través de estas fuentes escritas, también por medio de
la tradición oral,17 como un maestro de escuela valeroso capaz de llegar a la aceptación de su
sacrificio para dar testimonio ante los demás del valor supremo de la libertad: eso es los que
quiere Galdós también de su personaje recurrente.
Siendo joven, Ripoll se ve involucrado en los movimientos políticos de la época. Herido en
la Guerra de la Independencia, se subleva en 1814, enrolado en la masonería, contra el rey. Es
buscado y perseguido cuando en 1820 triunfa la sublevación de Cabezas de San Juan. Se
convierte en un maestro de escuela ejemplar, según atestigua Olózaga, antes de ser delatado,
apresado y acusado de ―herejìa formal y contumaz‖:
El personaje maestro de escuela...
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Su asiduidad, su esmero y su dulzura en la enseñanza eran tan extraordinarios, que
desde el amanecer hasta la hora de la escuela iba recorriendo los barrancos de aquella
fertilísima vega para enseñar a los hijos de los labradores que ayudaban a sus padres
en las labores del campo; su generosidad era tan grande, que no recibía ninguna
remuneración de los pobres; su sobriedad tan extremada, que apenas comía mas que
sopas; su vestido tan pobre, y su caridad tal, que nada reservaba para sí; daba
absolutamente cuanto tenía (Olózaga, 1864: 358).
Noguera López insiste en ponderar precisamente las buenas capacidades pedagógicas con
las que se producía ante sus alumnos Cayetano Ripoll, pues daba las clases al aire libre,
sentado en los ribazos o a la sombra de los árboles; gozaba con la comunión de los alumnos;
les estimulaba provocando el relato oral de los niños o la lectura dramatizada. Y concluye
señalando que ―Ripoll debió ser excelente maestro, libre de todo género de rutinas, capacidad
de instrucción como pocos en su tiempo. Acertó indudablemente a encauzar la natural
actividad de los niños, saltando por encima de las normas pedagógicas que por entonces más
retrasaban que favorecìan todo aprendizaje‖ (Noguera, 1932: 49-50).
Las capacidades pedagógicas de Sarmiento son distintas. Ciertamente Pérez Galdós no
pretende hacer una reconstrucción de las vicisitudes del maestro de Ruzafa. Sobre el
estereotipo de maestro de escuela ignorante, pedante y con deficiencias psíquicas vuelve el
escritor una y otra vez en sus novelas (el caso de Don José Ido del Sagrario al que también se
confiere en determinados momentos intencionalidad política se convierte en paradigmático).
Y por mucho que en determinados momentos esos personajes encarnen idearios en la órbita
de las nuevas pedagogías, el humor y la ironía que envuelven sus actuaciones, cumplen la
función de desactivar interpretaciones optimistas. Galdós construye en la figura de Patricio
Sarmiento un símbolo político, representante de un liberalismo fanático indeseable, y lo
extrae, como es habitual, de la matriz cervantina de don Quijote. El docente convertido en
símbolo político, como es bien sabido, tiene algún rendimiento en la narrativa española
posterior; y es Galdós, como casi siempre, quien suministra el mejor modelo con su personaje
recurrente de la segunda serie de los Episodios nacionales.18
No parece osado aventurar que Galdós, quien por tradición familiar de historiadores
militares conoce tan bien la historia pequeña de la Guerra de la Independencia y de sus
consecuencias, ha podido interesarse por el caso del ajusticiamiento del maestro Cayetano
Ripoll. Con todo, las páginas dedicadas al ajusticiamiento de Patricio Sarmiento tienen su
propio correlato interno dentro de la novela, pues remiten a las protagonizadas por Rafael
Riego, en los momentos de su muerte19. Podría decirse incluso que el novelista canario, que
tiene siempre tan presente El buscón,20 pudiera evocar, a través del recurso quevedesco del
humor negro, una de las páginas antológicas de aquella novela picaresca, cual es el
ajusticiamiento del padre de don Pablos: la pose de orgullo y la actitud de arrogancia del
condenado a muerte en el momento de morir presentan analogías en los dos casos. Con ser
ello cierto, la historia del maestro de Ruzafa bien pudo estar en la cabeza de Galdós cuando
acometió esas entregas de la segunda serie de los Episodios nacionales que tenían como telón
de fondo la última etapa del reinado de Fernando VII.
IX Congreso Internacional Galdosiano
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IX Congreso Internacional Galdosiano
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NOTAS
1 El texto de esta comunicación, aunque reelaborado, sigue muy de cerca el apartado ―El maestro Patricio
Sarmiento como símbolo polìtico. Conexiones con el maestro de Ruzafa‖ de nuestro libro Maestro y
formación en la novela galdosiana (Ezpeleta, 2009: 106-117).
2 La bibliografía galdosiana sobre educación y pedagogía es muy amplia. Alguna de las aportaciones son las
que siguen: Park y Sáenz (1944); Steele (1957); Jourdan (1981, 1986, 1993, 2000); Casado (1987); Mora
(1998); Ezpeleta (2006, 2009).
3 José María de Pereda, Para ser un buen arriero, Blasones y talegas (1871); Pedro Antonio de Alarcón, Un
maestro de antaño (1880 h.); Leopoldo Alas (Clarín), Don Urbano (1896); Emilia Pardo Pardo Bazán,
Ocho nueces (1897); Luis Coloma, La Pascua florida y el Cuarto Ayunar.
4 Se trata, en efecto, de personajes secundarios puestos al servicio de obtener rendimientos humorísticos, al
activar la tipificación negativa que suministra la tradición popular, con los rasgos de pedantería y
pusilanimidad. Tal es el caso de don Claudio de José (1885); o don Joaquín de La barraca (1898).
5 Dos de las novelas canónicas etiquetadas como regeneracionistas, Los trabajos del infatigable creador Pío
Cid (1898) de Ángel Ganivet y La ley del embudo (1897) de Pascual Queral y Formigales, lo mismo que
las novelas finales de Galdós, El caballero encantado (1909) y La razón de la sinrazón (1915), incluyen
personajes secundarios con oficio de maestro de escuela en ámbitos rurales. Suelen estar al servicio de dar
testimonio de los males del caciquismo asociados a las carencias educativas del cuerpo social español.
6 Cito por Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales nº 17, El terror de 1824, Alianza Hernando, Madrid,
1976.
7 Alfred Rodrìguez, ―Aspectos de un ―tipo‖ galdosiano: El maestro de escuela, ayo o pasante‖, en Actas
(1980, II, ver las páginas 353-355). Se trata asimismo de una figura modelada según el estereotipo de
bondad, pusilanimidad e idealismo.
8 Ver Miguel Navascués, Miguel, ―Patricio Sarmiento: trayectoria de un liberal exaltado en los Episodios
Nacionales‖, Hispanic Journal, Indiana (1983), 4, 2, pp. 135-144.
9 F. Montesinos: I, 1968, 152: ―El menguadìsimo maestro de escuela llega a parecer un verdadero filósofo, y
lo sabe, y puede decir de su conducta que ―si es propia de un filósofo, lo será de un cristiano, porque el
filósofo y el cristiano se juntan, se compendian y amalgaman en mí maravillosamente‖. ¿Sabría Galdós que
Erasmo habìa dicho. ―Vocabulis diversum est, caeterum re idem, esse philosophum et esse christianum‖? ‖.
10 Josette Blanquat, ―¿Galdós humanista?‖, en Actas (1977, 353-59). En este sólido trabajo en el que se
establecen conexiones entre la obra de Galdós y el Humanismo, se señala también la huella de Erasmo a
través de Elogio de la locura.
11 Una narración poco conocida en las que aparece un personaje protagonista maestro de escuela
autoinmolado, asociado literalmente a la figura de Cristo crucificado, es el relato breve de J. M. Vargas
Vila, en el ámbito hispanoamericano, El maestro (1917), (―La novela corta‖, Madrid, firmado en Parìs).
Me sirvo del ejemplar de la Biblioteca Nacional 1/ 232859.
12 Ver José María de Pereda, Obras Completas I, Escenas montañesas. Tipos y paisajes, edición, introducción
y notas: Salvador Garcìa Castañeda, Ediciones Tantìn, Santander, 1989, ―Para ser un buen arriero...‖, 291-
313; ―Blasones y talegas‖, pp. 385-446.
13 José María de Pereda, De tal palo tal astilla, ed. de Joaquín Casalduero, Madrid, Cátedra, 1976.
14 Una de las primeras consecuencias legislativas educativas de la Revolución del 68 es la disolución de la
Compañía de Jesús y la supresión de cualquier tipo de responsabilidad sobre instrucción a los párrocos. Ver
para estos aspectos el libro de J. M. Marco (2002, especialmente página 120) sobre Giner de los Ríos.
El personaje maestro de escuela...
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15 Julio Noguera López, La última víctima de la Inquisición. El maestro de Ruzafa, Cuadernos de Cultura,
Valencia, 1932. Ver en Biblioteca Nacional, por la signatura 3/ 93895. Recientemente ha sido novelado el
episodio del maestro de Ruzafa por Alfredo Bosch en la novela Inquisitio (Barcelona, Planeta, 2007).
16 Noguera López, que silencia la fuente de Olózaga y de Menéndez Pelayo, remite al ―historiador Morayta‖,
el cual se sirvió de documentación anterior dispersa, y a Rodolfo Llopis, ―autor de un trabajo notable sobre
el Maestro de Ruzafa‖ publicado en El Sol, ―al cumplirse el primer aniversario después de pasado el
centenario sin podérsele recordar‖ (15).
17 La literatura popular se hace eco de este suceso, en forma de coplas. Así dice la que recoge Julio Noguera
López en su libro (86-87): ―No le mataron por masón,/ Ni por hereje ni por traidor;/ Fue el arzobispo quien
le mató/ Porque enseñaba de corazón/ Una doctrina que es la de Dios/ Y que condena de Inquisición.../
Ellos le ahorcaron sin compasión,/ Por ser maestro, no servilón‖.
18 Luis Coloma, La Pascua Florida y el Cuarto Ayunar. Este mismo componente político es el que incorpora,
por ejemplo, Armando Palacio Valdés al profesor de latín protagonista de su cuento, El profesor León, en
Aguas fuertes (1884), convertido en activista polìtico de la ―Vicalvarada‖. Quizás sea la figura del maestro
y maestra de la Segunda República la que alcance más alto grado de mitificación en las narrativas
pedagógicas posteriores a la Guerra Civil española.
19 Ver Joaquìn Gimeno Casalduero, ―El terror de 1824: la transfiguración de Romo‖, Actas (1980, 135-154); y
Ricardo Gullón, ―El terror de 1824 de Galdós‖, Andrés Amorós, (ed.), El comentario de textos, 3, La
novela realista, Madrid, Castalia, 1979, pp. 143-202.
20 Para la vinculación de la obra narrativa de Galdós con El buscón, ver Gustavo Correa, ―Galdós y la
picaresca‖, Actas, Madrid, 1977, 253-268; y Rubén Benítez, La literatura española en la obra de Galdós,
Universidad de Murcia, 1992.