Cartas diferentes. Revista canaria de patrimonio documental, n.o 6 (2010), pp. 107-114.
EL EJEMPLAR MÁS ANTIGUO
DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL
CENTRAL DE SANTA CRUZ DE TENERIFE
JERÓNIMO DELGADO DE AGUILAR*
Fecha de recepción: 20 de agosto de 2010
Fecha de aceptación: 17 de septiembre de 2010
La primera vez que su usó la palabra «incunable» en relación
con la imprenta fue en un folleto de Bernhard von Mallinckorodt
titulado De ortu et gresu artis typographicae, publicado en Colo-nia
en 1639. En cuanto a su tamaño, los incunables están en
formato in folio, aunque según avanza el tiempo se imprimen cada
vez más en cuarto o en octavo —como es el caso que vamos a
estudiar—, apareciendo el tamaño dieciseisavo de 1485. Tienen
por lo general un valor bibliográfico elevado —pues casi todos
reproducen antiguos textos, hoy prácticamente desaparecidos en
gran parte— y como documentos únicos para el estudio de la
evolución del libro y las artes gráficas.
El ejemplar al que nos vamos a referir es un pequeño libro
en 8º que responde al título de Sermones santi Agustini ad ere-mitas,
escrito por san Agustín (350-430). Se encuentra en la
Biblioteca Pública Municipal de Santa Cruz de Tenerife; su fi-cha
responde a lo siguiente:
AGUSTÍN, Santo (350-430). Sermones santi Agustini ad eremitas.
Impressum Venteéis, per Petrum Borgomenses de Quarengüis, [...].
8º (16 cm).
* Documentalista.
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Notas: Ejemplar falto de portada. Coloreadas las capitales de los cuatro
primeros sermones. Algunas hojas restauradas. Encuadernación de pergami-no
de fecha seguramente posterior a la impresión. Tiene cinco hojas anóni-mas
manuscritas en latín al principio, otras cinco al final, así como el verso
de la última hoja impresa. Había más hojas manuscritas, pero han sido cor-tadas.
El texto impreso tiene algunas anotaciones marginales y hay una nota
en la primera hoja que dice «di por éste librito nueve reales de plata. Año de
1861 (?). Fr. Manuel Toste» (lám. 3).
Localización: Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, sign. C/11-
2/Rr. 26.
¿Raro o incunable? Restringir el período de los incunables a
los años comprendidos entre 1450 y 1500 es una arbitrariedad.
Como dice Steimberg «esta fecha (31 de diciembre de 1500) se
encuentra situada en medio del periodo más fértil del nuevo arte
de la imprenta y parte por la mitad la vida de algunas de las más
grandes personalidades, como Antón Koberg (m. 1513), Aldo Manutio
(1450-1515)». Esta delimitación del periodo de los incunables
ha sido la causa de que los investigadores fijen su atención en
la segunda mitad del siglo XV, dejando a un lado injustamente
la primera mitad del siglo XVI, al menos su primer cuarto, don-de
hay una clara continuación del periodo de los incunables1.
Al comenzar el siglo XVI la imprenta española no experimenta
ningún cambio importante con respecto al siglo anterior. Venecia,
que en el siglo XV tenía ya más de doscientas imprentas, hacia
1480 había industrializado su producción de manera que los
impresos posteriores a esa fecha no reúnen las características de
los legítimos incunables. De hecho, alguna fuente limita el pe-ríodo
de los incunables en 1480. Por el contrario, sería preciso
considerar incunables muchos libros producidos en el siglo XVI,
realizados en imprentas tan primitivas como las de la segunda
mitad del siglo anterior. Las principales características que ha-
1. El límite del año 1500 para considerar incunable un libro fue propuesto
en 1653 por el jesuita francés Philippe Labé, en su Nova biblioteca librorum
manuscriptorum.
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cen de la segunda mitad del siglo XV y la primera del XVI una
unidad son las siguientes: las funciones de fundidor de tipos,
impresor, editor, preparador de texto y librero aparecen poco
diferenciadas; generalmente el mismo hombre o la misma firma
ejerce todos los oficios, con algunas excepciones. Por otra parte,
alrededor de 1540 la imprenta y la edición apenas había supe-rado
la inestabilidad de los primeros practicantes de arte; tam-bién
desde el punto de vista tipográfico, la primera mitad del
siglo XVI forma parte del periodo de los incunables por su ri-queza
de tipos diferentes. Las cursivas de Antonio Blado y los
tipos redondos de Claude Garamond2 muestran todavía la ima-ginación
de los primitivos proyectistas de tipos3. Sólo a partir
de esa fecha, a mediados del siglo XVI, empiezan a producirse
cambios fundamentales en la imprenta europea, como la des-aparición
del tipógrafo ambulante, el aumento del número de
talleres y la estabilidad del negocio, hasta tal punto que puede
considerarse que una época ha muerto y comienza otra.
Papel. El papel era el material predominante en los incunables,
aunque algunas veces tiraban ejemplares en vitela4. El pergami-no
era muy grueso para poder ser utilizado con facilidad por las
prensas y no era lo suficientemente plano para que la impre-sión
se hiciera bien. El papel que se usaba era fuerte, de mu-cho
peso y con color grisáceo. El papel pronto tomó el control
de la mayoría de las impresiones de libros, ya que éste era más
barato y fácil de maniobrar a través de la imprenta.
Sistema iconográfico del incunable. El libro durante siglos ha
sido el mejor medio de transmisión del ser humano, no sólo por
el texto o información que resguarda, sino también porque a través
2- Impresor de la Cámara Apostólica.
3. Ambos modelados sobre 1540.
4. Nombre procedente del francés antiguo velin, cuyo significado es ‘cuero
de novillo’. Es un tipo de pergamino que se empleaba para hacer las pági-nas
de un libro, caracterizado por su delgadez.
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de su método de reproducción se puede conocer el momento
histórico, intelectual y tecnológico de determinada época. Por ello,
estudiar libros antiguos elaborados de forma manual exige co-nocer
su proceso de elaboración, forma, estructura, escritura e
ilustración; en otras palabras, las características materiales, graficas
e intelectuales del libro. En este apartado nos centraremos en
los aspectos de decoración e ilusión del pequeño libro que es-tudiamos,
concretamente en sus elementos iconográficos, es decir
aquéllos que decoran, ilustran y ornamentan el texto, ya sea de
signos, letras o imágenes. El sistema iconográfico de un libro afecta
desde la escritura hasta la presentación, pues determina la dis-posición
del texto (escritura), el uso del color y tamaño de la
tipografía, además de que algunas de las características, como las
letras capitulares, tienen doble intención, pues decoran y tiene
relación con el texto.
Letras capitales. Con animales, flores o bien miniaturas en las
que la idea de decoración se mezcla con la ilusión. Algunas de
ellas eran coloreadas a mano como en los manuscritos. Los pri-meros
impresores se encargaron de la reproducción del texto y
no de sus elementos iconográficos; éstos los dejaron a conside-ración
del poseedor del libro, el cual corría con los gastos, ya que
eran elaborados por los miniaturistas de los manuscritos. Los
incunables se caracterizan por tener algunos espacios en blanco
destinados a las letras capitales, las cuales eran «iluminadas» o
ilustradas a mano por los expertos miniaturistas. En algunas
ocasiones fueron dibujadas de manera muy simple y sin muchas
pretensiones (ver ilustraciones n.º 2 y 3).
Texto. La disposición o justificación del texto es la manera en
la que editor-impresor determina la distribución de la informa-ción.
En los incunables no obedece a normas fijas: lo mismo se
hace a dos columnas que a un renglón. Por lo general, en los
primeros impresos la modalidad típica fue a dos columnas, cuyo
número de líneas variaba según el tamaño del libro (ver ilus-
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tración n.º 4). Con relación a los tipos de letra existen tres di-visiones:
caracteres latinos, griegos, y hebreos. Los caracteres la-tinos
se subdividen en góticos y romanos. Dentro de los góti-cos
hay tres géneros: textura, rotunda y bastarda; se diferencian
por sus rasgos gráficos, para lo que se sugiere tomar como le-tras
básicas la m, o, y b, ya que la primera es la letra más ancha
entre los tipos, la o la mediana y la b la más alta (ver ilustra-ción
n.º 4). La letra, en su forma o textura, es muy vertical,
compacta y angulosa en el trazo final.
Signos de puntuación. Los signos de puntuación que encon-tramos
en el texto son los mismos que en los manuscritos. La
separación entre palabras tiene una historia, es decir, no siem-pre
ha existido. Su presencia debió de establecerse en forma
opuesta a un tipo de representación escrita que carece de divi-sión
entre palabras, llamada Scritura continua. Distanciarse de
este tipo de representación requirió de un periodo notablemente
largo, que se extendió desde la época helenística hasta la ocu-pación
generalizada del blanco entre palabras en el continente
europeo (ver ilustraciones n.º 5 y 6). Además, los incunables
incluyen otros signos convencionales con los cuales se indicaba
al lector que debía haber apostillas marginales o alguna nota, pues
el texto es una cita sacada de una autoridad, o existían varia-ciones
semánticas-sintácticas con otros textos, por lo cual su
empleo es en obras universitarias o de estudios.
Colofón. A falta de una portada en la que se registraran los
datos básicos del libro, existía el colofón, que indicaba el nom-bre
del autor, título del libro, lugar de elaboración, nombre del
impresor, fecha de edición y, en algunas ocasiones, una frase de
acción de gracias a Dios. El incipit es una palabra latina que viene
de la raíz incipere, ‘empezar’, y que indica el principio de un escrito
antiguo, señalando «aquí comienza». Los primeros libros impre-sos
carecían de portada. El libro solía comenzar con el texto desde
la primera página, de ahí la importancia del incipit. Aunque si
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no empezaba con el texto, podía comenzar con una tabla de
capítulos5 o una dedicatoria (ver ilustraciones n.º 4, 7 y 8):
Impreso en Venecia (Impressum Venteéis) por Petrum Borgomenses de
Quarengüis, Anno Domini. 1505/ 5 die 15 de Novembris).
Tirada. Una pregunta frecuente es: ¿cuántos ejemplares for-maban
la tirada? Nos limitaremos a los libros impresos propia-mente
dichos: las tiradas más reducidas de entonces no supera-ban
los 100 ejemplares, pero se trata por lo general de obras no
impresas prioritariamente con propósitos comerciales6. Una ti-rada
normal de los siglos XV y XVI sería de 300 ejemplares. Existen
tiradas más cuantiosas, que nos llevan a plantearnos cuántas
dificultades hubiera que vencer para lograr vender ese número
de ejemplares. Algún caso conocido nos hace ver cómo el im-presor-
editor imaginó fórmulas adecuadas al efecto: una suscripción
previa ante notario, por ejemplo, se utilizó para vender la tira-da
de una edición de los Fori Aragorum7. Una demanda pudo
incrementar la tirada del volumen del texto de Tirant lo blanch
hasta alcanzar los 715 ejemplares8. Pensamos, que el libro que
estudiamos no haya alcanzado una tirada más allá de los 250
ejemplares.
5. El primer ejemplar conocido de uso de portada es el libro llamado
Calendario de Johann Müller de Königsberg (o de Regiomontano), impreso
en Venecia en el año 1476.
6. Por ejemplo, cuando un cabildo catedralicio, como el compostelano,
encarga la impresión de 120 ejemplares de un breviario para uso propio de
la diócesis a los impresores Álvaro de Castro y Juan de Bobadilla, en 1483.
7. Impresa en el taller zaragozano de Enrique Botel y Pablo Hurus en
1476.
8. Impreso en Valencia en el año de 1490, en una edición costeada por
el mercader Hans Rix.
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